Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 125 • julio 2012 • página 10
En su libro Sobre la guerra, Carl Von Clausewitz establece un modelo teórico clásico para entender el fenómeno de la guerra; el conflicto entre estados será la esencia de todo conflicto bélico. El marxismo-leninismo rompió con esta tradición al identificar la guerra con la lucha de clases. En la actualidad, el marxismo-maoísmo de la República Popular de China da «la vuelta al revés» (Umstülpen) a la tradición marxista de la lucha de clases y la incorpora al modelo propuesto por Clausewitz, que a su vez queda revisado y ampliado.
1. Definición política de la guerra
Desde un punto de vista lógico, la República Popular China supone un experimento crucial para mostrar la verdadera esencia de la guerra. China es el asesinato de una teoría por la fuerza de los hechos; constituye como tal la demostración más definitiva que cabe encontrar de la naturaleza estatal de la guerra, y la refutación de las teorías alternativas.
China es la materialización del teorema planteado por Carl Von Clausewitz en su tratado «Sobre la guerra»: la guerra es la continuación de la diplomacia del Estado por otros medios{1}, es decir, la guerra es un fenómeno político recortado estrictamente sobre la dialéctica de estados.
Según este axioma clásico, la guerra supone el Estado, es decir, una sociedad estratificada en la que hay una capa cortical formada por guerreros. Clausewitz dio en el clavo por una intuición certera al disociar la guerra de la psicología y de la crueldad. La concibe, más bien, como una operación técnica propia de los estados{2}.
Julien Freund, en esta misma línea, consideró por su parte la guerra como el conflicto político por excelencia{3}. La guerra es la forma radical de la enemistad política. El fin del militar es la victoria pero el político quiere construir la paz que garantice la seguridad y la concordia{4}. Karl Schmitt asume esta tradición y concibe lo político como el enfrentamiento entre el amigo y el enemigo. Esta concepción de lo político se manifiesta claramente en la guerra. De hecho, en la guerra la hostilidad es máxima, la polarización y la distinción entre los enemigos es extrema, dicho en términos de Clausewitz. Por eso la guerra es uno de los asuntos políticos por antonomasia.
La Historia es la historia de las incesantes luchas y guerras entre las unidades políticas estatales. La lucha de clases es un factor causal menor en comparación con la lucha internacional. La guerra tiene mayor poder de transformación histórica que los problemas internos de los Estados. La Historia Universal más que lucha de clases es una lucha entre Estados. La guerra ha existido siempre y los conflictos bélicos entre Estados siempre han sido más potentes, numerosos e influyentes que los conflictos entre clases dentro de los Estados. El marxismo sobreestimó las posibilidades de subversión interna y menospreció el papel de las guerras en la Historia Universal.
La guerra es así considerada como una manifestación institucionalizada de la violencia. Se trata de un fenómeno eminentemente político que presupone la existencia de estados. Su objetivo es la «paz victoriosa» entendida como equilibro dinámico entre estados. Dicho de otra manera: todas las guerras tienen el mismo objetivo, la eutaxia, esto es, el «buen orden» entendido como aquél que es capaz de conservarse en el tiempo.
2. La guerra como dialéctica de estados
Como ha puesto de relieve Gustavo Bueno{5}, cada Estado se constituye en función de la apropiación del recinto territorial en el que actúan y mediante la exclusión de ese territorio y de lo que contiene de los demás hombres que pudieran pretenderlo.
El enfrentamiento entre los Estados debe considerarse como un momento de la misma dialéctica determinada por la apropiación de los medios de producción (el territorio, sus recursos mineros y energéticos, su agua...) por un grupo o sociedad de hombres, excluyendo a otras sociedades o grupos adversarios. De este modo resultará que son ya los mismos expropiados de cada Estado aquellos que, por formar parte de él, están expropiando a su vez unos bienes a los cuales, en principio, tienen también acceso --mediante la conquista-- los extranjeros.
Cada Estado sólo se constituye como tal y desarrolla sus fuerzas de producción en el proceso mismo de determinación mutua con los otros Estados competidores.
La apropiación de los medios de producción, definidos dentro de los límites de cada Estado, sólo puede considerarse consumada tras la constitución del mismo Estado. De esta manera, la división de la sociedad en clases no es anterior al Estado sino posterior. Este planteamiento territorial, geopolítico, de la estructura y la función de la sociedad política y del Estado no niega los enfrentamientos internos entre las clases sociales.
