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El Catoblepas, número 164, octubre 2015
  El Catoblepasnúmero 164 • octubre 2015 • página 3
Artículos

Pinceladas impresionistas para un homenaje a Gustavo Bueno

Tomás García López

Transcripción, con algunos añadidos, del manuscrito que sirvió de base a las palabras pronunciadas por Tomás García López en el homenaje al filósofo Gustavo Bueno acaecido el 22 de octubre de 2014 en el Hotel Tryp de Oviedo.

Pinceladas impresionistas para un homenaje a Gustavo Bueno

Mi buen amigo Julián Ruiz-Cantabrana, presidente del Centro Riojano en Asturias, me pidió que pronunciara unas palabras en el acto de merecido homenaje que esta institución riojana con sede en Oviedo pensaba hacerle al filósofo Gustavo Bueno con motivo de su noventa cumpleaños. Naturalmente, no sólo acepté con sumo agrado, sino que le confesé que esta oportunidad que me brindaba de intervenir en tan entrañable evento era para mí un gran honor. Vayan, pues, estas pinceladas impresionistas destinadas a glosar la figura del filósofo Gustavo Bueno en esta jornada de homenaje, sabiendo de antemano que, en el corto intervalo de tiempo del que dispongo para honrar al maestro, me va a resultar extremadamente difícil alcanzar la justa medida de su talla filosófica y profesional. No me queda más remedio que seleccionar algunos episodios de su vida y dejar en el tintero referencias a muchos de sus escritos, publicados en innumerables revistas como El Basilisco o El Catoblepas entre otras.

Primera pincelada: Sobre su nación.

Nacido el uno de septiembre de 1924 en Santo Domingo de la Calzada, hizo sus estudios primarios, institución pedagógica calceatense cuyo formato moderno se remonta al siglo XVI, en esa preciosa ciudad riojana, fundada por el santo que le dio su nombre en el siglo XI (1094), pero tuvo que proseguir estudios medios y superiores en Zaragoza, terminando la Licenciatura y doctorado en Filosofía en la Universidad de Madrid, por la sencilla razón de que por aquel entonces no había Instituto Nacional ni Universidad en la Ciudad del santo fundador y epónimo. Sin embargo, creo pertinente recordar aquí que, aunque los Institutos de Bachillerato Unificado y Polivalente y el de Formación Profesional no se implantaran en Santo Domingo de la Calzada hasta 1977, hay un precedente que merece ser destacado. En efecto, con el desarrollo de la Ley Moyano (1857) el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada patrocinó la instalación de un Instituto o Academia de Enseñanza Media en el antiguo convento de San Francisco. Este interesante proyecto, que surgió incluso un año antes (1856) de la aparición de la Ley Moyano y que se mantuvo hasta 1871, atravesó diversas vicisitudes, como su desaparición en esta última fecha, el resurgimiento en 1874 y su transformación en Academia privada hasta 1879.Por otra parte existe también una interesantísima casuística respecto a la Enseñanza Superior universitaria; siguiendo los pasos del Cardenal Cisneros, Fray Bernardo de Fresneda intentó fundar una Universidad en Santo Domingo de la Calzada. El proyecto chocó con la oposición de las Universidades, ya constituidas de Valladolid y Salamanca, y se paralizó con ocasión de la muerte de su impulsor Fray Bernardo en 1578. Pero la tenacidad franciscana en esta empresa universitaria prosiguió durante todo el siglo XVII hasta alcanzar un permiso y un convenio con la Universidad de Oñate en el siglo XVIII, en virtud del cual se permitía la docencia de la Filosofía y la Teología en la Universidad calceatense de San Buenaventura, si bien los estudiantes tenían que examinarse en Oñate, como asegura don Javier Díez Morrás, investigador agregado del IER del que he tomado estos datos sobre la docencia en Santo Domingo de la Calzada, que van desde la escuela de primeras letras a la fallida Universidad franciscana.

He subrayado este colorido histórico, en nuestra primera pincelada, para resaltar la riqueza ambiental que propició el contexto educativo de Santo Domingo de la Calzada, en el que el infante Gustavo Bueno Martínez hizo sus primeras letras y sus primeros números, en el seno de una familia dedicada en cuerpo y alma a la Medicina. Precisamente, entre los muchos pacientes de don Gustavo Bueno Arnedillo y de don Santos Bueno Roqués, médicos y grandes lectores de otros temas, padre y abuelo, respectivamente, de Gustavo Bueno Martínez, estuvieron los monjes franciscanos. Y la escuela de primeras letras, en la que estudió el infante Gustavo Bueno, estaba regentada por monjas franciscanas, procedentes de Montpellier, ciudad que albergó a una de las Universidades de Medicina más prestigiosas de Europa desde el siglo XIII. En esta escuela primaria, además del español, se estudiaba francés, religión…, pero también Ciencias Naturales, explicadas por el boticario del pueblo don Carlos del Barrio, como le cuenta don Gustavo al profesor de Filosofía del Instituto de Enseñanza Secundaria «Valle del Oja» de Santo Domingo de la Calzada, Santos Campos Leza en sus Conversaciones con Gustavo Bueno (Editorial Senderuela, Logroño, 2008).

Recapitulando, la educación primaria de don Gustavo transcurrió al arrullo de esa espléndida tradición docente de Santo Domingo de la Calzada.

Acaso el frustrado proyecto de la Universidad de San Buenaventura de Santo Domingo de la Calzada haya renacido, con los ingredientes propios del Materialismo Filosófico, en los once cursos de verano que la Fundación Gustavo Bueno, en colaboración con la Universidad de la Rioja y el Ayuntamiento de Santo Domingo de la Calzada, vienen realizando desde 2003 en esta ciudad natal de don Gustavo.

Terminados sus estudios, ejerció como profesor de Filosofía y director en el Instituto Nacional de Enseñanza Media Lucía de Medrano de Salamanca durante la década de los cincuenta (1949- 1960). Allí hizo sus «primeras armas» enseñando filosofía, también música, a las alumnas del Instituto. La denominación «Instituto Nacional de Enseñanza Media» (INEM) ha desaparecido del mapa educativo español por «imperativos democráticos», habiendo sido sustituida por sucedáneos «vergonzantes» tales como: Instituto de Bachillerato Unificado y Polivalente (BUP), Instituto de Formación Profesional (FP), Instituto de Enseñanza Secundaria (IES), fórmulas, todas ellas, en las que el calificativo «nacional» ha sido defenestrado en beneficio de los «nacionalismos étnicos».

Y es en 1960, tras obtener la cátedra de Fundamentos de filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Oviedo, cuando ejerce su magisterio ininterrumpido sobre casi cuatro generaciones de españoles, si tomamos el cómputo orteguiano de las «influencias vitales» en periodos de quince años, según la sentencia Per quindecim annos grande mortales aevi spatium que Ortega y Gasset toma del historiador, etnólogo y procónsul romano Tácito (55-119), para incorporarla a su teoría de las generaciones. Este prolongado magisterio ha sido ejercido a través de sus clases y seminarios, o de los Congresos, Encuentros y Cursos en los que ha participado, dentro y fuera de la Universidad de Oviedo, magisterio que ahora continúa a través de sus Lecciones, Teselas y Teatros Críticos realizados desde la Fundación que lleva su nombre, institución que también alberga, entre otros eventos, los Encuentros de Filosofía de su etapa «post-universitaria». Hemos de incluir también, en este capítulo de transmisión oral, las numerosas conferencias pronunciadas, no solo en Oviedo y otras poblaciones asturianas como Gijón, Avilés, Tineo, Pola de Laviana, Miéres o Llanes, sino también en buena parte de las restantes ciudades españolas: Madrid, Barcelona, Valencia, Alicante, Bilbao, Sevilla, Granada, Tenerife, La Coruña, Murcia, Santander…

Ahora bien, mayor alcance tiene su expresión escrita para cuantificar las influencias materiales de don Gustavo sobre sus discípulos y seguidores, pero de los escritos de este filósofo nos ocuparemos en la tercera de las pinceladas. Tanto sus manifestaciones orales como sus escritos, a lo largo de estos 54 años de esfuerzo y dedicación a la enseñanza de la Filosofía han provocado abundantes reacciones de asunción y seguimiento a su Sistema de Pensamiento. Añadamos, que, al tiempo que don Gustavo irradiaba su filosofía, se fue convirtiendo en centro de atracción filosófica, en la medida en al que, además de sus iniciales alumnos astur-leoneses, fueron muchos los españoles de otras provincias y de otras naciones (hispanoamericanos, iberoamericanos, angloamericanos, y aún alemanes, ingleses y chinos) los que se han sentido atraídos por el Materialismo filosófico. En los casos de alemanes, ingleses y chinos nos atenemos a las traducciones al alemán, inglés y chino de El mito de la cultura, ¿Qué es la Ciencia? y España no es un mito, respectivamente.

Pues bien, a esta serie de respuestas nacionales e internacionales, sin solución de continuidad a lo largo y ancho de estas cinco décadas y un lustro llamaremos «oleadas». Y preferimos hablar de «oleadas», término que el mismo profesor Bueno sugirió y al que Sharon Calderón dio cuerpo en su artículo «El Congreso de Murcia y las oleadas del materialismo filosófico» (El Catoblepas, Nº 20, octubre del 2003), para referirnos a las influencias realmente existentes entre el maestro y sus epígonos, sencillamente porque Gustavo Bueno no es epónimo o figura legendaria de una generación, como indica Ortega y Gasset a propósito de ilustres filósofos y científicos en su libro En torno a Galileo: por ejemplo, la «generación de Descartes» la establece en torno a 1626, data en la que cumplió los 30 años; si a esa fecha restamos 15 años nos encontramos con la «generación de Hobbes» (1611); y por la misma regla de la resta llegamos a la «generación de Galileo» (1596); después la de Giordano Bruno (1581), y así sucesivamente en sentido descendente. De manera que, desde nuestra concepción de la Filosofía y de la Ciencia, don Gustavo no es un «héroe generacional» a la manera orteguiana, sino el fundador del Materialismo Filosófico, sistema de pensamiento de largo alcance que no debe entenderse como una variante de «materialismo grosero», vulgar o corporeista, por la sencilla razón de que dicho sistema también llama Materia, además de a los objetos corpóreos (M1), a los contenidos de la interioridad o a las vivencias de la experiencia interna (M2), y a los objetos abstractos o esencias (M3), como puedan serlo la idea de distancia entre dos cuerpos o los teoremas matemáticos. Son, pues, tres géneros de materialidad en una sola realidad.

