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El Catoblepas, número 147, mayo 2014
  El Catoblepasnúmero 147 • mayo 2014 • página 5
Voz judía también hay

El Equiparacionismo desde Nolte a Praga

Gustavo D. Perednik

Sobre una de las nuevas formas de banalización del Holocausto.

Ernst Nolte

Con el anuncio esta semana de que Rusia prohibirá la Negación del Holocausto, el país más extenso se sumaría a la nómina de Estados que penalizan dicha expresión de judeofobia (una lista de la que España se autoexcluyó el 7 de noviembre de 2007).

El Negacionismo es el ejemplo más extremo de las distorsiones del Holocausto, agrupables en una serie creciente que abarca diversas falsedades desde la banalización de lo ocurrido hasta el blanqueamiento de los culpables. Algunas de las distorsiones ocultan o tergiversan la historia, mientras otras, en lugar de saltear las evidencias, las interpreta de un modo forzado.

Así, una manera recurrente de banalizar la Shoá es comparar la masacre de los seis millones de judíos con fenómenos políticos cualesquiera. No escasean los ejemplos entre ecologistas, antiabortistas, antitabaquistas, o defensores de «los derechos del animal», entre quienes con frecuencia se abusa de la impertinente metáfora.

La agrupación PETA desalienta el consumo de pollo con el eslogan de evitar «un Holocausto en su plato», y en una Universidad de Michigan los Estudiantes por la Vida lanzaron una campaña que denominaba «Holocausto» al aborto. El ex Vicepresidente norteamericano Al Gore habla de una «Kristallnacht ecológica cuya evidencia es clara como el sonido de los vidrios rotos en Berlín», y la presidente argentina Cristina Kirchner cayó en similar banalización cuando tildó de «nazi» y «Mengele» a periodistas opositores. Abundan los casos de trivializar el sufrimiento atroz de millones de inocentes atrapados en lo que León Poliakov llamó «la Europa suicida».

En la última década ha cobrado fuerza una forma específica de la distorsión que puede denominarse «Equiparacionismo». Consiste en poner en un mismo plano los crímenes del nazismo con los del comunismo, y presentar ambos totalitarismos como similarmente genocidas. La paternidad de esta tendencia es atribuible al nonagenario historiador alemán Ernst Nolte, especialmente durante la segunda mitad de su carrera.

Nolte fue alumno de Martin Heidegger, el ex rector de la Universidad de Friburgo que nunca se arrepintió de su nazismo y que en 1945, ante la posibilidad de su arresto, encontró amparo en Nolte. La fama de éste quedó inaugurada con su libro El fascismo en su época (1963), que explica el fascismo como una resistencia ante la modernidad. Para entender la Shoá, arguye Nolte, hay que empezar por un análisis de la Revolución Industrial en Inglaterra.

Nolte revisa la historia moderna con la lente de equívocas abstracciones, tales como que Hitler identificó a los judíos con una modernidad que detestaba. El Holocausto habría sido un proyecto personal del Führer que no representaba la voluntad del pueblo alemán que, según Nolte, ignoraba lo que ocurría.

Tamaña ignorancia es explicada por el historiador con la tesis de que, si bien es cierto que centenares de miles de alemanes estaban implicados en la maquinaria del terror, les era imposible visualizar el cuadro genocida global por culpa de la división moderna del trabajo que les había impuesto el rol de pequeñas tuercas en un enorme engranaje.

Nolte resaltó los comunes denominadores entre las extremas derechas alemana, italiana y francesa (el nazismo, el fascismo y la Action Française): los tres antiliberales, judeofóbicos y anticomunistas.

Salvo algunos pocos historiadores (y estos pocos son todos alemanes) las teorías de Nolte han sido rechazadas. El biógrafo de Hitler, Ian Kershaw, las llamó «místicas y mistificadoras». Nolte comienza por plantear la Shoá como uno más de muchos genocidios, y luego se desliza hacia casi justificarla.

Como había hecho Werner Sombart tres décadas antes, Nolte terminó en una apología del nazismo. Sombart había empezado por rastrear los orígenes del capitalismo hasta la Edad Media tardía, y encontró en la labor globalizadora de los judíos la causa del nuevo sistema económico. Su obra Los judíos y el capitalismo moderno (1911) atribuyó el desarrollo del nuevo sistema a cuatro características de la población israelita: 1) su choque con el ineficiente sistema corporativo; 2) su habilidad para modernizarse; 3) la naturaleza práctica de su religión, y 4) el desarraigo que se les impuso. Según Sombart los judíos serían los pioneros del comercio internacional.

Cuando los nazis se apoderaron de Alemania manipularon la tesis de Sombart para transformarla en un manual de odio, y el sociólogo, en una muestra de oportunismo repelente en un académico, se dejó manipular. Su libro más tardío, El socialismo alemán (1938) ya es abiertamente judeofóbico.

