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El Catoblepas, número 122, abril 2012
  El Catoblepasnúmero 122 • abril 2012 • página 4
Los días terrenales

Las generaciones de izquierda en México

Ismael Carvallo Robledo

Historia, ideología y razón política

David Alfaro Siqueiros, mural Del porfirismo a la revolución (fragmento). México, Museo Nacional de Historia, Castillo de Chapultepec

Nota aclaratoria

El presente artículo se redactó en mayo de 2011 como parte de un grupo de trabajo convocado desde una perspectiva «generacional», que se reunió con el propósito de indagar y discutir las alternativas de la izquierda mexicana en el contexto de las elecciones de 2012. Desconocemos el resto de los trabajos preparados para los efectos, pues la publicación que se tenía pensada jamás se realizó, y el grupo en cuestión se desvaneció sin dejar rastro alguno. Se trataba del clásico grupo de trabajo «interdisciplinario» que, por lo general, nunca llega a nada concreto.

Quienes han seguido esta sección de Los días terrenales, encontrarán que lo que aquí se expone ha sido ya presentado y analizado en otros trabajos, circunstancia que acaso pueda hacer redundante su lectura. Sin embargo, hay en él algunas matizaciones, precisiones y añadiduras en virtud de las cuales nos hemos animado a presentarlo en este número de El Catoblepas.

Tómese nota de que hace un año se desconocía quién iba a ser el abanderado de la izquierda para competir por la presidencia de la república en 2012. Hoy sabemos ya que ese candidato es Andrés Manuel López Obrador. En su momento podrá advertirse que en la redacción de este trabajo se mantenía abierta la disputa entre él y el todavía Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Marcelo Ebrard.

Para quienes acaso no tengan noticia de los trabajos que a este respecto hemos publicado ya en entregas anteriores, la lectura de lo que aquí se ofrece podrá tener entonces alguna utilidad explicativa.

* * *

«Es imposible determinar de antemano lo que se conservará del pasado en el proceso dialéctico. Esto deriva del proceso mismo que en la historia real siempre se desmenuza en innumerables momentos parciales. La acción política deviene momento historiográfico cuando modifica el conjunto de relaciones en las que el hombre se integra. Cuando conociendo las posibilidades que ofrece la coyuntura histórica sabe organizar la voluntad de los hombres alrededor de la transformación del mundo. El político revolucionario es historiador en la medida en que, obrando sobre el presente, interpreta el pasado.» (José Aricó, Pasado y presente, 1963)

I

Introducción

Las consideraciones que siguen se desarrollan con el propósito de ofrecer una cuadro explicativo lo más objetivo posible tanto de lo que, en términos conceptuales e ideológicos, significa la izquierda política en general, como de la manera en la que, en términos histórico prácticos, determinadas generacionesde izquierdahan cobrado consistencia política efectiva en el curso de configuración orgánica de México como nación política soberana.

El horizonte histórico en el que nos situamoses de mediana a larga duración, en atención al carácter «generacional» de la convocatoria que nos ha dado cita.

Nuestro planteamiento de partida, y es éste el núcleo duro de nuestra tesis, sostiene que no ha habido, ni hay, una sino muchas izquierdas, y esto aplica tanto para México como para el mundo entero: he aquí la cuestión y la clave de tantas disputas y confusiones.

Partimos de la premisa fundamental según la cual toda comprensión política verdadera es necesariamente una comprensión histórica y dialéctica (no dogmática), es decir, que no se agota en el análisis de coyunturas, en el cálculo de tendencias estadísticas o en el debate sobre cuestiones de índole administrativa, sino que se inscribe en un plano de alta implicación, que llamaremos estratégico (en el sentido de Maquiavelo, Lenin, Gramsci, Schmitt, Molina Enríquez o Gustavo Bueno), en donde tiene lugar la dialéctica entre grandes formaciones político-ideológicas de larga duración en torno del contenido, la estructura y el funcionamiento del Estado en tanto que sistema por excelencia de la historia y en tanto que plataforma donde tiene lugar el despliegue de la Política (en su sentido clásico). En otras palabras, afines de todo punto al rigor virtuoso de Maquiavelo: la racionalidad política, en su más alto grado de significación, es un saber estratégico orientado a la consecución de una finalidad política e histórica fundamental: mantenere lo Stato.

Hemos de añadir también que, sin perjuicio de que la atención de este trabajo se dirige al análisis de la izquierda política, no somos de la opinión, por considerarla un reduccionismo dogmático, a la luz de la cual el mundo histórico y político (en sus planos social, científico, religioso o artístico) se agota en la distinción entre izquierdas y derechas. Se trata en todo caso de una dicotomía político ideológica propia del mundo contemporáneo, configurado fundamentalmente, en términos políticos, a partir –y no antes– de la Revolución francesa, y que no necesariamente resolvió todos y cada uno de los problemas de «la humanidad» –concediendo que esto pueda teneralgún sentido– ni mucho menos, y que, dicho sea de paso, ni Lenin ni Stalin ni Mao tomaron en consideración. No basta, pues, con leer, por ejemplo, ¿Qué es el tercer estado? de Sieyés, el Contrato social de Rousseau o la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano francesa; hay que leer también, y con puntillosa atención y sin ingenuidades infantiles,la Filosofía del Derecho de Hegel, la crítica de los derechos humanos que, precisamente, desarrolla Carlos Marx con dialéctica lucidez en La cuestión judía, El izquierdismo como enfermedad infantil del comunismo o Fraseología pseudo-revolucionaria de Lenin, o, más cercano a nuestro tiempo, La fe del ateo o El fundamentalismo democrático de Gustavo Bueno.

