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El Catoblepas, número 149, julio 2014
  El Catoblepasnúmero 149 • julio 2014 • página 10
Artículos

César González-Ruano, la voz lúcida de una prosa

José María García de Tuñón Aza

César González Ruano (Madrid 1903 - íbid.1954).

César González-Ruano

Era hijo único, descendiente de una familia de la montaña santanderina que se instaló en Madrid y aquí nació el 22 de febrero de 1903. Después de finalizar los estudios de bachiller en el Colegio Santo Tomás, comenzó la carrera de Derecho en las Universidades de Santiago, Zaragoza y Madrid, pero lo cierto es que al final se dedicó al periodismo alcanzando a ser un articulista sin límites, manejando las fórmulas de pensamiento y sentimiento, incluso sentimiento frívolo. Llegó a escribir más de 30.000 artículos y ser poeta , aunque reconoce que de su obra poética se han hecho escasos estudios, posiblemente por la atención que despertaron otras actividades suyas. También hay quien opina que detrás de un gran prosista hay siempre un poeta..La primera tertulia a la que asiste fue la del Café de Platerías, donde se leían versos y prosas. Vendría más tarde la tertulia matinal en el Café Europeo donde todos después de haber estado escribiendo un par de horas se ponían a charlar. Sus artículos ya aparecían en revistas y periódicos. Sus libros –entre los años 1920 y 1931, publicó unos 30– se ponían a la venta en las principales librerías de España. De ellos, podemos destacar: Gesta nobiliaria del Pirineo en la guerra (1926), Gómez Carrillo (1928), Vida, pensamiento y aventura de Miguel de Unamuno (1930). En nuevas ediciones (1954-1959), este mismo libro se publicó con el título de Miguel de Unamuno, y, la última (1965), con el titulo: Don Miguel de Unamuno. González-Ruano conocía a Unamuno, lo había visitado en Salamanca y aquí pasaron unas horas juntos en el Casino. Cuando terminó de escribir el libro que llevaba en la cabeza, después de haber estado con él bajo el cielo azul de la Salamanca castellana, donde los estudiantes aprenden a amar entre sus piedras doradas, le dice en una de sus páginas: «Yo sé muy bien mi querido y admirado señor don Miguel de Unamuno que usted no se molestará en leer este libro, y de hacerlo será en tal penumbra, que no se entere ni usted mismo. Me parece excelente. Bien hecho. Por Pascal juro a usted que dentro de unos años, si no me descarrilo, no pienso leer tampoco lo que de mí digan los Ruanos de entonces, ni aun siquiera los Unamunos de la época, si es que surgen. ¿Para qué?. Si me zurran creeré que no me entienden, y si me halagan pensaré que ni siquiera me han leído.»{1}

No debemos olvidar tampoco su labor como biógrafo. Escribió la vida de los generales Primo de Rivera y Sanjurjo; de José María Acosta; de Eugenio Noel; de Mata Hari, etc. Conoció a mucha gente y trató a los poetas Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, León Felipe, Federico García Lorca a quien nunca acabó de serle simpático, «era como un chico de pueblo ordinario que se hubiera puesto un lazo de seda en el pelo y sentado frente a un piano a hacer gracias. Federico era feo, agitanado y con cara ancha de palurdo. Vestía curiosamente y presumía de ser gracioso, espiritual y mariquita del Sur. Sus versos ya eran naturalmente algo y quizá mucho…»{2}; a Manuel y Antonio Machado, a quien saludó un día en Madrid y el poeta le preguntó: «¿Ve usted al Rey?». Al contestarle afirmativamente, González –Ruano acababa de llegar de Roma donde ejercía la corresponsalía de ABC, Machado le dijo: «No sé si sabrá el Rey quien soy yo... Pero si usted cree que lo sabe y que esto puede alegrarle, dígale que estoy convencido de que nos equivocamos todos y que España sin el Rey va hacia una catástrofe»{3}. Como profesional del periodismo, comenzó a trabajar en La Época, año 1927,para después pasar al Heraldo de Madrid, años 1929 a 1931,donde le pagaban veinte pesetas por reportaje. Entró, ese último año, en Informaciones, propiedad del financiero Juan March, y, después, año 1932, en ABC, que le contrató diez artículos mensuales a cien pesetas cada uno, que, entonces, era mucho dinero. El diario monárquico lo enviaría de corresponsal a Berlín y. más tarde a Roma. Desde la capital alemana el primer artículo que escribe fue muy elogiado. Lo curioso es que le dijo a un camarero que le tradujera lo que de política decía aquella mañana un periódico.. .

De sus tertulias, Marino Gómez Santos nos recuerda una. Fue al abrirse el Café Recoletos, hacia 1928, donde iban con frecuencia Agustín de Foxá, Enrique Jardiel Poncela, Jesús Evaristo Casariego, Fernando de la Cuadra Salcedo, buen poeta a quien mataron los rojos en Bilbao durante la guerra civil, Gustavo de Maeztu, Samuel Ros. César González-Ruano y, algunas veces, José Antonio Primo de Rivera donde, muy posiblemente, ambos se vieron por primera vez. Cerca de esta tertulia, se sentaban, en alguna ocasión, Rafael Alberti y María Teresa León, siempre acompañados de sus incondicionales amigos comunistas. González-Ruano dice que «Alberti era entonces un muchacho delgado que andaba por Madrid con unos jerseys deportivos de cuello alto, amarillos, rojos o blancos, debajo de la americana. La tertulia literaria se reunía en un ventanal de la izquierda, bajo el friso de caricaturas pintadas por Loriga»{4}. Era Ignacio de Noreña el editor del grupo literario del café. Por su cuenta se publicaron unas hojas de versos con el nombre Pliegos Recoletos. El primero fue uno de González-Ruano. Noreña murió muy joven. «Entonces se supo que no había tenido nunca dinero. Al parecer aquella hojitas de versos las había editado valiéndose de unos cambalaches de estudiante.»{5}

En marzo de 1930 entrevistó a José Antonio Primo de Rivera, saliendo publicada la entrevista en el Heraldo de Madrid dos días después de que este mismo periódico, con el título:«Nuestra oposición sistemática a la dictadura de Primo de Rivera»{6}, arremetiera duramente contra el ex dictador, una vez dimitido éste, eso sí, Lo había hecho el 28 de enero anterior. Según el mismo González Ruano, la entrevista salió mutilada por la censura, añadiendo además que el director del periódico, Manuel Fontdevila, le comentó antes de ir a ver a José Antonio: «Bueno, pero a ver si zarandea usted bien a ese pollo. Fui a la entrevista –comenta González-Ruano– sin perjuicio en contra ni a favor, pero rápidamente José Antonio Primo de Rivera –a quien tanto había de tratar y de obedecer años más tarde– me produjo un corriente de simpatía que fue absolutamente recíproca. Nuestra conversación fue viva y sincera. Creo que la interviú quedó francamente interesante. Tenía José Antonio entonces veintiséis años y yo veintisiete.»{7}

