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El Catoblepas, número 118, noviembre 2011
  El Catoblepasnúmero 118 • diciembre 2011 • página 10
Artículos

El cerco a la información

Fernando Bellón Pérez

Los periodistas solos no podremos darle la vuelta al destino. Lo único que podemos hacer es prepararnos y cuando las circunstancias nos convoquen, estar a la altura de las circunstancias

Eduardo Altube, Periodista y caverna

Los medios de comunicación se están transformando a pasos acelerados. El que sufrirá un cambio mayor es el que tradicionalmente ha sido la base para la formación de la opinión pública moderna: la Prensa Escrita.

Su crisis está siguiendo un camino fatal abierto por los medios audiovisuales, la radio y la televisión, cuya transformación en los últimos cuarenta años ha sido calamitosa: han pasado de emitir una información severa y casi sentenciosa a la información-basura, y de una programación basada en el casto entretenimiento a la zafiedad, el estímulo de la desvergüenza como fuerza impulsora del «éxito» social.

La libertad de expresión incluye mensajes y lenguaje nauseabundos. Pero que estos ocupen casi al completo el espacio informativo y comunicativo depende de los directivos de los medios, no de una supuesta inclinación del ser humano hacia lo sucio y aberrante. Es una decisión responsable y calculada de los gestores, apoyados en un estado mayor de oficiales con pocos escrúpulos y ejecutada por un ejército de periodistas y comunicadores cuya necesidad de ganarse la vida no les exime (nos exime) de una parte alícuota de responsabilidad.

No deseo quedarme, sin embargo, en un admonición moral o política acerca de la transformación en curso de los mass media, sino explicar lo que a mi entender es una concatenación de causas morales, políticas y económicas de ella.

Para empezar, acoto el colectivo más afectado por ese imprevisible futuro: los periodistas. No todos los que trabajan en los medios de comunicación ejercen de periodistas, aunque casi todos procedan de las Facultades de Ciencias de la Comunicación en sus diversos departamentos.

Según el mismo criterio, acoto el campo sometido a crítica en este breve ensayo: la información. El material de trabajo de los periodistas es la información. Dicho con algo de método, la información es el resultado de las operaciones profesionales de los periodistas con un material en bruto, las noticias, que emergen del océano de la realidad como bancos de atunes. El periodista-pescador-restaurador tiene como tarea la captura, preparación y precocinado del atún que luego nos serviremos a la mesa.

Una rápida ojeada histórica

Hasta los años 70 del siglo pasado, periodista era aquel o aquella profesional que se ganaba la vida en un diario impreso buscando noticias, procesándolas y transformándolas en un producto que se atenía a un esquema general, llamado información.

Los periodistas españoles buscábamos las noticias, las transformábamos en información escrita, y los periódicos vendían información impresa.

Ni en la radio ni en la televisión se daban estas condiciones, con excepción de Radio Nacional de España y Televisión Española, ambas empresas públicas, y las únicas facultadas para emitir noticiarios.

Hubo de caer la dictadura y normalizarse la democracia en España, al final de los 70, para que la radio privada adquiriera esa facultad. La televisión privada no lo hizo hasta los años 80, que es cuando apareció.

Al contrario de lo que suele creerse, no éramos ninguna excepción. España no era diferente. En los países de democracia parlamentaria de nuestro entorno, la televisión privada no empezó a emitir información hasta los años 80, con la excepción del Reino Unido, que lo hizo en los años 50, aunque la emisora en cuestión ITN (Independent Television News) tenía participación estatal.

Resulta curioso que en toda Europa la información audiovisual se liberalizó en la década de los 80. Curioso, porque se diría que la muerte del dictador Francisco Franco facilitó la libertad de prensa audiovisual en el continente. A no ser que este fallecimiento tuviera una misteriosa influencia en el resto de Europa, hay que deducir que en ningún país (salvo el Reino Unido, insistimos) la clase política consideraba a la audiencia audiovisual lo suficientemente madura para recibir una información no tutelada. Sorprendentemente, casi todos los políticos democráticos europeos pensaban como Franco en relación con este asunto.

¿Qué sucedió entre 1975 y 1985, por situar dos fechas convencionales, para que el Estado abriera la puerta a la información audiovisual en la Europa no socialista?

A mi entender, y a falta de un estudio profundo sobre el tema, los Estados consideraron innecesario controlar la tecnología con mano de hierro, y decidieron dejar que el mercado empezara a actuar en un sector hasta ese momento estratégico. No es que hubiese dejado de ser estratégico, al contrario, los medios de comunicación audiovisuales calaban cada vez más en la población, porque el número de aparatos receptores se disparó; pero un estado que se autocalificaba de democrático no podía contradecirse. Imagino que la propia evolución del Mercado Común, camino de ser Comunidad Europea y luego Unión Europea tuvo que ver en esta liberalización.

Es preciso aclarar que en los Estados Unidos, los medios audiovisuales tienen también un tutelaje nacional o estatal desde su propio inicio. La Federal Communications Commission (FCC) una agencia independiente del gobierno de los Estados Unidos fue establecida en 1934, por la Ley de la Comunicación, y regula todo lo que compete a las comunicaciones interestatales e internacionales por radio, televisión, cable, satélite y telégrafo. Canadá, Australia y Nueva Zelanda funcionan con una normativa que oscila entre el liberalismo británico y el norteamericano. En los estados iberoamericanos los medios audiovisuales han dependido más de la iniciativa privada que de la estatal, quizá porque el aparato administrativo es muy endeble y a las clases dominantes les resultaba más práctico crear sus propios medios.{1}

La tecnología no perjudica la información

El periodismo audiovisual tiene, pues, en Europa poco más de 30 años de historia. Una historia agitadísima, que ha evolucionado desde la sobrecarga de información en los espacios dedicados a ella (la información pura y dura, se llamaba equívocamente), hasta la práctica erradicación de la misma. Todavía hay información, pero escasa, breve, limitada, sintética y mal elaborada.

