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El Catoblepas, número 159, mayo 2015
  El Catoblepasnúmero 159 • mayo 2015 • página 10
Artículos

El género literario de la «Miscelánea» desde el Materialismo filosófico

Atilana Guerrero Sánchez

A propósito de Pedro Sánchez de Acre, filósofo español del siglo XVI.

La Miscelánea

Como es sabido, el género de la Miscelánea floreció en España durante el siglo XVI, entre otras cosas, con la «ayuda» de la imprenta. Así, por ejemplo, lo afirma Rafael Malpartida Tirado:

Este tipo de obras están dirigidas a «ese conjunto de nuevos lectores surgidos con el fenómeno de la imprenta, que no tienen al alcance de la mano gran acopio de libros, ni son capaces de dedicar largas horas al estudio. Esto implica que las misceláneas sean obras que significativamente se difunden en castellano y que busquen la divulgación{1}.

En efecto, se podría decir que, ya que era imposible leer todo lo que se publicaba, este tipo de libro se convertía en un «atajo» entre toda esa «selva» de libros que estaba empezando a producirse como «plétora mercantil». «Libros de libros», o libros críticos de otros libros, podrían denominarse estos otros que acabaron por configurar un nuevo género literario, la llamada Miscelánea. En el siglo XVI fueron especialmente leídas las Epístolas familiares de Fray Antonio de Guevara y la Silva de varia lección de Pedro Mexía, y ya en un segundo orden la Miscelánea de Luis Zapata, la Silva curiosa de Julián de Medrano, el Jardín de flores curiosas de Antonio de Torquemada, o Floresta española de Melchor de Santa Cruz. En el siglo XVII tenemos Los cigarrales de Toledo de Tirso de Molina, las Cartas filológicas de Francisco Cascales, los Errores celebrados de Juan de Zabaleta y Curiosa Philosophia de Juan Eusebio Nieremberg.

Ahora bien, los antecedentes de este género de literatura se pueden encontrar mucho antes del siglo XVI, y, por tanto, no sería la imprenta ningún factor determinante en su aparición. Antes aún que en España, las llamadas «recopilaciones enciclopédicas» ya desde la Antigüedad sirvieron al mismo propósito que comprobamos en las diferentes épocas, a saber, ofrecer un conjunto de todo aquello que el hombre del momento debe conocer para considerarse cultivado, pero, al mismo tiempo, sin ser especialista. Un libro, en definitiva, gracias al cual alguien pudiera hacerse con el saber básico de su «presente histórico» y, a poder ser, «manejable» –lo que significa «enquiridión», «manual», título del que ya se tenía el ejemplo de Epicteto, y al que imita Erasmo en su Enquiridion o Manual del caballero cristiano.

Y el caso es que, a pesar de que estos libros se suelan identificar con la literatura de tipo enciclopédico, en cierto modo es precisamente su contrario, pues si la Enciclopedia no tiene un orden interno, y el alfabeto sirve para organizar a los artículos o «voces» que por sí mismos están desconectados, en la Miscelánea, con ser su organización aparentemente caótica, no lo es sino «de industria», dicho al modo de la época, es decir, que vendrían a reconstruir el recorrido de las lecturas del hombre letrado que transmite un epítome de aquello que a él le ha costado largos años conseguir. En ese sentido, mientras que una enciclopedia no se escribe para que se lea de cabo a rabo, siendo su uso discrecional, como libro de consulta, en cambio, la miscelánea trata de recrear el recorrido formativo de una persona por el que nos va llevando el propio escritor, cuyas lecturas abundantes nos ofrece, ya digeridas, en una antología personal. Por supuesto que se pueden leer empezando por cualquiera de los artículos, pero su orden mismo está hecho de manera que se mezcle y se alterne, lo grave con lo frívolo, o lo religioso con lo profano, dando así el «entretenimiento» al lector.

Así lo expresa, por ejemplo, Pedro Sánchez de Acre, autor al que estamos dedicando nuestra tesis doctoral, en diversos pasajes de sus obras, tal como en este de su Árbol de consideración, por cuyo interés lo reproducimos:

También parece que es razonable dar algún alivio y refresco al lector haciendo alguna pausa en materias tan graves como vamos tratando, divirtiéndonos un poco cuando se ofrece ocasión, a tratar alguna materia apacible y deleitable como esta del matrimonio que ahora queremos tratar. Siguiendo la loable y antigua costumbre de los estudios y universidades: donde hay algunas vacaciones y asuetos, para que con mejor ánimo tornen los estudiantes al ejercicio de las letras. Y también en las Iglesias catedrales y colegiales hay algunos días de recreación. Y en las guerras (por muy reñidas que sean) hay treguas, para que se rehagan los ejércitos y descansen, y tomen algún refresco los soldados: para que con mejor aliento tornen a la batalla.[106v]

No podemos dejar de traer aquí la pertinencia de la distinción entre paideia y polimatía que precisamente establecía Gustavo Bueno en una obra que, por otra parte, tanto tiene que decir acerca de lo que pueda significar este género de la Miscelánea, El papel de la filosofía en el conjunto del saber:

«La filosofía, como paideia, es una disciplina crítica, se sitúa precisamente en el momento en que los mecanismos de maduración y equilibrio de la conciencia individual deben comenzar a funcionar, a desprenderse de la «matriz social», que es siempre una matriz mítica. Sin duda la acción de la Filosofía debe ir ligada a otro complejo conjunto de procesos que hacen posible la estructura misma de la conciencia individual, elemento de toda sociedad democrática. Pero, supuesta esta estructura, la Filosofía es precisamente el ejercicio crítico y coordinador de los múltiples estímulos que llegan a la conciencia, de los grandes esquemas generales. Aquí es donde no cabe en absoluto confundir la paideia, como educación filosófica general, crítica, con la polimatía, el saber enciclopédico de los ganadores de concursos de televisión. No se trata de un saber acumulativo, sino de una disciplina crítica y regresiva.» (subrayado nuestro){2}.

