Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 126 • agosto 2012 • página 11
El suelo de las manos. Como es bien conocido esta es la tesis defendida por Gustavo Bueno tanto en su artículo titulado «La mesa» publicado en la revista El Europeo (nº 47, 1993) como en la más reciente tesela número 35. La idea de Mesa trasciende de la categoría habitual de mueble y aparece en un momento en el que los bipedestados nos quedamos sin suelo en el que apoyar las extremidades superiores que antes también apoyábamos.
El objeto de este artículo es desarrollar someramente la etimología de las palabras que significan ‘mesa’ para estudiar cómo se ha conceptualizado en las lenguas que nos son más próximas, en todo caso indoeuropeas.
Como idea muy general cabe tener en cuenta que los especialistas en lingüística histórica constatan mediante la comparación de la mayor parte de lenguas europeas (con la excepción del finés, húngaro, estonio y vascuence) y muchas de las asiáticas cómo todas ellas parten de una base común que por un lado ha sido alterada fonéticamente de maneras diversas y a la que por otro se han introducido una serie de novedades o innovaciones en todos los niveles, entre ellos en el léxico.
Estas innovaciones léxicas son las que más interés tienen para la etimología porque permiten constatar cómo se han conceptualizado nuevas realidades a las que había que nombrar y para las que no había nombre anterior.
Para ilustrar esta idea usaremos un ejemplo del latín, con dos verbos de igual significado y abundante presencia en español: fero (acuífero, ‘que lleva agua’) y porto (el mismo verbo portar). El primero de ellos no tiene etimología, pues aunque su presencia es abundantísima (gr. phéro, a.i. bhárati) en todas las lenguas significa simplemente ‘llevar’. Ahora bien, diferente es el caso de portare, cuya etimología sí podemos estudiar porque sabemos mediante la comparación con otras lenguas que su raíz significa ‘atravesar’. Así por ejemplo en griego tenemos ideas tan importantes como el á-peiron de Anaximandro (‘lo que no se puede atravesar’) o las a-porías de Zenón (de igual significado). Parece que en latín portare es atravesar la porta (la puerta, ‘lo que se atraviesa’), y el hecho de que exista un verbo también latino trans-portare demuestra cómo progresivamente portare perdía el significado de atravesar hasta el punto de tener que introducir la renovación léxica.
Partiendo de estas ideas vamos a empezar con la etimología de la propia palabra española mesa, derivada del latín mensa. Para decir en primer lugar que el significado de ‘mesa’ es derivado del primero conocido en latín arcaico, que no era ni más ni menos que el de ‘pastel, comida’ y del que todavía queda algún rastro en latín clásico. Pero no se trata de una comida cualquiera, sino de una comida dedicada u ofrecida a los dioses, sinónimo circunstancial de libum. Era en definitiva una palabra del ámbito de lo religioso, y se llegaba hasta el punto de que en latín muy arcaico se podía jurar «por las mesas y los frutos» (mensa frugibusque iurato). Se conocen equivalentes germánicos o celtas del término, pero en nada han conseguido ayudar a conocer la etimología indoeuropea de esta palabra. Como decía Antoine Meillet, «no todas las palabras tienen derecho a una etimología».
El desarrollo posterior del término es sencillo: por extensión se empezó a designar con el nombre de mensa a la mesa de comer, que fue el único significado que tenía en latín. Y ya en español pasó a ser el término propio y genérico del objeto.
Pero en nada ha de sorprender a los hispanohablantes que la mesa fuera originariamente una comida, pues es idea que ha permanecido hasta el español de hoy en día. Por ejemplo con un co-mensal solo compartimos la mesa si es para comer, y la sobremesa solo es el tiempo de después de comer. O cuando decimos que un restaurante tiene «muy buena mesa», donde mesa significa estrictamente ‘comida’. El significado es relativamente frecuente y aun aparece en el diccionario de la RAE, aunque relegado a la definición decimotercera, a la que ha bajado desde la segunda en que apareció en el Diccionario de Autoridades (1734): «se toma regularmente por la misma vianda que se pone sobre ella [la mesa]». La historia de la lengua latina nos ha permitido entender que la relación entre la comida y el lugar en que se apoya es precisamente la contraria de la que creyeron los primeros académicos.
