Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 129 • noviembre 2012 • página 5
Uno de los aspectos más interesantes del nunca agotado mundo de la kafkología, es la metamorfosis de un escritor que murió ignoto y en pocos años pasó ser uno de los más célebres jamás habidos. No nos referiremos aquí a la obra de Franz Kafka sino al proceso de gestación de su fama.
Al fallecer era tan desconocido, que una curiosa necrológica en la mismísima Praga en la que residió toda su vida, informaba de que el difunto había sido médico. La enciclopedia Espasa Calpe, que con sus cien mil biografías es la más extensa del mundo, fue publicada ese año sin siquiera mencionarlo.
Hoy, casi nueve décadas después de su prematuro deceso, decenas de miles de libros sobre Kafka son una prueba de que de ningún otro literato se escribe tanto, se diserta y se sabe. Acaso sólo Shakespeare genere más doctorados, biografías, y ensayos. Austen lo ha denominado «La voz del siglo XX»; Harold Bloom lo canonizó, y George Steiner lo elevó al rango de «profeta». Numerosos simposios de germanistas, lingüistas, judaístas y filósofos han estudiado y expuesto la vida y obra de Kafka hasta en sus más recónditos detalles, y cada nueva faceta termina en un frenesí de disquisiciones que abren más y más portales interpretativos.
En otro artículo nos hemos referido a algunos aspectos de su creación; en éste nos detendremos en la génesis de su póstuma celebridad, en dos puntos: la judeidad de la misma, y el idioma español como pionero.
* * *
El conocimiento y la valoración de la genialidad de Kafka deben agradecerse mayormente a la perseverancia de su mejor amigo y albacea, Max Brod, quien dedicó la vida a revelar la originalísima obra, aun cuando el autor le había pedido que la quemara.
A Brod no le fue fácil. A partir de la muerte de Kafka, Brod puso orden a sus manuscritos, y al año siguiente ofreció versiones incompletas de las novelas El proceso y El castillo a sendas editoriales, de Berlín y de Munich.
En esta última, al editor Kurt Wolff decepcionó el fracaso comercial inicial, pero un año después terminó por aceptar la propuesta de Brod de publicar una tercera novela: la que Kafka se había propuesto titular El desaparecido (Der Verschollene) y Brod dio el feliz nombre de Amerika, con la que completó la afamada trilogía novelística.
Brod asoció en la tarea de difusión a una pléyade de escritores que vieran en la publicación de la obra de su admirado contertulio «un acto espiritual de dimensiones inusuales, especialmente en estos tiempos de caos». Parte de aquel caos era la depresión económica que arrasó a los editores alemanes de Kafka, y a otros idiomas no había sido traducido.
Peor aún: a partir del fatídico 1933 los judíos tuvieron prohibido no sólo estudiar y enseñar, sino también publicar. Las editoriales dirigidas por personalidades israelitas fueron despojadas, y la publicación de obras de judíos pasó a ser un delito. Que no se llegara a quemar los libros de Kafka en piras estudiantiles, se debe exclusivamente a que los desconocían; su obra permanecía forzosamente oculta.
Un resquicio de esperanza quedó abierto incluso después de promulgadas las leyes judeofóbicas del Reich, ya que se comenzó por eximir de la prohibición de publicar a una sola editorial de israelitas: la Schocken Verlag. (La idea detrás de ese permiso excepcional fue mantener el control sobre lo que se le ocurriera divulgar a un editor hebreo, al que se imponía la férrea condición de que se ocupara sólo de «libros para judíos»).
El infatigable Max Brod creyó ver en dicha excepción la oportunidad de lanzar a Kafka a la fama, y ofreció a Schocken los derechos exclusivos de la obra de su amigo muerto, en seis volúmenes. Para que le aceptaran la propuesta, debía demostrarse que en efecto los de Kafka eran «libros para judíos».
El primer lector que los evaluó, Lambert Schneider, frustró las expectativas de Brod: la narrativa de Kafka (que contrasta sideralmente con su epistolario en la ausencia explícita del tema judío) no respondía a su mandato de publicar exclusivamente obras que formaran parte de la herencia cultural de los judíos.