Igualmente hay otro pasaje, muy significativo a estos efectos, en El sentido de la vida, donde Bueno distingue entre dos tipos de totalización de los diversos materiales a la hora de abordar el tratamiento de la Idea de persona, que creemos señala la misma distinción, sin duda, fundamental para lo que estamos analizando. Dice así:

«Algunos tenderán, por ello, a asignar a la filosofía el papel de síntesis totalizadora de los tratamientos particulares categoriales. Pero esta fórmula es, por lo menos, muy confusa, y ello debido precisamente a la circunstancia de que el término totalización o síntesis es ambiguo y puede entenderse en dos sentidos:

a) Como totalización metodológica, es decir, como consideración conjunta de los tratamientos parciales (científicos, políticos, ideológicos, teológicos);

b) Como totalización sistemática.

La totalización sistemática presupone, desde luego, la metodológica, pero no recíprocamente (cabe, por ejemplo, una totalización meramente enciclopédica, organizada por el orden alfabético). En todo caso, la totalización sistemática no presupone que haya que apelar a una Idea que, por haber «integrado armónicamente» todas las partes, esté por encima de cualquiera de los conceptos o tratamientos particulares científicos o mundanos. La idea de Persona acaso sólo se realiza a través de aquellos conceptos particulares, aunque no necesariamente del mismo modo; de ahí la necesidad de contrastar dialécticamente las diferentes alternativas posibles.

De este modo, la «totalización sistemática» podría, de hecho, consistir en tomar partido entre los diversos tratamientos parciales, mostrando que uno de ellos es el tratamiento fundamental (o el más próximo al tratamiento fundamental), el primer analogado de la idea de persona, por respecto del cual los aspectos analizados desde otros tratamientos habrían de ser tenidos por apariencias o por simplemente determinaciones «oblicuas».

Merece la pena detenerse en comentar este párrafo, iluminador para nosotros del significado que cabe atribuir al género de la miscelánea en cuanto que este pueda tener interés filosófico. En efecto, la «síntesis» o «reunión» de los diferentes temas en que hemos dicho que consisten estos libros, bien podría consistir en lo que Bueno distingue como una «totalización metodológica», sin mayor interés que el acumulativo, por tanto, desprovisto de carácter crítico, mientras que de consistir en una totalización sistemática, encontraríamos en ellos el germen de la literatura ensayística con la que se identifica la filosofía en la época moderna. Y, en efecto, así creemos que sucede.

De hecho, si esta distinción entre enciclopedismo y formación humanística es difícil de establecer a la hora de analizar cada una de las obras en concreto, se debe a lo que Bueno explica acerca de que la totalización sistemática presupone la metodológica, pero no recíprocamente. Y es que Pedro Sánchez de Acre y otros autores de su época que fueron famosos autores de Misceláneas, de hecho ofrecen una tabla de contenidos al final de sus libros para ese uso discrecional. Así reconoce Pedro Mexía estar escrito su libro, Silva de varia lección en el «Prohemio y prefación de la obra»:

Y como en esto, como en lo demás, los ingenios de los hombres son tan varios y cada uno va por diverso camino, siguiendo yo al mío, escogí, y hame parescido escrevir este libro así, por discursos y capítulos de diversos propósitos, sin perseverar ni guardar orden en ellos; y por esto le puse por nombre Silva, porque en las selvas y bosques están las plantas y árboles sin orden ni regla.

Pero no por ello el efecto de conjunto podemos decir que sea ajeno a una toma de partido, insistimos, como acabamos de ver que afirma Bueno, respecto a algún tipo de tratamiento categorial frente a otros. Aquí es donde creemos que se pueden encontrar diversas claves, en particular para Pedro Sánchez de Acre, pues la categoría por la que toma partido es sin duda la Historia. Diríamos que si el lector de la miscelánea se «deja llevar» por ese recorrido tan aparentemente caótico, podrá quedar «bajo el efecto» del desorden, del choque, de la misma disparidad de temas, en donde la mezcla es la propia sustancia del género. Pero esto ya es bastante si lo que perseguimos es el origen de la filosofía crítica en español, pues el «saber de segundo grado», como mínimo, presenta las contradicciones o discontinuidades entre las diversas materias, de suerte que la crítica comenzaría en el momento en el que se detectase la ausencia de armonismo entre los diversos contenidos. En otro sentido, ahora el de la continuidad de lo aparentemente diverso, por ejemplo, tal como ocurre cuando se ponen bajo el mismo «rasero crítico» los textos de la Biblia y los de los de la literatura griega o romana, estas obras ya suponen un paso trascendental respecto al abandono de la concepción teológica medieval en orden a eliminar una ontología que distinga entre un plano natural y otro sobrenatural. Los criterios racionalistas no los veremos expuestos, representados, pero sin duda los encontraremos ejercitados con una soltura sorprendente. Así, por ejemplo, entrevera Pedro Sánchez de Acre a los autores gentiles y cristianos, según una misma verdad, la del valor del trabajo, -motivo constante contra el protestantismo-, en la dedicatoria al Piadoso lector del Triángulo de las tres virtudes teológicas:

Tenían en tanto la honra, y la fama de las obras virtuosas los antiguos, que decía Eurípides, que aunque la tierra cubría los cuerpos de los varones heroicos, la fama que vuela sobre sus obras, no dejaba cubrir sus excelentes virtudes. Las cuales, nacen de la fuente del trabajo. Es el virtuoso trabajo, el empleo y mercadería de esta tierra, cuya paga se libra para el banco del cielo, como lo enseña el divino Paulo, por esta sentencia: Cada uno recibirá la paga en el cielo, como acá hubiere trabajado.{ I. Cor. 3.}Por manera, que el virtuoso trabajo, es el tanteo, y la vara de medir, con que se mide el premio.(Triángulo, Preliminares,VII r)

Aún diríamos más, puesto que ese caos de temas, selva, miscelánea o «Varia lección», creemos que es el resultado de la ruptura del género literario por antonomasia del «orden ontológico medieval», el tratado escolástico. En efecto, la «revolución ontológica» que Gustavo Bueno explica en su famosa Introducción a la Metafísica Presocrática, en la que el Ego Trascendental representado por la Iglesia católica, en la Edad Moderna pasa a ocupar, ahora representado por los Imperios Universales, el puesto intermedio entre el Mundo y la Materia, y cuyo trasunto histórico no es otro que las consecuencias del descubrimiento de América, queda registrado o repercute en las formas literarias de la filosofía. De esta manera, cuando el «orden de las cosas» se ha roto, o está haciéndose in medias res, quedará reestablecido, a pesar del «destronamiento» del Ego por la Materia Trascendental, en la cristalización del Ensayo. Aplicaríamos así la Idea de Causalidad del Materialismo filosófico para explicar el género del Ensayo en virtud de la ruptura del «esquema material de identidad» que representaría el Tratado escolástico, en donde el efecto «Ensayo» es producido por la ruptura causada sobre dicho esquema por la nueva situación histórica tras el Descubrimiento de América y la constitución del Imperio español.

