Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 123 • amayo 2012 • página 9
El propósito de este artículo es tanto rebatir como poner en un contexto más amplio parte de la conferencia impartida por el profesor Marino Pérez Álvarez (Entelequia genética...) con motivo de las jornadas sobre finalidad y teleología celebradas en Oviedo el pasado mes de Marzo. Marino Pérez Álvarez hablaba en el título de su conferencia de «entelequia genética» dando a la palabra entelequia su habitual sentido coloquial de cosa irreal o quimera, tal y como él mismo se encargó de aclarar al inicio de su charla.
La exposición del conferenciante comenzó con un comentario acerca de los resultados de los proyectos de secuenciación del genoma humano y del chimpancé que se publicaron entre los años 2000 y 2005. La ponencia, tras un cambio de tema abrupto, prosiguió con una comparación de las ideas de finalidad (referida a los organismos vivientes) en Aristóteles y Kant. Mi crítica se va a limitar a la introducción de la charla y se va a hacer puramente dentro del campo categorial circunscrito por las tecnologías de secuenciación de ADN. Dicha crítica es necesaria porque la introducción de Marino Pérez contiene aseveraciones falsas respecto a los resultados obtenidos en los trabajos científicos a los que hace referencia.
Tras concluir la crítica puramente en el plano científico categorial voy a tratar de establecer las conexiones entre los argumentos falaces expuestos por Marino Pérez y otros similares que se han dado previamente. Retomando el título de Marino Pérez, me voy a permitir englobar la argumentación del conferenciante y otras que guardan ciertos puntos de similitud con ella, bajo el rótulo de «entelequia anti-genética». Por último daré dos posibles interpretaciones para explicar el origen de la entelequia anti-genética. La primera posibilidad se da en un plano puramente científico categorial y consiste en el uso excesivo de una analogía entre genética y lingüística que resulta en una caricatura de la genética y en una interpretación sesgada de los datos que ésta proporciona, mientras que la segunda posibilidad, a la que Marino Pérez hace referencia brevemente en su conferencia, está enmarcada en un contexto filosófico e ideológico más amplio y consiste en lo que designaré como «el mito de la sociedad», el cual guarda fuertes analogías con «el mito de la cultura» brillantemente analizado por Gustavo Bueno en su obra del mismo título.
El modelo Pérez Álvarez de entelequia anti-genética (29 millones=0; 71%=0%)
Marino Pérez comienza su conferencia apuntando lo que él considera fracasos del proyecto de secuenciación del genoma humano, los cuales serían según su punto de vista el hecho de que se encontraron menos genes de los esperados inicialmente y el que la mayoría del ADN no son genes, es decir no son secuencias que se transcriben a ARN mensajero y se traducen a proteínas. Las aseveraciones falsas comienzan al referirse al proyecto de secuenciación del chimpancé, cuyos resultados fueron publicados en 2005 en la revista Nature. Marino Pérez afirma taxativamente que no se encontraron diferencias entre el genoma humano y el del chimpancé, sin la más mínima puntualización ni indicación de que tal afirmación no es literal. Aún más sorprendente que la pintoresca aseveración de Marino Pérez es la ausencia de comentarios por parte de los asistentes durante el debate que siguió a su ponencia. El único comentario que durante el debate tocó tangencialmente la primera parte de la conferencia, se debió a Gustavo Bueno y puede interpretarse más como una crítica implícita a lo que yo llamo aquí modelo Lewontin de entelequia anti-genética que como una crítica al modelo Pérez Álvarez.
Si nos vamos a la publicación de 2005 en Nature («Initial sequence of the chimpanzee genome and comparison with the human genome», Nature 437:69-87) encontramos los siguientes resultados: de los 2.400 millones de nucleótidos que se secuenciaron, 1,23%, es decir más de 29 millones son distintos entre la secuencia del chimpancé y el genoma humano utilizado como referencia. Un 1,06%, es decir 25 millones, corresponden a divergencias fijas, es decir, los nucleótidos son distintos en el genoma del chimpancé secuenciado y en el genoma de todos los humanos que se han secuenciado hasta ahora. Los otros 4 millones son iguales en el chimpancé y algunos individuos humanos y distintos en otros individuos humanos. Otro dato de interés es que el 29% de las proteínas humanas y del chimpancé son idénticas en cuanto a su secuencia de aminoácidos, mientras que el 71% difiere estructuralmente en al menos un aminoácido. Estas diferencias son sólo las que aparecen al nivel de polimorfismos de un solo nucleótido (SNPs en inglés), si nos vamos a inserciones y deleciones (Indels en inglés), aparecen más diferencias. Sin embargo para Marino Pérez no existen tales diferencias, los 29 millones de polimorfismos y el 71% de las proteínas diferentes se reducen a cero.
