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El Catoblepas · número 178 · invierno 2017 · página 7
Artículos

La metapolítica en la obra de Gustavo Bueno

José Alsina Calvés

Estados, naciones e imperios en el materialismo filosófico

Gustavo Bueno

La vasta obra de Gustavo Bueno, que constituye un auténtico sistema filosófico, abarca un gran número de aspectos del saber y da respuesta a innumerables cuestiones. En su Teoría del Cierre Categorial ha desarrollado una novedosa visión gnoseológica sobre la ciencia (o las ciencias); en su bioética ha aunado conceptos procedentes de la biología con su ética materialista; en este artículo intentaremos sistematizar sus aportaciones a la metapolítica (o filosofía política), concretamente en tres puntos o aspectos: su teoría de las capas del Estado, las diferentes acepciones del concepto de nación, y, sobretodo, su teoría del Imperio.

Todo el pensamiento de Bueno descansa sobre dos pilares importantes: su rigurosa formación escolástica y su marxismo heterodoxo. De la fusión de ambas corrientes nace su sistema, el materialismo filosófico, que, aun situándose a la “izquierda” (Bueno se considera a si mismo y a sus discípulos como la séptima generación de la izquierda) recupera temas propios de la “derecha”: reivindicación de la Hispanidad y del Imperio Hispánico, defensa de la unidad de España, condena del aborto, &c. Desde nuestro punto de vista consideramos que la filosofía de Bueno, y especialmente su metapolítica, pueden ser un punto de apoyo importante para la construcción del Hispanismo como Cuarta Teoría Política.

La teoría del Estado

La teoría del Estado de Bueno se fundamenta en una vuelta al revés de la concepción marxista, en la que opone su materialismo filosófico al materialismo dialectico. Para Marx la base de la sociedad humana estaría constituida por los medios y fuerzas de producción (agraria, artesanal, industrial) y por las relaciones de producción (lucha de clases entre los propietarios de los medios de producción y los que venden su fuerza de trabajo). La base tendría un componente esencialmente económico, y sobre la misma se desarrollarían los componentes superestructurales (religión, moral, ciencia, arte, derecho) que descansan sobre la base y dependen de ella.

Marvin Harris y otros desarrollan el materialismo cultural y reorganizan la distinción de Marx en tres niveles: infraestructuras, que comprenden los medios y fuerzas de producción; estructuras, que son las relaciones de producción, y superestructuras, que corresponderían a las elaboraciones ideológicas producto de las relaciones de producción: arte, derecho, ciencia, cultura en definitiva.

Para el marxismo el Estado no es más que un instrumento de la clase dominante para controlar a las clases dominadas, la patria es un mito para llevar a la guerra a la clase obrera de un país contra la clase obrera de otro en beneficio de los capitalistas, y la religión es el opio del pueblo, que predica docilidad al poder y suscita esperanzas de “otra vida”.

Bueno, desde el materialismo filosófico, propugna una “vuelta al revés” de las relaciones base/superestructura{1}. En contra de la posición marxista, afirma Bueno que el Estado no es el resultado de la lucha de clases, sino que la lucha de clases empieza con el Estado, y solamente es posible en el seno del Estado.

Toda sociedad política se inicia con la apropiación de un territorio, y antes de la apropiación de este territorio no existe el “derecho a la propiedad”, porque todo derecho aparece con el Estado, y el llamado “derecho natural” no es más que un concepto metafísico.

Este territorio ocupado y sus riquezas naturales es la base imprescindible de toda sociedad política, y constituye lo que Bueno llama la capa basal. El nombre tradicional de este territorio, como tierra de los padres es el de Patria[2], por tanto el patriotismo se refiere siempre a este territorio basal, y en vano algunos han pretendido sustituirlo por un “patriotismo conjuntivo” o “patriotismo constitucional” (como Habermas), como si la Patria resultará de la Constitución, y no la Constitución de la Patria. De hecho puede existir Patria sin Constitución, pero para que haya Constitución debe haber Estado, y no puede haber estado sin la capa basal que es la Patria.

En función de esta capa basal se irán organizando las restantes capas del Estado: la capa cortical, que se refiere a las relaciones con las otras sociedades políticas (o con los “barbaros” o tribus en situación pre-política) que dará lugar primero al ejército y después a la diplomacia, y la capa conjuntiva, como conjunto de instituciones políticas y administrativas para regular a la capa basal en función de los fines, planes y programas de la sociedad política{3}.

