Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 154, enero 2015
  El Catoblepasnúmero 155 • enero 2015 • página 10
Libros

Acerca de La evolución de las ideas sobre la decadencia española de Pedro Sainz Rodríguez

Emmanuel Martínez Alcocer

Reseñamos el libro de Pedro Sáinz Rodríguez La evolución de las ideas sobre la decadencia española con motivo del noventa aniversario de su publicación.

la decadencia españolaSe cumplen este año nueve décadas desde la publicación del libro de Pedro Sainz Rodríguez (Madrid, 1897 – Madrid, 1986) La evolución de las ideas sobre la decadencia española en 1924, y, a pesar de estas nueve décadas transcurridas, el libro no ha perdido actualidad, porque no ha perdido actualidad su temática. Por ello hoy queremos rendirle homenaje con estas palabras y, al mismo tiempo, mostrar cómo el tópico de la decadencia y las polémicas sobre la ciencia/filosofía española así como «las polémicas sobre el sentido de nuestra historia» (p. 29) que el autor trata en su estudio distan mucho de haberse resuelto (si es que tienen que o pueden hacerlo).

Ya en la misma Advertencia preliminar con la que inicia la obra –cuya edición de 1962, (Ediciones Rialp, Madrid), que es la que aquí usaremos, añade a la de 1924 una serie de estudios sobre el Padre Burriel, Juan Pablo Forner, José Gallardo, Clarín, y Menéndez Pelayo, que son fragmentos de su otra obra Historia de la Crítica literaria en España, editada ya en 1989 por Taurus con prólogo de Fernando Lázaro Carreter, pero que aquí no trataremos–, muestra la crudeza y la importancia de la cuestión. El libro de nuestro autor es producto de un discurso –que constituye a su vez una prolongación de su trabajo anterior: Las polémicas sobre la cultura española (Fortanet, Madrid, 1919)– pronunciado por Sainz Rodríguez con motivo de la apertura del curso académico 1924-1925 de la Universidad de Madrid. Un trabajo este que, según nos dice, «constituye un ensayo en el que se pretende trazar un esquema de los momentos históricos en que se han producido discusiones sobre la decadencia nacional, y de los núcleos de literatura historiográfica que se han ocupado especialmente de este asunto, abordándolo modernamente como interpretaciones de la historia de España» (p. 17). Así pues, no entendamos mal, la obra que reseñamos no es un mero esquema cronológico de dichos momentos históricos de polémica, sino que «en realidad una historia de las ideas sobre la decadencia española se nutre de la exposición de estas interpretaciones que, al organizarse de una manera sistemática, vienen a constituir lo que a la manera clásica podríamos denominar una “filosofía de la Historia de España”» (p. 18). Y, añadimos nosotros, de Ideas como España, Europa, Filosofía, Imperio, Ciencia, Progreso, etc. Sainz Rodríguez además, señala que estas cuestiones de la decadencia española y las polémicas sobre el valor de su ciencia están estrechamente entretejidas –y esto, dice, le da universalidad al tema tratado– con la «batalla del racionalismo contra la Iglesia y el dogma católicos» (p. 18). Lo que nos puede dar otra pista acerca de la trascendencia del asunto.

Donde más crudeza tuvo esta cuestión para Sainz Rodríguez es durante la polémica protagonizada en el siglo XIX por Menéndez Pelayo. La defensa de la ciencia española –nosotros tendríamos que decir más bien de la ciencia en España– de Menéndez Pelayo «nació de hecho de que nuestra supuesta incapacidad científica era delegada como una verdad históricamente probada, en apoyo de la tesis que considera el desarrollo científico fundamentalmente incompatible con el predominio de la ciencia religiosa», por ello se afirmaba en aquellos momentos, y anteriormente, que «nuestra carencia de ciencia y nuestra decadencia nacional había nacido de la intolerancia y del hecho de haber puesto nuestro poderío al servicio y defensa de la supervivencia histórica de la unidad de la Cristiandad» (p. 18). A la refutación de tal presunción habría acudido la obra de Menéndez Pelayo, sobre todo en su Ciencia Española y en sus Heterodoxos Españoles. Después de las obras de Menéndez Pelayo, considera el madrileño con atino, las polémicas sobre la ciencia española y la decadencia de España no son algo que puedan tomarse ligeramente.

