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El Catoblepas, número 165, noviembre 2015
  El Catoblepasnúmero 165 • noviembre 2015 • página 10
Artículos

Freud y la bella castellana

Jorge Casesmeiro Roger

Acerca de las relaciones de Freud con la lengua española

Sigmund Freud en LIFE

La aparición de una nueva biografía de Freud es un excelente motivo para brindar. El vienés, guste o escueza, sigue siendo un gigante. Por eso las principales cabeceras de la prensa española han saludado de inmediato el Freud de Élisabeth Roudinesco, laureado en Francia el año pasado y editado aquí ahora por Debate. Caliente todavía de la imprenta, más de una docena de reseñas y entrevistas nos convidan a leerlo. ¿Lo haré? De momento, alzo mi copa y brindo, con la venia de Menéndez Pelayo, por lo que nadie ha brindado hasta ahora: por España y su lengua española, la primera en la que apareció el primer texto traducido de Freud y la primera en editarse unas Obras completas del padre del Psicoanálisis. Brindo pues por estas dos primogenituras históricas, que cualquier paisano interesado en la obra de Sigmund Freud (1856-1939) debería conocer y apreciar.

Los robinsones hispanos

Brindo, sí, por el héroe desconocido que en febrero de 1893 tradujo para la Revista de Ciencias Médicas de Barcelona –un mes después de su publicación en Viena– el primer capítulo del primer libro de Freud, escrito en colaboración con Breuer: Estudios sobre la histeria. Dato recogido en la historiografía del gremio de traductores como la primera versión de un texto freudiano en una lengua distinta del alemán.Y primicia que el editor de la Gaceta Médica de Granada tuvo el buen juicio de reproducir al mes siguiente (Martín Arias y Gallego Borghini, 2011).

Pero brindo también, con mayor agrado, por el trío que puso en España el mojón de adelantarse al mismo alemán en arrancar la publicación de unas obras completas de Freud. Y es que si consideramos que la primera compilación del corpus freudianoen su lengua original son las Gesammelte Schriften (1924-1934), y que la primera versión de la canónica inglesa es la Standard Edition (1953–1974), la aparición en Madrid de las Obras completas (1922-1934) se erige como uno de los momentos estelares de nuestro histórico cultural. Brindo pues por esta esforzada aventura que, per aspera ad astra, protagonizaron Ortega y Gasset como impulsor y prologuista, el director de Biblioteca Nueva José Ruiz-Castillo, y un jovencísimo Luis López-Ballesteros (1896-1938) en calidad detraductor. ¡Bravo! ¡Viva! ¡Olé!

¿Sorprendidos? Es normal. Como cuenta Ruiz-Castillo en sus memorias, el primer desconcertado fue el propio autor:

«Freud, modestamente, significó su extrañeza por el hecho de que un pequeño editor madrileño fuera el primero en el mundo que se propusiera dar a las prensas todos sus trabajos ya publicados en Viena o en Berlín y los que se pudieran producir en el futuro. Tampoco comprendía Freud que en un país de escasa población como España, y de bajo nivel cultural, un editor afrontara la incierta aventura económica de traducir al castellano sus Obras completas» (Ruiz-Castillo, 1972).

Extrañeza que, como veremos, mudó en alegría cuando comprobó Freud lo que una humilde casa editorial de la rezagada España era capaz de hacer con sus escritos.

Los vítores, primero siempre, por Ortega, que fue quien animó del proyecto a Ruiz-Castillo:

«Gracias a la extraordinaria liberalidad de Ortega y Gasset para con sus amigos, también en el año 1917 pudo Biblioteca Nueva iniciar las gestiones para publicar la versión castellana de las Obras completas del profesor Freud. El consejo vino pues de Ortega, tal vez entonces el único lector de Freud en España, y suficientemente capaz de formular un juicio informativo y definidor sobre las aportaciones científicas del gran psiquiatra vienés» (Ruiz-Castillo, ibídem, p. 108).