Se publicó la entrevista el día 13 no sin que antes el director del periódico le hiciera el siguiente comentario: «Casi le da usted coba». En la última página, ese día, a tres columnas, se podían leer los siguientes titulares: «El hijo del ex dictador. Cómo piensa, siente y comprende la política, la obra de la dictadura y los momentos actuales de don José Antonio Primo de Rivera. Una hora de difícil y sabrosa charla.- No quisiera ser solamente el hijo de papá.- De Sbert a Miguel Maura». A continuación se podía leer la entrevista e intercalado, a una columna, un entrefilet que decía: «Este número ha sido visado por la censura». El diálogo completo fue publicado ese mismo año, según el propio González-Ruano, en su libro El momento político de España… y que en las Obras Completas editadas por Plataforma 2003, –un buen trabajo que hizo Rafael Ibáñez–, también podemos leer y que por su interés reproducimos, aunque omiten la entradilla que en el mismo diario escribe González-Ruano: «No; nada difícil de escribir. Si acaso difícil de hablar. Cuando algunos compañeros me hablan de las dificultades de escribir una interviú con José Antonio Primo de Rivera y Sainz de Heredia, yo he tenido que conformarme torpe por no ver esas dificultades. ¿Tener que hacer política en la conversación? Nada de eso, Lo interesante no es lo que yo diga, sino lo que él me diga. ¿La censura? No puedo cometer la injusticia de juzgar tan duramente al censor que suponga no deje de publicar una interviú con el hijo del ex dictador. ¿Si se trata de un modo liberal, en cuyo caso se mete uno con la dictadura en la cara del Sr. Primo de Rivera, o de un modo reaccionario? Tampoco creo preciso que yo haga política enconada en una charla, ni que no pueda decir que haya parecido un muchacho inteligente y cordial sin traicionar una ideología. No, no; nada difícil»:

Me recibe en el acto. Apenas le digo a lo que vengo, me dice:

–:Mire usted, yo, ante todo, no quisiera ser un espectáculo para el público. No quisiera ser esa triste cosa de «hijo de papá». Es inútil que usted ensaye una gentileza. ¿Por qué viene usted a verme sino porque soy el hijo de mi padre, el ex dictador de España, adulado hasta la saciedad y calumniado hasta el cansancio?.

–Yo vengo aquí para saber qué es usted además de ser hijo del general Primo de Rivera. Creo no equivocarme al pensar que puedo hablar con usted y que nos encontraremos mutuamente en esta conversación.

José Antonio Primo de Rivera sonríe. Su juventud, físicamente, recuerda mucho la senectud de su padre. Es alto, fuerte, tiene los ojos claros y grata la expresión, que me parece de una absoluta franqueza, sin doblez.

–Bien, siéntese aquí. Usted comprende mejor que yo mi situación. Si hablo de un modo creerán que galleo; si hablo de otro, que me pongo en víctima, papel que me rechazo y desdeño… Si autorizo una interviú, se dirá que quiero exhibirme en la plataforma del oportunismo. Como cualquier Sbert{8}, o en la de un hombre célebre, como Miguel Maura. Y, por último, si me niego a que charlemos, el comentario general surge también: «¿qué es lo que se ha creído», o bien: :«Claro, ahora se emboscan como si no existieran…Son las vacas flacas.»

–Usted no se preocupe de nada de eso. En cuanto a mí, a mi actitud cuando salga de esta casa, ha de ser imparcial y jamás me permitiría la bellacada de…

–No lo he creído nunca.

–Le doy a usted mi palabra de honor. En la medida de mis pequeñas fuerzas he sido un enemigo leal y abierto de la Dictadura. Jamás me consentiría ser ahora un miserable con la figura privada ni de usted ni de su señor padre, a la que, como hombre, no puedo tener la menor animosidad.

–Estoy seguro de usted. ¿Quiere preguntarme lo que desee saber?

–Primeramente: usted ha aludido en su conversación a Sbert y a Miguel Maura. ¿Qué concepto tiene usted de sus actitudes en los actuales momentos políticos?

–Mire usted, sin apasionamiento ni rencor, creo que Sbert, por sí solo no es nada. Puede tener un talento, que ni le niego ni le rebato, porque no conozco sus frutos, pero ¿quién es Sbert?... Un símbolo, una bandera. Se trata únicamente de exaltar todo aquello que no admitió la dictadura y humillar y hundir todo lo que ésta creara o ensalzara. El aplauso a Sbert está sólo motivado por el deseo mezquino de esos aplausos los oyera el dictador.

Dice el Dictador… y sonríe:

–Vamos, que los oyera papá… ¡Qué terrible cosa es esta de no poder tener objetividad y perspectiva y al hablar de la Dictadura como otro cualquiera!...

–¿Qué diría usted de ella si no se llamara Primo de Rivera? ¿Qué juicio le merecería la obra del Dictador?

Vería en él lo mismo que veo siendo su hijo. Un hombre de absoluta honestidad y buena fe, que cree que puede salvar a su país y lo intenta. Que no lo consigue. Que se equivoca y comente desaciertos. Pero del cual no se podrán nunca negar tres aciertos con sólo lo que evocan tres nombres: África, Sindicalismo, Hacienda nacional.

–¿Hacienda nacional?

Sí, Hacienda nacional..Se verá dentro de tres años. Mi padre entró con un déficit muy superior al que deja después de haber enriquecido las obras y la industria de su nación y de haber seguido un sistema lógico de gastos públicos.

–¿Qué me dice de Miguel Maura?

Miguel Maura ha servido a su causa de egolatría espectacular. No es nada, nada he hecho pasando la frontera llena de responsabilidades de los cuarenta años. ¿Qué importancia tiene que se pronuncie por la República? ¿Qué gran voto tiene con él la República? Ninguno. Únicamente que dice eso un hijo de don Antonio Maura. La misma importancia que tuvo que aquel pobre niño, hijo de León Dauder, coqueteara con el comunismo… para que le clavaran una bala odiosa, disparada por el rencor torpe y vil.

–¿Usted piensa dedicarse a la política?

No lo sé. Por ahora tengo bastante con ejercer mi carrera y estudiar continuamente en ella.

¿Qué últimas noticias tiene usted de su padre?

Malas… Mi padre está enfermo. La diabetes ha minado mucho su salud. Además, podrá decirse de él lo que se quiera, pero hay algo hondo, que no le importa al país; algo sentimental y desgraciado que yo sé muy bien…

José Antonio Primo de Rivera habla ahora visiblemente emocionado. En voz más baja termina diciéndole.

Mi padre se ha dejado la vida en esos seis años de esfuerzo, en los que él ha procedido con absoluta buena fe.

Paréntesis en nuestra conversación. José Antonio acude al teléfono, donde le llama el Sr. Delgado Barreto. Habla con el director de ese periódico que ni sé nombrar, y vuelve sonriente, amable.