Así, con una prosa viva y de fácil lectura, Saiz Rodríguez va desgranando con habilidad los principales conflictos que de la intelectualidad española sobre la propia España han sido y constituyendo a su través una verdadera filosofía –que sea filosofía verdadera ya es harina de otro costal– de la historia española. Y es que, insiste nuestro autor, este es un tema importantísimo para España que requiere de un tratamiento filosófico serio, ya que «en España este problema de la interpretación de su Historia ha rebasado el ámbito científico –séase, el ámbito categorial histórico–, y ha pesado como una losa de plomo en su evolución política y social» (p. 20). A levantar esa pesada losa de plomo, que todavía tenemos encima, pretende contribuir Sainz Rodríguez.

Para ello, en su discurso irá desgranando los puntos que considera esenciales sobre el tema. Comenzando, como no podía ser de otra forma, aclarando qué es lo que él entiende como la decadencia española. Saiz Rodríguez entiende la decadencia como un hecho histórico evidente, a saber: «el de nuestra inferioridad actual con respecto a otros períodos de nuestra historia, sin por eso creer en el agotamiento de nuestra raza, y en que hayamos concluido definitivamente nuestro papel en la civilización del mundo» (p. 42). Pues entiende que la historia de toda nación, no sólo la española, cuenta siempre con curvas de esplendor y de decadencia. Concretando más, señala Sainz Rodríguez –que no cuenta aquí con la «recuperación» del Imperio en el siglo XVIII, con la incorporación incluso de nuevos territorios y la recuperación de otros perdidos–, que esta decadencia hay que marcarla con la caída de los Austrias. Además, hay que añadir el decaimiento del ritmo espiritual, que, afirma, no coincide siempre con el ritmo político o económico.

Seguidamente, se propone hacer un sucinto repaso sobre las fuentes históricas para el estudio de la decadencia y de la historia española, que propone clasificar en: 1. La documentación histórica en que se exprese el pensamiento contemporáneo sobre los hechos históricos (actas de Cortes, memoriales a los Reyes, etc.), 2. Las obras doctrinales anteriores al siglo XIX sobre política y economía en los que se use a realidad histórica de manera constante y 3. Las obras modernas en las que se estudia la decadencia como un hecho consumado, cuya explicación se persigue. A lo que habría que añadir todo lo escrito en el extranjero sobre España y sus políticas en Europa y América. Es este un tema nada baladí, pues «un libro en el que se estudiase con minuciosidad toda esta producción y se fijasen bien las procedencias de las diversas teorías, sería aportación preciosísima, y estoy por decir investigación previa indispensable, para el esclarecimiento del problema mismo» (p. 43). Una importancia que aumenta teniendo en cuenta el apasionamiento y doctrinas a priori (progresistas y/o reaccionarias) con que suelen estar hechos estos estudios, que por ello no dejan de ser valiosos en algunos puntos.

A continuación Sainz Rodríguez aborda un recorrido por la génesis de la nacionalidad, comenzando para ello estudiando la «Fisionomía espiritual de España en la Edad Media». Para Sainz Rodríguez, en base a la definición de nación de Ernesto Renán (un alma, un espíritu basado en las glorias pasadas y un porvenir común que realizar) y en los estudios antropológicos de la época, España, desde la Edad Media, presenta una «fisionomía espiritual distinta y propia» (p. 48). Y ello a pesar de la importancia que el madrileño da, según su juicio, a la necesidad de tener en cuenta que los distintos reinos españoles no estuvieron unidos durante todo el mandato de los Austrias. Si bien, sostiene que, a pesar de ello, había una nación española común, como intentará mostrar en sus reflexiones sobre el siglo XVI, poniendo el acento de esta unidad nacional en la unidad religiosa contraria a la Reforma protestante. Unidad que, afirma, propició la aparición de la Inquisición, pues esta fue un producto y «no una causa de este estado del espíritu» (96) de la nación.

