Nódulo materialistaSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
publicada por Nódulo Materialista • nodulo.org


 

El Catoblepas, número 162, agosto 2015
  El Catoblepasnúmero 162 • agosto 2015 • página 10
Artículos

Lenguaje, Lógica y Filosofía analítica en Willard Van Orman Quine

Pedro Espejo-Saavedra Roca

Comentario a dos textos: Extravagancias de la referencia y Decisión óntica.

Willard Van Orman Quine

Voy a dividir el trabajo en tres partes: una introducción donde contextualizo brevemente la obra de Quine, su influencia en la actualidad y los presupuestos desde los que voy a interpretar los textos; el comentario propiamente dicho; y por último, una valoración del mismo que no pretenderá establecer ninguna conclusión sino tan sólo poner de manifiesto los problemas filosóficos en los que creo se halla envuelto el autor.

INTRODUCCIÓN

Willard van Orman Quine nació el 25 de Junio de 1908 en Akron, Ohio. En 1930 se licencia en matemáticas en el Orbenin College y en 1932 obtiene el doctorado en filosofía en Harvard bajo la dirección de Alfred N. Whitehead. Inmediatamente se marcha a Europa donde entra en contacto con el Círculo de Viena donde conoce a su «gran maestro» Rudolf Carnap aunque también sufrió la influencia del pragmatismo norteamericano sobre todo de Dewey y de Lewis.

La teoría del conocimiento resultante fue llamada por Lewis «pragmatismo conceptual». En sustancia consiste en sostener que si bien la verdad a priori es propia únicamente de los conceptos, la elección de un sistema de conceptos está pragmáticamente determinada.{1}

Quine fue uno de los intelectuales norteamericanos que se dedicaron a hacer llegar a Estados Unidos los filósofos europeos que huían ante el avance del nazismo. En 1938 comienza a enseñar en Harvard. Durante la II Guerra Mundial se enroló voluntario como oficial de marina. Después siguió enseñando filosofía en Harvard hasta 1978. Murió en Boston el 25 de diciembre de 2000.

Se dedicó fundamentalmente al desarrollo de la lógica sin descartar su engranaje con los problemas tradicionales de la filosofía, situándose en la línea de la Filosofía Analítica como crítico del neopositivismo.

Quine es, en efecto, un clásico para el estudio de las técnicas de la llamada «inferencia natural» (natürliches Schliessen, natural deduction), iniciadas ya entes por Jáskowiski y Gentzen, pero normadas y elaboradas por él en la forma hoy clásica de ese algoritmo.{2}

Entre sus obras se pueden mencionar entre otras: Dos dogmas del empirismo (1951); Desde un punto de vista lógico (1953), colección de ensayos que contiene: Dos dogmas del empirismo; Los métodos de la lógica (1959); Palabra y objeto (1960); Los caminos de la paradoja y otros ensayos (1966); La relatividad ontológica y otros ensayos (1969); Quididades (1987), La ciencia y los datos de los sentidos (1987), La búsqueda de la verdad (1990), La lógica de las secuencias: una generalización de los Principia Mathemática (1990), Estimado Carnap, estimado Van: la correspondencia Quine-Carnap y trabajos relacionados (1991), Del estímulo a la ciencia (1995).

La filosofía de Quine se encuadra dentro de la denominación un tanto ambigua de Filosofía analítica que surgió con el auge de las ciencias naturales y el desarrollo concomitante de las matemáticas y de la lógica a principios del siglo XX. La fundaron autores como Bertrand Russel, George Edward Moore, varios miembros del Círculo de Viena y Ludwig Wittgenstein entre otros y que se mantiene fundamentalmente por la influencia académica anglosajona incluyendo autores como Saul Kripke, Donald Davidson, Peter Frederick Strawson y Hilary Putman... Muchas veces los filósofos analíticos usan tal denominación contraponiéndola a la denominación de Filosofía continental que englobaría corrientes tan dispares como la fenomenología, la hermenéutica, el estructuralismo y postestructuralismo, Escuela de Frankfurt y desarrollos contemporáneos del marxismo, en definitiva la no analítica. Esquematizando la filosofía analítica podría venir caracterizada por:

•Asigna al lenguaje un papel fundamental al considerarlo objeto de su reflexión. Los problemas filosóficos se convierten casi siempre en problemas lingüísticos. Concibe la filosofía como una actividad lógica de clarificación y análisis del lenguaje.

•Muchas veces se presenta como neutral, al poner el «método» por encima de la «doctrina».

•Emplea a menudo el instrumental proporcionado por la lógica matemática para abordar las cuestiones filosóficas.

•Rechaza la metafísica (al menos en su acepción de disciplina que se ocupa de los primeros principios) y valora positivamente la ciencia y la racionalidad en general.{3}

En la actualidad aparte del análisis del lenguaje que actúa como leitmotiv de estos filósofos se han ampliado los temas que tratan —filosofía de la mente, de la ciencia, de las matemáticas, epistemología e incluso metafísica…— lo que en cierta medida ha desdibujado la claridad inicial.

Interpreto fundamentalmente la filosofía de Quine como una crítica al Circulo de Viena, que actuaría como un punto de partida de su concepción; incluso me atrevería a decir que esto vale para una mayoría de los filósofos analíticos. Las líneas maestras del mismo aparecen en su manifiesto La concepción científica del mundo de la asociación Ernst Mach cuyo presidente era Moritz Schlick y que firmaron Otto Neurath, Hans Habn y Rudolf Carnap en Viena en 1929.

