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El Catoblepas, número 128, octubre 2012
  El Catoblepasnúmero 128 • octubre 2012 • página 10
Cine

Y ahora es tiempo de partir y volverse polvo

Rufino Salguero Rodríguez

El duelo y la muerte estoicos en El árbol, de Julie Bertuccelli

Julie Bertuccelli, El árbol

«En suma, examina siempre las cosas humanas como efímeras y carentes de valor: ayer, un fluido seminal; mañana, momia o ceniza. Por tanto, recorre este pequeñísimo lapso de tiempo obediente a la Naturaleza y acaba tu vida alegremente, como la aceituna que, llegada a la sazón, caería elogiando a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al árbol que la produjo». Marco Aurelio; Meditaciones; libro IV párrafo 48

«Porque dejarse abatir por el dolor infinito cuando se pierde una persona querida, es loco cariño; no experimentar ninguno, es inhumana dureza. El equilibrio mejor entre el cariño y la razón, es experimentar el dolor y dominarlo». Séneca, Consolación a Helvia

«El duelo es similar al exilio, hay que arrancarse del otro, de una parte de uno mismo. Es un viaje que debe hacerse en solitario para despedirse del otro, aunque se le lleve dentro, como un exiliado que intenta mantener el contacto interior con sus raíces. Por eso me pareció importante contar esta historia lejos de mi hogar. Lo más lejos posible, al otro lado del mundo". Julie Bertuccelli, en una entrevista sobre su película El árbol.

En el número 114 de esta misma revista, hicimos un análisis de la película El árbol, de la directora Julie Bertuccelli, desde una interpretación materialista de las religiones. Esta interpretación, comentábamos, era solidaria, a su vez, de una interpretación angular realizada desde la Física estoica. Como el artículo mencionado se centraba en la religión, prometimos profundizar en la moral estoica, y su interpretación de la muerte y el duelo, en otra ocasión. Este artículo es respuesta a la deuda contraída.

Como recoge San Miguel Hevia (2011), en las Cartas morales a Lucilio aparece una idea a la que Séneca dedica uno de sus escritos más célebres, el De brevitate vitae. En rigor nuestra vida sería larga, si la supiésemos aprovechar, pero al preocuparnos de cuanto no depende de nosotros –de la no vida– perdemos, además de la libertad como en Epicteto, algo todavía más precioso, el tiempo: «Mide qué parte de ese tiempo se lleva el acreedor, la amiga, el rey, el cliente, el trato con tu mujer, la corrección de los esclavos, las caminatas para cumplir deberes de cortesía, las enfermedades… y verás cómo tienes pocos años en tu cuenta». Al olvidarnos de nuestra muerte, pensamos que viviremos siempre, y perdemos el tiempo como si tuviésemos un repuesto colmado y abundante. Este «olvido» del tiempo y la inconsciencia de la fugacidad de la vida aparece en el prólogo de la película, cuando Dawn y su marido hacen planes para el futuro. El film comienza con un plano nocturno en el que vemos una luna amarillenta-anaranjada, mientras oímos a Dawn preguntar a su marido: ¿Cuándo iremos? Y éste le contesta: En pocos días, tal vez una semana, algunos meses, algunos años. Dawn dice: ¿No eres feliz aquí? Esto es maravilloso. Se muestra ya el contraste, la diferencia de escala entre el tiempo humano y el tiempo de la Naturaleza. Dawn se cae de la hamaca y durante unos segundos bromea a «hacerse la muerta» o la inconsciente, en cruel paradoja, pues será ella la que tendrá que sufrir la muerte real de su marido. Según el estoicismo todo lo que nos ocurre depende de la Naturaleza-Dios. La muerte es inevitable y estamos destinados a ella pero, igualmente, la vida, la fama, la riqueza, la pobreza, el dolor o la alegría forman parte de nuestro destino. Nada ocurre fuera de la Naturaleza, es decir, nada ocurre fuera de los designios de las leyes del Universo. Todo tiene un sentido y una razón. Los estoicos usaban el símil de un perro amarrado a una carroza, cuando la carroza anda el perro debe ir detrás de ella pero lo puede hacer de dos modos: aceptándolo y siguiéndola al trote o sin aceptarlo y siendo arrastrado por el pescuezo.