En todo caso, nuestro análisis –para poder entendernos, digámoslo así– habrá de ceñirse a ese horizonte de tiempo, a sabiendas de lo mucho que, en diversidad de ámbitos y saberes (como los científicos o los filosófico-teológicos, por mencionar algunos), encuentra sus claves fundamentales en otras latitudes históricas y filosóficas. Dicho en otras palabras, y por vía de ejemplo: la Idea de potencia o de fortaleza ética de Espinosa, la Idea de virtud política de Maquiavelo o la teoría de la corporeidad de la racionalidad humana (y por tanto de la «sacralidad del cuerpo»: nervio umbilical del racionalismo cristiano-católico occidental) de Santo Tomás, son cuestiones que sería absurdo tratar de entender desde la dicotomía izquierda/derecha o, peor, desde la que pone de un lado a los progresistas y, del otro, a los conservadores o reaccionarios. ¿Cómo situar por ejemplo a Maquiavelo? ¿O a los escolásticos medievales o a Cervantes o Newton? ¿Y a Heisenberg o a Einstein? ¿En la izquierda?¿En la derecha? ¿Cómo progresistas o como conservadores? La pregunta, por ramplona y simple, destila estupidez.

II

Coordenadas

Situamos nuestro análisis en una plataforma de coordenadas filosófico políticas materialistas, que abrevan tanto de la tradición clásica del materialismo histórico y dialéctico (tanto del área de difusión alemana e italiana como soviética) como de los desarrollos del materialismo filosófico de la Escuela de Oviedo, que se inscribe, a su vez, en una tradición que no es exclusivamente marxista y que está incorporada dentro de un espectro mucho másamplio: el del realismo materialista español e hispanoamericano (que recoge también y de manera fundamental, por cuanto a su potencia crítica y sistemática, los núcleos filosóficos racionales clásicos greco romanos y, sobre todo, escolásticos).

El criterio central que desde tales coordenadas utilizamos para los análisis de la política y de la historia es, como hemos señalado enfáticamente al inicio, el Estado (por cuanto a su contenido, su estructura y su funcionamiento). La premisa metodológica es la siguiente: el motor de la historia no es la dialéctica de clases sino la dialéctica de Estados, y sobre todo de Estados (o plataformas) imperiales, y es sólo a través de ésta como aquélla tiene lugar, y es sólo también desde esta escala como los grandes problemas de la política como tragedia aparecen con todo el esplendor de su potencia y dramatismo crítico (desde Tucídides y Polibio, hasta Marx, Schmitt, Revueltas o Leo Strauss).

Por tanto, una posición ideológica de izquierda, de derecha, de centro, liberal o monárquica, es decir, cualquier posición ideológica, lo es en un sentido político fuerte, definido, en la medida en que tieneuna teoría del Estado (y por tanto también de la política y de la historia) en tanto que figura privilegiada de los procesos históricos.

III

Historia, ideología y cuestión internacional

Desde este ángulo de interpretación, y a efectos de tener un punto de partida objetivo e histórico general, a la escala de la historia mundial contemporánea, a partir del cual podamos realizar nuestro recorrido crítico de las generaciones de la izquierda (es decir, por cuanto a todos los debates en torno de lo que es la izquierda en general), identificamos conceptual o genéricamente a la izquierda política definida como un particular esquema estratégico de racionalidad políticaen función del cual se ha buscado la organización del Estado (en tanto que, como decimos, es tenido como el sistema por excelencia de la historia). Atención: la derecha, o más bien las derechas, el liberalismo, el conservadurismo o el republicanismo, es decir, cualquier otra formación ideológica, habrán también de ser definidas y entendidas dialécticamente en ese mismo sentido, es decir, como particulares esquemas estratégicos de racionalidad política.

Desde su génesis histórica, en la Revolución francesa, la racionalidad política de la izquierda jacobina quedó vinculada constitutivamente –y esto es decisivo para los efectos de nuestro análisis– con la nación política soberana (con soberanía popular), en el sentido de haber barrenado al Estado francés del Antiguo Régimen para reconstruirlo –en un Nuevo Régimen– en función de la nación política francesa (todos tenían que hablar francés) de ciudadanos libres, iguales y fraternos. Dicho en otros términos (y repetimos que esto es decisivo): la izquierda política originaria, radical (es decir, jacobina), es nacionalista y centralista.