La concepción científica del mundo no se caracteriza mucho por sus tesis propias, como sí por su actitud fundamental, puntos de vista y dirección de investigación. Su meta es lograr la ciencia unificada, es decir, lograr conciliar los resultados de los investigadores individuales con los demás campos de la ciencia. De este objetivo se sigue el énfasis en el trabajo colectivo; el énfasis en la comprensión intersubjetiva; la búsqueda hacia un sistema formal neutral, es decir, un simbolismo liberado de las cenizas del lenguaje histórico; y la búsqueda hacia un sistema total de conceptos.
(…)
La concepción científica del mundo no conoce enigmas sin resolver. La dilucidación de los problemas filosóficos tradicionales conduce a que, por un lado, se los desenmascare como pseudoproblemas, y, por el otro, a que se transformen en problemas empíricos para luego subordinarlos al juicio de la ciencia experimental. La tarea del trabajo filosófico consiste en la dilucidación de problemas y enunciados, y no en la formulación de enunciados «filosóficos» propios. El método de la dilucidación es el del análisis lógico…
(…)
Este método del análisis lógico diferencia sustancialmente al nuevo empirismo y positivismo de los anteriores, que tenían una mayor orientación biológica y psicológica.
(…)
Se muestra entonces que hay un agudo límite entre dos tipos de enunciados. Unos han sido hechos por la ciencia empírica: su sentido puede ser determinado por el análisis lógico, a saber, a través de una reducción a afirmaciones más simples sobre lo dado empíricamente. Los otros enunciados —que son los que se han nombrado anteriormente— resultan ser totalmente carentes de significado si uno los toma tal como alude el metafísico.{4}

Se parte de un hecho: la pluralidad de las ciencias, lo que supone establecer una clase con diferentes elementos que tienen algo en común (materia) pero que aún así se diferencian unos de otros (formas). Esta concepción pluralista me parece que puede ser un indicativo del paso del idealismo romántico alemán, en definitiva, de la modernidad, a la posmodernidad. Y se propone una meta, la unificación de las ciencias a través de un análisis lógico del lenguaje en general y del lenguaje científico en particular que anulará la filosofía como saber, convirtiéndola en un conjunto de pseudoproblemas, de problemas mal formulados al no referirse a la realidad empírica, experimental, positiva.

Este análisis lógico conseguirá establecer a través de la reducción de los enunciados científicos a afirmaciones sobre lo dado empíricamente, en definitiva, sobre los datos sensibles —siguiendo la clásica idea de Aristóteles de que las cualidades primarias no engañan a los sentidos— una forma única que describa la materia científica. Habríamos alcanzado así el ideal de que la forma lógica describiera la materia sensible, liberando de todo residuo histórico al lenguaje científico. La ciencia unificada, la verdad científica sería la identidad, al menos como meta última, entre la forma y la materia de las ciencias. En el fondo parece que la ciencia es un lenguaje bien hecho aunque no construido de manera deductiva a partir de axiomas como postuló Aristóteles al estudiar la geometría euclidina sino positiva, descriptivamente.

Aquí reside su interés fundamental en precisar la distinción kantiana entre analítico y sintético, que retoma la distinción de Leibniz entre verdades de razón y de hecho, y que Frege aplicó al estudio del lenguaje como la distinción entre sentido y referencia y que Russell denominó connotación y denotación. Lo que se está ventilando a parte de un estudio del lenguaje a través del análisis lógico y de una concepción filosófica determinada, es la relación entre la forma y la materia de las ciencias, es decir, tratan de responder a la pregunta de cuál es la estructura interna de las ciencias y esta es me parece la cuestión medular para criticar el neopositivismo y en general la filosofía analítica. Esto rebasa con mucho el objetivo de este comentario. Me limitaré a bordear este problema. Para ello antes de comenzar el comentario voy a introducir la idea filosófica de materia a través de dos presupuestos muy generales para después del comentario, en la valoración, utilizarlos para recapitular los problemas en los que se ve envuelto Quine en estos textos.

El racionalismo materialista se moldea sobre operaciones tecnológicas («quirúrgicas») o prácticas concretas cuyo curso sólo puede seguir adelante cuando los materiales respectivos encuentran una concatenación objetiva.
(…)
Sin embargo, esta definición del materialismo metodológico ha de entenderse como meramente indicativa, puesto que al estar concatenados los materiales de modo indefinido no es posible a priori establecer los límites de cada círculo de materialidad pertinente.{5}

Basar la racionalidad en las operaciones tecnológicas tiene una consecuencia muy importante a la hora de establecer una clasificación de los saberes. Así mientras los saberes técnicos operan sobre artefactos que actúan sobre la realidad con una utilidad al servicio de los hombre, pensemos en el diseño de un avión, la realidad experimental de los aparatos que utilizan los físicos en su laboratorio está destinada a determinar la estructura de los sistemas físicos o las leyes que gobiernan sus transformaciones sin interesarle en principio su aplicación tecnológica que parte precisamente de esas estructuras y leyes. Pero la importancia de la idea de operación ligada a la idea de materia sirve además de para diferenciar las ciencias naturales y las técnicas industriales para caracterizar por ejemplo las prácticas de los artistas plásticos —sean por ejemplo las operaciones que realiza un pintor al organizar ciertos pigmentos oleosos sobre un lienzo— frente por ejemplo a la significación de los ritos religiosos, operaciones que desarrolla pongamos por caso un sacerdote católico en el altar en el curso de una misa en el que participan unos fieles frente a él en el interior de una iglesia. Aquí la primera consecuencia que yo destacaría sería la distinción de todos los saberes que actúan sobre las cosas frente a la filosofía que es de naturaleza discursiva que opera con las palabras que caracterizan las disciplinas de esos saberes, constituyendo un saber de segundo grado con respecto a los primeros.

El problema que surge es la consideración del saber matemático o lógico, ya que parecería que este saber se refiere también al lenguaje. La lógica sería entonces de naturaleza discursiva equiparándose aparentemente con la filosofía. Desde esta apariencia puede interpretarse el segundo presupuesto.

La significación gnoseológica del «materialismo formalista» no hay que ponerla tanto en la consideración de los signos (lógicos o matemáticos) como constitutivos del campo de la Lógica o de la Matemática (tesis defendida, en gran medida, por el Wiener Kreis) cuanto en la consideración de las figuras de esos signos como entes físicos fabricados, del mismo rango que los otros entes del mundo físico categorial. Esto es precisamente aquello que no se subrayó en el Wiener Kreis –y de ahí su tratamiento de la Lógica y las Matemáticas como ciencias formales, carentes de sentido, tautológicas o analíticas, conjuntos de reglas de transformación convencionales, como si el modo formal de hablar, el hablar sobre palabra, fuera siempre distinto del modo material, del hablar sobre las «cosas».{6}

Se podría decir que la filosofía discurre sobre el metalenguaje que explica o fundamenta la lógica, al igual que ocurría con los demás saberes. ¿Quiere esto decir que la filosofía es puramente ideal y que lo mejor que podemos hacer es suprimirla tal como han propuesto más o menos todos los positivismos desde Comte? Precisamente, lo que sugiero, es que esta idea de materia marcada sobre una superficie en un discurso escrito caracteriza a la filosofía como unificación problemática de las disciplinas o explicaciones de los restantes saberes. La filosofía la definiría entonces como la unidad material de los distintos saberes en un espacio filosófico.