Por otra parte la idea de oleada evita el reduccionismo biológico adherido a la noción orteguiana de generación. En efecto, la influencia del filósofo Gustavo Bueno en tiempo real transciende con mucho la barrera cronológica de los quince años. O dicho de otra manera: no hace falta «tener la misma edad» o ser coetáneo para pertenecer al grupo del Materialismo Filosófico con todas las de ley filosófica. Así, por ejemplo, un joven de 26 años como Julen Robledo, nacido en 1988 y que se ha incorporado recientemente al círculo materialista, tiene las mismas competencias filosóficas respecto al uso y aplicación del Materialismo Filosófico que quien esto escribe, que acaba de cumplir los 69 años, precisamente este 22 de octubre de 2014. Es decir, los 43 años de diferencia entre ambos no es obstáculo para que sigamos de la misma manera al maestro, aunque pertenezcamos a oleadas distintas y no seamos de la misma generación.

Y lo que es aún más importante, la idea de oleada prescinde totalmente de los componentes sociologistas («ser coetáneos») y psicologistas («tener algún contacto vital»), contenidos en la noción orteguiana de generación:

Ahora bien el conjunto de los que son coetáneos en un círculo de actual convivencia es una generación. El concepto de generación no implica, pues, primeramente más que estas dos notas: tener la misma edad y tener algún contacto vital. (Ortega y Gasset, En torno a Galileo, Espasa Calpe, edición de 1984, página 48);

Esto lo decimos con independencia, claro está, de que en los numerosos encuentros, reuniones, cursos… de los seguidores y estudiosos del Materialismo Filosófico, con Gustavo Bueno a la cabeza, el intercambio de contenidos esenciales, tercio-genéricos, propios de la Filosofía como lenguaje de segundo grado, se crucen con los contenidos o vivencias, segundo-genéricas, de las esferas personales de los concurrentes a los mismos, o con los objetos corpóreos, primo-genéricos, de naturaleza filosófica o científica utilizados en dichos eventos, tales como libros, cuadernillos, apuntes, fotocopias, fotografías, vídeos, etc.

Volviendo a la idea de nación, tras el obligado excurso que hemos hecho por la idea de oleada, y después de evidenciar las muchas moradas de don Gustavo en distintas ciudades y poblaciones españolas, hemos de concluir, en buena lógica territorial, que su nación política es España, aunque su nación biológica tengamos que situarla en el enclave riojano de Santo Domingo de la Cazada. En consecuencia, estamos ante un «ilustre filósofo español, nacido en la Rioja».

Segunda pincelada: Sobre su vida.

Siguiendo con la fórmula acuñada por Diógenes Laercio, un historiador de la Filosofía de finales del siglo II, imperando Séptimo Severo (193-211), con la que dio título a su célebre obra Vida y obras de los filósofos más ilustres, un compendio de los filósofos más importantes de la antigüedad, en el que se refería, en primer término, a sus respectivas naciones biológicas, me ocuparé, en esta segunda pincelada, de ofrecer algún rasgo de la vida de este ilustre filósofo riojano que hoy homenajeamos aquí.

Pero, ¿qué puedo decir yo de la vida de don Gustavo? Puedo decir y dar testimonio de algunas secuencias de su vida profesional en tanto fui alumno suyo durante los cursos académicos 1965-66 y 1966-67, manteniendo, además, contactos filosóficos con él, desde entonces hasta hoy, por medio de visitas, congresos, encuentros, cursos, seminarios, correspondencia epistolar o telefónica, etc. Y en este punto, recurro a mi memoria personal, convenientemente regenerada por reliquias tales como papeletas de calificación, apuntes de clase, libros recomendados ex profeso por él, cintas magnetofónicas con grabaciones de conferencias suyas, alguna carta, etc.

Recuerdo, en primer lugar, sus clases magistrales. Eran verdaderas piezas de museo y valían su peso en oro por la densidad filosófica contenida en ellas. En cada asunto que trataba nos presentaba las alternativas posibles a sus tesis, mostrándonos tanto las posturas como las imposturas del presente y del pasado, recorriendo con suma destreza la Historia de la Filosofía, lo que hacía que su tratamiento fuera, al mismo tiempo, crítico. Pero además de esta «densidad crítica», sus clases eran amenas y divertidas, porque su sentido del humor aparecía con frecuencia. Más adelante y, después de haber leído algún diálogo platónico, me di cuenta de que se trataba de una regenerada derivación de la ironía socrática. Nunca sentí el «peso de los minutos», es más, cuando Juanín, el entrañable bedel de aquellos años, entraba en el aula Clarín o en el Paraninfo para dar la hora (marca fisicalista de la ceremonia de clausura de las clases de entonces), el tiempo transcurrido desde el inicio de la clase me parecía corto. Don Gustavo, sabedor acaso de este pormenor, prolongaba generosamente el tiempo de explicación, recibiendo en su despacho, un pequeño cuartucho, lleno de libros hasta el techo, de la dependencia contigua al edificio de la Universidad, sita en la calle San Francisco, a los alumnos que lo desearan. Allí acudíamos algunos de entre los ciento y pico o doscientos de sus alumnos, los que nos había parecido corto el tiempo de la clase que, por cierto, éramos militantes o simpatizantes del Partido Comunista de España, y atendía a nuestras preguntas sin límite horario. Para que ustedes se hagan una idea, si la clase terminaba a la una del mediodía, tranquilamente nos íbamos a las dos o las tres de la tarde, y en alguna ocasión hasta las tres y media. Recuerdo, al respecto, una anécdota entrañable. Su mujer, doña Carmen Sánchez, se presentó un día en el citado despacho para advertirle de que ya eran las tres menos cuarto. Doña Carmen siempre tuvo enorme paciencia con estos horarios intempestivos de su marido, pero es que aquel día la familia Bueno-Sánchez tenía invitados a comer y por ese motivo la mujer le apelaba a la «cortesía comensal». En fin, «¡al maestro se le había ido el santo al cielo dialogando con sus alumnos!». A todos nosotros se nos dibujó una sonrisa en la cara, comprendiendo, perfectamente, la justa reclamación de doña Carmen.

Pero la cosa no terminaba ahí, don Gustavo organizaba seminarios vespertinos, abiertos al gran público. A ellos asistían muchos de sus alumnos, pero también alumnos de otras Facultades y profesionales del Derecho, la Economía, la Ingeniería o la Política. En aquellos cursos académicos 1965-66 y 1966-67 los temas de estos seminarios vespertinos fueron la Etnología y la Economía Política, que con el transcurrir de los tiempos se convirtieron en los núcleos de dos de sus primeras obras: Etnología y utopía y Ensayo sobre las categorías de la Economía Política, escritas en la década de los setenta. Organizaba también grupos de trabajo para sus alumnos, encomendándoles un tema de estudio e investigación. Concretamente, al grupo de estudiantes procedentes del Instituto Nacional de Enseñanza Media, INEM Padre Isla de León, junto con varias compañeras, naturales del Occidente y el Oriente de Asturias, y residentes, por esa razón, en los Colegios Mayores de las Pelayas, las Dominicas o las Catalinas, nos propuso la lectura del libro de Wilhelm Dilthey (1833-1911)Teoría de las concepciones del mundo, con el fin de que, una vez comprendidas, las convirtiéramos en un cuestionario con el que sondear a un fractal de la sociedad ovetense. Como quiera que, ¡pobres de nosotros!, no disponíamos de esa obra, don Gustavo se ofreció a prestárnosla. Me tocó a mí, en calidad de representante del grupo, ir por la tarde a su casa para recogerla. Recuerdo que don Gustavo me recibió con suma amabilidad en el piso que tenía alquilado en la Avenida de Galicia, y me explicó con todo lujo de detalles los rasgos esenciales de las tres concepciones del mundo que Dilthey denominó «Naturalismo», «Idealismo de la Libertad» e «Idealismo objetivo» para que yo se los transmitiera a mis compañeros del equipo de trabajo antes de empezar a leer el libro en grupo.

Aún recuerdo vivamente una actuación nocturna del profesor Bueno para salir en defensa de sus alumnos. En efecto, con motivo de la detención de su alumno del primer curso de «comunes de Filosofía y Letras», José Antonio López Brugos, implicado en el movimiento estudiantil de la década de los sesenta, muchos de sus compañeros nos encerramos en el aula Clarín hasta que le soltaran. Esto ocurrió entre las tres y las cuatro de la noche de aquel mismo día. Pues bien, cuando los encerrados fuimos abandonando el edificio de la Facultad por las escaleras del Decanato, en fila india, nos topamos con un sonriente Gustavo Bueno que, junto a otros profesores, había estado negociado toda la noche con la Policía y el Gobierno Civil la liberación del estudiante detenido.

Pero hay más, se tomaba la tutela de sus ex alumnos como algo que se desprendiera de las obligaciones lectivas propias de su cátedra. Como la Universidad de Oviedo no contaba, por aquel entonces, con la especialidad de Filosofía, el grupo de astur-leoneses que decidimos emprender esos estudios (José Antonio López Brugos, Lantarón, Cueli, Bustillo y yo mismo), tuvimos que desplazarnos a la Universidad de Valencia, la más viable para nosotros, ya que de las tres Facultades de Filosofía existentes entonces en España, la de Madrid impuso, aquel mismo año, el «numerus clausus», y la de Barcelona ni era de nuestro agrado ni del agrado de nuestro maestro. Así que nos fuimos a Valencia con todo el equipo. Ni que decir tiene el interés que se tomaba don Gustavo por nuestra trayectoria filosófica. Le encantaba que le visitáramos y que le habláramos de nuestros estudios, pero también de Carlos París, Manuel Garrido, Montero Moliner…, profesores nuestros en la Universidad de Valencia y amigos o compañeros suyos.

