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El Catoblepas, número 139, septiembre 2013
  El Catoblepasnúmero 139 • septiembre 2013 • página 11
Libros

De nuevo El crepúsculo de las ideologías,
en edición crítica

Pedro Carlos González Cuevas

A propósito de la nueva edición del libro de Gonzalo Fernández de la Mora, El crepúsculo de las ideologías, edición crítica, notas y estudio preliminar por Carlos Goñi Apesteguia, Georg Olms Verlag, Hildesheim - Zurich - Nueva York 2013

Gonzalo Fernández de la Mora (1924-2002)

Existen libros que el tiempo actualiza. Es el caso de El crepúsculo de las ideologías, de Gonzalo Fernández de la Mora, cuya primera edición data de 1965. Desde entonces, la obra ha sido reeditada varias veces; en total, siete ediciones hasta 2012; y traducida al griego, al portugués, al catalán y al italiano. Esta edición es, por tanto, la octava; y viene centrada en el tema de la relación entre el proceso de secularización de las sociedades más desarrolladas y las tesis del libro. El volumen está precedido por un sustancioso estudio introductorio elaborado por Carlos Goñi Apesteguia, autor, además, del libro Teoría de la razón política. El pensamiento político de Gonzalo Fernández de la Mora, recientemente publicado por el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, y que por su importancia merece un comentario detallado, monográfico y exhaustivo.

El crepúsculo de las ideologías fue, desde su aparición en el mercado, un libro muy polémico, que ha sido objeto de las interpretaciones más contradictorias. Obra de un «integrista», para algunos; otros vieron en sus tesis una heterodoxa apología del escepticismo político. En cualquier caso, todos sus críticos, tanto en el interior del régimen de Franco como en la oposición al mismo, coincidían en que la obra era una defensa teórica de la tecnocracia. Para no pocos, Fernández de la Mora era el «ideólogo» del «buitraguismo», es decir, del almirante Luis Carrero Blanco, que solía firmar sus artículos periodísticos bajo el pseudónimo de «Ginés de Buitrago». Una interpretación que siempre me ha parecido no sólo pugnaz, sino enormemente superficial.

Como he sostenido desde hace tiempo, El crepúsculo de las ideologías debe ser visto, a mi modo de ver, como un intento de redefinición del conservadurismo español, cuya más persistente seña de identidad hasta los años sesenta del pasado siglo ha sido el catolicismo. Ante las consecuencias teológico-políticas del Concilio Vaticano II y del proceso de modernización y desarrollo económico experimentado por la sociedad española desde finales de los años cincuenta, se imponía, para Fernández de la Mora, un cambio de paradigma político e intelectual. A diferencia de la mayoría de los pensadores de la derecha española, el autor aceptaba, en ese sentido, la conciencia moderna, que es tanto como decir la racionalidad funcional del cálculo y de la eficacia; la racionalidad que acepta el «desencantamiento del mundo», aunque de manera más optimista que lo hiciera Max Weber; y con ello, la fragmentación de cosmovisiones, la pérdida de la unidad cosmovisional religiosa y, sobre todo, la experiencia del relativismo.

En su reelaboración intelectual, Fernández de la Mora descartó completamente el pesimismo, el integrismo religioso o la visión cíclica de la Historia. Al contrario, su concepción del proceso histórico era decididamente progresista, «el laboratorio del mithos al logos». Progreso es sinónimo de «racionalización» de los distintos aspectos de la vida social y política. De ahí que el pensamiento de Fernández de la Mora gire en torno a los cauces abiertos por los esquemas correlativos de «logos»/»pathos», «racional»/»irracional», «análisis racional»/»intuición». Complemento de esta concepción racionalista de la historia es la afirmación de la necesidad de modernización y desarrollo económico. El ideal por antonomasia de la edad contemporánea era el desarrollo económico, cuyas consecuencias sociales eran sumamente importantes: homogeinización de las clase sociales, pragmatismo y moderación política. Consecuencia de estas transformaciones sociales y culturales era la exigencia de formas más racionalizadas de organización política. Los países más desarrollados se encontraban en un período de transición entre la edad «ideológica» y la «científica». En ese sentido, las ideologías políticas eran definidas por Fernández de la Mora, siguiendo a Vilfredo Pareto, como «derivaciones», es decir, filosofías políticas «patetizadas», «simplificadas», «vulgarizadas». Ideologías eran el nacionalismo, el liberalismo, el socialismo y la democracia cristiana, superadas ya por el desarrollo económico y tecnológico, la edificación del Estado benefactor, la formación de instituciones supranacionales, como el Mercado Común o la CECA, y el cambio religioso provocado por el Concilio Vaticano II. Los ideólogos y políticos profesionales iban siendo sustituidos por los expertos y los técnicos. Fernández de la Mora hacía igualmente hincapié en el proceso de «interiorización de creencias» –es decir, de secularización– inherente al nuevo contexto social, político e intelectual. La religión iba siendo desplazada a la periferia social y política, recluyéndose en la «intimidad», su lugar natural. Existía, además, para Fernández de la Mora, una «moral natural independiente de lo religioso».

