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El Catoblepas, número 117, noviembre 2011
  El Catoblepasnúmero 117 • noviembre 2011 • página 4
Los días terrenales

Interpretación liberal de la crisis de España

Ismael Carvallo Robledo

El número 155 (noviembre 2011) de la revista liberal mexicana Letras libres dedica su dossier a analizar algunos aspectos de la crisis actual de España

I

Rolando Cordera y Carlos Tello, México. La disputa por la nación Con motivo de la conmemoración de su primera década de presencia en España, la revista mexicana Letras libres dedica la portada y el Dossier de su número 155, correspondiente a noviembre de 2011, a analizar algunos aspectos de la crisis actual española. ‘El desengaño español’ es el título de portada de la revista. Para tales efectos, los editores reunieron un total de tres colaboraciones desde los que se intentó dar cuenta, entendemos que desde una perspectiva global o general, de las claves y nudos centrales que determinan los problemas más acuciantes de la nación española.

El número en cuestión se presenta con un comentario editorial (Cartas sobre la mesa), con fecha del 21 de octubre de 2011 y con el título ‘La batalla de las ideas, sobre el comunicado de ETA’, en donde se advierte al lector que la noticia de ETA había llegado a la mesa de redacción de Letras libres en los momentos en que estaba dándose por terminada la preparación del número, eventualidad que, al tiempo de activar, aunque con reservas, su enjundia democrática, hacía aún más propicia también la ocasión para dar a conocer el contenido que para los efectos se tenía ya confeccionado. Es evidente asimismo que, por otro lado, tanto los artículos como la preparación misma del Dossier y del comentario editorial se escribieron antes de la debacle del gobierno de Rodríguez Zapatero de la que hubo de derivarse, en correspondencia, la reciente derrota electoral del PSOE.

Los artículos son los siguientes: ‘Crisis institucional’, por Manuel Arias Maldonado (Profesor de ciencia política de la Universidad de Málaga y autor de Sueño y mentira del ecologismo, Siglo XXI, 2008, según se consigna en la lista de colaboradores de la revista); ‘Los límites del Estado de bienestar’, por Julio Crespo MacLennan (Historiador y analista de la Europa contemporánea y autor de España en Europa, del ostracismo a la modernidad, 2004, siempre según nuestra revista); y ‘España ante el espejo: una conversación con Fernando Savater’, por Ricardo Cayuela (Jefe de redacción de Letras libres y coautor del libo El México que nos duele, 2011).

Letras libres es dirigida por Enrique Krauze, y se ha venido abriendo camino en el repertorio nacional –y también, desde hace diez años, ya lo vemos, en el español– de revistas de análisis y crítica política, literaria y, más genéricamente, cultural, como de inequívoca factura democrático-liberal, queriéndosenos ofrecer también como heredera por la línea directa del legado ideológico-político e intelectual de uno de los nuevos grandes mitos nacionales en tanto que expresión de sublime esteta sensible y de intelectual-literato o, peor, de intelectual-poeta (o, en todo caso, de intelectual-artista crítico y ético), y de quien acaso pretenda Krauze ser sucesor, aunque no ya tanto en el sentido poético-literario, cuanto en el ideológico-intelectual: Octavio Paz.

Otro de los grandes mitos nacionales es, por lo demás, Carlos Monsiváis. Ambos, Paz y Monsiváis (aunque también hay más, como Carlos Fuentes, Fernando Vallejo, Mario Vargas Llosa, Eduardo Galeano, Jorge Volpi, José Saramago), al margen de la calidad sustantiva de su obra (que se determina en la inmanencia de su categoricidad y de su poética o de su estética), fueron (o son) representantes genuinos del ensayista literario, del poeta o del novelista casi siempre sin obra histórica ni filosófica ni teórico-política pero que, sirviéndose de la fama de notoriedad que le asiste para pasearse por cuanta feria del libro le sea dado hacerse invitar para hablarnos de su última novela, se convierte en abanderado de la conciencia ética y, por tanto, en representante impertérrito, implacable, satisfecho, muy regularmente irritante y subjetivamente puro de La Crítica: crítica, según corresponda, del totalitarismo, del autoritarismo, de las ideologías, de la izquierda, de la derecha, del Estado, de la violencia, de los políticos, de la dominación, del populismo, de la guerra, del colonialismo, del capitalismo salvaje, de Hugo Chávez, de Fidel Castro, de Bush, del poder.