Este último punto es el que más nos interesa ahora: la mala calidad de la información en los medios audiovisuales.

Nos interesa porque es la clave del oficio de periodista.

A veces se arguye que los productos elaborados por artesanos son mejores que los manufacturados o los realizados con complejas operaciones tecnológicas. Esto es falso. O en todo caso, sólo puede ser relativamente cierto en los oficios más antiguos y que menos complejidad tecnológica requieren: los relacionados con los alimentos, la indumentaria y la construcción básica de muebles y viviendas

Quiero decir con esto que la tecnología no perjudica a la información, sino bien al contrario. Entonces, ¿cómo es posible que se confirme el tópico que alimentó las revueltas de artesanos contra las máquinas a lo largo del siglo XIX?

La explicación no es tampoco sencilla. Tiene que ver con la mercantilización y la industrialización del producto mediático. En los objetos de consumo primario, ambos procesos tienden al abaratamiento del producto gracias a la automatización y a la mecanización de su producción en todos los sentidos, pero no a un rebajamiento de la calidad, aunque también puede darse, pero no por necesidad.

Para entender mejor este hecho indiscutible, la mala calidad de la información en los medios audiovisuales, conviene hacer un repaso histórico. No hace falta que nos vayamos muy lejos, retrocedamos dos décadas, es decir, cuando habían acumulado ya diez años de experiencia informativa. Me refiero a los años noventa.

El impacto espectacular de las guerras

Fue la edad dorada del periodismo impreso y a la vez su canto de cisne. Estoy hablando de los periódicos nacionales o internacionales de prestigio: en España, El País, ABC, La Vanguardia, el Mundo. Fuera, Le Monde, Corriere della Sera, Die Welt, The Times, The Guardian, The New York Times, Excelsior, Clarín, y algunos semanarios prestigiosos tipo Der Spiegel, Le Nouvel Observateur, Times o Newsweek.

El mundo acababa de experimentar la mayor revolución política desde la toma del poder por los bolcheviques en Rusia. El fin de la Guerra Fría y las nuevas perspectivas que se abrían en el planeta centraron la atención de la prensa impresa que, a través de sus corresponsales, dio cuenta del fenómeno.

Se acababa una guerra virtual, y se multiplicaron otras reales, de menor calado, pero llenas de horror: Yugoslavia, África Central, Oriente Medio.

En relación con la guerra, reparemos en un hecho significativo, su influencia determinante en la transformación de los mass media.

Me refiero a la última década del siglo XX y la primera del XXI. Aquella en la que se fraguó el gran salto tecnológico que permite la transmisión de noticias e información instantáneamente y desde cualquier extremo del planeta a su opuesto.

La explotación de esta posibilidad, por ser cara, se limitaba a determinados acontecimientos casi siempre programados: desde una boda real a una guerra. Obsérvese que la primera guerra de Irak fue ya retransmitida en directo desde Bagdad, curiosamente desde el escenario de los agredidos, porque la información desde el escenario de los agresores llegaba con cuentagotas, administrada según intereses militares tácticos y estratégicos, y sin posibilidad de contraste por parte de los informadores. Los llamados directos eran más impactantes desde territorio iraquí que desde territorio «aliado», aunque el volumen de información que aportaba también era mínimo.

La guerra fue el escenario donde se probaron las nuevas tecnologías (en todos los sentidos, en el militar, en el de las comunicaciones y en de los medios). Porque además del Oriente Medio, Yugoslavia y determinadas operaciones yanquis en Centroamérica fueron objeto de interés mediático.

El conflicto bélico certificó que la información podía transformarse en espectáculo.

La industrialización de la información

Pero es preciso recordar que detrás de esas primeras páginas llenas de cataclismos históricos había muchas otras páginas de información: nacional, local, de sucesos, de espectáculo, de sociedad, &c.

Un periódico impreso rebosa información. Es decir, si sólo fueran vendibles las crónicas de los «grandes» corresponsales, muchos días (incluso de aquellos años) no habría nada interesante que imprimir.

He aquí el talón de Aquiles de aquellos super-diarios. Tenían que llenarse de noticias de todo género y forma.

La competencia de los diarios de bulevar o prensa amarilla, con tiradas infinitamente superiores, les obligaba a ofrecer a su clientela información «menor».

Pero la mayor competencia se la hacía la televisión y, en menor medida, la radio.

Y así llegamos a un punto que yo denomino del «periodista sin currículum».

En los últimos ciento y pico años, los diarios impresos han necesitado de una cantidad de periodistas proporcional al producto ofrecido. La profesión de periodista es algo más que actuar de corresponsal de guerra o diplomático; esto es lo excepcional.

La abrumadora mayoría han sido y son profesionales capacitados para la búsqueda de noticias, y su transformación en información. Tanto en los medios populares como en los de elite.

Como digo, la década de los noventa fue la edad dorada de la prensa impresa. Y el principio de la crisis que la conduciría a lo que es ahora, un sector que ha perdido su identidad. En esos emocionantes años, las maniobras de los grandes consorcios y sus propietarios se convirtieron en algo habitual: absorciones, compra-ventas, nuevas aventuras informativas, monopolios mediáticos... Además, por primera vez, se registraba un fenómeno desconcertante: la propiedad de medios de distinto formato. Empezaron a constituirse empresas mediáticas en las que convivían los medios impresos y los audiovisuales. Las leyes antimonopolio fueron convenientemente modificadas, no tanto por los oscuros (más bien evidentes) intereses de los super-editores, cuanto por la necesidad de establecer esquemas empresariales compatibles con las transformaciones que experimentaba el panorama mediático internacional.

La información se industrializaba y se automatizaba.

