Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 120 • febrero 2012 • página 10
En las fases de decadencia, las sociedades sufren ajustes que pueden adoptar formas más o menos agresivas, más o menos traumáticas. No es la primera vez que la crisis de una estructura social, política, económica y cultural produce movimientos de reacción contra sus instituciones. Esos movimientos de reacción suelen revestir la aureola de un puritanismo (por la pureza perdida que se reclama) y de un fundamentalismo (por la recuperación de los principios o fundamentos abandonados) que se reafirman en las capas populares frente a la jerarquía decadente de esas instituciones. Así, se reivindica un cambio o, incluso, una revolución, para recuperar sus esencias más auténticas, ésas que habrían sido traicionadas por la hipocresía y la perversión de los sujetos al mando. En el denominado «Movimiento 15M» (o en el de «los Indignados»{1}), se puede detectar la recurrencia del cristianismo real o auténtico en la forma de una democracia auténtica o real: «Democracia real ya». El idealismo democrático con el que las instituciones escolares y los medios de comunicación masivos han empapado la mentalidad políticamente correcta de los sujetos bajo su área de influencia se revuelve, en la figura de manifestantes burgueses y pequeño-burgueses de amplio espectro, contra sus propios mecanismos, reclamando y aun exigiendo la pureza de una democracia traicionada por las instituciones que encarnan (de modo más o menos cínico) ese mismo idealismo democrático, esa demagogia respetable. Como los cristianos auténticos, las asambleas populares en la Puerta del Sol vendrían a ser una suerte de Eucaristía en la que la transubstanciación del cuerpo del Pueblo Soberano (cuerpo de Cristo de la democracia electiva) es celebrada sin la mediación pecaminosa y corrupta del Parlamento (de la Iglesia){2}. Como se puede leer en el Compendio moral salmaticense (Pamplona, 1805, tomo 2, página 41): «Nada pues de la substancia del pan o vino permanece en la Eucaristía, como lo enseña la Iglesia contra los herejes, sino que en su lugar sucede la verdadera y real presencia de Cristo, que está todo en todas, y en cada una de las partes de este Sacramento». De modo análogo, con independencia de los accidentes individuales de los sujetos que componen las denominadas Asambleas populares, la substancia del Pueblo soberano parecería hallarse todo él presente en todas esas reuniones («Se nota, se siente, el Pueblo está presente»), y de él comulgan los feligreses, unidos por la liturgia (esto es, por la indumentaria, las pancartas, las consignas, las proclamas y canciones, incluso la bebida, como el vino de consagrar). Es la liturgia justamente la que fija la ligazón entre los miembros de una comunidad. El término religión (religare) alude a ese vínculo que se establece entre sujetos en función de una instancia que es trascendente a ellos y que tiene consistencia simbólica, grupal, pletórica{3}, idiota{4}, por lo que su existencia real, positiva, enteramente metafísica en realidad, carece, en todo caso, de relevancia, sea Dios, la Historia, el Pueblo, la Democracia, la Humanidad, la Patria, la Sangre, la Raza, la Lengua o cualesquiera otras máscaras del Absoluto{5}:
"En el Antiguo Régimen el cristianismo era el valor supremo, fuente de todos los valores, que dignificaba a las instituciones políticas, artísticas, tecnológicas, morales... («rey cristianísimo», «por la Gracia de Dios», «familia cristiana», «música cristiana», «arquitectura cristiana»...). En el Nuevo Régimen el término cristiano fue gradualmente secularizado y sustituido (a la par que el «Hombre» sustituyó a «Dios» y el «Pueblo soberano» sustituyó al «Pueblo de Dios») por el término democrático («soberanía democrática», «familia democrática», «música democrática», «urbanismo democrático»... y hasta «aborto democrático»)." (Gustavo Bueno, «Albigenses, cátaros, valdenses, anabaptistas y demócratas indignados», en El Catoblepas, número 114, agosto 2011, página 2)
La sustitución responde, como hemos indicado, a un reajuste de las estructuras vigentes, que precisan una adaptación en la que determinados mecanismos han de ser reemplazados para su pervivencia. Las modificaciones epidérmicas, formales, garantizan la continuidad material:
"Porque las rebeliones albigenses, valdenses o anabaptistas se hacían en nombre del cristianismo real («apostólico») frente al cristianismo eclesiástico-jerárquico («constantiniano», se diría después), pero en realidad los albigenses, valdenses o anabaptistas impulsaban un movimiento que destruía las bases de la Iglesia Católica como institución histórico universal (destrucción que culminó con la Reforma luterana). Asimismo, los movimientos de los «indignados» estarían impulsando unas corrientes que, en nombre de la «democracia real» irían dirigidas (inconscientemente) a minar las bases de las «democracias homologadas» realmente existentes, a saber, las democracias parlamentarias." (idem){6}