Y no se trata de que queramos impugnar el hecho de que uno u otro literato, de que uno u otro poeta afectado o indignado, de que uno u otro cineasta o de que uno u otro artista contemporáneo ofrezcan públicamente sus juicios «críticos» sobre política. Lo que impugnamos es que lo hagan pensando que con su fama de notoriedad (literaria, poética, artística) es suficiente para que, por lo general carentes de una solvencia mínima en materia de teoría política, económica, del Estado o de la historia, se nos presenten como líderes de opinión o como pontífices supremos de la conciencia ética de la humanidad, oscureciendo más que aclarando, con sus opiniones, las cosas (y ya lo dijo Platón: el que sabe no opina), y confundiendo casi siempre la libertad poética desde la que se sitúan en tanto que «creadores» con la mucho más compleja libertad política dentro del Estado y en función de la dialéctica de Estados que determina, en sus instancias fundamentales, la realización y decantación de los procesos históricos.

II

Ateniéndose así a su perspectiva liberal y fundamentalista democrática, los artículos y el comentario editorial –digamos que– planean sobre la superficie de lo que, desde un punto de vista dialéctico, materialista y realista, consideramos como el núcleo central del problema de España, a saber: la nación española. Bien sea desde la perspectiva de la ciencia política, la de las «políticas públicas» o la del ensayo periodístico-filosófico, sólo de manera oblicua se menciona a España o, sobre todo, a la nación española. Presos del maniqueísmo izquierda-derecha y de la Leyenda Negra del franquismo –que son incapaces de desmontar precisamente por carecer de una teoría sólida sobre la izquierda, sobre la derecha o sobre la guerra civil y la revolución; y acaso no la tengan porque no se quiere tomar ninguna de esas posiciones: de izquierda, revolucionaria o de derecha, prefiriéndose optar por la más pánfila y cómoda: la posición liberal y demócrata–, pareciera que Letras libres no tiene otra cosa que hacer más que, en efecto, replegarse a la defensa genérica y políticamente correcta de la democracia. En Cartas sobre la mesa, los editores ocupan un total de tres breves párrafos para hablar de la ETA, de la violencia, de las víctimas y de su dolor, del orden democrático, de las reglas de juego, de las instituciones democráticas, de las fuerzas de seguridad, del Estado, de la ciudadanía, incluso del País Vasco, pero nunca mencionan a España o a la nación española. Habría de entenderse, creemos, que la referencia a ella se hace implícitamente (Estado «español», orden democrático «español», instituciones democráticas «españolas», ciudadanía «española», &c., &c.), pero que acaso hayan considerado redundante hacer tal precisión explícitamente, y no ya tanto por tenerla como obvia sino porque lo fundamental y condenable era y es, ante todo, que ETA habría estado atentando, más que contra España o contra ciudadanos españoles, contra la democracia, contra las instituciones democráticas, contra el orden democrático, contra las reglas de jugo democrático, es decir, contra la Democracia en tanto que máxima expresión política de la Humanidad:

‘¿De veras que, después de 858 asesinatos, era ETA quien nos decía que «frente a la violencia y la represión, el diálogo y el acuerdo» deben caracterizar la vida política? ¿En serio que era «la lucha de largos años» por parte de los etarras lo que creaba la oportunidad para un nuevo ciclo? ¿Ni una palabra para las víctimas? ¿Ni una grieta en esa retórica milenarista y autosatisfecha? Es cierto que ninguno de nosotros esperaba lo que deseaba: una carta de rendición, de disculpa y de aceptación del orden democrático. Sin embargo, el comunicado era asombrosamente irritante, una ofensa con la que un puñado de asesinos perdonaba la vida a millones de ciudadanos que sí habían respetado hasta el momento las reglas de juego’ (Letras libres, 155, Noviembre 2011, ‘Cartas sobre la mesa’, p. 12)

Una disculpa y la aceptación del orden democrático es lo que, en realidad, esperaban los democráticos editores de Letras libres, no una rendición, suspensión o abandono de las reivindicaciones separatistas vascas, a las que a fin de cuentas, en el fondo, confieren legitimidad (el problema es tan sólo, nos dirán, de método) al margen de lo insignificantes que –por lo demás– son desde un punto de vista geopolítico e histórico universal: más hispanohablantes hay en un par de las 16 delegaciones de la ciudad de México (Iztapalapa y Gustavo A. Madero, pongamos por caso), que vascoparlantes o, para los efectos, que son los mismos, catalanoparlantes, puedan encontrarse juntos en Cataluña y en el País Vasco, ¿por qué es tan difícil darse cuenta de detalle tan simple y sencillo pero de tan hondo calado universal y cultural? Esta es en todo caso la cuestión: la imposibilidad o negación de agarrar al toro por los cuernos y hablar de frente del problema de España en los términos de la necesidad y escala histórica de la nación política española.