El curso de los acontecimientos tecnológicos y su impacto en los profesionales de la información anunciaron el escenario que hoy impera en todos los medios: los periodistas son meros operarios de la información, son mano de obra que trabaja en lo más parecido a una cadena de montaje industrial, y por tanto fácilmente sustituibles.

Por eso, hoy la calidad de la información es tan mala, tan baja, tan pobre, y la buena información es casi excepcional. Cualquier individuo con estudios preuniversitarios está capacitado para realizar esas transformaciones básicas de la noticia en información. En este proceso degenerativo, los medios impresos han imitado sin poderlo evitar, el curso de las formas de trabajo en los medios audiovisuales.

Echemos una ojeada a estos últimos.

Los elementos básicos que hoy imperan en los informativos audiovisuales estaban ya presentes en los medios de hace dos décadas, aunque quizá en un modo embrionario.{2}

Dosificación a cuenta gotas. El curso de los noticieros radiofónicos y televisivos en los últimos tiempos tiene dos componentes contradictorias: cada vez son más largos y las noticias cada vez son más cortas. En todos los medios. Esto, la concisión, que en principio es una virtud, un efecto consustancial de la práctica del buen periodismo, llevado a su extremo se convierte en un absurdo: es más importante la fragmentación del tiempo en que se divide el informativo, que la propia información.

El fenómeno parece hacerse en beneficio de la tensión, del ritmo del informativo, que en ocasiones llega a ser frenético. Según los que dirigen, semejante carrera desbocada asegura que la audiencia permanezca atenta a sus pantallas. Como el argumento viene de directivos, no admite réplica, pues por dirigir se supone que entienden más que otros.

Las prisas y la poca especialización llevan al periodista a capturar fragmentos cada vez más pequeños, más inconexos de la realidad. Se rompe el mecanismo lógico y más profesional de, primero, intentar comprender la realidad, para luego describirla en forma de información.

El efecto de esta práctica generalizada es la trivialización de la información, y en ocasiones, el equívoco, cuando no la falsedad. No estoy hablando de un efecto deliberado, sino de algo que se deriva inevitablemente de semejantes causas.

Corolario de lo anterior, superficialidad, fugacidad. El periodista, sometido a múltiples presiones ajenas a los mandamientos de su trabajo, se contenta con capturar sólo un instante de la realidad. Un instante que ni siquiera él puede elegir, el instante que se le ofrece al llegar al lugar de los hechos o al recibir los datos que constituirán la base de la información.

Esta fragmentación y esta instantaneidad de la realidad conducen al periodista a ignorar obligaciones como la de contrastar hechos o declaraciones. Se ha de conformar con lo primero que oye o graba, y con el primer recorte de periódico que le pasa el servicio de documentación.

Variedad innecesaria. Los informativos electrónicos son hoy caleidoscópicos. Para mantener la atención del espectador se le seduce con un menú extensísimo, del cual no puede probar nada seriamente, no da abasto. Nuestro siglo es el siglo de lo efímero en materia de información, las noticias se pudren en cosa de horas.

«Fabricación» de la realidad. «Fabricación» entre comillas. Un medio potente puede centrar el punto de mira de un informativo en lo que le interese. Además produce un fenómeno de arrastre. Con frecuencia los medios se dedican a «fabricar» una noticia, a dar importancia, a exagerar el interés de algo sin gran valor, secundario, o incluso trivial, y el resto de los medios no puede hacer otra cosa, muchas veces, que subirse al carro.

Confusión entre la información y el espectáculo o más bien «lo que impacta». El peligro derivado de ello es la frágil frontera entre el profesional y la estrella. Quizá esto derive del carácter espectacular de los medios audiovisuales, en especial de la televisión.

Utilización abusiva del novicio. Las redacciones de los diarios, las radios y las televisiones nacionales españolas están llenas de becarios. Esto debería ser algo favorecedor, una cancha en la que los novicios se entrenan. Pero aquí no hay entrenamiento posible. Como hemos dicho antes, la calidad tiene tan poca importancia en los informativos audiovisuales, que los becarios pueden intervenir nada más entrar en la redacción, no necesitan ni unos días de práctica, sino dosis de audacia rayanas en la temeridad.

La inflación de becarios y estudiantes en prácticas no es un fenómeno de importancia relativa, sino clave, porque está determinando esta manera frágil, insustancial, superficial, de brillantina, que define los informativos electrónicos de nuestro país.

La información basura

Observemos la cara positiva de los medios electrónicos vigentes.

Muy pocos periodistas hay hoy sin titulación universitaria. Y los que no la tienen, no se quedan cortos en su calidad profesional. En general el grado de formación de la tropa periodística española es excelente, y su capacidad de trabajo, vasta.

Ningún informativo de radio y de televisión de características nacionales o regionales podría hacerse hoy sin un trabajo previo de organización y distribución de las tareas, sin el concurso de una pléyade de profesionales de toda índole. Hacer un informativo parece fácil, y puede que lo sea, pero es muy complejo. Los mejores informativos no suelen ser los más imaginativos o los que cuentan con más estrellas, sino los mejor gestionados, los mejor planificados.

Esa organización, ese famoso «trabajo en equipo», ha de ser tan amplio y ramificado como dúctil. No hay fórmulas rígidas, no hay dogmas. Hay que estar alerta y preparados para la modificación urgente (pero fruto de la reflexión y de la experiencia) de cualquier aspecto de la redacción y de la parte tecnológica.

Por último, esta necesidad de ser dúctiles se debe a los cambios, avances y perfeccionamientos técnicos en el mundo de los medios de comunicación.

Estas características son propias de los medios audiovisuales españoles, en especial de las cadenas televisivas, que cuentan con instrumentos de carácter tecnológico, una tecnología relacionada con la ingeniería de la telecomunicación y la informática. Una emisora de televisión puede funcionar con pocos periodistas sin experiencia bien dirigidos por un profesional competente; pero necesita técnicos, operadores de equipo o de cámara con la mejor formación, sin los cuales, no puede emitir.

