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El Catoblepas, número 160, junio 2015
  El Catoblepasnúmero 160 • junio 2015 • página 2
Rasguños

Continúan las matanzas

Gustavo Bueno

Y el análisis iniciado en el rasguño de marzo de 2015 («En torno a la matanza de Túnez»)

Elecciones españolas de mayo de 2015

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Ante todo consideremos la «avalancha». En el rasguño citado del pasado mes de marzo de 2015 («En torno a la matanza de Túnez») y ante la avalancha de informaciones, interpretaciones, declaraciones de políticos en activo o manifestaciones públicas con sus correspondientes pancartas-etiqueta, por parte sobre todo de primeros ministros de los Estados de la Unión Europea o de los Estados Unidos, intenté establecer una distinción entre diagnósticos y tratamientos como criterios de análisis de la avalancha que, como es bien sabido, se acumulaba además a la que, desde enero de 2015, habían desencadenado los atentados de París.

A la distinción entre diagnósticos y tratamientos le atribuíamos la ventaja de señalar dos campos en la avalancha que, aunque diversos, eran susceptibles de sistematización, utilizando criterios finitos.

En efecto, el campo de los diagnósticos, era sobre todo ideológico o nematológico, y en él se mueven los periodistas, los políticos, los «tertulianos creadores de opinión» en un campo o estrato de análisis finito, porque los diagnósticos «flotantes» en la avalancha, aunque muy diversos y variados, eran finitos y además susceptibles de ser sistematizados por criterios en número bajo, tales como (1) diagnósticos dualistas, expuestos generalmente en categorías políticas (sociedades democráticas / sociedades no democráticas) o en categorías antropológicas (barbarie / civilización), o en categorías económicas (sociedades con recursos petrolíferos / sociedades pobres), &c.; (2) diagnósticos no dualistas, sino basados en distinciones históricas «empíricas» (sunnitas y chiítas, salafistas, hermanos musulmanes, demócratas cristianos, socialistas, comunistas, anarquistas) y (3) diagnósticos psicológicos, psiquiátricos o sociológicos que investigan los resentimientos derivados del enterramiento o desenterramiento de los familiares, incluso de las violencias de género, entendidas como fuerzas reales.

En cuanto al campo de los tratamientos, la tarea de sistematización parece, si cabe, más positiva: o bien se distinguirán tratamientos militares, o diplomáticos, o económicos, o estrictamente políticos.

El rasguño de marzo no pretendía ofrecer nuevos diagnósticos o nuevos tratamientos, sino sugerir posibles interacciones entre los «sistemas de diagnóstico» y los «sistemas de tratamiento». ¿Hasta qué punto las limitaciones que los Estados europeos tienen cuanto a su disponibilidad de recursos económicos, militares o ideológicos, no determina o limita el sistema de sus diagnósticos? A su vez, esta limitación de los diagnósticos obligará a los Estados europeos a proyectar tratamientos en lugares extravagantes (como pudieran serlo la organización de manifestaciones pacifistas, o la conmutación de militantes de partidos políticos en militantes políticos con configuración propia).

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Al zambullirnos en la «avalancha» suscitada por los atentados del viernes 26 de junio de 2015, y principalmente a las declaraciones del primer ministro de Francia, así como las de los jefes de su oposición, y las de los dirigentes políticos de España, Italia, Alemania o Reino Unido, debo confesar que mi sorpresa fue muy grande al comprobar el grado de grosero simplismo ideológico (o nematológico) en el que se mueven tales políticos, tanto si son considerados como progresistas («de izquierdas») como si son considerados como conservadores o liberales («de derechas»). La misma utilización de los criterios clasificatorios derecha / izquierda es ya muy sospechosa de simplismo, aunque no vamos a entrar aquí en este asunto fundamental.

¿Cómo explicar la grosería ideológica de nuestros políticos, o, si se quiere, el desarme ideológico al que les lleva necesariamente su simplismo? Lo más socorrido sería aludir a su «bajo nivel intelectual» o a su cretinismo. Pero, antes de llegar a este tipo de explicaciones psicológicas (sin tampoco descartarlas a priori), me parece que hay que ensayar otro tipo de explicaciones, a saber, el que tiene que ver con la ideología de estos primeros ministros, en cuanto sus ideologías se corresponden, por ejemplo, con los proyectos de la Unión Europea o con los planteamientos de la presidencia norteamericana.