La dinámica de las clases sociales en la Historia, como clases definidas en función de su relación con la propiedad de los medios de producción, actúa de hecho y únicamente a través de la dinámica de los Estados.
Este es el punto principal de la diferencia práctica entre el marxismo-leninismo de la tercera Internacional y el anarquismo de la primera Internacional, el espartaquismo o incluso la socialdemocracia de la segunda Internacional (a la que se consideró como «socialfascismo» desde la URSS) y aun desde la cuarta Internacional. La izquierda definida de sexta generación que es la China comunista hereda esta concepción territorial de la morfología política.
La conexión entre el Estado y la propiedad privada constituye el núcleo de aquella versión del materialismo histórico que postula, como motor de la historia, a la lucha de clases considerada respecto de los estados. El Estado se constituiría como la organización de la clase de los propietarios surgida del seno de la sociedad natural, a fin de mantener su posición privilegiada.
La teoría marxista del estado fue expuesta por Engels en su libro «El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado». El pecado original de la humanidad es la división social del trabajo que trajo consigo la división social de los trabajadores. Por tanto, esta división del trabajo supone el origen de las clases sociales entendidas en función de los medios de producción. Estas clases se dividen necesariamente en dos: las que poseen los medios de producción y las que no los poseen, es decir, la sociedad se divide entre explotadores y explotados. Estas clases dividen toda sociedad política en dos grupos, lo cual convierte al estado en una institución establecida por las clases explotadoras para perpetuar, asegurar y extremar la explotación sobre los oprimidos. De manera que el estado es un instrumento de explotación de los individuos, donde se advierte un componente anarquista fuerte en el núcleo mismo del marxismo. Ciertamente, el fin último del comunismo es la abolición del estado, pero a diferencia del anarquismo de Bakunin esta abolición es el término dialéctico de la lucha de clases, y no el principio.
Este análisis acerca del origen del Estado empobrece la dialéctica del proceso de constitución de las relaciones entre la propiedad privada y el Estado. La construcción deja fuera del proceso el componente acaso más importante tanto en la génesis como en la estructura del Estado, a saber, el componente militar vinculado a la guerra entre estados.
Efectivamente, el conflicto de clases no es anterior al estado sino que deriva de la misma institución de éste, puesto que con el estado surge la propiedad, y no a la inversa. De manera que las clases brotan del estado en cuanto la propiedad particular presupone la previa apropiación de un territorio que es delimitado por un grupo social frente a otros grupos. La apropiación individual de cualquier bien singular u objeto requiere una apropiación anterior: la apropiación colectiva de un territorio.
El estado surge en la redistribución de las partes de ese territorio entre los miembros del grupo que han contribuido a arrebatar ese territorio a otros grupos rivales. Antes de constituirse el estado hay una apropiación de territorios; pero la institución encargada del reparto y registro de estas partes estabiliza el territorio bajo el dominio de esas partes frente a otras. Este es el origen de la sociedad política que da lugar a las clases sociales con especificación económica.
De manera que antes del estado no hay clases sociales con implicaciones económicas, y tampoco puede dividirse la sociedad civil en dos clases necesarias (explotadas y explotadoras), sino que cada estado albergará una pluralidad de clases sociales (30 ó 40, pongamos por caso) cuyo número además será contingente, en contra del rígido esquema dualista propuesto por Marx, o más bien los marxistas. Por otro lado, se renuncia a la clasificación maniquea de «oprimido-opresor», donde una clase es opresora y otra es oprimida de manera absoluta, dado que todas las clases sociales oprimen y son oprimidas simultáneamente. Cada clase está en relación dialéctica con otras clases de otras naciones o de la misma nación, siendo tanto explotadas como explotadoras. Una clase social puede ser oprimida por otra clase, pero puede ser opresora respecto de una tercera. La lucha recíproca de clases se sostiene sobre una dinámica de alianzas, facciones y conjuras frente a terceros, en cuyo devenir acontecen incluso situaciones contradictorias donde una facción puede llegar a ser aliada de un partido enemigo o puede enemistarse frente a proverbiales amigos.
