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El Catoblepas, número 165, noviembre 2015
  El Catoblepasnúmero 165 • noviembre 2015 • página 11
Artículos

Manuel Llano en Helguera de Reocín

Manuel de la Fuente Merás

Semblanza del escritor Manuel Llano

Helguera de Reocín

En el año 2013 se celebró el 75 aniversario de muerte de Manuel Llano Merino, y aunque, si bien es cierto, que el gobierno regional dedicó el Día de las Letras de Cantabria a tal efeméride, su figura goza de un desconocimiento general, que va más allá de un mero aporte folklórico.

Es cierto que gran parte de culpa tuvo que, tras su prematuro fallecimiento en 1938, su casa, junto con su archivo personal, sufriese una destrucción total en el incendio que asoló Santander el 15 de febrero de 1941.

Bárbara Heinsch{1}, la investigadora que más y mejor ha estudiado su figura en los últimos años, reconoce la existencia de muchas lagunas en su biografía. Reconoce desde una marcada perspectiva psicológica, la gran vinculación entre sus primeras experiencias vitales y el contenido de su obra. En una de esas experiencias vitales del escritor es en la que pretendemos sumergirnos con este breve estudio: su estancia como maestro en Helguera de Reocín.

Biografía

Manuel Ildefonso Llano Merino, Nel para algunos, nace en el seno de una humilde familia de labradores en Sopeña{2} (Cabuérniga) el 23 de enero de 1898 y pasa su infancia y juventud en su valle natal en un ambiente agrario en la que el escritor se encuentra plenamente integrado, participando como uno más en el sustento de su familia, trabajando de sarruján «muchacho que hace las veces de criado del vaquero cuando los ganados están en los pastos»; como él mismo manifiesta «un oficio triste y lamentable».

Asiste durante algún tiempo a la escuela rural de Sopeña «un pajar oscuro con dos o tres ventanos, y al que había que subir por una escalera de piedra» y a la de la fundación de los Hermanos de la Doctrina Cristiana en el cercano pueblo de Terán, donde se encuentra con un Dios temible y castigador lejos del que el recordaba «hablar en la cocina, tan dulce, tan compasivo, tan amigo de los niños, de los sembrados, de los pájaros».

Al quedarse completamente ciego el padre de Manuel Llano, éste tuvo que acompañarle en el triste oficio de lazarillo. Una luz aparece en este triste panorama, la presencia de su madrina Dña. Teresa Fernández y González, que le pone en contacto con el mundo literario, en un ambiente donde la utilidad de los libros era bien escasa. Junto a ello aportó al niño unos momentos de bienestar material y espiritual a través de sus costumbres caritativas y piadosas, como el propio Llano reconoce.

Ante la grave situación familiar sus padres se trasladan a Santander en 1910, donde al padre ciego le fue concedido un quiosco de venta de lotería y periódicos en la calle Becedo, instalando su primer domicilio en la santanderina calle de Ruamenor. Para Llano el paso del campo a la ciudad supone un cambio radical en su vida, «con la ausencia creció el cariño hacia los ambientes de mi infancia. Saudades y melancolías (.) Yo deseando la paz, el retorno definitivo a estos pueblos silenciosos, cartujanos».

Asiste a la escuela privada de Teódulo Valle Martín, de la Institución Libre de Enseñanza y en este mismo año de 1910 ingresa en el Instituto General y Técnico, que estaba situado en Numancia, mientras se construía el de la calle Santa Clara. Pero no continúa sus estudios e intenta los de Magisterio. No obtiene calificación alguna en las asignaturas cursadas ya que no satisface los derechos académicos. En 1916 se matricula en la Escuela de Naútica, no conociéndose expediente posterior alguno a su nombre. Todos sus intentos de conseguir una formación reglada chocan con la situación económica familiar y con su frágil voluntad personal en la que siempre «meditaba con ansía de cosas de mi pueblo (.) Yo crecería y me pondría robusto y volvería al pueblo muy bien vestido».

De 1918 a 1920 ejerce de maestro sin titulación en Helguera de Reocín. A partir de 1920 comienza a integrarse en el mundo periodístico en una situación de penuria económica. En 1921 colabora con El Pueblo Cántabro, periódico maurista, en cuyas Juventudes militaba.