Aquí se nos aparece la definición característica de la izquierda en un sentido genérico: el barrenado del Antiguo Régimen francés se pone en operación en función de la homologación de los individuos que, antes de la revolución, participaban de la vida social y del Estado a través de la mediación de estratos jerárquicos de organización (feudal, gremial, de clase: uno de esos estratos era el tercer Estado de Sieyés, precisamente); a partir de la revolución, toda la estratificación se viene abajo y los individuos devienen ciudadanos libres e iguales (y fraternos, se dirá) ante la ley. El Estado francés se mantiene, pero no ya bajo la morfología del Antiguo Régimen (el Trono y el Altar), sino bajo la morfología de la nación política con soberanía popular, figura cardinal del Nuevo Régimen. Es en función de esto que Lukács afirmaba que, a partir de la Revolución francesa, la historia pasó a convertirse en una experiencia de masas.

Tenemos así la manera en la que este esquema, el de la izquierda política, quedó definido a partir de la Revolución francesa por dos criterios fundamentales: la universalidad y la racionalidad (la homologación o ecualización de los ciudadanos libres), dispuestas en una ecuación ideológica que podríamos definir así: todo lo racional es universal, aunque no todo lo universal es racional. En esta ecuación es donde descansa el dispositivo dialéctico problemático, y trágico, vale decirlo, de la historia entera de todas las generaciones de izquierda (sobre todo por cuanto a sus fracasos).

Y es que los problemas «de la humanidad», como ya hemos dicho, en realidad no se resolvieron ni mucho menos, pues todo planteamiento político, y tanto más cuanto que el planteamiento era revolucionario, producía de inmediato nuevos problemas. Por vía de ejemplo: la racionalidad de los Derechos Humanos de la revolución francesa, cuna de la izquierda originaria, la jacobina, solamente pudo mantenerse política e históricamente expandiéndose universalmente por toda Europa –porque todo lo racional es universal– de la mano de los ejércitos de Napoleón, es decir, la defensa de la revolución francesa sólo podía hacerse por vía bonapartista, lo que implicaba hacerle la guerra a toda Europa; y lo mismo sucedió con la revolución bolchevique de 1917, cuya racionalidad marxista-leninista tenía que expandirse, universalmente también, por toda Europa, razón por la cual, inmediatamente después de tomar el poder del Estado, plantea Lenin la necesidad de poner en marcha y de inmediato, so pena de perecer, las revoluciones en Hungría y Alemania. ¿No sostenía acaso Hitler que sólo con el nacionalismo duro, es decir, con el nacional-socialismo alemán, se podía detener la expansión bolchevique por toda Europa?

¿Y no fue acaso algo similar lo que pensó Ernesto Guevara cuando quiso organizar la expansión de –la racionalidad de– la revolución cubana por el continente, habiendo elegido como cabeza de puente estratégico de tal expansión la sierra de Bolivia, a fines de los 60?

Esa necesidad expansiva de una revolución política verdadera (de izquierdas, se habrá de entender) es lo que marca el índice crítico de todas las generaciones de la izquierda que, durante el siglo XIX y el XX, trataron de «racionalizar» al Estado en un sentido determinado.

Y, como indicamos puntualmente al inicio, no ha sido una sino varias las generaciones de la izquierda (con su determinado esquema estratégico de racionalidad política) aquéllas desde las que se ha intentado apresar y dirigir el curso de la historia; y esto es así en virtud del hecho de que, como hemos dicho también, el planteamiento originario de la izquierda revolucionaria jacobina (la igualdad de ciudadanos refundidos en una nación política soberana) produjo de inmediato dialécticas de variado tipo (y sobre todo dentro de la propia órbita de las izquierdas, como fue el caso de la crítica al individualismo formalista burgués de la revolución de 1789 detrás del cual, a ojos de Marx, se escondía la dialéctica de clases) en función de las que, al compás del despliegue del capitalismo a partir de la revolución industrial, un capitalismo que alcanzaría su fase superior bajo la lógica del imperialismo durante la primera guerra mundial (léase a Hilferding, a Lenin o a Hobsbawm), estaba llamado a reorganizarse, contradictoria y muy conflictivamente, el mundo entero en dos siglos de historia contemporánea.

Esos esquemas y esas generaciones de izquierda, muy resumidamente, fueron los siguientes: el de la homologación ciudadana jacobina (primera generación de la izquierda);el de la organización liberal de los Estados a partir de la restauración absolutista post-napoleónica (segunda generación de la izquierda: la liberal de inspiración gaditana, es decir, de la constitución de Cádiz de 1812);el de la destrucción del Estado como única posibilidad real de emancipación (tercera generación: la anarquista); el de la transformación del Estado desde su seno en un sentido socialista y en función de la dialéctica de clases como motor de la historia (cuarta generación: la socialdemócrata de la II Internacional); el de la instalación del socialismo –previa bancarrota de la socialdemocracia en la primera guerra mundial– vía dictadura del proletariado en una fase bélico-imperialista como fase superior del capitalismo (quinta generación: la comunista de la III Internacional);y el de la organización comunista a través de la incorporación orgánica del campesinado y desde una plataforma concreta: China (sexta generación de la izquierda: la asiática o maoísta). Seis generaciones entonces: la jacobina, la liberal, la anarquista, la socialdemócrata (en su sentido originario), la comunista y la asiática.

