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El Catoblepas, número 136, junio 2013
  El Catoblepasnúmero 136 • junio 2013 • página 11
Artículos

Una lectura de la
«Lectura filosófica del libro de Samuel»

Antonio Ortiz González

Contra los, a mi juicio, abusos e imprecisiones en algunos términos, argumentos o conjunto de ideas, expuestas en el artículo «Lectura filosófica del libro de Samuel» de Daniel Miguel López Rodríguez, publicado en «El Catoblepas», nº 82, diciembre 2008, página 15

Lectura filosófica del libro de Samuel

En un artículo de Daniel Miguel López Rodríguez publicado en El Catoblepas, nº 82, diciembre 2008, página 15 (nodulo.org/ec/2008/n082p15.htm) subtitulado «Una confrontación con los dogmas y creencias del pueblo hebreo y, por extensión, contra las tres grandes religiones monoteístas», viene a exponer una serie de argumentos bajo el sugerente título «Lectura filosófica del Libro de Samuel»; los cuales pretenden desarrollarse desde «unas coordenadas materialistas, racionalistas, ¡muy radicales!».

El título atrajo mi atención. Sin embargo, no puedo ocultar cierta decepción al comprobar que no ha sido la lectura filosófica que suponía. Eso sí, radical, bastante radical.

A ver, esto no tiene porqué significar mucho. Por fortuna o desgracia, mis ocupaciones están muy lejos de la erudición, ambiente y estilo académico que exigiría una contra-argumentación mínimamente decente. Soy consciente de ello. Por lo que quizá las coordenadas no podrán ser todo lo materialistas y racionalistas que, debido a mis evidentes limitaciones, me gustaría. Así, esto sólo viene de un hombre muy simple que únicamente aspira a entender algo alguna vez. En cierto modo es una ventaja; pues ante los asaltos a mi yugular, la sangre sería de muy baja cuna. Dicho esto, intentaré exponer las razones por las que esta “lectura” no me ha parecido demasiado afortunada; habiendo creído encontrar ciertos abusos de términos e imprecisiones que no puedo dar por válidas.

El texto que me encontré está dividido en cinco partes: “Introducción”, “Premisas antropológicas”, “El Libro de Samuel”, “Crítica” y “Apéndice”. No queda otra que copiar y pegar; aunque no pueda ser, en este caso, tan ordenado y sistemático.

«El artículo que voy a exponer a continuación está en total confrontación con los dogmas y creencias del pueblo hebreo y, por extensión, contra las tres grandes religiones monoteístas. Dichos credos han imbuido durante siglos (y los siguen haciendo) la conciencia de millones de personas en casi todo el mundo. Así como «pensar es pensar contra alguien», este artículo está pensado contra el irracionalismo y el fundamentalismo fanático de, como digo, millones y millones de individuos. Creer en las llamadas «religiones del libro» o «abrahámicas» al pie de la letra (que es como la entienden los verdaderos creyentes, es decir, los fundamentalistas [nota -1-]) es un puro delirio. Las exégesis de la Biblia, sin son rigurosas, nos aportan datos que confirman su falsedad.» Nota -1-: «Aquí podríamos muy bien parafrasear a Pablo de Tarso (el fundador del cristianismo) y decir: «Si no somos fundamentalista, vana es nuestra fe»

Según estas palabras, «fundamentalismo», en las religiones de las que se hablan, es «creer al pie de la letra», que es como lo entienden «los verdaderos creyentes».

No se niega que quizá algunas sectas judías crean al pie de la letra, las cuales serían vistas por las demás no precisamente como verdaderos creyentes; los saduceos así lo hacían y así les fue. Y tampoco se niega que otras sectas del llamado “Libro” actúen de ese modo. La «sola scriptura» es muy famosa entre protestantes, por ejemplo. De hecho, según el propio Gustavo Bueno Sánchez, es de ellos de donde proviene ese uso del término «fundamentalismo»; aunque por extensión luego se ha ido aplicando a otras ideas religiosas e ideologías políticas. Pero si lo que se pretende es entrar en guerra con el judaísmo, lo menos que cabría esperar es el haberse acercado a él, conocerlo un poco, conocer sus obras, saber en qué creen o no creen. El haber oído o leído que de La Torá no se añadirá ni sustraerá nada, no necesariamente se deduce que se siga al pie de la letra. O al menos no siempre. ¿Qué sería El Talmud en ese caso; esa obra que lleva el diálogo hasta el límite de lo absurdo y que no para de decir que tal o cual palabra no se leerá así, sino asá; una obra que no pocas veces se ríe de sí misma? Y ello sin entrar en tesituras de cómo debemos entender, en el texto que nos ocupa, al propio judaísmo; el cual es dibujado y reducido a términos que no he podido comprender muy bien. En las “Premisas antropológicas” podemos leer:

La religión judía, en los tiempos de Saúl y David, consistía en un monoteísmo férreo, unitario y fundamentalista; sólo Yahvé es Dios vivo, los demás son ídolos muertos, «espantapájaros de madera».

Más adelante se toma este tiempo y este libro como el arquetipo del judaísmo: «El libro de Samuel es central para la cuestión judía» […] «epítome de la vesania hebrea». Pero tal “monoteísmo ferreo, unitario y fundamentalista”, a mi modo de ver, dudo mucho que se diera. Quedaban todavía siglos hasta la llamada exaltación de La Torá, en la que se convertiría en símbolo. Más bien, lo sucedido en esa época monárquica, fue el apogeo de cierto sincretismo; fenómeno nada extraño al judaísmo, que siempre ha sido especialmente fértil con las ideas extranjeras. El judaísmo nunca ha sido algo monolítico, algo que siempre ha sido de un modo hasta el hoy mismo. ¿Es el cristianismo del siglo II el mismo que en el XVI y no digamos del catolicismo después del Concilio Vaticano II? La propia institución monárquica es prueba de ese sincretismo; la cual más tarde, en la sección de “El Libro de Samuel”, es definida con esta cita:

«Los hijos de Samuel extraviaron sus caminos y cansados de la situación el pueblo pidió a Samuel un rey, al modo de las demás naciones (como dijo Voltaire: «los judíos fueron tardíos en todo»).»

Muy cansados de ese “monoteísmo ferreo, unitario y fundamentalista” debían estar también los propios hijos de Samuel que se extraviaron en todo; muy cansado el pueblo que le pidió un rey. Y muy agudo Voltaire con un pueblo cuyo calendario cuenta el cinco mil y pico y cuyos miembros en su tiempo, antes y después, precisamente por estar acostumbrados al estudio desde niños, pasaban desapercibidos entre las masas de millones de individuos que no sabían ningún alfabeto; sin perjuicio, en este tiempo de la instauración de la monarquía, que el acceso a los textos fuera exclusivo del sacerdocio. El pueblo no tenía acceso como lo podemos entender hoy día. Difícilmente podían ser “fundamentalistas” según la definición descrita. Según la tradición, Esdras organizó una asamblea a la que fueron convocados «los hombres, las mujeres y todos cuantos tenían uso de razón», durante la cual (Neh:08:02-03) «… el día uno del mes séptimo. Leyó una parte en la plaza que está delante de la puerta del Agua, desde el alba hasta el mediodía […] y los oídos del pueblo estaban atentos al libro de la Ley». Lo cierto es que a partir de esta lectura solemne, la religión de Israel posee «oficialmente» unas Escrituras llamadas sagradas.

«Esta declaración de guerra, si se quiere entender así, se moverá bajo unas coordenadas materialistas, racionalistas, ¡muy radicales! (pero ni fanáticas ni fundamentalistas), las cuales no pretendo ocultar, ya que no me da vergüenza reconocer mi temperamento filosófico. ¡No nos engañemos y sepamos de qué parte estamos! Yo soy ateo, materialista, republicano, anticlerical, antisemita [nota -6-], antisocialdemócrata, antidogmático, antignóstico, antimetafísico, y en general, anticuentos-de-hadas. Aquí no caben ni mitos ni poemas…» Nota -6-: «Por antisemita no quiero decir que sea racista. Lo que quiero decir es que no creo, absolutamente para nada, que el pueblo judío sea el «pueblo elegido». Dicho de otro modo: no soy creyente, y ni falta que me hace, de la religión judía ni de ninguna institución proselitista»

Es decir, «antisemita», no sería una cuestión racial, sino el mero hecho de no creer que el pueblo judío sea el “pueblo elegido”. O dicho de otro modo: no ser creyente ni necesitar serlo. También podría parecer que se ecualizan dos ideas: religión judía e institución proselitista.

