Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 123 • mayo 2012 • página 1
Los diez libros que Jared Fanning dice más ¿impresos = vendidos = leídos? en el mundo durante el último medio siglo: La Biblia, El libro rojo, El señor de los anillos, El alquimista, El código Da Vinci, La saga Crepúsculo, Lo que el viento se llevó, Piense y hágase rico, y El diario de Ana Frank.
1. El cierre de library.nu
En países ricos y no tan ricos, pero desindustrializados y con buena conexión a internet, los ciudadanos democráticos siguen definiéndose como consumidores. Acuciados por la crisis económica, quieren seguir consumiendo, pero a precios cuanto más bajos mejor. Y si es de balde, ¡pues más que celebrar! Para todos ellos, las imágenes de la detención del líder de la página de descargas gratuitas megaupload, «Kim Dotcom» fue un golpe terrible. También fue doloroso en lo ideológico: las imágenes de la mansión del Sr. Puntocom, y las de su propia opulencia corporal, hacían evidente que este moderno Robin Hood había aprovechado su lucha contra las grandes productoras y distribuidoras de música y películas para embolsarse grandes sumas de dinero a costa del trabajo ajeno. La contradicción se puso de esta manera sobre la mesa: cuando consumimos lo producido por otros, ¿es lícito y legítimo que un tercero se beneficie con su pirateo digital?
Mientras que de esta contradicción se ha hablado mucho en todo el mundo y aún más se hablará, se ha oscurecido su paralelo libresco, menos importante económicamente pero fundamental en el desarrollo del mundo contemporáneo. En efecto, muy pocas voces se han alzado a favor o contra el cierre de la página library.nu el pasado febrero, exceptuando algún medio como Al Jazeera, que publicó un airado artículo escrito por el profesor de la universidad de UCLA y sociólogo del pirateo digital, Christopher M. Ketly.{1}
Library.nu acogía unos 400.000 títulos de obras antiguas y contemporáneas de carácter académico. El grueso de sus fondos eran libros y revistas publicados recientemente por editoriales de prestigio norteamericanas e inglesas (aunque había una notable representación de obras alemanas y francesas). Los temas cubrían campos científicos, políticos, y filosóficos. Todas las disciplinas estaban representadas, desde la lingüística a la mecánica estadística pasando por los mejores y más actualizados libros de texto sobre nanotecnología o las obras de Lenin.
Los propios usuarios subían los trabajos, previo su escaneo u obtención por otros medios de una copia digital legible. De este modo, cualquier usuario del mundo con conexión a Internet podía descargarse gratuita y rápidamente diccionarios etimológicos de diversas lenguas o historias ilustradas de la cartografía cuyos precios de cientos de dólares hubieran destinado a esas obras al confinamiento en unas decenas de bibliotecas de élite.
Pero una querella conjunta de diecisiete editoriales y un juez de Munich han logrado que esos libros vuelvan a descansar en una paz sólo turbada por «la crítica de los ratones». Cualquiera que entre en la página library.nu encontrará un párrafo que explica el proceso de su cierre y dirige al artículo de Kelty antes mencionado. También hallará un enlace a la página amazon.com. El gesto supone un agravio comparativo a otras páginas de descargas de libros de pago o gratuitas, como la gigante Google libros. Pero también supone una clara toma de postura dirigida a favorecer el comercio digital de libros demarcándolo claramente del pirateo digital, que habrá de ser barrido del mundo virtual. Dado que ese «mundo» forma parte del único que hay, el Mundo con mayúsculas, las mismas fuerzas del orden que tratan de neutralizar a los piratas somalíes se ponen a la faena contra los piratas de .nu (correspondiente a la pacífica isla de Nieu en el código internacional de dominios).