Con la promesa, pronunciada por el marido de Dawn, dentro de pocos días, que no podrá cumplir, pues fallecerá antes, se pasa a los títulos de crédito de la película y a una nueva escena mientras suena la canción Weak del grupo Asaf Avidan & the mojos –vimeo.com/1412847– que dice así:

«Habla, cariño, habla / dime que soy débil / dime que éstas no son promesas que yo cumpla / dime que soy feo / pero dime que me amas / dime que no puedes pasar por este mundo sin mí. / ¡Oh! Yo soy, sólo soy un árbol / Mis raíces están con ella / pero mis hojas se están cayendo. / Cúrate, cariño, cúrate / Tómate todo el tiempo que quieras / Nunca pensé que fuera a decir esto / pero estoy soltando el coste. / No quiero ver tu rostro aquí nunca más / Sin embargo, esto no quiere decir que esté cerrando la puerta. / ¡Oh, yo soy, sólo soy un árbol / mis hojas están con ella, pero mis raíces son muy profundas. / Sé que estas palabras te están destrozando / No obstante, te lo dije desde el principio / Así es como nuestra pequeña canción va a terminar.»

La letra de la canción es, también, en cierto modo un reflejo de la consideración estoica de que una vez aceptado el destino el hombre se conforma a él y es feliz. La primera y más importante aceptación es la de nuestra fugacidad y fragilidad: la vida es efímera, comparándonos con los millones de años que tiene el Universo no somos más que un destello en una obscuridad infinita; asumir esto es asumir nuestra fugacidad. Por otro lado, cualquier momento puede ser el último y nada ni nadie puede garantizarnos que al instante siguiente no vayamos a estar muertos; asumir esto es asumir nuestra fragilidad. Quien niega su fugacidad se cree eterno, quien niega su fragilidad se cree invulnerable. Quien se cree eterno e invulnerable se engaña y el engaño conlleva sufrimiento. Para evitar este sufrimiento debemos aceptar nuestro destino inapelable: la muerte y el olvido.

La escena que vemos mientras aparecen los títulos de crédito y escuchamos la canción es el inmenso, solitario y agreste paisaje australiano del que va surgiendo el camión conducido por el marido de Dawn, que traslada una casa prefabricada. La sensación que produce el movimiento de la casa a través de este paisaje es, como se dice en alguna de las reseñas de la película, de una cierta «suspensión existencial», y a nosotros nos parece que puede simbolizar la búsqueda de raíces que, una vez conseguida, no se puede del todo asegurar; el hogar, la familia, que busca un asentamiento que quedará desbordado pues no puede afirmar (perfectamente) su continuidad. Es el paisaje el que se impone sobre la casa móvil acentuando su fragilidad, antes de ser aposentada en soportes fijos para que sea habitada.

Julie Bertuccelli, El árbol

La casa en movimiento «en busca» de familia constituye, como veremos más detenidamente al final de este artículo, la perfecta contrafigura de la partida y el abandono de la casa destrozada por la tormenta de la amputada familia de Marion. Estas dos imágenes en los extremos inicial y final de la película, ilustran las afirmaciones de la directora, que encabezan este artículo, acerca de la similitud entre el duelo y el exilio; pero esta similitud ya había sido propuesta por Séneca en el contexto que pasamos a explicar.

En sus Cartas morales a Lucilio, Séneca explica porqué la muerte no es una experiencia tan extraña y novedosa como cabría imaginar pues él ya la ha experimentado, al menos, dos veces. En primer lugar: En la misma falta de respiración descanso con pensamientos alegres y fuertes, pues hace tiempo que he experimentado la muerte… ¿Cuándo? Antes de nacer. No ser es la muerte, así que después de mí será lo que antes de mí, y si en ella hubiese tormento también lo tendríamos antes de que naciésemos… Ninguna diferencia hay entre no empezar y dejar de ser, porque el efecto de las dos cosas es el mismo. Al poner en el mismo plano la no existencia antes de la muerte y la posterior a la misma, el propósito de Séneca es eliminar el espanto que nos produce la segunda, aplicando la racionalidad terapéutica, pensando que no hay que temerla más que a la primera.

El también estoico Marco Aurelio insistirá en la misma idea: «Mira detrás de ti el abismo de la eternidad y delante de ti otro infinito. Viendo esto, ¿en qué se diferencia el niño, que ha vivido tres días y el que ha vivido tres veces más que Geneseo? …aunque vivieses tres mil años y otras tantas veces diez mil, recuerda que nadie pierde otra vida que la que vive, ni vive otra que la que pierde».