Y no solo nosotros le visitábamos, sino incluso compañeros nuestros de la Facultad que, sin haber sido alumnos suyos, se sintieron atraídos por su filosofía. Recuerdo perfectamente que en la primavera del curso 1967-68, y aprovechando las «vacaciones falleras» del año escolar valenciano, nos desplazamos a Oviedo un nutrido grupo de estudiantes de filosofía de la Universidad de Valencia (nos acompañaron Ernesto García, Rodrigo, Tomás Rivera y Narciso), con el objetivo de hablar con el filósofo Gustavo Bueno. A todos no recibió cordialmente, hubiéramos sido alumnos suyos o no, y durante varios días nos atendió con un trato exquisito, contestando a la batería de preguntas que habíamos elaborado en torno al «papel de la Filosofía en el conjunto del saber».

Aún recuerdo otro simpático episodio relativo al trato exquisito a sus alumnos, (y con esta narración doy fin a la serie de relatos que he seleccionado para mostrar algunos aspectos de la vida pedagógica del ilustre filósofo Gustavo Bueno). En más de una ocasión, cuando coincidía el paso de don Gustavo, conduciendo su «seiscientos», con la salida de tres de sus alumnos (José Luis Trapiello, que en paz descanse, Ildefonso Vega y yo) de la Residencia Universitaria Padre María Claret, sita en la Plaza de América, por la que, necesariamente, tenía que pasar desde la Avenida de Galicia para llegar a la calle San Francisco, donde estaba la Facultad, se paraba, abría la puerta de su «seiscientos» y nos decía: «suban que les llevo», y nos dejaba en la misma puerta de la Facultad.

Esta cordialidad con sus alumnos no era incompatible con la exigencia académica que practicaba. Tenía fama de «hueso» a la hora de poner las notas, acaso como una medida «profiláctica», dirigida contra lo que denominaba «Sociedad de familias»:

Ahora bien: los estudiantes que llenan las aulas de la Universidad de Oviedo –y que proceden, como en general en toda España, sobre todo de las capas de la alta y pequeña burguesía y de los White coller asimilados a los ideales de esta que llamaremos, por antonomasia, «Sociedad de familias», dada la despótica función desempeñada aquí por la institución familiar—forman parte de esta «sociedad de familias» que se configura a sí misma, en gran medida, como negación del proletariado e incluso de cualquier otro tipo de comunidad concebida de un modo distinto a lo que pueda ser una agrupación de familias. (Gustavo Bueno, «La «excepción» de Oviedo», Cuadernos para el Diálogo, número extraordinario dedicado a la Universidad, 1967).

En resumen, no creo que podamos encontrar fácilmente una dedicación tan abnegada como ésta a los estudiantes, fueran alumnos propios o extraños, fuera durante el curso o en el periodo vacacional, fuera por la mañana, por la tarde o por la noche.

A esta generosidad profesional, no me resisto a mencionar, por añadidura, su generosidad familiar, en este caso no en calidad de alumno sino de amigo. Tanto mi mujer como yo somos testigos de la ejemplar dedicación que le dispensa a su esposa doña Carmen Sánchez, impedida en una silla de ruedas y afásica a consecuencia de un accidente vascular. Arañando minutos, incluso horas, a su tiempo de estudio y producción filosófica, juega con ella partidas de cartas o dominó y le comenta programas de televisión o noticias periodísticas.

Tercera pincelada: Sobre sus obras.

Como dije antes, resulta imposible en una pincelada dar cuenta de la extensísima obra escrita del ilustre filósofo Gustavo Bueno.

Tengo, necesariamente, que presentar una muestra de ella tomada de los numerosos libros suyos que circulan por las librerías y bibliotecas y dejar en el tintero la mención a otros muchos escritos que, por estar publicados en revistas, acaso su acceso les sea más difícil, pero conste que buena parte de ellos tienen la importancia y el alcance de sus libros.

Nos acogeremos al término década para clasificarlos.

El mismo profesor Bueno recurre a este concepto para clasificar la producción filosófica del periodo, que ciertos «ideólogos» como Luis Martín Santos y su «biógrafo» Pedro Gorrotxategi llaman, falazmente, «tiempo de silencio» para referirse a los «inviernos franquistas» y a las «primaveras democráticas».

Estas son las razones por las que Gustavo Bueno utiliza la retícula década frente al «tiempo de silencio»:

Dicho de otro modo, en lugar de formar dos bloques netamente diferenciados, el bloque de los cuarenta años de dictadura y el bloque de los veinte años de democracia --diferencia abstracta muy importante en la pragmática de la transición, pero menos importante a medida que el siglo avanza hacia el final-- sería conveniente acostumbrarse a dividir los sesenta años que nos separan de la Guerra Civil según otros criterios, particularmente cuando queremos determinar el lugar de la filosofía en el «tiempo de silencio». Por ejemplo, y a modo de retícula en seis décadas. Una división que acaso nos ofrece una escala más proporcionada a efectos de analizar comparativamente el lugar, función y valor de la filosofía en el tiempo de silencio estándar y en el tiempo de libertad, también estándar «. (Gustavo Bueno, «La filosofía en España en un tiempo de silencio», El Basilisco. Segunda época. Número 20. Enero-Marzo 1996, página 60).

Esta retícula evita la falsificación simplista, maniquea, de la historia reciente de la filosofía en España.

Mutatis mutandis, procederemos con el mismo criterio, trayéndolo a nuestro caso para hablar de las obras del ilustre filósofo español Gustavo Bueno y evitar la falsa dicotomía: «libros escritos por él durante los cuarenta años de dictadura y libros que publicó en los treinta y nueve años de democracia», ya que tal dispositivo clasificador es de naturaleza lisológica.

El profesor Bueno arranca para su propósito de la década de las dos guerras (1936-1945): Guerra Civil española y Segunda Guerra Mundial, entre las que aprecia líneas de continuidad.

Pero por la brevedad obligada y por el formato escogido «Vida y obras del ilustre filósofo español Gustavo Bueno», nuestro enclasamiento de sus obras en décadas se circunscribirá a la morfología impuesta por razones filosóficas de orden interno, relativas, fundamentalmente, al ejercicio de su profesión, con independencia de que en algún caso tengamos que recurrir a la morfología del contexto histórico en el que las publicó.

No nos es dado abundar en cada una de ellas, aunque si ofreceremos breves reseñas, ni tampoco referirnos a obras de otros autores o de otros géneros para recubrir la noción histórica de década, que el acuñó, para estos casos, en el artículo antes citado La filosofía en España en un tiempo de silencio.

Por consiguiente las décadas a las que nos vamos a referir para clasificar parte de la obra escrita por el filósofo Gustavo Bueno, no pueden seguir, sensu stricto, la seriación histórico-política propuesta por él a partir de 1936: 1ª década 1936-1945, 2ª década 1946-1955… y así sucesivamente, en nuestro caso, hasta el uno de septiembre de 2014, fecha en la que don Gustavo cumplió sus noventa años.

Nuestra seriación tomará como punto de arranque 1960, año en el que el profesor Bueno «desembarcó» en la Universidad de Oviedo, provisto de un «ortograma filosófico» que comenzó a desplegar entre 1960 y 1970, pero que no daría sus frutos, escritos en libros, hasta la década siguiente: 1970-1980.

Adoptaremos, no obstante un modesto criterio que se atendrá a una simplificación funcional de su «ortograma filosófico» a dos principios, conectados diaméricamente entre sí, y que fueron dándose «in media res» de su actividad profesional.

El primero de esos principios estaría estrechamente relacionado con la atención a sus obligaciones profesionales como catedrático de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Oviedo; y el segundo de ellos con la producción académica, en estricto sentido platónico, de instrumentos y doctrinas filosóficas para analizar, clasificar y enjuiciar la realidad envolvente, es decir para ejercitar la filosofía crítica del presente en marcha.

De forma y manera que cuanto más cerca estemos de 1960 sus escritos estarán más apegados al primero de los principios, mientras que a medida que nos vayamos acercando al año 2014, la preponderancia del segundo de esos dos principios es más ostensible, hasta el punto en el que la debilidad de su vínculo con la Universidad y su desaparición dan paso a su dedicación en «cuerpo y alma» a la Fundación que lleva su nombre para analizar y enjuiciar el presente en marcha.

Pues bien, en la década de los setenta su producción está muy ligada a su condición de Catedrático de Fundamentos de Filosofía e Historia de los Sistemas Filosóficos de la Universidad de Oviedo. Tomó tan en serio su destino profesional que se impuso la obligación de fundamentar la esencia de la Filosofía y mostrar las líneas maestras por donde tenían que discurrir los estudios de la Historia de los Sistemas filosóficos.

Fruto de la primera preocupación como profesor de Fundamentos de Filosofía son sus libros El papel de la filosofía en el conjunto del saber (Ciencia Nueva, 1970) y los Ensayos materialistas (Taurus, 1972), obras en las que defiende la condición de segundo grado para la filosofía, necesitada de saberes previos de primer grado como la ciencia, la política o la religión, cuyos conceptos enfrentados, al no poder comunicarse ni conmensurarse entre sí, hacen posible la aparición de las ideas con las que la filosofía opera; defiende también una ontología materialista, provista de tres grandes ideas: Mundo = (M1, M2 M3), Materia (M) y Sujeto Trascendental), cuyas combinaciones generan alternativas enfrentadas (Materialismos versus Espiritualismos) tanto en el ámbito de la Ontología Especial referida al Mundo, como en el de la Ontología General, referida a las ideas de Materia ontológico general (M) y al Sujeto Trascendental (E), existiendo entre ambos planos múltiples conexiones. La idea crítica de Materia ontológico general, solidaria con las nociones de pluralidad, probabilidad, infinitud, inagotabilidad, inconmensurabilidad entre los géneros de materialidad y symploké, se enfrenta «a muerte» tanto con las Metafísicas de la unidad, el orden, la armonía, la clausura, la hipóstasis, y la sustancia, como con las Metafísicas nihilistas del indeterminismo radical o la negación de cualquier tipo de causalidad.