Bueno no niega la lucha de clases, pero la sitúa en el marco del Estado y de las relaciones entre Estados. El reparto de la capa basal y sus riquezas (tierras, riquezas minerales, &c.) será desigual, y muchas familias o individuos se verán desposeídos de la propiedad. Las clases sociales, en función de la propiedad privada de los medios de producción, surgirán de esta situación.

Pero este conflicto “realmente existente” no anula la relación de los desposeídos con la Patria como capa basal, y en el conflicto con otras sociedades políticas, los “desposeídos” de una nación se enfrentarán a muerte con los “desposeídos” de otra nación en guerra. Esto es lo que sucedió en la Primera Guerra Mundial, cuando a pesar de la existencia de una Internacional Socialista, la mayoría de los Partidos Socialistas apoyaron a sus respectivos estados, y los obreros franceses, alemanes o ingleses demostraron ser “patriotas” antes que “obreros”. La desafección de los socialistas alemanes se produjo cuando la guerra se estaba perdiendo, pero no ocurrió así con los socialistas franceses, ingleses e italianos. Una parte de los socialistas italianos evolucionaron hacia el fascismo al considerar que se patria, Italia, como potencia vencedora, no había recibido la parte que le correspondía en territorios y riquezas.

Es evidente que la teoría de Bueno explica lo que ocurrió en la Primera Guerra Mundial (y también en la Segunda, pero en esta intervienen otros factores) mucho mejor que el marxismo clásico. Los marxistas acuden al concepto de “alineación”. Los obreros alemanes, italianos, franceses o ingleses, habían sido “alienados” por el “mito” de la patria y del chauvinismo por sus respectivos estados capitalistas, que habría creado en ellos una “falsa conciencia”. Pero esta hipótesis supone que una “superestructura” (la ideología nacionalista) puede retro actuar sobre una “estructura” (las relaciones de producción), lo cual entra en contradicción con las propias tesis marxistas, que suponen que la “infraestructura” determina a la “estructura”, y esta, a su vez, determina la “superestructura”.

Así el Estado constituido en el territorio ocupado (la capa basal o Patria) tiene características comunes, tanto si adopta la forma de oligarquía, de tiranía o de democracia. Las distintas formas que puede adoptar esta capa conjuntiva no son separables de los territorios en que subsiste, es decir, de la Patria.

Por otra parte, la capa cortical, que define las relaciones con otras sociedades políticas, tiene también una estrecha relación con la capa basal, es decir, con el territorio, tal como nos muestra la geopolítica. Cuando los cambios que se producen en la capa conjuntiva (en las instituciones políticas) producen cambios radicales en la capa cortical (es decir en la política internacional y en la geopolítica) hay que sospechar que la soberanía del Estado está siendo sometida a otra sociedad política.

Esto es lo que ocurrió en Rusia tras el hundimiento de la URSS. Boris Elsit dio un giro radical a la geopolítica rusa, que dejo de ser una potencia para convertirse en “aliada” de los Estados Unidos, es decir, supeditarse al “dicktad” del “amigo americano”. Vladimir Putin ha vuelto a la geopolítica de “gran potencia”, y tiene muy claro que los cambios en la capa conjuntiva del Estado Ruso (zarismo, comunismo, “democracia soberana”) no tienen que afectar a la capa basal (la Patria Rusa, la “Santa Rusia”), ni a la capa cortical, es decir, a sus intereses geopolíticos como gran potencia{4}.

Una de las conclusiones importantes de Bueno es que la “democracia” en abstracto carece de todo sentido, pues equivaldría a una capa conjuntiva flotando en el vacío sin referencia a una comunidad política concreta. La democracia conjuntiva hay que referirla a su capa basal y a su capa cortical{5}.

La crítica de Bueno a lo que llama “fundamentalismo democrático” es que esta es una ideología formalista que pretende distanciarse de la capa basal. El auge de esta ideología formalista puede estar alimentado tanto por el “olvido” o abstracción de la capa basal, es decir de la Patria, como por una voluntad de segregación respecto a esta Patria{6}. Así los partidos separatistas en España insisten tanto o más en su vocación democrática cuanto más se esfuerzan en quitar importancia a la unidad basal o territorial de España. Pero sus oponentes “constitucionalistas” caen en el mismo error en cuanto invocan a la constitución como fuente de toda legitimidad, olvidando que la sociedad política hispana, asentada sobre un territorio (su capa basal) es anterior y condición previa para la existencia de esta constitución.