En 1923, con veinticinco años, se casa en Udías con María Presentación Lázaro y dada su situación económica, el nuevo matrimonio vive los dos primeros años con los padres de Manuel, en la calle Entre Huertas de Santander, cerca de la hoy calle del Río de la Pila.

En 1927 desaparece El Pueblo Cántabro, pasando por varias dificultades económicas y se le plantea un difícil dilema: regresar a la vida apacible y campesina de la aldea, o continuar con su vocación urbana de escritor. Inclinándose por esto último, se traslada con su familia de casa, instalándose en la calle de Guevara, número 37. El matrimonio de los Llano establece una cantina donde daban meriendas que estuvo situada en la esquina de la calle Bonifaz con la de Lope de Vega de la ciudad de Santander.

Manuel Llano

A finales de 1927 comienza a colaborar en el periódico local La Región. Al final del verano de 1929 abandona La Región y comienza a colaborar en La Voz de Cantabria hasta 1931. Tiempo después, trabajó en una imprenta –Artes Gráficas Aldus S.A.– como corrector de pruebas, trabajo que mantuvo hasta 1933 y que le proporcionó la estabilidad económica necesaria para seguir con su vida literaria.

Con el estallido de la Guerra Civil, Llano realizó numerosas gestiones para librar de persecuciones e incluso de una posible muerte a cuantas personas solicitaron su favor; se han oído relatos que hacen referencia a que ocultó a personas o a la especial protección que les brindó prestándose incluso a dormir en sus camas, a traerles del frente de guerra, etc.

El 27 de junio de 1937 aparece su último artículo en El Cantábrico, pues el mismo se cierra por falta de papel y en agosto de 1937, una vez que las tropas nacionales entran en Santander, y ese periódico se convierte en el diario Alerta, prosiguió su trabajó de corrector.

Ese mismo año, después de celebrar la nochevieja con sus compañeros de redacción, se va a su casa y después de cenar presenta los primeros síntomas del mal que le ocasionaría la muerte en pocas horas. Sus últimas palabras son para encomendarse a la Virgen del Carmen de su querida Sopeña; cuando el Doctor Díaz Munío acude a visitarle ya había muerto posiblemente de un infarto de miocardio.

Manuel Llano en Helguera.

Situada en una terraza fluvial y a escasos cuatro kilómetros de Torrelavega, se encuentra Helguera de Reocín. Llano llegó, según todo parece indicar, ya muy avanzado el curso en 1918.

Casa de Manuel Llano en Helguera de Reocín

El Patronato de la Parroquia{3} le contrató como docente, aunque no tuviese el título, durante escasamente dos años. Son estos años determinantes para su formación y vocación de intervención social a través de sus obras.

En Helguera, podía recuperar su inicial vinculación con el campo, y volver a revivir aquellos momentos que se contaban no en meses o años, sino por los fenómenos naturales: «la época de los vendavales, de la caída de la hoja, de las golondrinas, de las cerezas, de la siega, de las panojas, de las nueces, (.)». Pero, Helguera tenía otra particularidad propia, estaba viviendo el cambio de una economía basada en el sector primario a otra dependiente de la cercana mina de Asturiana de Zinc{4}. El escritor que ya había conocido las penurias y sufrimientos de la gente del campo, se encontraba ahora con la situación de una nueva clase social que surge de la industrialización, pero que aún está vinculada con la tierra de manera directa. Raro era la casa que aún no mantenía algún animal que complementase la economía doméstica con la jornada de las fábricas cercanas.

Cuenta la leyenda, nunca mejor dicho hablando de Manuel Llano, que Jules Hauzeur, en un viaje de Torrelavega a Arnao (Asturias), quien tuvo un percance con su calesa y hubo de permanecer unos días en esa localidad, que aprovechó para dar paseos por la zona, lo que le permitió reconocer la existencia de paredes y muros construidos con calamina en el pueblo de Reocín. Era el año 1856. En el inicio de la explotación se dedicaron al beneficio de los afloramientos de calamina que contenían un 50 % de zinc hasta llegar a una mayor cantidad de mineral sulfurado que les llevó a instalar en 1904 un taller de preparación mecánica de minerales. La singularidad de esta mina fue la pureza del concentrado de zinc (más del 61% de contenido medio de zinc) y las características del agua descargada (un flujo de agua de 1,2 metros cúbicos por segundo. Paralela a la explotación minera se comienza en 1860 la carretera nueva que conectaría Torrelavega con Asturias y se construye el Ferrocarril.

