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El Catoblepas, número 129, noviembre 2012
  El Catoblepasnúmero 129 • noviembre 2012 • página 11
Libros

Por qué fracasan los países

Sigfrido Samet Letichevsky

El notable libro de Acemoglu y Robinson muestra la primacía de las instituciones, define dos tipos de instituciones políticas y económicas, y pone en evidencia que las segundas están subordinadas a las primeras

Daron Acemoglu y James A. Robinson, Por qué fracasan los países, Ediciones Deusto, 2012

¡Tan cerca y tan diferentes!

Este libro de Daron Acemoglu y James A. Robinson, se publicó este año 2012 en EE.UU. Tuvo tanto éxito, que ya está traducido y publicado en España. Utiliza conceptos que no son del todo nuevos. Sin embargo, es un libro importante. Veamos por qué.

Consta de un prefacio y quince capítulos. En el primero describe algo tan curioso como ilustrativo. «La ciudad de Nogales está dividida en dos por una alambrada» (pág. 21). La parte Norte está en Arizona. La renta media por hogar es de 30.000 dólares al año, los adolescentes estudian y la mayoría de los adultos tiene estudios secundarios, elevada esperanza de vida, así como electricidad y teléfono.

La parte sur, pertenece a México. La renta media por hogar es de 10.000 dólares, hay alta mortalidad infantil, mucha delincuencia y corrupción; pocos adultos tienen el título de la secundaria.

«¿Cómo –preguntan los autores– pueden ser tan distintas las dos mitades de lo que es, esencialmente, la misma ciudad? No hay diferencia en el clima, la situación geográfica ni los tipos de enfermedades presentes (…)»

(Algo muy similar nos informan (pág. 93) de la diferencia entre Corea del Norte y del Sur, que hasta 1945 eran completamente similares. Y además de los datos económicos, muestran una foto nocturna vía satélite de la península coreana: el Sur luminoso, y el Norte a oscuras.)

En el inicio del período colonial se produjo una divergencia institucional cuyas implicaciones todavía perduran.

Los primeros españoles no estaban interesados en cultivar la tierra ellos mismos; querían que lo hicieran otros por ellos y saquear sus riquezas, oro y plata (pág. 25).

En 1492, Inglaterra era una potencia menor. Recién en 1588 pudieron intentar colonizar América. España ya había colonizado los lugares más poblados y con más riquezas. Los ingleses no eligieron Norteamérica; era como un saldo, lo único que quedaba disponible. No tenía metales preciosos ni una densidad de población que hiciera posible explotarla. «A partir de 1618 –pág. 41–, como no era posible coaccionar ni a los lugareños ni a los colonos, solo les quedaba la alternativa de dar incentivos a los colonos.» Se repartió la tierra y casas, se creó una Asamblea General: el inicio de la democracia en Norteamérica.

En las colonias españolas continuó el gobierno de las elites que explotaban a los nativos. Cuando en 1808, Napoleón invadió España, México buscó la independencia para mantener los privilegios de la elite, para la cual la Constitución de Cádiz («La Pepa») abría las puertas a la participación popular.

En pág. 406 atribuye a Guatemala la misma actitud y por las mismas razones que México. Uno se pregunta si no sucedió lo mismo, aunque sea como causa parcial, en otros países sudamericanos.

Nos dicen en pág. 61: «En este libro se mostrará que, aunque las instituciones económicas sean críticas para establecer si un país es pobre o próspero, son la política y las instituciones políticas las que determinan las instituciones económicas que tiene un país.» Es difícil exagerar la importancia de este enunciado. Todos sabemos que política y economía están relacionadas, pero esa relación es férrea y la política tiene la preeminencia.

Una clasificación binaria clave

En el segundo capítulo («Teorías que no funcionan») muestran que las explicaciones habituales para explicar las enormes diferencias entre distintos países (geografía, cultura, ignorancia, &c.), aunque a veces aclaren algún aspecto, son falsas como explicaciones generales.