Pero vayamos ya al artículo de Gustavo Bueno «Sobre el concepto de «ensayo»» escrito en 1964, fruto de una ponencia para un congreso sobre Feijoo. En él encontramos lo más cercano a lo que podría ser una definicióndel género ensayístico desde el Materialismo filosófico (el sistema como tal entonces no había cristalizado en un libro, aunque lo haría poco más tarde, ya de forma constante y creciente, a partir de 1968, con El papel de la filosofía en el conjunto del saber). Y es que en él se presenta un esquema de la diferencia entre filosofía y ciencia que perfila la teoría que más tarde formularía como «teoría del cierre categorial». Nos interesa de él especialmente su referencia a los rasgos que recogen las definiciones empíricas más usuales de «ensayo» y que en este artículo aparecen ligados constructivamente{3}.

En efecto, la escueta definición, fruto de una rigurosa construcción, que consiste en la identificación del ensayo con la «teoría escrita en una lengua nacional», nos conduce, por una parte, al tratamiento de los límites que la lengua vulgar impone a la teoría, y, por otra, a la consistencia de la misma teoría si es que esta no es científica.

Así lo expone Bueno: «Pero la verdadera cuestión que plantea el ensayo como género literario me parece que estriba sencillamente en comprender cómo el lenguaje nacional puede llegar a expresar teorías y qué significado encierra el que llegue a expresarlas».{4}

No nos resistimos a dejar de repetir, al recogerlo de este artículo, la distinción expuesta más arriba entre Enciclopedia y Filosofía, a propósito del título Teatro de la famosa obra de Feijoo (mutatis mutandis, lo decimos nosotros para el nombre de las obras de Pedro Sánchez (Árbol, Historia, Triángulo) o para las consabidas Silvas, Jardines, o Florestas del siglo XVI:

«La obra de Feijoo podría pasar, desde muchos puntos de vista, como una obra enciclopédica, Teatro, en el cual se diserta sobre todo lo divino y lo humano. No hay asunto forastero al intento de la obra, dice el propio Feijoo alguna vez. Sin embargo, de aquí no podría deducirse que el Teatro crítico, o las Cartas eruditas, en las que se continúa el designio del Teatro, puedan ajustarse al esquema de una enciclopedia, en el sentido de la divulgación o incluso en el sentido de la «ilustración». Una enciclopedia es un tratado en el que se ofrecen los temas pertenecientes a todas las Facultades –a todas las ciencias-. Pero los temas que Feijoo considera no pertenecen a ninguna Facultad, como él mismo advierte. Estos temas exigen, sin duda, para ser explorados, el concurso de varias Facultades, pero sin que ello comprometa el tener que tratar, por ejemplo alfabéticamente, «todos los temas». Por ello, muchas veces, los temas que acomete un Discurso o una Carta, pueden parecer triviales.

Y pasa Bueno, a continuación, a criticar la propia autoconcepción de Feijoo sobre lo que su obra representa, a saber, «dirigida al vulgo, para desengaño de errores comunes». Y es que lo fundamental no es tanto, dice Bueno, el hecho de «impugnar errores», sino el que estos sean «comunes», es decir, que son los «asuntos comunes», y no los «errores», lo que hace que esta obra quede bien definida. Ahora, entonces, el «vulgo» no es tanto la gente ignorante, o no instruída, sino, en todo caso, ignorante en lo tocante a los «asuntos comunes», por tanto, que puede haber sabios que sean ignorantes de aquello que se sale de su especialidad (el vulgo que sabe latín, contra el que, por cierto, arremete Pedro Sánchez, por «sembrar cizaña en el campo de los sudores ajenos»).

Y entonces se responde a la pregunta de cómo es posible una teoría que, sin ser científica, pueda expresarse en la lengua nacional. Para ello Bueno establece algo así como dos planos de la realidad, por un lado, la «conciencia lingüística originaria» ( el «sentido común», el «espacio práctico humano») y, por otro, la «teoría», entre los cuales planos el ensayo abre una «vía de comunicación». Dice así Bueno:

El trámite de reconducir las teorías al espacio práctico humano, al mundo, no es una empresa en general obvia, o meramente rutinaria. Por de pronto –diríamos-, no es una empresa científica. Y esta afirmación podemos deducirla del mismo postulado de no continuidad que hemos supuesto a la base de la constitución de las teorías. Si una teoría se constituye en su esfera abstracta, la conexión entre teorías no será tarea científica, salvo para el caso de que esta conexión se mueva dentro de una esfera de todas las esferas. Supuesta esta «esfera de todas las esferas», cabría hablar de una coordinación científica de las diversas ciencias, y tal es el ideal de toda Filosofía científica. Sin embargo, es lo más probable que, en cada intento, esa coordinación total no puede ejecutarse por vía científica, sino de ensayo, que en este caso, será «ensayo filosófico»

Pues bien, nos interesa especialmente el momento en el que Bueno vincula el género ensayístico con la idea de España, cosa que nosotros tratamos de hacer en nuestra definición de la filosofía de Pedro Sánchez como «filosofía católica española imperial». Así, recogiendo los rasgos que se suelen ofrecer como característicos del ensayo, Bueno destaca tres: la heterogeneidad de su temática, centrándose en el tema de España; su procedimiento demostrativo, la analogía; y por último, el llamado «personalismo», o «autobiografismo».