No puedo estar de acuerdo. Muchos no son creyentes ni, por tanto, consideran que el pueblo judío es elegido de nadie, y no por ello son «antisemitas». ¿En qué grupo podrían incluirse a los ashkenazis, los alemanes? Si queda alguno, serán judíos, pero no semitas; existiendo también millones de semitas que no son judíos ni creen que éstos sean elegidos. Tampoco ecualizar “religión judía” con “institución proselitista” sería muy acertado. Si algún ingenuo se acerca a la aquí denominada “religión judía”, me gustaría ver con qué grado de entusiasmo es recibido. El proselitismo no es una característica destacable en las sectas judías; tal y como pueda serlo en las otras. Y que en las otras lo sea, no tiene porqué extrapolarse. Pero volvamos a la cuestión de la «elección»; que tampoco queda en lo que se ha dicho, sino que es recurrente. Me ha parecido extraño que, citando a Freud y “su” Moisés en la Nota -9-:

«El rey es el ungido de Yahvé, para lo cual debe de implantar en su reino la Ley de Moisés [Nota -9-: Como muy bien supo ver Freud (otro judío ateo) en Moisés y el monoteísmo, Moisés no era hebreo, sino egipcio. La religión de Moisés es heredera del monoteísmo que se implantó en Egipto en la dinastía de Amenofis IV. Tras la restauración del politeísmo, la religión monoteísta fue tomada por la mano de Moisés para legislar a los hebreos. Como principal prueba tenemos la evidencia de que el nombre de Moisés es egipcio]»

Me parece extraño, como digo, que no se aluda en ningún momento a algo que dice el propio Freud; es decir, que si ha sido un pueblo “elegido”… no lo ha sido por el llamado Dios, sino «elegido por Moisés». La tesis en dichos ensayos, en efecto, propone a un Moisés egipcio; uno de los “Moiseses” al que podrían haber matado generándose en el pueblo un trauma que sólo habría aflorado, tozudez de profetas mediante, mucho tiempo después. Dice M. Eliade, a este respecto, en su Historia de las ideas y creencias religiosas, § 58. Moisés y la salida de Egipto:

“El nombre de Moisés, como el de otros individuos de su familia, es egipcio. Contiene el elemento mśy, «nacido, hijo», comparable con Amosis o Ramsés (Ra-messes, «hijo de Ra»). El nombre de uno de los hijos de Leví, Merari, es el egipcio mrry, «bienamado» […]. No se excluye que Moisés conociera de joven la «reforma» de Akhenaton, que había sustituido el culto de Amón por el «monoteísmo» solar de Atón. Se ha señalado la analogía existente entre ambas religiones…”. Y en su Nota -25- aclara: «Cf., por ejemplo, Albright, “From the Stone Age to Christianity”, 218 ss, 269 ss; del mismo autor, “The Biblical Period from Abraham to Ezra”, 15 ss. Pero otros autores estiman que las analogías no son convincentes; cf. Ringgren, op.cit., 51; Fohrer, op.cit., 79.»

Sea como fuere, suponiendo que lo fuere, una convivencia de varios siglos es normal que deje alguna marca; incluida, como dice Freud, la propia circuncisión, habitual al parecer entre egipcios. No es descabellado pensar, por tanto, que si fue un “pueblo elegido” lo fue “por Moisés”. Que los judíos se empecinen en auto-proclamarse “elegidos por Dios”, no debería levantar las pasiones que levanta. Pero el texto que tratamos no lo considera del mismo modo:

Nota -3-: «El pueblo judío se autoproclama «el pueblo elegido por Dios». ¿Cabe mayor soberbia?» Nota que intenta aclarar el texto que la precede: «Siempre es una cuestión espinosa plantearse el problema judío.»

O dicho, no de otro modo, sino del mismo modo: la cuestión judía es un problema. Más aún: «el problema». ¡Acabáramos! No es una simple «confrontación con los dogmas y creencias del pueblo hebreo y, por extensión, contra las tres grandes religiones monoteístas»; la declaración de guerra es al “problema judío”. En el “Apéndice” se salva al catolicismo:

«A mi juicio, dentro del delirio monoteísta de las religiones abrahámicas, el catolicismo es la religión más racional.»

Si lo es, será por otras razones muy poco religiosas; porque las religiosas invitarían a considerarla como el mayor sincretismo habido y por haber. Un día escuché que hasta el propio Buda, el Buda indio, es no sé qué santo católico. No obstante, se excluyen del mismo saco a ciertas individualidades; siempre que no tengan ningún vínculo con la generalidad, es decir, no sean creyentes delirantes. Así, en la “Critica”, leemos:

«Conozco pocos casos análogos al caso judío. Aunque fueron tardíos en prácticamente la totalidad de sus costumbres, he de reconocer que el pueblo judío es un caso único. Es más, como individuos muchos judíos son absolutamente geniales: Espinosa era judío, Marx era judío, Freud era judío, Husserl era judío, Einstein era judío. Como individuos, insisto, son geniales, pero como pueblo son un desastre. Como individuos son interesantes, como pueblo son insoportables.»

Aparte la circunstancia de seguir considerándolos tardíos, pobres judíos que todavía no han entrado en la historia, como si los visigodos ya hubieran inventado Internet en las épocas que se hablan, esta lectura filosófica y radical pretende extraer toda “genialidad” del conjunto y hacerla flotar en el espacio-tiempo, sin tan siquiera tomar en cuenta la posibilidad, por mínima que sea, de que acaso tales “genialidades” pudieran serlo, o no, precisamente por pertenecer a ese pueblo tan insoportable. Lo mismo que se ha dicho antes respecto de los cambios a los que todo está expuesto, ideas religiosas incluidas, serviría para los individuos. ¿Einstein, Espinosa, Marx, siempre fueron así desde que nacieron? ¿No hay “mutaciones” en las personalidades de cada cual, por más años que cumplan, sean judíos insoportables o no? ¿Es la eventual genialidad de Beethoven propia y exclusiva de su genética germánica? Los individuos, como los pueblos, sobre todo los históricos (no estamos hablando de los sioux), constantemente recibimos el masaje vibratorio de esa historia. Masaje que algunos llaman «Terror de la Historia», en contraposición al llamado «Terror del Eterno Retorno»; al que seguramente estarían sujetos los sioux, por ejemplo. Tan absurdo, pues, es decir que el músico alemán lo debe todo a su “alemanidad”, como decir que nada tiene que ver el “quantum” judío en las supuestas genialidades de los personajes citados. No se puede extirpar la llamada «cultura subjetiva», la que cada uno se ocupa de cultivar y es interna, de la llamada «cultura objetiva», la que nos desborda y dentro de la cual estamos inmersos. «Mein Führer ist Cain Weissmann. Folge Ihn. Ich habe Gesprochen» (Mi líder es Cain Weissmann. Síganlo. He dicho); dicen que dijo Einstein, el cual sería genial si no dice esto, pero insoportable si lo dice. Al final de la “Crítica” también nos encontramos con el problema judío:

«Los guardianes de la fe están atrapados por un pensamiento infantil, o infantiloide. La filosofía crítica y racionalista está diametralmente opuesta a las majaderías que, con su «buena voluntad», algunos «iluminados» reivindican sin parar. Pero los peores son esas «raza de víboras» que se aprovechan del candor y estupidez del pueblo llano y llenan sus panzas y bolsillos en nombre de la divinidad, tomando el nombre de Dios en vano. Esta hipocresía se hace más odiosa mezquina e irritante cuando más abiertamente proclama que su fin es el lucro (y sobre fines lucrativos saben mucho los judíos) ¡Ay, si yo los cogiera!»