También Nolte se desentendió de su previa teoría (que veía al nazismo como una reacción contra la modernidad) y, en su reemplazo, adoptó lo que dio en llamarse la teoría totalitaria: la Alemania nazi habría sido un reflejo de la Unión Soviética. En la visión de Nolte el pueblo alemán había sido arrojado a las garras del nazismo por el temor a la revolución comunista y, a excepción de las ejecuciones en masa en cámaras de gas, el resto de los crímenes nazis habían sido cometidos antes por los bolcheviques.

Nolte pasó a denominar el genocidio perpetrado por los nazis como un «asesinato por raza» que venía a remedar el «asesinato por clase» del bolchevismo. Para Nolte los campos de muerte de Hitler fueron una copia de los de Stalin, salvo el «detalle técnico de las cámaras de gas masivas». En general, la Alemania nazi es presentada como «un espejo de la Unión Soviética» de cuya política los nazis no habrían innovado en nada. Auschwitz termina circunscripto a ser una simple imitación de los gulags.

Para Nolte, el punto de inflexión del siglo pasado fue la Revolución Rusa de 1917 que habría hundido a Europa en una larga guerra civil que culminó en 1945. En esas tres décadas de guerra el fascismo habría sido «la respuesta desesperada de las clases medias ante la amenaza bolchevique».

El Equiparacionismo de Nolte ha sido sistemáticamente refutado; el filósofo Jürgen Habermas lo denunció como un intento de la derecha alemana de blanquear su pasado.

Nolte, lejos de atenuar su tesis ante sus contradictores, fue extremándola durante las últimas décadas. Aduce que el único motivo por el que el nazismo es visto como intrínsecamente maligno no deriva de la enormidad del Holocausto, sino de que Alemania fuera derrotada y la historia fuera escrita por sus vencedores.

El tema central de Nolte es el paralelo entre el fascismo y el comunismo. En ese contexto el 6 de junio de 1986 inauguró lo que dio en llamarse la Historikerstreit (la Disputa de los Historiadores) que duró dos años. La controversia, en efecto, tuvo como detonante su artículo El pasado que no quiere ser olvidado en el que Nolte sintetizó sus conferencias de una década antes: los crímenes de los nazis fueron una mera reacción excesiva (aunque siempre defensiva) ante los soviéticos.

Su apología cosechó la oposición de la mayoría de los historiadores, quienes resaltaron del nazismo su malignidad única. Los pocos que se alinearon con Nolte presentaron a los nazis como una pequeña banda criminal que quebró la historia alemana.

El más brutal de los argumentos de Nolte es que la judeofobia nazi también fue una «repuesta», en este caso al hecho de que «los judíos declararan la guerra a Alemania». La «prueba» de Nolte para plantear semejante desatino es la carta que envió el químico Jaim Weizmann a principios de septiembre de 1939 al Primer Ministro británico Neville Chamberlain.

Weizmann presidía la Organización Sionista Mundial (en 1948 se transformó en el primer Presidente de Israel) y en su carta al gobierno inglés prevé que en el caso de una guerra los judíos estarían del lado de las democracias contra la Alemania nazi.

Además de la obvia generalización de Nolte (para quien Weizmann es «todos los judíos»), su acusación saltea imperdonablemente que las persecuciones judeofóbicas alemanas habían comenzado seis años antes de la carta, por lo que resultaba totalmente natural que los judíos rechazaran el nazismo. Presentar esa mínima autodefensa de un líder judío como el motivo para el genocidio constituye casi una complicidad con los genocidas.

El Equiparacionismo hoy en día

Palacio Wallenstein de Praga

El libro Bloodlands (2010) de Timothy Snyder traza nuevamente el paralelo entre las atrocidades nazis y las soviéticas, y muestra que entre 1933 y 1945 Hitler y Stalin asesinaron en Europa Central a catorce millones de civiles inermes (se admite que los nazis provocaron el doble de víctimas civiles).

Una y otra tiranía, muestra Snyder, produjeron catástrofes de las que luego culpaban a enemigos designados para ese fin, y subsecuentemente utilizaron la muerte de millones para justificar sus políticas. Ambas compartían una utopía revolucionaria, un eterno culpable que era el grupo al que acusar cuando la utopía resultara imposible, y una política de asesinato masivo presentado como una victoria alternativa.

Un caso muy ventilado por los equiparacionistas es una de las matanzas más destacadas de Stalin: la masacre por hambre a los ucranianos que se resistían a la colectivización. Tres millones fueron hambreados hasta su muerte durante 1932 y 1933.

Algunos llegan a denominar dicha matanza el «Holomodor» –un término ucraniano que insinúa hambruna y suena a Holocausto. Sin embargo, si bien es cierto que los comunistas fueron despiadados en el mencionado castigo y en otros muchos, resulta improcedente equipararlo con un plan de exterminio de todos los bebés de una «raza» dondequiera se hallaren. Las sanciones brutales, así como los ataques o los bombardeos como método para un enemigo se rinda, pueden ser crudelísimos, pero no tienen nada que ver con arrancar a un millón niños de sus hogares para gasearlos en Auschwitz.