Yerra aquí en lo primero Ruiz-Castillo; hubo lectores de Freud antes de Ortega. Pero que acierta en lo segundo lo demostró nuestro filósofo en su adelantado opúsculo «Psicoanálisis, ciencia problemática» (Ortega, La Lectura, Argentina 1911). Sea como fuere, vaya un sonado aplauso a Ruiz-Castillo por su arrojo empresarial, y sobre todo por el tino de confiar tamaña iniciativa al prometedor López-Ballesteros. De él salió, pionera y para siempre, la más bella traducción del pensamiento freudiano vertida en lengua española. Otras surgirían después en Argentina: la de Ludovico Rosenthal para las editoriales Americana (1943) y Santiago Rueda (1952), y la de Etcheverry publicada por Amorrortu (1974-1975). La de Santiago Rueda incorporó, a los diecisiete volúmenes del fallecido López Ballesteros, la parte del opus freudiano que él no pudo acometer, unificando definitivamente el legado de Freud en castellano; y de nuevo antes de que saliese de imprenta la segunda hornada de las G.S. alemanas (1940-1968). La de Amorrortu, que se tradujo siguiendo el aparato crítico de la edición inglesa, dicen que es por su parte de bisturí más preciso; a la versión de Ballesteros, pensaba José Luis Etcheverry, le sobra gracia pero le falta rigor.

Brindemos también, entonces, por la anexión entre el rigor y la gracia. Pero sin olvidar la agradecida carta que el bueno de Segismundo le escribió a Ballesteros desde Viena, el siete de mayo de 1923, tras revisar sus primeras traducciones:

«Sr. Luis López-Ballesteros y de Torres: Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal Don Quijote en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora –ya en edad avanzada– comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura» (Freud, 1923).

Al sur de los Pirineos

¡Qué gozada! ¡Qué bonito! Aunque la epístola, todo sea dicho, fue corregida en su día. Pues en la original escribió Freud, entre otras faltas, que su deseo de leer el Quijote le llevó: «A aprender, sin maestros, la bella castellana» (Gedo y Wolf, 1976), y no la bella lengua castellana; desliz gramatical –ya que hablamos de psicoanálisis– que tiene toda la pinta de un acto fallido. Brindo, sea como fuere, por tan delicado hallazgo poético; Freud escribía bien hasta sin darse cuenta.

Aunque dudo que la señora Roudinesco quiera unirse a esta fiesta por mucho que la invitemos. Porque para la nueva biógrafa de Freud, todo esto no deben ser más que menudencias. Así se colige de su tratamiento dado a nuestro país en el Diccionario de Psicoanálisis (1997) del que fue coautora. Cuyo contenido protestó ya Bermejo Frígola como sigue:

«En este texto se descalifica o desvaloriza, al no explicarlo con suficiente amplitud, que la primera traducción española de la Obra Completa de Freud (...) es la primera en el mundo y es previa a la edición de la obra completa de Freud en alemán. Despachar este simple hecho tan ligeramente es un buen indicio de falta de rigor en el examen de los acontecimientos, entre otros errores. El diccionario en cuestión está, curiosamente, redactado por autores franceses [Roudinesco y Plon] que parecen ignorar que en Francia la edición completa de la obra de Freud ha tenido lugar muchas décadas después de la primogenitura intelectual que este acontecimiento otorga a España: es decir, las comparaciones se efectúan con cierto absolutismo y sin discriminar la relatividad de cada ámbito y contexto histórico; lo bueno y valioso parece suceder en su propio ámbito, y ese es el modelo que sirve para juzgar otros desarrollos históricos que en el supuesto de que no admiren o emulen al modelo elegido acaban siendo menospreciados» (Bermejo Frígola, 2000).

Pero es más, continuaba indignado Bermejo en su exhaustivo artículo:

«Los autores, no satisfechos con la tramitación anterior del tema en su diccionario, rematan la faena de la entrada dedicada a España así: Del lado literario, Ortega y Gasset no dejó ninguna herencia. Cuando volvió a España después de haber emigrado ya no le interesaba el psicoanálisis. Y a continuación citan: No se puede citar a ningún novelista español del segundo medio siglo -escribe Christian Delacampagne-, para el que el psicoanálisis haya constituido una fuente de inspiración o creación. Es decir, que estos autores ignoran la obra de Pedro Laín Entralgo, la de Juan Rof Carballo (...) o la novela de Luis Martín Santos Tiempo de silencio, por poner algunos ejemplos. Ante tanta desfachatez, lo mejor que se puede decir aquí es que la ignorancia es muy atrevida».(Bermejo Frígola, ibídem).