Por último, en este modelo el estado deja de ser un instrumento de explotación y se prescinde de todo «residuo anarquista» presente en la doctrina marxista, dado que todas las clases de un estado mantendrán sus conflictos bajo parámetros y niveles que se determinan por su lucha, a través del estado, contra todas las clases sociales que operan a través de la acción política de estados rivales. El estado no será un factor de explotación, sino un factor defensivo u ofensivo conforme a los intereses de las clases operantes de la sociedad civil que están en relación dialéctica, y no armónica, frente a esos estados competidores.
Es preciso, por tanto, volver del revés esta relación, de suerte que la dialéctica de las clases sociales intra-estatales sea sustituida por la dialéctica de los Estados imperialistas, entendidos como unidades de apropiación global de territorios, riquezas... frente a las otras unidades expropiadas.
3. La guerra como dialéctica de estados, según China
El conflicto sino-soviético fue determinante para la actual concepción del comunismo chino. En occidente se vivió con sorpresa este choque entre dos países unidos, sin embargo, por la misma ideología comunista.
Este episodio bélico entre las dos mayores potencias comunistas dejó perplejos a la izquierda indefinida y al trotskismo difuso. Más aún, en 1972, en la cima de la división chino-soviética, Mao y Zhou Enlai recibieron a Richard Nixon en la capital para establecer relaciones con los EEUU. Esta confrontación dentro del bloque comunista fue considerada por los ácratas e internacionalistas apátridas como una herejía, tan escandalosa ideológicamente como hubiera sido para un cristiano admitir la enemistad entre Dios Padre y Dios Hijo, o la lucha de ambos contra el Espíritu Santo. En aquella época una viñeta cómica mostraba un campo de batalla donde luchaban chinos y soviéticos, y aparecía Marx diciendo: «proletarios de todas las naciones, ¡separaos!»
Esta perplejidad se despeja, sin embargo, cuando se prescinde del mito del «proletariado universal» y se asume el teorema de la «dialéctica de Estados» desarrollado en el punto anterior. China sólo durante 6 años había coqueteado con la rusificación del país, en el estado de facto establecido por el Partido Comunista de China en las zonas de China bajo su control entre 1931 y 1937. Rompió con esta sovietización por lo que concedía al internacionalismo y por lo que restaba de soberanía al propio estado chino. De modo que China salió de este conflicto con la URSS, de casi treinta años de duración, todavía más liberada del mito del «proletariado internacional» y con la lección de la dialéctica de estados bien aprendida como motor de la historia y, en consecuencia, de la revolución comunista.
China, sin embargo, no rompió totalmente con el marxismo-leninismo. Esta asimilación crítica del marxismo-leninista ha originado una modalidad de socialismo revolucionario muy original. En este sentido, China ha dado la vuelta a Marx, lo mismo que Marx había dado la vuelta a Hegel. De hecho, la izquierda definida para entender la realidad histórica del presente se encuentra obligada a fijar su mirada en lo que China es: una «vuelta al revés» de Marx, su Umstülpung. Este quiasmo ideológico se encuentra materializado en China como plataforma geopolítica, funcionando a toda máquina{6}.
El liberalismo reduce la vida económica y política a una «competitividad entre individuos». Engels y Marx asumían esta perspectiva dentro de la «lucha de clases» más amplia. China asume tanto la «competitividad entre individuos» como la «lucha de clases», pero dentro del marco englobante y omnicomprensivo de la «Dialéctica de Estados», según el canon clásico de Clausewitz.
La propia bandera de China es un icono que expresa este planteamiento de la sexta generación de izquierdas. La bandera de la República Popular China es un paño de color rojo que simboliza la revolución, con cinco estrellas amarillas de cinco puntas que simbolizan a su vez la unidad del pueblo revolucionario bajo la dirección del Partido Comunista de China. Como se puede apreciar las estrellas pequeñas aparecen orientadas hacia la estrella de mayor tamaño.
La bandera fue diseñada por Zang Liansong, un ciudadano de Zhejiang. Es izada todos los días en la Plaza de Tiananmen por el Ejército Popular de Liberación con el himno de La Marcha de los Voluntarios.
Según la interpretación actual del gobierno chino en lo referente a la bandera nacional, el fondo de color rojo brillante simboliza la revolución del pueblo, y el color dorado fue utilizado para «destacar» sobre el color rojo. La relación entre las cinco estrellas representa la unidad del pueblo chino bajo la dirección del Partido Comunista de China. La orientación muestra que dicha unidad debe girar siempre en torno a un centro (en este caso, el partido, pues es quien guía al pueblo).