Pero otro lector salvó la publicación: Moritz Spitzer, maestro de hebreo y de historia israelita, y activo desde la adolescencia en el movimiento sionista. Spitzer adujo que la de Kafka era una voz esencialmente judía, que podría dar nuevo significado a la monstruosa realidad que iba imponiéndose a los hebreos ante la indiferencia generalizada.
La opinión de Spitzer de que la iniciativa no contravendría la norma de que las obras publicadas fueran judaicas, facilitó que en 1934 Schocken publicara Ante la ley (Vor dem Gesetz).
En carta a Max Brod, Martin Buber escribía que la obra de Kafka era judaica porque «podría mostrar cómo uno puede vivir marginalmente con completa integridad y sin perder su marco de fondo».
La editorial Schocken se mantuvo activa hasta 1938. Además de contar entre sus grandes éxitos la edición completa de las obras Kafka, publicó una colección de 249 libros de autores judíos.
A partir de que el odio antijudío estallara en violencia física en la Kristallnacht (de la que en estos días se conmemoran setenta y cuatro años), la carrera de Spitzer quedó trunca. En febrero de 1939 emigró a Éretz Israel, donde fundó la editoral Tarsis y dirigió la editorial Mosad Bialik. Murió en 1982, en la ciudad israelí de Kfar Saba.
Pese a la obediencia de Schocken en destinar sus libros exclusivamente a lectores judíos, resultó inevitable que algunos ejemplares se filtraran al mundo circundante. Klaus Mann fue uno de los célebres no-judíos que pudo leerlos, y escribió en el diario del exilio Sammlung: «se trata de la más noble y más significativa de las publicaciones que vienen de Alemania… la más pura y singular obra de la época… un evento espiritual ocurrido en espléndido aislamiento, en un gueto alejado del ministerio de cultura alemán».
Los elogios fueron contraproducentes ya que, una vez enterados los nazis de la valoración que había por Kafka, procedieron a prohibirlo. La editorial Schocken debió trasladarse entonces a Praga, donde publicó el epistolario y los diarios.
En francés sí, pero antes fue en español
En Francia, los existencialistas y los escritores del absurdo vieron en Kafka a su precursor, y la obra comenzó a gozar de una celebridad extraordinaria.
En 1939, Salman Schocken restableció su editorial en Éretz Israel, en donde venía residiendo a intervalos durante un lustro. La traducción al hebreo de las obras de Kafka fue uno de sus primeros logros aquí.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Schocken inauguró una editorial en Nueva York cuyos dos lectores fueron Hannah Arendt y Nahum Glazer.
El renombre de Kafka venía creciendo desde 1930, y pasó a ser vertiginoso a mediados del siglo pasado, ya que su obra reflejaba la angustia del hombre moderno en general, y la del hombre de la posguerra en particular.
Surgía el torrente de la kafkofilia, y apenas concluyó la guerra comenzaron a peregrinar hacia Praga entusiastas lectores que deseaban hurgar en la biografía del escritor. El punto de partida de esa investigación fue la carta de Max Brod en la que procuraba rastrear el destino de la familia Kafka. La francesa Hélène Zylberberg describió el trágico sino de las hermanas de Franz, asesinadas en el Holocausto. Luego el holandés Aimé van Santen escribió Asmodeus en Praga – Franz Kafka, su tiempo y su obra.
De los especialistas que llegaron a Praga en los años cincuenta, uno de los más calificados fue Klaus Wagenbach, quien trabajaba entonces con Brod en la edición de las Obras escogidas. Wagenbach escribió Franz Kafka. Biografía de su juventud (1883-1912), que durante muchos años fue un libro central de referencia.
En los años ’40 lo visitó la fama descomunal que lo acompaña hasta hoy en día. Con la traducción al inglés de los diarios y el epistolario de Kafka, echó a andar la euforia norteamericana por su genialidad, a excepción de la sola voz disidente de Edmund Wilson.
Sus lectores se incrementaban por millones, y empezaba a desvanecerse un cuarto de siglo de supina ignorancia sobre su biografía. En los EEUU, el triunfo de Kafka se produjo durante los años de guerra, y otra vez, el gran partero de aquel éxito fue Max Brod.
La paradoja es que la aceptación internacional de uno de los máximos escritores de la historia, no produjo un sentimiento de gratitud hacia Max Brod sino, por el contrario, dudas acerca de las decisiones editoriales que había tomado.