El despliegue político y estratégico de estas seis generaciones de izquierda organizaron la historia de la política de los siglos XIX y XX, habiendo sido la instalación, consolidación y colapso de la Unión Soviética el proceso histórico de referencia más importante por cuanto a todo lo que tiene que ver con la izquierda política definida tanto en su sentido genérico como en sus particulares modulaciones nacionales (en el tercer mundo, en los movimientos de liberación nacional, &c.).

A partir de este cuadro analítico, podemos muy bien apreciar cómoel proyecto derivado de la quinta generación de la izquierda, la comunista, que fue el proyecto de la Unión Soviética, colapsó en la década de los 90 del siglo XX, quedando solamente en pie el proyecto derivado de la sexta generación, la izquierda maoísta, es decir, la China en donde sigue gobernando el Partido Comunista (tomando en consideración, claro, los correspondientes «giros de timón» para ajustarse a los cambios mundiales durante los últimos decenios del siglo XX y en los inicios del XXI).

Pero lo cierto es en todo caso que la caída de la Unión Soviéticamarca el inicio de la crisis histórico-ideológica actual de las generaciones de izquierda en occidente, que, por cuanto a Europa, se han reagrupadofundamentalmente en dos grandes tendencias que viven a la sombra del riesgo de haber quedado ya homologadas con la derecha democrática, es decir, con la democracia cristiana, «centrándose» ambas, en cuanto a lo fundamental, en una franja de estabilidad en términos rigurosos de economía política dura, buscando tan sólo «humanizar» el capitalismo de las multinacionales y de los oligopolios y monopolios privados (no estatales) a través de paquetes muy concretos de «políticas sociales»: por un lado, una tendencia socialdemócrata pacifista, no marxista ni leninista (caso emblemático del PSOE español de inspiración krausista, o del SPD alemán, que en la década de los 50 abandonó el marxismo como plataforma ideológico política y filosófica), y, por el otro, una tendencia neo-anarquista anti-globalización y anti-neoliberal de muy determinadas características aunque de borrosos perfiles en un sentido político estratégico (activismo social, ecológico-radical,contestatario y «emancipatorio» internacional: emblemático es el caso de la atracción que produjo el EZLN en variedad de movimientos de este tipo de izquierda indefinida y ultra-crítica en España e Italia).

Bien, todo esto por cuanto al despliegue ideológico de las generaciones de izquierda (que, como vemos según nuestra clasificación, son seis) a escala internacional. Y nada de esto es ajeno a lo que fue pasando con las generaciones de la izquierda mexicana, que, si bien con muy concretas determinaciones nacionales, se despliegan también al compás de los grandes movimientos internacionalesy con conexiones muy determinadas conlos correspondientes vectores ideológicos.

IV

Historia, ideología y cuestión nacional

Manteniéndonos entonces en la perspectiva que hemos establecido, pero dirigiendo ahora nuestra atención al caso de México, identificamos cuatro grandes generaciones de izquierda que, como desde nuestros criteriosdecimos, a partir del siglo XIX se pusieron en operación como vectores de perfilamiento, recorte, configuración y transformación de México como nación política y como Estado soberano, según sus correspondientes esquemas estratégicos de racionalidad política.

Una primera generación es aquella a la que nos referiremos comola izquierda de la revolución liberaldel siglo XIX, que abarca un proceso largo e internamente contradictorio y querecorre prácticamente todo el siglo. Fue en realidad un verdadero e inevitable embrollo, toda vez que México, como tal, no existía previamente al estallamiento de los procesos de independencia o de autonomía de 1808 o de 1810. Y no son de hecho pocos los historiadores que, como Francois-Xavier Guerra, sostienen que, en un sentido fuerte, México se consolida como tal sólo hasta fines del siglo XIX, con el régimen de Porfirio Díaz, ni más ni menos. A este respecto es de gran interés el trabajo de Andrés Molina Enríquez Juárez y la Reforma, de 1906, y La guerra secreta en México, de Friedrich Katz, sobre todo en sus partes introductorias.

Esta primera generación de la revolución liberal decimonónica se desdobla en varios momentos estratégicos: en un primer momento, de 1808 a 1812, participa de la guerra de independencia de la nación española en su conjunto como parte de la segunda generación mundial de la izquierda, la liberal, cristalizando todo en las Cortes de Cádiz de 1812, acta de nacimiento de la nación española (de la que formaban parte los habitantes de ambos lados del Atlántico) y en donde estuvieron presentes diputados novohispanos, como Miguel Ramos Arizpe; a este respecto, son de gran interés los análisis de Marx y Engels dedicados a la revolución en España, publicados a mitad del siglo XIX en el New York Daily Tribune y recogidos luego bajo el título La revolución en España (hay varias ediciones, una de ellas de publicación reciente, bajo el sello de Trotta).