En la descripción original de la bandera que realizó Zeng, la estrella más grande simboliza el Partido Comunista Chino, y las cuatro estrellas de menor tamaño que la rodean y están orientadas hacia ella simbolizan las cuatro clases sociales, mencionadas por Mao Zedong en su libro «Sobre la dictadura democrática del pueblo» (haciendo referencia al concepto comunista de la Dictadura del proletariado): trabajadores, campesinos, la pequeña burguesía (comerciantes), los «burgueses nacionales».
Esta bandera es una auténtica «conversión al fantasma» de la concepción marxista-maoísta. La lucha de clases se subordina a la lucha entre estados. Mao no habla de clases obreras enfrentadas a clases burguesas, sino de las diversas clases sociales chinas contra las diversas clases soviéticas del estado ruso, o en oposición dialéctica contra las múltiples clases sociales americanas, etc. El maoísmo abandona por principio el marxismo-leninismo soviético, o mejor dicho: le «da la vuelta».
Para el marxismo chino la desaparición de las clases no es el objetivo del comunismo. Sin embargo, esta variación respecto del marxismo-leninismo no supone el rechazo en bloque del marxismo: mantiene la lucha de clases. Pero no en clave marxista-leninista, según la cual el motor de la historia es el conflicto entre las clases explotadoras contra las clases explotadas, las clases obreras contra las clases burguesas, los dueños de los medios de producción contra los dueños de las relaciones sociales que sostienen esa misma producción, la clase proletaria y obrera contra la clase capitalista o burguesa.
El marxismo-maoísmo rechaza este esquema leninista. El marxismo-maoísta concibe la lucha de clases de otra manera, ya que la lucha de clases deriva de la lucha entre estados. De esta manera, el esquema del marxismo-maoísta quedaría establecido como sigue: la verdadera lucha de clases consiste en la lucha de unas clases nacionales contra las clases de otras naciones, de modo que todas las clases sociales de un mismo estado forman frente común contra todas las clases del estado enemigo. La «lucha de clases» queda así absorbida en la dinámica específica de la «lucha de estados».
Numerosos expertos en geopolítica, movidos por el antiguo planteamiento leninista de la lucha de clases, pretenden haber detectado cierta anomalía en la República Popular China. Insisten en la contradicción entre la igualdad propuesta por el comunismo y la máxima desigualdad que ese comunismo está generando en China. Consideran que esta contradicción interna es el talón de Aquiles de China y la debilidad por donde China puede desmoronarse como proyecto comunista, a causa de las tensiones y conflictos que genera. A favor de esta tesis catastrofista subrayan datos como la posición de China en el índice Gini, que mide los niveles de desigualdad económica de cada nación, donde China se encuentra en el puesto más bajo de igualdad. Remarcan las 85.000 manifestaciones que se producen anualmente en el país. Insisten en el malestar de las clases más desfavorecidas, denuncian los numerosos desórdenes sociales originados por el sistema de producción chino, hacen públicas situaciones laborales tan inhumanas como las de Foxconn, etc. Es decir: interpretan el marxismo-maoísta desde el planteamiento marxista-leninista de la lucha de clases como motor de la historia.
Entre los miles de ejemplos que podrían aducirse citamos un caso canónico de este tipo de objeciones. Aunque el planteamiento sea marxista-leninista, es un tipo de argumentación esgrimido no sólo por los marxistas sino también por neoliberales, anarco-capitalistas, neocons y cualquier otro adversario de China. Es una objeción originalmente leninista pero que es actualmente utilizada por cualquiera con independencia de esta ideología de origen. Por ejemplo, remitimos a un artículo de un neoliberal, Carlos Alberto Montaner titulado «El caso de China» y publicado en Libertad Digital{7}:
«Cuando comenzó el cambio económico en China, a mediados de los años setenta, un obrero industrial de ese país ganaba la decimosexta parte de lo que recibía un trabajador norteamericano en un puesto similar. Hoy, el primero gana una cuarta parte de lo que recibe el segundo. Puede que en el futuro incluso llegue a ganar lo mismo o más: los japoneses pueden dar fe de ello. Esos trescientos millones de personas que hoy forman parte de los niveles sociales medios de China deben su posición, en gran medida, a la furia empresarial privada desatada en dicho país.
