Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
El surgimiento de PODEMOS como partido político ha conseguido de forma institucional agrupar una serie de voces que desde distintos medios de comunicación nacional e internacional han sido tratadas recurrentemente como «alternativas», «anti–capitalistas», «anarquistas», «altermundista», etcétera. Más allá del epíteto identificatorio lo cierto es que todos ellos acuerdan en distinguirse del sistema capitalista como ordenamiento socio–económico. Una distinción que pretende ser antagónica con lazos críticos desde una supuesta alternativa con remembranza socialista. Sin embargo, esta lectura de los acontecimientos esconde un trasfondo que llega a revelarse incluso paradójico y muy distinto del proveniente de la mass media. Y es que aquello calificado como «anti–capitalista» no sería más que el puro desdoblamiento de la ideología capitalista en su máxima expresión. Un desdoblarse que expone como reacción antitética la propia exhortación del devenir capitalista.
A partir de esta consideración analítica ocuparemos las siguientes líneas corroborando la siguiente afirmación: La libertad de elegir directa y asamblearia que defiende PODEMOS lejos de ser una resistencia a fuerzas capitalistas y de orden económico hegemónico, no son más que esas fuerzas en su estado más puro. La afirmación me parece tan contundente que dedicaré el resto de esta reflexión a explicarme advirtiendo de la imposibilidad para aclarar todos los matices que tal aseveración desprende.
Lo primero que surge de esta cuestión toma forma en la siguiente pregunta; ¿qué se esconde detrás de esta aparente paradoja? Ideología. Pero una ideología en un sentido elevado del término, no una ideología funcionalista entre derecha e izquierda, sino una «radicalmente ideología». Una ideología que no puede distinguirse sino es a condición de elevar el fondo del discurso –de ahí su eficacia– y llevarnos a derroteros muy incómodos como el de asimilar democracia o a un peor, su proyección universal en forma de derechos humanos con el capitalismo liberal (ver entre otros a Zizek). Y es que, aunque aparente ser su contrapunto, el sistema de gobierno defendido en PODEMOS no es más que la asimilación mimética del proceder «ontológico» del sistema de libre mercado: libertad de elegir. PODEMOS subordina, y hace bien a mi juicio, la libertad de elegir en el mercado a sus efectos derivados de la desigualdad y concentración material, entre otros. Sin embargo, no actúa de la misma manera en cuanto a la libertad de elección política se refiere. ¿Porque?
Bueno aquí se revela una parte de la ideología misma. La libertad de elección política es tradicionalmente asimilada des–problematizada, pues a nadie se le niega en principio la posibilidad de elegir, es decir, y poniéndonos pedantes, la «autonomía de la voluntad» queda aparentemente salvaguardada. Sin embargo, en el reconocimiento de esa libertad se están negando otras implicaciones que, solo en caso de ser reveladas, harían estremecer el grado moral del asunto. Justificar las decisiones políticas por mayoría es la base de la democracia –tan asentada como mitificada (véase Canfora, 2013) –, si bien, no debería ser la entera base de la política una exclusiva justificación por mayoría. O en otros términos, ni todo se puede votar, si tampoco se debe. Si nos «aterroriza» que el sistema capitalista someta un Picasso a su exclusivo valor de cambio –juego «libre» de oferta y demanda–, por lo que de reduccionista supone hacia Picasso y al arte en general, ¿no debería acaso producirnos la misma consternación el valor de cambio en la esfera política? A esta interrogación solo podemos dar fiel respuesta si brevemente describimos algunas de las consecuencias normativas derivadas de un régimen político de exclusiva mayoría. Aprobar por mayoría todas las decisiones, tal y como asume PODEMOS, implica desde nuestro particular estado histórico que aquello elegido se consuma necesariamente en el acto mismo de elección. Aunque a tal acción se le supone una intrínseca conexión con un cierto contenido que fundamente lo elegido –a riesgo de convertir la elección en un proceso tautológico de terrible esterilidad–, no parece que hoy día lo merezca (véase a Bauman). El enunciado «es lo mejor, porque es lo más votado», niega categóricamente cualquier sustancialidad en lo elegido, reconociéndose estrictamente en el acto formal de elección. Cosa diferente –lo que nos llevaría a un estado más deseable– sería transmutar el enunciado a «es lo más votado, porque es lo mejor». Aunque esto parezca intolerablemente evidente, tiene implicaciones no tan inmediatas. Asimilar lo relevante de las decisiones políticas a «es lo mejor porque es lo más votado» es como valorar el trasfondo artístico de Picasso al número de visitas al museo. O en palabras del gran sociólogo K. Polanyi, es trasplantar la economía del mercado a una sociedad de mercado y ya puestos a una política de mercado.