El Cielo Redentor que los cristianos auténticos veían peligrar por la corrupción de la Iglesia es, ahora, el no menos redentor Estado del Bienestar, con sus derechos graciosamente otorgados (como la Gracia Divina), al cual los fieles no parecen estar dispuestos a renunciar fácilmente. Lo que los indignados piden es seguir siendo burgueses en sociedades opulentas que han quebrado. Reivindican unos derechos naturales, al menos en el sentido de que no se requiere absolutamente nada más que nacer para merecerlos, entre los cuales incluyen, sin aparente rubor, la felicidad, en coherencia con un sistema educativo que otorga títulos académicos bajo la única condición de ir cumpliendo años. Y, para precisar la analogía, por ejemplo, con el gnosticismo del s. II, como propone el profesor Bueno, conviene recordar que, aunque se trataba de movimientos que se posicionaban contra las jerarquías eclesiásticas y parecían encarnar a las masas populares (como los primeros cristianos), estaban formados por una élite a la que estaba reservada la salvación por la gnosis (conocimiento). De hecho, el núcleo originario del Movimiento 15 M era bastante reducido en los primeros días, antes de que fuera fagocitado por grupos muy heterogéneos y aun dispares y empezara a tener resonancia mediática, en un proceso en el que la fuerza pública del movimiento cada vez dependía más de la propia cobertura que los medios le daban. Su fuerza pública residía en ser publicada.
Acaso el precedente significativo más cercano sea mayo del 68. Sin embargo, las diferencias son notables, empezando por el propio sistema educativo francés del que salieron los estudiantes parisinos, en contraste con el decadente sistema educativo español, en su fase postmoderna de mera contención demográfica{7}. Además, y en relación con ese aspecto esencial, las reivindicaciones de una generación nacida en la postguerra mundial presentan un planteamiento divergente y aun opuesto con respecto a las reivindicaciones de unas generaciones forjadas en la opulencia económica y social de inicios de siglo XXI. Mientras que Krivine o Cohn-Bendit se convirtieron en los rostros reconocibles de una contestación que despreciaba por igual al Estado y a los partidos políticos obreros, estructuras decrépitas del peor burguesismo decimonónico (aquella foto de Dani el Rojo frente a los polis es ya icónica), los indignados son criaturas paridas por el Estado del Bienestar, con un sistema educativo cuya tarea es de orden público y que deja en la indigencia académica e intelectual a la mayoría de la ciudadanía sin recursos para acceder a la enseñanza privada, y dotado además de una Tele omnímoda. Esos hijos del bienestar{8} se enfrentan a su condición de mano de obra no cualificada y, por tanto, al trabajo basura y al desempleo, además de al tedio generacional de muchachos sin posibilidad de hacer más revolución que la de las redes sociales y algún happening más o menos violento que los policías y los gobernadores civiles toleran en las calles de las ciudades dentro de ciertos límites. Del «Seamos realistas: pidamos lo imposible» del mayo parisino al blando, leibniziano y no menos utópico «Otro mundo (otra democracia) es posible», que acaso enmascare, bajo la retórica que la socialdemocracia y el idealismo democrático han convertido en hegemónica, reivindicaciones más pedestres, menos elevadas y altruistas:
"«El 15-M es antiutópico», respondió el ensayista colombiano. «Su referente es mayo del 68 pero los indignados en el fondo se rebelan contra la generación del 68. Daniel Cohn-Bendit abominaba del Estado y el 15-M lo que pide es más Estado. Se indignan porque se ha esfumado aquello que creíamos que nos iba a tocar por derecho. Por eso se saltan una generación y toman como referente a Stéphane Hessel, un resistente». Para ilustrar la corrección de la consignas del movimiento surgido en España, Granés recurrió a una de las más famosas: «No somos antisistemas, el sistema es antinosotros». Los indignados tienen todas las credenciales y las virtudes cívicas para ser burgueses ejemplares. Piden casa, trabajo, seguridad, estabilidad... todo lo que espantó siempre a los revolucionarios. El 68 se esforzaba por no ser burgués. Hoy lo difícil es serlo». (Carlos Granés, en El País, Madrid, 16/12/2011)
En el contexto español, podríamos tal vez buscar el precedente en las revueltas estudiantiles de diciembre 86-enero 87.