Por no empezar a contar desde los tempranos años 20. Que fue entonces cuando Lorca, Buñuel y Dalí leyeron a Freud en la Residencia de Estudiantes gracias a las traducciones de López-Ballesteros; lecturas que Ortega, asiduo visitante de la Residencia, seguro les ayudó a aprovechar. También pasó entonces por la Residencia el bilbaíno Ángel Garma (1904-1993), miembro de la Asociación Psicoanalítica de Berlín desde 1931, y cofundador en 1942 de la Asociación Psicoanalítica Argentina: «Precisamente Argentina es, junto a Francia, el país en el que más ha calado el psicoanálisis, en su teoría y en su práctica, debido entre otros factores a la labor formativa de los psicoanalistas españoles que se exiliaron a Argentina durante la Guerra Civil y después de ella» (Martín Arias y Gallego Borghini, ibídem, p. 311).Y eso tras las disertaciones de Rodríguez Lafora en la Universidad de Buenos Aires (1923), o del mentado artículo de Ortega que acogió la revista argentina La Lectura en 1911.

Es evidente que la recepción española de Freud se vio trastocada durante la Guerra Civil, pero no menos que su difusión europea durante ambas guerras mundiales. Si España no fue ajena a la barbarie y el cainismo de la época, quizá es porque ya entonces éramos tan europeos como algunos de nuestros más exquisitos vecinos. Cabe recordar, que mientras en 1917 franceses y alemanes se mataban en las trincheras, los representantes en Viena del gobierno español pusieron su valija diplomática al servicio de Freud para que este pudiera enviara Madrid sus originales (Ruiz-Castillo, ibídem, p. 108-9).

Y si luego la dictadura franquista procuró embridar el Psicoanálisis, era porque no podía desconocerlo ni silenciarlo. Como documenta Bermejo: «Después de la Guerra Civil, en la España de los años cuarenta, el psicoanálisis y la obra de Freud mantienen un impacto considerable entre los profesionales e investigadores de la psicología y la psiquiatría, tal como nos lo muestran la revistas Psicotecnia, y más manifiestamente la Revista de Psicología General y Aplicada» (Bermejo Frígola, 1992). Por su parte, en la prestigiosa Archivos de Neurobiología (1919/36-1954/99) que fundaron Ortega, Sacristán y Rodríguez Lafora, siempre hubo debate:

«En sus páginas era habitual encontrar trabajos de inspiración psicoanalítica, aunque también se publicaban otros de corte claramente contrario, cuando no hostil» (Martín Arias y Gallego Borghini, ibídem, p.311).

E interesante también, por lo que aquí toca, resulta el testimonio que ofrece Gustavo Bueno sobre aquella época:

«En el año 41, Freud y Darwin no se podían estudiar en la facultad de letras, porque ahí estaba el clérigo (...) Pero como entonces no había división entre letras y ciencias, nos íbamos a la facultad de Medicina y allí nos los explicaban» (Bueno, 2015).

En resumen, que parafraseando a Bermejo las opiniones de Roudinesco no sirven más que para resucitar el pensamiento zombi de que África empieza en los Pirineos. Y que frente a visión tan limitante, grimosa y cicatera, conviene valorar los muchos trabajos de historia que vienen reivindicando todo lo contrario; véase Joseph Pérez, Juan Pablo Fusi, Jordi Palafox, Raymond Carr...(Bermejo Frígola, 2000, p. 637). Y en el ámbito que nos ocupa, la Historia de la Psicología en España de Helio Carpintero.