El crepúsculo de las ideologías suponía así el final de la hegemonía de la tradición teológico-política española y la emergencia de una nueva tradición político-intelectual basada en un análisis empírico-crítico de la realidad. Y ello en un país como España que nunca gozó de un pensamiento conservador secular en la línea de un Renan, de un Taine, de un Littré o de un Pareto. No en vano el filósofo y sacerdote Alfonso López-Quintás interpretó El crepúsculo de las ideologías en la línea de El porvenir de la ciencia, de Ernest Renan. Unos planteamientos intelectuales y políticos que tendrían continuidad en el desarrollo, por parte de Fernández de la Mora de su filosofía razonalista.

A ese respecto, el estudio introductorio elaborado por Carlos Goñi destaca por su lucidez y erudición. El autor contextualiza a nivel tanto histórico como intelectual la génesis de la obra. No obstante, su interés se centra en la temática religiosa, no en vano la reedición se encuentra inserta en una colección dedicada a las relaciones entre sociedad civil y religión. A ese respecto, la valoración de la obra y de la filosofía razonalista no deja de tener algunos perfiles críticos, ya que, según Goñi, su «aceptación acrítica del proyecto moderno elimina cualquier posibilidad de un fecundo estudio teológico-político de las ideologías». Sin embargo, el autor defiende la originalidad de las tesis defendidas en la obra, distintas a las de Daniel Bell, Raymond Aron o Lipset. Y estima correctamente que no se trata de un libro coyuntural y oportunista, mera legitimación de la tecnocracia de los años sesenta, sino del inicio de las reflexiones filosóficas que culminarían en el razonalismo como sistema filosófico. Para el razonalismo, la secularización no podía ser interpretada como un fenómeno social negativo, sino que contribuía a una autentificación y depuración de la religiosidad.

Aunque no fuese una filosofía antirreligiosa, el razonalismo es, para Goñi, «incapaz de rebasar el ámbito de lo fenoménico, no digamos ya de elaborar una teología o siquiera hablar de lo divino». De ahí que Fernández de la Mora no pudiera desarrollar «una crítica teológico-política de las ideologías». Por ello, el razonalismo resulta incompatible con la «metodología teológico-política» elaborada por Carl Schmitt o Eric Voegelin. Fernández de la Mora es «un pensador más bien moderno» y su sistema filosófico se encuentra vinculado «al más puro núcleo de la ilustración moderna». No obstante, Goñi insinúa que conceptos tales como teología política o religión secular aplicados no sólo a los movimientos o a los sistemas políticos totalitarios, sino a los democrático-liberales, presuntamente seculares y tolerantes ante el hecho religioso, ponen en cuestión las tesis de la secularización. En ese sentido, nos preguntamos si el autor cree que el razonalismo podía ser el fundamento filosófico de una nueva religión secular. Personalmente, creo que no; pero no hay duda, a mi modo de ver, que es un tema a debatir. No debemos olvidar que un tema análogo suscitó la polémica entre Hans Blumenberg y Carl Schmitt, sobre la legitimidad de la época moderna.

Esta edición viene enriquecida, además, por una serie de notas a pie de página, obra de Goñi Apesteguia, en las que se contextualiza y se informa eficazmente al lector sobre el momento político y filosófico en que nació y se desarrolló El crepúsculo de las ideologías, una de las pocas obras del pensamiento político español contemporáneo que ha conseguido trascender la época que le dio vida, y que tiene la virtud de suscitar polémica. Algo que, a buen seguro, no ocurrirá con Eurocomunismo y Estado, de Santiago Carrillo, o Etica y política, de José Luis López Aranguren.

 

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