La teoría del Estado de Bueno, lejos de ser una tesis metafísica alejada de la realidad, puede ser sumamente importante si se aplica a la política real.

La polisemia del término “nación”

Para Bueno el término nación no designa un concepto unívoco, sino que es un análogo de atribución, es decir, un conjunto de conceptos que, sin embargo, están internamente vinculados entre sí{7}. Lo compara con los diferentes conceptos o acepciones asignadas al término “número”: natural o entero positivo, entero negativo, fraccionario, racional, real…&c.

Bueno distingue tres acepciones primarias de la idea de nación: biológica, étnica y canónica o política, y añade una cuarta acepción, la de nación fraccionaria, que solo tiene sentido en relación a la nación política.

El término nación deriva del verbo nascor=nacer, y de aquí viene la primera acepción, que Bueno denomina biológica, según el cual haría referencia al lugar donde uno ha nacido.

La forma oblicua del concepto de nación, en su sentido biológico se incorpora intacta a la idea de nación étnica sin que esta pueda reducirse a aquella. Es decir, la idea de nación étnica implica la de nación biológica, pero no recíprocamente{8}. Por otra parte, la idea de nación étnica cobra sentido en el seno de una comunidad más amplia, una comunidad política, en el seno de la cual se distingue diversos pueblos o linajes. Por consiguiente las naciones étnicas, como conceptos conformados desde la sociedad o patria común, tendrán, desde el punto de vista político, un alcance neutro. La nación étnica, por su génesis, implica la “escala política” como plataforma, pero que por su estructura desciende y se sitúa en una escala pre política.

Así en el seno de la nación Española o comunidad Hispánica podríamos distinguir “naciones étnicas” (podríamos en términos teóricos, pero nunca la haremos en términos políticos, por la polisemia del concepto nación): catalanes, castellanos, valencianos, aragoneses, vascos, gallegos{9} en tanto tienen conciencia de su existir como tales, pero sobretodo en tanto se distinguen unos de otros dentro de un marco común de referencia, que en la nación Hispana en su sentido de nación política.

Lo esencial, pues, para el concepto étnico de nación es que se haya determinado desde la plataforma de una sociedad política más amplia (o “república”){10}. Así el catalán toma conciencia de que es catalán por convivir, dentro de la comunidad política hispánica, con castellanos, gallegos, &c. De la misma manera como San Isidoro, o los concilios de Toledo se refieren a la “nación de los Godos” como una parte de la monarquía visigótica distinta de los hispano-romanos, el término nación sigue manteniéndose en su aceptación étnica.

Por tanto el concepto de nación étnica hay que entenderlo siempre conjugado en sus parámetros: dentro de la Corona de Castilla, como comunidad política, podríamos hablar de la “nación” leonesa, o de los astures. En un contexto mucho más amplio, como el del Imperio Romano, podríamos hablar de “nación” hispánica como aquellos que viven en Hispania como territorio o provincia romana. En este sentido, tal como sostiene Americo Castro{11}, Séneca puede ser llamado hispano, pero no español.

El tercer significado del término “nación” es el de nación canónica, es decir, nación en sentido político estricto. En este sentido la nación solo cobra su sentido político en el Estado en cuyo seno se modela, lo cual no impide que desde la ideología del Estado-nación, de carácter romántico, se pretenda presentar a la nación como una entidad preexistente al Estado y que busca darse un Estado{12}.

El concepto político de nación es relativamente reciente{13}, lo cual no significa que no puedan encontrarse precedentes. Así, lo que conocemos como Sacro Romano Imperio recibió el nombre, en el siglo XV de Sacrum Romanum Imperium Nationes Germanicae, solo que aquí el término “nación” recibe su significado político del Imperio, y no al revés.

Hay un amplio consenso en que el sentido político del término nación (y por tanto el de nacionalidad) aparece entre el siglo XVIII y el XIX. Algunos creen poder precisar más y sitúan el origen de la nación política como idea-fuerza en la batalla de Valmy, en 1792, en que las tropas francesas derrotan a sus adversarios al grito de ¡Viva la Nación¡{14} Pero esta idea política de nación aparece vinculada a la idea de Patria: los soldados franceses eran patriotas frente a los aristócratas que habían huido de Francia, y que movilizaban a potencias extranjeras que atacaban a Francia. Además, frente a las tropas “profesionales” (mercenarias) de las potencias atacantes, los franceses eran ciudadanos dispuestos a defender a su patria, la “nación en armas”.