Pero el enlace a amazon.com supone ya una victoria de library.nu y otros medios digitales sobre el sistema editorial vigente: por virtud de la distribución digital los precios de muchos libros se han visto reducidos enormemente, a menudo en detrimento de los distribuidores y regocijo de los autores. Para los autores, el negocio digital conviene en tanto que posibilita mayor difusión. Muchos autores no quieren prescindir de los editores, y el trabajo de éstos (y de los árbitros anónimos a quienes envían los trabajos académicos) es clave en mejorar lo que se publica y en ayudar a los lectores a elegir opciones editoriales de confianza en un mercado saturado por millones de libros.
Ese papel de los editores es importante, pero tal vez no imprescindible: pensemos en otras épocas con sistemas diferentes o en el fenómeno actual de Wikipedia, que en pocos años ha arrasado con el sector editorial de las enciclopedias. Y es que, por profundizar en nuestro propio asunto, ¿qué otra enciclopedia podría hoy aspirar a tener una información tan actualizada y contrastada, dentro de obvias limitaciones, sobre los libros más vendidos en el mundo como ésta: http://en.wikipedia.org/wiki/List_of_best-selling_books?
Además, el sistema de los evaluadores anónimos no puede tener el mismo sentido en ámbitos científicos que en disciplinas como la historia o la filosofía. En ellas, no cabe fingir cientificidad a base de inventar una «comunidad científica» cuya existencia y posibilidad son más que dudosas dada la panoplia de alternativas polémicas siempre abiertas en su seno.
Por último, el papel de los editores se ve a menudo abusado por las grandes editoriales. En el caso de las editoriales comerciales, la cuenta de resultados manda sobre otros criterios a la hora de elegir qué se publica. En el caso de las editoriales académicas, el prestigio editorial sirve de guía, además de a los lectores, a comités de contratación de universidades de todo el mundo. Éstos a menudo dan más peso al nombre de la revista o editorial en la que un trabajo se publicó que al contenido de dicho trabajo. Semejante sistema sitúa a los editores en la posición de censores, pues el futuro profesional de los autores universitarios pasará por plegarse a las exigencias de diverso tipo que éstos les impongan, no sólo estilísticas, sino a menudo ideológicas.
En cualquier caso, el poder de los editores frente a los autores también queda reducido en Internet, donde la competencia permite que editoriales pequeñas sin los medios de los gigantes más tradicionales puedan distribuir títulos nuevos y formas de trabajo ajenas a las estructuras económicas hasta ahora vigentes en el mercado. Si los editores funcionan como censores inquisitoriales, Internet haría el papel de Holanda, foco de la literatura clandestina que fue allá por los tiempos de Espinosa.
El actual mercado editorial está cambiando más rápidamente de lo que muchos editores y distribuidores quisieran. La caída de library.nu no habrá sido en vano si ayuda a desmantelar el absurdo esquema actual por el cual se publican 300 copias de un libro hiperespecializado para destinarlas a los arcanos de un número igual de universidades occidentales.
2. La lectura: ni humanitaria, ni Cultural, ni democrática
La cuestión es, al igual que el cierre de «megaupload» ha favorecido el uso de sistemas «ordenador a ordenador» para compartir películas y música sin descargarlas de un servidor central (que en cualquier caso tendrá que hacer de enlace, no siempre legal, entre usuarios), ¿se podrá frenar el intercambio sin coste de libros entre usuarios de unas y otras partes del mundo? Si no se pudiera, tampoco sería el fin del trabajo publicado de calidad: los autores tendrían que vivir de otra cosa, como de hecho, la mayoría de los autores hacen, exceptuando tal vez a unos pocos literatos, minoría en el sitio library.nu. Por otro lado, podrían buscarse sistemas sin coste de evaluadores y correctores. De hecho, la mayoría de las revistas y libros especializados que se guían por el sistema del «doble ciego» no pagan a sus evaluadores, que consideran esa función como parte de su trabajo de investigación.
