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El Catoblepas, número 140, octubre 2013
  El Catoblepasnúmero 140 • octubre 2013 • página 10
Libros

Una teoría de Castilla

Alberto Fernández-Diego Rodríguez

Sobre el libro de Ramón Peralta Martínez, Teoría de Castilla, para una comprensión nacional de España, Actas, Madrid 2005

Ramón Peralta Martínez, Teoría de Castilla, para una comprensión nacional de España

La obra tiene como objetivo presentar –desde una hermenéutica personal– el proceso histórico desde el que tuvo lugar Castilla. Ramón Peralta sostiene la necesidad de una teoría de Castilla para una adecuada comprensión nacional de España y de la nacionalidad española.{1} Para ello, nos ofrece una crónica que va desde el nacimiento de Castilla como condado del Reino de León, hasta su devenir en Corona y su papel decisivo en la forja y consolidación de España, pasando por su condición de Reino. Todo ello se presenta con mucha riqueza en lo que respecta al ámbito del Derecho (del que Peralta es experto), aunque con cierto aire extremadamente entusiasta, rayano en el misticismo{2}, por su parte.

Todas las explicaciones están sostenidas por una tesis principal, a saber, la de la apropiación castellana de la idea imperial del reino de León (heredero del reino de Asturias), esto es, la reivindicación de la herencia gótica, cristalizada en el perdido reino de Toledo: la pretensión no era otra que restablecer el orden de los godos. Se trató, por tanto, de la idea de un Regnum Hispaniae concretado en el reino visigodo de Toledo, cuya llama no fue extinguida pese al paso de los siglos. Esta idea, auténtico resorte de la Reconquista y Repoblación, alimentó y movió a Castilla.

A su vez, esta tesis enlaza consecuentemente con otra, clave en la Historia de España. El hecho de que la entidad política de Asturias-León-Castilla se guiase por un proyecto de reconstrucción de una entidad política usurpada por el invasor musulmán, que acabó bajo el cetro –siglo XIII– del rey de Castilla y León, implica, como nos muestra el autor que al rey de Castilla, sucesor, pues, del rey visigodo, le corresponde el título de rey de España (pág. 140).

Del mismo modo, conviene señalar que Peralta defiende que no se puede hablar del reino de los astures, sino del reino de Asturias, pues no había vinculación a ningún pueblo prerromano en concreto, sino a un territorio. Señala como prueba el rótulo de reino de León tras el traslado de capital de Oviedo hacia la ciudad de León (pág. 133). Detalle que no está de más recordar, dada la frecuencia actual con la que se escuchan y leen proposiciones interesadas (de corte secesionista), que se jactan de vivir en territorio astur y que incluso creen que las fronteras del actual Principado de Asturias coinciden con las del reino de Asturias, así como de cuál era su verdadero carácter y propósito como entidad política.

Ya en las primeras páginas, la obra anuncia que Castilla nace (…) en Cantabria  (pág. 19). A nivel étnico, Castilla estuvo inicialmente conformada por cántabros y vascos (cuando el conde Rodrigo puebla la zona de Amaya), así como por hispano-godos (gentes de origen visigodo de zonas todavía musulmanas). Todos ellos poblaron los valles de la Cordillera Cantábrica situados entre los ríos Deva y Nervión: las Asturias de Santillana, Trasmiera, Soba, Ruesga, Sopuerta y Carranza (pág. 25). Se trataba por tanto, de los territorios más orientales del reino de Asturias. La motivación para garantizar las migraciones hacia el sur eran de tipo político: la libertad de aquellos que habían combatido como recompensa a su contribución a la causa de la Reconquista. El autor defiende la tesis de que la razón por la que Bardulia pasó a denominarse Castilla fueron la abundancia de castillos, que a su vez tenían una razón de ser defensiva, dado el carácter fronterizo del condado de Castilla, siempre en armas.

Este carácter fronterizo del condado arroja como resultado la particularidad de que todos los foramontanos formen un colectivo de campesinos y guerreros al mismo tiempo y que, por motivos estratégicos, tengan una propensión a levantar defensas para así consolidarse y extenderse en dirección sur. Conforme se repueblan territorios, se produce en Castilla –que era inicialmente un condado más entre otros del reino de Asturias– la necesidad de que el rey delegue en condes ciertas tareas, como la protección fronteriza.

La emancipación de Castilla no tardó en aparecer. Con el paso de los siglos comenzó a cundir cierta sensación de abandono entre los pobladores de las tierras reconquistadas, que, percibiendo como lejana la capital del reino (primero Oviedo, después León), reconocían como figura relevante al conde designado por el rey. Este hecho, sumado a la consolidación de las zonas reconquistadas, propicia que el condado de Castilla adquiera una cierta autonomía respecto al reino de León. Sucedió en el siglo X, bajo el mando del conde Ferrán González, que fue capaz de conseguir plena autonomía con respecto a León, gracias a los problemas dinásticos que estaba atravesando. Aparecen entonces, otorgadas por el poder del conde Ferrán González, las primeras cartas municipales reconociendo libertad administrativa y judicial a territorios locales, siendo una de las principales el concejo como municipio rural (pág. 35).