Cuando Sigmund conoció a Cervantes

Pero tienen razón. No es justo. Esto era un brindis y yo les hablo de cosas feas y tristes. De manera que dejemos que los muertos entierren a los muertos y volvamos a Cervantes, o más concretamente a lo que de Cervantes le escribió Freud a su novia el 22 de agosto de 1883:

«Mi amada Marty (...) Me siento últimamente demasiado contento, dejándome arrastrar por una especie de buen humor inmaduro y juvenil, insólito en mí (...) Esta misma racha de alegría me lleva a hacer mal uso de mi tiempo: leo mucho y pierdo gran parte del día. Por ejemplo, tengo actualmente un Don Quijote con grandes ilustraciones realizadas por Doré, y me concentro más en este libro que en la anatomía del cerebro (...) Hoy, hojeando las páginas centrales del libro, casi me parto de risa. Hacía mucho tiempo que no me reía tanto, y no cabe duda de que está maravillosamente escrito» (Freud, 1883).

Y al día siguiente, vuelve a contarle:

«Perdóname, amor mío, si a menudo no te escribo en el tono y con las palabras que te mereces (...) Por otra parte, me parece una especie de hipocresía el no escribirte acerca de aquello que representa lo más importante de cuanto en mi mente existe. Acabo de pasar dos horas leyendo Don Quijote, que me ha hecho gozar muy de veras. El relato de la sórdida curiosidad de Cardenio y Dorotea (...) está escrito con una gran delicadeza, colorido e inteligencia (...) Además, encuentro tan atrayente todo el grupo del mesón, que no recuerdo haber leído jamás nada tan bueno que al mismo tiempo evite caer en la exageración desmesurada (...) Nada de esto es muy profundo, pero está imbuido del encanto más sereno que sea dado hallar. Aquí se arroja la luz más adecuada sobre Don Quijote, pues se prescinde para ridiculizarlo de medios tan crudos como las palizas y los malos tratos físicos, acudiendo meramente a la superioridad de las personas situadas en el panorama de la existencia real» (Freud, ibídem, pp. 19-20).

No dirán que no merece un brindis. El que pide celebrar la huella que dejó en Freud la lectura de Cervantes en lengua española. Es decir, que el gran Freud, en cuyo pensamiento influyó tanto la tragedia griega y que tanto jugo sacó al renacimiento florentino, también bebió de los pechos de nuestro Siglo de Oro. ¿Les parece anecdótico, puramente adventicio? Sigamos entonces su epistolario amoroso hasta el 7 de febrero de 1884:

«Mi dulce niña (...) Por fin tendré tiempo para mis pacientes y también para leer algo (...) Silberstein estuvo aquí de nuevo hoy, tan simpático y buena persona como siempre. Nos hicimos amigos en la época en que la amistad no es ni un deporte ni una conveniencia, obedeciendo más bien a la necesidad de tener a alguien con quien compartir las cosas. Acostumbrábamos a estar juntos, literalmente, todas las horas del día que no pasábamos en el aula. Aprendimos español juntos y poseíamos una mitología que nos era peculiar, así como ciertos nombres secretos que habíamos extraído de los diálogos del gran Cervantes. Cuando estábamos comenzando a estudiar el idioma, encontramos en nuestro libro una conversación humorístico filosófica entre dos perros que están echados pacíficamente en la puerta de un hospital, y nos adueñamos de sus nombres. Tanto al escribirnos como en la conversación yo le llamaba Berganza, y él a mí Cipión. ¡Cuántas veces he escrito: querido Berganza, y he terminado la carta: Tu fiel Cipión, pero ¡en el hospital de Sevilla! Juntos fundamos una extraña sociedad escolástica: la Academia Castellana (A.C.), compilamos una gran masa de obras humorísticas que aún deben andar por algún rincón de mis viejos papeles, compartimos nuestros frugales refrigerios y jamás nos aburrimos mutuamente»(Freud, ibídem, pp. 36-7).

Los fragmentos son largos, pero tan sustanciosos e incitantes que no me he resistido. Están extractados del epistolario amoroso de Freud a Martha Bernays que Tusquets seleccionó de una traducción de Biblioteca Nueva (1963). La correspondencia de juventud mantenida entre 1771 y 1881 por Freud y Eduard Silberstein –cuyos originales reposan en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos–-, no fue publicada íntegramente hasta 1989; y en España por Gedisa en 1992.