Naturalmente, este impresionante milagro económico está y estará en peligro de saltar por los aires si China no consigue evolucionar en el terreno político hacia un sistema razonable de solucionar los conflictos y transmitir la autoridad basado en el consentimiento de los ciudadanos, como ha hecho, por ejemplo, Taiwán.
La paradoja consiste en que cada chino que consigue pasar del campo a la ciudad, del analfabetismo al conocimiento y de la pobreza a las clases medias es una persona socialmente inconforme que demandará cuotas crecientes de libertad y una inversión de las relaciones de poder con respecto al Estado. Cuando lo recibía todo del Estado, era su miserable sirviente. Ahora, cuando con su trabajo en el ámbito privado crea riquezas y mantiene al Estado, desea que los funcionarios se conviertan en servidores públicos. El que paga, manda.
Afortunadamente, el modelo de la democracia liberal, con todas sus imperfecciones, ha resuelto esas tensiones entre la sociedad y el Estado, y son cada vez más los chinos que miran a Occidente como una fuente de inspiración cívica. Es en esa atmósfera donde prospera el mejor capitalismo, y no en las dictaduras de partido único.»
Sin embargo, estas objeciones planteadas contra el comunismo chino, tan potentes desde el punto de vista leninista, resultan insustanciales desde la perspectiva maoísta: las desigualdades entre clases sociales son inherentes a esas mismas clases y, por consiguiente, siempre van a existir. El clasismo es un corolario necesario de toda sociedad política y civil. El comunismo chino, por tanto, parte de lo que hay.
Sin embargo, las condiciones de vida de todas las clases de una misma nación pueden elevarse de una sola manera: uniéndose contra las clases sociales de otras naciones. Es decir, mediante la guerra entre estados. De modo que si en China existen desigualdades relativas de las clases chinas entre sí respecto de las desigualdades existentes entre las clases sociales de los EEUU, por ejemplo, el enemigo de las clases más desfavorecidas de China no serán las clases compatriotas más enriquecidas, sino precisamente todas las clases de los EEUU consideradas en bloque, ya que son esas clases extranjeras las que niegan sus riquezas y territorios a la expansión de todas las clases chinas consideradas en su conjunto. Si China invadiera los EEUU, pongamos por caso, las desigualdades entre las clases nacionales del Siam seguirían existiendo, pero la apropiación de los territorios y los recursos de los EEUU por parte del estado chino elevaría los niveles de todas las clases chinas a costa de despojar a todas las clases estadounidenses de esos mismos beneficios. Entonces las clases más desfavorecidas chinas podrían situarse al nivel de las actuales clases enriquecidas del país; de hecho, no hay otra manera de elevar los niveles de vida de la población china, y las desigualdades --por otro lado inevitables-- dadas en su seno se mostrarían como insignificantes para resolver o causar la pobreza interior del país. De modo que los únicos impedimentos reales que frenan el desarrollo de China o la desaparición de su pobreza estructural son los estados extranjeros, y no las clases pudientes nacionales. El intento de enfrentar a las clases sociales chinas entre sí, y romper la unidad patriótica frente a terceros agitando la bandera leninista de la «lucha de clases», sería una estrategia de las potencias extranjeras para debilitar al estado chino: divide et impera!; lo cual confirma indirectamente la tesis maoísta de la «Dialéctica de Estados» como motor de la historia, es decir, como principio de las condiciones materiales de toda existencia humana a escala secular.
De esta manera, mediante la guerra, las clases sociales de una nación abandonan la pobreza y alcanzan la prosperidad. Salen de la pobreza empobreciendo a las clases sociales de los países derrotados. Este es el planteamiento marxista-maoísta, y desde él puede ser reinterpretado el diagnóstico marxista-leninista como infundado. El argumento apagógico de reducción al absurdo fracasa. Si fuera un argumento ad hominem, incluso podría decirse que se trataba de una ignorantia elenchi, porque atribuye al comunismo chino un planteamiento leninista que el maoísmo no admite en modo alguno. Pero, en realidad, se percibe claramente que este texto, como otros muchos, sólo son propaganda anti-china situada en el marco más amplio de la «Dialéctica de Estados». De nuevo, el teorema de Clausewitz queda probado: «todo acto político realizado por otros medios es un acto de guerra; guerra y política son lo mismo. Todo estado requiere la guerra para existir. No hay guerra sin estado, no hay estado sin guerra». Q.E.D.