Sobre esta idea de materia podría definirse dos criterios para la crítica filosófica. La reducción filosófica, o reduccionismo, en el sentido de que un sistema filosófico puede achacar otro que establece más o menos clases de materia de las realmente existentes en el mundo; en el primer caso multiplica los entes sin necesidad, en el segundo no contempla las verdaderas dimensiones del espacio filosófico como característica definitoria de la realidad. Por otra, el formalismo filosófico sería la crítica de un sistema filosófico en base a que se desconecta de los saberes propiamente dichos y se deja llevar por la inercia verbal de las palabras en un discurrir que diluye la consistencia filosófica o su anclaje al presente efectivo en el que se desenvuelve. Se podría entender así que en el caso de que ampliáramos las clases de materia más allá de las realmente existentes estaríamos ante un caso extremo de formalismo que se ha desarrollado hasta sus últimas consecuencias, por ejemplo al suponer la existencia de formas separadas en el caso del pensamiento medieval para definir a los ángeles y demás criaturas celestiales. De todas maneras esto habría que tratarlo con cautela ya que tales criaturas pueden suponerse como no manifiestas de modo manipulable u operatorio en el mundo entorno.

COMENTARIO

Voy a empezar a comentar Extravagancias de la referencia, en que se aclara el análisis lógico fundamental que soporta la concepción filosófica de Quine y que aparece en Decisión óntica que es el capítulo final del libro Palabra y objeto al que pertenece como capítulo 4 el primer texto. Lo primero que voy a poner de manifiesto es el componente psicológico del lenguaje, que es esencial en su adquisición y la razón principal de que esté lleno de vaguedades que el análisis lógico, científico y en definitiva filosófico tendrá que subsanar en la medida de lo posible.

La vaguedad es una consecuencia natural del mecanismo básico del aprendizaje de las palabras. Los penumbrosos objetos de un término vago son aquellos cuya semejanza con otros para los cuales ha recibido premio la respuesta verbal es una semejanza relativamente débil. O bien, teniendo en cuenta que el proceso de aprendizaje es una inducción implícita del sujeto acerca de los usos de la sociedad, los casos de penumbra pueden entenderse como aquellos en los cuales la inducción es menos concluyente por falta de evidencia. (…) La vaguedad, pues no afecta sólo a los términos generales, sino también a los particulares. [(a), pág.137.]

Antes de nada me gustaría señalar una precisión que en mi opinión tiene un gran calado para la semiótica como disciplina filosófica —sería más acertado decir como parte del espacio filosófico— y es que cuando utilicemos la palabra lenguaje nos estaremos refiriendo al lenguaje de palabras escrito en una lengua determina. No voy a entrar en la importancia de esta reducción y los motivos que la promueven, sólo señalaré que tanto las explicaciones de los saberes, ya sea el caso del saber científico que engloba una pluralidad de ciencias, y esencialmente de la filosofía como saber discursivo se construyen sobre una realización concreta del lenguaje escrito.

Adelantando la perspectiva que vertebra este modesto trabajo que no aborda la esencial problemática de la estructura de las ciencias, diré que la filosofía de Quine se establece como una crítica al neopositivismo representado fundamentalmente para Quine como la concepción de Carnap y que frente a la desaparición de la filosofía y unificación de las ciencias, como dijimos en la introducción al hablar del círculo de Viena, Quine propone establecer la filosofía como una ciencia más dentro de una pluralidad de ciencias —puesto de manifiesto por su idea de compromiso ontológico de las teorías—, debido fundamentalmente según creo a la influencia del pragmatismo norteamericano. A mi entender se queda a mitad de camino, pues no llega a determinar la filosofía como saber de segundo grado, cosa que pusimos en conexión con el primer presupuesto materialista, y ello a pesar de que Quine expone de manera muy clara el carácter operacional del lenguaje a través de lo que parece una influencia del conductismo.

En la anterior cita también es importante resaltar el aspecto físico que envuelve al sujeto al usar el lenguaje contrapuesto con la formulación del proceso abstracto como inducción que lo caracteriza. Esta distinción entre cosas físicas y objetos abstractos es fundamental para comprender el alcance de su filosofía como también de sus limitaciones. Sobre ello volveremos al final.

La vieja epistemología aspiraba a contener, en cierto sentido, la ciencia natural; pretendía construirla de algún modo a partir de los datos sensoriales. La epistemología en su nuevo escenario, en cambio, está contenida en la ciencia natural, como un capítulo de la psicología.{7}

La filosofía y las ciencias especiales dejan un campo infinito de discrepancia acerca de lo que hay. [(b) pág. 295.]

El segundo presupuesto aparece también en relación con la vaguedad, aunque referido al lenguaje hablado, aunque la aplicación al escrito es evidente, aunque no lo es tanto darse cuenta que comporta una mayor potencia de análisis.

La vaguedad es también una ayuda para compensar la linealidad del discurso. Un expositor puede encontrarse con que la comprensión de cierto asunto A es una preparación necesaria para la comprensión de B, pero que A mismo no puede exponerse con un detalle correcto sin observar ciertas excepciones y distinciones que requieren a su vez una comprensión previa de B. La vaguedad acude entonces en su ayuda. El expositor presenta A vagamente, pasa a B y luego vuelve a A, sin necesitar siquiera advertir al lector que tiene que aprender primero y olvidar después las auténticas falsedades expuestas en la formulación preliminar de A. [(a), pág. 139.]

Aparecen aquí dos cuestiones del mayor interés para el estudio del lenguaje de palabras, su carácter argumental, muy ligado a la capacidad que tenemos para usar y mencionar cualquier elemento constituyente de un discurso, y otro que me parece esencial como es el carácter constructivo del lenguaje, muy ligado al segundo presupuesto materialista, y que debería ser aplicado a la estructura interna de las disciplinas de los saberes en general y de las ciencias en particular. A partir de este carácter voy a tratar de organizar mi comentario al pensamiento de Quine.