Cartel indicativo

Es en este ambiente de dialéctica entre el campo y la ciudad, entre la vida agrícola e industrial donde Llano pone en práctica su vocación pedagógica. Según contaba Agustín Bárcena, vecino de Helguera y buen amigo suyo de la época, Llano llegó a Helguera atraído por una joven del pueblo. Durante su estancia vivió en una casa situada en el Barrio de San Antonio, donde una mujer le arreglaba ropa y comida.

La casa{5} que data del siglo XVII, aunque reformada con el paso del tiempo, se mantiene en más que perfecto estado. Presenta una gran corralada frente a la fachada principal, con dos puertas de acceso a la misma. La primera adintelada de madera, con una cruz de humilladero de madera a su derecha (que actualmente se encuentra en el interior); la otra portalada de piedra con arco de medio punto entre pilastras rehundidas por la continúa elevación del camino. Sobre ella escudo cuartelado de la familia Fernández Velarde. En su frontis, una hornacina con la imagen del santo, rematada con una cruz de piedra. También se aprecia en el lateral de uno de los hastiales un reloj de sol.

Tenía una ermita en honor a San Antonio que data del año 1705 y que daba nombre al Barrio. La casa presenta en el piso superior una solana entre cortavientos, y antepecho de sillería con orejeras, transformada en balcón de hierro en 1887, según indican los barrotes del mismo.

Es en una habitación de la solana, donde desatacan sus vigas de madera, donde se alojaba Manuel Llano.

Fueron tiempos de inusitada felicidad y calma en la vida Manuel Llano, por las mañanas daba clases en la escuela situada en el Barrio de Toríos, por la tarde clases particulares en grupo en la casona.

Todo ello aderezado con paseos con su perra Pantera o borradores de sus artículos periodísticos redactados sobre la hierba en el Prado Moro. Los conflictos laborales de las minas antes descritas, que afectaban a muchos de sus alumnos, dieron como resultado un gran interés de sus obras por los asuntos sociales cuyas noticias poblaban los periódicos locales.

Supo durante su estancia en Helguera transmitir a sus alumnos su amor por el folclore y la creación literaria. Pronto llegarían estos a sus casas, recitando coplas compuestas por el maestro para asombro de sus padres.

Tras dejar Helguera vivió Manuel Llano años de penuria económica (los más), volviendo a instalarse en Santander hasta su prematura muerte. Dejaba viuda y tres hijos pequeños, amén de múltiples proyectos si realizar. Tres meses después, moría en Carmona su padre. En 1980 los restos de Llano fueron trasladados al Panteón de hijos ilustres, por acuerdo del ayuntamiento de Santander. Su obra había permanecido en el olvido, en un silencio casi total, durante cuatro décadas.

Como recordaba Ignacio Gracia Noriega: «hablando yo un día con don Ignacio, el cura de Cabuérniga (un cura enérgico y de sotana), me dijo, refiriéndose a lo poco que se aprecia a Manuel Llano hoy: "¿Qué quiere usted? Era un liberal como Dios manda".»

Notas

{1} Realidad regional a través de un código de valores: «La obra literaria de Manuel Llano.» Santander, 1999.

{2} Existen aún discusiones sobre el lugar de nacimiento, pues algunas personas de Carmona, del barrio de San Pedro, han afirmado que le vieron nacer en un cuarto exterior que tenía la vivienda.

{3} La escuela había sido fundada en 1898 gracias a la donación de D. Anacleto de la Portilla González.

{4} Mina que en 1859 daba ocupación a 1500 personas.

{5} Actualmente, si usamos un símil biológico, la casona goza de perfecta salud gracias al inestimable cuidado que en su mantenimiento ponen sus actuales propietarios: la familia Hernández–Espada.

 

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