–¡En fin!...De política ya hablaremos cuando pasen unos años. Esas cosas son como las bofetadas, no se anuncian, se dan. Ya tendremos ocasión –dice bromeando– cuando yo sea Dictador de España.

–Entonces no le interviuvaría yo… Ni, por sabido, después de haber usted encargado el Poder, le hablaría de fundar un diario.

No recoge la directa mi interviuvado. Continuamos hablando. Ahora surge la historia de la cuestión de Queipo de Llano.

La verdad sobre esto es muy sencilla. Yo no tengo nada de chulo ni de reñidor. Puede que no haya pegado más de tres puñetazos en toda mi vida. Pero ese señor Queipo… Imagínese que este señor escribió una carta soez a mi tío José, hablando de no sé qué humillaciones de que creía ser objeto, y llamándole cretino, y hablando de que quería procurar liquidar cuentas pendientes. Esto era intolerable y cobarde tratándose de mi tío. ¿Usted conoce a don José Primo de Rivera y a Queipo?

–Ni a uno ni a otro.

Bien. Pues Queipo es fuerte, mucho más alto que yo, espadachín, con fama de pendenciero. Mi pobre tío es un anciano enfermo, imposibilitado en absoluto para ningún combate. Entonces fui a la casa de Queipo de Llano y éste no me recibió. Le busqué en el Café Lyon D'or por la noche. Conociendo que a su tertulia acuden varios enemigos de mi padre. No quise ir solo. Me acompañaron mi hermano Miguel y mi primo Sanco Dávila. Ellos no conocían a Queipo de Llano ni yo tampoco. Tuve que preguntar a un camarero que quién era, y entonces yo solo fui a él, y mostrándole la carta le pregunté si era suya. Me contestó afirmativamente, devolviéndomela en actitud retadora, y yo le di un golpe en la cara. El Sr. Queipo intentó, a pesar de yo ir desarmado, agredirme y trataba de pegarme con su bastón, mientras otros amigos suyos se repartían la labor, unos para pegarme con bastones y otros sujetándome por detrás. Acudieron mi primo y mi hermano, y ya no se pudieron contar las bofetadas. El Sr. Queipo se queda rezagado, y yo pude llegar hasta él y descargarle, frente a frente, mi puño, haciéndole rodar sin sentido.

–¿No ha exigido a usted una reparación el señor Queipo de Llano?

No; a mí no me ha exigido reparación alguna, como esperaba; pero, en cambio, pretende complicar a mi hermano Miguel y a mi primo Sancho Dávila, dentro de un procedimiento militar, aprovechando que ambos son oficiales de complemento en servicio. Sobre esto escribí inmediatamente al general Berenguer, dándole detallada cuenta de lo ocurrido.

[…]

Así finaliza la entrevista. Ahora, cabe añadir solamente las palabras con las que González-Ruano termina la que, visada por la censura, publicó en el Heraldo de Madrid:

Esta es la conversación tenida con D. José Antonio Primo de Rivera. Sé que otras muchas preguntas se les ocurrirán a los lectores. A mí también se me ocurrieron, pero una elemental discreción a no convertir en un asalto el terreno de confianza que se me ofreció recibiéndome con los honores que yo le debo a él precisamente desde un diario que ha combatido y combatirá siempre con ardor la dictadura y a sus partidarios.

José Antonio, el día 15, es decir, dos días después, escribe a González-Ruano, expresándole su agradecimiento:

Mi distinguido amigo:

He leído su interviú y le agradezco muy sinceramente la forma afectuosa en que está hecha. Mi honor a la exhibición se tranquilizó en parte al recibir de usted, con tono inconfundible de sinceridad, la promesa de que no aparecería en la interviú nada que pudiera mortificarme. Ahora me tranquilizo del todo, al comprobar que usted cumpliendo con creces su promesa, no sólo ha evitado toda mortificación, sino que me ha proporcionado motivos de gratitud.

Reciba muy cordialmente de su affmo. amigo y compañero q.e.s.m. José Antonio Primo de Rivera{9}

Pero la mayor preocupación en aquellos momentos de José Antonio era la vida de su padre que, como había declarado muy pocos días antes, las noticias sobre su enfermedad eran «malas…». Efectivamente, en el hotel Port Royal de París moría el día 16 de marzo, el segundo marqués de Estella[10]. José Antonio, que se encontraba en Madrid se desplazó hasta Irún para unirse con sus hermanos y velar junto a ellos, en el tren, los restos de su padre.: «Llegó de nuevo a Madrid –nos dice González Ruano– agrio y triste. El cadáver del General entró por la estación del Norte, siguió por el paseo de la Virgen del Puerto, el Punte de Segovia y las Rondas, hasta el cementerio de San Isidro. En el cementerio habló el general Martínez Anido. José Antonio presidía el duelo, dentro de su ropa civil negra, con un gesto impasible. Los que le vimos en aquel momento no nos olvidaremos nunca de aquel José Antonio, de aquel entierro, que adquirió, espontánea y patéticamente, una impresionante solemnidad»{11}. Conmovedor testigo, dejó escritas estas líneas:

Diríase que el corazón infortunado de este pueblo español esperaba, con un último afán, que también el marqués de Estella pudiera ganar batallas después de muerto. El odio ya la persecución del Gabinete Berenguer le acompañó, en cambio, hasta la tumba, negándole, en primer lugar, el derecho indiscutible a ser enterrado en el Panteón de Hombres Ilustres; no reconociéndole, en el decreto que dictaba los honores que habrían de tributársele en el sepelio, su calidad de ex presidente del Consejo de Ministros de la corona; lanzando, al fin, una nota infame, suficiente por si sola para cubrirse de oprobio, en la que decía que el entierro, muy concurrido, había sido una prueba de curiosidad popular.{12}.

También el prólogo que escribió en la biografía sobre el General, lo termina con estas palabras:

Aquel que amó, cargado de afanes, cargado de España, y que, como esos amantes desgraciados que han querido mucho, murió en destierro de su amor, en tierra extranjera, de melancolía y de dolor, al ver a su amada en brazos del chulo malángel, arruinándose como una pobre mujer engatusada a la que mo habían de dejar ni el mantón de su bandera. Esta bandera que, ganando la paz con la guerra, había de rescatar aquel 18 de julio de 1936 que llevó un eco de clarines africanos a la tumba madrileña del General.{13}