Aquí no queda más remedio que volver sobre la distinción entre lo que entiendo por saberes que operan con las cosas, las disciplinas que operan con las palabras que explican los saberes, y la filosofía que explica desde un sistema filosófico mediante las palabras que se configuran como ideas del mismo, una imagen de todo lo anterior. Estas distinciones son completamente extrañas a Quine pero me parecen esenciales y sólo tienen sentido a través de una imagen constructiva tanto de los saberes, como de las disciplinas no filosóficas como de la filosofía como disciplina de disciplinas.

Por un lado tendríamos los saberes que operan con cosas, incluida la filosofía —recuérdese el segundo postulado materialista—, por otro las disciplinas que explican las operaciones sapienciales ya sea con una intención pedagógica en los manuales o doctrinal en los tratados, y por último la filosofía que clasificaría todos los saberes (incluida ella misma) en una parte de su espacio, llamémosla Epistemología; trataría de las ideas que sistematizan las disciplinas en una parte de la Semiótica a la que podríamos denominar Sofística, y por último, abordaría la estructura ideal o interna de las ciencias y en general de los saberes en la Gnoseología. Aquí utilizo estas denominaciones simplemente para indicar el carácter de saber de segundo grado de la filosofía. Es evidente que tales denominaciones sólo adquirirán sentido cuando se expliciten sus contenidos y se pongan en relación unas con otras formando un sistema filosófico determinado que podrá denominarlas de este modo o de otro según sea el caso.

También es importante decir que entre estos tres niveles materiales existen influencias mutuas muy importantes y que no siempre es fácil establecer una separación tan tajante como la que estoy planteando, sobre todo en la práctica cotidiana de los saberes no filosóficos, pero que creo que es misión de la filosofía el distinguirlos.

Quine sin embargo presta más atención a depurar la ambigüedad mediante un análisis lógico del mismo y se precipita a enfatizar la importancia del contexto de uso del lenguaje, y al hacerlo pone de manifiesto el carácter teleológico de la argumentación mediante la idea de fines, o dicho de otra manera, el carácter esencialmente retórico de la argumentación verbal encaminada hacia la efectividad de la práctica comunicativa.

Las sentencias cuyo valor veritativo depende de alguna vaguedad no suelen resultar interesantes más que en estudios especializados —si es que llegan a serlo en algún caso—, y las reglas convenientes para resolver esos obstáculos puestos por la vaguedad se adoptan sólo localmente para los fines particulares del caso. [(a), pág. 149.]

Siguiendo el enfoque de la filosofía analítica a través de su idea de lenguaje, Quine pasa a tratar de los términos de las ciencias, que son la clave de toda construcción, también de la lógica y de la matemática. Los conceptualiza como campos de variables algebraicas que establecen el proceso de significación del lenguaje, destacando sobre todo los aspectos semánticos relativos a las ciencias. Para ello utilizará el cálculo de predicados que cuantifican sus variables. Primero distingue entre vaguedad y ambigüedad.

Los términos vagos no pueden aplicarse sino dubitativamente a los términos marginales; en cambio un término ambiguo, como «luz», puede ser claramente verdadero de varios objetos (como la achura de un arco) y, a la vez, claramente falso de otros. [(a) pág. 141.]

Los términos vagos se podrían conceptualizar como una especie de conjuntos borrosos de tal modo que su aplicación a los elementos que incluyen, que serían los singulares concretos sobre los que operan los saberes, a los que el término vago podría referirse, serían cada vez menos evidentes según nos acercáramos al borde del conjunto. Esta evidencia o claridad vendría determinada por los parámetros de medida científicos de las cosas y su ajuste a ciertas escalas. Mientras los términos ambiguos vendrían caracterizados por dos conjuntos más o menos borrosos completamente diferentes o disjuntos. Creo que aquí se aprecia que la caracterización geométrica o topológica de la idea de conjunto no se corresponde exactamente con la concepción puramente extensional de la idea de clase que es la que utiliza Quine para tratar los términos.

En este carácter de los términos creo que residiría la conexión entre los objetos abstractos de la teoría y las cosas físicas dentro del modelo teoreticista de Quine, en el que el término vago como conjunto de cosas físicas sería la materia de la ciencia, y como clase de términos de las variables ligadas de la teoría serían parte de la forma de esa ciencia. La teoría científica de un campo o de un contexto determinado sería la ligadura que enlaza unas proposiciones científicas con otras que sería en cierto aspecto de naturaleza lógica o inferencial, determinándose ciertos campos autónomos que serían las diversas ciencias que se irían extendiendo según su grado de abstracción y/o generalidad de los términos, más próxima o más alejada con respecto a su límite con las cosas físicas.

El todo de una ciencia es como un campo de fuerza cuyos puntos límite son la experiencia. Un desacuerdo con la experiencia en la periferia provoca una reordenación en el interior del campo; hay que reasignar, entonces, nuevos valores de verdad a determinados enunciados. Una nueva valoración de algunos enunciados supone una reasignación de valor a otros debido a sus conexiones lógicas recíprocas; las leyes lógicas son a su vez simplemente enunciados del sistema, ciertos elementos del campo. Una vez reasignado el valor de un enunciado, debemos reasignar los valores de otros, que pueden ser enunciados lógicamente conexos con el primero, o ser ellos mismos enunciados de conexiones lógicas. Pero el campo en su totalidad está determinado por sus puntos límite, esto es, por la experiencia, de un modo tan vago que queda siempre mucho margen para decidir cuáles son los enunciados a los que deba darse una nueva valoración a la luz de una determinada experiencia contraria. Ninguna experiencia particular está nunca ligada a otro enunciado particular en el interior del campo, si no es de forma indirecta, por exigencias de equilibrio que afectan al campo en su totalidad.{8}

Independientemente de que Quine considere que no hay enunciados puramente observacionales — afirmación con la que podríamos estar de acuerdo—, y que es, sin embargo, la base que tienen los neopositivistas para mantener la identidad materia y forma de la ciencia en su modelo descripcionista, Quine establece una distinción entre la materia y la forma de la ciencia por medio del doble papel de los términos.

