Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
La matanza de Túnez ha vuelto a levantar tanto la cuestión obligada sobre el «diagnóstico» de esta nueva bestial acometida como la cuestión del «tratamiento» (del remedio), es decir, la cuestión del «¿qué hacer?» ante otros sucesos similares que ya han sido anunciados por parte de los mahometanos implicados y cuya probabilidad se considera muy alta.
La matanza de Túnez en este mismo mes de marzo, como las matanzas de enero en París, sin contar los degüellos de prisioneros ejecutados en Siria en nombre del Estado Islámico, están dando lugar, en efecto, a los más diversos diagnósticos acerca de las fuentes motoras de estos asesinatos, así como también a los más variados remedios o respuestas que sería preciso promover por parte de los Estados o confederaciones de Estados que se sienten afectados.
Por lo demás cabe intentar establecer alguna correspondencia entre los diagnósticos y los tratamientos, que en este rasguño sostenemos que pueden resumirse por medio de las siguientes tres palabras: «militares», «diplomáticos» y «policiacos».
Unas veces esta correspondencia entre los diagnósticos y los tratamientos, podría establecerse en función de los diagnósticos establecidos; otras veces la correspondencia se derivaría del tratamiento o de los remedios previstos.
El presente rasguño no pretende ofrecer nuevos diagnósticos ni nuevos remedios, sino una clasificación de los diagnósticos y de los remedios que vienen ofreciéndosenos (si no de todos, sí de una gran mayoría de ellos).
La dificultad de nuestro empeño es evidente, debido a la diversidad y heterogeneidad de los criterios de clasificación de los diagnósticos y de los remedios involucrados en sus propias formulaciones. De hecho, podemos constatar, tras analizar varias declaraciones de Jefes de Estado o de Gobierno, de expertos en relaciones internacionales, de psicólogos, de generales, de historiadores o de antropólogos solventes, que tanto los diagnósticos como los remedios que se proponen no son caóticos, sino que obedecen a alternativas o disyuntivas objetivas dadas en un contexto sistemático implícito (y desconocido casi siempre, o aún confundido, por los propios «creadores» de diagnósticos o «diseñadores» de remedios).
Hemos creído poder distinguir tres tipos de diagnósticos, cada uno de los cuales está a su vez involucrado en criterios más generales (que afectan a clasificaciones de otra índole), tales como las orientaciones de los sujetos que opinan sobre el diagnóstico, ateniéndose a las distancias convencionales presupuestas entre la derecha, la izquierda y el centro. O bien, las distancias que se presuponen objetivamente dadas entre el capitalismo conservador, el liberalismo progresista, el «justicialismo ético» o el marxismo.
Sin embargo, dejando de lado estas alternativas, dada la oscuridad tenebrosa de las fórmulas utilizadas («¿qué es el capitalismo conservador?», ¿cómo definir hoy --tras la caída de la Unión Soviética-- al marxismo?, ¿y al «justicialismo ético»?). Estas fórmulas son tan oscuras y confusas que con ellas no pueden construirse rótulos para sugerir que se posee una conceptuación rigurosa de los planteamientos.
(1) Como primera clase de diagnósticos consideraremos aquí a aquellos que se establecen a partir de «dualismos maniqueos», formulados con categorías histórico culturales tradicionales (tales como Occidente / Oriente), o antropológicas (Civilización / Barbarie), o políticas (Sociedad políticas democráticas / Sociedades políticas oligárquicas o despóticas). Nos parece que sobre estos dualismos implícitos no cabe asentar diagnósticos firmes; por ejemplo, el dualismo civilización / barbarie, en singular (acuñado por los ilustrados franceses del siglo XVIII) se mantiene sobre otro dualismo, más próximo al maniqueísmo, bien / mal: la civilización es el bien mientras que la barbarie es el mal.
Pero el plural «civilizaciones» implica de un modo u otro la renuncia a reconocer una civilización universal, es decir, equivale a admitir una suerte de relativismo o de pluralismo multicultural al estilo de Spengler, de Toynbee o de Huntington. «Occidente» es un concepto sumamente confuso, que para muchos implica la «democracia», para otros las sociedades urbanas (etimológicamente «civilización» aparece vinculada a civitas). Pero las ciudades pertenecen a muy diversas culturas, y en cada una de ellas los términos adquieren significados diferentes (la tan exaltada democracia ateniense era una democracia procedimental involucrada en un sistema esclavista, difícil, por no decir imposible, de universalizar).
Por supuesto, estos dualismos no son superponibles sin más, sin perjuicio de lo cual suelen a veces ser utilizados simultáneamente en el proceso mismo del diagnóstico. Cuando se diagnostica que la serie de matanzas del siglo XXI, desde el 11S de Nueva York hasta el 11M de Madrid, desde el Charlie Hebdo y el supermercado judío de París hasta la reciente matanza de Túnez, derivan del conflicto entre dos «concepciones del mundo» incompatibles entre sí, suelen confundirse estos dualismos, y para muchos es equivalente hablar del conflicto entre Occidente (cristiano, europeo o americano) o Civilización, incluso de Democracia frente a Tiranía o Despotismo. Pero la distinción entre salvajismo, barbarie y civilización nos remite a conceptos de la Antropología (Morgan, Tylor), propios de la época «colonialista» de la Antropología clásica; pero la oposición civilización / barbarie o salvajismo, quiere ser desbordada por la Antropología estructural («salvaje es el que llama a otro salvaje»). Las civilizaciones mayas, aztecas o incas, que son ya urbanas, no definen la civilización en el sentido de la civilización occidental, si se mira a instituciones suyas tales como canibalismo, las jerarquías sociales o religiosas, el esclavismo, &c.
