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El Catoblepas, número 162, agosto 2015
  El Catoblepasnúmero 162 • agosto 2015 • página 8
El mundo no es suficiente

Catalanismo y fundamentalismo democrático: de las patadas democráticas en el culo

Grupo Promacos

Sobre el uso propagandístico del adjetivo «democrático» por parte del nacionalismo fragmentario catalán

Catalanismo y fundamentalismo democrático

«Golpear puede la masa
y en esto es respetable;
pero para juzgar es siempre miserable» (Goethe)

Es llamativa la contradicción que persiste en el catalanismo, pero también en el nacionalismo fragmentario vasco, cuando se afirma desde su seno, por un lado, que Cataluña sufre una opresión secular por parte del «Estado español», teniendo por resultado su expolio («Espanya ens roba»), y por otro, a su vez, sin percibir obstáculo lógico alguno, que Cataluña es una de las regiones (ellos dicen «país») más prósperas de Europa (resulta curioso, en esta homologación ficticia, que la Holanda «liberada» hace cuatro siglos tiene en la actualidad unos índices de desarrollo parecidos a los de la Cataluña «oprimida») . Así, si Cataluña abandonara ese lastre que España representa, dicen, estaría entre las Naciones más ricas de Europa, presuponiendo la ficción (catalanista) de que Cataluña forma, ya de hecho, un todo independiente que se constituyó y desarrolló al margen de España, y no como parte suya. Se abstrae, a partir de esta petición de principio, precisamente el proceso de constitución de tal (virtual) nación, que sería en este caso además por la vía de la secesión respecto a España, con todo el coste que ello supondría o podría suponer (nuevas fronteras, deudas, posibles boicos y bloqueos, resistencia del «unionismo», segregación del mismo, etc), y se presupone una Nación catalana ya aureolarmente constituida (constituida en las mismas condiciones que la Cataluña actual) y homologable a las naciones europeas más prósperas. Sin embargo, no es previsible que después del proceso secesionista las cosas se quedasen como están en la actual Cataluña regional, y, seguramente, la Cataluña «nacional» emularía más a Grecia o incluso Albania, que a Holanda.

El caso es que el diputado catalanista de Izquierda Republicana (ERC), Joan Tardá, volvió a hablar de «expolio» en el reciente debate parlamentario a propósito de la aprobación de los Presupuesto Generales del Estado, diciendo que «Cataluña» aporta un 20% al PIB y recibe, sin embargo, tan solo un 11% en inversiones, un «expolio», arguyó, que solo por la vía de la «independencia», lo que llaman eufemísticamente «derecho a decidir», puede resolverse (frenarse). Y así Tardá pronosticó terminantemente, en referencia a la convocatoria electoral autonómica del día 27 de septiembre, y presumiendo de estar bien dotado de ciencia media infusa, un respaldo electoral a favor del secesionismo catalanista, basándose sin duda en el apoyo electoral recibido por estos partidos, toda vez que tales elecciones están planteadas desde el propio catalanismo como un plebiscito favorable (o contrario) a ese «derecho a decidir». Así, sentenció ya amenazante, «El 27-S vamos a darles una patada en el culo democrática».

Es sobre ese adjetivo ,»democrático», sobre lo que, precisamente, queremos llamar la atención porque es este adjetivo (en un país en el que se ha llegado a hablar de «orgasmos democráticos») el que permite que cualquier proyecto quede legitimado en el debate social, de tal modo que, si bien una «patada en el culo» siempre representa una acción violenta (en este caso el secesionismo), quedaría sancionada como acción legítima en cuanto que obtiene el respaldo «democrático» (en este caso a través de ese plebiscito). Así, y esto quiere decir Tardá, un apoyo mayoritario electoral en Cataluña a favor de la coalición de partidos catalanistas que se presentan a las elecciones autonómicas catalanas, es toda una «lección democrática» que Cataluña daría a España con efectos aleccionadores (Cataluña demócrata/España autoritaria), teniendo además el efecto de hacerse valer como poder político, toda vez que España quedaría expulsada de Cataluña (el significado etológico de la «patada en el culo» es el de desplazar hacia fuera, expulsar), restaurándose, por fin, el ser de Cataluña al cesar la violencia (opresión, expolio) que España ejerce sobre ella.

Ahora bien, y es esto lo que queremos subrayar, esta confrontación España/Cataluña es completamente tendenciosa y falaz porque, justamente, parte de una petición de principio, la de presuponer a Cataluña (aureolada) como una entidad independiente, y cuya constitución se ha producido al margen de España.

Ello hace que la reclamación de un referéndum para ejercer el presunto «derecho a decidir» se vuelva completamente paradójico, a saber: si Cataluña ya es Nación, un referéndum que sancione tal hecho sería completamente superfluo (al margen del resultado del mismo). Si se está considerando a Cataluña como sujeto decisorio, y por tanto soberano, ya no tiene ningún sentido sancionar si lo es o no, porque ya se le está concediendo tal condición. Por otra parte, si Cataluña es parte de España, entonces el referendum involucraría al resto de españoles, que como sujeto decisorio seguirían determinando, tras el plebiscito, el estatuto de Cataluña como entidad política (en este caso como parte de España), y por tanto, seguirían sin ser solo «los catalanes» los que «decidieran su futuro».