Sobre el tema de España dice Bueno:

El tema de España es uno de los temas preferidos por nuestros ensayistas. Pero no por narcisismo. Es que el tema de España constituye, para los españoles, la mejor ocasión para meditar sobre el hombre. La meditación sobre España de nuestros ensayistas es la meditación de un pueblo de alta cultura que, sin embargo, comienza a advertir cómo los demás pueblos le adelantan precisamente en la técnica. Para los ensayistas españoles, el tema de España es tema obligado. Pero sus ensayos sobre España, en cuanto actividad que se reduce al «género moral», tiene un interés universal.{5}

España, en efecto, es la plataforma política desde la cual se pueden tratar los temas de forma universal, como corresponde al ensayo. Ahora bien, después de España frente a Europa, tenemos la razón de esta vinculación entre España y la universalidad, y es que España era en el siglo XVI el proyecto en marcha de un Imperio universal, es decir, el modo como una parte de la Humanidad se dirigía al resto de ella desde el esquema de la totalidad atributiva. Tiene así España una condición trascendental respecto al género ensayístico, en el sentido clásico del término, es decir, ser la perspectiva desde la que se está hablando de las cosas, sin que ella misma tenga por qué ser el contenido principal del Ensayo. Por supuesto que la plena conciencia de dicho carácter trascendental vendrá cuando el Ensayo mismo trata sobre España como «problema», y ello será en la medida en que se tenga conciencia del carácter contradictorio del proyecto.

Ahora, entonces, ya no tratamos tanto, por nuestra parte, de establecer la necesidad de tratar de España, en cuanto Idea filosófica, de forma ensayística, sino de cómo fue la misma realidad en marcha de dicho Imperio la que obligó a escribir bajo esa determinada forma. «Traducimos», en este sentido, aquello que Bueno entonces llamó, «conciencia lingüística originaria» a los términos en que podemos hablar del origen del español y de la «nación histórica» española, es decir, por poner una fecha simbólica, del Imperio asturleonés en torno al siglo X, en el que la lengua fue forjándose al compás, y no por casualidad, de un ortograma que necesitaba dirigirse a «toda la población». Dicha «conciencia lingüística» sería el castellano que dio su primer paso como lengua oficial del reino de Castilla y León en el siglo XIII con Alfonso X, que mandó componer en romance, y no en latín, las grandes obras históricas, astronómicas y legales. De esta manera dio lugar a que se sembrara la semilla de toda una floración posterior de «tratados de príncipes» con la que identificamos lo que llamaríamos un «ortograma filosófico español», paralelo al ortograma real, histórico, del Imperio Universal.

Podemos ahora, si hemos de remontarnos a los antecedentes históricos de la Miscelánea en cuanto que lo consideremos como el género antecedente del Ensayo, utilizar un criterio positivo desde el cual sepamos qué debemos buscar en el pasado, a saber, la Idea de Imperio universal. Dicho de otro modo, se reforzará nuestra Idea si es el caso que las Misceláneas antiguas se escriben desde una plataforma política semejante o de la misma escala que aquella que constituye el Imperio español como Imperio Universal. Tratamos, así, de reconocer en esta cuestión de los «antecedentes» de un género, la dialéctica entre el contexto de justificación y el contexto de descubrimiento, puesto que sólo desde la «justificación» podemos saber qué y cuándo una determinada realidad se «descubre».

Las misceláneas del siglo XVI, además, se caracterizan por la sobreabundancia de citas, con las que el autor hace acopio, como ya hemos dicho, de sus numerosas lecturas –la «varia lección»-, por lo que sus referencias de obras de la Antigüedad que toman como fuente de información y de modelo estilístico no se nos escapan. Están perfectamente localizadas y su imitación resulta sorprendente: Valerio Máximo, Aulo Gelio, Plinio, Plutarco, Diógenes Laercio…Dámaso Alonso denominó a este estilo «imitación compuesta», dado que imitan a muchos autores al mismo tiempo, modificándose entre sí los distintos estilos en «composición».

Ahora bien, no creemos que la cuestión se haya solucionado con la identificación entre los modernos y los antiguos, de modo que «encontrar» el «parecido» sea nuestra misión, sino que reconocido el hecho de su imitación, el problema consistirá en dar razón de esa imitación. Huimos, pues, del argumento perezoso según el cual los autores renacentistas imitan a la Antigüedad, dando por evidente que dicha categoría historiográfica del «Renacimiento» consiste en la «vuelta a la Antigüedad».

Por nuestra parte, dicho criterio positivo está ligado, como venimos diciendo, a aquello que desde el presente de Pedro Sánchez, la España del siglo XVI, se quiere «rescatar» del pasado para situarse en el origen mismo de lo que se tiene conciencia de estar realizando: el ortograma imperial bajo el cual estos libros están concebidos.

Con «ortograma imperial» nos estamos refiriendo a la Idea presentada por Gustavo Bueno en su libro España frente a Europa en referencia a la reiteración secular de un programa político por parte de una sociedad en expansión que busca asimilar todo contenido ante el que se encuentre, ya sea de tipo político, literario o científico. Un ortograma, pues, ligado a la idea de universalidad, «católico» en el sentido original de la palabra, según el cual dicha sociedad se comporta como un vórtice que incorpora o rechaza cuanto le sale al paso; en el caso español, hablaríamos de su acción continua de «recubrimiento del Islam». La cuestión es, así, tener capacidad para clasificar, triturar, digerir desde el propio metabolismo «imperial» los contenidos tanto proposicionales como objetuales, por utilizar una distinción que acoja cualquier género de teoría, presentes en las sociedades con las que se entra en contacto. Y esto se realiza, literariamente por ejemplo, al asimilar al español, o sea, traducir críticamente, especialmente todo lo escrito en sociedades ya fenecidas que representan el modelo de este programa político universalista; dicho rápidamente, Grecia y Roma.

Afortunadamente podemos ver esta Idea expresada con toda nitidez en los autores que han estudiado esta literatura desde un punto de vista «científico», es decir, filológico; y decimos «afortunadamente» porque para el materialismo filosófico la filosofía no «pone» ella misma los contenidos que analiza, sino que se los suministran otros saberes previos, y tal es el caso.