Este nuevo significado de un término más antiguo no nace de la nada. Ya hemos visto que Bueno no comparte la tesis de que el Estado nace con el Estado moderno, sino que sostiene que es Estado toda organización política de la sociedad, desde la Polis hasta el Sacro Imperio. La transformación del concepto de nación étnica en el de nación política no es un mero proceso intelectual, sino que corresponde a una reorganización política del Antiguo Régimen, que responde a transformaciones sociales (aparición y creciente poder de la burguesía), económicas (inicios del capitalismo), políticas (Revolución Francesa) e incluso científicas y tecnológicas.

Así nos recuerda Bueno{15} que el desarrollo de las ciudades y del comercio dio lugar a la aparición de una nueva clase social, la burguesía; que la Reforma Protestante rompió el monopolio espiritual de Roma; que el pueblo empezó a cobrar un protagonismo nuevo y que empieza a ser concebido como fuente del poder político. Los propios escolásticos españoles, como Mariana o Suarez sostienen, frente a algunos monarcas protestantes, que el poder político viene de Dios, pero que no se comunica directamente a los reyes, sino indirectamente, a través del pueblo, lo que equivale a reconocer su soberanía.

Un ejemplo paradigmático es la Guerra de la Independencia española. El pueblo español, abandonado por sus reyes y por parte de la aristocracia, se convierte en protagonista de la guerra contra los franceses, que es el primer ejemplo de “guerra popular”. El hecho de que la mayoría de este pueblo, especialmente entre sus estratos más humildes, lo haga en nombre de la ideología contrarrevolucionaria del “Trono y del Altar” y que ves en los franceses no solamente invasores territoriales, sino también ideológicos, portadores de la ideología revolucionaria, no cambia nada. Si el pueblo francés se constituye en nación en Valmy, el pueblo español lo hace en la Guerra de la Independencia.

El cuarto concepto de nación que explora Bueno es el de “nación fraccionaria”{16}. Esta idea de nación es la que corresponde a los “nacionalismos radicales” en clave secesionista, como el vasco, el catalán o el corso.

La primera digresión de Bueno con respecto a estos “nacionalismos radicales” es el rechazo de la tesis, muy común, de que estos nacionalismos no son más que una variante de los nacionalismos (clásicos o románticos) que condujeron a la forja de la nación canónica. Es decir, los nacionalismos integradores que llevaron a la forja de la nación española, italiana o alemana son esencialmente diferentes de los nacionalismos radicales disgregadores que tienden a destruir estas naciones. Veamos cuáles son sus argumentos.

Para el nacionalismo canónico, la nación como comunidad política aparece engarzada en la historia, como un proceso de decantación a partir de realidades preexistentes (así la nación canónica española tiene como realidad preexistente el Imperio Hispano). En cambio para el nacionalismo fraccionario la nación es un substancialismo metafísico situado más allá de la historia. Enric Prat de la Riba, teórico del nacionalismo catalán{17}, nos habla de un etnos ibérico, descrito ya por los fenicios, que curiosamente ocupaba los territorios que coinciden con los supuestos paisos catalans, y que difería del resto de las poblaciones de la Península Ibérica, los libio-fenicios de la actual Andalucía, y de los ligures de la Provenza{18}.

Es evidente que esta afirmación no tiene ningún fundamento antropológico, y es tan absurda como llamar “españoles” a los íberos, pero es muy significativa desde el punto de vista ideológico: la supuesta “nación catalana”, en su sentido amplio, es decir, abarcando Cataluña, Valencia y Baleares, es un especie de entidad “eterna” que ya existía antes de que llegaran los romanos. Prat de la Riba no reivindica una entidad histórica preexistente, la Corona de Aragón{19}, sino que se remite a un ente metafísico, situado más allá del tiempo.

La misión política del nacionalismo fraccionario no es tanto crear una conciencia nacional, sino despertarla. Es decir, pasar de la “nación en sí” a la “nación para sí”. La nación fraccionaria no es producto de la historia ni de la actividad política o cultural de los nacionalistas, sino que es una entidad “eterna”, “preexistente”, que tras largos siglos de letargo, opresión y alienación, empieza a despertar en las conciencias, a través de un proceso en el que lo que es “es sí” llegue a tener “conciencia de sí”{20}.