Y no nos resistimos a transcribir el comienzo de la peculiar y magistral autobiografía Habla, memoria, de Vladimir Nabokov, donde partiendo de esa equivalencia de ambas «experiencias», probablemente inspirado por las citas anteriores llega, sin embargo, a conclusiones opuestas, pues traslada el espanto que produce la muerte al tiempo anterior de no haber nacido:

«La cuna se balancea sobre un abismo, y el sentido común nos dice que nuestra existencia no es más que una breve rendija de luz entre dos eternidades de tinieblas. Aunque ambas son gemelas idénticas, el hombre, por lo general, contempla el abismo prenatal con más calma que aquel otro hacia el que se dirige (a unas cuatro mil quinientas pulsaciones por hora). Conozco, sin embargo, a un niño cronofóbico que experimentó algo muy parecido al pánico cuando vio por primera vez unas películas familiares rodadas pocas semanas antes de su nacimiento. Contempló un mundo prácticamente inalterado –la misma casa, la misma gente–, pero comprendió que él no existía allí y que nadie lloraba su ausencia. Tuvo una fugaz visión de su madre saludando con la mano desde una ventana de arriba, y aquel ademán nuevo le perturbó, como si fuese una misteriosa despedida. Pero lo que más le asustó fue la imagen de un cochecito nuevo, plantado en pleno porche, con el mismo aire de respetabilidad y entremetimiento que un ataúd; hasta el cochecito estaba vacío, como si, en el curso inverso de los acontecimientos, sus mismísimos huesos se hubieran desintegrado.»

Como decíamos, en este texto de Nabokov se aprecia el movimiento inverso al de Séneca y Marco Aurelio: para Nabokov la siniestralidad del tiempo posterior a la muerte es la que contagia al tiempo prenatal, aunque sí aparece en los tres la concepción de la vida humana como tempus fugit.

Pero lo que queríamos subrayar es que la segunda situación experimentada por Séneca que él considera similar a la muerte (de forma parecida a como lo representa la directora de la película y se ejercita en ella) es el largo exilio de diez años en la isla de Córcega, sostenido con tan grande ánimo que ha de consolar del disgusto por el hijo castigado a su madre Helvia. Como dice San Miguel Hevia (2011):

«En su carta más que en ningún otro escrito aparece la terapéutica de la reflexión racional: en rigor el exilio no es más que un cambio de lugar que los hombres han experimentado y hasta buscado desde siempre, lo mismo los griegos cuando emigran a los pueblos bárbaros de Asia, del sur de Italia y de los puertos vecinos a los escitas, que la multitud que invade Roma, persiguiendo el placer, los estudios o la ambición. En rigor no hay tierra en el mundo que no sea vivienda de extranjeros, pues la misma isla de Córcega a la que Helvia mira con tanto espanto, ha sido habitada voluntariamente por los griegos de Focea, después por dos colonias de romanos.»

La adoración a la Naturaleza, la relativización del hombre y de la ciudad es lo que justificará en el hombre estoico su cosmopolitismo (menos ajeno a la política que el epicureísmo) y también su desenraizamiento. En la película que nos ocupa, cuando Dawn discute con la antipática y cotilla vecina sobre la intención de ésta de cortar las raíces del árbol porque ha destrozado su valla varias veces, Dawn se negará afirmando que el árbol está en su propiedad y que es «suyo». Pero el árbol, junto con la casa, quedará arrasado, con sus raíces al descubierto, «demostrando» que él sólo pertenecía a esa Naturaleza que es capaz de crearlo y destruirlo, como subrayaremos al final de este trabajo. Como comentábamos en nuestro anterior artículo, para el estoicismo Dios es inmanente al mundo real: el mundo se organiza como una escala gradual en la cual el hombre ocupa sólo un lugar intermedio, precedido por plantas y animales y seguido por demonios de muy diversas especies…

El orden natural es el orden divino. Las leyes de la naturaleza, la belleza y orden del mundo muestran la presencia de Dios en el cosmos. Los aparentes desórdenes (epidemias, cataclismos, guerras etc.) tienen sólo un carácter superficial ya que tras ese aparente sin sentido está el designio de Dios que se conoce como destino. El Dios estoico, hay que subrayarlo, no es un Dios personalista que quiera, odie, ame, conceda favores etc. sino que Dios es sencillamente, como se dijo ya, el orden del mundo.