¿Qué razas de víboras se aprovechan de la estupidez del pueblo llano? ¿La cúpula del PSOE, por ejemplo, u otras cúpulas? No parece. Ellos no lo dicen hacer en nombre de ninguna divinidad, ni toman ningún nombre en vano. La hipocresía está en los que proclaman que su fin es el lucro y, como es bien sabido, los judíos saben mucho de eso y de la universalidad de su pretendido imperio depredador. ¿Por qué me sonarán estas cosas a los famosos “Protocolos de los sabios de Sión”? Menos mal que yo no soy judío; pues no sé muy bien qué podría pasarme si me cogieran. ¿Por qué no se le ocurrirá a alguien algún tipo de solución final para todo este problema? Hay retóricas que asustan, pues siempre puede haber algún cándido que termine por tomárselas en serio. Se dirá entonces que cogerlos o no cogerlos no se refiere a los judíos, ni la raza de víboras, la hipocresía ni los guardianes de la fe; que los judíos sólo se citan entre paréntesis por su sabiduría en fines lucrativos Es decir, el párrafo no sería conejo, sino liebre. Muy oscuro y confuso. Acto seguido, en el texto, volvemos a la “elección”:

El concepto de «pueblo elegido» es simple y llanamente una vergüenza. Incluso hoy en día los judíos esperan impacientemente «el día de Yahvé». Pero ¿dónde estaba Yahvé cuando su pueblo era exterminado por las cámaras de gas en el holocausto? ¿Dónde estaba Yahvé de 1933 a 1945? Israel ha sido atacada y despreciada por las más diversas naciones: egipcios, filisteos, asirios, persas, griegos, romanos, musulmanes, españoles y alemanes han perseguido a este inefable pueblo. Con todo eso hay que reconocer que el pueblo judío es el único que nos queda de la antigüedad (fenicios, griegos, romanos, persas, &c., fueron derrocados), y es por eso por lo que el pueblo judío es un caso sin parangón. Pero, como dice el libro de los Gálatas: «habéis sufrido en vano por tales experiencias».

La “elección” sigue siendo una vergüenza; ajena cabría decir. Un agravio comparativo porque, claro, las demás naciones no lo han sido. No es algo que lleve a la hilaridad, sino algo sentido como vergüenza. Sin duda, después de tanta persecución, ataques y desprecios, no sólo por las naciones que se citan, sino probablemente por algún individuo más, decir: «es el único que “nos queda” de la antigüedad» suena demasiado condescendiente. A los únicos que “les queda”, supongo, será a los propios judíos; queden los que queden. A menos que el resto nos atribuyamos “su propiedad” y entonces dejen de ser ya “elegidos” de tal divinidad, para pasar a serlo del resto de la humanidad, del género humano, su sustituto. Demostrándose una vez más, de paso, que hasta en eso de ser “elegidos” son tardíos en sus costumbres. Lo del libro de los Gálatas, reconozco, no lo he entendido; como seguramente no lo entenderían, si lo leyeran, todos esos judíos insoportables que aún “nos quedan”. Para ellos, quizá, no haya sido en vano. Quedan, es decir, siguen vivos, después de tales experiencias. Esa cita sólo tendría sentido si pusiéramos a todos los que queden en el paredón y antes de ejecutarlos alguien se ocupara de leérsela: «habéis sufrido en vano por tales experiencias». ¡Pum!

La cuestión de la “elección”, como muy bien explicaba José Manuel Rodríguez Pardo («El Catoblepas», nº 16, junio 2003, página 9, (http://nodulo.org/ec/2003/n016p09.htm) titulado «Aclarando las confusiones y errores de los señores Letichevsky y Perednik»), no es una cuestión religiosa, sino más bien ideológica:

«Después de sus escuetas afirmaciones sobre Espinosa, continúa el Sr. Perednik afirmando, –tal es su falsa presunción– que he sacado a colación la cuestión religiosa. Nada más falso. Si hubiera leído con la suficiente atención mi escrito al completo [otro anterior, motivo por el que en éste le aclara], tal y como debe hacerse con todo lo que se lee, Tratado teológico-político incluido, vería que en él distingo entre ideología y religión, para mostrar que no son sinónimas. De hecho, una religión supone muchas situaciones de ideología (dogmas, mitos, &c.) y falsa conciencia. Por eso, el sionismo no tiene por qué presentarse únicamente como una cuestión religiosa. De hecho, el mito del pueblo elegido no es algo religioso, aunque la religión judaica pueda alimentarse de él, al igual que el movimiento sionista. ¿Cómo si no puede mantenerse la idea de volver a una tierra sobre la que una etnia perdió miles de años atrás sus derechos? Por lo tanto, cuando afirmaba de los hebreos que se autoconciben como «el pueblo elegido por Dios», me estaba refiriendo a una cuestión ideológica, no religiosa. Cuestión que juzgo muy importante, pues sin semejante ideología sería imposible que el pueblo hebreo, o al menos una parte suya, hubiera mantenido esa esperanza de retorno al estado perdido. Es más, el haber mentado a Dios no supone ni de lejos el citar a la religión, pues entre la religión y Dios no hay implicación directa. No hay más que citar el caso de Espinosa, «irreligioso» que constantemente habla de Dios en sus obras.»

El texto que nos ocupa no se limita a reconocer cierta singularidad, «un caso sin parangón». Una pregunta es lanzada al lector: ¿Dónde estaba tal Dios? He aquí cómo, reduciendo un proceso histórico complejo y lleno de aristas, se plantea esta cuestión. Las preguntas, dirigidas a otros no nos sirven para nuestros propósitos, sean cuales sean; no sirve preguntarse por qué esa pertinaz persecución, por qué el nazismo llegó hasta ese punto, o por qué muy pocos hicieron algo y muchos nada. En el “Apéndice” puede encontrarse una de las posibles respuestas:

«El protestantismo nos ha llevado, como muy bien supo ver Max Weber, hacia el capitalismo industrial depredador (aquel capitalismo que diagnosticó, criticó y condenó Marx en su inmensa obra), hacia el colonialismo, hacia el antisemitismo (el propio Martín Lutero era un antisemita convencido), hacia el III Reich, las cámaras de gas y los delirios nazis.»

No todo será por cuenta del protestantismo; al fin y al cabo, Hitler, decía ser católico. Tampoco esas persecuciones comenzaron con el protestantismo, antes de él ya las hubo. Pero como podemos ver, aquí el término «antisemita» ya no significa lo que significaba más arriba; aquí es el «antisemitismo» malo malísimo, el racista. El de antes era el que se puede admitir, el bueno, el que no cree en “elecciones”, el que sólo considera que son un pueblo insoportable y saben demasiado de fines lucrativos; el de «¡Ay, si yo los cogiera!». Si hubo antisemitismo en la zona soviética o pudieran haber acercado algún que otro rebaño cerca de los campos, eso no cuenta; pues oficialmente tal «antisemitismo» no debía existir. Y si existía era del que se puede admitir, del que no era racista. No puedo estar de acuerdo con dos antisemitismos; sería parecido a estarlo con un terrorismo malo y uno bueno. Es terrorismo. Punto.

En cuanto al hecho de ser el único pueblo que “nos queda” de la antigüedad, sin duda sería interesante saber qué motivos podrían estar detrás de ese asunto. Ese «persistir en el ser» es poco o nada habitual. Curiosamente, a mi juicio, el texto que nos ocupa nos marca una dirección acertada; aunque en ninguna parte he encontrado un intento de explicarlo:

«El pueblo judío siempre ha sido un pueblo paria y de diáspora, en continua lucha con las demás naciones.»

La última parte de la frase carece de interés para lo que se dice ahora; y tampoco lo tiene el último párrafo de las “Premisas antropológicas”:

La tierra del Canaán, la Palestina, la tierra donde «fluye leche y miel», «la tierra prometida», o como la queramos llamar, se puede diagnosticar como una biocenosis. Una biocenosis es una comunidad de suelos, plantas y animales que para su mantenimiento y desarrollo supone la lucha continua, cíclica y sistemática de unas especies contra otras. Las biocenosis están compuestas por animales heterotrofos, animales que se comen unos a otros. En la tierra prometida pasa poco más o menos lo mismo, ya que es una tierra habitada por distintas naciones (naciones étnicas) cuya convivencia es incompatible e intolerable totalmente. La tierra prometida es un continuo escenario bélico. Hoy en día la lucha entre palestinos (musulmanes) y judíos, que nosotros vemos por televisión, nos recuerda a muchos (a la mayoría) de los versículos del Antiguo Testamento.

¿Qué pueblos han estado o están exentos de una continua lucha con las demás naciones? ¿Sobre qué rincón del planeta no podríamos diagnosticar una biocenosis?