Como expresa la bandera nacional, el Partico Comunista de China es la garantía de ese estado unitario que consigue unificar las diversas clases sociales chinas a través de un cuerpo político que se enfrenta económica o políticamente contra los demás estados, a fin de hacer prosperar el propio país e incrementar los niveles de vida de los ciudadanos y de sus respectivas clases sociales.
4. Guerra económica de la China actual
A continuación mostraremos de un modo sucinto, por un lado, algunos de los hitos económicos mundiales desde la segunda mitad del siglo XX que han coadyuvado al ensalzamiento de la economía China y, por otro lado, algunas características de este modelo económico y cultural de China que los está convirtiendo en un país implacable en su expansión económica según el modelo de «Dialéctica de Estados».
El Sistema Monetario Internacional (SMI) nacido de los acuerdos de Bretton Woods en 1944 trataría de alcanzar el afianzamiento de las transacciones comerciales y la estabilidad monetaria internacional, obligando a los países firmantes a mantener el equilibrio estructural en las balanzas de pagos. Todo ello bajo el marco del patrón oro y de una relación de convertibilidad fija entre esta materia prima y el dólar, fijando el resto de países sus monedas en relación a la americana con una banda máxima de fluctuación. Los déficits en la balanza de pagos sólo podían ser temporales y debían ser corregidos con cargo a reservas o a través de financiación del FMI, creado al efecto.
Al ser el dólar la divisa de referencia mundial acordada en Bretton Woods, USA jugaba con la ventaja sobre el resto del mundo de poder ser el único país que podía permitirse pagar sus déficits comerciales imprimiendo más dinero y enviándoselo a sus acreedores. Sin embargo, el envío al exterior de millones de dólares para financiar la guerra de Vietnam, así como la financiación del déficit comercial que por primera vez empezada a experimentar USA, motivaron que algunos países (especialmente Francia) sintieran esa sobrevaloración de la oferta monetaria del dólar e insistieran en canjeárselos por oro según la conversión acordada en Bretton Woods. Fue entonces cuando la gran contracción de las reservas de oro que estaba experimentando USA llevó a Richard Nixon a decretar unilateralmente en 1971 la inconvertibilidad del dólar en oro y devaluar el dólar para corregir el desequilibrio comercial.
Bajo el asesoramiento de Milton Friedman, el dólar dejaba de ser el "centro gravitacional" del SMI salido de los acuerdos de Bretton Woods y con la eliminación de la convertibilidad del dólar en oro, la divisa empezó a fluctuar libremente y a cotizar respaldada esta vez por el gobierno de los Estados Unidos en lugar de por oro, como locomotora económica mundial.
El final de los acuerdos de Bretton Woods, rompiendo los equilibrios estructurales del comercio (balanza de pagos) que imponía el patrón oro, llevó al incremento del crédito en dólares y a incrementar exponencialmente la financiación de las importaciones procedentes de Asia, con graves consecuencias para la industria norteamericana. Con la imprenta de dólares en marcha, desde los años 70īs los Estados Unidos comenzaron a importar productos asiáticos. El desequilibrio estructural de Estados Unidos se agudizaba cada vez más y Asia comenzaba a convertirse en una gran fábrica. La globalización de los años 80īs llevó a la desindustrialización en USA (con la consiguiente destrucción de empleo) y la instalación de empresas en China, buscando mano de obra barata y condiciones de producción más competitivas vía precios. El hundimiento de la industria estadounidense se camuflaba con un fácil acceso al crédito que disimulaba el estancamiento y estimulaba el consumo desmesurado y las importaciones de productos procedentes de Asia (lo que hundía aún más a la industria americana). El ritmo de crecimiento económico que experimentaban los Estados Unidos al compás del crédito y el consumo, estaban ocultando los graves desequilibrios de su economía en favor de Asia.
Pero con la crisis financiera internacional, desatada precisamente en los Estados Unidos en el verano de 2007, el crédito se ha terminado. Además ahora la industria ahora está manos de China, y no es nada fácil dada la estructura de costes de la industria China, rehacer las desinversiones norteamericanas de la globalización para volver a generar empleo y riqueza en USA.