En un segundo momento, a partir de 1810 y, en general, hasta la consumación de la independencia en 1821, se comienza a perfilar la nación política mexicana (Hidalgo, Allende, Morelos, Xavier Mina, Congreso de Chilpancingo y Constitución de Apatzingán), aunque –he aquí una de las tantas contradicciones del embrollo– la consumación de la independencia, que remata y encabeza Iturbide, fue más bien una consumación conservadora anti-liberal (tiene lugar durante el trienio liberal en España, contra cuyos designios políticos se pacta la independencia en los Tratados de Córdoba, de agosto de 1821).

Un tercer momento, fue el que da inicio con la Revolución de Ayutla de 1854, encabezada por Juan Álvarez contra Santa Anna, y que culmina con la guerra de Reforma y la promulgación de la Constitución de 1857. Las figuras de Benito Juárez y la generación liberal aparecen aquí como decisivas.

Un cuarto momento fue el de la resistencia anti-imperialista y la restauración de la República de 1867. En este momento, además de Juárez, aparece la figura de Porfirio Díaz como el gran e imprescindible sucesor del primero (era un héroe de la guerra contra Maximiliano). Con la llegada de Díaz al poder, se remata el recorte y constitución orgánica de México como nación política soberana y como Estado moderno (véase también aquí tanto Los grandes problemas nacionales de Andrés Molina Enríquez, publicado en 1909, como la Historia moderna de México, coordinada por Daniel Cossío Villegas).

Parecerán acaso demasiados «momentos» como para ser encasillados dentro de una sola generación de izquierda (la de la revolución liberal, como decimos), pero debemos tomar en cuenta el enredo que existía: los cambios de facciones eran la constante; los levantamientos estaban a la orden del día;tanto españoles como novohispanos cruzaban el Atlántico participando en unas y otras luchas (Mier y Ramos Arizpe, en caso de novohispanos en España, Mina, en caso de un español en América y cuyos restos yacen en la columna de la Independencia, y que fue, junto con Morelos, un verdadero precursor del moderno guerrillero); la dicotomía habitual «conservadores/liberales» no era en realidad una disyuntiva tácita.Todo en definitiva estaba en gestación, y las constantes fueron en realidad dos: un proyecto nacional que se perfiló y se fue decantando, y un corpus doctrinal constitucional que fue configurándose orgánicamente para desembocar –luego de multiplicidad de proyectos constitucionales de variado signo e interés– en la Constitución de 1857 y en la restauración republicana de 1867. Una, en efecto, larga y zigzagueante, pero a la distancia acaso mínimamente consistente, revolución liberal.

La segunda generación de la izquierda es la de la revolución social, que es en realidad la Revolución mexicana. En su fase de gestación, abarca, como se sabe, de 1910 a 1938 (que es la periodización defendidatanto por un Luis Cabrera como por un Enrique Ramírez y Ramírez), pero se prolonga luego, cuando la revolución se institucionaliza (véase El partido de la revolución institucionalizada, de Luis Javier Garrido, de 1982), hasta principios de la década de los ochenta.

Esta segunda generación está igualmente atravesada por diversidad de vectores y corrientes internas, pero se destaca de alguna manera tanto de la anterior como de la tercera generación (la comunista). En el caso de la revolución social, podemos identificar a la Constitución de 1917 y la organización del Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI) de 1929 como su primer y segundo momentos de cristalización interna; su tercer momento de consolidación y remate, tanto interno como externo, tiene lugar con el régimen de Lázaro Cárdenas: la Reforma agraria, la organización obrera encabezada por Vicente Lombardo Toledano y, en 1938, la expropiación petrolera.

La variable nacional (clave de la izquierda en un sentido histórico global, según advertimos con anterioridad) cobra relevancia de primer orden. Con el sello del cardenismo-lombardismo, el molde o matriz histórica es ladel nacionalismo revolucionario,que se mantiene como núcleo ideológico orgánico del Estado mexicano durante décadas, a pesar de los «giros de timón» que, sobre todo a partir de la década de los 40, con Miguel Alemán, tuvo lugar tanto en la dirección del Estado como en la composición ideológica del partido oficial, que cambia sus coordenadas de Partido de la Revolución Mexicana, antes PNR, a las de Partido Revolucionario Institucional, PRI. Pero aún con el cambio de dirección, la industria eléctrica se nacionaliza por un presidente de ese partido, don Adolfo López Mateos, en 1960.

El final drástico de este nacionalismo revolucionario tiene lugar en 1982, con la nacionalización de la banca por José López Portillo, que ha sido vilipendiado como pocos expresidentes de México lo han sido, sin perjuicio de que no puede dejar de reconocerse que el suyo fue, efectivamente, el último gobierno de la Revolución mexicana.

En todo caso, podemos apreciar desde la distancia histórica, y desde el objetivismo más radical, la manera en que esta segunda generación de la izquierda se despliega históricamente para configurar orgánicamente al Estado mexicano nacionalista: a través de la constitución de 1917 y de tres nacionalizaciones fundamentales: la petrolera de 1938, la de la industria eléctrica de 1960 y la de la banca de 1982.

El libro de Arnaldo Córdoba La ideología de la Revolución mexicana (primera edición de 1973) es una obra cardinal para la comprensión de esta segunda generación de la izquierda mexicana (en su primera fase), del mismo modo que, por cuanto a sus fases finales (hasta 1982), lo es el libro de Carlos Tello y Rolando Cordera,La disputa por la nación, de 1989.