En cualquier caso, la anterior pregunta la podrán responder especialistas lo mejor que puedan o, mucho más certeramente, el paso del tiempo. Pero conviene hacerse otra más significativa, ¿a quién beneficia y a quién perjudica el pirateo? Explorar distintas respuestas comunes a esta pregunta nos permite desbrozar algunos de los mitos en torno al «libro».
Sería absurdo apelar al armonismo y decir que todos ganan con el pirateo: como mínimo, pierden los que se benefician del actual statu quo. Pero no se trata aquí de afirmar lo obvio, porque igualmente desajustado sería apelar a esquemas dualistas (poseedores / desposeídos) para defender que la Humanidad en general se beneficiará, aunque unos cuantos privilegiados se vean perjudicados.
En primer lugar, la Humanidad, como sujeto político, no existe, de modo que el incremento de acceso a la información por parte de todos no tiene por qué beneficiar a todos por igual. La publicación de los procesos de fabricación de la bomba atómica, cuya formulación «libresca» se hizo accesible relativamente poco tiempo después de las detonaciones japonesas de 1945, no llevó a que toda la Humanidad tuviera la bomba atómica. Es más, si lo hubiera hecho, el resultado hubiera sido aún más terrible que la posibilidad de aniquilación total temida durante la Guerra Fría. Como supo ver Allan Moore en su novela gráfica Watchmen, sólo la amenaza de un enemigo externo, por ejemplo extraterrestre, podría haber reunido a la Humanidad y dirigido las bombas atómicas al exterior. El ejemplo de la Bomba viene al caso porque el contenido de muchos de los libros producidos, máxime los de contenido técnico, tiene que ver con estructuras tecnológicas relacionadas con la producción militar o económica, y por tanto con sistemas políticos de competición a muerte en los que no todos pueden ganar.
Incomprensiblemente, muchos propagandistas dan por supuesto que los problemas del mundo se solucionarían con más educación para todos y no faltan las iniciativas que promueven la «lectura para la paz». Pero, aún admitiendo el principio intelectualista de que un mayor conocimiento implica un mayor bien (incluso en casos como el de la Bomba) no podríamos decir que un mayor conocimiento favorece «a todos». Muchas veces permite a algunos dominar a los otros.
Desde ese punto de vista, no sería de extrañar que se quisiera limitar el acceso a los libros publicados de enemigos reales o potenciales. De hecho, Estados Unidos, baluarte de la ideología democrática que actualmente atraviesa partidos, países e ideologías, nunca ha abandonado en su ejercicio el uso de la mentira política y el secreto de Estado. Según estimaciones prudentes, la proporción de papel secreto respecto a papel publicado es de cinco a uno y fue aún mayor durante la Guerra Fría.{2} Es decir, por cada página escrita sobre cualquier tema en cualquier formato e idioma que ve la luz en EEUU, como mínimo cinco pasan a ser consideradas secretas por su importancia estratégica, militar o industrial. Wikileaks y otros grupos más o menos anónimos, enfangados en el fundamentalismo democrático promovido desde el propio imperio yanqui, luchan contra esta práctica en nombre de la «transparencia democrática». Y es que, efectivamente, la contradicción entre la tecnología democrática y su ideología no puede ser mayor. Se dice a la población que ella gobierna y a la vez se le sustrae la mayor parte de la información escrita. Pero por mucho que los ciudadanos voten a sus candidatos cada cuatro o seis años, es ingenuo pensar que toda la información de un Estado puede ser pública sin peligro.
En segundo lugar, la «información libresca» no lo es todo. El ejemplo anterior es clave: aunque la información científica sobre cómo fabricar una bomba atómica estuvo disponible, sólo unos pocos Estados se pudieron permitir tecnológica y políticamente su producción. Esto fue en detrimento de Estados rivales que, poseedores de «información» pero no de bomba atómica, quedaron inmediatamente relegados a un segundo plano. Como sabe cualquier teoría no proposicionalista de la ciencia, en los campos científicos y tecnológicos no se puede avanzar un paso sin instrumentos y sin saber cómo manejarlos. En campos más prudenciales lo importante no es sólo tener acceso a la información, sino sobre todo saber filtrar qué información es necesaria y cuál hay que desechar. En cuestiones filosóficas, por último, no basta con tener información sobre los fenómenos y conceptos que pueblan el presente, sino que lo importante es tener un sistema de ideas capaz de engranar con ellos mejor que sistemas alternativos.