Y en estas batallas por la defensa de estos fundamentos filosóficos y ontológicos, Gustavo Bueno «luchó» contra neopositivistas, marxistas ortodoxos, metafísicos armonistas, metafísicos nihilistas, espiritualistas de la sustancia, de la conciencia, de la verdad, de la libertad, empiriocriticistas, mecanicistas, subjetivistas, sociologistas, psicologistas… tanto del pasado como del presente en marcha.

La otra gran preocupación, en este caso como profesor también de Historia de los Sistemas Filosóficos, le llevó a publicar La Metafísica Presocrática (Pentalfa, 1974). En esta obra nos ofrece la fecunda clasificación de los seis sistemas genéricos: Metafísica Presocrática/Filosofía Clásica; Teología Escolástica/Filosofía Escolástica; Filosofía Idealista/Filosofía Materialista, resultantes del cruce entre el ordo essendi de sus contextos históricos, y el ordo cognoscendi de las tres grandes ideas: Mundo (Mi) = (M1, M2, M3), Materia antológico general (M) y Sujeto Trascendental (E), por medio de una rigurosa Lógica de clases.

Con su libro La Metafísica Presocrática inicia la andadura histórica con los filósofos anteriores a Sócrates y Platón, pero otras muchas ocupaciones de índole administrativa o política le obligaron a detenerse en la época antigua de la Historia de los Sistemas Filosóficos.

No obstante nos ha dado muestras de la fecundidad de su propuesta histórica a propósito de trabajos monográficos posteriores como: Sobre el significado de los «Grundrisse» en la interpretación del marxismo (Sistema Nº 2, mayo de 1973) o Los «Grundrisse» de Marx y la «Filosofía del espíritu objetivo» de Hegel (Sistema Nº 4, enero de 1974); o el Análisis del Protágoras de Platón (Pentalfa 1980); o su Introducción a la Monadología de Leibniz (Pentalfa 1981).

La Metafísica Presocrática marcó el camino para las investigaciones en la Historia de la Filosofía, desde la óptica del Materialismo Filosófico, y fueron varios los alumnos del profesor Bueno los que aplicaron su doctrina de los Sistemas genéricos a algunos filósofos. Son los casos, por ejemplo, de Vidal Peña con el pensamiento de Espinosa o de Manuel Lorenzo con la filosofía de Schelling, por no referirnos a aquellos profesores de Enseñanza Media o Secundaria que los aplicaron a toda la Historia de la Filosofía en sus clases de Preuniversitario, COU o Segundo de Bachillerato.

Y al tiempo que cubría, magistralmente, los contenidos filosóficos del rótulo de su cátedra, fue dando curso, en esta década, a las temáticas embrionarias de los Seminarios que organizó en la década anterior. Me refiero a sus obras Etnología y Utopía (Azanca, 1971) y Ensayo sobre las categorías de la Economía Política (La Gaya Ciencia, 1972), anticipando con ellas el riesgo que podría correr la Filosofía al ser desplazada por sucedáneos como la Etnología o la Economía, con independencia de que ambas disciplinas tengan un campo categorial, el propio de las Ciencias Humanas con el doble plano metodológico (metodologías a-operatorias y metodologías ß-operatorias), aunque en el caso de la Etnología o Antropología cultural este campo sea un «fantasma gnoseológico», mantenido, únicamente, por razones gremiales, como afirmará más tarde en El mito de la cultura.

Si antes dijimos que para el profesor Bueno la Filosofía es un saber de segundo grado y por ello tiene que partir de otros saberes tales como la Religión, la Política o la Ciencia, pues, se pone a trabajar «a destajo», durante las décadas siguientes, en la elaboración de una Filosofía materialista de la Religión, de la Política y de la Ciencia por imperativo de su coherencia programática, marcando, ahora, la senda de lo que tiene que ser una «filosofía centrada», y, aunque utilice en sus rótulos la forma genitiva, su manera de proceder está enteramente determinada por lo que él llama «genitivo objetivo», en oposición al «genitivo subjetivo», ejercitado por tantos «filósofos adjetivos», inmersos en el presente, eso sí, pero enteramente espontáneos, mundanos y, a veces, vulgares, sean periodistas, políticos o científicos.

En efecto, la década de los años ochenta la consagró al análisis filosófico de la Religión.

Hay que decir, no obstante, que el núcleo originario de su dedicación a los estudios de Antropología filosófica de las Religiones se remonta a sus años de doctorando en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y en el Instituto de Filosofía Luis Vives.

Lo cierto y vedad es que en esta década de los ochenta ve la luz su emblemática obra El animal divino, ensayo de una filosofía materialista de la religión (Pentalfa, 1985), en el que descubre las claves del proceso de conformación de las religiones terciarias del presente (monoteísmos), que tendrían su núcleo en la «religiosidad primaria de las cavernas prehistóricas», como las de El Pindal, Tito Bustillo o Altamira con importantes pinturas rupestres que reproducen escenas animales, cavernas, en las que los homínidos cazadores veneraban a los animales que cazaban. Esta religiosidad primaria se transformó en la «religiosidad secundaria de la bóveda celeste» por efecto de la extinción de la macro-fauna y la aparición de la ganadería. Estos acontecimientos provocarán la ascensión de la numinosidad animal a la bóveda celeste zodiacal, sede posterior de los muchos dioses antropomorfos de las religiones politeístas que luego poblaron los cielos, los mares y la tierra, hasta tal grado de saturación que surgió la necesidad de «podar» la tan abigarrada maraña de religaciones ceremoniosas de los «hombres civilizados» con los dioses celestes, terrestres y marítimos, apareciendo así la «religiosidad terciaria de los credos monoteístas».

También vio la luz, en esta década de los ochenta otra obra de filosofía materialista de la religión. Me refiero a las Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión (Mondadori, 1989), cuestiones que, en número de doce, fueron dando cuenta de los asuntos religiosos candentes, que palpitaban por aquel entonces como la Teología de la liberación, el Impuesto religioso, el Espiritismo, el Dios de los filósofos, el conflicto entre la Religión y la Ciencia…; a la manera de aquellas redacciones literarias de las exposiciones que los maestros de Teología o de Filosofía habían de mantener dos veces al año, una antes de Navidad y la otra antes de Pascua de Resurrección, tanto en la Edad Media como en la Moderna.

Entramos en la década de los noventa constatando la dedicación filosófica de Gustavo Bueno a los otros dos grandes temas: la Política y la Ciencia.

En efecto, la Biblioteca Riojana tuvo el acierto, el gran acierto, de publicar su Primer ensayo sobre las categorías de las Ciencias Políticas (Biblioteca Riojana, Logroño, 1991), obra maestra en la que se desmonta y tritura el formalismo político de «los tres poderes» (el ejecutivo, el legislativo y el judicial).

Para el profesor Bueno, estos tres poderes son ramas propias de una capa de la Sociedad Política; pero, a su juicio, hay otras dos capas más: la que tiene que ver con la explotación de los recursos territoriales, y la que se ocupa de la defensa de ese territorio una vez apropiado, con sus correspondientes tres ramas de poder cada una, derivadas de tres funciones comunes, que son: operar, estructurar y determinar. A la primera de las capas llama conjuntiva, basal a la segunda y cortical a la tercera. De forma y manera que si la función operativa de la capa conjuntiva es el poder ejecutivo, la de la capa basal es el poder gestor, y la de la capa cortical el poder militar; si la función estructurativa de la capa conjuntiva es el poder legislativo, la de la capa basal es el poder planificador, y la de la capa cortical el poder federativo; y , finalmente, si la función determinativa de la capa conjuntiva es el poder judicial, la de la capa basal es el poder redistribuidor, y la de capa cortical el poder diplomático.

Son nueve y no tres los poderes descendentes de toda Sociedad Política constituida en un proceso sistático (sístasis, constitutio) de apropiación territorial, explotación y defensa de ese territorio apropiado.

Y al igual que los cuerpos de las religiones terciarias han tenido su núcleo y su curso, también la esencia de las Sociedades Políticas los tienen.

En efecto, el núcleo de las Sociedades Políticas son las sociedades humanas naturales, inversión antropológica de las sociedades naturales humanas, y su curso es el paso del proto-estado conjuntivo-basal de las Jefaturas unipersonales al Estado, propiamente constituido con el desarrollo de una «membrana protectora» o capa cortical.

Y, a diferencia, del «formalismo separatista» de los tres poderes, estas nueve ramas del poder de la teoría materialista de las categorías políticas están involucradas diaméricamente entre sí por el principio sostenible de la eutaxia.

A estas alturas del discurso, tenemos que añadir que, además de los motivos profesionales programáticos apuntados, los «intereses» de don Gustavo por la fundamentación de la Política estuvieron «animados» por la desintegración de la Unión Soviética y la caída del «muro de Berlín». De hecho en el último apartado de su libro, Tipología de las sociedades políticas, dedica, en el punto seis, un amplio comentario a la «caída del Imperio romano de Occidente» como primer analogado de este tipo de situaciones históricas, pensando, como ha confesado en varias ocasiones, en la «caída del Imperio soviético»:

«A título de ilustración, aplicaremos la taxonomía propuesta en el análisis del fenómeno histórico universal que la historiografía conoce como la «caída del Imperio romano de Occidente»… Tiene un interés teórico principal el analizar los motivos por los cuales pude afirmarse que esta sociedad es «privilegiada» como banco de pruebas para toda teoría política. Estos motivos tienen que ver con el origen y también con el desarrollo y con el fin del Imperio». (Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las «Ciencias Políticas», B. R. 1991, página 385);

Y es que el profesor Bueno, al tiempo que iba cubriendo, magistralmente, sus obligaciones profesionales docentes, ejercitaba, continuamente, el análisis crítico del presente en marcha, verdadero papel de la Filosofía en el conjunto del saber, desarrollando para ello instrumentos y doctrinas filosóficas tan potentes como éstas.

Capítulo destacado de la producción filosófica de Gustavo Bueno, en esta década de los noventa, son sus escritos sobre la fundamentación de la verdad científica.