Es significativo que, hasta el presente, los sueldos de los técnicos hayan estado muy por debajo de los sueldos de los periodistas. Hasta que las transformaciones tecnológicas han acabado con la diferencia. Un periodista becario cobra lo mismo que un técnico becario. Otro hecho lleno de relevancia es que unos y otros proceden con frecuencia de la misma cantera, las facultades de Ciencias de la Información o de la Comunicación; y a veces se da el caso de operadores de equipo o de cámara que terminan una beca y consiguen otra como periodistas o viceversa.

Grave error será considerar esto como la realización de esa fantasía del «periodista multifunciones». Nunca ha existido ni podrá existir un hombre o una mujer capaz de buscar noticias, grabarlas, editarlas y emitirlas. El fenómeno sí se da, sobre todo en la radio. En las ruedas de prensa se ve a jóvenes de uno u otro sexo portando aparatitos sofisticados. Pero eso no garantiza que sean periodistas, sino portadores de aparatitos sofisticados que saben manejar con cierta habilidad. Se ha pretendido extender a la televisión, y hay productoras independientes (trabajadores de medios, en paro) que intentan explotar la posibilidad técnica. Sin embargo, sólo da resultado en circunstancias previsibles, como ruedas de prensa o convocatorias oficiales, donde todo está guionizado de antemano.

La rebelión de los periodistas ante las ruedas de prensa sin preguntas es una evidencia de este fenómeno. Los políticos se han acostumbrado a manifestar opiniones o noticias en encuentros fugaces e improvisados con la prensa, y poco a poco han llegado a la conclusión de que no tienen más que decir que lo previsto o la ocurrencia del instante. ¿Qué necesidad tenemos de abrir turno de preguntas, si nos vamos a desviar de lo que nos interesa? Pues, nada, no hay preguntas. Si no hay preguntas no hay periodismo, es la respuesta lógica e inevitable de los profesionales de los medios. No es una reacción deontológica, sino profesional.

¿Por qué el uso a fondo de la capacidad profesional de los periodistas y técnicos es excepcional?

Porque no se quiere, porque sale más caro. Porque no conviene a las empresas, que han encontrado en la información basura una fuente de ingresos a un precio muy bajo.

La tecnología para la recogida de noticias ha experimentado unos cambios formidables. Sin embargo, la tecnología para la búsqueda de noticias es exactamente la misma que hace un siglo: se trata de ir a las fuentes.

Las cadenas de radio y de televisión se han multiplicado en los últimos tiempos, y en la misma proporción se han incrementado las horas de programación. Por su parte, los diarios y revistas han ido engordando con todo tipo de suplementos, básicamente por razones publicitarias.

Esto ha precisado de cantidades ingentes de material, que no siempre los profesionales de la mediación pueden cosechar por su propia cuenta en los sembrados inmensos de la actualidad. Para suplir esta demanda, poco a poco se han creado mecanismos de abastecimiento.

Los gabinetes de comunicación de las Administraciones en activo, de las corporaciones económicas, las sindicales, las Iglesias, las oenegés, las fundaciones de toda naturaleza, los centros de mercadeo cultural como museos, editoriales, compañías de teatro y distribuidores cinematográficos, y las corporaciones de los propios medios, todos emiten comunicados, noticias prefabricadas o fabricadas al efecto de ser transmitidas. A continuación, las redacciones de los Informativos o de los Talk Shows y de los medios impresos transforman esa amalgama en lo que se denomina información, aunque la mayoría de las veces no lo sea porque no informa de nada que no se sepa o que sirva para algo más que para satisfacer la curiosidad morbosa.

Resulta fácil deducir que para este tipo de trabajo, no se precisa a un profesional de alta cualificación.

De modo que si un informativo audiovisual está repleto de noticias pre-elaboradas, es decir, transformadas en información antes de llegar a las manos de quien se supone que debe realizar ese trabajo, parece lógico que los gestores de los medios decidan sustituir a sus profesionales por estudiantes o becarios. O por quien esté dispuesto a cobrar como tal. Esa es la clave de las rebajas de sueldos que experimentan los medios.

¿Es sostenible la información basura?

La respuesta no tardará en emerger, y ya se está anunciando. Por un lado, la dará el mercado, es decir, los individuos que consumimos los productos elaborados y emitidos por los mass media. Por otro, la dará la opinión pública, la sociedad civil o como quiera llamarse a ese conglomerado de seres humanos que no forman parte de la clase política ni de la clase financiera. Cómo la dará, es impredecible, porque la opinión pública la forjan hoy en día básicamente los mass media. El rasgo optimista en este círculo vicioso es que la opinión pública de todas las épocas se las ha apañado para salir de las trampas que los dominadores (y ella misma) le tendían.

La dialéctica de lo local y lo global

¿Afectarán los cambios que se avecinan o que están ya en curso en los medios de comunicación a otros sectores profesionales? Me refiero a presentadores, guionistas, productores, y el inmenso piélago de operadores técnicos. Por supuesto. Mucho.

Está en marcha una revolución tecnológica en los medios de comunicación, que ya está teniendo unas consecuencias «humanas» o «sociales» de dimensión considerable. La prueba evidente es el adelgazamiento de las plantillas. Según hemos visto, cada vez se necesitan menos profesionales para realizar el trabajo de recopilación, manipulación de noticias, su transformación en información y su difusión.

Pero hay otras causas más profundas, que «justifican» estas decisiones de reducir la mano de obra mediática.

Desde el punto de vista económico, la razón más contundente en la elaboración de estrategias empresariales, la mayor inquietud de los directivos de los medios de comunicación es la universalización del público, la audiencia o el mercado, y a la vez su fraccionamiento. Esto no es ninguna paradoja, sino la base o el motor dialéctico que está acelerando el cambio de modelo mediático

Hoy en día estamos en condiciones de llegar a todo el planeta desde cualquier punto del mismo técnicamente capacitado (en pocas palabras, con conexiones a redes). Y a la inversa, una tribu massai del altiplano keniata está en condiciones de saber que el ayuntamiento de un pueblo manchego programará tal día tal obra de teatro; otra cosa es de qué le sirve a un massai semejante información.