En el caso de las dos Coreas, nos dicen (pág. 94) que Corea del Sur tenía economía de mercado y logró un alto nivel de vida para su población. Corea del Norte, en cambio, introdujo una forma estricta de planificación central, sin propiedad privada ni mercados. «Al no existir la propiedad privada, pocas personas tenían incentivos para invertir o para esforzarse en aumentar o mantener la productividad.»

Cuando se comparan dos economías, es habitual comparar sus estructuras políticas. Así como en un individuo suele preguntarse si «es de derecha o de izquierda», en países se pregunta si «es capitalista o socialista». Sin embargo hay países –por ejemplo en África subsahariana– que están todavía en el feudalismo o aún en la esclavitud. Muchos países capitalistas han tenido un crecimiento económico persistente por muchas décadas, pero otros tienen sus economías estancadas (como sucede en países sudamericanos o ahora en España e Italia) o se han despeñado al desastre, como sucedió en 1938 con Alemania e Italia. Casi todos los países subsaharianos están en estado miserable (empeoraron aún más desde su independencia) y sujetos a frecuentes genocidios. Salvo Botsuana, cuyo crecimiento es impetuoso y persistente. La URSS creció económicamente de 1930 a 1970, para luego caer en un marasmo y finalmente desintegrarse. La terminología marxista se muestra insuficiente para explicar estas diferencias. Y aquí (pág. 95) es donde Acemoglu y Robinson crean una herramienta más adecuada, al menos más general. Según ellos, tanto las estructuras políticas como las económicas, son extractivas o inclusivas. Las extractivas tienen como objeto extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto. Y son inclusivas las que ofrecen seguridad de la propiedad privada, estabilidad jurídica, servicios públicos, justicia independiente y libertad de profesión a las personas. Las inclusivas son las que promueven el progreso político y económico. Para que puedan existir, la sociedad debe estar suficientemente centralizada y ser pluralista. Dan muchísimos ejemplos históricos y actuales, de muchas partes de nuestro planeta. Todos conocíamos las características de países con estos tipos de estructura. Gabriel Zaid escribió (ref. 2): «Las aves del cielo no existían en M3 {el Mundo 3 de Popper}, hasta que Adán las bautizó. Su creación verbal (clasificatoria) continuó la Creación.» Las denominaciones que Acemoglu y Robinson asignaron a procesos conocidos (pero inadecuadamente nombrados) es un acto creativo de una herramienta que nos ayuda a comprender mejor las realidades sociales.

Sin embargo, hay que recordar que hace algunos años Ernest Gellner (ref. 3) escribió: «Actualmente las sociedades industriales desarrolladas se presentan de dos modos, liberal e ideocrático.» Liberal, se puede igualar a «inclusiva» de Acemoglu-Robinson. «Ideocrático» apunta a la ideología (estas son religiones ateas) para cometer cualquier barbaridad, incluyendo extraer rentas en beneficio propio. Y limita esta clasificación a «las sociedades industriales desarrolladas». La extracción de rentas tiene lugar sobre todo en las sociedades poco desarrolladas. Y el populismo es una forma burda de ideocracia. Según Tzvetan Todorov (ref. 4) «El cinismo interesado y la voluntad de poder son las reglas que rigen la vida cotidiana en tal sociedad; son las que salen a la luz una vez levantada la pantalla de la ideología».

Todorov se refiere a las sociedades totalitarias, pero al parecer lo mismo sucede en las que no lo son.

