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El Catoblepas, número 119, enero 2012
  El Catoblepasnúmero 119 • enero 2012 • página 4
Los días terrenales

Lennon, Gandhi, Ahmadinejad

Ismael Carvallo Robledo

Se ofrece un comentario sobre la tan lamentable como, por ingenua, irritante desorientación ideológica de algunas «izquierdas» americanas del presente

Ahmadinejad, Bolívar y Chávez

El contexto es el de la última visita del presidente de la República islámica de Irán, Mahmud Ahmadinejad, a los países que –podríamos decir– conforman el bloque bolivariano articulado en función del ortograma ideológico-político de la revolución bolivariana de Venezuela dirigida por Hugo Chávez. Es sabido por todos que las relaciones (de todo tipo: «culturales», comerciales, financieras, energéticas, ¿militares?) entre Irán y Venezuela son cada vez más estrechas y fluidas, y no pierden ocasión los portavoces o líderes de uno u otro régimen para anunciar los proyectos, acuerdos y programas conjuntos que se tienen en marcha.

«El pueblo iraní y el pueblo venezolano» (o el nicaragüense o, para el caso, el cubano) se hermanan, nos dicen, en co-proyección estratégica desplegada en clave anti-imperialista. «La cultura de los pueblos de esta región (Hispanoamérica) son parecidas a las del pueblo iraní», ha dicho Ahmadinejad con motivo de su visita, para añadir luego que «la gente de Latinoamérica ha tenido un pensamiento anticolonial y ahora se ha levantado y resiste frente a los excesos del régimen de opresión» (de Estados Unidos, se habrá de entender).

Anticolonialismo, soberanía, independencia, resistencia, cultura, identidad, pueblo y voluntad popular son algunas de las categorías a través de cuya instrumentalización, en efecto, se formulan ecuaciones ideológicas y geopolíticas de alineamiento anti-colonial,anti-imperialista o soberanista; ecuaciones ideológicas «de izquierda», se dirá siempre, que se esgrimen sin cesar como si siguiera existiendo la Unión Soviética en tanto que referente fundamental de la izquierda leninista-estalinista.

En 1979, tuvo a bien decir Hugo Chávez en visita reciente a Irán en 2009, el «pueblo» iraní decidió en consulta popular –con abrumadora mayoría– que el rumbo de la recién acaecida revolución (la a la postre llamada, en efecto, Revolución de 1979 a través de la que se derrocó al Sha Mohammad Reza Pahlevi) tendría que insertarse en la senda del Islam para dar paso, así, a la instauración de la República islámica de Irán. «La revolución bolivariana saluda, pues, a su hermana, la revolución iraní».

Y ahí una vez más la homologación de los pueblos, del «pueblo», entendido en su sustantivación más metafísica al quererse ver o interpretar como fuente homogénea, unívoca y, sobre todo, implacable (la voz del pueblo es la voz de Dios, dirán muchos) de la soberanía o como encarnación histórico-política del espíritu. Y ahí también la homologación, de todo punto forzada y, sobre todo, abstracta, de la revolución bolivariana con la revolución islámica de Irán. Sin darse cuenta de que un pueblo, como en este caso el iraní, por más implacabilidad que se le quiera en todo caso atribuir, puede equivocarse catastróficamente para convertir una revolución política en un régimen de la más radical derecha imaginable.Ignorando que un proceso político, no por ser democrático o revolucionario, es por ello racional o virtuoso.

¿Que Irán y Cuba y Venezuela –y, en general, la izquierda latinoamericana– están en contra de Israel y Estados Unidos y, correspondientemente, a favor del «pueblo» palestino?Pues muy bien. Que se tome Fidel Castro la foto con Ahmadinejad. Pero las cosas no son tan sencillas y obvias. ¿Conocerá Fidel Castro la foto de Hitler con el Gran Mufti de Jerusalén, Amin al-Husayni, de 1941? Es que ambos estaban, también, contra Israel y los judíos. Y Aminera, en efecto, el principal aliado islámico del Tercer Reich. Esta es la cuestión. ¿Nos vamos a aliar así nomás, con quien sea, en función anti-Israel o anti-Estados Unidos? Pero es que no siempre el enemigo de mi enemigo resulta ser, en automático, mi amigo.¿O sí? ¿Y por qué razón tiene que ser obligadamente Israel el enemigo? ¿Y el enemigo de quién y para qué en todo caso?¿No es tiempo ya de tomar distancia de estos planteamientos para reformularlos a la luz de nuevas configuraciones y de nuevos horizontes políticos, geoestratégicos, ideológicos y filosóficos?