Así dice, por ejemplo, Jaime Alvar Ezquerra en su artículo «Recopilaciones enciclopédicas en la Antigüedad» sobre uno de los libros que servirá de modelo y fuente de información, entre otros, a Pedro Sánchez de Acre, la Historia natural de Plinio:

[…]en la Antigüedad, al igual que en otros momentos históricos, la necesidad de compendiar en una única obra –en un libro de libros- todo lo que saben todos los hombres del momento suele ser propio de las etapas que siguen a los grandes siglos de creación y de investigación: Plinio, en este sentido, es la conclusión de un período que se inicia, como he indicado, con Aristóteles y cuando Alejandro Magno rompe decididamente con sus conquistas las fronteras del mundo griego, ensanchando de manera consecuente las mentes de sus contemporáneos, y que culmina con la extensión del Imperio romano por todo el orbe conocido. Él fue el primero en vislumbrar la utilidad de su esfuerzo y, por tanto, a él corresponde el mérito del invento[…]Nada hay parangonable en la posterior cultura imperial similar a la Historia Natural. Habrá que esperar a que otro gigante decida compediar los saberes establecidos durante un largo período de silencios enciclopédicos en otro momento singular, como es la época visigoda. En efecto, las Etimologías de Isidoro de Sevilla (ca. 560-636) son, igualmente, paradigma de la cultura de un momento en el que se hace necesaria la síntesis de saberes como instrumento consciente del cambio producido por el colapso del Imperio romano.{6}

Es evidente que Alvar Ezquerra vincula este tipo de literatura a la Idea de Imperio Universal, desde Alejandro hasta el colapso del Imperio romano con San Isidoro, y que considera que la singularidad de Plinio está en representar su conclusión, su perfección, y en ese sentido, acaso, el inicio de su «caída». En cualquier caso, en el mismo artículo cita un libro de Trevor Murphy, Pliny the Elder´s Natural History. The Empire in the Encyclopedia, (Oxford, 2004) del que dice presentar «una visión innovadora de la obra de Plinio al considerarla como un producto del Imperio, como las celebraciones triunfales o la concepción de los mapas». Tesis que, sin duda, comparte, no ya sólo para Plinio, pues, dice lo siguiente de otro de los autores más frecuentados por nuestros autores del siglo XVI, Plutarco:

Su figura ha sido poco valorada desde el punto de vista de la densidad del pensamiento, pero sus inquietudes fueron tan amplias como las del fundador de la Academia. Es cierto que Plutarco no se propuso abarcar la totalidad de los saberes, pero su obra atiende a un proyecto global de resultados variopintos en lo concerniente a la ética, la historia, la metafísica o la teoría de las artes. Su vastísimo conocimiento no lo convierte, empero, en un enciclopedista. Otros mimbres eran necesarios y no parece que tuviera él el empeño de ingresar en la nómina de los enciclopedistas avant la lettre, pero sí me atrevo a afirmar que tuvo un proyecto universalista tendente a otorgar desde la tradición intelectual griega una superestructura ideológica renovada al Imperio, como en su momento y a su manera habían hecho para la polis naciente tanto Homero como Hesíodo, pero incorporando ahora los conocimientos necesarios para el mejor ejercicio del gobierno en todas las disciplinas del saber.{7}

Reconoce asimismo como precedentes de Plutarco a la Geografía de Estrabón, «cuya misión era facilitar las tareas de gobierno a Augusto, según él mismo declara», o la misma Historia Natural de la que ya hemos hablado. Pero aún con anterioridad ya se habían hecho incursiones como los Libros para mi hijo Marco (Praecepta ad filium) de Catón (S.II a.C.), o las obras de Marco Terencio Varrón, Disciplinae y Antiquitates Rerum Humanarum et Divinarum, fuentes de inspiración de Plinio, aunque para nosotros perdidas (s.I a.C.), las Artes de Celso (1ª mitad del S.I), o la Quaestiones naturales de Séneca. No obstante, en absoluto comparables con la obra de Plinio, quien en su Prefacio se considera iniciador del género.

Dicho esto, o sea, teniendo claro que el Renacimiento no se puede definir de ese modo tautológico según el cual se vuelve a la Antigüedad sin más que «ingresar» en una época, al margen de los contenidos reales históricos organizados por dichos rótulos, lo cierto es que es bastante evidente que los mismos autores que inician el género en España, no sólo desde sus orígenes, por ejemplo en el canónico Libro de Alexandre, sino en el momento que más nos interesa, el que acontece inmediatamente antes de Pedro Sánchez en el llamado Renacimiento español, lo que les lleva a escribir estas obras es la «materia» misma de España. Y esta es la clave del género del que ofrecemos una interpretación materialista, frente a la formalista que pone el género, la forma, antes que la materia de la que trata. Así, por ejemplo, Pedro Salinas afirmó que el ensayo es el mejor «envase» para pensar en España y sus problemas, reconociendo su existencia desde el siglo XVI; nosotros más bien diríamos que es la realidad de España (el «ser social») quien obliga a escribir («conciencia») de manera que se recoja genuinamente dicha realidad.

Vayamos a los contemporáneos o inmediatos antecedentes de Pedro Sánchez de Acre y sorprendámonos de cómo aparece España como motivo principal de sus escritos.

Por ejemplo, tal como los recoge Pilar Concejo en Antonio de Guevara. Un ensayista del siglo XVI, esta autora reconoce en los prosistas españoles del siglo XV los iniciadores de la literatura ensayística{8}. Según ella, el contenido de estas formas literarias tempranas del ensayismo hispánico expresa «el deseo de penetrar en la esencia del ser de España y su problemática social y religiosa». Y además especialmente protagonizado por los cristianos nuevos o conversos, en tanto que «desplazados socialmente comienzan a defender con tono crítico y actitud a veces agresiva, su derecho a expresarse y buscan medios de integrarse individual y colectivamente»{9}. Así, Alonso de Cartagena, que «gusta del dulce comercio por epístolas» y el expresarse en «romance llano» o castellano, utilizando una expresión, la «diversidad de lección», que vemos casi idéntica en Pedro Sánchez, la «varia lección».