La viabilidad de este modelo sólo es posible si todo rastro referencial, observacional, experimental aparece en la naturaleza límite de los términos, si se elimina de los atributos por ejemplo. Así en el marco del descripcionismo científico del neopositivismo no es necesario recurrir a los objetos abstractos —lo cual no significa negar su existencia—, debido a la identidad de materia y forma de la ciencia, mientras que el teoreticismo, a través de un análisis más preciso del lenguaje científico, necesita recurrir a ellos para obtener una idea de ciencia más ajustada al precio de rebajar la potencia de las ciencias y aceptar la imposibilidad de una ciencia unificada cuyo fundamento teórico último es pragmático. Quine plantea este progreso interpretando el tradicional problema de los universales como una dicotomía entre nominalistas, referido al descripcionismo neopositivista, y el realismo como bandera del teoreticismo defendido por él.

El naturalista tendrá que organizar sus ciencias naturales sin la ayuda de la matemática; pues la matemática, salvo en algunas partes muy triviales, como la aritmética más elemental, está irremediablemente obligada a la cuantificación de objetos abstractos.
(…)
El programa nominalista parece satisfecho sin gran esfuerzo en el caso de que se considere aplicable la eliminación de las clases por Whitehead y Russell mediante una teoría de los símbolos incompletos. Pero eso sólo es apariencia; la teoría de los símbolos incompletos elimina las clases para instaurar los atributos. [(b), pág. 337.]

Ahora bien si retomamos la distinción entre saberes, disciplinas y filosofía, en mi opinión el problema de los universales no se refiere directamente a la naturaleza del lenguaje, sin ignorar que la concepción del mismo es un problema esencialmente semiótico, es decir filosófico. El problema de los universales tampoco se refiere, en mi opinión, a la naturaleza de las disciplinas de los saberes, sino al estatuto esencial de la filosofía, es decir, a la estructura del espacio filosófico, aunque la filosofía como saber de segundo grado sea esencialmente un discurso lingüístico. Por eso creo que es imprescindible no reducir el número de alternativas que se propusieron en la escolástica, lo que falsearía la crítica filosófica. Es más creo que el camino adecuado es el que siguió Santo Tomás, es decir, el de la integración filosófica de todas las alternativas. En el fondo los saberes científicos no tienen naturaleza lingüística, a pesar de que usen el lenguaje para transmitirse socialmente. Esto parece aceptable desde la admisión del segundo presupuesto materialista. Pero esto nos devuelve de nuevo al problema de cuál sea la estructura interna de las ciencias.

Quizás sea útil introducir la idea de medida, aunque sea de modo confuso para resaltar la distinción entre la finalidad de la misma en las ciencias cuyo objetivo es caracterizar las cosas mediante parámetros cuantificables, mientras que las operaciones quirúrgicas sobre los cuerpos realizadas por las tecnologías, aunque de la misma naturaleza material que la de las ciencias tiene una finalidad distinta y es la fabricación de artefactos útiles. Evidentemente ambos aspectos están estrechamente relacionados, pues los aparatos de medida usados en las ciencias son ellos mismos tecnológicos. Por otra parte estos parámetros cuantificables se pueden traducir en las disciplinas de los saberes en la delimitación de clases de términos según las escalas más diversas —un caso interesante sería el de aquellos en los que la medida desemboca en procesos límites, por ejemplo si utilizásemos la balanza para medir la masa de cuerpos cada vez más pesados y/o voluminosos llegaríamos a un punto en el que esta medida realizada de este modo no sería manejable—. Por otra parte, en la explicación disciplinar de los saberes al menos en un primer momento no pueden introducirse toda la complejidad experimental de la medida para proporcionar una visión amplia y profunda del saber, sin la cual una aplicación práctica precisa no se entendería —independientemente de que el aprendizaje del saber y de la disciplina se realicen de manera progresiva y de que la distinción entre saber y disciplina desaparezca en la fase inicial o precientífica de los saberes—. Es decir, las disciplinas deben aceptar cierta vaguedad o idealización con respecto a los saberes, aunque a veces ciertas precisiones experimentales se vuelven imprescindibles para las disciplinas en su labor explicativa y pedagógica de los saberes y van asociadas a la introducción y uso de nuevos conceptos o a la precisión de antiguos.

Por otra parte, aun suponiendo que se pudiera formular un sistema lógico a partir de las clases que respetara el valor de la cuantificación de los términos como mecanismo para mantener la verdad científica que clarificara el lenguaje, este sistema sería inviable pragmáticamente dada su complejidad algebraica. Y esto es una cuestión importante porque una de las funciones esenciales del lenguaje es su eficacia retórica.

Además el propio Quine reconoce que la unidad lógica de los propios objetos abstractos a través de las clases es problemática sobre todo en lo que toca a los objetos intencionales, en los que los atributos parece que tendrían que adquirir carácter de objeto físico.

Esa flexibilidad de las clases para cumplir los fines de variadísimos tipos de objetos abstractos se ve con la mayor claridad en la matemática pero no se da sólo en ese campo, como ilustra el caso de las relaciones. Pensemos, por ejemplo, en una enfermedad: una enfermedad puede entenderse como la clase de todos los segmentos temporales de sus víctimas afectados de un modo determinado. Lo mismo puede decirse de la ira y de otros estados. Dejando aparte los objetos intencionales, todos los objetos abstractos cuya admisión en el universo del discurso es útil parecen adecuadamente explicables a base de un universo que no contenga más que objetos físicos y todas las clases de los objetos físicos de ese universo (esto es, clases de objetos físicos, clases de esas clases, etc.). En cualquier caso no se me ocurre ninguna excepción convincente. [(b) pág. 334.]

Por otro lado la intencionalidad tiene carácter abstracto porque parte de una idea fisicalista de la mente, de la relación mente-cuerpo, que define los estados mentales como estados fisiológicos del cuerpo.