De tal modo que si, finalmente, la secesión se produce (que no hay ninguna razón para pensar que no se pueda llegar a producir), ello no sería porque «los catalanes» por fin pueden «decidir democráticamente» sobre su futuro, porque ello supondría la «causa sui» como fuente causal, lo que es absurdo (que algo sea causa de sí mismo supone que se constituyó antes de ser), sino porque unas facciones dentro de España, la facción catalanista, se impone a otras partes, a otras facciones no catalanistas (por una vía además, la de la falacia, la demagogia y la adulación, que pueden ser más opresivas que la de la bota militar), dejándolas fuera de sus derechos sobre un territorio, la región catalana, que hasta ahora, mientras no renuncien a ella, les pertenece.

De hecho, el mero planteamiento de un referéndum en estos términos ya supone una amenaza en cuanto que se está privando a los ciudadanos de una parte de España (a los del resto que no es Cataluña) de decidir sobre un territorio sobre el cual tienen tanto derecho, como ciudadanos españoles, como los ciudadanos de la parte catalana. Y es que este, y no otro, sería el resultado de la secesión, siendo así que el catalanismo secesionista representa, sin necesidad de que sus objetivos se consuman, un saqueo sobre el resto de ciudadanos españoles en cuanto que aspiran a robarle una parte del territorio, y no tanto a «restaurar unos derechos» para Cataluña y los catalanes que nunca existieron (salvo en la imaginación de algunos plubicistas). Y es que tampoco se le puede «devolver» a los catalanes lo que, en tanto ciudadanos españoles, también ya es suyo. Por otro lado, además, también se está sustrayendo a los propios catalanes (en nombre de cuyos presuntos derechos habla el catalanismo), en cuanto que ciudadanos españoles, sus derechos sobre el resto de España (el resto de territorios que no son Cataluña).

En definitiva, el adjetivo «democrático» no tiene otro significado más que el propagadístico, a favor del catalanismo, y en este sentido cumple muy bien sus funciones, falaces y populistas, toda vez que lo que se está planteando es el robo, vía secesión, de una parte de España, viniendo el adjetivo «democrático» a amortiguar, por encubrimiento, la realidad facciosa y sediciosa del catalanismo que Tardá representa.

Y es que la cuestión, y esto es lo que está por ver, siendo muy difícil de prever, es si existe capacidad de resistencia desde otras posiciones contrarias a la secesión, en la medida en que el fundamentalismo democrático, que como ideología es trasversal a toda facción política española, sanciona, justifica, legitima y respalda cualquier proyecto político por perjudicial o peligroso que sea para el bien común, dejando a la sociedad política española inerme ante tales amenazas de fragmentación. La opinión de que cualquier disparate se hace bueno si recibe apoyo electoral neutraliza cualquier argumento en contra tachándolo de «fascista» (es decir, contrario a «la democracia»).

Pero la cuestión, frente a estos que así apostrofan, no es democracia/no democracia, como tendenciosamente se plantea desde el secesionismo catalanista, sino si existe todavía en España capacidad de resistencia contra la amenaza separatista. La cuestión es pues, más bien, unidad/fragmentación, con todo lo que ello implica también hacia el exterior en el contexto de la dialéctica de Estados en la que España, y Cataluña como parte suya, están envueltas.

Por advertirlo con Solé Tura, ya en 1985, el «padre» comunista de la Constitución vigente, «crear un Estado independiente de la España –y posiblemente de la Francia– de hoy significaría abrir un contencioso político terriblemente duro, que afectaría a todos los sectores de la sociedad española y a todas las instituciones. Aun suponiendo –cosa que está por definir– que el derecho de autodeterminación se entendiese como una consulta electoral en el territorio que aspirase a la independencia, es indudable que a esta consulta electoral sólo se podría llegar o bien a través de un proceso insurreccional o bien a través de una gran batalla política, con elementos insurrecciónales por medio, que tendría por eje exclusivo precisamente la concesión o no de la independencia. [...] Es difícil pensar que un choque de estas características podría terminar tranquilamente con la independencia de una parte del territorio español o con la negación violenta de la independencia, sin destruir el sistema democrático de la Constitución de 1978» (Nacionalidades y nacionalismos en España, p. 153-154).

Y es que, sea democrático o no democrático, el proceso de fragmentación de una Nación constituida, por lo menos en la Europa actual, no es ningún camino de rosas, siendo previsible la hostilización del resto de Estados sobre las partes resultantes de la ruptura de España, que buscarán sacar tajada, haciendo a cada una de estas partes más dependientes (y no in-dependientes) de los grandes depredadores de la biocenosis europea: «En estas condiciones, continúa Solé Tura, el nuevo estado sería una presa apetecible para otras potencias y para las grandes empresas multinacionales y solo se podría mantener acogiéndose al patrocinio de otro más fuerte –y el más fuerte son los Estado Unidos–, es decir, convirtiendo su independencia formal en una nueva forma de subordinación».

Porque, sepan los españoles todos, en definitiva, que una patada en el culo es una patada en el culo.

 

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