Pequeñas diferencias ante coyunturas críticas

Hay acontecimientos imprevisibles que tienen enorme influencia en el futuro de las naciones.. Por ejemplo, la epidemia de peste de 1347, que acabó con la mitad de la población europea. Dio lugar a una gran escasez de mano de obra, lo cual dio poder a los campesinos sobrevivientes para exigir aumentos de salarios. O la imprevisible victoria naval inglesa frente a España en 1558, que abrió el Atlántico para los ingleses y les permitió colonizar América del Norte. O la Revolución Gloriosa en Inglaterra (1688). Leemos en pág. 128:

«La Revolución gloriosa fue la base para la creación de una sociedad plural, que se desarrolló a partir de un proceso de centralización político que también la aceleró. Creó el primer conjunto de instituciones políticas inclusivas del mundo. […] Este panorama cambió tras la Revolución gloriosa. El gobierno adoptó una serie de instituciones económicas que proporcionaron incentivos para la inversión, el comercio y la innovación. Impulsó firmemente derechos de propiedad, lo que incluía las patentes que concedían derechos de propiedad a las ideas, con lo que proporcionaba un gran estímulo a la innovación.»

La posesión de América del Norte, ocasionó más problemas que beneficios a Gran Bretaña. Pero cuando la colonia se independizó, la madre patria se enriqueció gracias al intenso comercio con su ex colonia.

La historia no está prefigurada, pequeñas diferencias en coyunturas críticas, suelen ser puntos de inflexión hacia las instituciones inclusivas, pero a veces, también hacia las extractivas. En el Capítulo 6, relatan «Cómo se convirtió Venecia en un museo». En la Edad Media, Venecia fue posiblemente el lugar más rico del mundo, tan grande como París y tres veces mayor que Londres. Desde su fundación, tuvo un desarrollo inclusivo que permitió a sus habitantes crear una serie de instrumentos comerciales, entre ellos la Banca y desarrollar un intenso comercio a escala mundial. Estaba gobernada por un dux, elegido por la Asamblea General, que representaba a todos los ciudadanos. Poco a poco se introdujeron cambios legislativos que daban más poder a la nobleza. Esos cambios políticos dieron lugar a cambios económicos para evitar el enriquecimiento de nuevos comerciantes, que podrían poner en peligro el poder de la aristocracia. «Las instituciones políticas y económicas se hicieron más extractivas y la ciudad empezó a experimentar el declive económico. En el año 1500, mientras Europa crecía rápidamente, Venecia se empequeñecía» (pág. 190)

¿Quién se opone al progreso (y a la destrucción creativa)?

Solemos creer que el mayor deseo de personas y gobiernos es enriquecer a sus países, cosa que generalmente se logra fomentando la instrucción y la inventiva de los ciudadanos, estimulando el comercio y las inversiones. Sin embargo, leemos en pág. 108 a propósito de la revolución industrial:

«Pero la aristocracia no era la única perdedora de la industrialización. Los artesanos cuyas habilidades manuales estaban siendo reemplazadas por la mecanización también se oponían a la expansión de la industria. Muchos mostraron su disconformidad organizando disturbios y destruyendo las máquinas que consideraban responsables del empeoramiento de su forma de ganarse la vida. Eran los luditas, una palabra que hoy en día es sinónimo de resistencia al cambio tecnológico. A John Kay, el inglés que inventó la lanzadera flying shuttle en 1733, una de las primeras mejoras significativas en la mecanización del tejido, le quemaron la casa los luditas en 1753. A James Hargreaves, inventor de una mejora revolucionaria en el hilado, la hiladora con husos múltiples conocida como spinning Jenny, le ocurrió algo similar.»

Que desde la Edad Media los gremios vienen saboteando el progreso, es bien sabido. Si un artesano lograba abaratar sus productos o disminuir el tiempo necesario para su producción, debía ocultarlo cuidadosamente, puesto que el gremio lo consideraría una falta de solidaridad con sus compañeros, que perderían competitividad. Al frenar el progreso, obligaban a sus compatriotas a pagar demasiado caro productos que podrían abaratarse. Leemos en pág. 268 acerca de Austria de los Habsburgo: «La economía urbana estaba dominada por gremios que limitaban la entrada de nuevos miembros en las profesiones.» Pero este conservadurismo retrógrado no era exclusivo de los gremios. Leemos unas líneas después: «El rey del Congo se dio cuenta de que, si podía hacer que la gente utilizara arados, la productividad agrícola aumentaría y generaría más riqueza, de lo que él se beneficiaría. Éste es un incentivo en potencia para todos los gobiernos, incluso los absolutistas. El problema en el Congo era que sus habitantes comprendían que cualquier cosa que produjeran podía ser confiscada por un monarca absolutista y, en consecuencia, no tenían incentivos para invertir ni utilizar una tecnología mejor.»