Julie Bertuccelli, El árbol

Pero ese orden es el que también marca el proceso mismo del duelo, en tanto que el individuo debe someterse al destino natural, por encima de su voluntad. Al estar todos los acontecimientos del mundo rigurosamente determinados y formar parte el hombre del logos universal, la libertad no puede consistir más que en la aceptación de nuestro propio destino, el cual estriba, fundamentalmente, en vivir conforme a la Naturaleza. Para ello el hombre debe conocer qué hechos son verdaderos y en qué se apoya su verdad.

El proceso de duelo será vivido en la película de manera distinta por los miembros de la familia (pues como dice Bertuccelli es, en gran medida, un viaje que debe hacerse en solitario), pero son pararadigmáticos los casos de la madre y la hija, que se desarrollan de forma paralela y, al mismo tiempo, de mutuo contagio. Hay que recordar que Bertuccelli afirma que el libro está escrito desde el punto de vista de la niña, pero preferí escribir el guión desde el punto de vista de la madre. Quería hacer una película para adultos, con ternura y humor. Por lo tanto, la perspectiva de Simone es filtrada en la película por el punto de vista de la madre. Veamos cómo.

A menudo, el duelo comienza con la consternación, que es la suma de dolor y sorpresa, aun cuando se trate de una muerte prevista. En Dawn esta tristeza va acompañada de apatía, una falta de fuerzas para realizar lo que antes era automático y cotidiano. Es su hija Simone la que tiene que despertarle a las once da la mañana para recordarle que ha prometido ese día llevarles a visitar la tumba del padre; cuando las vecinas llaman a la puerta cae en la cuenta que había quedado con ellas, pero tiene que abandonarlas y se retira a su habitación para echarse en la cama. Esa apatía sólo es interrumpida por algún estallido de ira contra sus hijos, cuando éstos le echan en cara que tiene que ir al supermercado o no hacen caso a sus instrucciones.

Algunas veces, el duelo viene acompañado de la idealización de las virtudes del ausente. Pero idealizar puede ser una buena forma de deshumanizar y, por lo tanto, de dulcificar los sentimientos hacia la persona que ha muerto (Kreimer 2008). Cuando están recogiendo la ropa del marido muerto para deshacerse de ella, al coger los guantes de trabajo el recuerdo y la tristeza son tan grandes que Down ha de sentarse en la cama sollozando. Es entonces cuando su madre intenta compensar esa idealización habitual que se realiza sobre el que fallece, haciendo que Dawn reconozca los defectos que tenía el marido, para buscar el consuelo en La consideración de que la pérdida no ha sido para tanto:

—Todo lo que tienes que hacer es una lista con todos sus defectos. Quiero decir: Él no era el Sr. Perfecto, ¿o lo era?
—No. Pero para mí sí.
—No, no lo era, te recuerdo: Le tenías que repetir todo tres veces. Eso era irritante. Tenía pelos por fuera de la nariz.
—Entre tú y yo, el no siempre fue bueno…
—¿En la cama?… No lo puedes imaginar.
—¡Bastardo!

Contra las pasiones tristes, Espinosa encuentra insuficiente el uso de la razón, y recomienda valerse de las pasiones alegres. Esto es lo que hace Dawn, casi imperceptiblemente, cuando se acerca a la ciudad para encontrar trabajo, mientras escucha una alegre pieza de Bach. Comenzará una relación de cierta complicidad con su jefe que culmina en la escena en la que salen juntos: cuando se agacha para que no le vea su cotilla vecino pasándoselo bien, ella se justificará ante su jefe diciéndole que cuánta diversión se ha perdido al dedicarse a sus hijos, a lo que él le contesta que entonces tendrá que divertirse.

Pero aunque el escarceo anima a Dawn, el duelo tiene su tiempo, y todavía no ha llegado el momento en que el marido abandone como tal a su mujer. Es Simone la que se encarga de recordárselo al echarle en cara dónde ha estado tanto tiempo y sin poder contactar con ella. Es también cuando se produce la caída de la rama en mitad de la noche, después de que Dawn corriera la cortina pudorosamente ante ella, que Simone interpreta como un castigo a la «infidelidad» de su madre. Ella misma, contagiada por su hija, tenderá a esta interpretación al dormir con las ramas y al decirle a George, su jefe, que el árbol no quiere en realidad hacerle daño. Como decíamos en el artículo anterior dedicado a la película, Dawn filtra la fantasía de su hija dándole una cierta verosimilitud, pero sin creérselo del todo: a ambas, en definitiva, el árbol les sirve de transición a la aceptación definitiva de la pérdida del ser querido.