En 1992 apareció el primer tomo de su Teoría del Cierre Categorial (Pentalfa, 1992). En su Introducción General nos presenta siete enfoques en el estudio de la Ciencia: el lógico-formal de carácter proposicional, el psicológico, el sociológico, el informático, el epistemológico, el histórico, y el gnoseológico, que es el propiamente filosófico porque acomete de lleno el nudo gordiano del saber científico, es decir la verdad científica, y, como resulta que no es vista de la misma manera por todas las corrientes filosóficas, el profesor Bueno nos ofrece una clasificación de éstas en cuatro familias gnoseológicas, tomando como criterio la distinción entre materia (los hechos científicos) y forma (las teorías científicas), presente en todas y cada una de las ciencias.

El desarrollo de estas cuatro familias gnoseológicas: el descripcionismo, el teoreticismo, el adecuacionismo y el circularismo, apuntadas ya en el primer tomo, vio la luz al año siguiente (1993) en los cuatro tomos restantes, junto a otros muchos asuntos como la reconstrucción de las doctrinas clásicas sobre las categorías, o sobre el hilemorfismo.

Según este criterio de atenerse a la materia y a la forma, la familia descripcionista considera que la verdad científica está en los hechos (la materia); la familia teoreticista en las teorías (la forma), y la familia adecuacionista en ambas a la vez, ya que para ella hay correspondencia isomórfica entre la materia (los hechos) y la forma (las teorías).

Frente a estas maneras sustancialistas de «contemplar» la materia y la forma de la Ciencia, el profesor Bueno nos propone concebir diaméricamente estas nociones, como par de conceptos conjugados que son, en su teoría circular, según la cual la forma de una ciencia es el nexo entre dos o más hechos, y a su vez los hechos vinculan a las teorías entre sí, dándose, pues, una codeterminación de los materiales de la ciencia en cuestión.

Además, cada una de las ciencias es una construcción objetual, no meramente proposicional, en torno a un Espacio Gnoseológico, roturado por tres ejes: el sintáctico, el semántico y el pragmático, dotados de tres figuras cada uno. Así pues, las figuras del eje sintáctico son los términos, las operaciones y las relaciones; las figuras del eje semántico son los referenciales, los fenómenos y las estructuras esenciales o teoremas, a los que se llega por cursos operativos heterogéneos que conducen al mismo resultado, y que por esta razón llama, el profesor Bueno, Identidades Sintéticas, entidades de naturaleza terciogenérica, capaces de cerrar sus respectivos campos categoriales; y finalmente, las figuras del eje pragmático son las normas los dialogismos y los autologismos.

Estas construcciones objetuales no son inmediatas, requieren de armaduras o configuraciones ya dadas en el campo semántico, que llama contextos determinantes.

Requieren también de unos principios gnoseológicos, mediante los cuales se guían esos cursos operatorios que desembocan en las identidades sintéticas, aunque se den «in medias res». Son de naturaleza semántica, pero considerados desde el eje sintáctico se configuran como «protocolos», referidos a los términos, axiomas a las relaciones, y postulados a las operaciones, y considerados desde el eje pragmático se configuran como principios de los autologismos, principios dialógicos como la «sustituibilidad» entre los sujetos operatorios, y principios pragmáticos normativos como, por ejemplo, el principio de no contradicción o el del tercio excluso aplicados a cada categoría.

Y precisan de unas vías hacia la construcción de estas configuraciones objetivas. Son los modos gnoseológicos o maneras de operar con los términos y las relaciones: modelos (metros, paradigmas, prototipos y cánones), clasificaciones (taxonomías, tipologías, desmembramientos y agrupamientos), definiciones y demostraciones.

Estos pormenores constructivistas, relativos a las armaduras gnoseológicas, los principios gnoseológicos y los modos gnoseológicos, se encuentran desarrollados en el capítulo tercero del tomo 1.

En el capítulo cuarto de este mismo tomo nos ofrece un original y potentísimo criterio para la clasificación de las Ciencias, que da «al traste» con enclasamientos dicotómicos y estériles tales como: ciencias especulativas/ciencias prácticas, ciencias nomotéticas/ciencias idiográficas, ciencias formales/ciencias reales, ciencias naturales/ciencias humanas…

Según este criterio novedoso y, a mi juicio, «luminoso» hay ciencias que son capaces de neutralizar, enteramente, las operaciones contenidas en las identidades sintéticas o esencias del eje semántico como las matemáticas, la física, la geología, la química, la bioquímica, la fisiología…, y otras por el contrario que sólo las pueden neutralizar parcialmente, por la sencilla razón de que sus «verdades genuinas» se dan, precisamente, en las propias operaciones. Son, por ejemplo: la lingüística, la psicología, la etología, la sociología, la política, la economía, la etnología, la historia…, con independencia de que estas ciencias humanas puedan incorporar metodologías a-operatorias propias de la fisiología, la geología, las matemáticas, la estadística…

Pues bien, a aquellas metodologías que son capaces de neutralizar las operaciones las denomina metodologías alfa (a-operatorias), y a aquellas otras que no son capaces de ello por contener finalidad proléptica las llama metodologías beta (ß-operatorias).

Esta distinción entre metodologías alfa (a-operatorias) y metodologías beta (ß-operatorias) no es dicotómica sino funcional y da cuenta de los planos, los estados, las características, las situaciones y las posiciones de las ciencias humanas.

Las ciencias Humanas tienen dos estados límites: aquel en el que la ciencia en cuestión deja de ser humana porque la metodología utilizada está, enteramente, cargada de cientificidad natural, son las metodologías alfa uno (a 1), y aquel otro estado límite en el que la ciencia humana deja de ser ciencia por la condición, enteramente, praxeológica o tecnológica de la metodología empleada, son las metodologías (ß 2).

Estos dos límites encierran una riquísima dinámica de metodologías en equilibrio inestable: son, por un lado, las metodologías en situación genérica: I a-1 (estadística aplicada, funciones aplicadas…) y las metodologías en situación específica II a-2 (estructuralismo aplicado al campo correspondiente…); y por el otro, las metodologías en situación genérica I ß-1 (verum est factum), y las metodologías en situación específica II ß-1 (teoría de juegos).

Dándose entre los dos planos metodológicos y sus cuatro estados a 1, a 2; ß 1 y ß 2 características determinadas por procesos de regressus y progressus.

La teoría del Cierre Categorial del profesor Bueno, supone, a su vez una reconstrucción de la doctrina ontológico-gnoseológica de las categorías. Esta reconstrucción lleva incorporado un «ajuste de cuentas» tanto a la alternativa realista de Aristóteles, para quien las categorías son figuras o esquemas de la predicación, cuyos resultados nos conducen a una concepción sustancialista del mundo por circunscribirse a los predicados uniádicos y generar clases uniádicas distributivas; como a la alternativa idealista de Kant, para quien las categorías se derivan de las operaciones subjetivas o mentales, aunque el sujeto de ellas se postule como «Sujeto Trascendental», por la sencilla razón de que para la teoría del Cierre Categorial cada ciencia se corresponde con una categoría, y porque el constructivismo científico del Materialismo Filosófico da el paso hacia la incorporación de los propios «objetos reales» en el cuerpo de la ciencia.

En dos palabras: Ni las categorías aristotélicas, como esquemas de predicación sustancialista, ni las categorías kantianas, como operaciones del Sujeto Trascendental, pueden insertarse en la doctrina ontológico-gnoseológica del «cierre categorial».

O sea: Una ciencia una categoría, y no al revés, diez categorías aristotélicas diez ciencias; y constructivismo manual versus constructivismo mental kantiano.

Tuvo la gentileza, además, el profesor Bueno, de ofrecer un extracto de esta potente teoría del Cierre Categorial en su opúsculo «¿Qué es la ciencia? La respuesta de la teoría del cierre categorial, Ciencia y Filosofía», (Pentalfa, 1995), destinado a estudiantes de Bachillerato.

Doy fe de la eficacia de tan encomiable trabajo, que nos permitió a aquellos profesores de Enseñanza Secundaría, que lo impusimos como libro de obligada lectura, llevar a nuestros alumnos, con los debidos apoyos mayéuticos, a las verdades filosóficas sobre las ciencias, contenidas en él.

Ese mismo año apareció, también, el opúsculo «¿Qué es la filosofía? El lugar de la filosofía en la educación. El papel de la filosofía en el conjunto del saber constituido por el saber político, el saber científico y el saber religioso de nuestra época» (Pentalfa, 1995), con el mismo destino pedagógico, y en el que el profesor Bueno efectúa un «ajuste personal de cuentas», como él mismo nos dice en el apéndice del breve tratado, con la situación actual, por un lado, y con su publicación de 1970 El papel de la filosofía en el conjunto del saber.

De la publicación de estos dos opúsculos, destinados a estudiantes de Enseñanza Media, verdadero fractal de la Sociedad Política española, se desprende que el filósofo Gustavo Bueno, no olvida su primera dedicación profesional como profesor de filosofía en el Instituto Lucia Medrano de Salamanca.

Todavía tuvo arrestos, en esta década, para gestar y concebir dos obras cruciales: El mito de la Cultura (Editorial Prensa Ibérica, 1996), y España frente a Europa (Alba Editorial, 1999), y seis lecturas de Filosofía Moral (Pentalfa, 1996), reunidas bajo el título El sentido de la vida.

En el primero de estos escritos da cuerpo a varias de las tesis defendidas en su libro Etnología y utopía, al ofrecernos un modelo lógico material de la dinámica cultural que permite entender el proceso morfodinámico del tránsito del «estado inicial» de la cultura a su «estado final», a través de una ley del «desarrollo inverso de las de las esferas y las categorías culturales», en virtud de la cual el aislamiento propio de las culturas primitivas (salvajes, bárbaras, arcaicas), circunscritas a sus respectivos rasgos o «señas de identidad», irían abriéndose, inexorablemente, con el avance de los cierres de las categorías culturales, como rasgos atributivos de las sociedades «civilizadas», eminentemente industrializadas, desbordando el estado inicial distributivo.

