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El Catoblepas, número 145, enero 2014
  El Catoblepasnúmero 145 • marzo 2014 • página 8
El mundo no es suficiente

Podemos y Vox: nada nuevo bajo el sol

Grupo Promacos

En la noche oscura del fundamentalismo democrático todos los gatos son pardos.

Logo de Podemos

Logo de Vox

«El vulgo es necio, y pues que paga, es justo hablarle en necio para darle gusto.»
Lope de Vega, Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo

Dos nuevas formaciones políticas han surgido en España, casi simultáneamente, en los últimos tiempos:

Podemos y Vox. Ambas se presentan, dentro del espectro visual partidista español, en polos opuestos, diríamos incluso antagónicos, si atendemos como criterio panorámico clasificatorio a la distinción clásica, aparentemente nítida para muchos, izquierda/derecha.

Podemos se encontraría en la «izquierda radical», así es percibida (por ejemplo, desde Vox), pretendiendo además aglutinar como «plataforma», más que como «partido» (ya que aún no se ha constituido como tal), a las distintas corrientes de izquierda para, borrando sus diferencias, enfrentarse así en bloque al «capitalismo» y a sus modos, «fascistas» y «dictatoriales» de acción política (un «bloque de izquierdas» que quiere recordar de algún modo, y con ello juegan sus líderes, a los «frentes populares» de los años 30). Podemos, en cualquier caso, y así lo dicen en su programa, busca dar salida política, de cara a las próximas elecciones europeas, a la corriente de «indignación» que se supone representó el movimiento del 15-M (renovado últimamente a través de las llamadas «marchas de la Dignidad»). En principio pues, más que un partido, quiere ser un mecanismo de democracia procedimental, tipo asambleario, que por la vía de las nuevas tecnologías permita que determinadas facciones, naturalmente con determinado perfil ideológico (lo que denominan «círculos»), se organicen para formar una lista de candidatos que puedan concurrir, ahora ya sí como partido político, a las elecciones europeas. Es lo que desde la organización llaman, de modo ciertamente pretencioso, «empoderamiento del pueblo o la gente», toda vez que el «poder popular», se supone, y este era el diagnóstico del 15-M, es ignorado, o más bien amordazado y secuestrado, por el bipartidismo hegemónico y por la oligarquía de partidos en general (situación esta que venía expresada en el célebre slogan «no nos representan»).

Vox, por su parte, se autoconcibe con claridad como partido, y un partido además de «centro-derecha» (otra cosa es que sea claro en Vox el significado político de «derecha» y de «centro»), aunque algunos lo situarían, y así lo hacen, más bien en la «extrema o ultraderecha» (por ejemplo, desde Podemos). Sea como fuera, Vox pretende aglutinar en su caso el voto de «esa derecha social» que ha quedado, dicen, «huérfana» políticamente al haber abandonado el PP los «principios» y «convicciones» que, al parecer, la caracterizaban. Así pues, Vox busca el voto de aquellas grupos desencantados con la política desarrollada por Rajoy desde que este alcanzó el gobierno en 2011 (aunque el principio del desencanto algunos lo fijan con anterioridad, desde el momento en que Rajoy, en un congreso del PP celebrado en Valencia en 2008, invita a «conservadores» y «liberales» a salir del Partido Popular{1}). Y es que, de nuevo, también desde Vox, se entiende que la democracia de partidos del 78, en razón de la oligarquización de los mismos, deja fuera del sistema a un sector muy amplio de la población, igualmente «indignados», pero en este caso por la supuesta traición a su propio programa llevada a cabo por parte del PP. Ahora, con Vox, esa derecha social que solo podía actuar desde la «sociedad civil», y a la que el PP hacía oídos sordos, ya puede por fin «hablar» políticamente, sobreentendiendo que hasta ahora permanecía silente o amordazada en el PP (un slogan este de habla que recuerda al «habla, pueblo, habla» de la UCD liderada por el recién finado Adolfo Suárez).

