Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
En mayo de 1943 el oficial de la SS Ernst Kaltenbrunner recibió varios cientos de copias de un libro sobre el crimen ritual, la acusación que durante casi ocho siglos (entre 1147 y 1913) había provocado la tortura y muerte de miles de judíos, a quienes se atribuía matar a niños para usar su sangre.
El remitente era Heinrich Himmler, quien pedía la distribución del volumen entre los funcionarios a cargo de cuestiones judías y, adicionalmente, sugería la creación de una radio en inglés dedicada exclusivamente a la difusión del libelo en Inglaterra y Estados Unidos: «Deben contratarse personas –decía el máximo cabecilla de la SS– que se dediquen a escuchar los comunicados difundidos por la policía inglesa y sus tribunales; cuando aparezcan comunicados que anuncien que se ha perdido algún niño, podemos proclamar por radio que, en tal lugar, un niño ha sido degollado por los judíos seguramente con fines rituales… Pienso que con ello podríamos activar de forma considerable la propaganda antijudía en inglés, y tal vez en ruso, sirviéndonos de la acusación de asesinato ritual».
El cinismo de los genocidas alcanzaba así su más sórdido patetismo y constituía un microcosmos del mensaje nazi en su conjunto. Más aún: se trata del cinismo que caracteriza la judeofobia en general, que siempre somete la verdad a sus instintos asesinos.
Así, se atribuye a uno de los inspiradores del odio germánico, el alcalde Viena Karl Lueger, una proverbial hipocresía de principios del siglo XX: «Wer Jude its, das bestimme ich – Quien es judío, eso lo decido yo». Tres décadas después, el descaro fue remedado por Hermann Gôring, quien con el mismo lema decidió en 1938 «arianizar» a su lugarteniente Erhard Milch, cuya madre era judía. Gôring ordenó que la mujer firmase una declaración en la que «confesaba» que su hijo no era suyo.
Incluso Hitler recurrió ocasionalmente al oportunismo, usando y descartando, según la la conveniencia política del momento, supuestos ancestros judíos del militar Theodor Duesterberg, u otorgando un salvoconducto al médico judío de su madre Klara, Eduard Bloch (1872-1945).
La función del aludido cinismo es «ideologizar» aquello que no deja de ser pura y simple avidez por humillar, matar, torturar y despojar. Su viva expresión fue la filmografía nazi, cuyos dos logros más conocidos de 1940 fueron las películas El judío eterno y El judío Süss, en las que se exacerba de modo grotesco el estereotipo del judío artero y sanguinario.
Ambos filmes revelan la esencia del nazismo: nunca una supuesta «ideología», sino un ímpetu sádico y destructor. Ello es así a pesar de que ciertos personajes nazis parecieran contradecir nuestra definición por su condición de eruditos y académicos. Entre los más brutales, algunos como Reinhard Heydrich habían sido educados entre músicos, y otros destacaron como historiadores (Friedrich Meinecke y Walter Frank), juristas (Carl Shmitt) o literatos (Adolf Bartels). La sabihonda morralla puede abarcar incluso a quien es considerado uno de los máximos filósofos de todos los tiempos: Martín Heidegger, y al Premio Nobel de física Philip Lenard, quien propagaba la «Física Alemana» en contra de la «Física Judía» de Albert Einstein.
La galería lleva al error de atribuir al nazismo un grado de racionalidad, a pesar de que su índole fue hacer sufrir, o facilitar que otros lo hagan, aun si fuera por parte de mentes brillantes en diversos campos. El nazismo fue nihilista tanto en sus comienzos como en su caída y, sólo en el medio del trayecto, mientras cosechaba algunas victorias, adoptó ciertas metas un poco más racionales. Pero el esquema de la destrucción por la destrucción en sí fue retomado ante su inminente derrota.
Los cineastas nazis fueron asistentes colaterales del cataclismo. Destacan Leni Riefenstahl (m. 2003) y Veit Harlan (m. 1964), el hacedor de El judío Süss. Esta película fue una distorsión judeofóbica de la obra homónima de tres lustros antes, la más afamada de Lion Feutchwanger (1884-1958).
El relato de Süss registra tres sustratos: la vida real del personaje histórico, la novela de Feutchwanger que se basó en él, y el mendaz traslado de Harlan a la propaganda fílmica.
El personaje histórico es el banquero Joseph Süss Oppenheimer (1698-1738), asesor de la corte del duque Karl Alexander de Württemberg, en Stuttgart, y vinculado al káiser Leopoldo de Austria. La carrera financiera de Süss le generó muchos enemigos, quienes, una vez fallecido su duque protector (12-3-1737), impulsaron su arresto y ejecución.
La biografía recorre desde las cumbres del poder político, hasta la fosa de su detención como consecuencia de burdas acusaciones. Sucede un agitado juicio y vanos intentos de la comunidad judía por salvarlo y, antes de su ahorcamiento, Süss rechazó la oferta de sus carceleros de convertirse al cristianismo, y se entregó a la muerte con una oración de la liturgia hebraica en sus labios. Su cuerpo fue exhibido durante años en Stuttgart.
La distorsión del judío
Como era de preverse, el motivo de la pomposa gloria y caída abismal inspiró varias obras literarias. La primera fue de Wilhelm Hauff, un escritor alemán de cuentos de niños que falleció antes de cumplir los veinticinco años. En su breve novela El judío Süss (1827), Hauff modificó los hechos para convertir los negocios del protagonista en maniobras tramposas, y colocar a una joven en el rol de víctima. Además, el Süss de Hauff descubre, cuando está por ser ejecutado, que en realidad no es de prosapia judía, y en ese momento elige no abandonar la comunidad en la que creció.