En toda esta época, hasta entrado el siglo XVII la palabra decadencia estaba ausente en España. Muy al contrario, el orgullo de ser español era imposible de superar; ante esta situación de esplendor los ataques externos (Holanda, Inglaterra, Francia, etc.) no se hicieron esperar. Así, señala Sainz Rodríguez, lo que no podían ganar en los campos de batalla, pretendían ganarlo –con excepción de personajes como Tomás Campanella y su Monarquía Hispánica– a través de perniciosos libelos y tratados de filosofía política. Así, se adentra el madrileño en las polémicas que al respecto hubo en el Siglo de Oro, en las cuales tiene mucha importancia la batalla entre maquiavélicos y antimaquiavélicos y que ponen el inicio de la tan nefanda y duradera Leyenda Negra (magistralmente tratada en nuestros días por Iván Vélez en su último libro Sobre la Leyenda Negra). Estas disputas se alargarían por supuesto al siglo siguiente y no sólo vendrían las calumnias del exterior, sino que, como constata Francisco de Quevedo en su España defendida y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros sediciosos{1}, se habían instalado ya también en el interior. Pero, como muestra Sainz Rodríguez, no serían pocos los autores que saldrían en defensa de su nación. Además del mentado Quevedo, destacan autores como Fray Juan de Salazar y su Política Española, Francisco de Monzón, Felipe de la Torre, Micer Juan de Costa, Saavedra Fajardo, Pedro Rivadeneira, Sousa Macedo y un largo etcétera.

A los problemas políticos había que añadir los económicos, testigo de los cuales son las Empresas de Saavedra Fajardo y la Conservación de Monarquías de Navarrete. Pero también «los libros de Sancho de Moncada, Martínez de Mata, Álvarez Ossorio, González de Cellorigo, Alcázar de Arriaga, Somoza y Quiroga, Caxa de Leruela, citando solamente los más importante, son fuente preciosa para el estudio de la decadencia» (p. 70). Con estos autores y otros muchos no citados, la idea de decadencia en el siglo XVII estaba más que presente, pero no por ello estos mismos autores dejaban de proponer continuamente soluciones a la misma. Constatar y denunciar el mal momento y criticar sus causas no suponía para ellos un desprecio de la nación, sino un acicate para su renovación.

Así mismo, la lucha española contra la herejía protestante le supuso enfrentarse a muchas naciones europeas al mismo tiempo, y estas no escatimaron en falsedades y exageraciones sobre España; pero, como antes dijimos, no faltó colaboración interna: «la célebre Apología, de Guillermo de Orange, las Relaciones, que con el seudónimo de Rafael Peregrino publicó Antonio Pérez y los relatos de las crueldades inquisitoriales escritos por el español Reinaldo González Montano, unido a los libros sobre la colonización española, fueron fuentes principales en que se informaron los autores de la enorme literatura de libelos en que se pintan y exageran el fanatismo y las crueldades españolas» (p. 72). Sin que faltasen otros temas como la oscuridad de Felipe II, la incapacidad y falta de ingenio del español o las invenciones sobre el Príncipe Don Carlos. A esto ayudó no poco la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, que «corrieron como la pólvora a través de toda laliteratura antiespañola del siglo XVI, […], y en ella se inspiraron y documentaron Benzoni, Montaigne, Oexmelín, Montesquieu, Raynal, y todos, en suma, cuantos han escrito apasionadamente contra nuestra colonización, hasta que modermente, y merced a las investigaciones especializadas de los americanistas, hemos entrado en una era de rehabilitación y rectificaciones» (p. 73) –una era, tendríamos que añadir, que parece larga y a la que le queda mucho trabajo, sobre todo en lo que respecta al interior.