Es decir, que el principio intelectualista al que antes aludíamos debe ser matizado en tanto que los conceptos de «conocimiento» o «información», de alcance meramente epistemológico, sólo cobran valor cuando se les refiere al plano gnoseológico de los contenidos semánticos y sus relaciones. Y ese valor que cobran será en cada caso positivo o negativo relativamente a otros valores enfrentados.
Brevemente: no toda la «información» es igual. Por tanto, no se deberán medir igualmente los flujos o interrupciones en su circulación. Por ejemplo, la mayoría de los libros consumidos por los ciudadanos democráticos son novelas, cuyo «valor» literario, cuando lo alcancen, no siempre va acompañado de un «valor» histórico, ideológico, o filosófico. La mayoría de los libros de library.nu no eran literarios, sino académicos, y tal vez por eso su cierre no ha escandalizado a demasiados lectores, cuya masa prefiere ignorar obras de ensayo y entregarse al deleite ponzoñoso del best-seller de turno. Por supuesto, no se trata aquí de dividir los géneros literarios en dos categorías («ensayo» y «novela») ni de reivindicar axiológicamente al primero sobre el segundo. Porque hay muchos más géneros que estos dos y su clasificación dependerá de los criterios que se usen. Y porque hay novelas más documentadas, rigurosas, o filosóficas que muchos ensayos (de autoayuda, de basura historiográfica, &c.). De lo que se trata es de llamar la atención sobre la necesidad de ofrecer criterios para clasificar la «información escrita» como única manera de juzgar el alcance de los flujos de distribución y sus cortes.
A muchos gobiernos, fieles a la máxima del «pan y circo» convendrá ofrecer libros agradables a precio de saldo cuando actúen de papilla democrática o, al menos, de sustitución (sistemática) al pensamiento sistemático o riguroso. En 1928, el presidente estadounidense Herbert C. Hoover decía a unos publicistas: «Habéis emprendido la tarea de generar deseos y habéis convertido a la gente en máquinas de felicidad en constante movimiento, máquinas que son clave al progreso económico.»{3} La satisfacción del deseo individual inmediato y la felicidad canalla bien se pueden encontrar en un libro convenientemente empaquetado para el consumidor satisfecho.{4} De hecho, un reciente «informe sobre la felicidad en el mundo» del Earth Institute de la Universidad de Columbia señala la «cultura» como uno de los índices básicos para calcular la Felicidad Interior Bruta, pseudo-concepto que pretenden introducir siguiendo al Reino de Bután.{5} En economías dedicadas al sector servicios no faltan legiones de «creadores» dispuestos a producir nuevas obras de masaje felicitario, sobre todo si éstas exigen más ingenio que estudio.
Las editoriales, a su vez, se interesarán en que la producción no cese, para lo que habrá que relegar al olvido los libros en cuanto pasen sus meses de gloria en los cajeros. El actual mercado pletórico de libros se nutre de un crecimiento exponencial de la producción, pero sólo un fetichista podría olvidar que este crecimiento depende de un enterramiento a un ritmo igualmente rápido de obras «pasadas de moda». Tanto los defensores como los detractores de la difusión gratuita de obras de «creadores» contemporáneos pretenden obviar el hecho de que hay disponibles en Internet miles y miles de libros, opúsculos y artículos sin derechos. Obras tanto clásicas, como modernas o contemporáneas, de interés muy superior a la mayoría de los «fenómenos editoriales» recientes. Y a todos los que están en el negocio conviene semejante olvido.