Sin embargo, la diáspora, es una buena llave para seguir investigando. Como con casi todo, existirán muchos tipos de explicaciones e interpretaciones. Para lo que estamos llamando judaísmo, sin duda es un asunto fundamental y, como es lógico, tienen su propia versión de los hechos. Versión que, como también es lógico, repugnará a todo pensamiento racional, pero que curiosamente podría tener un desenlace de lo más racional. Me refiero con esto a alguna de las corrientes místicas de ese judaísmo.

Habría que precisar antes, brevemente, algunos conceptos básicos que nos permitirán avanzar más rápidamente. Kabaláh significa “recepción” o “tradición recibida”. Originalmente, este término abarcaba a toda la Ley Oral (Misnáh y Talmud) para diferenciarla de la Ley Escrita contenida en la Biblia hebrea o Tanáj. Pero con el correr del tiempo se ha usado casi exclusivamente para designar a la tradición mística judía y se ha traducido al español por la palabra Cábala o Cabbalá; siendo la doble B como sólo un alargamiento en la pronunciación de dicha letra. Es cierto, también, que existen algunas coincidencias entre la cábala y ciertos desarrollos griegos o cristianos del llamado saber esotérico. Pero existen tantos otros o más aspectos específicos en la tradición mística judía que aunque otras tradiciones empleen los mismos términos, conviene tomar precauciones para no establecer sinonimias precipitadas. Lo más probable es que las mismas palabras no se refieran a lo mismo. Y esto no sólo es de aplicación al propio término «mística»; que tampoco es propiamente hebreo.

Así como muchos hoy día sólo ven “energías” por todas partes (positivas, negativas, neutras, ¡Ven a la Puerta del Sol el 15-M y verás cómo te cargas de “energía”!), así también muchos sólo ven místicas en cualquier rincón. No sólo las que prometen la entrada a un estado catatónico, sino de especial aplicación a las sectas más cristianizadas; las cuales, ¡cómo no!, después del sincretismo griego que las hizo nacer (Jerusalén-Atenas; Jesús-Cristo), también precisaban de su propia cábala. Si encima se pretenden fundir con otras perspectivas más orientalizadas, es fácil sacar conclusiones.

Uno de los elementos específicos y genuinos de la mística judía es, por ejemplo, la relación entre halajá y cábala, importantísima para entender este tipo de misticismo. Muchos movimientos esotéricos que al principio aparecen como marginales, acaban siendo marginados y hasta perseguidos por las jerarquías religiosas establecidas, por su carácter innovador, por su individualismo o por la contestación a los dogmas oficiales que puedan surgir en su seno. En el judaísmo no ocurre nada parecido y muy raramente pudo darse. Los místicos no son anacoretas, no son ermitaños, sino que viven y rezan con todo el mundo respetando estrictamente la halajá, es decir el caminar como judío por la vida, de acuerdo con las normas tradicionales. Ese matrimonio feliz entre el mundo de la Ley y de la doctrina rabínica por un lado, y por el otro el mundo de la llamada «debecút» («communio», más que «unio mystica»), es absolutamente original en el desarrollo del pensamiento místico en el seno del pueblo de Israel. De hecho, aunque a pocos se lo parezca, es un invento que podría llamarse “español”; de los españoles de aquella España. A saber: el primer desarrollo ya está presente en la Biblia; concretamente en el relato de la Creación que abre el Libro del Génesis, así como en el Libro de Ezequiel, en su primer capítulo. En la tradición judía son conocidos como Ma’asé Bereshit y Ma’asé Mercabá es decir, la Obra del comienzo y la Obra del carro (celestial). Ambos describen la estructura mística del universo. El segundo desarrollo está presente en distintos pasajes del Talmud en los que se alude por ejemplo a los Sitré Torá y Razé Torá (secretos de la doctrina). La llamada también Hojmá Nistará, o ciencia de la sabiduría, sigue presente en la época de los Gueonim, y los sabios que la comparten serán conocidos como Yode’é Hen, donde la palabra Hen, que significa “Gracia”, está formada por las iniciales de Hojmá Nistará. Un texto sumamente revelador se encuentra en el tratado de Haguigá, página 14b: “Arba’á nijnesú la-Pardés…” cuatro penetraron en el Pardés…, paraíso. Pardés significa literalmente “vergel” pero esta palabra se considera compuesta por las iniciales de otros cuatro vocablos que expresan distintos niveles de conocimiento que son Pesát, Rémez, Derás y Sod; esto es, respectivamente, el sentido literal, interpretaciones tipológicas o alegóricas, el “legalista” o de las middot-reglas y el sentido secreto o interpretación mística. De los cuatro que penetraron, nos enseña el texto del Talmud, sólo uno fue capaz de realizar el arduo y difícil recorrido del Pardés y salir ileso, indemne. Esta aventura se le atribuye al famoso sabio del siglo II, llamado Rabí Akibá. De los otros tres, uno se volvió loco, otro ateo y otro murió. Y llegamos a los cabalistas españoles.

Tras la expulsión de los judíos de España (Sefarad) en 1492, se produjo un auténtico seísmo en el pensamiento judío y particularmente en la cábala; que sufrió un cambio radical. La cábala va a ocupar, a partir de entonces, un lugar prominente, importantísimo en el pensamiento judío, desplazando a las corrientes racionalistas tradicionales, incluso a las corrientes del Pesát, el sentido literal, a las cuales se va anteponer. El cordobés Maimónides, algún siglo atrás (Rambam, 1135-1204), filósofo, matemático y físico, representante de ese racionalismo, proyectaba un cuadro contemplativo del mundo cuya naturaleza fundamental era alegórica y racional (en sentido filosófico). Es decir, todo tenía un sentido, pero un sentido que era básicamente expresable. Para la mística, sin embargo, dicho cuadro contemplativo del mundo sólo podía tener una naturaleza simbólica e irracional. La alegoría, el medio radical del pensamiento entre los filósofos, se relegó a un segundo o tercer lugar. Todas las cosas tienen un sentido, pero este sentido es inexpresable. Lo cual conlleva un nuevo orden. La Torá trasciende al mundo; por tanto, no sólo irrumpe en el mundo como alegorías de ideas inherentes al mundo o como simplemente un «método de educación» mundanos. Gerona llegó a ser el primer relámpago; pero no como un centro de «entusiasmo», sino más bien como una contemplación introvertida; es decir, la «Guía» de Maimónides puede, como mucho, conducirnos ante el umbral de la experiencia mística, pero no más allá.

La profesora de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Rahel Lior, describe muy acertadamente este fenómeno. Basándose en los trabajos de Baer, Aescoli y Scholem entre otros, Rahel Lior describe cómo el pueblo judío no se dejó abatir por la expulsión. Aunque la consideró como una catástrofe sin parangón desde la destrucción del Templo de Jerusalén, con la subsiguiente pérdida de la independencia nacional, el pueblo judío elaboró, sin embargo, una respuesta capaz de permitirle asumir lo ocurrido y sentar las bases ideológicas de ese mismo renacimiento nacional. O dicho de otro modo, quizás demasiado brusco: un programa político… cuyo fruto alimentará siglos después al mismo sionismo político. Curiosa esa relación de un movimiento “irracional” sustentando un movimiento de lo más “racional” conocido. No es la primera vez que el “delirio” sustenta (y hasta protege; léase Miguel Servet, por ejemplo, avisándole los católicos que no se paseara por Suiza) cosas muy “racionales”.