La tercera generación de la izquierda es la de la revolución socialista, que coincide punto por punto con la historia del Partido Comunista Mexicano, que va de 1919, año de su fundación, a su gradual transformación y disolución, previo proceso de diversidad de modulaciones (Partido Socialista Unificado de México, PSUM, y Partido Mexicano Socialista, PMS), a fines de la octava década del siglo XX, para pasar a convertirse, precisamente, en el Partido de la Revolución Democrática (la cuarta generación de la izquierda).

Esta tercera generación, que no logró tomar el poder del Estado (tal y como sí lo lograron la primera y la segunda), es la izquierda de orientación marxista, leninista, trotskista, maoísta y latinoamericanista (múltiples corrientes también, como muy bien se puede observar), con decisiva influencia, a partir de 1959, de la Revolución cubana, pero también de las experiencias chilena o sandinista de la década de los 70. Su racionalidad política se sitúa en coordenadas de lucha de clases y de dictadura del proletariado, de estrategias de lucha guerrillera y de transformación revolucionaria del Estado, de instalación del socialismo en definitiva. Esta generación es la que entra crisis total con la caída de la Unión Soviética. De aquí surgirán movimientos guerrilleros de diverso carácter: EZLN (en 1994), EPR, &c.

Quienes han estudiado con señalado interés esta tercera generación de la izquierda son, entre otros, Barry Carr, en La Izquierda mexicana en el siglo XX, de 1997, Enrique Semo, en La búsqueda. La izquierda mexicana en los albores del siglo XXI, de 2003 y 2004, Massimo Modonesi, en La crisis histórica de la izquierda socialista en México, de 2003, y Laura Castellanos, en México armado: 1943-1981, de 2007.

La cuarta generación de la izquierda es la de la revolución democrática, que coincide con el nacimiento del Partido de la Revolución Democrática a principios de la década de los 90, aunque no se agota en él (tómese en consideración a partidos de más reciente cuño, como Convergencia o el Partido del Trabajo).

La razón socialista es desplazada por la razón democrática. La tarea no es ya la instalación del socialismo, toda vez que el referente fundamental, la URSS, colapsa. Es preciso diseñar nuevas rutas y nuevos objetivos. La respuesta encontrada es «transitar a la democracia» y desmontar el «Estado autoritario priísta» (que en el 68 hubo de mostrar toda su dureza represiva, al margen de que haya puesto en operación tres nacionalizaciones estratégicas).

Se perfila el riesgo de que la razón democrática, en su abstracción formal e idealista, además de desplazar a la razón socialista, termine por desplazar también a la razón nacionalista, al nacionalismo revolucionario; a través de este doble desplazamiento, la nueva y única virtud política sería la de ser demócrata (y no socialista o nacionalista o, en el límite, mexicano, mucho menos revolucionario o materialista histórico). Es el riesgo del vaciamiento histórico político por vía de una supuesta neutralización ideológica (que es lo que se ha logrado hasta ahora, o por lo menos parcialmente).

Unos años antes de la caída de la URSS y de la correspondiente disolución del Partido Mexicano Socialista (último reducto de la tercera generación de la izquierda), en 1982, llega al poder del Estado mexicano, desde la plataforma de un PRI transformado ideológicamente ante el colapso populista y, se dirá, ultranacionalista, del régimen de López Portillo, una coalición de intereses –un bloque histórico– de orientación neoliberal: la consigna es desactivar al nacionalismo revolucionario como dispositivo ideológico fundamental (heredero de la segunda generación de la izquierda), desmantelar la estructura burocrática del Estado (empresas estratégicas: energéticos, telefonía, ferrocarriles) y, a la sombra irresponsable de López Portillo, se dirá una y otra vez, ad nauseam,en las facultades de economía y de ciencias políticas (sobre todo de universidades privadas), privatizar y, como resultado, extranjerizar, el sistema financiero.

Se instala en el país el neoliberalismo económico político con su doble correlato de legitimación ideológica: laglobalización como dinámica inevitable a la que sólo queda más que adaptarse competitivamente, y la democracia de los derechos humanos como fin de la historia y como único modelo posible de organización política (el fundamentalismo democrático).

La figura fundamental de esta cuarta generación es el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. En 1988 logra unificar a todas las corrientes de la izquierda que en esos momentos existían. Este neocardenismo fue la nueva síntesis del nacionalismo revolucionario que en el PRI había (segunda generación de la izquierda) y la razón socialista (tercera generación) tras el colapso ideológico del socialismo real, tras el último golpe del nacionalismo revolucionario que se señala con desdén como populismo y tras la correspondiente instalación del neoliberalismo como proyecto económico político e ideológico.

Cárdenas, aunque al parecer y muy probablemente triunfa, no llega a la presidencia; se impone Carlos Salinas de Gortari. Desde 1988 hasta el 2000, un nuevo grupo tecnocrático-neoliberal se apodera tanto del PRI como del poder del Estado con la ideología «maestra» de la modernidad y la modernización (véase, de Carlos Salinas de Gortari, México: un paso difícil a la modernidad, de 2000).