El relativismo que permite hablar de toda la «información escrita» como si fuera igualmente válida se sirve continuamente del mito de la Cultura, de cuyo halo santificante participarían todas las obras «creativas» por igual.{6} Así, en Venezuela, la Biblioteca Ayacucho ofrece al lector digital numerosos libros por gracia del Ministerio del Poder Popular para la Cultura. En otros países de habla hispana existen proyectos parecidos que se promocionan bajo el lema «la lectura es cultura».
Curiosamente, tanto quienes ensalzan el pirateo como aquellos que lo atacan acuden a este rasado cultural en conjunción con un supuesto Derecho Natural. Así, los defensores del copyright apelan al derecho de los «creadores» a ser recompensados por compartir su arte con el resto de los mortales. Por su parte, aquellos que desde plataformas digitales llaman a recoger firmas contra leyes como la española «ley Sinde» o la norteamericana SOPA lo hacen apelando al derecho de todos a tener «acceso a la cultura». Por supuesto, la defensa de estos supuestos derechos naturales contrapuestos sólo será victoriosa sobre la contraria si logra engranar con derechos positivos o si encuentra fuerza de obligar por otros medios. De hecho, ambos grupos buscan la victoria mediante la promoción o derogación de nuevas leyes, la creación de agencias especiales en los cuerpos de seguridad, o mediante ataques informáticos sincronizados.
3. Library.nu: ¿qué se leía?
La única manera de salir de este atolladero ideológico y de los análisis lisológicos que sirven para defender una cosa y su contraria es hacer distingos. Para ello habremos de rasgar el velo homogeneizador de la Cultura mitológica. Así, hallamos que no toda la «información» vale lo mismo según qué valores se escojan. No se trata aquí de hacer una clasificación de lo que se publica en el mundo, en qué idioma se publica y qué lectores encuentra. Dudamos de que ese análisis fuera siquiera posible, dada la falta de datos. Y, en cualquier caso, requeriría una investigación pormenorizada de numerosas fuentes cuyos resultados no concuerdan entre sí y que los especialistas sabrán hacer mejor. Ni siquiera voy a intentar ofrecer los criterios para una tal clasificación, pues pueden ser muy diversos según los objetivos. Más bien se trata de buscar un marco adecuado para interpretar el cierre de library.nu que vaya más allá de las ideas descartadas por su lisología en el anterior apartado. Aunque hay sin duda otras posibilidades: el marco que propongo es político y en la escala planetaria en la que se mueve Internet.
Desde este contexto, hay que empezar por constatar que, en su mayoría, los libros pirateados en library.nu estaban en inglés y eran de origen norteamericano. Por tanto, desde el punto de vista geoestratégico y que tenga en cuenta al Estado como unidad política, que se corte el flujo de información de los 400.000 libros de library.nu tiene un significado limitado pero preciso: la actual falta de distribución de las obras publicadas producidas en el imperio podría reflejar y contribuir a la falta de influencia del imperio del norte sobre las élites foráneas (políticas, científicas, ideológicas…).