¿Pero es acaso PODEMOS una política de mercado en términos metafísicos? Eso parece, pues la libertad de elección –sintomático de la economía neoliberal– es alzado como su baluarte. Y siendo esto así, ¿debe ser tan preocupante la libertad de elección en una sociedad–política de mercado? Si rotundo, pues el valor de lo elegido será necesariamente contingente, es decir, quedará arbitrariamente sometido al principio de superficialidad. Una superficialidad relativa a la superficie, sin carácter peyorativo; o en otros términos, una superficialidad sin su trasfondo comprometedor. Aquí se revela como un Todo la ideología capitalista, que resiste a su desvelamiento –pues aterroriza. Un mercado en el estricto sentido económico, político, social, cultural donde todo se puede mientras no me comprometa, es decir, mientras retorne mediatizadamente al mercado y no quede preso (de amor, de conocimiento…) en la elección –atención a lectores: parece apuntar que solo el fundamentalismo, entendido este como la asimilación radical de lo elegido nos extrae del sistema– ¿por será sino que cualquier fundamentalismo es en nuestros días condenado «fundamentalisticamente»?
¿Y en que parece deriva toda esta superficialidad que exige el mercado en un sentido extenso del término y para nuestro estado histórico particular? En una superlativización de lo positivo como requisito ontológico del funcionamiento capitalista (por ejemplo Han, 2013). Acumular implica ausencias de contra–venencias, un permanente acceder cuyo fin no es más que un medio superpuesto. La acumulación requiere de un acumular como cuerpo sistemático que encuentra en el proceso acumulativo su Ser fundamental. Ahora bien, esa acumulación no es solo de riqueza monetaria sino que afecta a toda manifestación de vida social–política quedando lo negativo suplantado, pues este solo se entiende como la barrera frente a la asintótica progresión de la libertad: una libertad igualmente castigada por la propia auto–dinámica «positiva» y condenada a la intrínseca necesidad de acumulación indefinida. Sin embargo, esta forma de libertad implica en términos de alcance un déficit crónico, pues su condición queda rebajada a una voluntad de decisiones coordinadas desde el irrealismo óntico de asumir como real lo que solo es su condición positiva. Desde este sentido terminológico, la libertad positiva queda salvaguardada de cualquier tipo de antagonismo contraproducente por medio de la cláusula teológica de la auto–regulación del mercado –las perturbaciones son automáticamente corregidas desde el propio devenir de la acción libre. Para el caso de la libertad política, y a condición de traspasar el velo ideológico, las consecuencias se hacen evidentes en: un respecto por todas las culturas del mundo –derechos humanos– sin implicarme en ninguna (pues cada cultura es respetable en sus loas y atrocidades); un carnet del partido comunista, que aburguesa sus costumbres; una camiseta del Ché que acostumbra unos Levis; un feminismo intelectual que somete el mundo a un estéril patrón de género; un llamamiento a la participación política que termina en acampada chic en una gran ciudad con guitarras y cantos. Un te quiero «light», hasta que deje de quererte; un «ser» sin límites, sin encasillamientos (como el capital); un ateísmo, en copa de religión secularizada; una ecología que produce manzanas ecológicas, un compromiso contra la pobreza que consume café «Fair–trade»; un pacifismo de retórica buenista; un intelectualismo de gafas «progres»; una revolución con coletas.
Todo ello nos lleva a asumir una verdad tan dolorosa como oculta que aflige profundamente nuestro espíritu. Y es que si fuéramos capaces de rasgar el velo de la ideología contemporánea entenderíamos que sin dinero, precarizados, sufrientes y expatriados somos más capitalistas que ningún banquero.