Separata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org
«El mono y la mona producen monitos, hasta hoy». Este fue el principal argumento esgrimido por el «niño predicador» contra la teoría de la evolución biológica allá por el 2007, cuando el vídeo de su espectáculo se convirtió en viral. El público que escuchaba la prédica del pequeño peruano en un coliseo de San Juan de Puerto Rico alquilado por una iglesia evangelista reía, aplaudía y se retorcía elevando las manos al cielo en pleno trance, como si la frase de los monitos les hubiera elevado al éxtasis y puesto en contacto con el Espíritu Santo. O, ya que hablamos de teorías y doctrinas, directamente con la mente de Dios, más sabia y buena que la de los «teólogos y científicos modernos que dicen que somos de la evolución, que somos parientes del mono, ¡que somos de la nada!»
Nezareth Castillo ya no es un niño, pero sigue haciendo giras por toda América y convirtiendo a sus oyentes a la evidencia creacionista. Igual que él, decenas de charlatanes predican en español y en inglés que la palabra de la Biblia vale más que la del Origen de las especies. Lejos de ser una rareza, estos grupos se suman a una lucha encarnizada librada durante décadas por fundamentalistas cristianos empeñados en sacar a la teoría de la evolución de las aulas estadounidenses o, conforme perdían fuerza, enseñarla en pie de igualdad junto con la doctrina creacionista. Y no pensemos que es cuestión que sólo afecta a sectores de la población sin educación alguna. Por ejemplo, el libro reciente de Owen Gingerich (God’s planet, Harvard University Press, 2014) viene a engrosar el género de astrofísicos metidos a teólogos; y el aún más reciente de Helen de Cruz y Johan de Smedt (A natural history of natural theology, MIT Press, 2015) argumenta que las vías de la teología natural son resultado de nuestros dispositivos cognitivos. Aunque los autores no dicen por ello que la idea de Dios sea innata en nuestras mentes, se quedan cerca (y la sospecha está justificada puesto que los autores conocen el argumento de que, si la idea de Dios existiese, Dios mismo tendría que existir).
Desde los 90, algunos de estos creacionistas con estudios decidieron camuflar todo tufillo religioso a la hora de emprender su batalla por la educación con vistas a evitar argumentos legales en contra: la doctrina del Diseño Inteligente, dicen los intelectuales amalgamados en torno al Discovery Institute, no dice nada de cómo sea el diseñador ni supone un dios religioso, sino que simplemente postula la necesidad de una inteligencia creadora para explicar los fenómenos de desarrollo de formas orgánicas complejas.
Más allá de la estrategia, el argumento apunta a la tradicional distinción entre teología dogmática y teología natural y, por tanto, entre el Dios de la revelación y el Dios metafísico. Y aquí tenemos el primer círculo vicioso. Porque, supuesto que los defensores de la teoría del diseñador inteligente pudieran demostrarla, ¿por qué llamar Dios a ese demiurgo inteligente? Es decir, ¿qué tienen que ver el Dios del niño predicador con el diseñador del Discovery Institute? Aquí está el círculo: solamente suponiendo al Dios mitológico puede hacerse corresponder con él el Dios metafísico. Es más, solamente partiendo de la idea de un Dios mitológico cabe imaginar la existencia de un demiurgo que mantenga atributos personales como el de la inteligencia.
El problema es complejo y afecta al significado mismo del significante «Dios». Porque lo cierto es que ninguna de esas dos ideas de Dios, la dogmática y la natural, tiene un sentido único. Por un lado, es evidente que existen tantos dioses revelados como religiones positivas, lo cual basta para romper la unicidad de la idea. Además, la idea mitológica de un Dios superior a todos cuantos pueblan el panteón de un determinado pueblo y que es propia de la(s) teología(s) dogmática(s) es monoteísta sólo propagandísticamente, puesto que se trata más bien de un monolatrismo, una limitación política del culto para restringirlo solamente al Dios más poderoso. Y ese núcleo mitológico acompañará a los dioses monoteístas en la fase terciaria de las religiones, que no es sino la formalización filosófico-teológica de esas mitologías. Si se desprendieran de ese núcleo, los dioses monoteístas dejarían de ser religiosos y pasarían a identificarse con el Dios de los filósofos sistematizado por Aristóteles, abrazado por los ilustrados, y despreciado por Lutero y por Pascal. El Dios sin barbas, ajeno al mundo, a los hombres, y a sus rezos. Es un puro círculo vicioso (el segundo) suponer que los dioses superiores de las diferentes religiones dan lugar a una única idea Dios.