El 14 de abril de 1931 se proclama la II República y González-Ruano, se pregunta a sí mismo: «¿Qué ideas políticas eran las mías?». Para él eran bastante confusas, por un lado era redactor de un diario de izquierdas como el Heraldo de Madrid, pero al mismo tiempo preparaba los papeles para entrar en la Orden de Santiago que suprimiría la República. Oficialmente se podía decir que estaba más en las izquierdas, pero jamás se planteó ser republicano porque, según cuenta, la República llegó de una manera bastante extraña vistas las cosas desde la calle. Una chusma entre siniestra y pintoresca lo invadía todo gritando cosas irracionales. «Madrid se puso feo, denso, canalla. Pasaban masas lívidas de energúmenos que gritaban y pretendían llegar a Palacio para asaltarlo. Salieron unas mujeres feroces que nunca habíamos visto, insultando al Rey y a la Reina con canciones absurdas. Todo aquello encogía el alma.»{14}

En el verano de ese año se publicó el libro sobre el poeta francés, Carles Baudelaire, fallecido en 1867. Esta biografía significó para la vida literaria de González-Ruano, un verdadero trance. Hasta esta fecha todos sus libros habían sido libros de circunstancias, sólo para ganar dinero. Con éste, algo fue distinto porque para escribirlo dejó todo. No sólo escribía diariamente, sino que pensaba en él despierto y dormido. En medio año no se ocupó de otra cosa. Lo refleja en el prólogo: «Crecido en el silencio de medio año, este manuscrito es la venganza de todas mis prisas, de los libros de circunstancias escritos en diez o doce días, de tanto reportaje y tanta interviú hechos con la atroz desgana profesional de quien sabe que la interviú es sólo la expresión de la necesidad al servicio de la necedad. Lo he escrito incluso cuando no lo escribía»{15}. Con motivo de su publicación, le organizaron un banquete que se celebró en el Círculo de Bellas Artes donde acudieron muchos y conocidos escritores. Hubo discursos, incluso el homenajeado tuvo que decir unas palabras, él que era terriblemente tímido y que con las prisas de terminar apenas había comenzado; pero habló de una España más fina, más liberal y menos democrática. Acabó anunciando su escisión de la prensa republicana y su oposición al nuevo régimen.. Al poco tiempo se le acercó una persona que no conocía, que dijo llamarse Juan Pujol quien, después de escuchar sus palabras, le hizo la siguiente reflexión:

–Me parece que ha quemado usted sus naves.:

–Sí…yo creo que, al menos esas naves, acaban de arder.

–¿Y usted tiene otras?

–Francamente, no. Hace veinte minutos no sabía que iba a decir lo que he dicho.

Entonces Pujol, a quien insisto que no conocía hasta entonces personalmente, aunque claro está que había leído en ABC muchos artículos suyos; Pujol, que no sabía por qué había venido a aquel banquete donde todas eran gentes de izquierdas, me dijo:

–¿Quiere usted venirse mañana conmigo?

–¿Adónde?

–Acaban de hacerme director de Informaciones. ¿Le puede convenir?

–Y me convino. Pero lo hice con todas sus consecuencias: publicando una carta en el periódico de ruptura con la República y lo republicano{16}

Y por un artículo que publicó en ese mismo periódico el 23 de noviembre de de 1931, titulado: Señora: ¿se le ha perdido a usted un niño?, le concedieron, en 1932, el premio Mariano de Cavia instituido por Torcuato Luca de Tena y que reproducimos dado su interés. El jurado lo componía Manuel, Machado, Salvador Canals, el conde de Gimeno, Ricardo León y el marqués de Lema:

Señora: ¿Usted recuerda si se le ha extraviado su chico? Señora, piense bien, repase la casa. Hace cuatro días que el pequeño no bulle por los pasillos, no la echa al cuello sus bracitos, no coger perras a la hora de acostarse.

Señora, siempre tuvo usted muy mala memoria. Pasan de la docena los bolsos que ha perdido. Decidió ya no usar paraguas, porque se lo perdían cuando los llevaba abiertos. ¡Pero el chico!

El niño tiene año y medio. Cuando se le aupaba hasta el reloj del comedor, movía su mano acompasadamente y con su vocecilla le hacía reír a usted, señora, diciendo: «Tan-tán, tan-tán».

¿No se ha dado usted cuenta, señora, de que lleva cuatro días sin hacer a su niño las sopitas y las papillas, que lleva cuatro días sin meter la ropita de su cuna, sin que cuando llega la media noche tenga que dejarle una mano para que se vuelva a dormir tranquilo…?

Señora: Su chico tiene los ojos negros, el pelo castaño. ¡Cuántas veces no ha dicho que las varicillas las sacaba a su abuela! Su color es sonrosado. La boca se frunce en un gesto mimoso, enfurruñado, encantador. Usted lo había sacado a la calle, él iba de su mano, porque ya daba sus pasitos vacilantes y menudos. Lo había sacado usted a la calle, señora, con la bufandilla abrochada a su cuello, con su delantalito, con las sandalias que le había comprado recientemente… y le olvidó en una esquina.

Señora: Piénselo bien. Se quedó el niño solo, al anochecido, cuando iba a salir la luna grande del miedo, viendo con sus ojitos negros y atónitos cruzar lo automóviles, sangran en el asfalto mojado los anuncios luminosos… Se había quedado allí solo el pobrecito de Dios, con la mano vacía de su mano, con los ojos vacíos de sus ojos, con los oídos vacíos de su voz de usted… De su voz, señora, que le dormía cantando las dulces nanas cargadas de melancolía… ¿No le cantaba usted, señora, aquella nana del rey David? El niño oiría las palabras de la cancioncilla, que, no entendiéndolas, le daban su verdadero valor emocional cerrándole poco a poco los párpados...

Estándose bañando
la hermosa Judhit,
por una ventanita
la vio el rey David…

Señora: Un hijo no se tiene como un milagro. Nace de un pacto quye pudo ser de amor, con vida en la vida de la madre va formándose, con dolor se pare y del pecho de la madre comienza a vivir, reclinando su cabeza sobre la tibia carne, siendo en el pecho una medallita de ternura.

Señora: No se puede olvidar en la calle un niño como quien olvida un bolso o un paraguas.

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El gobierno civil ha facilitado una nota a la prensa anunciando el encuentro de un niño, como de dieciocho meses. Hace cuatro días y nadie ha reclamado al niño. ¿en esos cuatro días el niño no ha reclamado nada en ninguna conciencia? Producen tristeza noticias así. Es feroz y es doloroso. Su manita tierna y blanca, la que llevaba el ritmo del reloj cuando hasta el reloj lo aupaban, parece salir de Madrid y arañar el cielo. ¡Pequeña mano blanca! Enorme mano, más grande ya que toda la ciudad, donde el niño perdido estaba solo bajo la luna del miedo que le daba a beber leche de plata, leche de sueño… ¡Pequeña mano blanca!