Después de la expulsión, nace la escuela de Safed; círculo en el que se desarrollará más tarde. Lo forman principalmente sefaradim españoles. Hasta entonces, y en todos los países de la nueva dispersión, la reacción judía ante la expulsión, el Guerús, se había caracterizado por el silencio casi absoluto de sus contemporáneos, en cuanto a explicaciones de tipo económico o político. La mayor parte de los comentaristas judíos insisten en que la clave explicativa de ese nuevo exilio dentro del exilio, vivido por sus víctimas como una verdadera Soá (catástrofe), no la constituían factores económicos o sociopolíticos. Tampoco se podía explicar la expulsión como resultado del odio de otras religiones u otras sociedades hacia el judío. La única explicación posible residía en los propios errores cometidos por el pueblo judío. ¿Cómo pudo nacer de una teoría auto-inculpadora, el ansia de redención y de recuperación de la esperanza y la dignidad nacional capaz de animar, o mejor dicho reanimar, a todo un pueblo? Para los cabalistas de Safed que la elaboraron, la respuesta era sencilla, muy sencilla: Si el error es sólo imputable al pueblo judío, también la clave de la redención debe estar en su mano. Lo importante a partir de entonces era no dejar la llave del futuro en manos de nadie. Ese es esencialmente el mensaje de la escuela de Safed: volver a poner la llave del retorno y del regreso al hogar ancestral en la tierra de Israel, en las manos del pueblo judío. Y ése será precisamente su mayor logro. Lo alcanzarán elaborando un nuevo sistema de pensamiento. La nueva visión irá acompañada por un vocabulario prácticamente creado para la circunstancia. Casi inmediatamente surgirán las obras que traducirán, en términos nacionales, el nuevo impulso intelectual que mucho más tarde animará movimientos mesiánicos de masas, llegando a inspirar siglos más tarde, como ya se ha dicho, al mismo sionismo político.

El itinerario comienza en la escuela de Gerona, y su rama provenzal, antecedentes inmediatos de la escuela de Safed. La cábala de Safed va a construir un vademécum, un manual que va a acompañar al pueblo judío, sin patria y sin recursos, hacia la recuperación de su autoestima y de su identidad; proveyéndole de una patria portátil, intelectual y sentimental a la vez; un sueño que acabará conduciéndole, paso a paso, hasta su realización en 1948 con el renacimiento del Estado de Israel. La expulsión desde esa perspectiva es considerada como los dolores del parto mesiánico. Un mesías que, como es sabido, no tiene nada de sobrenatural, ni parentesco divino alguno; un mesías un poquito más “racional” que el propuesto por el cristianismo. No es, por tanto, una catástrofe que desemboca en la muerte, en el agotamiento. Es un movimiento que va a desembocar en una nueva realidad.

A diferencia de otras doctrinas más orientalizadas, esto es posible gracias a la idea de Or Yasár-luz recta y Or Hozér-luz reflejada, según la cual, el receptor de la luz no queda anulado por ella, sino que conserva su personalidad, no se deja anegar, no se ahoga en la luz, no se niega a sí mismo, no niega su yo ni su individualidad; mostrándose capaz de repercutirla, de reflejarla. Esta no-desaparición de la individualidad también es un elemento fundamental. Significará, por ejemplo, en su traducción a términos nacionales, que la catástrofe, esa terrible Soá que fue la expulsión aún reciente entonces, suponía ipso facto, una nueva revelación, y por eso mismo una nueva esperanza para el pueblo perseguido en medio de la oscuridad, al reflejar la luz que acompaña a toda manifestación. Se ve, con total claridad, que no tiene nada que ver con aquél chino publicitario, Bruce Lee, aconsejando al personal que se fundan con todo, con el jarrón, con la tetera, con la carretera… Si eres agua y estás en un vaso o en una tetera, no te conviertes ni en vaso ni en tetera, sigues siendo agua; distinta al vaso o a la tetera. Fundirse con la carretera supone llenarlo todo de vísceras y fluidos corporales. Si algo se persigue, por más paradójico que suene en los oídos de muchos, es guardar el cuerpo físico, el sujeto corpóreo y operatorio. Hay mucho que hacer. Los que abrazan árboles ya lo han hecho todo.

¿Cómo pueden mezclarse o confundirse estos principios con otros absolutamente antagónicos? Algunos le atribuyen magias diversas o cosas así… La única magia que pueden desprender los números, que de acuerdo, en el caso hebreo son letras, viene por la cantidad de armas modernas y de última generación que son capaces de obtener o fabricar. Pero me temo que no es a esa magia a la que se refieren cuando hablan de cábala. Y esto es, básicamente, el «persistir en el ser»; si bien desde coordenadas poco habituales al decir filosófico. Cosa que no tiene por qué significar que no pueda ser traducido a tales términos.

Otro profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Jacob Golomb, basándose en este caso principalmente en Nietzsche, propone una idea algo diferente a lo que generalmente se ha aceptado sobre este asunto. Cualquier intento, nos dice, de esclarecer la actitud de Nietzsche hacia el pueblo judío debe comenzar con la proposición de que esta actitud no es arbitraria, sino que deriva del resto de su doctrina. Sus comentarios sobre los judíos y el judaísmo son aplicaciones de esa doctrina al pueblo judío considerado como un caso de estudio; convirtiéndose, además, en importante vara de medición para determinar el significado e integridad de su pensamiento.

A su juicio, el pivote que une la totalidad del pensamiento de este filósofo es el concepto de «poder» (Macht). Es la única “raíz común” de la cual ha surgido su “árbol filosófico”, en torno al cual, siguiendo el principio de symploké, se “entretejen y entrelazan” sus primeras y últimas opiniones. El poder, para Nietzsche, es el instinto básico del alma humana. Pero ese poder no es idéntico con la pulsión bruta, el efecto animal, violento e incontrolable al que llama «fuerza» (Kraft). Dado que el hombre es una criatura tanto creativa como instintiva, también encarna una voluntad de poder. El componente esencial de ese concepto clave es la idea de “superar el propio yo”, que incorpora las nociones de maduración y desarrollo, de un proceso de crecimiento sin trabas, que supera a cualquier elemento extraño que no pertenezca al todo orgánico y que pueda impedir que la persona alcance su propia libertad y su propia autenticidad creativa. En este sentido, la voluntad del poder es idéntica con la voluntad de ser uno mismo, con la voluntad de crear una personalidad creativa y espontánea, que encuentra sus propios valores y que está motivada desde dentro para materializarlos. Cuanta más calidad haya en la voluntad de poder, más libertad, autenticidad y creatividad manifiesta la persona poderosa. La voluntad de poder óptima se encuentra en el Übermensch, el supra-hombre, y en la nación de poder. Según Nietzsche, el pueblo judío es justamente esa nación.

Esto no es simplemente “arrimar el ascua a su sardina”; habrá que ver cómo lo argumenta. Según interpreta del polaco, el judío nunca se cansa de enfatizar la cualidad más importante de su pueblo: su poder; su creatividad y su vitalidad. En sus comentarios sobre el gran poder de los judíos, detecta indicaciones de la explicación histórica que Nietzsche ofrece para dar cuenta de ese poder. Es la dialéctica del sufrimiento. El sufrimiento y la superación de ese sufrimiento aumentan el poder y hacen posible el proceso de auto-realización. Son bien conocidas las palabras que se resumen en: “lo que no me destruye me hace más fuerte”.

Así, la diáspora y las constantes persecuciones sufridas por los judíos a lo largo de la historia se convirtieron en una “escuela de sufrimiento” (El crepúsculo de los ídolos, 205) y los hizo inmunes y fuertes, de una manera dialéctica. Este largo y continuo sufrimiento les ha dado poder, y así dice que los judíos son “la raza más fuerte, resistente y pura que vive hoy en Europa; saben cómo prevalecer bajo las peores condiciones” (Más allá del bien y del mal, 251). Además, Nietzsche afirma que “tienen una plenitud de poder sin igual y a la cual sólo la nobleza tenía acceso” (La gaya ciencia, 136). La adquisición de ese poder, a pesar de la obvia debilidad política y física en la que vivían, muestra claramente que en el concepto nietzscheano de poder no hay nada físico como la fuerza bruta (Kraft), y que Nietzsche, con ese concepto, siempre se refiere a una potencia inmune, espiritual (Macht). Debido a ese poder, subraya las elevadas pautas del ser en la experiencia judeo-hebrea. Así, al considerar a los judíos, enfatiza su “gran estilo de moralidad”, lo terrible y majestuoso de sus exigencias infinitas, de sus significados infinitos, (Mas allá del bien y del mal, 250). En su formulación, los sufrimientos de la diáspora no sólo fortalecieron a los judíos de la manera descrita, sino también operaron en dirección opuesta: la persecución destrozó sus sentimientos de poder, suprimió su expresión original y disminuyó su autoconfianza. Así, los judíos tuvieron que utilizar varios medios para fortalecer sus sentimientos de poder. Uno de ellos, el mencionado dinero; una manifiesta falta de confianza en el poder que ya tienen.

