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El Catoblepas, número 142, diciembre 2013
  El Catoblepasnúmero 142 • diciembre 2013 • página 5
Voz judía también hay

Un heredero de Kafka

Gustavo D. Perednik

Si la voz del siglo XX fue la de Kafka, cabe ir procurando la del siglo XXI.

Woody Allen

Tanto la obra de Franz Kafka como la de Woody Allen abundan en componentes autobiográficos. Ambas fueron y son especialmente valoradas en Francia y en España. De ambas se especula con frecuencia sobre su supuesta filosofía. Se desprende de la narrativa de Kafka, como del humor de Woody Allen, el mensaje del absurdo de la vida.

Ambos creadores se inspiran en parte en Dostoeivski. Crimen y castigo (1866) guía no sólo La metamorfosis (1915) sino, en general, el tratamiento de la culpa por parte de Kafka y de Woody Allen. Es central en la película Delitos y faltas{1} (1989) y, más aún, en Match Point (2005), en la que el autor ruso es explícitamente aludido varias veces. Así resume el asunto uno de los protagonistas de Allen: «Es importante la culpa… Yo siempre ando culpable, aunque nunca hice nada.»{2}

Como en Kafka, también en Allen la pertenencia judaica es importante, y de ambos pueden citarse frases aisladas que apuntarían apresuradamente hacia el autoodio. Como los protagonistas de Kafka, también los de Allen mantienen con la mujer un vínculo rayano en lo neurótico.

Kafka ha sido denominado «la voz del siglo XX». Si el hombre de dicho siglo ya va dejando de ser emblema de la modernidad; si sus miedos y frustraciones ya no son las nuestras, en las próximas décadas Kafka habrá dejado de ser un ícono. Quizás lo herede, como «voz del siglo XXI», una versión suave y jocosa de las mismas angustias existenciales.

Las similitudes entre ambos artistas son prominentes. Como Kafka, Allen suele imponer una tridimensionalidad interpretativa (el mensaje último, la circunstancia social, y los aspectos sicológicos). Verbigracia, al comienzo de una de sus comedias tempranas: La última noche de Boris Grushenko (1975), hay una amalgama de lo filosófico («toda la humanidad será ulteriormente ejecutada por un crimen que no ha cometido») con lo histórico (las guerras napoleónicas), y lo sicológico («yo moriré mañana a las seis de la mañana»). Esta fusión termina sellada con un golpe de humor por el absurdo, que le es característico: «iba a ser a las cinco, pero mi abogado consiguió demorarlo por lenidad.»

Cabe agregar que lo kafkiano podría reconocerse en otros cineastas, como por ejemplo en la trama de la película El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel. Pero en Allen el síndrome es mucho más constante y justifica este paralelismo.

El neoyorquino menciona a varios filósofos, desde Sócrates a Heidegger, así como conceptos filosóficos como «la cosa en sí». Es cierto que las menciones terminan distanciándose festivamente de su contenido, pero revelan un enfoque filosófico. Allen logra divulgar las cuestiones filosóficas al gran público, y para ello se vale del humor, un instrumento que escapa al filósofo tradicional.

El albacea y amigo de Kafka, Max Brod, recordaba una conversación con Kafka a propósito de la Europa de sus días, y de la decadencia de la humanidad. «Nuestro mundo», dijo, «no es más que un mal humor de Dios, uno de esos malos días». Boris Grushenko lo remeda a su modo al despedirse de la audiencia: «Sin amargura pienso que, si hay Dios, no es malo sino de bajo rendimiento.»

Un área abordada por ambos es la filosofía moral. En películas como La última noche… plantea que lo absurdo del universo no justifica el suicidio. La vida se separa completamente del pensar sobre la vida. Así lo expresa la señora Singer ante su hijito Alvy (en Annie Hall, 1977): ¿Qué te importa que el universo se expanda? Tienes que hacer tu tarea porque «Brooklyn no se expande.»