La cobertura mediática en México fue, hasta donde se pudo,lo más objetiva posible. Quienes acaso mantengan ciertas afinidades o con Venezuela o con Irán o, como suele suceder, con ambos a la vez, caso del periódico La Jornada, reportaron sobre los pormenores de la visita del compañero Ahmadinejad –foto en primera plana incluida– orientando globalmente la información en el sentido de la condena esgrimida contra Estados Unidos por su «flagrante violación» tanto de la soberanía iraní como del derecho de autodeterminación de su pueblo en el contexto de la presión internacional ejercida contra Irán para disuadirlo u obligarlo a abandonar sus planes de desarrollo de energía nuclear.

Quienes acaso no vean con buenos ojos ni a Venezuela ni a Irán, acompañaron las notas y los reportes con información relativa o bien a las violaciones a los derechos humanos en Irán, o bien a los presuntos vínculos con el extremismo islámico en el contexto del auge fundamentalista y terrorista anti-occidental.

Se pasa por alto, en general, la contradicción objetiva que existe entre el islam y el resto del mundo, que es un mundo –digámoslo, para entendernos, así– occidentalizado. Los medios o periodistas liberales y demócratas considerarán al islam como asunto de rango secundario, toda vez que la religión es tenida también así, como de rango secundario (o, en todo caso, privado): lo fundamental es la economía, el poder político y el derecho internacional, se nos dirá. El izquierdista activista desorientado verá en el islam una forma de resistencia e identidad cultural, o una forma muy particular de sub-alternidad que habrá de estudiarse en los programas de Subaltern Studies o de Postcolonial Studies de alguna universidad progresista (es decir, relativista y multiculturalista, o, de otra forma, alineada con la Escuela del Resentimiento, para decirlo con Harold Bloom) de California o de Nuevo York; el militante espiritualista new age o el yuppie que busca resolver «la parte espiritual» de su vida (que son muchas veces lo mismo: pequeña burguesía consumista y sin formación clásica, en búsqueda de la felicidad) verán quizá en el islam una manifestación más de espiritualidad y de misticismo al que muy seguramente habrán de acercarse con entusiasmo nomás puedan (una vez que terminen su curso de Cábala, de superación personal, de inteligencia emocional, de musicoterapia o de masajes prehispánicos); el progresista liberal-socialdemócrata agnóstico y anti-clerical dirigirá su atención, más que al islam y sus propios contenidos reaccionarios y aberrantes, a la reacción y sobre todo a la «actitud» que contra él se erige desde posiciones católicas o, en el límite, ultra-católicas (o, más bien, fundamentalistas-cristianas, más literalmente bíblicas que escolásticas), preocupándose más por alejarse y, claro, criticar lo más posible lo que según su esquematismo elemental es la derecha (occidental) intolerante y cerrada, frente a la que opondrá, maniqueamente, su posición tolerante, de respeto por «el otro» y de mentalidad abierta. Este progresista laico, crítico y tolerante se apresurará de inmediato a recordar los casos de fundamentalismo cristiano o protestante (tan abundantes, por otro lado y por lo demás, en Estados Unidos, con la diferencia de que las bombas o las inmolaciones son muy poco frecuentes), o no perderá tiempo tampoco para recordarnos sobre el apoyo que la iglesia católica dio al régimen nazi contra los judíos (tesis que es rebatida por David G. Dalin en El mito del Papa de Hitler. Cómo Pío XII salvó a los judíos de los nazis, Ciudadela Libros, Madrid 2006), en descargo del islam, al que considerará injustamente condenado como matriz de fundamentalismos y de terroristas.