No obstante, esa dependencia heterónoma de las circunstancias es contrabalanceada en los judíos por expresiones de “libertad de espíritu” (Aurora, 205), autosuficiencia y creación libre de valores incluso en las circunstancias más adversas y abrumadoras. Eso convirtió a los judíos en un sublime ejemplo de “independencia intelectual” (Humano, demasiado humano, 475). Los judíos no se rebajaron a lanzarse a la conquista física de Europa [que en el contexto y tiempo en el que estamos, viene a ser casi lo mismo que “del mundo”], aunque según Nietzsche bien pudieron haberlo hecho, y los admiraba por ello. Así, los judíos “si lo hubieran querido o si se les hubiera forzado a ello, incluso podrían tener preponderancia y, de hecho muy literalmente, dominio sobre Europa, eso es seguro; igualmente seguro es que no buscaron ni hicieron planes para ello” (Más allá del bien y del mal, 251). Esa certeza la extrae Nietzsche de su creencia de que los judíos están dotados de genuino poder y no necesitan logros políticos para tranquilizarse. Y así, los judíos, a pesar de las circunstancias más adversas “nunca han cesado de considerarse a sí mismos como llamados a grandes cosas” (Aurora, 205). Y Nietzsche los alienta a que sigan adelante con esa exaltada vocación. Les otorga explícitamente un rol vital en la Europa del futuro. Aquí no está insinuando un posible dominio político-físico sobre Europa, sino el rol espiritual en la futura historia del mundo, cuando su poder fluirá “en grandes hombres y grandes obras!... en una entera bendición para Europa” (Aurora, 205).

Haciendo eco a la profecía bíblica sobre el magnífico futuro de la nación de Israel y su espectacular salvación, afirma que, una vez más, los judíos se convertirán en “fundadores y creadores de valores”. Se debe recordar que la creación de valores es la tarea más significativa y prestigiosa en la filosofía de Nietzsche, que siempre retorna a la “reevaluación de todos los valores” y a la transfiguración de la naturaleza de nuestra cultura y sociedad. Se había sentido desilusionado con Wagner, a quien él, ingenuamente, había asignado la tarea de revivir la cultura trágica de los antiguos griegos. Ahora, Nietzsche se dirige a los judíos y pone ante ellos la misión más elevada posible: lograr el renacimiento espiritual de Europa. Nietzsche espera movilizar a los judíos para que lo ayuden en la futura transfiguración de los valores. Ese es el trasfondo de la exclamación emocional: “Qué bendición es un judío entre alemanes” (La voluntad de poder, 49)

En la propia transfiguración atea de valores que propone Nietzsche, la categoría de poder creativo derivado de la religión no sólo tiene un lugar significativo, sino que también lo tiene la noción religiosa de redención. Es claro que en su filosofía, este motivo central de redención tiene su origen, irónicamente, en la religión, y parece que Nietzsche trata de superar la creencia en un Dios trascendente utilizando el ideal esencial de esa misma creencia: “… aún debe llegar a nosotros, el hombre redentor de gran amor y desprecio, el espíritu creativo… que traiga la redención de esta realidad: su redención de la maldición que hasta ahora ha existido” (Genealogía de la moral, II-24). En aras de esa “redención” Nietzsche se convierte en el anti-Cristo y antinihilista: “el vencedor sobre Dios y la nada” (Genealogía de la moral, II-24).

Con ese fin, también moviliza, como fiel aliado, a los judíos y su poder. Así, puede decirse que Nietzsche tiene una teoría de salvación y una ideología utópica. Pero es una utopía en la que no habrá más necesidad de utopías ni de “tranquilizaciones” de la religión. Es decir, un mundo en el que cualquier sistema ideológico que pueda surgir será mantenido dentro de horizontes relativistas por los poderes creativos del hombre. Aún así, impulsarán a la humanidad a una vida que puede soportar el peligro de “bellum omnium contra omnes”. Nietzsche temía con razón las dimensiones de tal guerra, y constantemente nos advirtió de su posibilidad; cincuenta años antes del estallido de la Guerra II. Podría considerarse que el principal objetivo de Nietzsche es el intento de prescribir una terapia intelectual preparándonos para que vivamos una vida creativa y optimista en un mundo sin creencias dogmáticas. En ese mundo asigna a los judíos el rol más crucial. Y es irónico que la misma nación que ha inventado y desarrollado la idea de redención es llamada ahora por Nietzsche a asistir en la superación de esa misma idea, más exactamente, en la “congelación” de las inclinaciones fuertes y peligrosas que la idea de salvación ha despertado en las naciones y pueblos de Europa. Así hemos arribado a un nuevo evangelio nietzscheano. La centralidad del pueblo judío en ese evangelio es celebrada por el propio Nietzsche.

La actitud de Nietzsche está lejos de ser antisemita. Al contrario, si cediéramos a la inclinación prevaleciente de poner etiquetas a los grandes hombres de espíritu, deberíamos etiquetar a Nietzsche como un gran escritor filosemita con profunda empatía hacia el pueblo judío. Pero el punto más importante a recordar es este: esa actitud del polaco no es reflejo de meros sentimientos personales o de un capricho emocional. Más bien, surge directamente de su doctrina general y de su lógica interna. Y que su anti-antisemitismo, vigoroso y explícito, surge de su actitud firmemente atea y antimetafísica.

No sé si esto es “arrimar” más de la cuenta “el ascua a su sardina”, pero lo que sí se puede decir de estas dos interpretaciones, tan alejadas en forma y materia, y con todos los matices que se quiera, es que convergen en ciertos puntos comunes. En efecto, la diáspora, ha tenido mucho que ver con el pueblo judío. Pero la lectura que nos ocupa liquida este asunto en pocas líneas y de manera diametralmente opuesta; en la “Crítica” encontramos:

¿Por qué no existe Yahvé? Si Yahvé existiese las naciones no lo soportarían; lo soportan, luego Yahvé no existe. Podríamos decir que las continuas derrotas y las calamidades por las que pasa el pueblo hebreo corroboran la inexistencia de Yahvé. Si Yahvé existiese el pueblo hebreo dominaría hasta «los confines de la tierra», pero la realidad histórica ha tirado por otros derroteros. La historia no ha sido cómplice del fanatismo israelita, «noticias son esas que me consuelan mucho».

Yo no sé mucho, pero estos argumentos no me parecen ni materialistas, ni filosóficos, ni racionalistas. ¿Qué corrobora la inexistencia del tal Dios; las derrotas, las calamidades, las cámaras de gas? ¿Significa entonces que un triunfo en toda regla y el dominio hasta “los confines de la tierra” bastarían para que el tal Dios existiera? Seguramente no, pero entonces ¿Por qué se utilizan estos argumentos? En la “Introducción” encontramos:

«En este libro [el de Samuel] podemos ver como el reino de Dios no es otra cosa que las ansias de imperialismo (imperialismo depredador) de una confederación de tribus solidarias en busca de un Estado para implantar la Ley mosaica, colocarse como Imperio Universal y abrir la boca para asuntos que conciernen a la humanidad.»

Relacionado de algún modo con esto, también en la “Crítica” encontramos:

«… y, tras la revuelta de los Macabeos y un corto período de paz judía, llega la civilización a la tierra prometida, es decir, entra el Imperio Romano edificando acueductos, alcantarillados, carreteras, baños públicos, además de la sanidad, la enseñanza, el vino, el orden y la paz [Nota -16- El Imperio Romano era un imperio generador. La pax romana era la paz de los vencedores, la paz política y militarmente implantada. Los conspiradores judíos, es decir, los pretendidos Mesías (Jesús entre ellos) no eran otra cosa sino nostálgicos de la barbarie. ¡Viva Roma y viva la pena de muerte!].»

Parece que estemos delante de la famosa escena del largometraje «La vida de Bryan», cuando en la asamblea de no sé qué Movimiento de Liberación se preguntaban ¿Y qué nos han traído los romanos? Esto. Bueno, ¿Y qué más? Aquello. Bueno, ¿Pero qué más?

Nadie niega el pragmatismo romano. Pero me parece que el «¡Viva Roma!», y no lo dice Voltaire, sino un servidor, llega un poquito tarde. ¿Ande andarán? Mussolini, a principios del XX, quiso recuperarlos de alguna manera; pero terminó colgado por los pies. Ni este profesor vive, ni aquella Roma vive. Al menos tal y como eran. Curiosamente, tampoco tal y como eran, los que sí viven son los aquí llamados «nostálgicos de la barbarie».