III

Manuel Arias Maldonado titula su artículo ‘Crisis institucional’, y ofrece un interesante análisis del problema de la administración pública apreciado desde el punto de vista del Estado de las Autonomías y de sus distintas derivaciones: ‘que van de las empresas públicas a las diputaciones, mancomunidades y fundaciones de todo tipo, una estructura institucional que, a medida que se abren cajones, parece confirmarse como un monumento a la ineficiencia’ (‘Crisis institucional’, Letras libres, no. 155, p. 16). Una ineficiencia resultado de una trabazón contradictoria de instituciones instrumentalizada con arreglo a intereses ajenos a lo que se pensaría que es el propósito fundamental de la administración pública: servir a la ciudadanía:

‘Ya se trate de las embajadas autonómicas en el extranjero, de las televisiones públicas y sus diversos consejos audiovisuales, o de los observatorios de aquello que sea menester observar en cada caso, es difícil sostener que estas ramificaciones administrativas sirvan para algo distinto que no sea de agencias de empleo para los partidos y para desviar recursos de las muy necesarias inversiones públicas productivas que –ahora– tanto echamos en falta.’ (p. 17)

Se trata de un despilfarro de recursos y de energías destinados más que otra cosa al desarrollo de una ingeniería administrativa obligada a articular dieciséis reproducciones organizativas que recortan a España en función de la «ideología de las autonomías» que tiene paralizado al país. Y en este punto parece Arias Maldonado querer mantener la equidistancia (sin mojarse, diríamos) respecto del núcleo duro de la cuestión, que es defender a la nación española y a su unidad, para afirmar que una de las razones fundamentales de esta paralización es la dialéctica dada entre, por un lado, la presión ejercida por los nacionalismos históricos, ‘empeñados como están en construir sus pequeñas soberanías’, y, por el otro, el a su juicio «extraño» prestigio que, tras el final de la dictadura, ha venido cobrando el nacionalismo secesionista en las filas de «la izquierda» (utilizando este término unívocamente), acaso, nos aclara Arias Maldonado, como reacción preventiva frente al jacobinismo conservador.

¿Jacobinismo conservador? Pero ¿por qué conservador, si de lo que se trata es de la constitución de la nación española, más que desde la perspectiva jacobina, desde la perspectiva de las Cortes de Cádiz de 1812 en tanto que expresión genuina de la izquierda liberal histórica? Porque no toda reivindicación de la nación española se proyecta necesariamente desde el franquismo o desde Falange (quien así lo piensa no tiene una teoría de la izquierda ni de la derecha que vayan más allá de los tópicos y lugares comunes reproducidos por ideólogos y periodistas). Y es que si de jacobinismo se tratase, no tendría por qué considerarse contradictoriamente como conservador sino, muy al contrario, como radical, como de izquierda radical pero en un sentido definido políticamente: en función del Estado, del poder del Estado y de la nación política como plataforma fundamental. Lo que es conservador y de derecha, además de, como decimos, irrelevante geopolíticamente, es ni más ni menos que el nacionalismo separatista étnico (vasco o catalán).

En todo caso, y volviendo al planteamiento sin duda interesante de Arias Maldonado, nos comenta en su artículo que hay una serie de «lógicas» que obstaculizan la toma de decisiones fundamentales y necesarias para lograr un articulación y funcionamiento unitarios y equilibrados del sistema de funcionariado estatal y, en general, de la máquina burocrática del Estado: 1) la lógica partidista, ‘que exige buscar acomodo y salario para el máximo número posible de miembros del partido’; 2) la lógica nacionalista, ‘que exige acumular competencias sin atender a su mejor ubicación, así como dar un barniz identitario al mayor número posible de política públicas; 3) la lógica autonomista, ‘que exige reproducir las patologías nacionalistas en todas las regiones, con el resultado práctico del surgimiento de diecisiete predios legislativos sin coordinación entre sí; 4) la lógica gobierno/oposición, ‘conforme a la cual los dos partidos mayoritarios no pueden ponerse de acuerdo para racionalizar este sistema’; 5) la lógica de las creencias ideológicas, ‘que impide la introducción de innovaciones en materia de política pública’; 6) la lógica de los intereses creados, ‘que supone mantener los privilegios heredados por ciertos colectivos a fin de evitar todo conflicto con ellos; y, finalmente, 7) la lógica clientelar (p. 19).