El único que acaso pueda advertir el peligro es, en efecto, el católico o el cristiano, contra el que, a su vez, cerrarán filas tanto el liberal como el progresista y el activista desorientado de izquierda, que, suscribiendo al pie de la letra la metafísica infantil de los derechos humanos, citarán de oídas a Voltaire para decir que «aun estando en desacuerdo, defenderían hasta la muerte el derecho de expresión o de creencia religiosa de cualquier ser humano». La crítica al islam aparecerá entonces, así, como una postura anacrónica, retrógrada y «medieval» (dirán muchos) propia de católicos reaccionarios, representantes del más intolerante y añejo núcleo duro de un occidente eurocéntrico incapaz de comprender el mundo globalizado, diverso e interdependiente de hoy.

Pero la clave de la cuestión es que esa crítica al islam puede ser defendida desde el más consistente racionalismo crítico materialista y ateo, como puede ser el materialismo filosófico, y no nada más desde el fundamentalismo cristiano o católico; un racionalismo que, sin embargo y en todo caso, ha logrado llegar a tal grado de consistencia en la medida precisa en que ha sido capaz de reconocer e incorporar dentro de sus presupuestos ontológicos y dentro de sus métodos dialécticos a, precisamente, la tradición filosófica racionalista escolástico-medieval católica. La crítica que desde una postura semejante se hace al islam no es, por lo tanto, una postura que se pliega o sucumbe al catolicismo, es una crítica racional y filosófica atea con la potencia suficiente como para incorporar (y, si se quiere, hacer plegar) al catolicismo dentro de sus presupuestos crítico-ontológicos (véase a este respecto, que es decisivo para nuestros propósitos críticos, «El puesto del Ego trascendental en el materialismo filosófico», del profesor Gustavo Bueno, El Basilisco, número 40, 2009, páginas 1-104; está disponible también el video de la conferencia que sobre el mismo tema dio el profesor Bueno en la Escuela de Filosofía de Oviedo: http://www.fgbueno.es/act/efo003.htm ).

Y lo que nosotros queremos aquí señalar y condenar con firmeza es la incapacidad y miopía irresponsable de esa supuesta izquierda americana para advertir un riesgo tan elemental y evidente para el racionalismo materialista ateo como lo es el islam. Una incapacidad lindante con la estupidez que lleva a muchos a establecer alianzas aberrantes con regímenes que, como el islámico iraní, están a cientos de miles de leguas de cualquier esquema mínimo o básico de racionalismo materialista ateo.

Entiéndase bien de una vez por todas: la revolución del 79 en Irán, al islamizarse, se convirtió en una revolución reaccionaria y de ultra-derecha (si se quiere seguir usando esta terminología). Nadie que se considere revolucionario y materialista (es decir, ateo) puede considerar a ese régimen como aliado, por más que esté en contra de Estados Unidos. Y si de buscar aliados geoestratégicos se trata, búsquense en otro lado, o constrúyase, dentro de los límites de nuestra plataforma histórica y cultural, los bloques políticos que se consideren necesarios.

Y la miopía afecta a todos por igual: al liberal, al socialdemócrata, al izquierdista activista supuestamente radical: en los tres casos se carece de una teoría filosófica coherente y sistemática y de alta precisión para detectar problemas fundamentales a niveles ontológicos y doctrinarios.

Y es que en esto reside el problema fundamental (y la clave del drama, o parodia, en su conjunto): que la izquierda ha perdido el rumbo no ya nada más ideológico sino, fundamentalmente, filosófico-crítico y dialéctico. La izquierda de hoy (bien en su versión socialdemócrata, bien en su versión anti-imperialista bolivariana e indigenista) carece de fundamentos racionales críticos que le permitan apreciar el despliegue de la realidad política en sus planos de configuración filosófica, histórica e, incluso, teológica, quedando presa de un maniqueísmo rudimentario (psicologista y sociologista) según el cual el mundo se agota en dicotomías hasta cierto punto ya agotadas:izquierda/derecha, centro/periferia, primer mundo/tercer mundo.