Así que, si los judíos leen del revés, leamos del revés un poquito para darles gusto. ¿Qué nos han traído los judíos? Sin duda, un Libro de Libros irracional; en el cual se sustenta parte de la llamada «cultura occidental», generadora tanto de imperios generadores como depredadores. Bueno, ¿Y qué más? Acaso armas muy sofisticadas y una “proyección de poder” que actúa como un muro de contención frente a otro imperialismo como es el Islam; cientos de millones de hombres islamizados que rodean a una decena de millones escasa y que sí se caracterizan por cortar las cabezas de quienes no se quieren convertir, a diferencia de los insoportables judíos, de los que no se tiene noticia alguna de haber convertido por la espada a nadie; no sé si el catolicismo, siendo más racional, ha convertido alguna vez a alguien a sangre y fuego. Bueno, bueno, ¿Y qué más? Acaso muchas de esas piezas pequeñitas, que luego otros instalan en las llamadas computadoras y que permiten que ciertas señales electrónicas puedan moverse de aquí para allá; para que después millones de seres humanos puedan escribir en sus plataformas cosas tan sesudas como: «hoy soy feliz». ¡Bah! ¿Pero qué más? Acaso componentes y artilugios sanitarios que luego son utilizados para intentar curar esta dolencia o aquélla. Sí, ya, ¿Y qué más? Acaso instituciones de enseñanza y Universidades capaces de engañar al mundo entero con sus patrañas y ánimo de lucro sin fin para que les otorguen premios y distinciones. Irrelevante ¿Algo más? Acaso Primeros Ministros que, equivocados o no, carecen de Marías y Complejines, con atributos que en siglos han visto por otros meridianos, por inexistentes. ¡Basta!

¿Son todas estas cosas exclusivas de los judíos? Todas no, evidentemente; pero alguna hayla. Pues sí que da de sí esa irracionalidad, delirio, falta de rigor, barbarie y ansias de universalidad depredadora. ¿Tienen, pues, derecho a abrir la boca para asuntos que conciernen a la humanidad? Tienen, tienen; ya lo creo que tienen. Y lo cierto es que no lo hacen. No estamos hablando de alemanes; que es a quienes en realidad, creo, iban dirigidas esas palabras sobre abrir la boca para asuntos que conciernen a la humanidad.

Pero no vayamos tan rápido, porque quizá aquí cabría decir algo; a fin de aclarar un poco más, si se puede, el asunto de la “universalidad” y de la “elección”. Hemos pasado muy deprisa de los Macabeos a los romanos. Como también nos explica M. Eliade, en la obra citada, § 204. Reacción de los fariseos: la exaltación de La Torá, fue precisamente esa revuelta victoriosa de los Macabeos, frente a la agresión sacrílega de Antíoco Epífanes, la que decidió la orientación y las estructuras futuras del judaísmo. Del «celo contra La Torá» se pasó al «celo por La Torá»; consolidando la ontología de la Ley. La Torá fue elevada al rango de realidad absoluta y eterna, modelo ejemplar de la creación; modificando radicalmente el destino del judaísmo. Puede que exagerando algo los términos, los “asuntos divinos” propiamente dichos quedaron relegados a otro nivel.

A partir de los profetas, la religiosidad israelita experimentó el estímulo derivado de la tensión entre «universalistas» y «particularistas». La causa de esta oposición enérgica y creadora era el carácter paradójico de la llamada revelación: por un lado limitada al pueblo judío y, por otro, proclamada universalmente válida. En efecto, en la segunda mitad del siglo II d.C., gracias al desarrollo sorprendente de la diáspora y, en parte, a la propaganda misionera de entonces, el judaísmo estuvo a punto de convertirse en una religión universal. Pero la reacción contra el sacrilegio de Antíoco desembocó en lo que se ha llamado la «fijación de La Torá», y esa fijación constituía un estorbo al desarrollo de una religión universal. La Ley desempeñaba un papel decisivo en la defensa de la identidad nacional y era imposible que se desarrollara libremente la conciencia de una misión universal al lado de una corriente nacional poderosa y popular. El fixismo de La Torá y el triunfo del legalismo terminaron también por poner fin a las esperanzas escatológicas. Incluso la literatura apocalíptica desapareció progresivamente y fue reemplazada por la mística judía, de la que ya se ha hablado más arriba. El abandono de la misión universal era el precio a pagar por la salvaguarda de la comunidad histórica del pueblo judío.

Nos encontramos nuevamente con ese «persistir en el ser». Lo que se intenta aclarar es que la cuestión de la “elección” no es una cuestión de “soberbia”, ni tan siquiera “religiosa”, como también se ha anotado, sino una cuestión muy diferente. Para decirlo con una sola palabra, que seguro todos comprenderán, una cuestión de «eutaxia».

Las cuestiones divinas, y hasta las religiosas, con esto, tienen mucho menos que ver de lo que a simple vista parece. De la sección “El libro de Samuel” poco podría decir. Cabría destacar, si acaso, lo siguiente:

«Samuel le reprochó a Saúl que más importante que los holocaustos era obedecer a Yahvé, pues el «obedecer es el mejor de los sacrificios» (1 Sm 15:22), aunque las órdenes de Dios consistan en matar a niños de teta. Puede que matar a niños de teta sea el sentido de la justicia de Yahvé… si este es el sentido de la justicia de Dios, sólo puedo decir que el mío difiere del suyo, y juzgo el mío superior. Para colmo, por esta gesta, Saúl fue desechado como rey de Israel. En el fondo, por decirlo así (por analogía, diríamos) Saúl es condenado por su actitud «demócrata», al consentir la petición del pueblo antes que la de Yahvé. Samuel descuartizó a Agag y Yahvé se arrepintió de ungir a Saúl (1 Sm 15:35) ¿Cómo se puede arrepentir un ser omnisciente y omnipotente? Es patético…»

Texto que se podría acompañar con este otro de la “Crítica”:

«La Biblia dice que el reino de David se extendió desde la frontera de Egipto hasta el río Eúfrates, unas dieciséis veces más grande de lo que hoy día es el Estado de Israel. Seguramente el reino de David se extendió solamente desde Tel Dan en el norte de Israel hasta el área sur de Beer-Sheba en el reino de Judá. He aquí una muestra de cómo los mitos tienden fundamentalmente a idealizar el pasado, realzándolo y llenándolo de falsas glorias. ¡Qué poca vergüenza!»

Supongo que no es la democracia lo que se pretende ensalzar en el primer párrafo, sino el arrepentimiento mencionado. Pero lo que no se puede sostener, como se sostiene en el segundo, es que para unas cosas pueda haber exageración (unos límites alucinantes de ese supuesto reino) y en otros se tome el sentido literal más fuerte («matar a niños de teta»). ¿Quién es el “fundamentalista”? Si se admiten exageraciones en un lado, deberían admitirse en todos los lados; incluidos a los «niños de teta». El tal Dios es patético cuando se arrepiente de haber apoyado a un rey que no mata a los niños de teta. Y, por otro lado, debe tener muy poca vergüenza cuando permite que al escriba se le vaya el lápiz a la hora de delimitar el reino. Ya antes, en ese mismo texto de “El libro de Samuel”, empiezan las preocupaciones por esos niños:

«Yahvé prescribió liquidar a Amelec por su oposición a Israel cuando subía desde Egipto. Yahvé ordenó la liquidación sistemática (sin la más mínima piedad) de todos los inquilinos de Amelec: «mata a hombres, mujeres, niños de teta, vacas, ovejas, camellos y asnos». Está claro que la expansión de Israel sobre las naciones era un proyecto de «imperialismo depredador». ¿Qué necesidad hay de matar a los niños de teta?»