El público es universal, pero el noventa y nueve por ciento del caudal informativo que procesan los medios (generalistas y localistas) le es del todo indiferente. La información está obligada a fraccionarse.

Pero a la vez, el público, la audiencia o el mercado en los países industrializados y «mediatizados» (con una variedad de medios de comunicación) constituye una masa informe y urbana (aunque sus componentes vivan en barrios suburbanos o en pueblos recónditos). Esta masa informe es el mercado que los medios se disputan.

El público que lee, escucha y ve las noticias es el mismo que acude al cine, mira las películas y los variados programas de la televisión, oye las emisiones de radio al cabo del día y de la noche, se enfrasca en sus teléfonos móviles inteligentes y navega a su libre albedrío por Internet. Un público fraccionado, clasificable por edades, extracción social, económica y geográfica, en definitiva un público heterogéneo. Pero al fin y a la postre, la audiencia general a la que se dirigen los medios convencionales y los novísimos.

Internet, el nuevo vehículo de la prensa escrita

La delantera de este movimiento transformativo la lleva Internet. Hasta el punto de que una vez que técnicamente (más bien comercialmente, porque la tecnología ya está inventada) se combine con los reproductores domésticos de televisión y de radio, tendrá un impacto ahora imprevisible. Preciso es señalar que se trata de algo bastante más complejo y trascendente que «ver televisión» a través de Internet o que «conectar el ordenador» a un aparato de televisión. Para que se materialice este cambio tecnológico será necesario que el ciudadano común, la masa consumidora, demande (por necesidad creada o por convicción) esta integración de medios, que hoy le produce más confusión que beneficios.

De momento, una tradición sin posibilidad de cambio al cabo de dos siglos, acudir al kiosko a comprar el periódico o recogerlo del buzón, se tambalea.

No hace falta ser ningún profeta ni especialista-gurú para pronosticar que en breve plazo (pocos años) el periódico impreso dejará de aparecer en ediciones masivas, y las publicaciones en papel se reducirán a las pequeñas ediciones. Los ecologistas militantes y los que no lo somos, nos alegraremos de ello. Pero también los empresarios de los grandes consorcios, que hoy emplean un dineral en comprar papel, mantener rotativas y toda la maquinaria de transformación de la letra escrita en letra impresa. La primera consecuencia será la supresión de miles de puesto de trabajo, y no siempre por razones objetivas.{3}

La condición necesaria para que llegue esa circunstancia es que Internet se generalice tanto como el teléfono se expandió hace unas décadas, y que los individuos se acostumbren a emplearlo básicamente para usos privados, que tenderán a ser de naturaleza comercial.

Antecedente de la potencia de este medio son los «teléfonos móviles listos» (smart phone). Algo que a muchos nos parecía una simpleza, que un teléfono pudiera servir para algo más que para hablar a distancia, se ha convertido en un negocio fantástico en el que cada vez nos dejamos atrapar más personas.

Un primer intento fue este: hace más o menos cinco años empezaron a ponerse a disposición de los usuarios de móviles equipados para ello microprogramas de televisión basados en chistes audiovisuales y melodramas cortísimos. La oferta no cuajó. Pero ha tenido consecuencias formidables, ha servido para que otras ofertas se hayan instalado en ese mundo inverosímil de las aplicaciones para móviles, gratuitas o de pago a un coste aparentemente inapreciable para un bolsillo común. La información, la extracción de noticias de la realidad informe, es uno de los servicios o aplicaciones de los smart phones, aunque no el más usado.

He dejado claro al empezar este ensayo que me ciño al fenómeno de la información (como producto de la transformación de noticias) en los medios. Es un recurso metodológico para centrar mi reflexión, porque el porcentaje de información en los medios es bajo. Estimo (por intuición, no me baso en ningún análisis) que no llega ni a la cuarta parte, el 25%, y esto dando por información todo aquello que se presenta como tal en programas así llamados (informativos) o en los que no llevan esta etiqueta pero presumen de ella.

Así pues, si los mass media emiten mucha menos información real de la que proclaman (y muchos creen obtener), ¿qué sentido tienen? ¿Cuál es su utilidad social?

Adviértase que la pregunta no es a quién o a qué sirven los mass media. Es evidente que a los intereses de sus dueños, sean corporaciones privadas o partidos en el gobierno. Pero esto no explica la vigencia y el peso específico de los medios en la sociedad presente. De hecho, los medios vinculados directa y manifiestamente a un partido político, a una ideología o a una empresa ajena al mundo de la comunicación, apenas tienen audiencia. Los medios han de disimular sus intereses. De ahí toda la literatura académica y no académica sobre la independencia, la objetividad y otras zarandajas.

La utilidad social de los mass media es la cohesión de los grupos a los que se dirige, casi siempre con una base nacional, regional o local. Prueba de ello es la implantación de las televisiones autonómicas en España y la proliferación de emisoras regionales.

Es un lugar común acusar a las televisiones autonómicas de dispendios innecesarios. Algunos insisten en que lo mejor que se puede hacer ante estos déficits abismales es suprimir las emisoras o entregarlas a la gestión privada. Pero aunque se hiciera esto último, tendrían que mantener el ámbito geográfico que les da hoy carta de naturaleza.

Los mass media, en especial la televisión, son instrumentos clave en la cimentación de la sociedad; han reemplazado a la autoridad civil y religiosa en la cohesión social. Por eso su futuro ha de importar a todos.