La situación en aquel momento parecía la ocasión para ahuyentar unos cuantos fantasmas. Los de una generación inútil y malcriada, caprichosa y opulenta, entregada a juegos de rebeldía sin más peligro que una bronca en casa, una resaca o un mal viaje químico, aquejada de un peculiar complejo edípico de orden grupal y causas históricas. Semejante trauma puede proceder de la insalvable desproporción entre el afán de espíritu contestatario de esa generación, que el ambiente de la época fomentaba o inspiraba, y la ausencia de un sistema al que contestar, pues la naturaleza de la transición había puesto en marcha un proceso por medio del cual las generaciones surgidas en su seno tendrían a su disposición las condiciones materiales y el sistema educativo adecuado para hacer inocua toda protesta. Síndrome semejante parece percibirse en el caso actual.
Pero los fantasmas de esa generación no podían ser ahuyentados: Formaban parte de los protagonistas –no es fácil renunciar a lo que uno cree ser– y, de hecho, fueron alimentados en el intento por espantarlos con pancartas, consignas, algaradas y carreras. ¿No sucede otro tanto ahora?
En el movimiento 15M, en gran medida constituido por estudiantes y, en cualquier caso, por jóvenes salidos del paradigma pedagógico LOGSE en su gran mayoría, a pesar de las adherencias de grupos muy heterogéneos también en cuanto a la franja de edad a la que pertenecen, muestra rasgos sintomáticos, como los de un vago y difuso anticapitalismo, alentado en muchos centros escolares públicos, que en algunas de las proclamas pretende armonizarse con esa democracia pura en busca de la cual parece que el movimiento se originó. Pero si se pretende combatir el capitalismo desde una presunta democracia auténtica, habrá que reinventar el capitalismo o bien ofrecer una alternativa viable, realista, sólidamente fundamentada, pues hasta el momento democracia y capitalismo han ido conectados, y esta evidencia no puede obviarse, a menos que, desde ese idealismo democrático que estamos criticando, se considere que no ha habido tal cosa como democracia real, o que la democracia capitalista (liberal) es una contradicción en los términos. El problema es que para eso hace falta estudiar, un alto grado de competencia en diversos campos, y el esfuerzo por destruir no pocos tópicos y dogmas del relativismo postmoderno. Mientras que la escuela pública francesa producía los individuos mejor formados, debido a su grado de exigencia, por encima del de las escuelas privadas, la situación en el caso español de hoy es exactamente el inverso. ¿Cómo van a asumir esa tarea las masas alfabetizadas en el cenagal inerte de la ignorancia institucionalizada a través del sistema LOGSE?
Lo que se echa en falta justamente es una crítica rigurosa a la democracia misma (y al idealismo democrático) que permita vislumbrar las posibilidades reales que se abren en esta encrucijada crítica, estudiando la lógica de las causas materiales que confluyen en ella. Pero no es realista exigirle esa crítica a las multitudes reunidas en Sol, cuya grandeza se reduce al instante contestatario y lúdico del acontecimiento (del encuentro con los otros fieles), sin alcance político alguno{9}. En su repetición, en su liturgia, se muestra inevitablemente muerto, fósil ya a las pocas horas de haber nacido.