Mientras la palabra de Kafka volaba por el mundo, Brod atesoraba en su apartamento de Tel Aviv muchos de los manuscritos originales. En 1956, ante la inminencia de una nueva guerra en Oriente Medio, Brod depositó la mayor parte de sus archivos en una caja de seguridad suiza. Enterado de ese traslado, un joven germanista de Oxford, Malcolm Pasley, obtuvo en 1961 permiso para depositar todo en la Biblioteca Bodleian de Oxford, en la que ulteriormente fueron accesibles a miles de estudiosos, para gloria de la kafkología. Hoy en día la mayor parte de sus manuscritos están en la Biblioteca Nacional de Israel en Jerusalén.
* * *
Aunque el ícono de Kafka se expandió en el mundo gracias a las traducciones al francés y al inglés, bien podría decirse que nació en español. En efecto, la primera traducción de Kafka a otro idioma fue la versión española de La metamorfosis, aparecida en junio de 1925. Sólo tres años más tarde apareció en francés.
La versión española tiene una curiosa historia. Fue publicada dos veces, ambas por la Revista de Occidente de Madrid: en 1925 y en 1945, ésta última en la colección Novelas extrañas. Como los dos textos son casi idénticos, se atribuyen a la misma persona: Margarita Nelken (1896-1966), hija de judíos alemanes emigrados a España.
Una tercera traducción, de 1938, no tuvo demasiada trascendencia debido a que a la sazón continuaba el desconocimiento en torno de Kafka. Era casi idéntica a las dos previas, salvo en detalles menores{1}, y el dato de que viniera firmada por Jorge Luis Borges ayudó ulteriormente, cuando la calidad de Kafka fue en efecto reconocida por todos.
Si realmente Borges hubiera sido el traductor, estaría muy difundido que fue el primero en verter al castellano una de las obras más importantes de Kafka. La relativa circunspección con la que se guarda la información, permite ratificar la conclusión de que no fue Borges el traductor{2}. Así lo demuestra la investigación de Cristina Pestaña Castro, filóloga del alemán de la Universidad de Valladolid.
La razón del malentendido es que se utilizó el nombre de Borges para ayudar a la difusión del checo. El argentino había recibido en 1925 un ejemplar de la Revista de Occidente (con la que colaboraba desde hacía un año) que incluía la traducción de Kafka. Borges la leería bastante después, y hacia 1938 manifestó su admiración por Kafka, cuando ya se conocían y celebraban sus obras más excelsas. Borges comenzó a exaltar a Kafka como uno de los autores más singulares del siglo, obsesionado por la subordinación y el infinito: «En casi todas sus ficciones hay jerarquías, y esas jerarquías se suceden infinitamente». Según Borges, «es el gran escritor clásico del siglo XX… puede ser leído más allá de sus circunstancias históricas. Sobrevivirá al siglo XX y sus simplificaciones». En un artículo en el que Borges habla de la influencia de Kafka en su propia obra{3}, confiesa que en «algunos cuentos… traté ambiciosa e inútilmente de ser Kafka, (como en) La Biblioteca de Babel».
En 1937 Borges hizo una reseña de El proceso y al año siguiente apareció su traducción de Ante la ley. A la sazón, las ediciones de Losada en Buenos Aires eran dirigidas por Guillermo de la Torre, y éste solicitó de su cuñado Borges que tradujera La metamorfosis. Borges conservaba la traducción de 1924, y pudo suponer que el caos en España generaría el cierre de la Revista de Occidente y la consecuente pérdida de sus archivos. El caudaloso río de la kafkología incrementó de este modo su afluente español.
Notas
→ Información sobre el libro Kafkania en kafkania@gmail.com
{1} Verbigracia el uso de «coger» en lugar de «alcanzar», o la eliminación del reflexivo «se» en «¿qué hacía?» en lugar de «¿qué se hacía?».
{2} El kafkiano caso de la Verwandlung que Borges jamás tradujo, artículo Fernando Sorrentino en la Revista Espéculo, año IV, nº10, noviembre-febrero 1998-99.
{3} El País de Madrid, 3 de julio de 1983 en ocasión del centenario del nacimiento de Kafka.