El trabajo de duelo culmina cuando es posible representarnos, sin dañarnos, las huellas que deja en nosotros quien ha fallecido y recordar lo mejor que nos ha brindado. Cuando muere un ser querido podemos preguntarnos: ¿cuánto tiempo deberíamos instalarnos en la pena? Por un lado se corre el peligro de ocultar el dolor que nos produce la desaparición de quien nos ha dejado o, lo que es lo mismo, precipitarnos en dejarlo atrás. Este último es el caso de Dawn al intentar substituir al marido por George. Es Simone quien le «enseña» el tiempo requerido para asumir la pérdida. Recordemos que la directora, cuando fue preguntada por qué es lo que más le fascinó de esta historia, contesta: Dos cosas: cómo se trata a la muerte y cómo la tristeza empuja a los personajes hacia otro lugar, a buscar consuelo en su imaginación. Simone, la niña, rehúsa sentirse triste e intenta encontrar otro modo de aceptar la muerte de su padre. En cierta forma, es lo mismo que mi película anterior, con la diferencia de que entonces era mentira, se trataba de esconder la muerte.

Y es que Simone también ha pasado por el trance de querer negar los sentimientos de tristeza tras la muerte de su padre, como se ve en el siguiente diálogo con su amiga:

—No pareces muy triste. Yo no podría vivir sin mi padre.
—Bien, tú tienes la oportunidad de ser feliz o triste. ¿Qué escoges? Ser feliz. Y yo estoy feliz.

Pero ese voluntarismo de felicidad es negado por cada uno de los gestos de Simone, por ejemplo cuando insulta al hermano mayor en la escena en la que éste resalta la ausencia del padre al beberse su whisky (y éste le espeta que él ya no va a beberlo nunca más) e, inmediatamente, sustituir el antiguo mensaje que el padre había grabado en el contestador por otro grabado por él.

Como dice Séneca en uno de los textos que encabeza este artículo, si no experimentar ningún dolor es inhumana dureza, dejarse abatir por el dolor infinito cuando se pierde una persona querida, es loco cariño. El equilibrio que pide Séneca, experimentar el dolor y dominarlo, es conseguido por Dawn gracias a su hija y ambas a que toman al árbol como figura de transición hacia la aceptación definitiva de la pérdida.

Lo anterior se ve especialmente en aquellas escenas don Simone se opone con tenacidad a la (prematura) sustitución de su padre por George y, por tanto, al intento de su madre de negar el dolor de la pérdida:

—Es la primera Navidad sin papá. Y a ti no te importa.
—Ángel, solo… solo porque me estoy divirtiendo no significa que haya olvidado a tu padre. Estamos todos tristes, hasta el mismo Charlie. Él no habla, está hundido, Estoy segura de que papá quería que fuéramos felices juntos. Y no lo olvidaremos en ningún momento de nuestra vidas. Pero tenemos que aprender a convivir con eso.
—No.

Y la prueba de que Simone tiene razón en ese momento es la escena siguiente en la que Dawn hace el amor con George o, mejor dicho, lo intenta, pues no puede dejar de llorar.

Pero la escena más representativa de la negativa de Simone a «pasar página» es su rotunda oposición a talar el árbol (símbolo, por supuesto, del padre). Cuando vuelven de sus vacaciones navideñas encuentran que el árbol ha conseguido llegar a la cisterna y ha crecido y florecido de tal modo que han anidado en él varias especies de pájaros, sus ramas se extienden por toda la casa y sus raíces han empezado a destruir la escalera y a resquebrajar las paredes, amenazando con destruir toda la casa. George dice que se ha vuelto muy peligroso y que es necesario eliminarlo. Cuando Simone le pregunta a qué se refiere, George le contesta: a la amada naturaleza, a lo que ésta le replica: nunca. De lo que se está hablando indirectamente es de la muerte del padre: ¿conviene arrancar el dolor, la todavía presencia del muerto en cada uno de los seres que le querían, que está carcomiendo los cimientos del resto de la familia? ¿Conviene despedirse definitivamente del padre para que cada uno de los miembros supervivientes pueda continuar con su vida? ¿O es, en cambio, un desagravio, una falta de piedad para con el muerto?