La lista de Arias tiene su interés, pero habría solamente que apuntar que estas lógicas son las propias de cualquier Estado nacional o de cualquier sistema político contemporáneo; la clave de la cuestión es, insistamos en ello, más que la confusión administrativo-presupuestara, el problema orgánico estatal que lo determina, a saber: la fragmentación ontológico-política de la nación española y la imposibilidad de plantearlo como tal.

Julio Crespo MacLennan nos ofrece en su artículo ‘Los límites del Estado de bienestar’ un análisis que muy bien podría ser homologable al estado actual de los sistemas de bienestar (de Estados de bienestar) europeos en general. De manera general, las coordenadas de análisis de Crespo nos parecen incardinadas dentro de la bóveda ideológica conformada por los mitos de la democracia, de la transición y del europeísmo: a partir de 1977, se suele decir, España y los españoles iniciaron una nueva era en su historia, la era de la democracia, la libertad y el progreso. España era el problema, Europa ha sido la solución: tal podría ser acaso una premisa de Crespo, sobre todo si se atiende al título del libro del que se dan referencias en su ficha de presentación de la revista: España en Europa, del ostracismo a la modernidad, un título que se nos ofrece desde la distancia como posible (y decimos posible porque no lo hemos leído) perla del patético complejo de inferioridad y anti-español de tantos españoles (¿no se ha dado cuenta Crespo de que no se trata de que España esté o no en Europa sino de que, muy al contrario, España es clave fundamental para entender lo que hoy es Europa y el occidente cristiano?).

En todo caso, la tesis de Crespo se desarrolla en función del señalamiento de los logros a los que en materia de sistema de bienestar (salud, educación, pensiones) se había llegado en España, sobre todo a partir de 1977. Con la transición y consolidación democrática y con el ingreso en la Unión Europea, España llegaba al siglo XXI con uno de los sistemas de bienestar más envidiables de Europa occidental. Pero los años recientes han sido de crisis recurrentes y orgánicas, habiendo llegado España y su clase dirigente a un dilema ineludible: el Estado de bienestar, a la luz de sus límites históricos, nos dice Crespo, tiene que ser replanteado si es que quiere mantenerse con vida en el futuro.

El problema fundamental es el demográfico. España se está reduciendo demográficamente, lo que implica, tendencialmente, una reorganización drástica de los patrones tanto socio-económicos y productivos como culturales y poblacionales:

‘Después de la explosión demográfica de los años sesenta, el número de nacimientos de españoles comenzó a descender hasta llegar a niveles preocupantes… España está entre los treinta países del mundo con la tasa más baja de natalidad, por debajo de los dos hijos por mujer, que es lo que mantiene la población estable. Las tasas de natalidad son tan raquíticas que se ha hablado incluso del suicidio a largo plazo del pueblo español, y, en este lento camino hacia la extinción, el Estado de bienestar desaparecería por la sencilla razón de que este sistema solo es viable con una amplia población laboral activa que mantenga a la que no lo está… Hoy en España hay tan solo dos trabajadores en activo para cada jubilado, considerablemente por debajo del número mínimo de trabajadores por jubilado que pueda garantizar las pensiones y las otras partidas del Estado de bienestar a largo plazo. Cuando el presidente Roosevelt creó la seguridad social norteamericana, Estados Unidos contaba con 42 trabajadores por cada pensionista…’ (‘Los límites del Estado de bienestar’, p. 23)

Las políticas de incentivación de nacimiento serían claves para intentar revertir esta tendencia, si bien es cierto que, en ese rubro, España se ha mantenido por debajo de los niveles que en otros países, como Reino Unido y la República de Irlanda, se han puesto en operación.

Con todo, repetimos que la crisis del Estado de bienestar español puede de alguna manera ser homologable al de los países de la Europa continental, sobre todo en el contexto de la aguda crisis económica por la que atraviesan muchos países. Las recomendaciones que MacLennan enlista a efectos de lograr mantener con vida al Estado de bienestar español son en realidad aplicables a cualquier Estado del presente, lo que las hace en realidad un tanto obvias, como obvias son muchas veces las propuestas de cualquier político menor en campaña:

‘Para tener un Estado de bienestar sostenible, España necesita que su economía vuelva a funcionar, que la pequeña y la mediana empresas vuelvan a crear riqueza y empleo, que los empleados vuelvan a pagar impuestos con los que sufragar el coste del Estado y que el país vuelva a crecer; a más largo plazo necesita que aumente su población más joven, fomentar una cultura más emprendedora, perseguir el fraude y la corrupción; por último necesita un gobierno y una clase política mejor preparada y con mayor grado de responsabilidad en la gestión del dinero público.’ (p. 27)

El último artículo de este dossier especial es una entrevista que Ricardo Cayuela en algún momento hizo a Fernando Savater: ‘España ante el espejo. Una conversación con Fernando Savater’ es el título con el que se presenta. Se trata en realidad de la transcripción de una conversación entre ambos que tuvo lugar en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Abordaron varias cuestiones: desde la crisis general de España, hasta los últimos años de Zapatero, pasando por la ridícula prohibición de las corridas de toros en Cataluña (que se empeñan, en su pequeño y satisfecho ombliguismo, a auto-aislarse de la plataforma universal que es Hispanoamérica), el problema de la universidad española o la crisis del narcotráfico en México.