¿Es el fisicalismo una repudiación de los objetos mentales, o una teoría de los mismos? ¿Repudia el estado mental de dolor o irritación a favor de su concomitante físico, o identifica el estado mental con un estado del organismo físico (y, por consiguiente, el estado del organismo físico con el estado mental)? Esta última versión parece menos drástica. Hasta el lenguaje ordinario, en sus atribuciones menos conscientes, coincide claramente con el fisicalismo así mitigado; se dice «Juan tiene dolores», «Juan está irritado» del mismo objeto exactamente que «Juan es alto». Lo mejor que puede decirse al caracterizar el fisicalismo así mitigadamente concebido es que no proclama ninguna diferencia insuperable entre lo mental y lo físico. [(b) pág. 332.]

Aunque mitigue esta posición distinguiendo entre explicación y reducción, en el sentido de que los números son reducidos por las clases en la definición de Frege como clases de clases, lo que las convierte en una paráfrasis del número. La paráfrasis es lo que definiría la reducción; lo que no ocurre en el caso de las afirmaciones físicas y mentales anteriores. Pero la intencionalidad, o la naturaleza de lo mental no es un problema de ajuste de teorías, sino de la radical diferencia entre la materia inerte y la materia de los seres vivos.

La persistencia en la conceptualización de la verdad científica asociada a la cuantificación de los términos de las proposiciones, le llevan a separar las nociones de significación y analiticidad, pero esta noción se encuentra muy próxima a la de sinonimia por lo que Quine se ve en la necesidad de abordar la idea de traducción entre las lenguas. Hay que eliminar cualquier rastro intensivo del lenguaje para mantener la exclusividad ontológica de la cuantificación de los términos. Aquí creo que se puede apreciar cierta discrepancia con el segundo presupuesto materialista que hemos ofrecido al principio, sobre todo cuando se presenta como subsumido por el primero.

Se han postulado proposiciones u otras significaciones como constantes de traducción, como entidades compartidas de un modo u otro por sentencias extranjeras y por sus traducciones.
(…)
La necesidad se siente tan intensamente que varios filósofos se han decidido a defender una noción de sinonimia de sentencias al dictado de la identidad de proposiciones, y a defenderla mediante argumentos debilísimos que no se habrían permitido si no les hubieran empujado prejuicios muy extendidos. Uno de esos argumentos contiene la falacia de sustracción: se arguye que, puesto que podemos decir que una sentencia es significativa, o que tiene significación, ha de existir una significación que ella tiene, y que esta significación será idéntica con o distinta de la significación de otra sentencia. Esa afirmación se [a]sienta sin el menor esfuerzo visible por definir la sinonimia a base de la significatividad, y sin notar siquiera que de ese mismo modo podríamos justificar perfectamente la hipótesis de los unicornios a base de la expresión «está cazando unicornios».{9}

Por otra parte parece que si el análisis lógico de proposiciones se lleva hasta el extremo de abarcar una lengua, tal análisis dejará de ser lógico para convertirse en la gramática de dicha lengua. Los cálculos de los diferentes sistemas lógicos alcanzan su potencia deductiva cuando se limitan a ciertos contextos que tienen una gran relevancia práctica y en la medida en que tales contextos se hallan separados de otros.

Esta conceptualización de la ciencia desemboca en un sistema filosófico que se define por contraposición al neopositivista. En este sentido se usa la idea de ascenso semántico. Esta idea se usa como legitimación de la filosofía en tanto nos permite determinar los contextos de utilidad de las teorías, liberándonos de las redes de los usos que se oponen unos a otros. Aunque esta estrategia también tiene su importancia en las ciencias naturales cuando se da prioridad a unas teorías frente a otras por consideraciones abstractas. Dicho de otro modo, la idea de verdad científica adquiere un carácter fuertemente filosófico en tanto que problematiza ese límite entre objetos abstractos y objetos físicos. Esto es una consecuencia de que la gran mayoría de las verdades de una ciencia utiliza términos de esa ciencia. Estamos muy cerca de la filosofía como saber de segundo grado.

Se trata de la maniobra [el ascenso semántico] que nos lleva del modo material (inhaltlich) de hablar al modo formal, sea dicho así por respeto a una vieja terminología de Carnap. Se trata del discurso con ciertos términos al discurso acerca de ellos. Se trata, precisamente, del cambio que Carnap entiende como la operación que despoja a las cuestiones filosóficas de su engañoso disfraz y las formula entonces según su verdadero color. Pero lo que no acepto es precisamente esta tesis de Carnap. Tal como voy a entenderlo, el ascenso semántico se aplica en todas partes.
(…)
Pero resulta que el ascenso semántico es más útil en contextos filosóficos que en la mayoría de los demás...
(…)
La estrategia del ascenso semántico consiste en llevar la discusión a un dominio en el cual ambas partes coinciden mucho más fácilmente acerca de los objetos (que son palabras) y de los términos principales referentes a ellos. [(b) págs. 340-341.]

El ascenso semántico nos devuelve a los presupuestos pragmáticos y psicológicos de la génesis de la teoría en la que los datos sensibles son imprescindibles. Aunque Quine distingue entre las consideraciones de eficacia sistémica de carácter pragmático que se ponen de manifiesto cuando procedemos a partir de un ascenso semántico — en este caso mencionamos la teoría—, de las consideraciones factuales acerca del comportamiento de los objetos del mundo que serían operativas sólo si se evitase el ascenso semántico —en esta caso usamos la teoría—. Es decir, afirma que en el primer caso verbalizamos las consideraciones de eficacia sistémica, mientras en el segundo nos dejamos llevar por ellas. Podríamos aquí usar la distinción entre ejercicio y representación para indicar que en el primer caso representamos la teoría y en el segundo la ejercitamos. En cualquier caso nunca estamos libres de la teoría.

Lo que distingue mi actitud general básicamente de la actitud de los filósofos de los datos sensibles es tal vez que yo tiendo a tratar el conocimiento desde dentro de una teoría en evolución, la cuál es teoría de un mundo conocido, y no finjo que exista una base más sólida fuera de eso. [(b) págs. 297-298.]

Una de las consecuencias más interesantes es que ninguna investigación parte de la nada, desde una perspectiva libre de prejuicios, sino que siempre se parte de teorías anteriores.

