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El Catoblepas, número 140, octubre 2013
  El Catoblepasnúmero 140 • octubre 2013 • página 2
Rasguños

Unamuno y la Universidad

Gustavo Bueno

Respuestas en 1964 a un cuestionario de la revista Sarrico de Bilbao

Sarrico, números 7 a 13, junio-diciembre 1964

Sarrico, revista de los alumnos de la Facultad de Ciencias Políticas, Económicas y comerciales de Bilbao, dedicó el ejemplar correspondiente a sus números 7 a 13 (junio-diciembre 1964, 60 páginas) a un extraordinario dedicado a Miguel de Unamuno al cumplirse el centario de su nacimiento. Las páginas 40 a 43 de ese número se titulan “Unamuno y la Universidad”: «Incluímos en estas páginas los comentarios que con base a nuestras preguntas han hecho cuatro catedráticos españoles: Gustavo Bueno (Universidad de Oviedo), Juan Echevarría Gaugoiti (Universidad de Valladolid), Felipe Ruiz Martín (Universidad de Valladolid) y Antonio Tovar (Universidad de Salamanca, ex-Rector).»

Gustavo Bueno

Estoy totalmente de acuerdo con los textos de Unamuno sobre la Universidad que ustedes aducen. Sólo me queda parafrasearlos a mi modo.

I. Sobre el Rectorado. Unamuno –dicen ustedes– «clamaba constantemente en busca de una delimitación del campo que al Rector corresponde frente a la abusiva jurisdicción asumida por el Estado. ¿Cuál es la razón de que se haya venido prolongando hasta hoy tal situación? ¿Es en efecto una deficiente estructuración interna de nuestra Universidad?». Efectivamente, encuentro que el centralismo borbónico, al planificar la casi totalidad de la vida académica, reservándose incluso el nombramiento del Rector, reduce automáticamente la función del mismo a un marco puramente burocrático.

Pero ¿qué significado podríamos hoy atribuir al robustecimiento de las funciones del Rectorado que Unamuno pedía? Me parece que este significado va ligado al de la propia Universidad. El robustecimiento de las funciones rectorales ha de proceder de la Universidad antes que del Poder Central. Si el Rector es coordinación y representación de la vida universitaria, cuando esta vida esté mortecina, nada significarán funciones atribuibles al Rector por decreto. La Universidad que a mi juicio fuese la ideal, elegiría su Rector. Los estudiantes serían tan electores como los catedráticos. Mientras que en la designación de los Catedráticos, en lo que a su preparación técnica se refiere, me parece un contrasentido teórico consultar el juicio de los estudiantes, considero muy justo que éstos intervengan en la selección de la persona que ha de coordinar y representar intereses universitarios, y que no se dejan reducir, en ningún caso, a términos «técnicos».

II. Sobre el Claustro. Las duras calificaciones de Unamuno a los catedráticos, como individuos que, una vez ganada la cátedra, se dedican a vivir de las rentas, y dejan de leer libros –a lo sumo los hojean, como observaba en tiempos Don Santiago Montero Díaz– creo que hay que suavizarlas hoy bastante. Creo que el número de catedráticos dispuestos a trabajar en serio ha crecido notablemente, y si su labor no rinde lo que debiera, no es por motivos psicológicos. Por otra parte la acusación de Unamuno según la cual «el ser catedrático es un oficio, un modo de vivir», significa también el máximo elogio, cuando se la articula en otro contexto. La cátedra es un oficio, como el de ebanista o escultor: que sea un oficio no significa necesariamente que sea el permiso para no trabajar, sino para quienes buscan el oficio para descansar. Según esto, la solución no consiste en procurar que la cátedra deje de ser un oficio vitalicio –un modo de vivir, en el más profundo de los términos– sino en esforzarse por seleccionar para ese oficio a quienes verdaderamente encuentren en él la mejor manera para canalizar su colaboración a la vida colectiva.