Dawn acepta talar el árbol, convencida por George, y que éste vuelva al día siguiente acompañado por unos trabajadores. Simone acampará esa noche en el árbol. Cuando su hermano mayor intenta convencerle de que baje, le dice que ya no tienen nada que ver con ese árbol y que tiene que aprender a vivir, Simone le contesta: y a morir.

Pero Simone sube, cada vez más alto, al árbol cuando éste va a ser talado. Cuando George le intenta convencer de que baje, subiendo en la máquina elevadora hasta ella, Simone amenaza con saltar. Dawn, sabiendo que su hija es capaz de cumplir su amenaza, pide a George que baje y se olvide de talar el árbol. George interpreta esto como una manera de ceder ante una hija malcriada, le pregunta si espera un maldito milagro, le espeta que no es feliz en la Tierra, que ya le ha ocurrido esto, que está viva y tiene que disfrutarlo a lo que Dawn le responde que es su «Tierra»; cuando George le contesta que no la entiende, Dawn le dice que simplemente no vuelva nunca.

La negativa de Dawn a destruir el árbol y de romper la relación con su jefe-amante significa la asunción o la comprensión del punto de vista de Simone (aunque la hija lo experimente desde la ingenuidad): por un lado supone poner, de nuevo, a la familia, por encima del interés individual (de esa diversión de la que Down se quejaba no haber tenido al cuidar a sus hijos, y que George reiteradamente le urgía a realizar), el de respetar el luto de su hija y el que no esté preparada para asumir totalmente la pérdida del padre; también el reconocimiento de que es prematuro el sustituir a su marido por otra compañero.

Pero el ciclón que se avecina ayudará a un nuevo paso adelante. Y ayudará definitivamente al pequeño de la familia, que hasta ahora no había hablado (tan sólo para llamar a su madre) y del que Simone se quejaba de que lo tenían excesivamente mimado, a pronunciar su primera declaración. Es muy significativo que la primera frase que salga de sus labios, impulsad por el terror que le infunde la tormenta y ante la frase de la madre «por lo menos todos moriremos juntos»: ¡Yo no quiero morir!, ante el regocijo de todos.

Al comienzo del tornado Simone se cobijará por última vez en las ramas (brazos) del árbol (padre), a modo de despedida, como también Simone, que tiene que ser recogida por su madre de él, una vez que el ciclón ha comenzado, para buscar refugio en el sótano. Al salir del sótano comprueban el paisaje desolador de la casa destrozada y el árbol arrancado de cuajo dejando al descubierto sus raíces. Pero lejos de lamentarse, los niños juegan a coger gusanos de las raíces y Dawn recorre con la mirada la casa devastada hasta coger una fotografía de toda la familia bajo el cobijo de la enorme copa del árbol.

Los niños terminarán por replantar una de las ramitas del árbol, símbolo del renacimiento de la vida. Otra tesis característica del estoicismo fue la del carácter cíclico de la historia del Universo: a partir del fuego originario y creador (el Logos) y siguiendo un orden determinado, se van creando todas las cosas, van ocurriendo todos los acontecimientos, van desapareciendo todas las cosas y así sucesivamente en un eterno retorno, renacimiento y muerte de lo mismo en idénticas formas y con idénticos destinos (palingenesia). Como decíamos anteriormente, los niños, incluso Simone, que se había negado de forma terca a que lo talaran, aceptan de forma espontánea el que el árbol quede derribado de esta manera no artificial (juegan alrededor de esas raíces atrapando hormigas), y no por la mano del hombre y sus intereses espurios y particulares, dando a entender la aceptación de una especie de justicia natural.

Julie Bertuccelli, El árbol

Pero la aceptación serena de la destrucción del árbol y el plantar sus ramas es también símbolo de que la vida personal y familiar ha de continuar fuera de ese lugar, sin el árbol, asumiendo definitivamente la muerte del padre. Por ello Dawn, después de un último vistazo al antiguo hogar, coge el coche y embarca a toda la familia en él. Al salir se cruza con George y se entabla el último diálogo de la película:

—George: Hola. ¿Está todo bien?
—Dawn: Sí está todo bien.
—George: Lo siento por la casa.
—Dawn: Sí, era una gran casa.
—George: ¿Dónde van a vivir?
—Dawn: ¡Oh!, donde podamos. Ya procuraré alguna cosa….
—George: Puedes quedarte al fondo de mi pequeño huerto.
—Dawn: Me las arreglaré bien.
—George: ¿Te volveré a ver de nuevo?
—Dawn: ¿Quién sabe? Tal vez. La vida es larga, ¿verdad?
—George-Dawn: Nos vemos.