Películas kafkianas de Allen

Woody Allen en Manhattan

En dos de sus películas Allen nombra a Kafka: Annie Hall{3} y Manhattan (1979), en la que Isaac Davis dice: «tu autoestima está un pelín debajo de Kafka.» También sus escritos evocan al checo. Así son los:

«Párrafos tomados del diario de Woody Allen… la observación de mi hermano de que soy "una abominable sabandija digna de exterminio" viene dictada más por la compasión que por la ira. …¿Por qué me siento tan culpable? ¿Será porque odié a mi padre? …yo pretendía dedicarme a escribir… proyecté de nuevo suicidarme… He decidido romper mi compromiso con W. No comprende lo que escribo… La noche pasada eché al fuego todas mis obras…»{4}

Y así traza una parábola en remedo de Ante la ley (diciembre de 1914):

«Un hombre se aproxima a un palacio, cuya única entrada es cuidada por algunos bravíos hunos que permitirán que entre sólo a alguien que se llame Julio. El hombre trata de sobornarlos ofreciéndoles una provisión anual de porciones de pollo… El hombre dice que es imperativo que ingrese al palacio porque trae ropa interior para el emperador… el hombre muere, sin haber visto jamás al emperador y debiendo sesenta dólares de un piano que alquiló de Steinway en agosto.»

Kafka es similarmente ostensible en otras obras de Allen. Por ejemplo, la escena del juicio de la película Bananas (1971) conforma una versión humorística de El proceso. El filme narra las desventuras de Fielding Mellish, un empleado neurótico que, a fin de impresionar a la activista social Nancy, se traslada a un país llamado San Marcos para ponerse en contacto con su pueblo y su revolución. Se involucra tanto que termina siendo designado presidente del país. Cuando Mellish regresa a los EEUU para obtener ayuda financiera, se reencuentra con su amada, pero es apresado y se le somete a un juicio, como decíamos, de ribetes kafkianos.

Los cargos de los que se le acusa son cuatro: fraude, incitación al desmán, conspiración subversiva, y el uso de la palabra «muslo» en compañía de mujeres.

Las preguntas con que se interroga al oficial de la policía se circunscriben a su vida amorosa; luego Mellish se interroga a sí mismo moviéndose velozmente entre el podio del interrogado y el lugar del abogado. Cuando hace su juramento afirma «no tener reparos en enseñar la teoría de la evolución.» A los miembros del jurado, se los ve sirviéndose unos a otros un cigarrillo casero.

Otra película de Allen con comienzo digno de Kafka es Recuerdos (Stardust Memories, 1980), cuyo argumento es la crisis de un cineasta, y aborda temas como la religión, la filosofía, la teología, la psicología, y la política.

Por sobre todas las mencionadas, una película de argumento eminentemente kafkiano es Sombras y niebla (1992), un homenaje en blanco y negro a los cineastas expresionistas alemanes y al propio Kafka.

La escena inicial es una especie de parodia del comienzo de El proceso: al protagonista, el oficinista Max Kleinman, le despiertan sus vecinos a las tres de la mañana. Debe cumplir con una misión que no desea: ayudar a capturar a un estrangulador serial en la zona. Piden a Kleinman que en cinco minutos se les incorpore, para lo que éste se viste apresuradamente y sale. La arrendataria de su habitación, un remedo de la Frau Grubach de El proceso, le entrega una bolsita con pimienta para que la sople a los ojos del asesino si éste lo ataca.

En su búsqueda del asesino, Kleinman pierde a sus amigos, pero encuentra a la tragasables Irmy, quien ha venido a la ciudad con un circo, que en este contexto recuerda al de Oklahoma en Amerika.

Kleinman coincide con Josef K en que ambos confunden lo absurdo con lo real. En el circo de Allen, la artista que de los sables discute con su novio, el payaso Paul, porque ella quiere un hijo y él opina que «la familia es la muerte del artista.»

Este paralelismo nos permite, con cierta irreverencia, encontrar en Kafka una «influencia» woodyalleniana. Es de Cartas a Milena: «No puedo cargar con el mundo sobre mis hombros; a duras penas puedo cargar bien mi abrigo de invierno.»

Kafka

Notas

{1} Una traducción correcta de Crimes and Misdemenours es Crímenes y fechorías, que reflejaría mejor el mensaje de la película, en la que los límites entre las dos categorías son tenues y van diluyéndose. La traducción que se le dio en Hispanoamérica es Crímenes y pecados.

{2} Danny Rose en Broadway Danny Rose (1984).

{3} Pam admite recibir de Alvy «una experiencia realmente kafkiana… y lo dice como cumplido».

{4} Woody Allen, Sin plumas, Editorial Milá, Buenos Aires, 1988, páginas 9-13.

 

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