De aquí vienen dos importantes conclusiones. La primera es que la nación fraccionaria necesita de la mentira histórica{21}, debido a que surgen de modo diametralmente opuesto a las naciones canónicas. Si estas surgen de la historia, aquellas lo hacen de la metafísica, y forzosamente tienen que manipular la historia, distorsionarla para que encaje en sus planteamientos metafísicos.

La segunda es que la nación fraccionaria se constituye siempre en relación a una nación canónica preexistente. Mientras que la nación canónica se forma por integración de pueblos o naciones étnicas previamente dadas, la nación fraccionaria se constituye (o lo intenta) a partir de la desintegración o destrucción de una nación canónica previamente dada, a la que se considera a veces como una “nación invasora” (así el relato separatista catalán, que describe la Guerra de Secesión o incluso la Guerra Civil como una “invasión” de Cataluña) o se le niega simplemente su carácter de nación (“España, cárcel de naciones”).

El Imperio

La tercera gran aportación de Bueno a la metapolítica es su filosofía del Imperio. Nos señala, en primer lugar, la mala prensa del concepto “Imperio” frente al de “Nación”. “Imperialista” es siempre un término peyorativo en el lenguaje “políticamente correcto”, mientras que “nacionalista” puede tener una acepción positiva, o al menos ambigua: normalmente tiene una acepción positiva cuando se refiere a las “naciones sin estado” o “naciones oprimidas”, el cual se considera siempre un “nacionalismo democrático”, aun cuando pueda tener acepción negativa cuando se refiere a Estados-nación, pues entonces “nacionalismo” se asimila a “Imperialismo”. Así los nacionalismos vasco o catalán son “democráticos”, mientras que el nacionalismo español es, al menos, sospechoso, pues se asimila a un Estado dudosamente democrático, e indirectamente, a la idea de Imperio.

Bueno realiza una disección de la idea de Imperio{22}, que, al igual que la idea de nación, es polisémica. Distingue 5 significados distintos a la idea de Imperio:

1. Imperio como facultad del Imperator, idea que surge de la jefatura militar de la antigua Roma. Liderazgo del caudillo militar, no necesariamente institucionalizado. Es una autoridad de tipo “etológico”.

2. Imperio como espacio de acción del Imperator. Es una idea territorial, que puede ampliarse a otros conceptos, como el comercial. Cuando los historiadores de la Roma antigua hablan de “fronteras naturales del Imperio” usan este concepto como espacial-antropológico, como antecedente de conceptos geopolíticos.

3. Imperio como sistema de estados subordinados a un Estado Hegemónico (diapolítico). El antiguo bloque comunista liderado por la URSS sería un buen ejemplo. En los dos límites de esta idea encontramos el Imperio Depredador, que degrada a los estados subordinados a simples colonias, sin ninguna idea de integración en un proyecto común (Imperio Británico, Imperio Holandés), y el Imperio Unitario, en que los estados subordinados desaparecen y se funden en un Estado Único.

4. Imperio como idea trans-política. Cuando la relación entre el Estado hegemónico y los estados subordinados adquiere una dimensión trascendente, teológica o ideológica, con la co-determinación de los estados subordinados. Esta idea de Imperio necesita alguna tipo de “Iglesia”. El bloque comunista podría ser otra vez un ejemplo, pero atendiendo a la dimensión “trascendente” de realizar la Revolución Mundial, donde la Internacional Comunista (integrada por los partidos comunistas liderados por el Partico Comunista de la Unión Soviética) actuaría como “Iglesia”. El Imperio Hispánico podría ser otro ejemplo, como brazo de la Iglesia Católica para extender el catolicismo a todo el mundo.

5. Imperio como idea filosófica. Bueno compara esta idea con la teoría física del “gas ideal” o “gas perfecto”: no existe en la realidad, pero sirve como instrumento gnoseológico para estudiar los gases reales. Así nos dice que todo imperio trans-político tiende a la universalidad, pero que esta nunca puede llegar a realizarse, pues el Imperio, como toda sociedad política, existe por oposición a otras sociedades políticas. Si un Imperio llegara a ser universal (es decir, si desaparecieran los otros imperios) se desintegraría y desaparecería.

El interés de Bueno se centra en la idea trans-política y en la idea filosófica de Imperio, y en su relación con los conceptos de Género Humano y de Historia Universal{23}. Así, cuando se sustantiviza al Género Humano como una realidad dada desde el principio de la Historia (confundiéndolo como la especie humana como concepto biológico-taxonómico), entonces la Historia Universal se concibe como un despliegue (en acto o “para sí”) de este Género Humano ya dado.