En Europa Oriental el Equiparacionismo volvió a agitarse después de la caída del Muro de Berlín (1989); en Occidente, a partir del Libro Negro del Comunismo (1997) que reveló la magnitud de los crímenes soviéticos.

Hace poco más de un lustro la tendencia cosechó su máximo logro con la Declaración de Praga de 2008, firmada en la emblemática ciudad que padeció especialmente la violencia de ambos totalitarismos. El nombre completo del documento es Declaración de Praga sobre la Conciencia Europea y el Comunismo, y fue rubricado por políticos e historiadores, encabezados por el anfitrión Vaclav Havel, último presidente de Checoslovaquia y primero de la República Checa.

La Declaración de Praga condena los crímenes comunistas de lesa humanidad y exhorta a la educación sobre el tema. Fue adoptada por el Parlamento Europeo, junto con la propuesta de que el 23 de agosto (fecha del pacto entre Hitler y Stalin) sea proclamado como Día de Recuerdo de las Víctimas de los Totalitarismos.

En respuesta a la Declaración de Praga, setenta y un miembros del Parlamento Europeo (de una veintena de países) firmaron a principios de 2012 la Declaración de los Setenta Años (siete décadas después de la Conferencia de Wannsee) para oponerse al Equiparacionismo. Este documento rechaza que se estire indebidamente la definición de genocidio y que se use el concepto de «Holomodor».

En cuanto a Nolte mismo, su postura se agravó con el paso del tiempo. Terminó incluso por negar que la Conferencia de Wannsee de enero de 1942 hubiera tenido lugar del todo, y describió como «preventivas» las matanzas de los Einsatzgruppen contra los judíos, supuestamente debidas a los ataques de los partisanos. Para Nolte, incluso la Operación Barbarroja fue preventiva: al invadir Rusia, Alemania se habría adelantado a un inminente ataque soviético.

Nolte añade leña al fuego con una apología adicional del Tercer Reich, cuando critica que «la mayoría de los estudios sobre la Shoá son realizados por judíos, y por lo tanto son tendenciosos contra Alemania».

Además, como podía preverse, su peculiar distorsión del Holocausto incluye la habitual dosis de antisionismo. En su libro Pensamiento histórico en el Siglo XX (1991) Nolte aduce que el siglo XX ha engendrado «tres Estados extraordinarios»: Alemania, la Unión Soviética e Israel; y que este último, a diferencia de los otros dos, persiste en su anormalidad, y por ello corre riesgos de caer en el fascismo y masacrar a los palestinos.

La fantasiosa calumnia es similar a la parecida inversión de los hechos que en 2012 publicó Günter Grass en los medios europeos. En su vitriólico poema titulado Lo que debe decirse, Grass (ex militante de las SS y Premio Nobel de Literatura) sostiene que «Israel se dispone a exterminar al pueblo iraní».

Hoy en día, el Equiparacionismo está cobrando vuelo especialmente en Europa Oriental. Recordemos que en Europa Occidental, aunque los pronazis de cada país ayudaron a legislar contra los judíos, a despojarlos, degradarlos y entregarlos, no participaron directamente en el genocidio. En contraste, en Europa Oriental las matanzas mismas fueron perpetradas por pronazis locales en Bielorrusia, Ucrania, y especialmente los países bálticos.

La diferencia de comportamiento entre el Oeste y el Este de Europa continuó en la posguerra. A los países comunistas durante cuarenta años les fue prohibido llevar a cabo un debate abierto sobre la Shoá, y se les impuso una narrativa que se limitaba a condolerse por «las víctimas del fascismo».

Cuando finalmente cayó la cortina de hierro en 1989, los Estados de Europa Oriental emprendieron una política de admisión de culpa que incluía establecer relaciones con Israel y pedir público perdón al pueblo judío, en la sensación de que dichas medidas les ayudarían a integrarse a la Unión Europea y a la OTAN.

Ese impulso autocrítico se frenó con el tiempo, y en los últimos lustros se produjo un cambio radical. Ni un solo perpetrador local fue llevado a juicio y castigado, y se trastocó drásticamente la narrativa oficial inspirándose en el Equiparacionismo.

Peor aún, en los países bálticos se exalta a los pronazis que combatieron contra los comunistas. Así, en Lituania -campeona del cambio de perspectiva- se enaltece la obra de Juozas Brazaitis (o Ambrazevicius; 1903-1974). Fue un historiador nacionalista que se desempeñó como Primer Ministro provisional durante el verano de 1941, y que apoyó a los nazis y el asesinato de judíos. Sus restos fueron reenterrados en mayo de 2012 con homenajes de héroe nacional.

En Vilna se erigió un «Museo del Genocidio» que, a pesar de su nombre, se dedica sólo a los crímenes cometidos por los comunistas. Sobre todo resalta, escandalosamente, «los crímenes de los partisanos judíos». En efecto, se llega a presentar como «criminales de guerra» a los hebreos que combatieron contra los nazis.

El cancerbero judeofóbico actual agita varias cabezas que incluyen diversas distorsiones del Holocausto. Entre ellas cobra singular vuelo el Equiparacionismo.

 

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