Permítasenos introducir la idea, tal como lo recoge Ottavio di Camillo, de por qué se debe escribir en español según Alonso de Cartagena, porque es exactamente la necesidad de que el ortograma imperial cuente con «toda la población»:

Este apartamiento consciente de un lenguaje erudito o latinizado es indicación de su repugnancia ante una jerga «elitista», incomprensible para la mayoría de la gente. No debe suponerse por ello que Cartagena, de este modo implícito, defiende un ideal democrático, pues creía firmemente en la estructura jerárquica de la sociedad, y en los poderes y privilegios exclusivos de la nobleza. Es más, en realidad, sus ideas sobre el lenguaje y la retórica están dictadas precisamente por su interés en el sostenimiento del orden social vigente, cuya existencia depende, en su opinión, del entendimiento recíproco entre los varios grupos y niveles sociales, y para alcanzar el cual es de suma importancia la comunicación entre los mismos. Siendo el lenguaje el primer vehículo de comunicación, se vuelve, para Cartagena, elemento esencial sobre el que en última instancia descansa la fábrica política y social de la ciudad o del estado{10}

Mosén Diego de Valera, cronista de Enrique IV y de los Reyes Católicos, que, como Guevara más tarde, «se erige con frecuencia en apóstol de la paz interior del reino; gusta de entremeterse en todo y de decir con desenfado las cosas […] Amonesta al rey con atrevimiento y libertad; expone con franqueza la mala gobernación del reino».{11}

Y sigue Pilar Concejo con este repaso a los padres del ensayo hispánico que emparentamos con Pedro Sánchez:

«Valdés llama a Valera «hablistón» de la misma manera que Francés de Zúñiga llamará a Guevara «parlerista». Los dos salen en defensa propia contra los que critican su osadía en el hablar y los dos cultivan un estilo en el que abundan las citas pedantescas. Fernando de la Torre en su Libro de veinte cartas y cuestiones, opone la elocuencia de los «discretos» a la retórica «frairiega», y defiende el derecho de los hombres «sin letras» a expresarse literariamente.[…]Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, es el más cercano a Guevara.[…]En sus cartas se muestra consejero, mediador, fiel servidor de los reyes y defensor de las medidas de gobierno. Hay referencias a sucesos políticos, comentarios moralizantes y referencias autobiográficas».{12}

El médico de Carlos V, F. Lopez Villalobos (1470-1549), declara que su propósito es escribir para «ejercitar los ánimos dormidos de nuestra España», para lo cual se dirige mediante cartas escritas en español «a nobles, dignatarios eclesiásticos y colegas médicos sobre las «cosas de la Corte».{13}

Y el mismo Antonio de Guevara es caracterizado por Pilar Concejo de un modo que nosotros identificaríamos con Pedro Sánchez y que podríamos resumir en ser «despertador» de la «modorra imperial»:

De la historia toma anécdotas, ejemplos, o historias que transforma, o simplifica según la lección de sabiduría práctica o de moral que le interese subrayar. Mirar al pasado, «a los tiempos dorados», es recurso favorito de nuestro autor para, despertar por contraste, a un público no profesional de las letras que vivía amodorrado en la grandeza exterior de España, sin ser consciente de las lacras internas. Guevara como Plutarco busca en la historia modelos que puedan incitar al bien y realizarse en su época. Así, Trajano será modelo de emperador; Plutarco, de consejero y maestro de príncipe; Licurgo, de legislador y David, de pecador arrepentido» (negrita nuestra).{14}

Pongamos esta idea de «los ánimos dormidos de nuestra España» de López Villalobos y la «modorra imperial» de Guevara en relación con lo que dice Gustavo Bueno sobre el Quijote y veremos la actuación pertinaz de este «ortograma filosófico católico español» en su punto más acuciante. Así dice Bueno de forma impecable:

En efecto, en el Quijote, podríamos ver, ante todo, la demoledora crítica dirigida contra todos aquellos españoles que, tras haber participado en las batallas más gloriosas, en aquellos hechos de armas a partir de los cuales se forjó el Imperio español, habían vuelto a sus lugares o a la corte, como hidalgos o caballeros satisfechos, dispuestos a vivir de sus rentas en un mundo intemporal, y de sus recuerdos de los tiempos gloriosos. Y olvidándose de que el Imperio, que protegía su bienestar –su felicidad-, es decir, su pacífica vida, más o menos apacible, estaba, después de la Invencible, siendo atacado por los cuatro costados, y comenzaba a presentar vías de agua alarmantes.{15}

Entendemos que Pedro Sánchez acuda a los clásicos paganos para encarecer sus virtudes, porque, diríamos, hay cristianos que se creen «salvados» por el hecho de serlo, cuando la grandeza del Imperio nos obliga a «estar a su altura», marcada, por cierto, por aquellos romanos. Así, por ejemplo, la templanza de Julio César, frente a la glotonería «de estos tiempos»:

La moderación que tenía César en comer y beber, condena grandemente el abuso que hoy hay en el mundo acerca de esto, y la glotonía y curiosidad con que ceban y rellenan sus vientres: así hombres de baja suerte, como otros de más estofa: los cuales espenden cuanto tienen, y pueden haber, en hacer sacrificio a su vientre (a quien tienen por Dios) de todos los animales que pueden haber (por costosos que sean) y nunca dicen, Ya basta [177 r, Historia moral]

O en la vida de Catón, «inimicísimo» de que se vendieran los oficios de la República, donde dice Pedro Sánchez que de tal abuso

se ha llegado en la gobernación de nuestros tiempos, al estado en el que vino el Imperio Romano, cuando iba de caída: que la dignidad del Imperio (que era la dignidad más temida y estimada que había en el universo) se vino a vender por dinero, y en pública almoneda se pregonaba (Historia moral, 119 v, citando al margen la Historia imperial de Pedro Mexía).

No cabe, pues, preguntarse, por ejemplo, si acaso es un género «inventado» por Montaigne, y los españoles son meros antecedentes, como se lee en algunos autores, puesto que no tiene sentido desde una metodología materialista de la Historia preguntarse si un individuo se inventa algo, como si este individuo tuviera capacidad para ello al margen de la sociedad en la que vive y de las influencias recibidas por su tradición.