Pero eso –mantenerse en dicotomías de la época de Raúl Prebisch– no es lo peor. Esta izquierda, en el entendido de que proviene de algún tipo de militancia o tradición marxista o leninista o trotskista, ha desembocado en una bochornosa y lamentable –que produce muchas veces pena ajena– actitud de miseria y de pequeñez ideológica que se manifiesta en su desesperación por alejarse lo más posible de cualquier referente que tenga olor a marxismo (su horror o incapacidad para mencionar a Marx, a Lenin, no se diga a Stalin, es total y perturbadoramente sepulcral) o a socialismo, sustituyendo, en un salto mortal que lleva del materialismo dialéctico al sentimentalismo ético cristiano más abrumador, a Marx o Engels o Gramsci por John Lennon (las menciones al Imagine son cada vez más frecuentes), y a Lenin o Stalin o Mao por Gandhi (sobre todo por cuanto a su supuesto pacifismo).

Lennon y Gandhi han pasado a ser así, en cuestión de unos cuantos lustros, los referentes fundamentales de una nueva izquierda totalmente extraviada y atada de manos ante la necesidad pragmática (y no decimos pragmático en un sentido negativo o peyorativo) de «no espantar a la clase media», de buscar el voto del ciudadano medio (del pequeño burgués o del new age o del yuppie que sólo quiere felicidad, paz y una vida espiritual equilibrada), de «correrse hacia el centro», viéndose obligada a pauperizar y, sobre todo, a sentimentalizar su discurso político.

Se trata de un nuevo eticismo-pacifismo irenistaque se nos ofrece ya de manera hegemónica (es decir, que se ha hecho ya de cierto liderazgo intelectual y moral dentro de ciertos sectores sociales) en discursos y en planteamientos políticos de una izquierda sentimentalista sin rumbo, que ha cambiado el método crítico y dialéctico riguroso –concediendo que en algún momento lo tuvo, cosa que cada vez nos parece más improbable– por la ética, la sensibilidad, el discurso del amor y el pacifismo de Gandhi y del políticamente insignificante, burgués y capitalista John Lennon.

Nuestro diagnóstico es de alarma: mientras la izquierda bolivariana echa a perder por entero la tradición histórica bolivariano-americana en la que hasta pudo reconocerse un José Vasconcelos, y la izquierda iletrada y timorata se mantiene aterrada en su miseria ideológica y no sabe cómo encarar uno de los mayores peligros de la democracia: la mediocridad y la anulación total de cualquier forma de heroísmo político, siendo capaz solamente de salir al paso acudiendo a referentes tan ajenos a nuestra tradición, como Gandhi, y tan estúpidos y fútiles como John Lennon, mientras unos y otros pierden el rumbo, se le abren las puertas de par en par al islam de Ahmadinejad en Hispanoamérica, abriendo un boquete cultural, ideológico y, a la postre, político, que, lenta pero persistentemente, querrá ser llenado por ideólogos y políticos que saben muy bien lo que hacen y quieren, además de no tener prisa.

Si la revolución bolivariana sigue con su estrategia de alianza con Irán, y si el islam entra y se consolida por su través, estaremos en uno de los más catastróficos escenarios de la historia americana, que habrá de determinar decisivamente los escenarios políticos e ideológicos continentales en, como mínimo, los próximos treinta años o más. El bolivarismo se habrá transformado en un engendro ininteligible y los riesgos geopolíticos en Hispanoamérica serán de primer nivel.Y si los izquierdistas de Gandhi y de Lennon siguen con su panfilismo ético y pacifista, es preciso hacerlos a un lado. Si no son capaces de decir nada sobre el particular (como en efecto ha sucedido), o si no son capaces de salirse de sus bóvedas ideológicas, que se quiten del camino.

Hay que actuar al respectoy a esta escala ideológica, pero también política. Y hay que hacerlo pronto, que los que podrían no saben, y los que no saben, no saben. No hay tiempo que perder.

 

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