Ni que decir tiene, que esta concepción materialista de la cultura objetiva levantó ampollas en la «España de las autonomías», aturdida por las ideas fuerza de «identidad cultural» o «señas de identidad»; y narcotizada por la cultura circunscrita de los sublimes «santuarios culturales».

Tal vez por esa razón, la tendencia general de las «fuerzas de la cultura» españolas fue la de silenciar la existencia del libro, que producía urticaria en las «mentes enfermas» de tanto autonomista, aprendiz de brujo secesionista.

Pero ello no impidió que muchos de nosotros enarboláramos las corrosivas doctrinas de El mito de la cultura del filósofo Gustavo Bueno contra las imposturas de tanto ministro de cultura y, por extensión, de tanto consejero de cultura, tanto concejal de cultura o tanto animador cultural.

La otra gran obra de aquel fin de década es «España frente a Europa». En ella el profesor Bueno analiza el proceso constitutivo de España como nación política a partir de un núcleo inicial, consistente en la transformación, a lo largo del siglo VIII, de la Jefatura proto-estatal de Covadonga en el proto-estado de Cangas de Onís; este núcleo iría tomando cuerpo, un siglo después, a través de la refundación de Oviedo como la «ciudad imperial» de Alfonso II, hasta alcanzar la plenitud de su ortograma imperial, de naturaleza generadora, tras la toma de Granada y la conquista y evangelización de Hispanoamérica en 1492, bajo los reinados de los Reyes Católicos, Carlos I de España (y V de Alemania) y Felipe II; un ortograma imperialista que desbordo los límites peninsulares con el fin de envolver al Islam. Y como ocurre con todo proceso imperial, a imagen y semejanza del Imperio Romano, el Imperio Español tuvo su inexorable decadencia a partir de la segunda mitad del siglo XVII, con ocasión de la Guerra de los Treinta años, hasta la consumación de las separaciones de Cuba, Filipinas y Puerto Rico en 1898, que produjeron las primeras líneas serias de fractura de la unidad de España.

Naturalmente, en este monumental trabajo de Filosofía de la Historia Universal, Gustavo Bueno aplicó las doctrinas filosóficas de su Primer ensayo de las categorías de las «Ciencias Políticas», redefiniendo ideas gnoseológicas y ontológicas tales como las de: Estado, Imperio, Nación, de índole netamente política, y otras más lisológicas como: Todo y Partes, Identidad…, para dar cuenta de la esencia y la existencia de España en una potente reconstrucción de los «materiales empíricos», suministrados por «reliquias y relatos» involucrados en la idea de España.

Pero hay algo más en esta obra de Filosofía de la Historia.

En efecto, mostrando un alarde de maestría filosófica, salió al paso de otra idea fuerza confusa, que reina en la España de las autonomías, a saber la «Europa sublime». Y en este empeño, no dudó en arremeter contra el «europeísmo sublime» de Ortega y Gasset, para quien: si España es el problema, Europa es la solución.

La crítica del filósofo Gustavo Bueno a esta ideología sublime se desprende de su doctrina de la sístasis o constitutio (formación, constitución) de las Sociedades Políticas, que le permite afirmar que Europa no es una constitución política efectiva, ni una entidad susceptible de ser, automáticamente, organizada políticamente en la forma de un Estado federal; es, a lo sumo, una Unión Económica (UE), un «espacio antropológico para mercaderes», una «biocenosis económica», en la que las Sociedades Políticas integrantes mostrarán, permanentemente, sus «garras y colmillos» en defensa de «su vida nacional»; y llegado el caso romperán el contrato que las une; mientras que los demás componentes culturales o políticos, vinculados a la «democracia de mercado» (superestructuras en términos marxistas) no le otorgan a esta unión económica patente de Sociedad Política.

Con independencia de sus múltiples valores histórico-filosóficos, la «España frente a Europa» del profesor Bueno nos sirvió a muchos de sus alumnos para entrar en combate dialéctico contra la numerosa legión de «europeístas sublimes», procedentes del campo de la política, el derecho, la enseñanza, el periodismo… en fin contra las «fuerzas de la cultura», que se consideran «salvadas de su pasado franquista» acogiéndose a tal ideología soteriológica; y en esta batalla, amigo Sancho, con Ortega y Gasset nos hemos topado.

En cuanto a las seis lecturas de Filosofía Moral, contenidas en su libro «El sentido de la vida» (Pentalfa, 1996)es, a mi juicio, un compendio de cuestiones cuodlibetales sobre Ética, Moral y Derecho, género ya ensayado en la década anterior, en torno a cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión.

Las lecturas en cuestión lo fueron sobre Ética, Moral y Derecho, sobre Individuo y Persona, sobre la Libertad, sobre los Derechos Humanos, sobre el sentido de la vida, envueltas todas ellas en el marco conceptual del «Espacio Antropológico».

Existían ya núcleos de estas lecturas en publicaciones anteriores tales como: «Sobre el concepto de Espacio Antropológico» (El Basilisco Nº 5, 1ª época, 1978); o «Reflexiones sobre la función de la Filosofía Moral en el Bachillerato» (Revista de Bachillerato Nº 12 de 1979, editada por la Dirección General de Enseñanzas Medias de aquella época); o «La dimensión socio-estatal del hombre» y «La dimensión trascendental del hombre» (Manual Symploké para 3º del Bachillerato Unificado y Polivalente (BUP) de 1987); si bien es obligado añadir que algunos de estos núcleos sufrieron la modificación de una re-exposición adecuada, y que la mayoría de esos núcleos fueron «bombardeados sin piedad» por el curso de su filosofía, hasta el punto de quedar de ellos tan solo la «fachada», y, posteriormente, reconstruidos con las novedades de su sistema de pensamiento.

Tras el sucinto recorrido por las obras del filósofo riojano escritas en esta década, se puede acreditar el doble plano en que siempre opera Gustavo Bueno, el plano del ejercicio y el plano de la representación, que trasciende su inicial proyecto profesional, consistente en colmar de productos filosóficos de alta calidad a su cátedra para ser distribuidos o administrados entre sus alumnos. Este proceso desembocó en lo que para él es la función primordial de la Filosofía, que no es otra que el ejercicio crítico del presente en marcha.

En efecto, si tomamos su Filosofía de la Ciencia como «vara de medir» podemos corroborar que representó magistralmente su Teoría del Cierre Categorial en los cinco tomos publicados durante los años 1992-1993; y, al mismo tiempo la ejercita, críticamente, y aplica tanto en sentido recto como «ab oblicuo», antes y después de esas fechas, bien en escritos breves como «in extenso».

Es el caso de su conferencia: «El Cierre Categorial aplicado a las Ciencias Físico-Químicas», pronunciada en 1982 dentro del Primer Congreso de Teoría y Metodología de las Ciencias (Actas publicadas por Pentalfa Ediciones, Biblioteca Asturiana de Filosofía, Oviedo 1982, páginas 101-175), en el marco incomparable del Hotel Reconquista de Oviedo, por el lado recto y extenso del ejercicio; y su análisis del discurso «El álgebra del lenguaje», con el que el matemático riojano Rey Pastor ingresó en la Real Academia Española de la Lengua en abril de 1954; análisis que el profesor Bueno presentó en el III Simposio Julio Rey Pastor, celebrado en Logroño en el mes de noviembre del año 1996, y que el Instituto de Estudios Riojanos tuvo el acierto de publicar en 1998; o su análisis de la distinción entre Medicina y Biología, escrito con el que se presentaron los Textos sobre Cuestiones Médicas del padre Feijoo en 1999, con ocasión del IV Congreso Nacional de Psiquiatría celebrado en el Principado de Asturias; escritos ambos, estos dos últimos, en sentido breve y oblicuo de la aplicación de su Filosofía de la Ciencia.

Esto por lo que concierne a las Ciencias alfa-operatorias (a-operatorias) como la Física, las Matemáticas y la Biología, frente a las Ciencias beta-operatorias (ß-operatorias) como la Lingüística o la Medicina, en los casos del discurso del matemático Rey Pastor o en la presentación de los textos de Feijoo sobre Medicina.

Y otro tanto podemos decir respecto a las Ciencias Humanas, cuyas metodologías están representadas en el capítulo IV del tomo 1º de su Teoría del Cierre Categorial, publicado en el año 1992.

En efecto, al Primer Congreso de Teoría y Metodología de las ciencias del año 1982, antes reseñado, se remonta también su conferencia «Gnoseología de las Ciencias Humanas» (Actas del Congreso, páginas 315-347), en la que corrobora y completa lo ya defendido por él, cuatro años antes, en su artículo «En torno al concepto de Ciencias Humanas: La distinción entre metodologías a-operatorias y ß-operatorias», El Basilisco Nº 2, 1ª época, Mayo-Junio 1978), verdadero núcleo filosófico de la cuestión, poniendo «broche de oro problemático» a su alocución con las preguntas: ¿En qué condiciones la neutralización –a equivale a la eliminación de la causalidad proléptica?... ¿Caben contextos determinantes de índole proléptica, ß-operatoria?. Así como las ciencias físicas utilizan contextos matemáticos ¿no cabe hablar de contextos mitemáticos para las ciencias conductuales? (Actas del Congreso, página 337).

Sobra abundar en el hecho de que en todos estos ejercicios o aplicaciones gnoseológicas está incorporado el componente crítico, dirigido a científicos, políticos… e instituciones del presente.

Cerramos este apartado, dedicado a las obras del filósofo Gustavo Bueno escritas en la década de los noventa, considerando, desde la «vara de medir» de su Filosofía de la Ciencia, que: su Primer ensayo sobre la Categorías de las Ciencias Políticas (1991), anterior, por tanto, a la publicación de su Teoría del Cierre Categorial (1992-93), El mito de la cultura (1996), El sentido de la vida (1996) y España frente a Europa (1999), escritos posteriormente a la publicación de la Teoría del Cierre Categorial, pueden ser vistas las cuatro, con independencia de sus valores filosófico-críticos específicos, como otras tantas aplicaciones de su Gnoseología de las Ciencias, siendo, en este caso, la Política, la Etnología, el Derecho y la Historia, respectivamente, las Ciencias Humanas «en liza».