Estos compromisos con las Unión Europea o con los planes de Estados Unidos parecen suficientes, al menos en muchos casos, para dar cuenta del simplismo que apreciamos prima facie en los políticos, así como también para distinguir en estas ideologías componentes bien conocidos, como pueda serlo la idea del «Patrimonio inmaterial de la Humanidad», de la Unesco, la idea de la «Alianza de civilizaciones», la idea de la necesidad de homologar a las sociedades llamadas democráticas, la idea abolicionista en derecho penal de la pena capital y, sobre todo, la apelación, como instancia suprema, a los principios de la Declaración de los Derechos Humanos.

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El diagnóstico más común entre los demócrata cristianos europeos (y particularmente entre los españoles, incluyendo aquí a los dirigentes del PP), parece establecerse acudiendo a categorías de la «antropología científica» de la época clásica (Morgan, Tylor), que distingue como fases obligadas de la evolución de la historia humana, al salvajismo, a la barbarie y a la civilización.

Se descartan por tanto las motivaciones religiosas. Y ello debido, acaso, a que la idea de religión que utilizan los políticos o periodistas democristianos, es la idea formada en torno a las llamadas religiones superiores o religiones humanistas, como lo sería, en primer lugar, la religión constituida en torno a un hombre divino, como es Cristo. Se trata por lo demás de la idea de religión propia de la Iglesia cristiana triunfante sobre el Islam (la Iglesia de los Reyes Católicos, de Hernán Cortés, de Lepanto); la religión de la predicación y de la paz, la religión del Corpus Christi y de la Virgen María. Esta idea de religión bloquea sin duda la consideración como religión verdadera de cualquiera otra organización que incluya la guerra o los sacrificios humanos como métodos proselitistas. El conjunto de religiones que no se ajustan a esta idea de religión no podrían considerarse como religiosas, sino por ejemplo como supersticiosas, incluso inspiradas, en su tiempo, por el Maligno.

Para los descubridores del Nuevo Mundo, las religiones mayas o aztecas, por ejemplo, serían degeneraciones históricas inspiradas por este Maligno. De otro modo: los diagnósticos democristianos, en esta dirección, tendrán que acudir a categorías de la Antropología cultural tales como el salvajismo o la barbarie, pues no es la religión verdadera la que puede inspirar los atentados criminales que se perpetraron durante el día viernes 26 de junio de 2015. Ni siquiera se acude a las propias variedades de las religiones, musulmanas por ejemplo, para explicar la realización de los atentados. Un ministro democristiano decía: «No consta ninguna conexión directa entre los atentados de Lyon y los otros atentados del día 26.» El trabajador de la fábrica Air Product, cerca de Lyon, comenzó su jornada, al parecer independientemente (al menos no consta que hubiera recibido alguna orden acreditada), decapitando al gerente de la fábrica. Ambos iban juntos en una furgoneta conducida por el trabajador que, al llegar a la verja de la fábrica, colgó de esta verja la cabeza decapitada y, a continuación, entró en su recinto y estrelló la furgoneta contra unas bombonas de gas para hacer volar el edificio.

Poco después, en Susa (Túnez), un terrorista disfrazado de turista (y también, desde el punto de vista policial, con absoluta independencia, puesto que no consta ningún documento acreditativo, es decir, puesto que la consideración de sus creencias es asunto que desborda la investigación o la prueba policial, de aquí la acuñación del concepto de «lobo solitario»), dispara contra los bañistas de una playa contigua al hotel y contra otros que estaban en la piscina.

En el mismo día, en Kuwait, y mientras más de dos mil personas rezaban en una mezquita, un terrorista hace detonar su carga explosiva con el resultado de veinticinco muertos y más de doscientos heridos. Tampoco consta que este terrorista hubiera recibido alguna influencia u orden de otras personas: policialmente la responsabilidad penal de este terrorista es puramente personal.

El mismo día, en la Base de la Misión de la Unidad Africana en Leego (Somalia), un coche cargado de explosivos se empotra contra la base con el resultado de más de cincuenta muertos. Sin embargo los ministros democristianos europeos dicen que no consta que hubiese habido comunicación entre estos atentados, sin duda, refiriéndose a que la policía, cuyos métodos se consideran como enteramente fiables, no localizó ningún agente yihadista que hubiera coordinado estos actos terroristas. Lo que justificaría su conclusión: «la coordinación de los atentados terroristas en un mismo día no puede considerarse como dirigida por un grupo de criminales que pudieran haber sido detenidos por la policía y, en consecuencia, los atentados habrán de imputarse a los individuos autores de los mismos». Parece que estamos respirando en el reino en donde rige el principio societas delinquere non potest.