Al final nos encontramos ante dos dualismos. En el caso del neopositivismo sería un dualismo radical entre lo analítico como tautológico y lo sintético como lo asentado en la sensibilidad de modo descriptivo. En cambio en Quine la disociación no es radical, la verdad científica es la frontera de contacto de las teorías con los objetos físicos tomados como términos que organizados convenientemente en clases ligadas teóricamente sustentan las diferentes ciencias. Dentro de este espacio abstracto caben dos niveles de análisis uno superpuesto al otro, el ejercicio de las teorías y la representación de las mismas. A parte de ello, según el nivel de abstracción de las teorías, las zonas teóricas más próximas al límite experimental serán menos abstractas que las partes de la teoría más alejadas de ese límite. Aquí no hay un dualismo radical.

Movido por estas consideraciones últimas, uno puede examinar ansiosamente las posibilidades de declararse nominalista. Y sin duda puede uno decidirse a sacrificar con seguridad los beneficios sistémicos de los objetos abstractos, considerándolos compensados por una ganancia doble: la eliminación de objetos nada deseables y la de un drástico dualismo categorial. [(b) pág. 336.]

El modelo teoreticista de Quine se basa en la extensión geométrica, desde el límite observacional hasta las zonas más alejadas.

…variaciones graduales en cuanto a la posición central de la estructura teorética y en cuanto a la relevancia para un conjunto u otro de observaciones. [(b) pág. 344.]

A pesar de esta continuidad teórica se pueden delimitar tres grandes conglomerados científicos: la física, la matemática y la ontología. Esto recuerda la teoría de los tres grados de abstracción de Aristóteles.

Sólo la amplitud de las categorías establece una distinción entre el interés ontológico del filósofo y todo eso otro. Dados los objetos físicos en general, el que tiene que decidir acerca de los unicornios es el científico de la naturaleza. Dadas clases, o cualquier otro reino de objetos requeridos por el matemático, es tarea de éste el decir si hay en particular números primos pares o números cubos que sean suma de pares de números cubos. En cambio, lo propio de la ontología es el escrutinio de esa aceptación acrítica del reino de los objetos físicos mismo, o del de las clases, etc. La tarea consiste en explicar lo que había estado implícito, en precisar lo que había sido vago, en exponer y resolver paradojas… [(b) pág. 345.]

Quine propone un modelo proposicional de la ciencia a través de la idea de teoría, resaltando sobre todo los aspectos semánticos de la misma. Su modelo no distingue claramente entre la sofística científica y la gnoseología de la ciencia. Quizás la dificultad parte de unas consideraciones excesivamente simplistas de la idea de lenguaje y sus relaciones con la lógica y la matemática.

VALORACIÓN

Me he centrado en presentar los aspectos más filosóficos de estos dos textos de Quine señalando su conformación como crítica al neopositivismo del círculo de Viena, sobre todo con respecto a Carnap, utilizando para ello la distinción entre descripcionismo y teoreticismo{10} basada en la distinción entre materia y forma de las ciencias como método más seguro para analizar la estructura lógica de una clase o de un conjunto, que son quizás los dos modos más comunes de caracterizar un nombre o concepto general, en este caso, el de «ciencia».

No he entrado en la estructura interna de las ciencias, es decir en proponer una teoría de la ciencia desde la que criticar la concepción de Quine, que me parece que es el núcleo de su pensamiento como he tratado de mostrar. Esto hubiera sido imprescindible.

Por otra parte he presentado dos principios del materialismo filosófico que dada su importancia creo que deben ser utilizados de una forma u otra en toda concepción filosófica en general y especialmente en la teoría de la ciencia. Estos presupuestos hacen especial mención a la idea de materia ligándola a la de operación. Y las operaciones sobre los objetos físicos son una manera muy directa de caracterizar la realidad de las ciencias, ligadas por tanto a un sujeto operatorio, el científico, que planea y ejecuta tales operaciones. Estas operaciones están sujetas a la medición y el objetivo fundamental es construir grupos de transformación —en el caso de que estemos estudiando el movimiento también se pueden estudiar como transformaciones— que sistematicen esas operaciones y establezcan determinados invariantes que caractericen directamente a los sistemas físicos o a sus movimientos o relaciones etc., en forma de leyes. La autonomía de una ciencia en concreto deberá estar ligada de algún modo con el carácter cerrado de las operaciones que realiza sobre determinados objetos físicos. Las leyes como invariantes deberán ser por tanto independientes del sujeto operatorio, aunque la precisión de las medidas dependerán de la pericia del científico. Pero para afirmar esto hay que proponer una gnoseología de la ciencia alternativa, cosa que no he hecho.

La filosofía analítica en general y la concepción de Quine en particular hacen especial mención a la relación entre la lógica y el lenguaje como método de análisis para alcanzar formulaciones precisas de las explicaciones científicas o de las disciplinas científicas. Lo primero que me parece es que esta relación está mal plantea. La verdadera relación sería entre la lógica y las lenguas concretas, no es una relación sino un conjunto de relaciones. Se podría razonar presentando dos posturas fundamentales: o bien se supone que la lógica está por encima de las lenguas y debe depurarlas o bien es al revés, la lógica estudia aspectos parciales de las lenguas, más o menos comunes, pero son las lenguas las que envuelven a la lógica. Quine creo que se atiene a la primera opción. Me parece sin embargo que esta dicotomía así presentada es falsa.

Se debería plantear la idea de lenguaje como el lenguaje de palabras escrito que es capaz de abordar el estudio de cualquier cosa desde una lengua determinada si se ha desarrollado históricamente lo suficiente. Esto se hace evidente si se constata la inmensidad bibliográfica de las sociedades modernas. Ahora el lenguaje es el método que utilizamos para estudiar las lenguas precisamente por su fijación escrita y por su potencia analítica. Hay tres saberes necesarios para comprender la naturaleza del lenguaje, es decir tiene naturaleza tridimensional: la lingüística, la lógica y la filosofía, siendo esta última la responsable de organizar su síntesis. A la parte de la filosofía que se encarga de esto la podríamos denominar semiótica.