Por otro lado, y continuando el argumento, el Dios metafísico no es más unitario que el mitológico. Ya Francisco Suárez advertía de un tercer círculo vicioso: nada garantiza que los entes que Santo Tomás derivaba de cada una de sus cinco vías fueran el mismo. Nada garantizaba, por tanto, el «le llamamos Dios», con que el Doctor Angélico coronaba cada una de sus cinco «demostraciones». Si el ateísmo existencial se dirige a los dioses mitológicos intermedios y supremos (Zeus, El, Yaveh, Alá, Cristo, Assur…), el esencial niega el Dios metafísico. Y lo hace precisamente señalando la imposibilidad de su idea, a la que se llega regresando desde los fenómenos del mundo a una serie de ideas límites autocontradictorias, contradictorias entre sí e incompatibles con esos mismos fenómenos del mundo. Por poner un ejemplo clásico de cada uno de estos tipos de contradicción: ¿cómo puede tener Dios atributos personales como la voluntad o la inteligencia, que son fenómenos de corpóreos y biológicos y que le vienen dados por vías mitológicas, y al mismo tiempo ser un ser metafísico fuera del mundo?; si Dios es omnipotente y bueno a la vez, ¿cómo puede ser que exista el mal en el mundo?; por último, ¿cómo compatibilizar la infinitud de Dios con la finitud del mundo sin caer en el panteísmo?
Rota la supuesta unidad respectiva de las ideas mitológicas y filosóficas de Dios, parece todavía más audaz la tarea de los defensores actuales de la teoría del diseño inteligente. Porque ahora la estrategia de la que hablábamos antes parece más bien un salto mortal: primero tienen que probar que hay un diseñador inteligente y después identificar a ese ente con el Dios de los fundamentalistas cristianos o musulmanes que los financian. Este salto, no nos engañemos, lo debe realizar todo teólogo natural. Por volver a Santo Tomás y sus críticos, ¿quién garantiza que, supuesta la eficacia de las cinco vías, el Dios resultante no es el del deísmo más seco y a-religioso sino el Dios trinitario de la Iglesia católica apostólica y romana? La revelación. La mayor parte de los creyentes católicos ignoran la proclamación del tomismo como doctrina oficial de la Iglesia. Y, al fin y al cabo, muchos católicos hubo antes de que teólogos como San Agustín (de la mano de Platón) o San Alberto Magno (de la mano de los comentadores musulmanes de Aristóteles) desarrollasen la teología natural como doctrina de la Iglesia. Pero incluso aquellos católicos que conocen los argumentos teológico-naturales tienen constantemente que abandonar la racionalidad de las vías demostrativas y apelar a la Palabra, a la racionalidad mitológica.
Un ejemplo significativo nos lo da el teólogo católico, colaborador de El Catoblepas, y profesor de filosofía en la Universidad Católica San Antonio de Murcia Desiderio Parrilla Martínez, que en marzo del 2015 participó en una [mesa redonda organizada por la Fundación Gustavo Bueno en torno al diseño inteligente. Tan brillante como estratégicamente, Parilla ofreció una argumentación histórico-filológica destinada a interpretar por vía no agustiniana (no protestante o «americanista») la quinta vía de Santo Tomás, conocida precisamente como argumento del diseño. Parrilla trató de tranquilizar al público materialista dando a entender que su condición de católico no quitaba un ápice de racionalidad filosófica a sus ideas sobre Dios. Pero la idea de Dios de Parrilla, como católico, necesita del salto mortal a la mitología. La prueba es que ante otros públicos menos impíos, como los comúnmente llamados kikos, Parrilla no se sonroja al escribir: «El carisma que Dios ha concedido al camino neocatecumenal es precisamente este celo ardiente por la Nueva Evangelización para la sociedad global de tercer milenio. El Señor ha concedido unas raíces vigorosas y potentes, necesarias para robustecer esta planta evangélica cuya misión será ponerse al servicio de la Iglesia universal para evangelizar a todas las gentes. Dios concede instrumentos fuertes para misiones fuertes. Y la misión del Camino Neocatecumenal en esta coyuntura histórica no puede ser más audaz: cumplir el mandato de derecho divino de llevar el Evangelio a toda criatura (Mc 16, 15).»
Aún más: la idea de Dios de la quinta vía de Santo Tomás no es menos mitológica que la de los neocatecumentales. En palabras de Gustavo Bueno: «el Dios arquitecto o el Dios relojero, que está en la base, sin duda, de la argumentación teológica "civilizada" (la quinta vía tomista) para probar la existencia de Dios, es una argumentación morfológica (y no propiamente ontológica) de nulo contenido filosófico. El proceso que conduce al demiurgo es (suponemos) un automatismo fruto de una mera analogía categorial, basada en la equiparación de los ríos, las montañas o los astros, o del propio hombre, con los artilugios creados por el hombre mismo. Si el ecosistema fuera equiparable a un edificio, o a un reloj, o a un cuadro pintado, o a una sinfonía, habría que poner detrás a algo así como un arquitecto, un relojero, un pintor o un músico. Pero el supuesto que desencadena el argumento es sólo una metáfora superficial (por no decir, infantil o salvaje); una metáfora que además pide ya el principio del demiurgo, porque un reloj sin relojero no sería un reloj, una sinfonía sin compositor no sería sinfonía, &c…Esto nos lleva a retirar la consideración de argumentación filosófica a lo que no es sino un razonamiento estrictamente mitopoiético, propio de los pueblos bárbaros, el que conduce al Dios demiurgo.»