Por último, las reservas que ha ido atesorando China durante las últimas décadas por la exportación de su producción, hace que tenga un poder importante. La compra masiva de bonos del gobierno norteamericano (al igual que de otros países europeos) les da un poder de negociación bajo la amenaza de venta de títulos, que tirarían al alza del tipo de interés necesario para la colocación de deuda soberana, con negativas consecuencias para las cuentas públicas al obligar a los países a destinar una mayor partida de gasto al pago de intereses de la deuda.
Otra cuestión es que no le interese actualmente a China, que tiene anclado el Yuan nominalmente al dólar, ya que un incremento en el tipo de interés del billete verde le llevaría a la apreciación de ambas monedas, lo que va en contra de sus intereses comerciales.
Hasta aquí hemos desarrollado la vertiente histórica sobre los hitos económicos que han favorecido el ensalzamiento de la economía de China desde la segunda mitad del siglo XX. A continuación explicaremos las características económicas y culturales del modelo de expansión económico de China a nivel mundial que brota como corolario de la «Dialéctica de Estados» arriba tratada.
Mao mantuvo, a este respecto, la noción leninista de la guerra revolucionaria, o guerra absoluta, según la tradición de Carl Von Clausewitz, con enemigos absolutos y el pueblo en armas.
Esta tradición leninista queda transformada en China a partir de 1976 con el «golpe de timón» de Deng Xiaoping. A partir de esta fecha, China abre sus mercados. Dentro de este «socialismo con características chinas», se produce la reforma económica aperturista del pís (también conocido como «socialismo de mercado», «capitalismo de estado» o «economía de mercado socialista»), abriendo a China al capitalismo y a los mercados mundiales.
Pero Deng Xiaoping no abandona con esta apertura la noción de guerra absoluta. La diferencia reside en que no será una guerra militar sino una guerra económica. La guerra económica será la prolongación de la política por otros medios, parafraseando a Clausewitz. De esta manera, la economía política será la guerra absoluta de Lenin, nueva interpretación de la noción más primitiva de Clausewitz. Esta guerra económica retoma la tradición china más venerable; rompe por tanto con la «revolución cultural» precedente. La guerra económica retoma así la tradición confuciana. De hecho, el discurso de 1976 de Deng Xiaoping retoma la venerable tradición bélica planteada en «el arte de la guerra» de Sun-Tzu.
Un buen resumen del modelo cultural y la estrategia de expansión de China, se refleja en el Discurso de los 24 caracteres pronunciado por Deng Xiaoping{8}. Se podría decir, que es un resumen concentrado del «Arte de la guerra» de Sun-Tzu, escrito como manual de guerra y estrategia militar en el siglo VI a.C. y que más de 2.500 años más tarde, constituye un modelo de estrategia empresarial enseñado en las principales escuelas de negocio del mundo. Las ideas del Discurso de los 24 caracteres son: observa con calma, asegura tu posición, afronta los asuntos con tranquilidad, esconde tus capacidades, aguarda el momento oportuno, mantén un perfil bajo (silencio, discreción), nunca reivindiques el liderazgo.
China decide incorporarse al mercado en los años 90 según una estrategia tan simple como eficaz. Este modelo chino de expansión económica es patriótico como procede en todo esquema de «dialéctica de estados». Este modelo económico ha sido descrito por Julián Pavón como «parasitario». Desde el punto de vista puramente económico Julián Pavón reseña los siguientes aspectos de este patrón económico parasitario:
1. El modelo chino de expansión económica es mayoritariamente patriota: Las empresas y fabricantes son chinas, desarrollan la producción en China y dan empleo casi exclusivamente a chinos. Con lo cual, toda la cadena de valor de la producción podríamos decir que se queda en casa.
2. Por la venta de sus productos obtienen unos fondos que son ingresados en bancos chinos que tienden a llevárselo a China, incrementando enormemente la reserva de divisas en aquel país.
3. El incremento de reservas de China le lleva a comprar empresas de materias primas y otros recursos estratégicos además de controlar la economía mundial a través de la adquisición de deuda soberana de las principales economías occidentales.
De esta forma, se reinvindica un modelo de expansión económica de China en el predomina el espíritu pacífico de la conquista con estrategias y no a través de las batalla. Como conclusión diremos que el liderazgo comercial de China, se está convirtiendo en liderazgo financiero. Los próximos retos son el liderazgo tecnológico, el militar, y la carrera espacial.