Una vez cerrada esta década, abrimos las puertas al siglo XXI para colocar en la década y lustro que llevamos de él otro conjunto de obras del filósofo riojano, que a buen seguro han provocado un enorme «escozor», mayor incluso que el provocado por El mito de la cultura o España frete a Europa, entre las «mentes dormitantes» y narcotizadas por las ideologías fundamentalistas de índole científica, tecnológica, política, psicológica, religiosa o deportiva.

Me refiero a los libros de Gustavo Bueno: El mito de la Izquierda, las izquierdas y la derecha (Ediciones B, 2003), La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización (Ediciones B, 2004), Panfleto contra la Democracia realmente existente (La esfera de los libros, 2004), libro en el que, entre otras muchas cosas, completa su doctrina sobre las capas y las ramas del poder del Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, añadiendo en el apartado «Modelo canónico genérico de sociedad política» del capítulo III, «Las democracias empíricas (o positivas)» otras nueve ramas del poder más, que tienen naturaleza política ascendente, y que se oponen, biunívocamente, a las otras nueve ramas descendentes del poder, reseñadas anteriormente, ¡dieciocho, y no tres, resultan ser los poderes de una Sociedad Política!; España no es un mito, claves para una defensa razonada (temas´ de hoy. 2005), El mito de la felicidad. Autoayuda para desengaño de quienes buscan ser felices (Ediciones B, 2005), Zapatero y el pensamiento Alicia, un presidente en el país de las maravillas (temas´ de hoy. 2006), La fe del ateo, las verdaderas razones del enfrentamiento de la Iglesia con el Gobierno socialista (temas´ de hoy. 2007), El mito de la derecha. ¿Qué significa ser de derechas en la España actual? (temas´ de hoy. 2008), y El Fundamentalismo democrático, la democracia española a examen (temas´ de hoy. 2010); obras todas ellas con las que «bajó al fondo de la caverna» con el propósito de evidenciar a sus moradores su condición de encadenados a los mitos oscuros del presente sobre la izquierda y la derecha política, la guerra y la paz perpetua, la democracia y el panfilismo político, el nacionalismo étnico, la felicidad vulgar, el ateísmo vulgar, el anticlericalismo… y contribuir con sus agudos análisis a que pudieran iniciar la «escarpada subida» al reino de las verdades filosóficas, rompiendo, con ese arduo ascenso, sus ataduras a las apariencias falaces proyectadas sobre el fondo de la caverna.

No podemos, dada la pretensión de este discurso y la premura de tiempo, entrar en la particularidad y la singularidad de cada uno de esos libros, ni apuntar algo sobre sus núcleos originarios, o cuáles de ellos toman cuerpo tras los cursos filosóficos correspondientes; baste decir que son claros ejemplos de análisis, clasificación y enjuiciamiento de los principales problemas del presente en marcha, y que además, vistos, en nuestro caso, desde la «vara de medir» de su Filosofía de la Ciencia, muestran la preocupación permanente de don Gustavo por el análisis de saberes como la Religión, la Política o la Ciencia, sin los cuales no es posible el trabajo con ideas filosóficas.

Aprovecho la ocasión, al mismo tiempo, para salir al paso de aquellas voces impertinentes que demandan al profesor Bueno los temas de la Teoría del Cierre Categorial que aún no han visto la luz, sin reparar en que las temáticas de estos libros de la década y el lustro del 2000 son otros tantos ensayos sobre una parte de su Teoría del Cierre Categorial en tanto en cuanto ejercita y enjuicia numerosas metodologías ß-operatorias de las Ciencias Humanas implicadas en ellos, tales como la Política, la Historia, el Derecho, la Sociología, las ciencias de la Religión. ¿O es que no se han apercibido, esos «impacientes lectores» que esas disciplinas de fondo son Ciencias Humanas, y que en los tomos, ya publicados, de la Teoría del Cierre Categorial la distinción entre metodologías a-operatorias y ß-operatorias es un asunto crucial para la clasificación de las ciencias?

Impacientes, en el mejor de los casos; otros, sin embargo le exigen volver a lo que ellos llaman su «pasado académico», porque todas estas obras del siglo XXI son, para ellos, una «vergonzosa concesión» y «una deriva» a la filosofía mundana, confundiendo lo académico con lo universitario, y lo mundano con lo trivial.

Pero, ¡señores!, si todas las obras del filósofo Gustavo Bueno están escritas desde el mismo sistema, con el mismo rigor, y desde el mismo «academicismo platónico», ¡las de los años setenta, las de los ochenta, las de los noventa y, en fin las del dos mil, todas!, ¡ya hay que tener mala fe!

Al proceder así, este segundo grupo de impacientes incurren en una «conjetura miserable», siendo su miseria de naturaleza terciogenérica, como he defendido en otro escrito (Tomás García López, «Futuro y porvenir de la Filosofía crítica española», El Catoblepas Nº 89, junio 2009).

No quisiera terminar este recorrido por su obra escrita en libros sin referirme a lo que otro grupo de filósofos, en este caso «filósofos miopes», ejerciendo de nuevos eléatas, llaman «temas menores» por considerarlos mundanos en grado sumo tales como la televisión o el futbol. Estos «eléatas menores» parten de aprioris absurdos y elitistas como el de atribuir a la televisión el calificativo de «caja tonta» o calificar de «alienación» el hablar de futbol.

Pero el filósofo Gustavo Bueno, gran lector de Platón, como aprendió muy bien la lección que Parménides le dio al joven Sócrates, cargado de prejuicios, lección consistente en la enumeración de una lista de «temas menores e incluso despreciables» de los que también tienen que ocuparse los filósofos:

«Y en lo que concierne a estas cosas que podrían parecer ridículas, tales como pelo, barro y basura y cualquier otra de lo más despreciable y sin ninguna importancia...». (Platón, Parménides, 130 d, traducción de María Isabel Santa Cruz para la editorial Gredos);

Pues no tiene inconveniente alguno en escribir sobre la televisión y el futbol con la misma filosofía con la que abordó los «temas mayores», al estar «curado de espanto» y haber despejado los escrúpulos propios de «iniciados».

Empecemos por indicar que Gustavo Bueno es autor del libro Telebasura y democracia. «Cada pueblo tiene la televisión que se merece» (Ediciones B, 2002), siguiendo el dictamen socrático, pero indiquemos también, al mismo tiempo, que dicha obra, cuyo título contiene el término basura, y en cuyo interior analiza los diferentes tipos de basura, se sustenta en un profundo estudio sobre la televisión: Televisión, Apariencia y Verdad (Gedisa editorial, 2000), en el que ,además de mostrarnos los entresijos tecnológicos de la clarividencia televisiva, nos lleva a la ontología platónica del «mito de la caverna», tras ascender por la escarpada subida de las teorías gnoseológicas sobre la naturaleza de la televisión, para cuya empresa recurre a su doctrina de las cuatro familias gnoseológicas (descripcionismo, teoreticismo, adecuacionismo y circularismo), ejercitando y aplicando, una vez más, dicho sea de paso, doctrinas centrales de su Teoría del Cierre Categorial, con el propósito final de conducirnos a las verdades y a las apariencias que la televisión puede generar.

En cuanto al fútbol, no sólo se avino a discutir de ello con el mismísimo Valdano, famosísimo jugador de futbol del Real Madrid y de la Selección nacional de Argentina, y posteriormente entrenador del Real Madrid, sino que nos propuso dedicar el Curso de Verano de Santo Domingo de la Calzada del presente año 2014 a la filosofía del Deporte.

Fruto de las lecturas y los estudios para ese Curso de Verano del 2014 es su Ensayo de una definición filosófica de la idea de deporte (Pentalfa Ediciones, 2014), libro escrito ya dentro del lustro 2010-2015, y coincidente, precisamente, con su noventa cumpleaños, motivo por el cual daremos al comentario de esta obra algo más de holgura.

De nuevo, doctrinas gnoseológicas suyas, relativas en este caso a los modos gnoseológicos(la definición la clasificación); y a dos de las tres figuras del eje pragmático del Espacio Gnoseológico (los autologismos y los dialogismos), le sirven de sustento para ofrecernos él una definición filosófica, alternativa a otras muchas definiciones no filosóficas de índole positiva y/o pseudocientífica, tales como las naturalistas, las «circunscritas», las humanistas y las positivistas, sean estas últimas de naturaleza energetista, paleo-genética o neurológica; o a otras definiciones pseudofilosóficas como las de José María Cagigal o José Ortega y Gasset, por sustantivar alguna de las morfologías implicadas en el proceso evolutivo del Homo sapiens, incurriendo por ello en metafísica; y en meta-filosofía por utilizar ideas lisológicas de amplitud generalísima que desbordan los límites del Mundus ad spectabilis y toda morfología dada en él, llevándonos más acá o más allá del Universo. Definiciones rigurosamente clasificadas por él.

El filósofo Gustavo Bueno aprovecha el recorrido crítico por estas definiciones pseudofilosóficas para desenmascarar, en el primero de los casos, el eclecticismo, practicado a base de «retazos» olímpicos y papales por el jesuita Cagigal, con el fin de cubrir una idea fijista de hombre procedente de la escolástica tomista-suarista que profesaba; con independencia de que el padre Cagigal fuera un eficiente organizador del Deporte y la Educación en la España del nacional-catolicismo, siendo Director de la Delegación de Deportes José Antonio Elola-Olaso, y ocupando después varios cargos de relevancia político-deportiva en la década de los sesenta.

Y en el segundo de los casos, desvelando las imposturas del «filósofo del Escorial» a propósito de su ensayo El origen deportivo del estado (1930); imposturas derivadas de su «marcha atlética» con el «paso cambiado» en este campo y muchos otros, respecto de corrientes determinantes y deterministas de aquellos tiempos en los que escribió su ensayo sobre «El origen deportivo del estado tales como el marxismo o el neodarwinismo, debido, precisamente, a su concepción indeterminista, aleatoria, azarosa y lúdica tanto de la Biología como de la Historia.