Días más tarde le ofrecieron un banquete donde asistieron más de trescientos comensales. Algunos de ellos hicieron uso de la palabra para terminar el mismo homenajeado quien, muy emocionado, dice no hallarse con suficientes recursos oratorios por lo que va a decir lo lleva escrito. Señala, en primer lugar, su agradecimiento a todos los oradores que le precedieron en el uso de la palabra por tantas bondades que han tenido con él, y da gracias a Dios que le permite emocionarse todavía. Tiene, finalmente unas palabras de alabanza a su director. Juan Pujol «al que llama su director espiritual.»{17}

Su paso por Informaciones no duró mucho tiempo. El dueño del periódico, Juan March, estaba a matar con Indalecio Prieto. Un día aquél se enteró que el hijo menor de Vicente Blasco Ibáñez, Sigfredo, diputado en las Cortes Constituyentes, andaba diciendo barbaridades del socialista. March quiso aprovechar la ocasión `para que su periódico entrevistara a Sigfredo Blasco y le tirase de la lengua en lo de Prieto. El encargado de hacer la entrevista fue González-Ruano, pero cuando salió publicada, el entrevistado negó, a través de la prensa de izquierdas, esas declaraciones. Prieto amenazó a March diciéndole que lo iba a aplastar. El financiero cogió miedo y pidió al director que expulsara a González-Ruano con una nota pública en el periódico. Así se hizo y así salió de Informaciones con enorme pena de Juan Pujol a quien tenía mucho aprecio, aprecio que era recíproco Muchas veces el tiempo arregla las cosas porque volvieron a llamarle de Informaciones donde comenzó a escribir firmando sus artículo con el seudónimo de César de Alda. No pasando mucho tiempo, Juan Ignacio Luca de Tena le ofreció un puesto en ABC. Después de consultarlo con Juan Pujol, aceptó y aunque su contrato con el diario monárquico era en exclusiva, escribió algún artículo, firmando como Pedro de Agüero, incluso como César de Alba, para Informaciones. También colaboró en el periódico La Nación y en la revista Acción Española, donde se encontró con Ramiro de Maeztu.

En febrero de 1933, Luca de Tena le ofrece ir de corresponsal a Berlín. No sabía nada de alemán pero aceptó.Llegó de sobra a tiempo de ser testigos de las elecciones que iban a tener lugar el 5 de marzo y que fueron las últimas elecciones democráticas bajo el gobierno de Hitler. Su estancia en Alemania le valió para escribir el libro que llevaba por título, Seis meses con lo nazis, publicado en el mes de octubre de ese mismo año, cuando él ya estaba de nuevo en España desde el mes anterior. En este tiempo tuvo varios cambios de impresiones con José Antonio que estaba a punto de fundar Falange y le interesaban todas las informaciones que el periodista le pudiera dar. Incluso reveló a éste sus próximas intenciones, aunque tenía muy serias dudas sobre si adoptar o no la jefatura del Partido que iba a formarse. «Su principal recuerdo –nos dice González-Ruano– era principalmente su condición de hijo del Dictador y que pudiera confundirse el movimiento como una cosa más de señoritos reaccionarios con una nueva Unión Patriótica, o con un partido de la porra a lo doctor Albiñana. Por esa misma época, José Antonio tenía mucha preocupación de si `podría atraerse a los socialistas, y por un tipo por el que tuvo mucho aprecio fue por Ángel Pestaña»{18}: González-Ruano sabía que José Antonio estaba decidido a entrar en política desde el mismo día que lo vio presidiendo el entierro de su padre; pero cuando llegó el acto de la Comedia, González-Ruano no asistió. Se lo contó a José Antonio y éste le escuchó sonriente porque tampoco le dio mayor importancia. Volvieron a encontrarse en el entierro de Matías Montero, estudiante de Medicina «antiguo miembro de la FUE y ex simpatizante comunista»{19}, asesinado «por el afiliado a las Juventudes socialistas Francisco Tello Tortajada, que le disparó dos tiros por la espalda.»{20}

Al día siguiente, José Antonio sufrió un atentado al salir de un juicio. Dos horas después, González-Ruano se encuentra con él en casa de Julio Ruiz de Alda donde también estaba Rafael Sánchez Mazas. «La Trinidad oficial de un credo –piensa Ruano–. En la misma habitación, como en uno de aquellos cuadros de muchas figuras, muy del gusto ochocentista, una sociedad juvenil formada alrededor de la anécdota de hoy, por el concepto y no por la anécdota. Cruza de un lado a otro –lebrel–alfil dirían los Eugenios– de sí mismo– José María Alfaro, y el fiel de dos marqueses de Estella, Gómez ,cuenta cómo ha sido mientras Cuerda, Sarrión, pasantes y auxiliares valiosísimos del despacho de José Antonio Primo de Rivera; acuden al teléfono, tranquilizan y dan órdenes a los que esperan en el otro despacho, porque la casa de Ruiz de Alda, como ocurría con aquellas floridas cortes errantes del rey barbado y sin corona, es en este momento cuartel general»{21}. Y en este mismo cuartel por el procedimiento del catecismo del padre Ripalda. Preguntas y respuestas a palo seco, le dice:

–¿Vio usted quién disparaba?.

–No pude verlos. Oí primero una explosión y luego el ruido de dos o tres detonaciones. Paré el coche y como oyera, al saltar, que huían por la calle de Altamirano, corrí por ella sin conseguir encontrar a nadie. Me dicen que fueron cuatro, cuya retirada cubrían otros tantos.

–¿Iba usted en el coche con…?

–Sarrión, defensor de uno de los procesados en la vista de la que salíamos, Cuerda y Gómez. Ninguno vio a nadie.

–¿Esperaba usted este atentado un día u otro?

–No.

–¿Le concede usted importancia como síntoma?

–Sí. Hasta ahora los atentados últimos eran de tipo marcadamente sindical, pero no políticos..

–¿Sospecha usted de un credo político o social determinado?

–No

–¿Creee usted relacionada el suceso con su actuación en la vista que se acababa de celebrar en la cárcel, con motivo del asesinato de Jesús Hernández?{22}

–No, Creo, esto sí, que este atentado no tiene el mismo origen que otros de los que tenemos que lamentar las primeras víctimas del fascismo español. Y creo que sus ejecutores pertenecen a un grupo o sociedad perfectamente organizada que recoge indistintivamente una inspiración política u otra, siendo, en definitiva, un servicio alquilado sin más complicaciones.

–¿Qué importancia le concede usted al atentado en sí, para la influencia que pueda ejercer sobre los vientos que mueven el estado de cosas que usted preconiza?

–Para el movimiento en sí, yo no puedo especular con el atentado como pudiera hacer una estrella de varietés con el robo de unas alhajas. El movimiento tiene su contenido en sí y por sí, y estas cosas puramente anecdóticas no tienen ningún interés ni hemos de darle nadie la menor importancia.

La conversación ha entrado en un derrotero más íntimo. Me interesa ahora conocer el efecto que personalmente, como hombre, le ha podido causar a José Antonio Primo de Rivera este atentado. Ha usado de este día después de sucedido el hecho que nos ocupa y preocupa, como de otro cualquiera. A las tres de la tarde se fue a almorzar a su casa de Chamartín. Con naturalidad absoluta este hombre que tiene esa sequedad dulce, esa sosería gallarda de jerezano de tipo inglés, frío y humano preciso y sin alboroto me dice riendo:

–¡Claro que me fui a comer!...¿Qué quería usted que hiciera? Cualquiera se queda sin comer después de sufrir un vista y un atentado.