Internet no es ninguna panacea

La Sociedad Mediática existe desde los inicios del siglo XX, y probablemente siga funcionando algún tiempo más, porque el impacto de Internet como aglutinador social, como formador de opinión y como instrumento publicitario en los mercados no tiene visos de sustituir a corto plazo al que ejercen los medios audiovisuales y, en menor medida, los impresos en peligro de extinción.

Esta es mi definición de «Sociedad Mediática»: aquella en la que los seres humanos se reconocen, se definen, se miden y se juzgan por la imagen que de ellos dan los mass media audiovisuales e impresos. En este nuevo ámbito social, desconocido hasta el siglo XX, la máxima aspiración de los seres humanos es ocupar un espacio en el cosmos mediático. Y en gran medida se les valora por su capacidad, habilidad o posibilidad de acceso a los medios de comunicación.

La atribución a Internet de una capacidad globalizadora sólo afecta al mercado, pero no a los individuos, que siguen agazapados detrás de los ordenadores, sin verse ni tocarse. No obstante, el deseo interesado de una elite de individuos vinculados a la Red y la ilusión de muchas personas bienintencionadas y necesitadas de nuevas utopías ha difundido la falacia de que la Red puede ser el instrumento que cambiará a la Humanidad.

Las redes sociales que se han establecido en Internet no tienen siquiera la categoría de tertulia de amigos, los contenidos que difunden son superficiales y efímeros, los foros temáticos serios afectan a grupos muy reducidos de personas que intercambian polémicas académicas o sencillamente estériles, y las bitácoras o blogs son tantos que ni siquiera las leyes del azar los hace útiles. Las ingentes cantidades de imágenes fijas y en movimiento colgadas, por ejemplo, en YouTube, sirven más para el entretenimiento que para la formación o ilustración de las personas, y tienen un efecto parecido al de un amigo chistoso que aparece cada día con una gracia nueva.

Prueba de esta influencia efímera son las llamadas revoluciones del mundo árabe y, más cerca de nosotros, el movimiento del 15 M en España. Se atribuye a la red establecida entre individuos a través de los teléfonos móviles, Facebook, Twitter, &c. la causa eficiente de las revueltas o concentraciones. Esto es del todo absurdo. Tan absurdo como atribuir la Revolución Francesa y la Soviética a los rumores boca a boca o a los panfletos publicados en aquellos tiempos. Es claro que los que forzaron aquellos cambios sociales fueron enterándose poco a poco de que algo estaba en marcha, pero lo que les mantuvo firmes en su propósito fue algo distinto a la comunicación o información o rumores sobre lo que se sucedía. El cambio lo produjo la necesidad de cambiar, las fuerzas desencadenadas y la organización de las masas en clubs o partidos o sindicatos. En cuanto al material escrito, es evidente que tanto los ensayos políticos como los panfletos y artículos que proliferaron fueron decisivos; pero debido a su contenido. Nada que ver con los papeles que se difunden en las concentraciones actuales y con los mensajes de las redes sociales.

Si uno hace el ejercicio de leer los mensajes colgados en la Red sobre el «movimiento del 15 M», además de un fuerte dolor de cabeza no sacará mucho en conclusión. Son una turbamulta de sentimientos, sensaciones y exabruptos, algunos de ellos con cierta gracia e ingenio, pero la mayoría, estereotipos y proclamas impracticables.

Otra cosa es el impacto de las concentraciones en algunas ciudades. Obsérvese la evolución del fenómeno. Ha seguido la trayectoria de toda noticia llamativa: sorpresa, interés, manipulación de unos y de otros, polémicas, reducción del interés general, limitación del interés a los propios interesados, disolución paulatina.

Sé que me la estoy jugando, porque el movimiento puede dar un coletazo inesperado u ocurrir en él algo fuerte como un rapto de violencia. Pero esto no contradice mi argumento: las redes sociales de Internet tienen poco que ver con la indignación de los jóvenes, sirve para canalizarla y difundirla a pequeñas dosis, pero en cuanto los grandes medios dejen de hacerles caso, los indignados se pudrirán en sus tiendas de cartón.

Internet puede servir para muchas cosas, pero no para hacer una revolución o propiciar un cambio social. Internet es un instrumento con múltiples y estupendas posibilidades, sólo eso.

Por ejemplo, un gran servicio de Internet es el correo electrónico, que conecta a las personas individualmente o de individuo en grupo de contactos o amigos. Otro es servir de páginas amarillas o blancas para los ciudadanos que las necesitan. Es decir, Internet es una inmensa central de correos y de teléfonos.

A la vez, es un estupendo útil de trabajo para las redacciones de los medios de comunicación, que usan la Red para completar determinadas informaciones con la documentación ofrecida en infinidad de portales. Y en la misma medida, sirve a los estudiantes de todos los grados y a los ciudadanos curiosos.

En este último sentido, Internet funciona como una biblioteca, hemeroteca, filmoteca y fonoteca gigantescas y universales. Algo de indudable repercusión en la formación de los seres humanos. Pero ninguna biblioteca por excepcional que sea sustituye a un buen programa de educación presencial, sea primario, secundario, universitario o transversal.

Pero por encima de todo, la gran utilidad de Internet es ser un mercado de todo tipo de bienes y productos. Un uso económico, no moral o educativo.

Son muy pocos los que apoyan su personalidad en la existencia de la Red. Algo que no sucede con los mass media, que la mayoría considera espejo de su vida, de la vida en general y hasta de la vida eterna.

Quizá en cosa de una generación el panorama varíe. Está por ver. La incógnita es qué sucederá con las personas que hoy tienen menos de 30 años y que apenas tienen vínculos con los medios tradicionales de comunicación.

Yo creo que el desapego de los jóvenes por los medios de comunicación convencionales no es más que un factor temporal, generacional. En cuanto los jóvenes dejan de ser una casta con bula de hacer lo que les da la gana y se transforman en hormiguitas trabajadoras o en parásitos de por vida, entran a formar parte de la sociedad mediática.