La tensión entre cuánto compartir con otros países y cuánto reservarse para consumo propio ha acompañado a Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial. Por seguir con el ejemplo anterior, esta tensión se hizo palpable en las diferencias entre la difusión de las técnicas de producción de la bomba de 1945 ante la evidencia de lo avanzado de programas extranjeros y la difusión de los «secretos» de la posterior de hidrógeno, cuya fabricación fue secreto de Estado hasta mucho después de que otras potencias ya hubieran tenido acceso a su producción.{7}
Según el historiador John Krige, el manejo de esta tensión, junto con el Plan Marshall y al calor de una incontestable preponderancia militar fue clave en permitir a Estados Unidos establecer una hegemonía imperial en «co-producción» con Europa, donde el imperio useño logró generar sociedades análogas a la suya propia mediante, entre otras cosas, estrechas colaboraciones científico-técnicas, de fundamental importancia geoestratégica durante la Guerra Fría.{8} Estados Unidos podía permitirse compartir información con países europeos siempre que siguiera llevando la delantera, y esto le convenía políticamente en tanto sirviera para mantener la amistad de los científicos e ingenieros de aquellos países frente a la Unión Soviética y le asegurara el control cercano de los avances científicos y técnicos europeos. De igual modo, las universidades estadounidenses se convirtieron en centros de formación de élites mundiales, lo cual aseguraba la dispersión de valores useños por todo el mundo en forma de «caballos de Troya» individuales dedicados a hacer carreteras o diseñar sistemas de educación con métodos y materiales norteamericanos. Incluso hoy en día, más de la mitad de los estudiantes de doctorado de ingeniería en EEUU provienen del extranjero, particularmente India y China.
Sin embargo, Estados Unidos sigue debatiéndose sobre qué compartir y qué retener para sí (y cómo hacerlo). En esto, por supuesto, hay intereses enfrentados en el seno del imperio, y éstos juegan ahora en un tablero marcado por los atentados del 11-S y la crisis económica. Por ejemplo, la agencia de inteligencia CIA puso a la disposición de el público global numerosos análisis (publicados anteriormente en forma de libros o no). Tras el 11-S limitó este servicio profundamente, pero en los últimos años lo está rehabilitando de forma más controlada. De igual forma, recientemente se suspendió la política de exención de impuestos para la exportación de libros desde EEUU a países extranjeros. Parece que las principales motivaciones fueron recaudatorias, pero también indican un repliegue del imperio.
Para mantener su hegemonía mundial, EEUU debe seguir siendo el productor más importante de libros científicos e ideológicos diversos, pero también debe hacer lo posible porque éstos se distribuyan por todo el mundo, al menos por aquellas zonas en las que no quieran perder influencia preponderante. Hollywood pierde terreno frente a Bollywood y la CNN frente a Al-Jazeera. Esta competición a menudo se da en lengua inglesa, que está ya fuera del dominio anglosajón. Por ejemplo, India puede convertirse en los próximos años en el mayor mercado editorial en inglés del mundo, nutrido en gran parte de libros escritos y publicados allí. Por otro lado, la lengua franca sufre la competición de páginas de Internet en otros idiomas de proyección universal, tales como el español. Países como Irán, Rusia, China y Brasil publican en Internet programas de radio y artículos más o menos oficiales en diversas lenguas con voluntad de hacer valer sus tesis en el mundo, a menudo contrarias a las norteamericanas.
Los mandatarios useños deberán optar en los próximos años entre primar los intereses de sus editoriales por restringir el flujo de libros o, por el contrario, mantener la hegemonía favoreciendo su distribución.
Notas
{1} Christopher M. Kelty, «The disappearing virtual library», Al Jazeera (1 de marzo, 2012).
{2} Peter Galison, «Removing Knowledge», Critical Inquiry, 31 (2004): 229-243.
{3} La frase aparece recogida en el primer capítulo del documental de Adam Curtis para la BBC «The Century of the Self.» Ése primer capítulo se llama «happiness machines» y esta disponible en Internet con subtítulos en español.
{4} Ver Gustavo Bueno, El mito de la felicidad. http://fgbueno.es/gbm/gb2005mf.htm
{5} John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs, World Hapiness Report (Universidad de Columbia, 2012); texto disponible en la página web del Instituto: http://earth.columbia.edu/articles/view/2960
{6} Gustavo Bueno, El mito de la cultura. http://fgbueno.es/gbm/gb1996mc.htm
{7} Alex Wellerstein, «From classified to commonplace: the trajectory of the hydrogen bomb ‘secret’», Endeavour, 32, 2 (2008): 47-52.
{8} John Krige, American Hegemony and the Postwar Reconstruction of Europe (Cambridge: The MIT Press, 2006).