Este último ejemplo ilustra las consecuencias de la ausencia de libertad. Pero en otros casos, el rechazo al progreso proviene de los gobernantes mismos. Y esto nos lleva a otra expresión, «destrucción creativa», creada por Joseph Schumpeter (ref. 3), que los autores del libro utilizan sistemáticamente, de manera creativa. Todo invento, toda mejora tecnológica, implica progreso (a veces modesto y otras veces, gigantesco). Pero además de este efecto obvio, destruyen las tecnologías anteriores. Un ejemplo simple es la calculadora electrónica (pequeña, barata y eficiente). Su aparición implicó la desaparición de la regla de cálculo, cuyo uso caracterizaba a ingenieros y arquitectos. Y el cierre de prestigiosas empresas, como Nestler y otras. La destrucción creativa es imprescindible para el progreso económico, pero ataca intereses que tratan de mantener el statu quo y se oponen a lo nuevo con todas sus fuerzas. Nos dicen en pág. 206: «El gran escritor romano Plinio el Viejo cuenta la siguiente historia: durante el reinado del emperador Tiberio, un hombre inventó un vidrio irrompible y fue a ver al emperador pensando que conseguiría una gran recompensa. Hizo una demostración de su invento y Tiberio le preguntó si se lo había enseñado a alguien más. Cuando el hombre respondió que no, el emperador hizo que se lo llevaran y que lo mataran «para que el valor del oro no se reduzca al del barro».

En Inglaterra los cambios que hicieron posible la revolución industrial se remontan al medioevo; pero hubieron problemas. En 1589 William Lee desarrolló una máquina de tejer medias. Logró que la reina Isabel fuera a ver la máquina, «pero –pág. 220– fue devastadora. Se negó a otorgar una patente a Lee y le dijo:

«Apuntáis alto, maestro Lee. Considerad qué podría hacer esta invención a mis pobres súbditos. Sin duda sería su ruina al privarles de empleo y convertirlos en mendigos. […] La reacción a la brillante invención ilustra una idea clave de este libro. El temor a la destrucción creativa es la razón principal por la que no hubo un aumento sostenido del nivel de vida entre la revolución neolítica y la revolución industrial. La innovación tecnológica hace que las sociedades humanas sean prósperas, pero también suponen la sustitución de lo viejo por lo nuevo, y la destrucción de los privilegios económicos y del poder político de ciertas personas.»

Lo mismo sucedió a Papin, quien inventó un motor rudimentario de vapor con el que construyó en 1705 el primer barco a motor del mundo. Las autoridades no permitieron su navegación y «los barqueros se lanzaron sobre el barco de Papin y destrozaron la máquina de vapor a golpes. Papin murió pobre y fue enterrado en una tumba anónima» (pág. 242).

En Austria, Francisco I se opuso al desarrollo de la industria hasta 1811.

«Esta conducía a fábricas que concentrarían a los trabajadores pobres en ciudades, sobre todo en la capital, Viena. Y aquellos trabajadores podrían apoyar a los que se oponían al absolutismo. […] La segunda forma fue que se opuso a la construcción de vías férreas, una de las nuevas tecnologías clave que aportaba la revolución industrial.» (pág. 269.)

Por último, en pág. 275:

«Durante la dinastía Song, entre los años 960 y 1279, China era líder mundial en muchas innovaciones tecnológicas. Inventaron el reloj, la brújula, la pólvora, el papel y el papel moneda, la porcelana y los altos hornos para hacer hierro fundido antes que Europa. […] En consecuencia, en el año 1500, el nivel de vida era probablemente como mínimo tan alto en China como en Europa. Durante siglos, China también tuvo un Estado centralizado con una función pública contratada meritocráticamente.»