Estoy convencido de que la historiadora Élisabeth Roudinesco conoce de sobra todo esto, y que además así lo hace constar entre las seiscientas páginas deFreud en su tiempo y en el nuestro, biografía tan espléndidamente acogida por la prensa española. Aunque apuesto a que no concede a nada de ello la menor capacidad de elevarse por encima de lo insignificante. Devaneos pubescentes, pensará, aperitivos para matar el aburrimiento de cuando los chavales no tenían videojuegos. Nada de esto, podría decir incluso calcando a Freud, es en realidad muy profundo, por muy sereno encanto del que esté imbuido. Claro, pensarán ustedes mismos a brindis desinflado, es verdad. Después de todo, no son más que lances de gabinete, chascarrillos entre niños y novios que en todo caso tendrán más valor para los estudios cervantinos que para explicarnos a Freud y su psicoanálisis.

Primeros aullidos del psicoanálisis

¡Pues volvamos entonces, por esta vía, a la ruta del entusiasmo! Y leamos, por ejemplo, lo que Edward C. Riley nos cuenta sobre el cervantino club de lectura de Freud y Silberstein, especialmente por lo que toca ala última de las Novelas Ejemplares; esto es, el Coloquio de los perros:

«Freud leyó el Coloquio lo suficiente como para identificarse con uno de los dos perros (Cipión), mientras que Silberstein tomó el nombre de Berganza (...) La elección de los roles resulta obvia. Freud/Cipión era el más dominante y didáctico de ambos, la fuerza conductora (...) La excepcional novela dialogada de Cervantes gira alrededor de la narración autobiográfica de Berganza, que Cipión escucha y comenta. Situación que refiere una evidente e inmediata semblanza con la del psicoanalista y el psicoanalizado. ¿Pudo la historia de Cervantes haber despertado en Freud una vaga concepción del psicoanálisis moderno? Es una idea fascinante, y no sorprende que haya provocado alguna especulación» (Riley, 1994).

Especulaciones, como por ejemplo la ya mentada de Gedo y Wolf, o la de Grimberg y Rodríguez en «La influencia de Cervantes sobre el futuro creador del psicoanálisis» (Anales Cervantinos 1987-88), u otra de Riley titulada «Cervantes, Freud and Psychoanalytic Narrative Theory» (Modern Lenguage Review 1993), o la más reciente de López-Muñoz y Pérez-Fernández «Cervantes en la mirada freudiana» (Revista de Historia de la Psicología 2014).

Y especulación que entronca con lo que sobre esto escribió el editor Ricardo Bruno, asesor literario entre 1978 y 1998 de la Revista de Psicoanálisis de la Asociación Psicoanalítica Argentina:

«El psicoanálisis es una talking cure y los escritos psicoanalíticos se juegan en la letra, en determinado sector de la estética. ¿Es casual que Freud obtuviera un premio de literatura? [el Goethe, en 1930] ¿Es casual que aprendiera español para leer el Quijote? ¿Es casual ese afán por leer el Quijote?» (Bruno, sin fecha).

Y sobre las mencionadas insuficiencias que llevaron a muchos especialistas hispanos a preferir las traducciones inglesas de Freud a las de López-Ballesteros [Etcheverry dixit], se pregunta Bruno: «¿Acaso la versión de Strachey está libre de insuficiencias que compensen leer en lengua no materna?». Y aun compartiendo la opinión de Etcheverry de que a la versión de Ballesteros le falta el rigor hoy exigido por los estudios psicológicos, concluye:

«Pienso que los errores son subsanables y que el rigor es adquirible, mientras que la gracia es innata. Se tiene o no se tiene. López la tiene. Y no se trata del auge de los estudios psicológicos, sino de la supervivencia de la transmisión psicoanalítica» (Bruno, ibídem).

Exacto. Porque eso es precisamente de lo que trato aquí: de hacer memoria y transmisión de los hitos logrados en lengua española, de conocer y conocernos mejor a través del pensamiento que de ella ha emergido. De celebrar lo que Freud significa y ha significado en nuestra circunstancia, sin despreciar el papel que la cultura y la lengua españolas pudieron jugar en la suya, fecundando quizá en la intimidad de su inconsciente el embrión de la teoría psicoanalítica. De la luz que arroja –como lo vio Freud leyendo el Quijote–, el situar a las cosas en el panorama de su existencia real.