Constatamos en este diálogo el desapego de Dawn por la casa específica donde vivió y donde ha de vivir; la frase «la vida es larga» se puede referir a la vida no personal, que trasciende la propia biografía, pero también la valoración de la misma cuando sabemos aprovechar el tiempo que se nos otorga, así como la vida que debemos continuar después de la muerte de quien nos ha acompañado hasta ese momento. Como dice la propia Bertuccelli "El árbol" es el poder imparable de la vida imponiéndose a la tristeza. De la aceptación estoica del destino se sigue el desapego al mundo. El Universo se nos muestra como un continuo fluir de elementos. Felicidad y dolor, vida y muerte, creación y destrucción etc. aparecen unidos de manera constante en el mundo material que conocemos. Aferrarse a estas realidades transitorias es como querer permanecer en una casa en llamas; en ella, como en el mundo, nada es estable ni permanente. Aferrarse a lo impermanente como si fuera permanente solo puede producir sufrimiento.

Esta impermanencia, no obstante, está sustentada en lo permanente: la Naturaleza-Dios. Nuestro espíritu forma parte de esa ley universal, de esa Naturaleza-Dios pero, en el momento de nuestra muerte todas las experiencias individuales desaparecen para siempre y quedamos unidos y confundidos en y con Dios.

Emprendida la marcha, vemos a Simone observando cómo el paisaje de la infancia (que aparece reflejado en el cristal del coche), destrozado por la tormenta (al igual que su vida ha sido quebrada por la muerte del padre) queda definitivamente atrás. Y, finalmente, vemos a Dawn mirando con ternura por el espejo retrovisor cómo sus hijos duermen a salvo en la parte trasera. Como decíamos al comienzo del artículo, este final es el perfecto complemento a la escena inicial de la película: si en ésta era la casa la que se mantenía en movimiento «buscando» una familia, es ahora una familia rota, pero recomponiéndose, la que se aleja de la casa.

Pero hay también una canción (To build a home de The Cinematic Orchestra, interpretada por Patrick Watson), cuyos primeros acordes empiezan a sonar justo en el momento de la despedida de la casa y que continuarán en todas las escenas posteriores que hemos descrito y en los títulos de crédito finales, que es también el contrapunto perfecto del comienzo del film e ilustración sintética no sólo del final, sino de toda la película –youtube.com/watch?v=bjjc59FgUpg–:

«Hay una casa hecha de piedra / Pisos, paredes y umbrales de madera / Mesas y sillas cubiertas de polvo / Es un lugar en el que no me siento solo / Es un lugar que podría llamar mi hogar / Porque yo construí un hogar / Para tí, para mí / Hasta que desapareció / de mí… de tí / Y ahora es tiempo de partir / y volverse polvo / Afuera, en el jardín donde plantamos las semillas, / hay un árbol tan viejo como yo / de ramas cubiertas de verde / Por las grietas de su piel llegué a la cima / Trepé el árbol para ver el mundo / Cuando el viento arreció para tirarme / me aferré tan firme como tú te aferraste a mí / Porque yo construí un hogar para tí… para mí / Hasta que desapareció de tí… de mí y ahora es tiempo de partir y volverse polvo.»

Trabajos citados

Kreimer, Roxana (2008). El sentido de la vida. Editorial Longseller.

La sangre del león verde: apuntes sobre el estoicismo sanguisleonisviridis.blogspot.com

Marco Aurelio (2001). Meditaciones. Cátedra.

San Miguel Hevia, José Ramón (2011), «El estoicismo existencial. Epicteto, Marco Aurelio y Séneca. El tiempo, la muerte y la vida del sabio», El Catoblepas, nº 113.

Séneca, Lucio Anneo (1985). Cartas morales a Lucilio. Iberia.

Séneca, Lucio Anneo. Consolación a Helvia. revistakatharsis.org/Seneca__helvia.pdf

Zinema (2011). http://www.zinema.com/pelicula/2011/el-arbol.htm

 

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