Ortega cometió, a su juicio, los pecados metafísicos y meta-filosóficos antes reseñados, ya que, por un lado, sustantivó tanto a las especies vivientes como a las tribus exógamas, y, por el otro, introdujo componentes lisológicos azarosos de amplitud generalísima que extendió a todas las morfologías del universo (como por ejemplo su famosa doctrina de la «técnica del azar», me tomo la licencia de añadir).

Pues bien, una vez despejadas las apariencias falaces pseudocientíficas y pseudofilosóficas sobre el deporte, como «buen maestro» que es, nos conduce por la «áspera y escarpada subida de la caverna deportiva» a una verdadera definición filosófica de la idea de deporte en el marco de una definición esencial de naturaleza evolucionista.

Es curioso constatar en este punto, que el propio Gustavo Bueno se refiera, coloquialmente, a esta obra suya como un libro «áspero», acaso sin advertir que hasta ese comentario suyo es profundamente platónico. ¡Sin «aspereza» no podemos salir de la «caverna deportiva»!

Para efectuar esa definición esencial tiene que desechar la ontología porfiriana de naturaleza fijista, que subyace en las definiciones pseudofilosóficas de Cagigal y Ortega, y retomar la ontología plotiniana para regresar a la constitución del Homo sapiens.

Pues bien, siendo el deporte una determinación de la idea etológica de conducta, que se conforma en el proceso de evolución morfológica del animal pre-sapiens, regresa, a su vez, a otras ideas filosóficas tales como: cultura, libertad, educación, derecho, naturaleza…, con el fin de encontrar criterios apropiados que le permitan discriminar lo que pueda ser deportivo y lo que no puede serlo. Y en este ejercicio regresivo, realiza una brillante transformación corpórea de la definición linneana de Homo sapiens como sujeto que se regula por la máxima del Oráculo de Delfos: «Conócete a ti mismo».

En función de esta transformación la «conducta deportiva» tomará valores derivados de los patrones de la musculatura estriada de los hombres pre-sapiens, destinadas a otros menesteres como la lucha cuerpo a cuerpo, el transporte de piedras o de árboles, la fabricación de fortines, aplicándolos «reflexivamente» (autológicamente) hacia la misma musculatura estriada.

Pero estos autologismos musculares carecerían, a su juicio, de sentido al margen de los dialogismos musculares, métricamente cuantificados por los árbitros y objetivamente «confirmados» o certificados por el público asistente al espectáculo deportivo.

Sólo cuando los ejercicios físicos de un atleta o de un futbolista son comparados con los de otro atleta a futbolista podemos hablar de autologismos deportivos, referidos no ya a los músculos del propio ejercicio físico, sino a su confrontación con los músculos de los otros.

Con esta concepción materialista del deporte, enfrentada a la perspectiva del idealismo filosófico sobre el deporte, Gustavo Bueno, deja «en fuera de juego» a los defensores de la «sublime» dicotomía deportiva: «deporte praxis/deporte espectáculo».

Hay en el libro, además, otras muchas ideas luminosas sobre las que no nos es dado abundar en estas «pinceladas impresionistas» para su homenaje.

Baste indicar algunos ejemplos a modo de muestra:

A) Su hipótesis esclavista de carácter circular antes que angular de los Juegos antiguos, en virtud de los cuales el Imperio helenístico, primero, y el Imperio romano, después, quisieron hacer visible al mundo dominado por ellos la superioridad, realmente existente, entre los amos y los siervos, entre los hombres libres y los esclavos, entre los hombre civilizados y los bárbaros.

B) Sus apuntes sobre el origen medieval de la idea de deporte asociada al término provenzal de-portare, atribuido al «disfrute» de los marineros una vez arribados al puerto, o al «saboreo» y el «holgar» de los Infantes de Carrión con Doña Elvira y Doña Sol.

C) Su esbozo sobre la analogía de proporcionalidad entre el Deporte y la Religión en función del movimiento soteriológico de salvación del sentido de la vida cotidiana.

Pues bien, la grandeza de este esbozo estriba en el hecho de que, desde esta analogía soteriológica, el filósofo riojano, emprende el sentido contrario al tomado para dar con el descubrimiento, plenamente justificado, de su doctrina (tesis) sobre el «autologismo muscular». O dicho de otro modo, con tal comparación Gustavo Bueno toma el sendero por el que desciende a la «caverna deportiva», progresando sobre el presente deportivo, que está marcado por un fundamentalismo olímpico, constituido en una filosofía de la vida soteriológica, merced a la cual ella se nos presenta como «único camino de salvación que queda a los hombres» (página 19); con el paradójico agravante, argumenta, críticamente, el profesor Bueno, de que este «humanismo deportivo» subvierte el espíritu olímpico de la antigüedad, enteramente polémico, agónico y competitivo, ya que, «lejos de mantener su fidelidad a la amistad con la filosofía dialéctica» (página 17) se aproxima «a una especie de filosofía soteriológica no dialéctica sino armonista, más parecida al budismo que al platonismo» (página 17).

Y esto es así desde que dicha ideología, que él califica de dogmática y pacifista, fuera anunciada por el «profeta» Coubertin en 1894, se implantara, deportivamente, en los Juegos Olímpicos de Atenas del año 1896, como «restauración» de los Juegos Olímpicos antiguos («restauración subvertida» a su juicio), y se instituyera en el Comité Olímpico Internacional (COI) con la impronta de sus «evangelistas» Avery Brundage y José Antonio Samaranch.

Ahora bien, con independencia de que la concepción religiosa de los Juegos antiguos fuera eminentemente mitológica y en ningún caso filosófica, ni existiera doctrina filosófica alguna al respecto, el profesor Bueno muestra en este libro un isomorfismo estructural entre los concursos olímpicos panhelénicos de estructura polémica, agónica y competitiva y la filosofía dialéctica, propia del método socrático.

En efecto, el filósofo riojano mantiene este isomorfismo, aunque los Juegos Olímpicos, Los Juegos Píticos, los Juegos Nemeos y los Juegos Corintios o Ístmicos formaran parte del culto a Zeus (Júpiter en latín), Apolo (Febo para los romanos), Heracles (a quien los latinos llamaban Hércules), el héroe más célebre y popular de toda la mitología clásica porque realizó doce famosos trabajos que tuvieron por objeto «librar al mundo de cierto número de monstruos» (Pierre Grimal, Diccionario de Mitología griega y romana, edición de 1993, página 242), entre los que estaba el león de Nemea, y Corinto, hijo de Zeus y epónimo de la ciudad que lleva ese nombre situada junto a Megara, en el Istmo que une el Ática con el Peloponeso, respectivamente; todos ellos glorificados por los atletas victoriosos, coronados tras sus triunfos con hojas de olivo (Olimpia), laurel (Delfos), apio (Nemea) o pino (Corinto), y aclamados con efusión por el público asistente a los espectáculos atléticos (término derivado de Atlas, el esforzado titán Atlas Farnesio, portador de la bóveda celeste con las constelaciones zodiacales, -ver el artículo «Astrología en Grecia» de Paloma Ortiz García, H. N. G. nº 131-); espectáculos deportivos que a su vez llevaban aparejadas ceremonias sacrificiales, con el jabalí el lobo, la serpiente pitón o el león como víctimas propiciatorias que realzaban la numinosidad de esos dioses o héroes «deportivos»; una de esas ceremonias tenía lugar, precisamente, en la jornada inaugural de los Juegos con ocasión del «juramento olímpico» ante un jabalí descuartizado.

Pues bien, a pesar de todos estos componentes mitológicos, el profesor Bueno ensayó, con fecundo resultado, dicho isomorfismo estructural entre las competiciones atléticas y la filosofía dialéctica de cuño socrático. Lo hizo en el curso 1980 cuando nos introdujo en la lectura del Protágoras de Platón, recurriendo a la metáfora del pugilato, prueba estelar en todos los Juegos, para realizar la partición del texto platónico por sus junturas naturales, con el fin de analizar, polémica y agónicamente el enfrentamiento dialéctico entre el sofista (Protágoras) y el filósofo (Sócrates).

Final

Al considerar yo que don Gustavo pertenece a esa estirpe de filósofos longevos y fecundos como San Raimundo de Peñafort (1175- 1275), profesor de Filosofía y Teología en la Universidad de Barcelona, les emplazo para que dentro de diez años nos veamos todos, de nuevo, en esta sala con el fin de celebrar sus cien años.

Y si el ilustre filósofo riojano Gustavo Bueno se caracteriza por su defensa de España frente a Europa, aquel ilustre filósofo catalán, nacido en el Castillo de Peñafort, y reconocido por el también ilustre «sabio», el rey Alfonso X, que llegó inclusive a visitarlo, como así nos cuenta el reverendo Alban Butler en sus Vidas de los Santos (LIBSA, 1883), se distinguió por su defensa de España frente al Islam, solicitando incluso ayuda al mismísimo Santo Tomás de Aquino, dominico como él, al pedirle que escribiera la Suma contra Gentiles, una obra pensada para bajar a la «caverna de los territorios reconquistados por los cristianos frente a los sarracenos» con el fin de llevar a sus habitantes a las verdades aristotélico-tomistas, a la manera como el filósofo Gustavo Bueno recurre y regresa a las tradiciones filosóficas para enfocar la fe del ateo. ¡Curiosas coincidencias!

Así que ¡hasta el 2024!

Para entonces: don Gustavo cumplirá los cien años; estaremos en la novena «sinfonía filosófica», contando desde la década de 1936-1945; y habremos llegado a la quinta oleada de seguidores del Materialismo Filosófico.

¡Que este ilustre filósofo riojano, al que hemos homenajeado por el cumplimiento de sus noventa años llenos de lucidez y generosidad, así lo vea!

Al término de este discurso, el homenajeado, visiblemente emocionado, me pidió el manuscrito que había servido para esta alocución. Pero le mostré que estaba lleno de tachaduras, notas, subrayados…, en fin, que no estaba presentable. Así que le prometí transcribirlo «como Dios manda» y entregárselo como regalo de cumpleaños. Y eso es lo que he hecho, bien es verdad que con mi habitual «lentitud digital», por lo que pido disculpas.

Tomás García López

Oviedo, 22 de octubre de 2014.

 

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