De momento Internet está lejos de cumplir el papel cohesivo que en otras épocas de la Humanidad han ejercido instituciones religiosas o políticas gobernadas por seres humanos reconocidos. A Internet no la hacen funcionar sólo máquinas, pero los verdaderos obradores de la red y sus verdaderos dirigentes son poco o nada conocidos, siquiera para los usuarios más habituales. El mundo regido por las máquinas sigue siendo una pesadilla, no una probabilidad. Detrás de cada máquina hay un ser humano.

El espacio de los pequeños

La democracia de mercado en la que vivimos ofrece un espacio a la iniciativa de los llamados «emprendedores».

Dada la libertad de expresión vigente y el acceso a la tecnología, «cualquiera» puede editar un periódico o abrir un portal informativo en Internet. Obsérvese que el caso no es posible en la radio y en la televisión, controladas por los aparatos administrativos del Estado. Los medios audiovisuales son demasiado importantes, los cimientos de la cohesión social, como para dejarlos en manos de «cualquiera».

¿Quién es «cualquiera»? Descontadas la autoedición privada y las bitácoras no vinculadas a ningún medio, «cualquiera» suelen ser grupos de dos tipos: los ideologizados, es decir que no ocultan ni en sus contenidos ni en sus formas una alineación con la izquierda o con la derecha, contradiciendo el falaz estereotipo de la información objetiva e independiente; y los de grupos no ideologizados que esperan hacerse un hueco en este o aquel segmento del mercado digital, y se afanan en ello.

Fuera del ámbito estrictamente periodístico están los portales de contenido ensayístico o filosófico, equivalentes a las revistas especializadas de antaño. Por ejemplo, no hay universidad pública o centro de estudios privado que no tenga una o varias revistas colgadas en la red, editadas por diversos departamentos. Su sobrevivencia está asegurada por el compromiso vocacional o intelectual de sus colaboradores y por su reducido capítulo de gastos. No puede hablarse en su caso de un medio informativo, aunque tengan relación con la actualidad.

El escaso y disputado espacio de los pequeños, así como el incierto futuro del periodismo son temas de debate recurrentes entre los profesionales por razones obvias.

En la primavera de este año, el Laboratorio de Periodismo de la Asociación de la Prensa de Madrid ha mantenido varias sesiones de un seminario titulado «Propuestas para el rescate del periodismo». En ellas un nutrido grupo de profesionales ha debatido lo mismo que constituye el tema de este ensayo.{4}

No deja de ser curioso (o significativo) que hayan sido los jóvenes quienes ofrecían soluciones impracticables. Impracticables, unas veces por ser fantásticas y otras veces por ser falaces. Por ejemplo, una muchacha que representaba a cierta empresa especializada en el negocio digital, aconsejaba a los nuevos periodistas que se prepararan para hacer de todo, hacerlo muy bien y no esperaran una retribución decente, la mandanga del periodista policualificado.

Los profesionales que actúan en medios digitales pequeños esgrimían argumentos que suenan bien, pero que en la práctica profesional resultan tan poco operativos que se vuelven también falaces, aunque el propósito no sea engañar a nadie (los de los periodistas multiusos sí que engañan o se engañan). Por ejemplo, mencionan un concepto llamado «universo de interactividad», o el «feedback de la interactividad», según el cual, el periodista dialoga con sus lectores, y atiende sus sugerencias. Esto, en un gran medio, que traza con pluma de hierro sus límites profesionales e ideológicos, es sencillamente una fantasía. Y en los pequeños medios es como chatear con un grupo de amigos, se lo pasa uno bien, pero el alcance social de las conversaciones es prácticamente nulo. Otro argumento es el de los halstag o cabeceras de contenido de Twitter que dan la vuelta al mundo y se vuelven millonarios en visitas. Cabe preguntarse la incidencia que tienen en la sociedad; sospecho que no pasan de un pequeño impacto en la conciencia individual, y uno todavía menor en la colectiva, si es que la conciencia colectiva existe. No se puede transmitir pensamientos, argumentos, tesis y teorías a través de SMS; es imposible resumir una idea o una información en 140 caracteres.

Otra cosa es la repercusión de un medio universal, planetario, que establece comunicación instantánea entre quienes se hallen conectados. Son dos cosas diferentes. La imprenta popularizó la cultura y la ciencia, pero también difundió mentiras y facilitó atrocidades. Si tratamos de los medios, la clave es conocer quién los posee o controla, y el impacto de un pequeño emprendedor.{5} En Internet, el dinero sigue siendo poder, poder de llegar a más gente y de influir sobre ella, publicitaria o ideológicamente.

Los periodistas veteranos censuraban el «ideal» del periodista moderno: alta formación, alto rendimiento, mucha calidad y bajo costo. Venían a decir que eso, más que una fantasía es una estafa, y alimenta la indignación de cualquier joven licenciado.

Otra crítica al periodismo digital era que en las empresas con redacción de internet integrada, los profesionales que ejercen en la edición digital no salen a la calle, y sólo se pide de ellos que tengan talento con el ordenador, no su cualificación profesional. Son los periodistas sin apellidos, no hacen análisis, no hacen información, se limitan a editar en el anonimato. La «contracrítica» de los participantes en este seminario que trabajan como responsables de ediciones digitales de grandes periódicos era que las grandes redacciones digitales, por su amplio e indiscriminado horizonte, dejan espacios libres para los pequeños. El problema es que no decían cuales eran esos espacios o dónde había que ir a buscarlos.

Descubrí que existe una especialidad profesional en las redacciones que se llama «desarrollador de productos». Sinceramente, no me enteré muy bien de lo que es, porque al mencionarla daban por hecho que todos sabían de qué se trataba. Deduje que era una especie de editor de editores, coordinador de una redacción con otros departamentos de la empresa.