Pero de nuevo no faltarían defensores, tanto extranjeros como nacionales, como Juan de Solórzano en los dos volúmenes de su De idearium iure sive de iusta Indiarum occidentalium Inquisitione acquisitione et retentione de 1628, así como su Política indiana de 1646, que Sainz Rodríguez considera modelo de la lengua española; también Fray Pablo de Granada y su Causa y origen de las felicidades de España, y el siempre imprescindible Quevedo con su Carta a Luis XIII (1635), o el Lince de Italia (1628), dirigida a Felipe IV, dos escritos que Saiz Rodríguez analiza junto con la España defendida. Entre defensores extranjeros destaca el madrileño libros tales como el Marte Francés de Patricio Armacano, el Arbitrio entre el Marte Francés y las Vindicias galaicas, etc., de Hernando de Ayora Valmisoto (Pamplona, 1646), y otros de autores como Andrés de Hoyo, Francisco Zypeo, Jacobo Chiflecio y otros muchos.

El siglo XVIII con la nueva dinastía, dice Sainz Rodríguez, va a dar un virage al espíritu español. La élite directora cambia su modo de pensar y un espíritu práctico, capaz de remontar la decadencia anterior, se impone en todas las obras. Ejemplo perfecto de esto lo encuentra en el Conde de Campomanes, preocupado por dar, y subsanar, con los yerros en el gobierno desde los días del Rey Prudente. Pero esto no librará a la nación de los ataques que el escepticismo dieciochesco realizará contra el Catolicismo y la tradición de la Iglesia, a la que se acusará de todos nuestros males; «y el apasionamiento llegó a tal grado que, […], se preocuparon de responder a estas detracciones hasta los mismos gobernantes» (p. 100), sin que la respuesta a estas calumnias supusiese la adopción de una postura tradicionalista. Por supuesto, en este siglo no puede faltar la mención de la polémica desencadenada por Masson de Morvilliers y su España, que contenía la insidiosa pregunta ¿Qué se debe a España? –cuya respuesta venía a suponer que nada–, y que fue contestadaen su momento, aunque sin mucha contundencia, por el distinguido botánico Antonio José de Cavanilles en sus Observaciones sobre el artículo España de la Nueva Enciclopedia, de 1784; así como por el piamontés Carlos Denina en su Respuesta a la pregunta: ¿qué se debe a la España? (1786) –seguido ese año por sus Cartas Críticas en las que demuestra de nuevo aprecio y conocimiento de la historia literaria, filosófica y científica en España– y por el irascible y pronto para la polémica Juan Pablo Forner, a encargo del Conde de Floridablanca tras ganar el concurso para la réplica organizado por la Real Academia Española, con su Oración apologética por la España y su mérito literario, para que sirva de exornación al discurso leido por el abate Denina en la Academia de Ciencias de Berlín, respondiendo a la qüestión ¿qué se debe a España? (1786), donde más que a la animadversión contra España, que también, habla del profundo desconocimiento sobre todo lo español por parte de los atacantes. Otras acusaciones ya extravagantes (de Tiraboschi y Bertinelli principalmente) como la supuesta culpabilidad de España en la corrupción de la literatura tras el Renacimiento también serán contestadas por otros autores, como los jesuítas expulsados Juan Andrés o Javier Lampillas o como Vicente García de la Huerta en su Teatro Español (1785), que recibiría no pocas críticas e insultos, de autores nacionales en su mayoría.