Ambas formaciones, a pesar de las diferencias en su adscripción ideológica entre la izquierda y la derecha, parten pues de un supuesto semejante, y es que si hubiera una representación «verdaderamente democrática» del pueblo en las instituciones, y esta representatividad no estuviera desviada por la distorsión que produce la oligarquía de partidos, entonces alcanzaríamos un sistema político que recogería el «sentir verdadero» del pueblo o sociedad civil (que desde cada una de estas dos formaciones le cree ser favorable) satisfaciendo de una vez por todas sus siempre legítimos intereses. Esto, a su vez, impregnaría a todas las instituciones, las depuraría de corrupción, y las situaría en «estado de derecho» pleno, realizándose por fin España como «verdadera democracia» (uno de los líderes de Podemos habló, en cierta ocasión, de «densidad democrática», para referirse a esta situación de plenitud democrática).

Ambas formaciones coinciden, pues, en que la solución de los problemas de la sociedad política española está en la necesidad de una «regeneración democrática» (ante la degeneración oligárquica), en un saneamiento de las instituciones democráticas que tiene a la propia democracia como remedio antiséptico: la solución a los problemas de la democracia española está en «más democracia».

Ahora bien, Vox y Podemos se autorepresentan como formaciones que buscan genuinamente esta regeneración democrática, frente a otros que la procuran de boquilla al parecer, y en ello además fijan su razón de ser en tanto que nuevas formaciones. De hecho en sendos nombres, Po-demos y vox populi, aparece la referencia al «pueblo» como fuente de poder que reclaman efectiva (e insistimos, presuponiendo que ello les va a favorecer), frente a esa oligarquía partitocrática dominante.

Así, en contraste con lo tocados que están al parecer el resto de partidos, Vox y Podemos se presentan pues, esta es su pretendida «seña de identidad», como formaciones completamente prístinas en su modo de constituirse, pues están libres del pecado original oligárquico (un mal endémico sobre todo para los dos grandes partidos), siendo así que sus líderes lo serán por la vía absolutamente aséptica de la «democracia interna», de tal manera que las candidaturas se formarán, frente a la práctica del «dedazo» de otras formaciones, atendiendo escrupulosamente a la voluntad de los afiliados, en el caso de Vox, y a los integrantes de los «círculos», en el caso de Podemos.

Se parte pues de la idea de que la bondad de una candidatura está en el hecho de ser mayoritariamente elegida, y que dicha bondad se traslada, eo ipso, a la acción del candidato elegido por el procedimiento democrático en tanto que verdaderamente representativa de la «voluntad» de los afiliados. Esta misma idea se traslada después, mutatis mutandis, al ámbito, no interno de un partido, sino al de la propia sociedad política (ámbito en el que en rigor tiene sentido la democracia como forma de gobierno), presuponiendo de nuevo que la bondad o virtud del político se cumple por el hecho de ser elegido.

Pero, en efecto, esto lleva consigo la contrapartida (consecuencia que los líderes y promotores de Vox y de Podemos son incapaces de percibir) de la demagogia como modo discursivo de dirigirse a la multitud, buscando que la multitud apruebe lo que se dice, en círculo sofístico, diciendo, adulándola, lo que la multitud quiere oír.

Así, lejos de creer que ambas formaciones se encuentran en lo político en polos opuestos (y es que la distinción izquierda y derecha está prácticamente agotada políticamente{2}), entendemos que ambas formaciones se hermanan a través de un común furibundo fundamentalismo democrático. Una concepción fundamentalista de la democracia es aquella que entiende a la democracia, así unívocamente considerada, como la esencia misma de la sociedad política, como la forma más característica de su constitución en tanto que fundamento suyo, siendo cualquier otra forma de organización política no democrática una degeneración o perversión de la política (a la postre, y en último término, dictatorial o totalitaria, que es tanto como decir tiránica o despótica). La democracia, si es plena, si es pura, si es real, representa el estado de perfección social en el que todos los conflictos se disuelven, apareciendo la democracia en la conciencia «indignada», sea de derechas o de izquierdas, como deus ex machina, como la clave a partir de la cual se abre paso la solución de todos los problemas políticos y sociales en general.

