Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El Catoblepas • número 133 • marzo 2013 • página 9
El título que tienen estas consideraciones nos traerá tal vez aromas de utopía, pues se refiere a una exigencia ético-política que está muy lejos de ser asimilada por quienes han asumido la tarea de gobierno en nuestro país. En otros lares, gobernantes de distinto signo están asumiendo hoy, en mayor o menor medida, la necesidad de derivar consecuencias concretas de dicho imperativo. En España no es así, antes al contrario. Iniciativas legislativas como la que el pasado año ha venido a dejar prácticamente sin efecto la Ley de Costas de 1988 («Ley de Protección y Uso Sostenible del Litoral y de modificación de la Ley 22/1988») u otras más recientes que pretenden poner en venta montes públicos, planteada por la Junta de Castilla-La Mancha al inicio de este año, no son más que dos botones de muestra de una nítida tendencia. En efecto, a estos podrían añadirse otros muchos, empezando por el conservadurismo suicida de la política energética.
En términos generales y contra lo que se empeñan en hacernos creer, pensar la posibilidad de una economía no depredadora, tanto en lo que se refiere a las relaciones entre seres humanos como con respecto a vinculación de éstos con la naturaleza, no es elucubrar acerca de una ilusoria utopía; por el contrario, forma parte de las tareas, marcadas por el principio de realidad, que el presente nos impone.
Es verdad que, hoy más que nunca, hay una cuestión previa que plantearse en relación al bien moral, en términos ecológicos, antes de abordar otras más concretas. Y esta no es otra que su propia definición (González Recio, 2008: 39). Sin duda, resulta inevitable que, en términos aún más generales, nos planteemos la cuestión de definir lo bueno, aunque algún autor clásico, como Moore, ya había hecho ver en su momento que se trata de una realidad inasible de forma conceptual, es decir, imposible de definir en términos lo suficientemente precisos como para servir de base a un conocimiento riguroso. Pese a ello, las transformaciones tecnocientíficas acaecidas desde la época en que el autor británico escribiera sus Principia Ethica nos llevan de nuevo a aterrizar sobre una cuestión que tan asociada está a la consiguiente implicación práctica en la defensa o salvaguarda de lo que alcancemos a definir como bueno. En consecuencia, sigue siendo imperativo e inexcusable el encuentro con preguntas como éstas: ¿Qué entendemos por bien, en un ámbito tan amplio como es el de las relaciones del ser humano con la naturaleza? ¿Cómo determinar el grado y la forma en que la interferencia del conocimiento científico y sus aplicaciones inciden sobre lo que consideramos bueno para el ser humano?
Sin duda deberíamos tal vez realizar unas consideraciones del más amplio carácter sobre las relaciones entre economía y ecología. Dichas consideraciones podrían ser de dos tipos. En primer término, referidas a aspectos doctrinales, ya que la tan traída y llevada idea de la supervivencia de los más aptos, tomada de forma harto frecuente como base explicativa de los procesos evolutivos, ha sido y es aún un dogma poco menos que incuestionable. Al amparo de él, emergen otras explicaciones paralelas acerca de la lucha sin cuartel de los individuos por asegurar su proyección propia y la de su respectiva especie hacia el futuro, a través de la eyección en la línea del devenir evolutivo de los genes de aquellos que tienen un mayor éxito adaptativo. Buscando igualmente su cobijo, se han planteado toda suerte de justificaciones de la desigualdad y la depredación, en el seno de la sociedad.
En ese sentido, es fácil advertir la conexión de tal dogma con otro que se ha adueñado de las interpretaciones de la economía, haciéndonos ver como expresión de incompetencia todo aquello que no responda a estrategias de maximización de los intereses egoístas. Pese a su consistencia aparente, ambas líneas dogmáticas han empezado a ser cuestionadas con fuerza en la actualidad (Saavedra et alii, 2011: 234-5). Así pues, hoy sabemos que, tanto en la naturaleza como en la economía, las tendencias egoístas han de verse contrapesadas con otras de signo opuesto, para evitar de esa forma el colapso del sistema considerado (Bastolla et alii, 2009: 1018). Con la ayuda de trabajos como los que acabamos de citar, empezamos a tener una visión más ponderada, en la que las tendencias egoístas se ven compensadas con otras de orientación antagónica, comprometidas con el mantenimiento de las interacciones positivas y el urdido de redes de colaboración que hacen posible el mantenimiento de un ecosistema. Sabemos, por otro lado, que son las especies más vulnerables las que mayores contribuciones realizan al mencionado fin. Sin su actividad, el entramado de interacciones positivas entre las especies que forman el ecosistema correría un serio riesgo de venirse abajo, lo que entrañaría la desaparición de un buen número de ellas. De esta forma, también la vida de las especies que están menos comprometidas con el mantenimiento del ecosistema se vería en apuros.
Todo esto nos pone también sobre la pista, o nos sugiere cuando menos, otra forma de interpretar las relaciones entre ecología y economía. Al mismo tiempo, hace emerger perspectivas prometedoras, desde las que someter a análisis crítico la proyección de ideas extraídas de la Biología sobre la realidad económica y social, ya que, como es fácil apreciar, el darwinismo económico sigue gozando de una audiencia más que considerable. En base a él se trazan las líneas políticas que hoy están ahondando la fractura social existente entre poderosos y desposeídos, de la misma forma que se ceban con avidez devoradora con cualquier impulso a las tecnologías que sirven para impulsar una economía ecológica. La drástica disminución de las ayudas al desarrollo de las energías renovables es un elocuente ejemplo de cuanto acabamos de decir.
En conclusión, contra lo que se nos quiere hacer creer, no es el único camino a seguir aquel que conlleva la destrucción de los fundamentos de la solidaridad colectiva, como tampoco lo es el que, con la coartada de la crisis económica, se apresta a liquidar el incipiente apoyo que hasta hace unos años se había prestado a la economía sostenible desde el punto de vista ecológico. Por lo demás, si pensamos que esta profunda y prolongada crisis tiene un final posible es, precisamente, porque creemos que se puede transitar por otros lugares. Tenemos los conocimientos científicos y los planteamientos filosóficos necesarios para ello, falta tan sólo realizar una apuesta que se oriente en la dirección contraria a la que buena parte de los poderes políticos y económicos están siguiendo en estos momentos, con particular saña en nuestro país.
Bibliografía
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Saavedra, S., Stouffer, D., Uzzi, B. & Bascompte, J. (2011), «Strong contributors to network persistence are the most vulnerable to extinction», Nature, Vol. 478, October.