El modelo de entelequia anti-genética de Marino Pérez, que se puede condensar en el par de fórmulas (29 millones=0; 71%=0%), es quizás el más atrevido de todos los formulados hasta la fecha. Otros dos modelos de entelequia anti-genética, si bien no tan extremos como el de Marino Pérez mucho más difundidos e influyentes, son los que aquí llamamos modelo Blair-Clinton y modelo de Lewontin. La influencia de estos modelos se explica obviamente debido a la autoridad política y mediática de sus autores (en el caso de Lewontin influencia circunscrita a ambientes científicos pero no por ello menos importante).
El modelo Blair-Clinton de entelequia anti-genética (3 millones=0)
Con motivo de la aparición del primer borrador del genoma humano en el año 2000, Tony Blair y Bill Clinton, en una conferencia de prensa en la Casa Blanca, anunciaron que todos los seres humanos eran 99,9% idénticos genéticamente. Lo que en realidad querían decir es que hay polimorfismos de un solo nucleótido en 1 de cada 1.000 nucleótidos y que por lo tanto dos seres humanos difieren en promedio en 3 millones de nucleótidos, teniendo en cuenta que nuestro genoma tiene algo más de 3.000 millones de nucleótidos. Es más, como somos organismos diploides, un solo ser humano difiere de sí mismo (una de sus copias del genoma difiere de la otra) también en cerca de 3 millones de nucleótidos. Clinton y Blair, a diferencia de Marino Pérez, no dijeron que no hay diferencias, sino que se limitaron a decir que las que hay, para ellos son despreciables, por lo que escogieron expresarlas con el porcentaje 99,9% y no con el número 3 millones, lo cual hubiese sido poco práctico a la hora de deducir (de manera falaz) que todos los seres humanos son casi idénticos.
El modelo de Lewontin de entelequia anti-genética (15%=0%; los abuelos son un constructo social)
El más influyente (al menos en círculos científicos) de los modelos de entelequia anti-genética es el formulado por Richard Lewontin en 1972 («The apportnionment of human diversity», Evolutionary Biology 6:381-398), es decir, aún en tiempos de la prehistoria de las tecnologías de secuenciación de ADN. Lewontin catalogó las frecuencias con las que aparecen las distintas variedades de 17 genes en distintas poblaciones humanas y a partir de esos datos calculó una cantidad que en genética de poblaciones recibe el nombre de coeficiente de parentesco y se denota como FS. Quien esté interesado puede encontrar su definición exacta por ejemplo en el libro Theoretical evolutionary ecology (Sinauer, Sunderland, Massachusets 1994). El coeficiente de parentesco es una magnitud estadística que cuantifica la similitud entre los organismos de un cierto subgrupo (por ejemplo el grupo formado por usted y un pariente) en comparación con una población de referencia (por ejemplo el conjunto de habitantes de su pueblo). Curiosamente, al ser los humanos organismos diploides (con dos copias del ADN) el coeficiente de parentesco de una persona consigo misma es 0,5 o 50%. El coeficiente de parentesco de un padre con sus hijos es 0,25 y el de un abuelo con sus nietos 0,125. Lewontin en su análisis encontró que el coeficiente de parentesco dentro de lo que en la primera mitad del S. XX los científicos llamaban razas y ahora llaman poblaciones o «demes» (para adaptarse al nuevo contexto ideológico surgido tras la segunda guerra mundial) es de 0,15. En otras palabras dos personas del mismo «deme», comparadas con el resto de la humanidad, tienen un grado de parentesco ligeramente mayor que el que un abuelo tiene con sus nietos respecto a una persona del mismo «deme» que no guarda parentesco con ellos. No obstante la conclusión de Lewontin fue más bien que 15% era un valor despreciable y que por lo tanto las razas no tenían fundamento genético y no eran sino constructos sociales. De aceptar la conclusión de Lewontin también nos veríamos obligados a concluir que el parentesco con los abuelos no existe y es simplemente un constructo social, por lo cual el modelo de Lewontin puede sintetizarse mediante del modo siguiente (15%=0%; los abuelos son un constructo social). La abusiva interpretación de Lewontin es ampliamente rebatida en el libro de Klein y Takahata Where do we come from? (Springer, Berlin 2002), no obstante sigue estando muy difundida debido a la intensidad con la que ha sido popularizada durante los últimos 40 años.