Precisamente por eso, es preciso reconocer el potencial destructivo del movimiento. Sin embargo, ese potencial es neutralizado por todo el ceremonial que da rienda suelta a los sentimientos (la indignación) y los codifica en un marco regulado por las estructuras electorales y los medios de comunicación, fomentando la parálisis del pensamiento crítico-destructivo a la que el idealismo democrático condena gracias en gran medida al desierto intelectual y al relativismo postmoderno que el sistema educativo permite. El rechazo a la partitocracia electiva, por ejemplo, es de lo más pertinente, pero olvidar la corrupción inherente al sistema es engañarse, por lo que la presunta crítica queda varada en el limbo del idealismo más estéril.
De ahí, que bajo las algaradas festivas en las que lemas, proclamas, consignas y canciones toman el mando «intelectual», la guía que queda en las mentalidades gracias a los titulares de prensa y los reportajes televisivos, se puede detectar cierta carencia de ideas, al menos en el sentido filosófico del vocablo. Cabría exigir un esfuerzo por replantear los términos en los que la crisis, en sus aspectos económicos y políticos, se está produciendo, y hacerlo sin recurrir a los más manidos y rancios tópicos decimonónicos, que impiden conocer realmente lo que está pasando ahora y qué alternativas se abren. Ese anticapitalismo infantiloide y acrítico, celebrado en las escuelas con lemas y carteles que impiden la posibilidad de una análisis riguroso, y que parece olvidar el papel de los Estados y su potencial peligro, es un buen ejemplo de esto. ¿Cómo redefinir posiciones políticas y, por tanto, filosóficas, con una crítica rigurosa a la economía actual y al idealismo democrático evitando a toda costa las tendencias totalitarias a las que las sociedades modernas son tan proclives? ¿Qué recomposición material, estructural cabe en la institución escolar dadas estas nuevas condiciones socioeconómicas, migratorias, demográficas, tecnológicas? He ahí el reto que habría que afrontar.
Notas
{1} «El hombre ha sido creado a imagen de Dios, en el sentido de que es capaz de conocer y amar libremente a su propio Creador. Es la única criatura sobre la tierra a la que Dios ama por sí misma, y a la que llama a compartir su vida divina, en el conocimiento y en el amor. El hombre, en cuanto creado a imagen de Dios, tiene la dignidad de persona: no es solamente algo, sino alguien capaz de conocerse, de darse libremente y de entrar en comunión con Dios y las otras personas.» (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 66. cfr. También Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 355-357). El indignado ve atacada su dignidad como persona, status que le viene de la trascendencia, que lo desborda como sujeto. La persona, como valor, es un invento cristiano.
{2} Eklesia. Suele traducirse por Asamblea: «Muchos son los llamados (klêtoí) pero pocos los elegidos (eklektoí).» (Mateo, 22, 14).
{3} De pléthos, masa, multitud, muchedumbre.
{4} De idión, lo propio, frente a koinón, lo común.
{5} Per-sona, nombre de la máscara amplificadora de la voz que llevaban los actores en los teatros de la Grecia Clásica.
{6} Ver Gustavo Bueno, nº 114 de El Catoblepas, sobre la comparación entre indignados y albigenses, gnósticos y maniqueos (nº 107, donde cita a Nicolás Gómez Dávila: "Las raíces gnósticas de la modernidad"). También, nº 105 y 115.
{7} Cf. José Sánchez Tortosa, «La escuela basura», en el Suplemento de Libros de Libertad Digital, 4 de Febrero de 2010.
{8} Cf. José Sánchez Tortosa, «Los retoños de Cronos», en El Catoblepas, número 83, enero 2009, página 12.
{9} Cf. José Sánchez Tortosa, «El principio de Támiras», en El Catoblepas, número 14, abril 2003, página 13.