Un momento ya de pie:

–¿Me permite usted una pregunta muy de interviú?.

–Desde luego.

–Con esto de la interviú, recuerdo los mejores años –pobreza, afán y risa– y acabo por encariñarme…Usted se da perfecta cuenta, dichas las cosas como son, de que ha podido morir el 10 de abril de 1936. ¿No es esto?

–Ahora…, sí. Antes no tuve ninguna sensación ni siquiera de peligro. Fue todo rápido, inesperado. ¿por qué me lo pregunta usted?

–Para que usted me conteste a una pregunta final. ¿Por qué hubiera usted sentido más morir esta tarde?

–Por no saber si estaba preparado para morir. La eternidad me preocupa hondamente. Soy enemigo de las improvisaciones, igual en un discurso que en una muerte. La improvisación es una actitud de la escuela romántica, y no me gusta.

Salgo. En la calle a la calle, como en las buenas interviús de hace años, cae una lluvia fina sobre nuestro Madrid indeciso, bárbaro, bueno y alegre.{23}]

El año inmediatamente siguiente fue alegre y peligroso. Había rebasado los treinta años y sus artículos en el periódico iban a la cabeza de las colaboraciones en la prensa. española. Le unía una gran amistad a Rafael Sánchez Mazas, Pedro Mourlane Michelena y Eugenio Montes. Cuando Luys Santa Marina iba por Madrid también se veía con él. Más jóvenes que ellos ya comenzaban a ser conocidos, dentro del mundo literario, Camilo José Cela y Rafael García Serrano. En la crónica política: Ismael Herraiz y José María Sánchez Silva. En poesía Pedro Salinas, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Agustín de Foxá y Federico García Lorca, Leopoldo Panero, Miguel Hernández, Luis Rosales etc. Fue también la época en que por primera vez la literatura se asomaba a los periódicos por necesidades económicas, y porque no quería renunciar a sus mensajes y a su destino. Por esa misma época tuvo serias amenazas de muerte por parte de las juventudes socialistas a consecuencia de algunos artículos que había escrito y por eso lo llamaban «cochino fascista» cuando lo veían por la calle.

El 28 de marzo de 1936, sale de España para un viaje que, por circunstancias de la guerra civil, habría de convertirse en una larga ausencia. Su destino era, por fin, Roma como corresponsal. Primero hace escala en Barcelona y en esta ciudad le esperaba su entrañable amigo, el periodista Manuel Bueno que después sería asesinado en Montjuich, por los rojos, en agosto de 1936. Pasaría por Marsella, Niza y Génova antes de llegar con los cinco sentidos a la Ciudad Eterna y el alma llena de emociones. También la responsabilidad de sustituir a Eugenio Montes. Recorría diariamente la ciudad de punta a cabo. Era feliz en aquel lugar y feliz con su trabajo escribiendo artículos para ABC. Visita en el Gran Hotel de Roma al rey Alfonso XIII. El Papa, entonces Pío XI, lo recibe en una de esas audiencias llamadas privadas, pero que en realidad no lo son porque es mucha gente la que acude, aunque no en el tropel de otras que no son llamadas privadas. Por asuntos familiares hace un viaje rápido a España. Era el mes de junio cuando llega a Madrid que lo encuentra odioso, cargado de ordinariez y de resentimiento. A los pocos días regresa a Roma y se encuentra con la artista Raquel Meller que le invita a su casa de Villafranche (Francia), Quedó en ir el día 14, pero un día antes desde el diario ABC le informan del asesinato de Calvo Sotelo. Duda cumplir el compromiso, pero como tenía comprometida la fecha salió para Francia y aquí la noticia de que en España había estallado la guerra civil.

Volvió a Roma y se encontró con instrucciones del periódico para que continuara enviando sus crónicas para la edición de Sevilla. Al mes siguiente, un grupo de españoles, incluido él, obligaron al embajador a que abandonara la Embajada. Una vez que el embajador entregó las llaves y firmó todo cuanto se la había pedido, Ruano fue nombrado agregado de Prensa. Todas las tardes acudía al Círculo de la Prensa Extrajera y allí escribía sus crónica que después enviaba al periódico. Un día presintió la muerte de José Antonio pocos días antes de que lo asesinaran. «Fue en una noche concéntricamente tibia en el invierno romano. En la plaza de España, alguien pasó junto a mí que se parecía físicamente a José Antonio, lo que no era tan extraño, porque José Antonio podía muy bien pasar por un romano. ¿No te ha recordado a José Antonio? Es un claro anuncio de que va a morir. Y temblé, cogiéndome del amado brazo que me acompañaba, presintiendo que ya no sólo aquella sombra que cruzaba, sino todo en la vida, me recordaría siempre a quien había sido el primer doncel de las Españas.»{24}

Al siguiente año saludó en Roma a los poetas Adriano del Valle y Manuel Díez Crespo que habían llegado de Sevilla con una expedición de «flechas españoles». Con ellos había llegado también el tenor Miguel Fleta. Conoció más tarde a Curzio Malaparte que le pareció desde el primer momento una personalidad llena de interés. A Dionisio Ridruejo que le causó una excelente impresión. La conquista de Santander la recibió con enorme alegría puesto que casi toda su familia vivía allí. En Roma publicó el único libro que escribió en Italia, un libro de poemas titulado Misterio de la Poesía. Entrevistó a Mussolini y éste le dedicó una fotografía. Cuando se despidieron el Duce le dijo: «¡Arriba España!». Para Ruano, Mussolini fue «el hombre más importante que tuvo Italia y quizá Europa en nuestro tiempo. Es cierto que tenía mucho de estatua, pero nada de piedra; una estatua para la que hubiera posado el mármol y, a golpe de vida, se hubiese hecho la carne como una obra maestra»{25}. En el segundo aniversario del asesinato de José Antonio varias personalidades italianas asistieron a un acto solemne en honor del fundador de Falange, y González-Ruano leyó una loa. Ya casi finalizada la guerra civil en España, recibió la visita inesperada de Sánchez Mazas a quien quería y admiraba.

En noviembre de 1939 cierra las ventanas de su casa y, dispuesto a cumplir el deseo de ABC, se fue a Berlín a esperar allí la guerra a que viniera poco a poco como cualquier enfermedad que algún día ha de llevarnos de este mundo.. La alarma había sonado en toda Europa. Había llegado, tal vez, la hora de morir. El día 15 de ese mes llegaba a la capital de Alemania. Hacía frío, había nevado y aún no se notaba mucho la guerra. Conoció a españoles, la mayoría corresponsales de algunos medios, entre ellos Ismael Herráiz que lo era de Arriba. Todos se veían casi a diario y, como no podía ser de otra manera, comentaban la guerra que seguía sin notarse en Berlín. González-Ruano llega a decir que cuando las tropas alemanas entraron en París ni tan siquiera hubo ediciones extraordinarias. El público seguía indiferente en las calles. Un día los alemanes llevaron a los corresponsales extranjeros a ver los paisajes del combate una vez ocupada Holanda, Bélgica y Francia.

