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El Catoblepas

El Catoblepas · número 178 · invierno 2017 · página 9
Artículos

La Historia del historiador

Sergio Fernández Riquelme

Reinhart Koselleck y los conceptos en el tiempo

Reinhart Koselleck

”He de advertir que, como Historiador, no soy capaz de realizar afirmaciones fundamentadas física o biológicamente.
Me muevo más bien en el ámbito de las metáforas” (Koselleck, 2001)

Introducción

El historiador narra la Historia de los vivos y de los muertos, de las personas y sus comunidades en las experiencias pasadas que les hicieron de una manera y no de otra; en las posibilidades que tuvieron, para hacer y deshacer, que aprovecharon o desaprovecharon en su presente hecho pretérito a cada segundo; y en las expectativas que proyectaron para su futuro, como meta a alcanzar o miedo que paralizaba. Pero el historiador también narra su propia vida, su Historia personal y profesional, desde las ideas y valores que asumió o rechazó en su método de reconstrucción historiográfica, siempre en relación a esas vidas y a esas muertes a las que pretende dar luz.

La Historia del historiador Reinhart Koselleck [1923-2006] nos habla de los conceptos. Los conceptos que las sociedades humanas crean culturalmente y usan lingüísticamente, y que se mantienen o mutan, para explicar la realidad en la que viven y en la que vivirán. Por ello, su concepción científica de la disciplina se basó en el paradigma de la Begriffsgeschichte (Historia de los conceptos), el cual superaba la usual dicotomía “cambio y continuidad” en la interpretación de los procesos históricos, integrando el análisis diacrónico y sincrónico al usar “una técnica o un arte, un arte histórico que consiste en entrelazar series de acontecimientos en el largo plazo, a través del descubrimiento de estructuras repetitivas”:

«El historiador está obligado a ocuparse de esas analogías, porque si sólo miramos los acontecimientos singulares como eventos radicalmente únicos, particulares, no podremos llegar a explicarlos. No podremos explicar por qué algo fracasa. Cualquier explicación, incluso relativa a un hecho singular, depende de cursos de acción, de secuencias de acontecimientos...» (Fernández y Fuentes, 2006).

Los conceptos eran para Koselleck un producto siempre del “tiempo histórico” al que a cada uno le ha tocado vivir, el cual nos explicaba la relación entre el cambio siempre amenazante y la continuidad no siempre advertida. Por ello, dichos conceptos históricos permitían abordar, en primer lugar, la “comprensión histórica”, entre la crisis y la permanencia, de hechos del pasado siempre anacrónicamente presentes y siempre posibilidad de futuro. La aparentemente apocalíptica Segunda Guerra mundial, donde Koselleck sufrió en primera persona los horrores de la misma en toda su crudeza, le llevó a abordar, primero desde el realismo político de Carl Schmitt y segundo desde la hermenéutica de su profesor Hans-Georg Gadamer (llevando la interpretación de los conceptos de la filosofía a la historia), una interpretación historiográfica singular que buscaba en el lenguaje y sus representaciones aquello que muta y aquello que sobrevive en el recorrido temporal de las construcciones conceptuales, siempre conectado con la vida cotidiana de los seres humanos.

En segundo lugar, la Historia de los conceptos de Koselleck buscaba en ellos la condición de “la posibilidad de la Historia” como ciencia, desde la reconstrucción lingüística de los acontecimientos y experiencias humanas; por ello “la historia de los conceptos es una tarea estrictamente historiográfica: se ocupa de la historia de la formación de conceptos, de su utilización y de sus cambios”. Conceptos que daban sentido a la vida de las personas y que se transformaban con el tiempo, y que se expresaban tanto lingüística como extralingüísticamente de manera también cambiante en sus dimensiones social y política. Por ello, este paradigma resultaba un instrumento metodológico imprescindible para la Sozialgeschichte (Historia social): escribir la Historia analizado los mecanismos temporales del cambio conceptual, a partir de dos grandes ingredientes: las experiencias vividas proyectadas en el devenir (el “pasado presente”) y las expectativas creadas a partir de las lecciones aprendidas (el “futuro pasado”) (Koselleck, 1993: 121).