Ahora bien, las civilizaciones han sido utilizadas para diagnosticar los conflictos entre aztecas e hispanos; entre las civilizaciones, se supone, sólo cabe la guerra, tradicionalmente la guerra entre griegos (o romanos) y bárbaros. Pero la guerra no siempre es admitida como solución; se prefiere la paz como remedio, y para ello algunos creen suficiente sustituir, bajo el dualismo sociedades democráticas / sociedades no democráticas, el «conflicto de civilizaciones», tal como lo formuló Samuel Huntington en 1996 (civilización occidental con un 24,2% de territorio, civilización latinoamericana 14,9%, africana 10,8%, islámica 21,1%, ortodoxa 13,7%, sínica 7,5%, hindú 2,4%, y japonesa 0,3%), por la «Alianza de Civilizaciones». Un «remedio» meramente retórico que, en la práctica, se alinea (como ocurrió con la guerra de Libia que liquidó a Gadafi en 2011) con la política de Estados Unidos de Norteamérica.
Desde estos presupuestos dualistas de fondo, el diagnóstico será claro: la matanza de Túnez es en realidad un conflicto de civilizaciones, y su remedio adecuado será, tarde o temprano, la guerra (lo que implica la movilización de la ONU, de la OTAN, o en general de ejércitos organizados).
La posición de los Estados Unidos de Norteamérica ante estas cuestiones se inclinará a adoptar remedios violentos (desde la Guerra de Irak o de Afganistán, hasta la operación de 2011 que eliminó a Bin Laden).
(2) La segunda clase de diagnósticos no se apoyaría en criterios dualistas del estilo de los citados. Por ejemplo, no cabría oponer, como dualismo de fondo, el islamismo al cristianismo. El Islam, según este diagnóstico, no es una unidad; hay muchas facciones islámicas y no sólo las históricas (chiitas, sunitas), sino también facciones formadas por los grupos vinculados al petróleo o carentes de él, o a circunstancias históricas de sectas como salafistas, hermanos musulmanes, &c. Los conflictos entre los musulmanes serían la raíz de los conflictos con los occidentales. Y el remedio más ajustado para este diagnóstico sería el diplomático. Los conflictos no tendrían solución definitiva, solamente cabrían aplazamientos, equilibrios inestables más o menos duraderos, asistencia soteriológica (las ONG, la OMS o la FAO).
El diagnóstico pluralista tiene acaso el grave inconveniente de disociar o separar el Islam de sus orientaciones históricas. Se trata de un pluralismo de fondo acaso armonista, pero de un armonismo dado a escala metahistórica, puesto que sus consecuencias se aplazan hasta después de la victoria de Alá sobre todos los pueblos de la Tierra.
(3) La tercera clase de diagnósticos apelan de hecho a criterios más bien psicológicos, tales como el resentimiento o el odio, a partir de los cuales se intentan explicar también otras figuras tales como la violencia de género o el terrorismo (que los marxistas vincularán a la presión del capitalismo como responsable de la lucha de clases).
Según esto el Islam no sería, por sí mismo, violento. Para demostrarlo, se adaptará ad hoc el propio concepto del Yihad: el Yihad no sería otra cosa sino terrorismo disfrazado de islamismo; pero el Islam no sería terrorista, sino pacífico por principio.
A este diagnóstico corresponderá, no la guerra ni la diplomacia, sino la policía. Esta parece ser la posición que adoptan Francia, Bélgica y otros países europeos. Se tratará de localizar a los grupos terroristas, considerados como una degeneración del Islam, para detenerlos y someterlos a las normas generales del derecho penal de los Estados afectados.
Pero lo que no queda nada claro es que el yihadismo, por su terrorismo, no sea también uno de los cauces más profundos, históricamente labrados, del Islam. Se comprende que la propuesta del remedio policial sea tranquilizante para los ciudadanos: no estamos ante una confrontación catastrófica de culturas o de civilizaciones. El Islam, como el budismo o el hinduismo no son terroristas, son pacíficos. Pero el Yihad es un fenómeno claramente musulmán, que brota del Islam por las razones que sean, y cuenta con fundamentos amplios en los libros y tradiciones de una de las más importantes «religiones del libro». Religiones que tienen instituciones y tradiciones que resultan incompatibles (desde la prohibición del jamón o la poligamia hasta la creencia en un entendimiento agente que envuelve a todos los individuos particulares en contraste con el entendimiento único cristiano, oposición que se percibe con toda claridad ya en el siglo XIII en la confrontación de Santo Tomás con Averroes; de un Averroes que sigue aún vigente en muchas corrientes musulmanas).
No queremos decir, por último, que los remedios policiacos no sean útiles, sobre todo para contrarrestar la política de tolerancia ante las nuevas mezquitas que se levantan en las grandes ciudades europeas; se esperará que el Islam evolucione, dejando de lado el terrorismo, y que la labor de todos los imanes no vaya dirigida hacia la violencia.
Concluimos: hemos querido llamar la atención sobre la dependencia de los diagnósticos y los remedios que en estos días se barajan. Los diagnósticos se ofrecen en diferentes fórmulas oficiales o en diversas expresiones académicas, pero en sus aplicaciones prácticas están determinados por la posibilidad de utilizar distintos remedios alternativos a otros. Quien no quiere o no puede (acaso porque carece de potencia militar suficiente) hablar de una guerra contra el Estado Islámico se refugiará en la acción policiaca, sometida siempre, eso sí, al Estado de Derecho, y se redefinirá al Islam como religión pacífica que nada tiene que ver con el Yihad.