Esta estrategia de Economía política, ha convertido a China en la 2ª economía más grande del mundo estimada en el año 2011 con un PIB nominal de 5.878 billones de dólares estadounidenses (US$), que creció un 9,5% más para el segundo trimestre de 2011. Este modelo económico ha sido descrito por Julián Pavón como «parasitario»: China crea empresas chinas que producen mercancías manufacturadas en China que vende en tiendas chinas donde sólo se contratan trabajadores chinos.
Como China vincula el yuan con el dólar, los tipos de interés permanecen bajos: yuan barato y productos a bajo precio. De este modo, se favorecen las exportaciones. El dinero obtenido se ingresa en bancos también chinos. De manera que China es la mayor potencia financiera actual, pues tiene acumulados más de 3,5 billones de dólares en divisas. Con este dinero compra los países adquiriendo su deuda pública y las materias primas estratégicas de Iberoamérica y África. China puede comprar el mundo, y de hecho lo está haciendo.
El crecimiento de esta economía es tan rápido que se cree que superará a la estadounidense en 2016. Con la crisis financiera internacional, desatada precisamente en los Estados Unidos en el verano de 2007, el crédito se ha terminado. Como la industria ahora está en manos de China, y dada la estructura de costes de su producción, no es nada fácil rehacer las desinversiones norteamericanas de la globalización para volver a generar empleo y riqueza en USA.
Por último, las reservas que ha ido atesorando China durante las últimas décadas por la exportación de su producción, hace que tenga un poder importante. La compra masiva de bonos del gobierno norteamericano (al igual que de otros países europeos) les da un poder de negociación bajo la amenaza de venta de títulos, que tirarían al alza del tipo de interés necesario para la colocación de deuda soberana, con negativas consecuencias para las cuentas públicas al obligar a los países a destinar una mayor partida de gasto al pago de intereses de la deuda.
Actualmente no sólo es la fábrica del mundo sino también su banquero; no controla sólo la producción sino también la distribución. China ha terminado por convertirse en la segunda potencia económica del mundo y empieza a transformar esa riqueza financiera en riqueza tecnológica. Su economía centralizada a través del Partido Comunista le está permitiendo planificar su política económica para los próximos 50 ó 100 años a fin de consolidar posiciones ya conquistadas y dominar el mundo a través del control de las fuentes de energía, el capital financiero, la producción y la distribución. Ejemplo de este poder planificador es la carrera espacial: en 2020 China tendrá una estación permanente en la luna para explotar el Helio 3, un combustible que servirá para obtener energía nuclear por fusión y que podría sustituir al petróleo en el futuro. Su desembarco en África está siendo masivo en busca de insumos y materias primas, recursos energéticos, etc.
Ortega en La rebelión de las masas decía que Europa reaccionaría cuando «la coleta de un chino asomase por los Urales». Pues bien, los chinos ya han aparecido en forma de mercado y operan según un patrón de guerra económica muy beligerante.
Es hora de reaccionar porque amenazan con conquistar el mundo entero.
Notas
{1} Clausewitz, C. V.: De la guerra. Madrid: La esfera de los libros, 2005, «Nota introductoria», p. 7.
{2} Ibídem, Libro VIII, cap. VI, «La guerra es un instrumento de la política», pp. 665-674.
{3} Freund, J.: La esencia de lo político. Madrid: Editora Nacional, 1968, pp. 557-800.
{4} Op. Cit., Libro VI, cap. XXVII, «Defensa de un teatro bélico», pp. 517-521.
{5} Gustavo Bueno, «Dialéctica de clases y dialéctica de Estados» en El Basilisco, 2ª época, nº 30, 2001, pp. 83-90. Cfr. Primer ensayo sobre las categorías de las «ciencias políticas». Logroño: Biblioteca Riojana, 1991, cap. 2, pp. 229-269.
{6} Gustavo Bueno, «La vuelta al revés de Marx», en El Catoblepas, nº 76, junio 2008. Cfr. «Sobre el significado de los «Grundrisse» en la interpretación del marxismo» en Sistema, Madrid, mayo de 1973, nº 2, III. «El «Umstülpen» y los quiasmos en Marx», pp. 22-28.
{7} Carlos Alberto Montaner [en línea]: «El caso de China», en Libertad Digital (2012), http://exteriores.libertaddigital.com/el-caso-chino-1276240006.html [Consultado: 26/3/2012].
{8} Cfr. http://sun-bin.blogspot.com.es/2005/07/tao-guang-yang-hui-as-strategy-is.html