En 2000, el PAN (o más bien, un neopanismo fruto de la entronización empresarial dentro de las filas del panismo tradicional de corte demócrata cristiano y católico) gana las elecciones presidenciales, utilizando precisamente el discurso de la «transición democrática», que resulta ser una bochornosa estafa ideológica, toda vez que el bloque político económico se mantiene en el poder y la dirección política del país se mantiene en la perspectiva del «neoliberalismo democrático». Dicho en otros términos: con «la democracia» se incrementa el poder de la oligarquía (el de las televisoras alcanza registros obscenos), se mantiene el rumbo de decrecimiento económico y se pierde el control del Estado en términos de seguridad nacional.

La ideología orgánica del Estado no proviene ya ni del PRI ni de los partidos socialistas, o de los partidos católicos o demócrata cristianos, sino de las dos grandes televisoras de México. Es la miseria ideológica a la que, inevitablemente, conduce la democracia mediática (spots de galopante simplismo y estupidez, debates en televisión caricaturescos e insignificantes, marketing político, encuestología, infantilismo y sentimentalismo como estrategia de persuasión política, &c.).

Desde 1997, la ciudad de México cobra una relevancia estratégica en el cuadro de antagonismos político-ideológicos del país. Es el epicentro de los proyectos de transformación que desde una singular mezcla de las tercera y cuarta generaciones de la izquierda se ponen en marcha en el Gobierno del Distrito Federal, que se convierte en bastión fundamental para la izquierda política. Son jefes de gobierno Cuauhtémoc Cárdenas, Rosario Robles, Andrés Manuel López Obrador, Alejandro Encinas y, actualmente, Marcelo Ebrard. El PRD se consolida en el gobierno de la capital de la República.

En 2006, tras un proceso largo de maduración política, se consolida un nuevo liderazgo al interior de la cuarta generación de la izquierda: Andrés Manuel López Obrador, que obtiene la candidatura de la coalición de «las izquierdas» a la presidencia de la república. Tiene lugar un fraude electoral. El PAN se mantienecon las riendas del gobierno, pero sin el poder real, orgánico, del Estado, y sin consistencia doctrinal alguna: está sometido por entero al proyecto neoliberal-tecnocrático y al vacío ideológico orgánico. Es también la miseria total del Partido Acción Nacional.

López Obrador desconoce el resultado de las elecciones y activa un nuevo movimiento ideológico político. El PRD entra en su mayor crisis orgánica desde su fundación. Se constituye una Convención Nacional Democrática y se abre paso una posible quinta generación de la izquierda, articulada en lo que hoy se conoce, luego de modulaciones muy determinadas que tuvieron lugar durante 2008, 2009 y 2010, como Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), que, aunque lo incluye, desborda al PRD, y que se perfila ya como plataforma de una eventual segunda postulación de López Obrador como candidato a la presidencia de la república. La otra figura fundamental es Marcelo Ebrard, jefe de gobierno del DF y que se mantiene dentro del PRD, pero que impulsa también una plataforma político-ideológica: Fundación Equidad y Progreso.Sin perjuicio de que puedan surgir en los meses venideros algunos otros aspirantes a la candidatura de «las izquierdas» para la presidencia de la república, lo cierto es que uno de los dos será el candidato de unidad a nivel nacional en el 2012.

Pero la perspectiva de este trabajo, que, según la convocatoria es, recordémoslo, de naturaleza generacional, desborda el horizonte del 2012. Se trata de saber qué es lo que puede hacer una nueva generación, concediendo que pueda tener sentido tal indagación, por aquello que José Aricó –ese genio gramsciano argentino– decía cuando afirmaba que «no siempre en la historia se perfila una nueva generación».

Estas son en todo caso las cuatro generaciones de la izquierda que en México hemos detectado desde nuestras coordenadas de análisis histórico. Reconocemos que el material es vasto y lleno de corrientes internas y contradictorias, pero consideramos que clasificaciones como éstas son útiles para los análisis globales y de larga duración. Es por ejemplo útil para observar cómo la primera y la segunda generaciones lograron el poder del Estado, mientras que la tercera y, de momento, la cuarta, no.

En todo caso, y ateniéndonos a los criterios y coordenadas de nuestra perspectiva analítica, observamos cómo cada una de estas cuatro generaciones de izquierda mexicana están vinculadas con la configuración orgánica de México como nación política independiente, es decir, que en cada una de ellas hay una variable independiente fundamental: el nacionalismo; pero una cosa es el nacionalismo desde la racionalidad estratégica de Juárez, y otra muy distinta es el nacionalismo desde el materialismo histórico de un José Revueltas, desde la óptica de Luis Cabrera o desde la del general Lázaro Cárdenas. Esta es la cuestión: no hay ni ha habido nunca una izquierda, sino muchas, y casi siempre peleadas a muerte entre sí.

La caída de la Unión Soviética, que marca en realidad los límites de nuestro presente histórico, coincide con el colapso económico ideológico del nacionalismo revolucionario (a partir de 1982). El triunfo del capitalismo liberal democrático es, en este sentido, redondo: derrotado el enemigo comunista, se derrota inmediatamente después el otro gran enemigo: el nacionalismo en Hispanoamérica.