Con afán de defensa y ajuste de quicios también escribirá Juan Francisco Masdeu su Historia crítica de España y de su cultura (1783-1805), que comprende hasta el siglo XI (20 volúmenes), y que Sainz Rodríguez considera el «primer intento serio y moderno de nuestra historia nacional» (p. 106). Y si algo saca Sainz Rodríguez de estas polémicas, además de la necesidad de estudiarlas con seriedad y una filosofía de la historia adecuada, es que en ellas intervienen ya españoles en contra de su propia nación con una saña inaudita. Discusiones que inciden sobre el tema de la decadencia, y cuyos puntos centrales seguirán dejándose sentir en el siglo XIX, «que pasará del terreno especulativo a las luchas ardorosas y apasionadas de los partidos políticos» (p. 111). Aquí, sentencia el madrileño, ha desaparecido definitivamente la unidad espiritual de los españoles, los cuales desde la Guerra de Independencia serán ya los principales impulsores de la perfidia antiespañolista{2}, como bien se verá en la polémica que a finales del siglo XIX, siglo trémulo donde los haya, protagonice Marcelino Menéndez Pelayo, a quien Saiz Rodríguez admira, pues considera que «después de él, es preciso escribir la historia de nuestra cultura con aquel amplio sentido que supo darle y que ligaba entre sí como algo orgánico las diferentes manifestaciones de la vida espiritual de nuestro pueblo» (p. 125). En definitiva, Saiz Rodríguez considera que frente a la ortodoxia cristiana, hispana y monárquica, que colaboraban en el común espíritu español, en el siglo XVI con los protestantes, en el XVIII con los enciclopedistas y en el XIX con los liberales, esta unión espiritual se había ido desgajando de forma creciente. De lo que se trataba para el madrileño entonces era de reconstruir la nación, la unidad espiritual, a través de un profundo conocimiento de la historia cultural hispana.

Como esperamos se haya podido apreciar, nos encontramos ante un libro que, aun con 90 años, es una referencia obligada para todo aquél que quiera adentrarse en todos los temas tratados y que nos ofrece una bibliografía abundantísima cuya consulta, a pesar de lo llovido, no pasará en valde, sino más bien todo lo contrario. Y aunque desde nuestra óptica no se puedan compartir todas las reflexiones del autor –que es un personaje por otra parte muy importante para la política y la historia y la crítica litararia del siglo pasado–, no obstante otras sí, de modo que unas y otras no pueden dejar de tenerse en cuenta y hacerles la distinción que merecen. Muestra de lo cual han querido ser estas breves líneas.

{1} Esta obra, que desde 1609 había permanecido como manuscrita, la editó por primera vez Selden Rose en 1916. Sobre este escrito se puede leer en esta misma revista el excelente artículo de íñigo Ongay España defendida de Francisco de Quevedo y España no es un mito de Gustavo Bueno: una comparación sistemática.

{2} Al contrario de esta tendencia, la propaganda antiespañola externa disminuye desde los primeros años de XIX debido a la lucha común contra Napoleón y la Revolución Española que culmina en la Constitución de 1812, así como al decaimiento del poder español durante el resto del siglo, lo cual ya no hacía necesario y hacía manida y caduca este tipo de difamaciones. Eso no impedirá que siga habiendo una deformación de la historia y la realidad presente española. Dice Sainz Rodríguez: en el XIX «el romanticismo utiliza elementos falsos de nuestra tradición y de nuestra leyenda; pero esta deformación de la realidad no es producto de la mala fe ni de la pasión política, y hasta envuelve con un halo de simpatía a la vieja nación caballeresca de las pasiones exaltadas, del honor y de los celos, que se aparece como un país de leyenda y de ensueño, a las miradas melancólicas de todos los románticos del mundo. Toda la honda labor de propaganda política se hace en España, particularmente entre la minoría ilustrada, produce un resultado natural, aprovechando la conmoción de la guerra y la desorganización de los poderes tradicionales, la revolución política que suponen las Cortes de Cádiz» (p. 114).

 

El Catoblepas
© 2015 nodulo.org