He aquí por tanto el cuarto círculo vicioso: sólo podemos entender como diseñadas las cosas del mundo, por ejemplo las formas orgánicas complejas, cuando hemos partido del supuesto de un diseñador. La quinta vía por tanto se basa en una analogía, si, pero puramente mitológica.
Estamos ya en condiciones de volver sobre el supuesto simple del diseño: que las morfologías de este mundo, y en especial la vida, no se pueden explicar sin un diseñador inteligente. Supongamos que fuera cierto que las formas orgánicas no pueden explicarse por vía científica y centrémonos en la pregunta: ¿son viables las explicaciones que echan mano de un diseñador inteligente? Si el diseñador inteligente es entendido como demiurgo incorpóreo, cosa que sólo ocurre en versiones muy avanzadas de las religiones llamadas monoteístas, no puede ser tomado como explicación científica. Sencillamente porque los términos y referenciales de las ciencias son siempre cuerpos, puesto que sólo así pueden ser objeto de las operaciones de los sujetos gnoseológicos. O sea, que apelar a un espíritu incorpóreo es más una solución ad hoc que una explicación efectiva. Pero la cosa es aún más grave. El materialismo niega de plano la posibilidad de un espíritu incorpóreo: la vida psíquica, la inteligencia, es tan biológica como la vida trófica y sexual, de las que deriva y depende. Por tanto, apelar a la inteligencia para explicar la vida es caer en un circulo vicioso irremediable. El quinto.
Pero supongamos que aceptamos los anteriores argumentos viciados y admitimos que un diseñador inteligente es una explicación viable. ¿Qué explica? Recogiendo la crítica de Aristóteles a la teoría de las ideas de Platón, explicar las formas del mundo por unas formas separadas que existen en un mundo uránico (o en la mente de Dios) es antes duplicar el problema que solucionarlo. El sexto círculo vicioso del Dios providente y diseñador es que sólo explica las formas del mundo si previamente se han postulado en la mente de Dios.
A estas alturas, está claro que estos círculos viciosos no son de Dios, que no es más que una pseudoidea. Es decir, no es que Dios no exista, es que no existe ni tan siquiera su idea. Los círculos viciosos lo son de la teología natural y sus versiones contemporáneas del diseño inteligente.
Una vez destruido el diseño inteligente, podemos volver al problema que plantean sus defensores, la dificultad de explicar las formas orgánicas complejas, y la vida en general, por parte de la biología. Ésta seria materia para otro artículo y aún varios libros. Aquí basta con señalar que negar las pseudoexplicaciones teológicas no significa caer en el cientifismo, en la idea de que las ciencias agotan la realidad. No tratamos aquí de oponer las barbas de Darwin a las de Dios Padre. Esto es lo que hace, por ejemplo, Stephen Hawking en su libro El gran diseño (2010), cuyo título es ya una declaración de guerra. No hace falta diseñador, dice el astrofísico-celebrity, porque los fundamentos del mundo están en las leyes de la física, que ya existían cuando sólo había Nada, flotando en el vacío a la espera de entrar en acción. Sólo hacía falta un salto cuántico en aquella nada física, y esas leyes bastarían para explicar el resto. Pero esto es poco más que un creacionismo redivivo donde, al igual que en el sexto círculo vicioso teológico, se quiere explicar el mundo postulando leyes que sólo tienen sentido dentro de ese mismo mundo.
La filosofía materialista tiene en cuenta la verdad de los resultados de las diferentes ciencias, pero a la vez reconoce que ideas como la de vida o la de teleología desbordan el ámbito de las ciencias. La biología molecular es capaz de regresar a los elementos constitutivos de la vida, pero para hacer el camino de vuelta de esos elementos a las formas orgánicas hay que suponer otras materialidades no agotadas por la biología. Sólo así puede evitarse la idea de emergencia creadora, heredera de la idea creacionista de «nada». El materialismo también es circularista, en el sentido de que sabe que las explicaciones siempre dan por supuesto el punto de llegada, el mundo de los hombres a escala antrópica en la que lo percibimos y en la que operamos. Pero, a diferencia de la teología, se cuida mucho de postular entidades mitológicas o metafísicas, que no son sino falsas soluciones. Los fundamentos del mundo no son externos a él, sino que son múltiples, diversos y mutuamente irreductibles.