Los inventos chinos están entre los que fueron clave para el progreso de Europa, pero no de China. Sus instituciones extractivas no le permitieron aprovecharlos.

Cuando Deng Xiaoping logró repudiar la revolución cultural y reforzar el mercado para lograr el crecimiento económico (pág. 493), lo pudo realizar «deshaciéndose de conceptos como la lucha de clases». «Muchas personas creían –pág. 513– que el desarrollo en China iba a conducir a la democracia y a un mayor pluralismo». (Error inducido por la teoría de la modernización, de Seymour Lipset.)

Muchas cosas importantes relata el libro, acerca de África subsahariana. Pero en ese ambiente de miseria y genocidio, vale la pena conocer estos datos (pág. 300): En la década de 1730, alrededor de 180.000 armas de fuego se importaban cada año sólo en la costa occidental africana, y entre 1750 y 1807, los británicos vendieron entre 283.000 y 394.000 armas al año. Entre 1750 y 1807, los británicos vendieron la increíble cifra de 22.000 toneladas de pólvora, es decir, una media de unos 384.000 kg al año, junto con 91.000 kg de plomo anuales. En la costa de Loango, al norte del reino del Congo, los europeos vendían unas 50.000 armas de fuego al año.»

Especificidad: URSS, Argentina

La clasificación dual de Acemoglu y Robinson tiene la ventaja de ser muy comprensiva. Por eso mismo es poco específica. En ciertos casos, parece requerirse más especificidad. Veamos dos ejemplos:

Leemos en pág. 156: «La industrialización estalinista fue una manera brutal de desbloquear este potencial. Stalin trasladó, por decreto, esos recursos utilizados de forma insuficiente a la industria, donde se podrían emplear de un modo mucho más productivo, aunque la propia industria estuviera organizada muy ineficientemente en relación con lo que se podría haber logrado. De hecho, entre 1928 y 1960, la renta nacional creció un 6 por ciento anual, probablemente el esfuerzo de desarrollo más rápido de la historia hasta entonces. Este rápido desarrollo económico no fue creado por el cambio tecnológico, sino por la reasignación de la mano de obra y la acumulación de capital mediante la creación de nuevas herramientas y fábricas.»

Es sabido que los koljoses eran ineficientes, al igual que la industria y la burocracia comercial y administrativa. Como además mentían en las estadísticas, ¿es creíble un ritmo de crecimiento de 6 por ciento anual? Pero hay un factor adicional. Entre las fotos que incluye el libro, hay una que muestra trabajadores empujando carretillas. Debajo, el texto dice: «Crecimiento extractivo: el trabajo en un gulag soviético construye el canal del mar Blanco». Como en el libro no hay ninguna otra mención al gulag, apelemos el testimonio de Soljenitsin (ref. 6). Leemos en pág. 674:

«Además, organizar el trabajo forzado de manera que los reclusos no ganasen nada y al Estado le representase una ventaja económica, así como 'considerar indispensable ampliar la capacidad de las colonias de trabajo para un futuro cercano'. Es decir, que se proponía abiertamente construir más campos en vista de los amplios planes de detenciones […] Cuando hubo desaparecido la desocupación en el país, la ampliación de los campos adquirió un sentido económico.»

Entre 1905 y 1911, el primer ministro del Zar, hizo ahorcar a unas 6.000 personas. Desde entonces allí se llama a la horca «la corbata de Stolypin», quien es considerado un salvaje represor. Sin embargo Stalin hizo morir a más de 30 millones de rusos (sin motivo alguno) mientras que Stolypin ejecutaba a delincuentes y a quienes querían deponer al zar. Hay otro aspecto que no suele recordarse. Stolypin estudió la propiedad agraria (más del 80% de la población eran entonces campesinos) y descubrió que el nivel de vida era mucho más alto entre los propietarios de su tierra que entre los que trabajan tierras comunales. Esto lo decidió a repartir tierras entre los que no las tenían. Rusia habría aumentado el nivel de vida de su población y seguramente no habría entrado en la Primera Guerra Mundial, si un estudiante socialista y a su vez confidente de la Okhrana (policía) zarista no lo hubiera asesinado en 1911.