Bernardo Díaz Nosti, profesor en la Universidad de Málaga, y profesional probado (algo raro en los docentes), elabora un Libro Negro del Periodismo Español que ha visto la luz en el otoño de 2011. «Nuestros empresarios han sido muy poco innovadores: sólo han ido reduciendo páginas, despidiendo a trabajadores y, en ningún caso, innovando», aseguró. Existe, en su opinión, «una burbuja mediática, alimentada por las concesiones de políticos, y una burbuja académica, que ha producido un excedente de mano de obra muy barata.»{6}

Es necesario desvincular el futuro del periodismo y de los periodistas de la crisis que están viviendo las empresas periodísticas, dijo, y se preguntaba con ironía:

«¿Vamos a vincular la suerte del periodismo a la suerte de la industria de los medios?»

Díaz Nosti sabe de lo que habla, porque ha dirigido más de un medio y tiene experiencia con los propietarios. Me llamó la atención que uno de sus argumentos más fuertes fuera un rearme ético del profesional del periodismo, algo que, su juicio, está en disposición de hacer la nueva generación. Este asunto merece una reflexión que ahorro al lector, y me limito a señalar: la única cualidad necesaria que puede pedirse a la información es que sea cierta, verdadera, veraz; no es una cuestión deontológica, es como exigir que un zumo de naranja esté hecho de naranja. De modo que toda discusión «ética» que parta de la manipulación en el sentido negativo de la información es redundante. El problema está en que hoy se da por información lo que no es, y en porcentajes abrumadores. En otras palabras, no es un problema ético, es un problema profesional. «Hay que identificar lo que es periodismo y a los periodistas, y discriminar a los que sean figurantes e intoxicadores», pedía con perspicacia Díaz Nosti.

Esgrimía también la interacción y la participación del público en los medios, y aducía la experiencia de Wikileaks, que ha supuesto un garrotazo al secretismo administrativo, aunque no haya revelado mucho nuevo.

No comparto con mi compañero Díaz Nosti, con quien he trabajado, su optimismo. La naturaleza de su discurso es ética, y choca contra la hipocresía invulnerable a la ética de quienes, desde los grandes medios, aseguran que los huecos libres que ellos dejan son los que deben de aprovechar los jóvenes periodistas batalladores. ¿No suena eso a la parábola evangélica de los ricos que tiraban las migajas de la mesa al suelo para que las recogieran los pobres?

Este periodismo metafísico de mesa rica proclama que el oficio de periodista es vocacional, queriendo decir que ha de aceptar los sacrificios que se suponen inherentes a un sacerdocio. Pero no es lo mismo ser un cura de parroquia en un barrio periférico que obispo de Barcelona, pongamos por caso. Y sin embargo, los dos son vocacionales.

No creo que la vocación sea una cualidad definitoria del periodista. Los periodistas estrella suelen decir que han culminado su vocación. Identificar vocación con éxito es como reservar la satisfacción alimenticia o sexual a un menú de restaurante pijo o a una pareja que no envejece nunca, respectivamente.

Después de esta descripción, parece evidente que no queda mucho espacio para el optimismo. Lo mismo podrían decir los médicos o los profesores, de quien se espera vocación. Y es que la solución a estos problemas profesionales no es sólo profesional, sino política.

Yo, sinceramente, me encuentro perdido ante el futuro. Me parece más bien aciago. Pero peor era el panorama en Berlín y en Londres en 1945.

Viene a cuento, para acabar, eso que ha dado en llamarse el Movimiento 15-M. Las propuestas que se han difundido, hayan surgido de asambleas o sean hijas de la discusión seria y filosófica, son generales, universalizantes y uniformizantes, amplísimas, utópicas, irrealizables. Necesitan de una base política nueva que quizá nazca en los próximos tiempos. Será un cambio cuya necesidad se proclama a voces, sin que conozcamos todavía la dirección a la que nos llama. Entonces tendrán que intervenir todos los ciudadanos.

El escenario mediático español actual, con la industrialización de la producción informativa, la proletarización de los periodistas, la concentración de medios, el arrinconamiento o cerco a la información, y la «cesión» de espacios libres para los pequeños «emprendedores digitales», tiene poco remedio. Los periodistas solos no podremos darle la vuelta al destino. Lo único que podemos hacer es prepararnos y cuando las circunstancias nos convoquen, estar a la altura de las circunstancias.

Notas

{1} En esta página web, el lector encontrará un interesante resumen del tema que yo mismo estoy resumiendo: http://www.avizora.com/publicaciones/television/textos/historia_television_0001.htm

{2} Las consideraciones siguientes son una edición de las publicadas en mi libro Los Informativos Electrónicos. Editorial CIMS. Barcelona 1998

{3} He aquí una prueba, tomada de la actualidad «más palpitante». Se trata de la estrategia de Unidad Editorial para ahorrar costes. Hasta ahora, según la fuente consultada, el grupo Unidad Editorial se ha resistido a los despidos tomando medidas de ahorro. Entre estas medidas figura la reducción de 24 a 8 páginas en los cuadernillos regionales; el cambio de papel en la revista ‘Yo Dona’ para abaratar los costes; la reducción de paginación en los suplementos M2, ‘Expansión y Empleo’ y ‘Mercados’. Para leer la noticia en su contexto, búsquese en esta página de la Asociación de la Prensa de Madrid.

{4} Grabaciones de estos seminarios se pueden encontrar en http://www.apmadrid.es/nuevos-perfiles-profesionales

{5} Suelen argüirse que hay pruebas del éxito de pequeñas iniciativas, como Huffintong Post o los inicios de Google o Facebook. Pero no son más que excepciones, no es una regla general. Lo más frecuente y habitual es que un pequeño medio continúe siendo pequeño, y por tanto su influencia sea minúscula.

{6} Tomo las citas de Laboratorio de Periodismo de la APM: Hay que rescatar a los periodistas de la industria de los medios, información de Sergio J. Valera.

 

El Catoblepas
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