Demasiado frecuentamos nuestras sombras... Yo brindo hoy por las luces. Y cualquiera que simule desdén hacia ellas no haría sino lo que la Camacha de Montilla, famosa hechicera cordobesa del siglo XVI, que en pariendo su hija y por disgusto con ella convirtió a sus gemelos en perritos, llevándose luego a los cachorros fingiendo sorpresa. Cuenta Cervantes sobre lo acaecido, que estando la Camacha en la última hora de su vida, le confesó a su hija el embrujo diciéndole que no tuviese pena, que los chicos volverían a su ser cuando menos lo pensasen. Y si quieren saber cómo termina la historia lean el Coloquio de los perros, pues ahí es donde la narra el padre de nuestras letras. En cuanto a la historia del padre del psicoanálisis, ahí están las biografías de su amigo y discípulo Ernest Jones (1955-1957), la de Peter Gay (1988), y ahora la de Roudinesco. Quizá salga otra en el futuro. Y tendrán, los estudiosos de Freud, que consultarlas todas. Pero sólo quien lea atentamente el Coloquio de Cervantes podrá penetrar la paradoja más insólita y enigmática de todo este asunto: cómo siendo un judío moravo el fundador del Psicoanálisis en la germana Viena del siglo XIX, pudo ser un perro de Mahudes llamado Cipión el primer psicoanalista; considerando que ya en 1623 departía el cánido con sus pacientes, echado sobre una estera, a la entrada del Hospital de Valladolid; que no de Sevilla, Dr. S. Salomon Freud. Por cierto,¿sabía usted que el traductor de sus primeras Obras completas era inspector de Hacienda? Verdaderamente, los caminos de Yavhé son inescrutables.

Referencias

Bermejo Frígola, Vicent (1992): «Freud y el psicoanálisis en la Revista de Psicología General Aplicada en los años cuarenta», Revista de Historia de la Psicología, Vol. 13, nº 2-3, pp. 180.
http://www.revistahistoriapsicologia.es/revista/1992-vol-13-n%C3%BAm-2-3

Bermejo Frígola, Vicent (2000): «Ortega, Freud, el Psicoanálisis y La interpretación de los sueños», Revista de Historia de la Psicología, Vol. 21, nº 2-3, p. 634.
http://www.revistahistoriapsicologia.es/revista/2000-vol-21-n%C3%BAm-2-3

Bruno, Ricardo (sin fecha): «Luis López Ballesteros y de Torres».
http://www.psicomundo.org/biografias/lopez.htm

Bueno, Gustavo (2015): «Yo más que envidia he visto imbecilidad. Y la sigo viendo», entrevistado en ABC Cultural, 12/IX/15, p. 4.

Freud, Sigmund (1883): en Cartas a la novia, Tusquets, Barcelona 1969, p. 17.

Freud, S. (1923): en La interpretación de los sueños, tomo 1, Alianza, Madrid 1972, página preliminar.

Gedo, John E.; y Wolf, Ernst S. (1976): «Freud's Novelas ejemplares» (Psychoanalytic Review 1976). En Riley, E.C. (1994): p 5, nota 4.

Martín Arias, Juan Manuel; y Gallego Borguini, Lorenzo (2011): «Luis López-Ballesteros: el primer traductor de las obras completas de Freud al castellano». Tribuna: sección monográfica sobre psicoanálisis. Panace@, Vol. XII, nº 34, segundo semestre, pp. 310.
http://www.medtrad.org/panacea/IndiceGeneral/n34-tribuna-ariasborghini.pdf

Riley, Edward Calverley (1994): «Cipión Writes to Berganza in the Freudian Academia Española», Bulletin of the Cervantes Society of America, 14/I/94, pp. 5-6.
https://www.h-net.org/~cervant/csa/bcsas94.htm

Ruiz-Castillo Basala, José (1972): El apasionante mundo del libro. Memorias de un editor, Agrupación Nacional del Comercio del Libro, Madrid, p. 109.

 

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