Anna Caballé (ref. 7) mencionó al «infierno de Kolymá (un Auschwitz sin hornos crematorios)». El gulag exterminaba a los prisioneros de manera más económica que mediante gas, obligándolos a trabajar brutalmente, con poquísima ropa y alimentación. «La población penitenciaria en los campamentos –pág. 594, nota 1– oscila entre quince y veinte millones.» A medida que morían (los muertos se estiman en 30 millones) los iban reemplazando con el fruto de nuevas detenciones. El total de personas que pasaron por los campos, se puede estimar en 50 millones.

Además de la duda de las cifras de crecimiento, ¿no será parte significativa de la economía socialista la explotación de los detenidos para ese fin? No hay duda de que la economía soviética era extractiva, pero entre sus especificidades estaba la esclavitud.

El segundo ejemplo se refiere a la República Argentina. Nos dicen en pág. 448:

«En 1991, Menem vinculó el peso argentino al dólar estadounidense. Un peso era igual a un dólar según la ley. […] Las exportaciones cesaron y las importaciones aumentaron estrepitosamente. La única forma de pagarlas era pedir dinero prestado. […] El 1 de Diciembre de 2001, el gobierno congeló todas las cuentas bancarias. […] En Enero, la devaluación se promulgó finalmente y el cambio, en lugar de ser un peso por un dólar, pronto fue de cuatro pesos por un dólar. […] El gobierno había expropiado tres cuartas partes de los ahorros del pueblo.»

El grave «error» de la dolarización fue no haber dictado al mismo tiempo una ley que exigiera el equilibrio presupuestario. Muchos avispados habrán aprovechado para cambiar pesos por dólares. La abundancia de dólares (o el peso equivalente) aumenta el precio de los productos, con lo cual los importadores pierden interés. Probablemente se aumentaron salarios para comprar votos. Se pudo hacer imprimiendo pesos o pidiendo préstamos. Si se gasta más de lo que se ingresa, la moneda se devalúa: al haber más circulante aumenta la demanda y los precios suben. En el caso de préstamos, hay que pagar además los intereses.

En pág. 449 leemos: «A primera vista, el resultado económico de Argentina es desconcertante, pero las razones de su declive se hacen más claras cuando se miran a través del cristal de las instituciones inclusivas y extractivas.»

Antes de 1943, Argentina estaba gobernada por los conservadores. Sin duda eran política y económicamente extractivos. Pero la carne y los cereales tenían muy buenos mercados en Europa; los principales beneficios eran para la oligarquía, pero, aún así, los argentinos tenían el más alto nivel de vida de Sudamérica y uno de los más altos del mundo. Además de las dificultades comerciales relacionadas con la Segunda Guerra Mundial, lo que hundió a la Argentina fue el populismo iniciado por Perón y acentuado, en circunstancias menos favorables por los gobiernos subsiguientes

Es natural que una clasificación binaria, omnicomprensiva, necesite a veces incluir algunos rasgos más específicos. El libro de Acemoglu y Robinson es un paso más, un importante paso hacia la comprensión de los fenómenos sociales.

Referencias

  1. Daron Acemoglu y James A. Robinson, Por qué fracasan los países, Ediciones Deusto, 2012.
  2. Gabriel Zaid, «Clasificaciones», Letras libres, Octubre 2012.
  3. Ernest Gellner, El arado, la espada y el libro (1988), Península 1994, pág. 291.
  4. Tzvetan Todorov, El hombre desplazado, Ed. Taurus, 1998.
  5. Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia (1940).
  6. Alexandr Soljenitsin, Archipiélago Gulag, Plaza & Janés (1980).
  7. Anna Caballé, «Los dedos de Stalin», ABC Cultural, 10-11-2012.

 

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