Pero al mismo tiempo, los ministros democristianos o los medios de comunicación, reconocerán que estos actos son la expresión de una «ofensiva yihadista», consecutiva a la instancia que, hace cinco días, «los integristas del Estado Islámico (EI) hicieron con motivo del ayuno el Ramadán, y para conmemorar que el lunes próximo se cumple el aniversario de la proclamación del Califato».

Concluimos: se diría que para los políticos o para los informadores democristianos, la idea de religión, es decir, la idea de la verdadera religión (frente a las supersticiones o falsificaciones) coincide con la idea de religión verdadera. Por ello una religión considerada falsa (por herejía grave, por ejemplo), como lo era el Islam en los siglos de lucha contra los cristianos, por ejemplo, en la época medieval, en la época en la cual Averroes escribió El libro del Yihad, o, poco después, los años en los que Alfonso X el Sabio escribió la Partida Segunda, Ley II, Título XXIII, no podría ser la religión verdadera.

Sus agentes o fieles, lejos de percibirse como «hermanos», hijos de un padre común, se percibirían como gentes de otra estirpe, incluso de una estirpe fundada por el Maligno.

Escribe Enrique Prado, en su introducción a la traducción que Carlos Quirós había hecho del libro del Yihad de Averroes (Pentalfa, 2009, pág. 25): «El Yihad acontencía en la frontera, en el limes, entre el dar al-Islam (territorio del Islam) y el dar al-hrab (territorio de la guerra) que comprendía al resto del mundo no musulmán. A los no creyentes, a quienes nunca han aceptado el islam, se les llamaba kafar y de ahí procede nuestro «cafre». Entre ambos territorios hay un estado permanente de guerra que sólo acabará cuando la victoria final convierta a toda la Tierra en dar al-Islam

De hecho, así es como percibieron los cristianos, en los capiteles románicos de la época, a los monstruos animales a través de los cuales se representaban a los musulmanes del yihad. Los musulmanes yihadistas (acaso aquellos que habían atacado como fieras y descuartizado a los cristianos) eran presentados a los cristianos por los artistas como animales monstruosos y feroces, capaces de destruir o de construir obras gigantescas, como pudiera serlo el puente del diablo o el reino de Alfonso II. El Yihad, que Quirós traducía como «la guerra santa», no sería pues una institución secundaria u ocasional del Islam, puesto que tenía las connotaciones eternas de tantas instituciones religiosas.

De aquí el anacronismo de los políticos o periodistas democristianos cuando comienzan calificando («diagnosticando») como actos de barbarie, y no como actos religiosos, las acciones de los yihadistas perpetradas el viernes 26 de junio de 2015. Porque la categoría de «barbarie», como categoría antropológica «científica», recuperaba un concepto de la antigüedad clásica grecorromana, que volvió a movilizarse en el siglo XVI al tratar de «diagnosticar» a los indios americanos, designados por Vitoria o por Sepúlveda como «bárbaros».

Pero en ningún caso el Yihad es una institución salvaje o bárbara, sino una institución civilizada, como lo es el Islam, en cuanto religión del libro. Y, desde luego, el yihad, como institución muy elaborada y analizada por los teólogos de la talla de Averroes, que en modo alguno pueden considerarse salvajes o bárbaros.

Los políticos democristianos, así como los periodistas condignos, no pueden soportar la idea de que el conflicto a muerte es la regla entre las religiones civilizadas, y que la concepción de la coexistencia pacífica entre ellas (la que fue propuesta por Lessing en su Natham el Sabio) conduce necesariamente a la disolución de las religiones positivas (disolución que, por otra parte, había sido el propósito del mismo Lessing, inmerso en el movimiento de la Ilustración alemana).

Si pues los políticos y periodistas democristianos diagnostican los atentados yihadistas del 26 de junio de 2015 como productos de una sociedad salvaje, es porque la idea de religión verdadera, ecualizada con la idea de verdadera religión, no les permite reconocer como religioso al Islam del yihadismo (y en esta disposición parece mantenerse el señor Francisco papa). Si dos religiones son incompatibles, una de ellas debe ser una falsa religión; lo que equivale a decir, que los atentados yihadistas no son religiosos, sino de frontera entre la religión verdadera (dar al-Islam, según Averroes, pero no según Santo Tomás) y las demás.