Esto significa que es muy difícil dar soluciones parciales al «oficio académico» en tanto que es uno de tantos oficios de nuestra sociedad. La «enajenación» del individuo respecto de su oficio tiene causas sociológicas globales, y no meramente psicológicas –y que me perdonen los «psicólogos del trabajo». Se habla de suprimir las oposiciones, de crear un cuerpo de Inspectores de Catedráticos de Universidad. Estos son –utilizando palabras que Unamuno aplicó a otra ocasión análoga– emplastos y vejigatorios. A mí me parece que el trabajo de un catedrático está en función de los demás oficios y de lo que le pida la sociedad; en concreto, de lo que le piden los estudiantes. Si hay presión por parte de los estudiantes, el catedrático trabaja o se retira. ¿Qué mejor cuerpo de inspectores que los propios estudiantes universitarios que sean verdaderos estudiantes universitarios? Es contrasentido la expresión misma «Inspector universitario»; porque este Inspector debería tener una competencia mayor, desde el punto de vista científico, que el catedrático que inspecciona, y entonces debería sustituirle inmediatamente.

En la vida universitaria no tiene demasiado sentido –cuando no nos atenemos a una ciencia hecha de antemano, prefabricada, que pueda servir de canon para una inspección– la inspección pedagógica, que es propia de la enseñanza media o primaria. Por lo que se refiere a la Inspección «formal», de horarios y calendarios, bastan las autoridades académicas y no es necesario crear un cuerpo de Inspectores. Me parece totalmente desafortunada, por introducir supuestos incompatibles con la esencia de la Universidad, la propuesta del Congreso Nacional del S.E.U. sobre los «Inspectores universitarios». Insisto que son los estudiantes y los que escuchan en general las clases, los mejores inspectores, cuando están verdaderamente interesados en la tarea. Si esto no ocurre, fácilmente se llega con el catedrático a un acuerdo, generalmente tácito, que podría formularse así: «Cuanto menos exijas trabajar, menos trabajas y menos trabajamos». Este acuerdo impregna a veces la totalidad de las actividades  de la cátedra. Después, con notoria mala conciencia, cada parte contratante se olvida del acuerdo y atribuye a la otra parte la responsabilidad íntegra del escaso rendimiento universitario.

III. Las asignaturas. «El libro mata a la cátedra». Esta frase de Unamuno me parece verdadera. Y se me ocurre comentarla tanto desde el punto de vista del Catedrático como desde el punto de vista del estudiante.

Desde el punto de vista del Catedrático, el libro de texto me parece incompatible con la cátedra universitaria. Son necesarios, sin duda, libros manuales; pero explicar un libro es convertirse en un repetidor. Es cierto que en algunos casos concretos es preferible un libro bueno a un mal profesor, pero sobre esto no puede construirse una ley general.

Desde el punto de vista del estudiante, el texto lo convierte en un escolar, en una «bestia de exámenes». Y cuando el texto es bueno, algo se consigue. Pero cuando el texto es malo, como ocurre generalmente con los «apuntes», el resultado no puede ser peor. Es muy frecuente, que el estudiante, ante el Catedrático que «no recomienda texto», se atenga a los «apuntes», que automáticamente se convierten en su texto único, lleno de errores y tergiversaciones en la mayoría de los casos. Es que cuando el Catedrático no exige un texto, muchos, muchísimos estudiantes sobreentienden que bastan los apuntes; y con esto se cree liberado de la obligación de leer o consultar ni un solo libro o Revista. Por lo que conozco, este resultado se produce con particular frecuencia en las Facultades de Letras. Pero al ideal de que el Catedrático no explique un texto, corresponde en el estudiante el ideal de que no estudie un solo texto (o unos apuntes) sino que utilice todos los instrumentos que el Catedrático debe poder ponerle en la mano.

IV. Presencia de Unamuno. Ateniéndome únicamente a mi experiencia, corta aún, de los cursos de Oviedo, puedo afirmar que la inmensa mayoría de quienes vienen a la Universidad no han leído ni una línea de Unamuno; claro está que la culpa no la tienen ellos. Entre los estudiantes digamos «conscientes», he observado que no interesa el Teatro de Unamuno; lo encuentran un poco acartonado e ingenio. A los ensayos los califican muchas veces de excesivamente teológicos. Yo les aconsejo leer todos los años por lo menos tres o cuatro ensayos de Unamuno. Pero tengo la impresión que la acción de Unamuno resulta tal como están hoy las cosas, más eficaz a medida que vamos internándonos más y más en la selva de la vida.

Gustavo Bueno Martínez (Oviedo).

 

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