Pero aún diremos más: por la naturaleza de nuestro planteamiento, no tiene sentido hablar del ensayo en España vinculado a su política imperial y no suponer inmediatamente la competencia con el resto de naciones que fueron enemigas de dicha acción. Seguimos aquí la misma idea que Gustavo Bueno presenta en su Teoría de la Ciudad, según la cual, no existe la ciudad «absoluta», sino que la existencia de una ciudad exige una pluralidad de ciudades; mutatis mutandis, el ensayo en español, necesariamente coexiste con el ensayo en francés, o en inglés, etc. Se sabe de cierto que Montaigne leyó a Pedro Mexía, pero solamente desde una visión lineal de la historia, interpretación que no parece otra cosa más que una verbalización de la misma línea del eje cronológico dispuesta sobre el papel, una pura abstracción; sólo, decíamos, desde una visión lineal, tiene sentido preguntarse quién fue antes o después, ya que, al margen del «quién fue antes», la cuestión es que el «segundo» es una reacción, una crítica, una respuesta al «primero», cuyo valor, por tanto, no se puede medir tan sólo por la primacía temporal. Ocurre lo mismo aquí que con la serie de conceptos Prerreforma, Reforma y Contrarreforma, vinculadas a esta visión lineal, que debe ser rectificada por la dialéctica de diversas líneas que se cruzan, para ver que la Prerreforma de Cisneros, es la Reforma de España, que la llamada «Reforma» es la Reforma (o Pseudoreforma, al decir de Grabmann; Revolución, la llama Balmes) de Alemania, Francia, Inglaterra y demás enemigos de España, y la «Contrarreforma» es la lucha de España para mantener su hegemonía, y no una reacción sectaria contra la «libertad de conciencia» de Lutero y sus secuaces.

Respecto a la más famosa Miscelánea, como ya hemos dicho, la Silva de varia lección, el introductor y responsable de su edición moderna, Antonio Castro, dice con total claridad esto que venimos expresando de poner la «materia de España» como causante del género y no al revés. Dice así: «Su idea era la de hispanizar la Antigüedad, la de hacer del Imperio Español un nuevo Imperio Romano redivivo.» O, «según dice él, no pretendía más que trasvasar al castellano lo más granado e interesante de los conocimientos encerrados en los libros latinos, con la encomiable intención de que sus conciudadanos pudiesen tener acceso a esos saberes escondidos». Este último comentario sobre los conciudadanos nos permite, por tanto, confirmar su condición de literatura patriótica, en el mejor sentido de la palabra. En efecto, hay diferencia entre el origen medieval en el que el Libro se dirigía al Príncipe, aunque luego lo cantaran los juglares, a este momento de cristalización de lo que Gustavo Bueno ha denominado «nación histórica» en el que es evidente que antes que el estamento, o el oficio, prima en la caracterización del lector al que se dirigen, su condición de español, de «conciudadano».

Podríamos, según esto que acabamos de decir, establecer ciertas fases en el desarrollo del género, pues desde el regimiento para príncipes (todavía circulando entre la élite a través de las copias de amanuenses, aunque popularizados por los juglares, como ya hemos dicho), pasamos más tarde a los dirigidos a clases nobiliarias (pensemos en el Libro de los estados de don Juan Manuel, o el Doctrinal de los caballeros, de Alonso de Cartagena), hasta que se llega al lector en español, sin más, ya con la imprenta. Este último sería el que propiamente se puede denominar ensayo como género dirigido a la nación. Aunque lo cierto es que las fronteras son difíciles de establecer: por ejemplo, en el inventario de la colección de libros de Isabel la Católica se encuentran Espejo de la vida humana, de Rodrigo Fernández de Arévalo, Doctrinal de Príncipes, de Diego de Valera, Doctrinal de caballeros, de Alonso de Cartagena, y Regimiento de Príncipes de Gil de Roma.{16}

Lo dice mejor el mismo Mexía en el Proemio: «no nasció el hombre para sí solo, sino que también para el uno y utilidad de la patria y amigos fue criado», frase que repite Pedro Sánchez igualmente, citando además a su autor, al parecer, Platón (en el mismo prólogo al Lector de Árbol de consideración).

O también:

«Mi desseo y propósito[…] es comunicar a mi patria y lengua castellana muchos de los secretos y doctrinas de la latina y de los que ella tomó de la griega» (Silva, IV, 10)

Pedro Sánchez lo expresa en los tres libros que compuso. Por ejemplo, así habla de «nuestra nación» en Árbol de consideración [270r], al tratar sobre las muertes de reyes españoles: «en las historias de España, a muchos Reyes y príncipes de nuestra nación».

Ahora bien, como texto notable de este patriotismo, recogemos un párrafo precioso de Árbol de consideración sobre la «corrupción democrática», mostrando cómo hay hombres que no son racionales, aristotélicamente hablando, porque no se rigen por el bien común de la república:

Oh válame Dios, y qué falta de hombres hay en las repúblicas y en los ayuntamientos, allí se echa bien de ver quién es hombre, y quién no: mira cómo votan, y las pretensiones que tienen de sus propios intereses, y cómo por seguir los votos de su parcialidad, y no contradecir al que votó primero, que le tiene respecto por amistad, por parentesco, o por otras causas, o porque teme al gobernador, o al superior, vota a gusto del otro contra toda razón y justicia, y contra el dictamen de su conciencia. Así que por pusilanimidad, o por afición, o por otros respectos, dan pareceres injustos, y temerarios, en perjuicio de la república, y de los pobres. ¿Pues estos merecen nombre de hombres? No por cierto. [350v]

Y vayamos ahora, siguiendo el artículo de Bueno sobre el ensayo, al asunto de la demostración. ¿Cómo se hace teoría sin demostración científica? Mediante la analogía:

A mi juicio, el ensayo, si bien no utiliza «demostraciones» en un sentido científico, sí emplea un procedimiento emparentado, a saber, la analogía –incluyendo aquí lo que los retóricos clásicos solían llamar la «comparación demostrativa»-. Aristóteles, que trató ampliamente de la analogía, la reservó principalmente al género oratorio, género que se encuentra, como he sugerido antes, en los principios del ensayo. La analogía no es rigurosamente demostrativa, pero es el procedimiento que puede poner en relación términos pertenecientes a diferentes esferas categoriales. En virtud de una relación analógica, conexiones de una esfera quedan ilustradas o reforzadas por conexiones de otra esfera (o de una esfera teórica con un hecho de la conciencia originaria). El ejemplo, dice también Aristóteles, es semejante a una inducción (hómoion gar epagogé to parádeigma) (Ret., II, 1393 a).