De todos es sabido que el mayor asesino de niños de teta, de toda la vida y la historia, ha sido el pueblo de Israel. El llamado “libelo de sangre” es muy viejo; pues como el vino lo trajeron los romanos, según se ha dicho, algo tenían que beber, ¿verdad? Igualmente, el acto de matar vacas, ovejas, camellos y demás, no es visto como una simple escena de caza o una atrocidad, sino que demuestra un proyecto de “imperialismo depredador”. No doy crédito a lo que leo. Ahora va a resultar que el ortograma de un imperio depredador es matar a todo lo que se menea y no menea; cuando hasta hace un minuto pensaba, precisamente, que si por algo se caracteriza el imperio depredador es por “depredar” lo que se menea y no menea, esclavizarlo, extraerlo, explotarlo o lo que sea; y no por cargárselo absolutamente todo. ¡Estamos en un período de conquista, señores! ¿Deberían pedir perdón los judíos a la nación de Amelec por las atrocidades cometidas? ¿Y Amelec por su traición? Daría igual. Si se arrepienten, porque se arrepienten (doblemente miserables, ¿verdad?); y si no se arrepienten, porque no se arrepienten, pero siguen siendo insoportables. La cuestión es la cuestión, la cual sigue siendo «el problema». Esta preocupación por los niños en general continúa al principio de la “Crítica”:

«Los dos libros de Samuel (que en conjunto aquí vamos a llamar «El libro de Samuel»), como hemos podido comprobar, representan perfectamente la epítome de la vesania hebrea. Definitivamente los mitos de este pueblo son un auténtico delirio. Si esta es la providencia de Yahvé, al primero que habría que condenar es al mismísimo Yahvé, pues al fin y al cabo es el responsable de todos estos absurdos. Este mito es de todo menos inocente. Es algo así como para «mayores de dieciocho años». Dicho de otro modo: «no mantenga esto al alcance de los niños», pues puede herir sus sensibilidades y crearles un verdadero trauma. Que nuestros inocentes niñitos no lean esto en la catequesis. En el libro de Samuel, a parte de estar continuamente presente la guerra, también están presentes la sangre, el crimen, el adulterio, el hambre, la peste, la maldad, la mentira, la traición, el infanticidio, el fratricidio, el incesto y, en general, el pecado con mayúsculas. Aunque es lo que normalmente se despacha en los libros del Antiguo Testamento.»

Guerra, sí… guerra, armas, ausencia de inocencia. ¿Qué otra cosa digna podría escribirse? Todas ellas son absolutamente racionales; las armas son mucho más racionales que las letras, dicen algunos. ¿Puede declararse la guerra a los judíos y al judaísmo, sus mitos delirantes y «¡Ay, si yo los pillara!», pero cuando uno se encuentra con la guerra, entonces todo es “pecado con mayúsculas”? ¿Eso es lo que molesta? Si los “inocentes” niñitos, a muchos de los cuales habría que echarles de comer aparte (de hecho, muchas veces se les echa de comer aparte), leyeran más sobre estas cosas y menos sobre otras, quizá, sólo quizá, otro gallo cantaría. Yo no sé si eso es la providencia del tal Dios, pero si lo fuera, ignoro a qué instancia acudir para denunciarlo y que lo condenen. Se dirá, nuevamente, que sólo es retórica; pero como esto también es para «mayores de dieciocho» y se presupone que han superado ya sus traumas, caso de haberlos tenido, verán que esto también lo es.

En cuanto a los mitos, estamos totalmente de acuerdo sobre su capacidad de arrojar, o no, luz sobre cualquier asunto. En la Nota -2- de la “Introducción” puede leerse:

«… Estos libros configuran la trama de aventuras y desventuras de David y la hegemonía de los hebreos en la tierra del Canaán. Sendos mitos son oscurantistas y confesionarios, contrarios a los mitos esclarecedores, como pueda serlo el mito de la caverna de Platón»

Nada que objetar, pueden ser oscurantistas y confusionarios. Sólo hace falta un solo requisito para determinarlo; a saber: «conocerlos». No les restaría su eventual capacidad esclarecedora, pero difícilmente podrán ser útiles si se desconocen absolutamente. Igualmente, conocerlos, tampoco lo asegura todo; leerse el famoso «Más Platón y menos prozac» no es garantía suficiente. Hace falta sufrir un poco más. Pero lo mismo podría suceder con otros mitos; a ver si ahora va a resultar que Platón tiene la exclusiva y el copyright sobre este asunto. Tales supuestos mitos siempre serán oscuros y confusos hasta que no puedan demostrarse como claros y distintos. Y caso que en la delirante Biblia pudiera venir alguno, que no se dice que venga, nada garantizaría su simple lectura.

Sobre el resto de la “Crítica”, más que una lectura del libro de Samuel, podría llamarse una lectura de los libros de Gustavo Bueno; a años-luz de Samuel. Lo cual está muy bien; pero no es la lectura de la que al principio he dicho haber creído encontrar ciertos abusos de términos e imprecisiones. Para terminar, el final del “Apéndice” también vale:

«Sé que muchas personas que viven en mi alrededor son sinceros creyentes e incluso algunos buenísimas personas verdaderamente generosas. Es más, después de todo los salvaría, pues son un buen ejemplo de lo que en filosofía no hay que ser.»

Ignoro si entre esas personas se encuentra algún judío. Imagino que no después de todo lo que se ha dicho; aunque no lo pone y me lo estoy inventando. Eso explicaría quizá la generosidad y compasión mostrada: «después de todo los salvaría». Pero no por contagio de esas buenísimas y generosas personas, sino para meterlos en una jaula del zoo filosófico y poner encima o debajo un cartel que indicara: «¡Así es como no se debe ser!». Es una idea.

En fin, creo haberme ceñido a los textos que se han resaltado. Eso no tiene porqué convertirme en un «fundamentalista», ni en nada que se le parezca; entre otras cosas, porque no me los he creído al pie de la letra. Mi defensa de los judíos y sus eventuales delirios, no siéndolo como ya he dicho, responde a motivaciones mucho más humanas de lo que parece. El objeto han sido los, a mi juicio, abusos e imprecisiones en algunos términos, argumentos y conjuntos de ideas. Imprecisiones y abusos que «unas coordenadas materialistas, racionalistas, ¡muy radicales!...» no pueden permitir. Así no se puede ir a la guerra contra los judíos, ni se puede catalogar esa lectura del libro de Samuel de «falta de respeto a la religión judía»; como se dice al principio del “Apéndice”. Si hay falta de respeto, acaso sea a las coordenadas de las que se presumen. No lo sé. Lo que sí sé es que, a mi modo de ver, los judíos y sus presuntos delirios, no tienen que ser salvados ni conservados de ninguna manera; deben “seguir siendo” con sus “síes” y sus “noes”. A menos que un día se presenten en las casas, espada en mano, para hablar del asunto de la conversión. Ese día, si llega, los judíos y el judaísmo habrán firmado su propia sentencia de muerte; no los salvará ni el tal Dios. ¿Qué sería de un Woody Allen de turno, ateo confeso hasta la médula, sin sus constantes alusiones, prácticamente en todas sus obras, al judaísmo que casi siempre critica y del que nunca reniega? Que este autor guste o no guste, no supone contradicción con lo que se dice. Muy pocas clases podrían recibir los judíos en cuestiones de ética y muchas menos el judaísmo en cuestión de moral; conceptos que no pocas veces entran en conflicto y que ellos parecen soportar de manera excelente cuidando en lo que pueden sus cuerpos y la comunidad.

Por cierto, casi al final de la “Crítica”, viene a escribirse una supuesta frase que al parecer gustaba mucho a Jesús: «¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!». Creo que aquí hay también un pequeño error de apreciación. Jesús era un señor judío; y éstos «no oyen», «escuchan»; que es muy distinto.

Dudo mucho, como he dicho al principio, que mis coordenadas hayan seguido los cánones ortodoxos materialistas, racionalistas y mucho menos filosóficos, que podrían esperarse. Tampoco el autor, al que no conozco, es el objeto de esta lectura de la lectura; sino lo que pudiera haber dicho. Es más, dado que la lectura analizada parece ser de 2008 y algo ha llovido ya, quizá hoy estas opiniones sean muy diferentes; o no, y sean aún más radicales. Cualquier cosa es posible. Una cosa segura es que jamás me encontrará escudándome en “lo inescrutable de los caminos”; aquello de «el camino se hace al andar», pese a venir de quien viene, está en todo conforme con el Filomat. Piénsese dos veces. Podré estar, como es natural, equivocado en todo o en parte; pero creo haberme mantenido dentro de una cierta corrección y, sobre todo, creo haber intentado ser honesto. Otra cosa es haberlo conseguido.

 

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