Cansado de estar en la capital alemana decidió marchar a París en octubre de 1940. Desde aquí escribió al periódico diciéndoles que su deseo era volver a Roma, pero la respuesta fue negativa. Como no estaba dispuesto de volver a Berlín perdió el trabajo en ABC. Sin obligaciones profesionales se dedicó a conocer la capital francesa y a hacer amistades con españoles. Eran, principalmente, pintores y escultores. Su indiferencia por todo lo relacionado con la literatura fue tal que apenas leía, aunque en los primeros días de enero de 1941, por su aprecio con el editor Jean-Gabriel, publico Ángel en llamas, libro que contenía parte de los sonetos escritos en Berlín y otros en Francia al poco tiempo de instalarse en este país. Conoció, de casualidad, al poeta francés Paul Eluard, marido de Gala, la después mujer de Salvador Dalí. Su relación con los pintores le llevó a comprar y vender pintura. Algo que le divertía mucho. En París también hizo tertulia con Santiago Alba y Gregorio Marañón.

El 10 de junio de 1942 fue detenido en París por la Gestapo. Mucho se ha especulado sobre la detención, pero uno llega a la conclusión que lo que más les hizo sospechar a los alemanes fue su marcha de Berlín y su llegada a París donde vivía sin ninguna ocupación conocida. Después de pasar unos meses en la cárcel y sufrir varios interrogatorios, con la ayuda de Gregorio Marañón y de José Félix Lequerica, fue puesto en libertad. Su paso por la cárcel Cherche-Midi, le sirvió para escribir un largo poema que llevaba por título Balada de Cherche-Midi. Escribió también una pequeña obra de teatro que se estrenó en París en diciembre. La obra se titulaba Puerto de Santa María que tuvo bastante éxito de público y crítica. Ya metido en el año 1943, el 28 de enero abandona París para regresar a España. Primero hace un alto en el camino visitando el País Vasco francés donde tenía unos amigos. Aquí estuvo hasta el 7 de marzo que cruza la frontera. Su entrada en España, de la que faltaba hacía siete años, le causo mucha impresión, hasta se fija en los letreros en español que para él eran como algo novedoso, después de tanto tiempo sin leer uno. «El propio idioma escrito es más impresionante que hablado», llegó a escribir. Se dirige a Madrid donde pasó pocos días. Fue al Café Recoletos y allí permaneció en su rincón de siempre como un verdadero fantasma. Al enterarse sus amigos de su presencia, le organizaron una cena donde pudo ver a los de siempre y a alguno más. Encontró Madrid estupendo y cordial y se hizo el propósito de volver cuando le fuera posible. Todos le preguntaban la fecha de su regreso, pero no sabía contestarles. Volvió a París, pero poco aguantó porque pronto regresa de nuevo en Madrid donde un día, después de visitar al doctor Marañón y de cenar en casa de Eugenio Montes, se van todos a casa del periodista Román Escohotado en la que se encuentran con Eduardo Llosent Marañón que iba acompañado de su bella esposa Mercedes Fórmica la abogada falangista que tanto hizo por la mujer en España. También vio a su amigo el poeta Samuel Ros de quien hacía tiempo no sabía nada y a quien en su muerte, enero de 1945, Ruano le dedicaba en La Vanguardia un artículo con el título Samuel Ros o la vocación.

Como no paraba de moverse, después de encontrarse con varios conocidos, dar varias vueltas por Madrid y, acudir a algún periódico sin fines aún profesionales, volvió de nuevo a París no sin antes parar en San Sebastián para ver a unos compañeros. En la capital de Francia, estuvo poco tiempo porque viaja a Marsella y Montecarlo. Visita Suiza donde pidió audiencia para ver a la ex reina Victoria Eugenia. Vuelve a España y viaja a Portugal donde ve a José María Gil Robles y visita al embajador Nicolás Franco. Otra vez nuevamente regresa a París donde definitivamente se despide para regresar a España. Lo hace a mediados de septiembre de 1943 y después de breves estancias en San Sebastián, Bilbao y Madrid, llega, a principios de octubre, a Sitges con la intención de quedarse, al menos por una temporada grande..Una vez instalado comienza su vida profesional colaborando en el periódico La Vanguardia y en la revista Destino. En la prensa de Madrid en Informaciones y en el diario Madrid. También para Radio Nacional y Radio España de Barcelona. Así organizó su trabajo en «El Chiringuito», al lado del mar, de ese mar que equivocó la paloma del poeta cuando creyó que el mar era el cielo. Hoy quien visite Sitges puede ver esta inscripción en una de las paredes exteriores de aquel café del paseo de la playa:

En este chiringuito el gran maestro que fue de periodistas don César González ruano, escribió durante 5 años, en la mesa de azulejos que hay en el interior, sus artículos diarios a La Vanguardia y el famoso libro Huésped del mar dedicado a Sitges. Él bautizó este local con el nombre de «chiringuito», expresión que se popularizó en el resto de España a partir de entonces. Se decía en aquellos tiempos que chiringuito era una palabra que en Cuba se utilizaba para pedir un café.

Durante este tiempo también escribió libros: La alegría de andar y Manual de Montparnasse son un ejemplo. Dice que sin duda ya había publicado, tanto en libros como en artículos, algo así como veinte veces más que cualquiera de su generación. A los cuarenta años tenía casi media docena de editores que le entregaban dinero por un libro que anunciara que iba a escribir. Lo mismo le pasaba con los artículos que siempre encontraba varios medios donde publicarlos. En junio de 1944, en la boda de Dionisio Ridruejo, conoce a Serrano Suñer, personalidad que siempre le había interesado porque le parecía un hombre de cabeza clarísima y de ideas sorprendentes. En la localidad cercana a Sitges, Villanueva y Geltrú, se ve con Eugenio d'Ors. Otro día invita a Camilo José Cela a Sitges, después de haber pasado éste por Barcelona donde dio una conferencia en el Ateneo.