Y así es como Pedro Sánchez refiere a menudo la necesidad de probar aquello que afirma, con el vocabulario jurídico en el que tan entrenados estaban los teólogos, siendo constantes las comparaciones entre los hombres de su tiempo y los antiguos, entre las letras humanas y las divinas:

-«Por manera que aunque para probar o dar a entender la verdad infalible del universal juicio bastaban los testigos que hemos allegado, pero para que el ánimo del hombre se despierte para bien obrar, con la memoria de la cuenta que ha de dar a Dios el día del universal juicio quiero corroborar esta verdad, con razón y con autoridades de los santos: no porque hay necesidad de prueba (pues es proposición de fe) sino para que tratando la materia del juicio estrecho por donde hemos de pasar, nos apartemos del mal, y nos lleguemos al bien» (Árbol, 58 v)

-«lo cual quiero verificar con algunos ejemplos que he leído en la sagrada escritura y en algunas historias verdaderas» (Árbol, 67r)

-«quiero probar esta consideración, primero con autoridades y después con razones» (Árbol, 76 r)

-«Por todas las cuales autoridades, razones y ejemplos, parece que queda bien confundida y reprobada la sobra de ingratitud de los tiranos, perseguidores y homicidas de nuestro excelentísimo orador, y gran filósofo, Marco Tulio Cicerón» (Historia moral, 97v)

Y ya por último, respecto al rasgo del «personalismo», reconocido por todas las caracterizaciones del ensayo, dice Bueno, como así lo creemos también nosotros, que no tiene nada que ver con el subjetivismo, sino con la idea de que el autor es «testigo» de que los entrecruzamientos de los hilos teóricos se dan en el espacio práctico al que él pertenece, siguiendo con la técnica de la analogía. Ahora la biografía del autor ofrece «anécdotas» con ese carácter teórico que vendría a decir «esto le puede ocurrir a otro».

Estas anécdotas en Pedro Sánchez son abundantísimas; por ejemplo, así cuenta un suceso de la época como testigo de vista, referido para demostrar la locura que es «estar felices en este mundo» (gracias al cual, por cierto, sabemos que necesariamente nació y tenía «uso de razón» antes de la fecha nombrada, 1535):

Mas algunas veces les acaece, estando en estos placeres, lo que yo vi por mis ojos en este río de Tajo: que como estuviese una vez tan helado el año de mil y quinientos y treinta y cinco, que con picos por muchas partes no se podían romper los yelos, unos oficiales quisieron hacer una valentía, de hacer lumbre encima de aquellos yelos del río, y guisar allí de comer. Y después que hubieron comido, y mejor bebido, estando tañendo panderos, y bailando, hundiéronse súbitamente aquellos yelos en que estaban, y perecieron todos, con sus mujeres e hijos, que eran más de veinte personas, sin escapar ninguna, como perecieron los Egypcios, cuando los cubrieron las aguas del mar Bermejo. (Historia moral, 94 r).

En otras ocasiones hace referencia en primera persona a lo que ha oído, por ejemplo, en relación con lo que hemos dicho antes de la venta de oficios, defendiendo que estos deberían ser votados:

Como (según he oído decir a los hombres ancianos) se solía hacer en la elección de los jurados en esta ciudad de Toledo, que se elegían y nombraban los Jurados de las parroquiales, menos ha de cien años, por votos de los mismos parroquianos. Cosa cierto muy loable, y que si se usase en nuestros tiempos, se evitarían grandes daños, que se siguen de dar estos, y otros oficios de gobernación, a quien mejor los paga, y no a quien mejor los merece. (H.M., 119 v)

Por último, simplemente añadiremos, en relación a la analogía, que muchas veces el modo en que se realiza esta comparación entre unas esferas y otras, o entre las ideas y los ejemplos, es a través de la digresión. Esta técnica, referida igualmente por los tratadistas del Ensayo, es especialmente notable en Pedro Sánchez, quien suele manifestar cómo los temas «le llevan» de una materia a otra. Desde luego, no hay mejor manera de expresar la idea de Idea como «materia» que desborda las esferas categoriales. Así, por ejemplo, dice: «Y porque nos habemos detenido más de lo que yo quisiera, siguiendo la fuerza de los vientos de las materias que se nos han ofrecido, tratando las vidas de estas Sibilas[…] (H.M. 139 r)

Notas

{1} Aprendices, escépticos y curiosos en el Renacimiento español, Universidad de Málaga, 2004, nota 54, p.277.

{2} Op. Cit. Editorial Ciencia Nueva, Madrid, 1970, pág.275.

{3} Variaciones sobre el concepto de ensayo las encontramos ejercitadas o representada oblicuamente en prácticamente todas las obras de Bueno y su escuela . Véase, por ejemplo, el artículo de Emmanuel Martínez Alcocer, «Feijoo y el género ensayo» en el número 146 de la revista El Catoblepas (http://www.nodulo.org/ec/2014/n146p09.htm).

{4} Gustavo Bueno, «Sobre el concepto de «ensayo»», pág. 98 en El Padre Feijoo y su siglo, Ponencias y comunicaciones presentadas al Simposio celebrado en la Universidad de Oviedo del 28 de septiembre al 5 de octubre de 1964. Oviedo 1966, tomo 1, páginas 89-112 (http://www.filosofia.org/aut/gbm/1964ensa.htm)

{5} Op.cit.pag.111.

{6} Alfredo Alvar Ezquerra, Las Enciclopedias en España antes de ‘l´Encyclopédie’, CSIC, Madrid, 2009, p.78.

{7} Jaime Alvar Ezquerra, op. Cit, págs.74-75.

{8} Ediciones Cultura hispánica, Instituto de Cooperación Iberoamericana, Madrid, 1985.

{9} Pilar Concejo, op. Cit,. Pag.25.

{10} Ottavio di Camillo, El Humanismo castellano del siglo XV, Fernando Torres editor, Valencia, 1976, pag. 56

{11} Op. Cit. Pág.26.

{12} Op. Cit, pag.28.

{13} Op. Cit. Pag. 24.

{14} Op. Cit. Pag. 57.

{15} En Gustavo Bueno, España no es un mito, Temas de hoy, 2005, pag. 273.

{16} Francisco Javier Sánchez Cantón, Libros, tapices y cuadros que coleccionó Isabel la Católica, C.S.I.C., 1950 Apud. El libro antiguo español.Coleccionismo y Bibliotecas. Siglos XV-XVIII, Mª Isabel Hernández González, ed., Ediciones Universidad de Salamanca, 1998.

 

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