Además de esto, otra expresión de la incipiente nacionalidad castellana fue su lengua. El castellano, una variante de las lenguas románicas y objeto de burlas en la corte leonesa por su tendencia a producir neologismos, se vio catapultada junto con Castilla, terminando por sustituir al leonés. Ya en el siglo XI se mostraba como la más dinámica y evolucionada de las lenguas romances de la Península (pág. 67).

Del mismo modo, la atmósfera bélica que siempre envolvió a la fronteriza Castilla propició el cultivo del género épico como expresión artística de la sociedad castellana. Sin embargo, Peralta señala no únicamente la coyuntura política de Castilla, sino que también apela al componente germánico de estirpe gótica (pág. 70) ejercido sobre el fondo cántabro-celtibérico de la población castellana, que emergió como alternativa con el fin de desmarcarse de la lejana corte de León. De modo que resultó decisivo el ambiente germánico (pág. 71) para la aparición y cultivo del género épico en Castilla. El autor señala como caso paradigmático el Poema de Fernán González como expresión de la herencia germánica reflotada por el hiato entre Castilla y León. Peralta señala además el sigo XVI como tiempo en el que el castellano devino español, debido al uso que hacían de él prácticamente todos (pág. 84) los miembros de la comunidad política peninsular.

Otra de las tesis de la obra es la que sostiene una particularidad en Castilla frente al resto de entidades políticas: el del escaso número de campesinos vinculados a un señor. Y es que, según defiende Peralta, el reino se caracterizó siempre por una población numerosa de pequeños propietarios jurídicamente libres agrupados en comunidades rurales autónomas (pág. 103). Situación que propició el advenimiento de los caballeros villanos, capaces de poder costearse unas armas y un caballo y así participar en las batallas. Gracias a las sucesivas victorias, en el siglo XIII se consolida esta clase social, pasando a constituir un grupo cerrado en pugna por estar a la cabeza de la oligarquía. Lo que el autor señala es que, pese a existir feudalismo en Castilla, existió de una manera reducida en comparación con el resto de reinos del resto de Europa.

Resulta clave en la obra la explicación del devenir de reino a corona, que el autor explica de manera muy didáctica. El último conde fue García Sánchez, cuya muerte arrojó como resultado –ya que falleció sin hijos– el paso del mando de Castilla a su cuñado (marido de su hermana): Sancho el Mayor de Navarra. Los hombres fuertes de Castilla, conscientes de lo que esto significaba, presionaron para que el nuevo conde cediera el mando a favor de uno de sus hijos que, a su vez, no fuera a heredar el reino de Navarra: como resultado, Castilla recupera su independencia integral bajo el gobierno del segundogénito del rey Sancho el Mayor de Navarra, Fernando Sánchez. Con él, Castilla ganó extensión, catapultándose todavía más como entidad política. Tanto es así que tras su fallecimiento en 1065, parece anteponerse en importancia política a León: es su hijo primogénito Sancho el que hereda Castilla{3}, separando de esta manera los reinos de León y de Castilla hasta el reinado de Fernando III el Santo. De ahí que, en el ámbito de la heráldica, el cuartel de Castilla figure en primer lugar, adelantando así al cuartel de León (pág. 137).

Ya en el siglo XV el rey tiene plenos poderes en lo que respecta a la elaboración de leyes. Con el reinado de los Reyes Católicos el Estado nacional encuentra ya uno de sus primeros modelos (pág. 128). Modelo tan eficaz que terminará por desembocar, junto con Francia, en el primer Estado nacional de Occidente. La primacía de Castilla arrojó una herencia ya conocida popularmente: la identidad entre lo castellano y lo español durante los siglos XVI y XVII. Castilla como sustrato nacional del Estado español contemporáneo (pág. 149). Señala el autor que el peso de Castilla en cuanto a extensión y demografía justifican el hecho, así como su enclave –salida al Atlántico y por tanto al Nuevo Mundo frente a la salida al Mediterráneo– y su papel reconstruyendo –como ha expuesto en la obra– España empleando para ello sus rasgos tan particulares.

Notas

{1} Ramón Peralta Martínez, Teoría de Castilla, Editorial Actas, Madrid 2009, págs. 154 y 15, respectivamente.

{2} Tales como Que este libro le sirva al lector para advertir esa conciencia de nuestro ser, de nuestra identidad que da sentido, y desde esa verdad esencial superar todo obstáculo (…) que nos aparte de nuestro camino ancestral, ese largo camino de liberación que nos conduce a las estrellas, de la pág. 13; o también: …es como si lo más valeroso, lo más resistente y enérgico de los pueblos peninsulares se hubiese juntado y fundido en aquel pueblo amparado por sus castillos y dirigido por sus condes… (pág. 34), a propósito de la autonomía de Castilla respecto al reino de León.

{3} La fragmentación del territorio en función de los herederos era una costumbre importada de Navarra –y de origen ultrapirenaico– por el nuevo conde, ya que en el reino de León primaba el carácter indivisible del reino.

 

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