Llegado este punto quizá algún lector haya pensado también en el vocablo mesón que tan al caso parece venir, pero que a pesar de la apariencia nada tiene que ver con la mesa. Se trata del derivado patrimonial de latín mansio (cultismo mansión), probablemente a través del francés maison (‘casa’), cuyo derivado medieval maisonage terminó evolucionando hasta el actual ménage, españolizado como menaje, habitualmente utilizado en la redundancia «menaje del hogar».
Por último cabe decir que el latín mensa, tal y como dice Corominas, solo fue conservada en los romances periféricos del este y el oeste, además de en Cerdeña, y que en el resto fue sustituida por la tabula, como atestiguan el francés table, el italiano tavola o hasta el inglés table o el alemán Tafel.
Una vez más el significado etimológico de esta tabula lo ignoramos, pero bien sabemos que el sentido original del término era el de una plancha. De hecho es el significado que mantiene hoy en español la tabla o el tablón, aunque el primero de ellos designe exclusivamente una plancha de madera. En francés uno de sus derivados, tablier, pasó a designar desde los primeros textos al mantel, y posteriormente una tela utilizada para no mancharse, el delantal.
Ahora bien, dado que la mesa entendida como un mueble también es un concepto muy amplio pronto surgieron tipos de mesa a los que designar con nuevas palabras. Al igual que en español apareció por ejemplo el escritorio o la mesilla lexicalizada, en francés aparecieron el bureau y el buffet, en inglés apareció el desk y en alemán el Tisch.
Por citar los dos últimos, ambos tienen una etimología común, y con una imagen compartida ni más ni menos que por el latín eclesiástico. El caso es que una mesa aparte de servir para diferentes fines puede presentar formas también diferentes. Y tanto para los alemanes como para los ingleses sus mesas son redondas. O dicho en griego a través del latín, discus, nuestro disco español. Inevitable que vengan a la memoria los caballeros de la mesa redonda. Por no hablar del famoso tribunal vaticano de la Rota, de cuyo nombre el origen parece precisamente que hace referencia a que la mesa en que se reunían tenía forma de rueda (lat. rota).
El bureau francés que nosotros tenemos a través de la buro-cracia designa a la mesa de escritorio y por extensión a la oficina. Y resulta que originariamente es el nombre de una tela, en español buriel, que se debía de poner encima de las mesas para escribir más cómodamente o para incluso escribir sobre ellas. No se trataba de mesas cualesquiera, eran mesas para escribir, eran tables bureaux. Y para comer estaba el buffet, que en español usamos solo si es libre.
Cambiando de tercio si el latín tabula se fijaba en la plancha resulta que el griego trapeza se conceptualizó precisamente por la otra parte de la mesa, por los pies. De hecho el término griego trapeza es un compuesto muy antiguo que significa exactamente «cuatro pies», formado por una aféresis del numeral cuatro te-tra y una forma plural dialectal del nombre del pie, podo. La palabra, que aparece ya en las tablillas micénicas como to-pe-za, ha atravesado toda la historia de la lengua griega y actualmente sigue designando a la mesa.
Precisamente el griego nos permite introducir los derivados léxicos de la mesa, que en particular mediante la forma de diminutivo son muy productivos. En español tenemos hasta cuatro «mesitas» lexicalizadas. Dos de origen puramente castellanos, la mesilla de noche y la meseta, que en particular se usa como término geográfico y es sinónimo de alti-plano. Del latín tenemos la mensula, que hoy se usa en español como término técnico de la arquitectura, y finalmente del griego tenemos la figura del trapecio, a la que parece que le dio nombre Aristóteles.
Presentadas todas estas etimologías podemos concluir en resumen que en indoeuropeo no había un término que designara la mesa y que en consecuencia las lenguas tuvieron que inventar palabras para designarla. Como hemos visto los griegos se fijaron en la base («cuatro pies») y los latinos en la plancha que se apoyaba (tabula). El resto de palabras estudiadas parten necesariamente de un término propio ya establecido para mesa, ya que se crean para diferenciar unas mesas de otras; así el alemán Tisch o el inglés desk, o los franceses bureau o buffet. El latín mensa sin embargo tuvo por su origen religioso de contenido muy concreto una historia paralela a tabula, ya que ambas nunca fueron sinónimas.