Muy al final, el haberse instalado en Sitges comenzó a considerar de que había sido un error. Lejos de encontrar un lugar de descanso empezó a pensar que lo era de cansancio. Gastaba mucho y si tenía que ir a Barcelona a cobrar alguna cantidad con la que podía vivir cómodamente aquel mes,, se quedaba a dormir y vivir la noche con lo que regresaba casi enfermo y con menos de la mitad de lo que había cobrado. Comenzó a reflexionara que Sitges era un callejón sin salida. No se encontraba a gusto y comenzó a plantearse la posibilidad de volver a Madrid. Pero un día de abril de 1947, recibe una carta de su buen amigo el periodista Francisco Lucientes que estaba de corresponsal de la Prensa del Movimiento en Nueva York. Le anunciaba su venida a España y a Bilbao va Ruano a recibirle porque el viaje lo hacía en barco. Pasados unos días fue Lucientes a Sitges donde empieza a preocuparse por el estado de salud de su amigo. Le convence de que lo mejor para su recuperación era ir a un sanatorio. Al final se decide y en el mes de junio marcha a Bilbao donde ingresa en el sanatorio Begoña. A los dos días dejó el sanatorio y se instaló en un hotel en Portugalete donde permaneció unos dos meses para regresar definitivamente a Madrid una vez que físicamente se encontraba bien después de haber seguido el tratamiento médico.

En la capital de España fue bien recibido por los compañeros de su época y por los que ya venían destacando como José María Sánchez Silva, Rafael García Serrano, a los que ya conocía, Conoció asimismo al poeta José García Nieto, que le causó muy grata impresión, y a Bartolomé Mostaza, periodista insigne y buen poeta. Escribió en el diario Arriba, con cuyos directores, primero Xavier de Echevarri y. después, Ismael Herraiz, se entendió perfectamente. Sus colaboraciones eran asimismo distribuidas a otros medios, como La Vanguardia, etc. En este plan siguió durante muchos años. Dando conferencias también. Como la que pronuncio en el Instituto de Cultura Hispánica que terminó diciendo que el epitafio que pondría sobre su tumba sería el de «todo fue muy distraído».. Descubrió a un joven Enrique de Aguinaga, «finísimo cronista», quien años más tarde se presentó al premio González-Ruano creado en 1975 en su honor. Una de las personas que formaban parte del Jurado era Francisco Umbral quien al leer el nombre de Aguinaga, como uno de los que optaban al premio, escribió un duro artículo en el diario gubernamental El País llamándole «ilustre carroza de Arriba». Diciéndoles además al entonces presidente González: «…o se va a la depuración, aunque la palabra tenga connotaciones siberianas, o aquí no damos un paso»{26}. Umbral seguidamente fue expulsado del Jurado por revelar el nombre de uno de los participantes ya que una de las normas del concurso prohibía hacer público cualquier nombre. Aguinaga en un escrito que enviaba al ABC, termina diciendo que «el hecho de que Francisco Umbral se declara partidario de la depuración política o, si a mano viene, del chequismo, es una cuestión de gusto o de conciencia que le pertenece. Ahora bien, el modo con que exalta la depuración como instrumento de gobierno interior, me obliga a decir, por si no lo sabe o por si le complace o por si se lo quiere decir al presidente González, que ya he sido depurado laboralmente con gran quebranto material, por la pérdida del fundamento económico de mi casa y no menos quebranto moral por la iniquidad de la operación»{27}. Finalmente Aguinaga se retira del Premio González-Ruano.

Unos días después de haber salido de una clínica por un proceso vascular, enfermedad que venía arrastrando hacía años, falleció en Madrid el 15 de diciembre de 1965, Cesar Gonzáles-Ruano, el poeta de vida poética que nos dejó este bello poema, seleccionado por Juan B. Bergua en su libro Las mil mejores poesías de la lengua castellana:

Alguien cuando pase el tiempo,
y encuentre mi calavera
el tiro que no me ha dado
buscará en la sien entera

Y en las cuencas de mis ojos

querrá adivinar tal vez
lo que vi…cuando veía
y que yo nunca miré.
A ese piadoso erudito

que busque el paso borrado
–¡un débil paso terreno!–
de la vida de un cansado
de sí mismo, quiero dar
esta confesión tardía
resuelta en un epitafio,
pues que puedo todavía.

Vino, venció. Fue vencido
en lo que quiso vencer.
Escribió, y en el tintero
dejó lo que quiso hacer
por hacer lo que quisieron.
Y se fue...

Notas

{1} GONZALEZ-RUANO, CÉSAR: Don Miguel de Unamuno.Editora Naciona, 4º edi. Maddrid, 1965, págs. 140 y 141.

{2} GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: Memorias. Me medio siglo se confiesa a medias. Tebas. Madrid, 1979, pág. 205.

{3} Ibid., pág. 218.

{4}GÓMEZ SANTOS, MARINO: Crónica del Café Gijón. Biblioteca Nueva. Madrid, 1955, pág. 46.

{5} Ibid., pág. 51.

{6} Diario Heraldo de Madrid, 11-III-1930, 1ª pág.

{7} GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: Op. cit. , págs. 199-200.

{8} Alude a Antonio María Sbert,líder de los movimientos estudiantiles de oposición al dictador.

{9} Obras Completas. Plataforma 2003, Madrid, 2007, pág. 110.

{10} Acompañaban al General en ese momento, sus hijos Carmen, Pilar y Miguel.

{11} GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: La memoria veranea. Rafael Borrás, editor. Barcelona, 1960, pág.230.

{12} Ibid., págs. 230 y 231.

{13} GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: El general Primo de Rivera. Ediciones del Movimiento. Madrid, 1954, pág..11

{14} Ibid.: Memorias…Op. cit., pág. 263.

{15} Ibid.: Baudelaire. Backlist. Barcelona, 2008, , pág. 24.

{16} Ibid.: Memorias…Op. cit., pág. 265.

{17} Diario ABC, Madrid, 24-IV-1932, pág. 50.

{18} GONZÁLEZ-RUANO, CÉSAR: La memoria…Op. cit., pág. 232.

{19} TAGÜEÑA LACORTE, MANUEL: Testimonio de dos guerras. Ediciones Oasis, México, 2º edición, 1974, pág. 55

{20} DE LA VEGA GONZALO, FRANCISCO DE ASÍS: Aniquilar la Falange. Tarfe. Oviedo, 1999. pág. 56.

{21} Diario ABC, Madrid, 11-IV-1934, pág. 21.

{22} Falangista fallecido el 25 de marzo a causa de las heridas recibidas en un atentado dos días antes.

{23} Diario ABC, Madrid, 11-IV-1936, págs. 21 y 22.

{24} GONZÁLEZ-RUNAO CÉSAR; La memoria…Op. cit., pág. 236.

{25} Ibid.: Memorias….Op. cit., pág. 438.

{26} Francisco Umbral después de haber colaborado en la prensa del Movimiento, Proa, de León, o en la revista Cisne, del SEU, por ejemplo, no tuvo ningún rubor de presentarse al premio que lleva el nombre del falangista César González-Ruano, y ganarlo en 1979. Se conoce que lo que él pidió para Aguinaga no lo quiso para sí mismo. Recuerdo de Umbral su libro Capital del dolor, escrito con tantas trampas como letras.

{27} Diario ABC, Madrid, 24-II-1983, pág. 39.

 

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