Más fiel a la biografía histórica fue Lion Feuchtwanger un siglo después. En cierta medida, vino también a corregir el tinte levemente judeofóbico de Hauff. La novela homónima de Feutchwanger lo lanzó a la celebridad: en El judío Süss (1925) el protagonista se mueve en las intrigas de la nobleza germánica, escala posiciones, conoce el poderío, y termina sus días en el cadalso, traicionado y perseguido. Al final, su único patrimonio es la recuperación de la fe judaica legada por sus mayores.
El lector hispanoparlante conoció la novela gracias a una edición castellana publicada en Buenos Aires durante la Segunda Guerra Mundial, en la que se basa este artículo.
En la novela destaca la transformación espiritual del protagonista, quien pasa de ser el estereotipo de un judío siempre abusador y enriquecido por viles ardides, a ser un hombre devoto y moral. Como escribe Feutchwanger de uno de los personajes: «sabía que sólo una realidad había en este mundo: el dinero. La guerra y la paz, la vida y la muerte, la virtud de las mujeres y el poder de los papas, la libertad de los Estados; la pureza de la confesión de los Augsburgo, los navíos que surcaban los mares, la soberanía de los príncipes, la conversión del Nuevo Mundo al cristianismo, el amor, la piedad, la cobardía, el orgullo, el vicio y la virtud, todo venía del dinero y volvía a él».
No sólo la literatura alemana había generado motivos así, pero en este libro la muerte inminente despierta en el protagonista una mayor profundidad que lo lleva a priorizar sus principios éticos.
Feutchwanger, además, presenta a Süss como una dínamo de ideas, y abunda en cuestiones filosóficas, como la querella entre la vida activa y la contemplativa, las apariencias frente a la esencia, el fuero interno frente a la sociedad, el poder ante la sabiduría, y la afirmación de los deseos frente a su negación.
La novela narra cómo Süss, talentoso en las finanzas, ayuda a al duque de Württemberg a establecer un Estado que esquilma, corrompe y acumula grandes fortunas. Entretanto, Süss descubre que es hijo ilegítimo de un respetado noble, pero está orgulloso de seguir viviendo como judío, y de haber logrado mucho pese a esta desventaja.
Inintencionadamente, el duque mata a la hija oculta de Süss en el momento en que intenta violarla, y el padre de la joven decide vengarse por medio de revelar un plan del duque para deponer al parlamento. Cuando en su paternal desesperación Süss repara en que nada habrá de retornar a su hija a la vida, se entrega a las autoridades. Es acusado de diversos fraudes y, aunque lo encuentran inocente, finalmente lo condenan al patíbulo. Muere con una plegaria hebrea en sus labios.
La obra de Feutchwanger fue fielmente llevada a la pantalla en 1934, en la película más conocida del director inglés Lothar Mendes, que constituye una condena de la judeofobia. Esta condena no es explícita, debido a que el Reino Unido mantenía a la sazón buenas relaciones con el Tercer Reich, y la censura británica no habría permitido que dichas relaciones se perjudicaran al permitir una crítica a la persecución a los judíos.
Para contrarrestar la película de Mendes, el ministro nazi Joseph Goebbels encargó a Veit Harlan la dirección de una cinta que aprovechara el relato para diseminar un inequívoco odio judeofóbico. El resultado fue la producción de Harlan, que invirtió completamente al personaje histórico y al ficcional de Feutchwanger.
Se ha especulado sobre la motivación de Harlan, que se movía en un ambiente social de muchos judíos, para ponerse al servicio de la caterva de Goebbels, y llegó a explicarse por el divorcio de su primera esposa, Dora Gershon. Ulteriormente, de las tres hijas de Harlan dos se casaron con israelitas, y entre sus descendientes hubo una carga culposa por el mortífero oportunismo del abuelo nazi.
En el film de Harlan, el maligno violador es Süss, quien además tortura al padre y al novio de la víctima que termina en el suicidio. La pena contra Süss, que en Feutchwanger consiste en una perversión judicial, en el film nazi pasa a ser un acto de suprema justicia alabado por el pueblo. La película fue un rotundo éxito.
Cabe aclarar que no era la primera vez que se invertían los roles para demonizar al judío. Un antecedente puede hallarse nada menos que en William Shakespeare. Se sabe que una de las cuatro fuentes de El Mercader de Venecia fue un cuento en el que el despiadado acreedor que exige una libra de su carne es un mercader cristiano de nombre Paolo Secchi, y la víctima es el judío romano Samson Cesena. El bardo inglés habría invertido los roles para adaptar su drama a los prejuicios imperantes.
Una alteración similar se perpetra hoy en día contra el moderno Israel por parte de los medios españoles en particular, y los europeos en general. Por un lado, la realidad histórica muestra que el Estado judío es un pequeño país creado en el desierto por parte de los sobrevivientes de las peores persecuciones, con el objetivo de devolver a los despojados su ancestral rincón de paz. Por otra parte, la versión mediática del Estado judío es la de un ente depredador instalado por fuerzas malévolas en el seno de de una nación milenaria a la que oprime y despoja. El remedo de la alteración, perpetrada en el moderno Süss, es una de las peores fuentes de violencia contemporáneas.