Origen científico de la entelequia anti-genética. El símil lingüístico
Un posible origen de estos modelos de entelequia anti-genética, sobre todo de los dos primeros, está en la frecuente comparación del genoma con un libro escrito en un idioma con 4 letras (las cuatro bases nitrogenadas que componen el ADN). Un texto en el que aparece una errata cada 1.000 letras puede aún leerse sin que su significado se perturbe demasiado. Alguna de las erratas quizás modifique el significado de una palabra, pero el contexto permite reconstruir al lector su significado original. En cualquier caso una errata en la página primera de un libro de miles de páginas poca o ninguna influencia puede tener sobre el significado de una frase en la página tres mil. Si las erratas aparecen cada 100 letras la lectura se hace algo más pesada, pero aun así Marino Pérez podría llegar a afirmar que no hay diferencia entre el texto con erratas y su versión correcta.
No obstante un fragmento de ADN no es un libro escrito en un idioma sino una estructura molecular en la que un pequeño cambio puede modificar la estructura y la función de una proteína de manera radical (hasta el punto de hacerla inservible en ocasiones) o alterar los niveles de expresión ce cientos de otros genes (por ejemplo si la mutación ocurre en un factor de transcripción).
El futuro no está e los genes, como dice Marino Pérez, y yo nunca apostaría por la profesión futura de un embrión aunque me dieran su genoma en un archivo FASTA (el formato en el que se suelen almacenar las secuencias genéticas). Pero si se trata de apostar si el embrión es humano o de chimpancé me jugaría sin dudarlo todos mis ahorros. Es más, tengo la sospecha de que Marino Pérez también lo haría.
Origen metafísico de la entelequia anti-genética. El mito de la sociedad
Como 29 millones de polimorfismos equivalen a cero, Marino Pérez concluye que nada está en los genes y liquida el problema diciendo que todo se explica por «contextos sociales e interpersonales», tomando así una posición radical ambientalista en el viejo debate de la herencia frente al ambiente (la más radical imaginable ya que afirma que ni para cuestiones médicas la herencia desempeña papel alguno). No me voy internar en tan escabroso tema, pero sí quiero señalar que la posición simétrica a la de Marino Pérez, es decir que todo está en la herencia y absolutamente nada en el ambiente, nunca ha sido formulada (salvo por los propios ambientalistas como caricatura), ni siquiera en los círculos que desde el materialismo filosófico se calificarían de fundamentalistas científicos. Por el contrario la posición ambientalista extrema ha aparecido recurrentemente desde los tiempos de Lysenko hasta la actual «teoría del género» (resumida esta última en la frase de Simone de Beauvoir: no se nace mujer sino que se llega a serlo, o lo que es lo mismo no hay diferencias entre el cromosoma X y el cromosoma Y). Esto se debe a que los defensores de la herencia, en mayor o menor medida, se mueven dentro del cierre categorial de la biología (aunque algunos pretendan rebasarlo para penetrar en la sociología usando la etología como puente), mientras que los del ambiente, más que en el ámbito categorial de la sociología suelen moverse en el ámbito de un mito, «el mito de la sociedad».
El mito de la sociedad, expuesto usando las ideas de materia y forma, podría resumirse en la existencia de un ente llamado sociedad que es capaz de moldear a los sujetos somáticos humanos (e incluso a los chimpancés según Marino Pérez), los cuales por sí mismos no son más que una materia amorfa de la que el ADN es una simple parte material y no formal. El hecho de que los ambientalistas usen con frecuencia la expresión «plasticidad del cerebro», nos hace pensar en que su idea de la sociedad es análoga a la de un demiurgo platónico que moldea una materia prima biológica que por sí misma es amorfa y necesita de un principio ordenador que no le es inmanente. Esta idea metafísica de sociedad (que rebasa por completo el campo categorial de la sociología), al formularse frecuentemente como opuesta a la idea de naturaleza, me parece ser de la misma estirpe que la idea de cultura, cuya genealogía ha sido expuesta por Gustavo Bueno a partir de la idea cristiana de la gracia. Pero la tarea de rastrear el génesis de la idea de sociedad se la dejaré a otros.