Bueno rechaza esta interpretación, en cualquiera de sus versiones, calificándola de “metafísica”, y afirma que la Historia Universal es la Historia de los Imperios Universales{24}, y que estos Imperios se definen en función de un Género Humano que no está dado previamente, sino que va a construirse en función de los planes y programas de estos Imperios. De esta forma la Historia Universal deja de ser un proyecto metafísico, para convertirse en un proyecto práctico positivo.

Así por ejemplo el Imperio Hispánico aspiraba a la universalidad (católico significa universal) y a la construcción del Género Humano en función de los planes y programas del catolicismo hispánico. Sin embargo nunca llegó a ser realmente universal, ni su modelo de humanidad llegó nunca a abarcar a todo el Género Humano, entre otras cosas porque chocó en su desarrollo con otros imperios: el Imperio diapolítico depredador británico, y el Imperio trans-político islámico, representado por Turquía.

Nos encontramos, según Bueno, con una dialéctica de la parte y el todo{25}, donde la parte es el Imperio, y el todo el Género Humano. Un Género Humano que no podrá estar dado previamente al proyecto de esos Imperios, que pretenden precisamente definirlo y construirlo. Puesto que las partes del todo son siempre múltiples, es decir, puesto que los proyectos de la Historia Universal (los Imperios) carecen de unicidad, la Historia Universal tomará necesariamente la forma de la exposición del conflicto incesante entre los diversos Imperios, que se disputan la definición efectiva y real del Género Humano.

Notas

{1} Bueno, G. (2003) El mito de la Izquierda. Las izquierdas y la derecha, Barcelona, Ediciones B. p. 300

{2} Charles Maurras definió la Nación como “tierra de los muertos”, y Enric Prat de la Riba, teórico del nacionalismo catalán con raíces tradicionalistas, definió la Patria Catalana como “la terra on están enterrats els nostres pares i on estarán enterrats els nostres fills” (la tierra donde están enterrados nuestros padres y donde estarán enterrados nuestros hijos)

{3} Bueno, G. (2010) El fundamentalismo democrático. La democracia española a examen, Madrid, Editorial Planeta, pp. 149-151

{4} Durante la Segunda Guerra Mundial, ante la invasión alemana, Stalin hizo un llamamiento a todos los rusos, no a defender el socialismo ni al internacionalismo proletario, sino a defender a la Patria Rusa. Muchos rusos anticomunistas respondieron al llamamiento. En Rusia a la Segunda Guerra Mundial la llaman la II Gran Guerra Patriótica, siendo la I Gran Guerra Patriótica la que libraron contra Napoleón.

{5} El fundamentalismo democrático, p. 150.

{6} Idem, p. 151.

{7} Bueno, G. (1999) España frente a Europa, Barcelona, Alba Editorial, p. 86.

{8} Ídem, p. 95.

{9} En términos políticos preferimos usar el término “pueblos hispánicos”.

{10} Bueno, obra citada, p. 104.

{11} Castro, A. (1965) Los españoles: como llegaron a serlo. Madrid, Editorial Taurus.

{12} Esta misma idea romántica la encontramos en las naciones fraccionarias, en los movimientos separatistas como el vasco y el catalán, que hablan de “nación oprimida” que solamente podrá liberarse con un Estado propio.

{13} Bueno, obra citada, p. 108.

{14} Lain Entralgo, P. (1941) Los valores morales del nacional-sindicalismo. Madrid, Editora Nacional, p. 20. Weill, G. (1961) La Europa del siglo XIX y la idea de nacionalidad. México, Ed. UTEA, p. 2.

{15} Obra citada, p. 112.

{16} Obra citada, p. 133.

{17} Hay que matizar que las ideas, y la praxis política de Riba estaban muy alejadas del actual separatismo catalán, pero en este punto es un referente importante

{18} Prat de la Riba, E. (1978) La Nacionalitat catalana. Barcelona, Ed. 62, p. 87.

{19} Los supuestos paisos catalans, es decir, lugares donde se habla catalán y sus variantes (o lenguas hermanas), valenciano y mallorquín, lo son por haber pertenecido a la Corona de Aragón, con la excepción del propio Aragón, donde el aragonés (variante del catalán o lengua hermana) prácticamente se ha perdido.

{20} Bueno, obra citada, p.137.

{21} Obra citada, p. 139.

{22} Obra citada, p.180

{23} Obra citada, pp. 208-209

{24} Idem p. 209.

{25} Idem, p. 210.

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