La Historia como ciencia descubría, reconstruía, representaba, relataba e interpretaba los fragmentos existentes, y al alcance de la mano, sobre los hechos del pasado desde las fuentes discursivas (lingüísticas y extralingüísticas); y el historiador accedía o recreaba los mismos como “representaciones” del accionar humano, de un pasado actualizado en el presente y condicionante en el futuro, que unía en proyectos y fracasos a generaciones propias y ajenas:

«Ciertamente el historiador no cuenta solo historias. Éstas deben haber acaecido como las cuenta. Pero entonces es preciso plantearnos las cuestiones siguientes: ¿qué nos importan todas esas historias suyas? ¿Por qué tanto esfuerzo por preservar e investigar? Ciertamente no para encumbrarse al dominio de la suerte del hombre, de modo análogo a como el estudio de la naturaleza posibilita un dominio de los fenómenos naturales o encamina a su utilización para fines humanos. Ni tampoco para aprender de la historia a ser más inteligentes (klüger). Jacob Burkhardt tenía razón: la historia y el conocimiento histórico no pueden ayudarnos a ser más inteligentes, sino a ser sabios (weise) para siempre ¿Por qué nos encadenan las historias? Existe solo la respuesta “hermenéutica” a esta pregunta: porque nos reconocemos en lo otro, en lo otro de los hombres, en lo otro del acontecer» (Koselleck y Gadamer, 1997,105-106.)

Lo hecho y lo soñado, el pasado y el futuro, la experiencia y la expectativa, los vivos y los muertos. La Histórica de Koselleck (Historik) trasciende la biografía y la obra, como teoría reflexiva del tiempo histórico y como posibilidad de historias, desde los discursos que proporcionan las fuentes, del lenguaje humano en su contexto y de los conceptos que permiten la abstracción de la realidad pasada. La Historia del historiador, una vida y una teoría, ya que “para crear una obra histórica se necesita tanto experiencia como método” (Koselleck, 2001).

1. La vida del Historiador

Reinhart Koselleck nació en la pequeña villa alemana de Görlitz (Baja Silesia, muy cerca de la frontera polaca) en 1923, hijo del profesor y nacionalista Arno Koselleck. Con 18 años sirvió en la Wehrmacht durante la Segunda guerra mundial, siendo capturado tras el avance soviético en el frente de Moravia en 1945, y deportado durante 15 meses en el campo de prisioneros de Karaganda, en la inmensa estepa de Kazajistán. Durante esta dura época concibió, según su testimonio, la noción de “comprensión histórica” sobre los conceptos (como ideología y progreso, crisis y conflicto) que tanto marcaría su posterior desarrollo intelectual.

Ingresó en 1947 en la Universidad de Heidelberg, donde se formó, sucesivamente, en Historia, Filosofía, Derecho Constitucional y Sociología (incluida una estancia en la inglesa Bristol). Influido por el magisterio de Martin Heidegger y Carl Schmitt, defendió su Tesis doctoral sobre Crítica y Crisis: un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués (1954); si bien centrada en la historia de una Prusia expansionista “entre la Reforma y la Revolución” en los siglos XVII y XIX (en los planos administrativo, social y político del reino de la dinastía Hohenzollern), analizaba de manera pionera la dialéctica entre la vieja comunidad aristocrática y artesanal (Gemeinschaft) y la emergente sociedad capitalista e industrializada (Gesellschaft) en la eclosión de la Modernidad. Especialmente notable, como reconoció, resultó la influencia del realismo político de Carl Schmitt en la construcción de su explicación de la “crisis de la modernidad”, advertida también por Jürgen Habermas en una crítica sobre su Tesis publicada, a la que acusaba de una excesiva orientación conservadora: “Immerhin sind wir dankbar zu erfahren, wie Carl Schmitt die Lage beurteilt” (Habermas, 1960).

Tal fue la influencia del jurista de Estado alemán, hasta el punto que llegó a señalar que “de todos mis maestros -Gadamer, Conze, Lövith, Kuhn, Heidegger- Schmitt fue el más importante”. Gracias a la mediación del sociólogo Alfred Weber, entró en contacto con Schmitt, siendo de enorme influencia de su libro Ex Captivitate Salus (1950), donde encontró una tesis que siempre le guió: la Historia extraordinaria no la escriben los “vencedores” sino los “vencidos”. Inicial óptica historiográfica marcada, pues, por ese polémico “concepto de lo político” schmittiano, donde la dialéctica amigo-enemigo, con su carga de heroísmo y tragedia, se conectaba directamente con su experiencia en la gran derrota alemana de 1945 y su cautiverio soviético (Olsen, 2011: 198-200).