Fernando Savater es, como muy seguramente se sabrá, el «intelectual» español que mejor ha sabido venderse en tierras americanas. Cada vez que visita México, bien sea a participar en algún foro o congreso, bien sea a presentarnos alguna novedad literaria o ensayística suya en la feria del libro correspondiente, son largas las filas y abundantes las muchedumbres que abarrotan las mesas de firmas de libros o los foros que para los efectos se preparan en torno suyo. Ricardo Cayuela mismo, por ejemplo, no perdió la oportunidad de compartirnos en las líneas introductorias a la entrevista una confesión a la luz de la que nos es dable ponderar la catadura y definitiva rotundidad de su formación filosófica: ‘Autor de un diccionario filosófico personal, a lo Flaubert, autor de una novela sobe la vida de Voltaire, autor de varios tratados y manuales de aproximación al saber filosófico, incluido el ya clásico Ética para Amador, la obra de Savater ocupa varias estanterías de mi biblioteca bajo el rubro de «Imprescindibles»’ (‘España ante el espejo’, p. 28).

‘Lo que pasó con España es lo que ha pasado con la idea de una Unión Europea, incluso con la idea del Estado de bienestar: muchas cosas han entrado en crisis’, fue la respuesta de Savater a la primera pregunta de Cayuela (¿Qué pasó con España?) Una ficción económica, social y educativa podría ser acaso lo que, a juicio de Savater, se ha hecho con España, disparando aunque sin decirlo a la base del gran mito del Estado de bienestar de mercado pletórico capitalista y democrático que se promocionó por todos lados.

Y entra Savater en todo caso al núcleo del problema, aunque no sea desde la explícita mención de la nación española, porque dice:

‘Además de la ficción económica, estaba también la ficción de que esto no era un país sino diecisiete o dieciocho, o no sé cuántos, de que todo lo que diferenciaba era bueno y todo lo que unía era malo. Eso lo defendían personas intelectualmente desarrolladas, por lo menos a primera vista. Ahora se ve que afrontar una crisis como esta con un país desunido es mucho más difícil.’ (p. 29)

Una dificultad que, al momento de haberse realizado la conversación, habría (y habrá en efecto) de ser encarada por un nuevo gobierno, el encabezado por Mariano Rajoy y el Partido Popular, que era visto ya por Savater en esos momentos como seguro ganador de las elecciones (como en efecto sucedió): ‘el pronóstico es bastante fácil: va a haber casi con certeza un cambio de gobierno. La duda es si con mayoría absoluta. La mayoría absoluta tiene, desde luego, sus problemas, pero que no la haya también, porque significa volver al apoyo de los nacionalistas. Por otra parte, creo que, con una fórmula u otra, sea Sortu, Bildu o Amaiur, va a presentarse el grupo radical abertzale, puede que unido a algún otro grupo, y además van a tener votos, no solo en el País Vasco, sino también fuera, porque es el epítome de lo antisistema’.

Estas son, pues, las tres perspectivas brevemente comentadas desde las que Letras libres ofrece un análisis de la situación actual española. La redacción del número se hizo antes de las elecciones generales, resultado de las cuales ha sido, como se sabe, el triunfo del Partido Popular. Desde nuestra perspectiva, la pregunta fundamental tiene que indagar sobre la capacidad objetiva que tanto un gobierno como el otro (bien sea el PSOE o el PP) puedan tener para frenar o hacer retroceder la tendencia que, al parecer, avanza cada vez con más fuerza y contundencia: la tendencia a la fractura política nacional de España. Ese es el problema cardinal de España. Pero mientras unos y otros sigan presos del complejo anti-español escandalosa y tristemente compartido por muchos, el escenario futuro no puede verse con optimismo. Puede que muchos españoles, por corrección política, no puedan o no quieran abordar el problema de frente. Acaso pueda ser de alguna utilidad que sea un mexicano el que lo haga y se los diga.

 

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