Y manifiestan, a su vez, que el tratamiento que desde los Estados civilizados puede dársele al yihadismo, no es la guerra (suponiendo que la guerra se establece siempre entre Estados); y esto sin contar con que el Califato de Bagdad, hoy por hoy, no es todavía un Estado reconocido por la Asamblea General de la ONU. Y, sin embargo, sólo la ONU (pero no la OTAN o alguna gran Potencia, como puedan serlo los Estados Unidos) puede movilizar tropas y misiles para proteger la vida de los ciudadanos amenazados de muerte, o bien, para proteger los tesoros que la UNESCO ha elevado a la condición de «Patrimonio de la Humanidad», al estilo de las ruinas de Palmira.

Pero si la ONU no se moviliza para aplastar al yihadismo, nadie más podrá hacerlo y nadie lo hará, porque difícilmente en la Asamblea General podría formarse un grupo de Estados que votasen mayoría a favor de la «guerra salvadora». Otros muchos Estados –entre ellos los Estados democráticos o denominados tales, hindúes, orientales o polinesios– apelarán a los Derechos Humanos, e incluso reconocerán un cierto derecho a los pueblos del Islam yihadista; y sin son abolicionistas de la pena capital, tenderán a juzgar al criminal individual imputado en los atentados desde la perspectiva de su reinserción social (olvidando que la sociedad en la que él querrá insertarse será precisamente la sociedad islámica yihadista).

De otro modo: el diagnóstico de los atentados mediante la categoría de barbarie es acaso fruto de las evidencias prácticas de que las guerras totales entre los poderes que alientan el yihadismo es inviable, es decir, que el problema del yihadismo carece de solución «legal», y que tan solo son posibles ciertos remedios indirectos (diplomáticos, contra yihadistas).

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Pero el diagnóstico de los gobiernos socialdemócratas (cuyo laicismo tradicional les preserva de las limitaciones propias de quienes mantienen la ecualización entre la verdadera religión y la religión verdadera) no es más luminoso.

El candidato a la presidencia del gobierno en las elecciones parlamentarias ofreció un diagnóstico del yihadismo y un tratamiento del mismo, tan inane o más que los diagnósticos o tratamientos de los democristianos. Considera a los actos del yihadismo como resultado de la debilidad de las democracias de los Estados islámicos correspondientes. El único remedio que, desde este diagnóstico, parece posible, sería el fortalecimiento de la democracia.

Parece evidente que la idea de democracia juega análogo papel, entre los políticos socialdemócratas, del que juega la idea de religión entre los políticos democristianos. Para los democristianos, hay religiones verdaderas y religiones falsas; para los socialdemócratas, de la misma manera a como hay Estados reales y Estados fallidos, hay también sociedades políticas auténticas y sociedades políticas aparentes, puesto que la misma sociedad política que cabe admitir hoy en el curso del progreso humano, es la sociedad política socialdemócrata homologada, en transparente y fraternal competencia con otras sociedades políticas homologadas. Pero, ¿cómo imponer estos conceptos socialdemócratas de sociedad política a una sociedad califal en la cual la democracia homologada queda desbordada por las repúblicas islámicas, las que comenzaron en la revolución del Irán, tras la época del Sha, con el ayatollah Jomeini?

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Es cierto que además de democristianos y socialdemócratas, tal como se definen «en Occidente», existen otras formas de sociedades políticas, algunas de las cuales desarrollan ciertas líneas susceptibles de ser consideradas como homologables a las democracias genuinas (sobre todo cuando la globalización de la industria y del comercio internacional ha requerido, por razones tecnológicas y económicas, esta homologación «administrativa»). Pero estas sociedades políticas (India, Tibet, Indonesia, sociedades africanas…) analizarán de modo muy distinto a las sociedades afectadas por el Yihad.

Tenemos que concluir que los políticos europeos o americanos no disponen de diagnósticos certeros del yihadismo, ni, menos aún, de la posibilidad de un tratamiento eficaz. Y se comprende que ellos, al tener que explicar el estado de la cuestión a sus ciudadanos, al tener que explicar el diagnóstico y el tratamiento que fuera preciso tomar inmediatamente, tengan que utilizar los únicos recursos ideológicos de los que disponen.

Comprendemos las razones que los mueven a ocultar o disimular su ignorancia, pues su confesión sería imprudente y alarmaría a sus audiencias. Pero esta prudencia, ¿no aproximará a estos políticos a la condición de impostores? ¿No sería mejor que declarasen abiertamente su ignorancia sobre lo que son los movimientos yihadistas y su ignorancia sobre los remedios no utópicos para combatirlos? En todo caso tendrían que graduar el nivel de transparencia que permita mantener a sus declaraciones en el terreno de la prudencia política.

 

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