Para finalizar voy a tratar de poner un ejemplo que trata combatir uno de los principios filosóficos que creo que sustentan el teoreticismo de Quine: A mayor generalidad en la elaboración teórica de los objetos abstractos de las ciencias mayor abstracción de tales objetos. Es probable que esto sea cierto para las matemáticas y la lógica, pero no es necesariamente así para las ciencias naturales. En cierta medida esto nos predispondría para cambiar de modelo: la materia y la forma científicas no se hallarían separados posicionalmente, aparte de plantearnos la delimitación entre ciencias naturales y saberes como la lógica y las matemáticas.

Vamos a suponer un gas ideal dentro de un recipiente con un pistón móvil y una fuente de calor. Estas condiciones son posibles dentro de ciertos rangos con bastante exactitud. No entro en la determinación de cuáles sean. Podemos realizar fácilmente dos procesos distintos que vendrán gobernados por dos leyes:

Fórmulas 1 y 2

Estas dos leyes establecen como varían los valores de dos variables macroscópicas manteniendo otra constante. La ligadura es necesaria para poder caracterizar el proceso. La pregunta es inmediata cómo se relaciona estas tres variables. Supongamos que seguimos el proceso adecuado, la experiencia nos dice que:

Fórmula 3

Podemos suponer que no hay más variables macroscópicas que caractericen al sistema por lo que podemos proponer que la proporción es constante y comprobamos que la constante es n*R, es decir depende de la cantidad de materia expresadas en número de moles y determinamos R=8,31 J/mol K. El producto anterior puede expresarse como n*R=N*K que es el producto del número de moléculas y la constante de Boltzmann. Obtenemos entonces la ecuación de estado de los gases ideales:

Fórmula 4

Desde las leyes que rigen el proceso a presión y temperaturas constantes hasta llegar a la última ecuación que nos conecta todas las variables macroscópicas con el comportamiento molecular y donde además tras un estudio de la mecánica estadística descubrimos el significado de la constante de Boltzmann con respecto a los grados de libertad moleculares, y donde incluso podemos deducir esta ecuación. Resulta entonces que hemos obtenido una ecuación más general sin embargo no ha perdido un ápice de su conexión experimental, es más el estudio de la constante a través de teorías muchos más generales que utilizan la interpretación estadística de la función de estado entropía nos proporcionan un significado físico más profundo de la constante. En este caso no vamos por un camino de mayor abstracción, en todo caso por un camino de mayor complejidad porque la conexión experimental sigue siendo tan nítida como al principio. Afirmaríamos así que la complejidad, asociada a la generalidad de la fórmula nos ha llevado a una mayor precisión en la comprensión del fenómeno físico, no a una mayor abstracción del mismo.

Bibliografía.

-Textos comentados.

(a) Extravagancias de la referencia, capítulo 4 de Palabra y Objeto, Willad Van Orman Quine (1959), en la traducción de la Editorial Labor, S.A. (1968).

(b) Decisión óntica, capítulo 7 de Palabra y Objeto, Willard van Orman Quine Barcelona (2001), Herder.

-Bibliografía utilizada y notas

{1} Diccionario de filosofía, J. Ferrater Mora, Círculo de Lectores (2001), Entrada Lewis C[larence] I[rving], Tomo III, pág. 2128.

{2} Desde un punto de vista lógico, W. O. Quine, Ediciones Orbis (1984). Prólogo de M. Sacristán Luzón (1962), pág. 11.

{3} Symploké, entrada Filosofía analítica, enciclopedia electrónica http://symploke.trujaman.org

{4} La concepción científica del mundo-El círculo de Viena, traducción al castellano de Wissenchaftliche Weltauffassung—der Wiener Kreis en Otto Neurath, Wissenschaftliche Weltauffassung Sozialismus und Logischer Empirismus, editado por R. Hegselmann, Francfort del Meno, Suhrkamp, 1995, pp. 81—101. Tomado de la Web del Centro de Estudios de Filosofía Analítica, http://www.cesfia.org.pe/, página 5.

{5} Diccionario filosófico, Pelayo García Sierra, Biblioteca Filosofía en español, Pentalfa Ediciones (2000), http://www.filosofia.org/filomat/index.htm, entrada 2: Materialismo metodológico como materialismo operatorio, págs. 28-29.

{6} Diccionario filosófico, Pelayo García Sierra, Biblioteca Filosofía en español, Pentalfa Ediciones (2000), http://www.filosofia.org/filomat/index.htm, entrada 86: Materialismo formalista, págs. 114-115.

{7} Historia de la filosofía, Giovanni Reale y Dario Antiseri, Volumen 3.3., Herder Editorial, Barcelona (2010), pág. 202. Estas líneas aparecen entrecomilladas aunque no identifico de dónde. En general uso el apartado de este libro: Willard van Orman Quine: teoría conductista del significado, holismo metodológico y epistemología naturalizada, págs. 191-203, para obtener una imagen general de su pensamiento.

{8} Historia de la filosofía, Giovanni Reale y Dario Antiseri, Volumen 3.3., Herder Editorial, Barcelona (2010), pág. 233. Cita sacada del texto que ejemplifica la filosofía de Quine y que está tomado de Dos dogmas del empirismo, artículo contenido en Desde un punto de vista lógico. A esta postura según la cual un término o un enunciado no obtiene su significado aisladamente sino tan sólo en el interior de un sistema lingüístico se la llama holismo semántico y fue propuesta en 1906 por Pierre Duhem en La teoría física: su objeto y su estructura; a ella se remite explícitamente Quine y también se la conoce con el nombre de «tesis Duham-Quine» y hoy la podemos encontrar también en el pensamiento de Donald Davidson (págs. 196-197).

{9} Palabra y Objeto, Willard van Orman Quine Barcelona (2001), Herder. Parágrafo 43, Hacia la eliminación de los objetos intensionales, pág. 216.

{10} Teoría del cierre categorial, 5 tomos, Gustavo Bueno, Pentalfa Ediciones (1993). La distinción entre descripcionismo y teoreticismo aparece en el tomo 4 y aparecen dentro de una clasificación de cuatro opciones posibles, junto a las de adecuacionismo y circularismo ésta última la defendida por el autor. Esta distinción la he tomado de modo confuso dada la complejidad de la teoría de la ciencia que se presenta en esta obra y cuyo aplicación mínima hubiera requerido mucha mayor extensión y comprensión de la misma.

 

El Catoblepas
© 2015 nodulo.org