Las izquierdas mexicanas no podrán ya ni apelar al socialismo (tercera generación), pero tampoco al nacionalismo (la segunda generación), que se vilipendiará como fuente de irresponsable obscuridad populista. La izquierda «moderna y responsable», según los designios de esta nueva bóveda ideológica, no hablará ya entonces ni de socialismo ni de nacionalismo, de expropiaciones o de lucha de clases, mucho menos de la idea de revolución; su «nueva» y muy moderna agenda será la de los derechos humanos, el ecologismo, el pacifismo idealista y genérico, la tolerancia, los derechos de las minorías, las cuotas de género, las leyes contra el tabaco o el maltrato animal (el PSOE en España, en su patética deriva ideológica y en su desesperación por diferenciarse del Partido Popular, presentó hace algunos años una iniciativa de ley para, atención: ampliar los derechos humanos a los orangutanes). Y no se trata de estar en contra de alguna u otra reivindicación puntual de estas nuevas problemáticas señaladas con tanto entusiasmo, de lo que se trata es más bien de señalar que, en todo caso, estamos ante una agenda por la que nunca jamás habrá una revolución política, por lo menos en el sentido de las revoluciones fundamentales del siglo XIX y del XX.

En el marco de esta nueva crisis (y decimos nueva porque no negamos que haya habido siempre crisis ideológicas entre unas y otras corrientes de la izquierda), hay tres grandes reagrupaciones en términos de geometría de las ideas (que es lo que en realidad nos incumbe según los propósitos de este trabajo), y que, como no podría ser de otra manera, están concatenadas con las generaciones históricas que hemos señalado: una izquierda de corte socialdemócrata-libertario, que busca inspiración, precisamente, en la socialdemocracia europea y que se presenta como «izquierda moderna» (como si Marx o Engels o Lenin no hayan sido modernos hasta la médula); una izquierda que recupera de algún modo las coordenadas estratégicas e ideológicas del nacionalismo revolucionario, nacional-popular, anti-oligárquica y anti-neoliberal, pero definida en el sentido de querer tomar el poder del Estado; y una tercera reagrupación de izquierda de corte más contestatario, anti-globalización y anti-neoliberal también, pero, por la vena neo-anarquista que la recorre vascularmente, anti-Estado y, en el límite, anti-política, que pugna por «otros mundos», por «otras campañas», incurriendo ya en una indefinición política de carácter jesuítico (en el sentido del jesuitismo político criticado por Lenin)que los imposibilita para tener una racionalidad estratégica dirigida a tomar el poder del Estado y operar, desde ahí, la transformación del mundo (véase, de John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder. El significado de la revolución hoy, de 2005, en varias ediciones; el título, por sí mismo, sacudiría a Lenin, iracundo, en su propia tumba).

Hay una cuestión fundamental que, para terminar, y por cuanto a los horizontes históricos de las izquierdas, aparece en el momento de cruzar la perspectiva internacional con la nacional, y que remite a ese momento histórico de gran fascinación y cargado de tantas claves ideológicas, que es el momento de la revolución liberal del siglo XIX: la perspectiva hispanoamericana.

Muchos de los problemas que las sucesivas generaciones de izquierda, tanto en la segunda mitad del XIX como durante buena parte del XX, no pudieron resolver, encuentran sus claves orgánicas en lo que en la primera mitad del siglo XIX (en las Cortes de Cádiz, precisamente) era referido como el problema americano, y que aparecerá siempre a lo largo de toda la historia no ya nada más mexicana sino del continente entero, y no nada más en lo que nosotros hemos aquí rotulado como generaciones de izquierda: en las Cortes de Cádiz, en Xavier Mina, en Bolívar, en Lucas Alamán, en José Martí, en Vasconcelos, en Lombardo Toledano, en Sandino, en Silva Herzog, en Alfonso Reyes, en Mariátegui, en Haya de la Torre, en Mella, en Fidel Castro, en el Ché Guevara, en Hugo Chávez. Ninguna plataforma histórica tiene tantas afinidades como la hispanoamericana. Se trata del problema bolivariano, y aquí el texto de José Vasconcelos Bolivarismo y monroísmo es de una lucidez imbatible.

Pero el abordaje de esto nos llevaría ya a planos de filosofía de la historia, que nos obligarían a desbordar los alcances de este trabajo. Lo dejaremos quizá para otra ocasión.

Digamos en todo caso, y en resolución, que estamos persuadidos de que éste es en realidad el problema de México, pues parafraseando a Jorge Abelardo Ramos (él se refería a Argentina), no es que no nos hayamos unido por haber sido subdesarrollados, es que somos y hemos acaso sido subdesarrollados porque, en realidad, no hemos logrado unirnos. En definitiva, somos mexicanos, argentinos, venezolanos, colombianos, nicaragüenses, &c., porque fracasamos en ser americanos, en esto estriba todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá.

Ciudad de México, Mayo, 2011.

 

El Catoblepas
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