De este modo, la democracia como ideología, y más cuando se habla de la necesidad de una «democracia interna», no es más que pura propaganda, utilizada como estrategia electoral por estas formaciones de reciente creación (en la misma línea que Vox y Podemos están UPyD y Ciudadanos) para presentarse ellos como organizaciones plenamente democráticas en contraste con los dos grandes partidos (PP y PSOE), se supone representativos de todos los vicios de la oligaquía (en un mínimo de democracia), eligiendo a «dedazo» a sus candidatos, atravesados por el nepotismo, tráfico de influencias, corrupción en general, etc. Unos partidos, PP y PSOE, que, por otro lado, utilizan igualmente la misma ideología democrática, para confrontarse igualmente, y con las mismas armas del fundamentalismo democrático, a esas pequeñas recientes formaciones, generalmente despreciándolas («águila no caza moscas») precisamente por su escasa representatividad (sin entrar de un modo igualmente demagógico por parte del PP y el PSOE en los contenidos de lo que desde esos partidos se dice).

Es cierto, que estas diferencias prácticamente inexistentes en el terreno político{3}, sí se dan en el terreno sociológico, y entre la rasta de «ciencias políticas» de Podemos y la gomina de la facultad de Derecho de Vox va un gran trecho que recorren el resto de formaciones políticas: unos buscan en «la calle» los apoyos de sus posiciones, frente a los otros que lo buscan en hoteles a partir de cuatro estrellas; unos tienen su sede en el barrio de Salamanca de Madrid, frente a los otros que se domicilian en el de Vallekas, con k; unos llevan la batucada y la bandera de la segunda república buscando el enfrentamiento con la policía (en tanto que «fuerzas de represión») –sin que por cierto se produjera ninguna víctima mortal durante tales enfrentamientos, empatando con los policías en el número de heridos–, y los otros llevan, junto a la rojigüalda y bien aseados, el himno nacional «arreglado» a dos voces y con letra ad hoc foral-europeísta.

Estas diferencias en la sociología se disuelven en lo político cuando todos están de acuerdo en buscar ese Milán de la «democracia plena» (decía el rey francés Francisco I en relación a su primo el Emperador Carlos: «mi primo y yo estamos de acuerdo, ambos queremos Milán»). Y aquí, en efecto, la lucha es encarnizada y sin cuartel por ganarse el título de demócrata genuino frente a los demás, vistos respectivamente como «totalitarios» o «fascistas». Y es que ya decía Darwin que las especies que más se asemejan son las que sostienen una lucha más intensa, al tener que adaptarse a medios semejantes, siendo así que el ruido de acusaciones mutuas, tachándose mutuamente de «antidemócrata» (que para el fundamentalista es prácticamente sinónimo de inhumano o subhumano), habla más de la semejanza entre ellos que de sus diferencias.

En definitiva, un fantasma recorre España, es el fantasma del fundamentalismo democrático que todo lo anega, todo el mundo se cree más demócrata que nadie, no representando Vox y Podemos ninguna novedad en tal respecto. Contraria sunt circa eadem.

Notas

{1} Rajoy: «Si alguien se quiere ir al partido liberal o al conservador, que se vaya», ver http://www.elmundo.es/elmundo/2008/04/19/espana/1208606734.html

{2} Ver Gustavo Bueno, «Sobre la transformación de la oposición política izquierda/derecha en una oposición cultural (subcultural) en sentido antropológico» en El Catoblepas, nº 105, pag. 2.

{3} Cabría pensar que una «plataforma» como es Podemos que «tiende la mano» al secesionismo de las CUP o A Nova están en las antípodas de Vox, que pide disolver las autonomías porque «llevan España en el corazón». Sin embargo, si atendemos a sus programas estas diferencias se atenúan y las posiciones se acercan, a través del federalismo de unos y del foralismo de otros. Luego además, el democratismo de ambos, todo lo iguala.

 

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