Entre 1954 y 1956 fue profesor asistente en la Universidad de Bristol y en la de Heidelberg, participando como colaborador hasta 1965 en el Arbeitskreis für moderne Socialgeschichte y en el grupo de investigación Poetik und Hermeneutik desde 1963. Tras ser habilitado como Professor en 1966, ejerció docencia de ciencia política en la Ruhr-Universität Bochum y de Historia contemporánea en Heildelberg. Tras colaborar en la fundación de la Universidad de Bielefeld, ocupó la Cátedra de teoría de la Historia desde 1968, y creó el afamado Centro para la Investigación Interdisciplinar. Desde él, junto a Otto Brunner y Werner Conze coeditó la monumental y enciclopédica Geschichtliche Grundbegriffe (Conceptos Básicos en la Historia: Un Diccionario Histórico del lenguaje político-social en Alemania) entre 1972 y 1997. En ella se construía, a partir de las enseñanzas del filósofo de la hermenéutica Hans-Georg Gadamer, el edificio teórico de la Historia conceptual (Begriffsgeschichte) sobre la hipótesis del “tiempo histórico” (que da sentido a las creaciones lingüísticas) especialmente desde el Sattelzeit de la Modernidad (1750-1850). Una especialidad historiográfica (su Historik) basada en la interrelación entre Historia y Lenguaje, continuada por Hans Erich Bödeker, Lucien Hölscher o Carsten Dutt (Chignola, 2007).

Convertido en uno de los más reconocidos historiadores del siglo XX, fue profesor visitante en la Universidad de Chicago y en la Columbia University, y miembro de la Academia alemana de lengua y poesía (1980) y del Wissenschaftskollegs de Berlín (1987). Recibió en 1993 la prestigiosa Medalla de honor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, y en 1999 el Sigmund-Freud-Preis für wissenschaftliche Prosa. En sus últimos años impulsó un grupo de investigación sobre los Monumentos funerarios e imágenes de la muerte, entre arte y política, y fue reconocido como profesor emérito por la Universidad de Bielefeld hasta su muerte. Como señalaban Juan Fernández Sebastián y Juan Francisco Fuentes (2010:1)

«No sólo estamos ante uno de los historiadores más importantes del último medio siglo, sino ante un eminente teórico que, a lo largo de su dilatada obra, ha escudriñado todos los recovecos del concepto de la historia: la historia como sucesión de acontecimientos, la historia como actividad intelectual, la historia como experiencia existencial y como dimensión ineludible, constitutiva de la modernidad.»

2. El concepto del historiador

Todo parte de un concepto; un concepto que da contenido a las palabras, al lenguaje que permite la relación existencial entre el ser humano y el mundo en el que habita. Con él define aquello que le rodea y aquello que crea, transmite sus vivencias y sus ideas, y se relaciona con lo humano y con lo espiritual. Solo por medio del lenguaje tenemos acceso a los eventos del pasado, nos enseñó Koselleck (Sánchez-Prieto, 2012).

Y todo lenguaje (escrito y digital, visual y artístico), contiene y expresa en sus palabras un concepto, como red de significados que permiten la cultura socializadora individual y colectiva. Este punto de partida lo encontró en Ferdinand de Saussure y su obra Cours de linguistique Generale (1916) con su definición del “signo” como la interrelación asociación de la imagen acústica (significante) y el concepto (significación).

Para Koselleck, en cada concepto están siempre ligados “el significante y lo significado”. Desde su realidad polisémica (como la palabra) contiene y relaciona un “pluralidad de significados”, con un sentido histórico político-social. E integrando las perspectivas sincrónica y diacrónica (a diferencia de la palabra) permite entender la relación entre “las viejas estructuras y los nuevos significados” en las experiencias y expectativas que se entrelazan en el pasado hecho presente y proyectado en el futuro (Koselleck, 2009).

Las palabras cambian, su significado muta, y la realidad histórica se explica de diferentes maneras por cada generación. Por ello estudiar los conceptos es comprender la vida política y social de los hombres en el tiempo histórico. “El método de la historia de los conceptos rompe con el viejo círculo ingenuo que va de la palabra a la cosa y viceversa”, señalaba Koselleck;en primer lugar reconociendo esa”multiplicidad” de significados de una palabra en sus modificaciones en el tiempo y en su utilización en el discurso político-social, y en segundo lugar, la evolución de significado del mismo concepto en su sincronía discursiva, en su “encadenamiento en el tiempo” (Koselleck, 1993: 127-128).

«Toda historiografía se mueve en dos niveles: por un lado, en el análisis de hechos expresados en documentos históricos y, por el otro, en la reconstrucción de hechos que no están presentes en los documentos históricos más que con la ayuda de ciertos métodos e índices edificados posteriormente» (Koselleck, 1993: 138-139.)

De esta manera, tres son los grandes apartados de su gran obra historiográfica, de su Historia de los conceptos (una fuente, un contexto y una organización) que centramos en los principales trabajos: el lenguaje histórico (en Crítica y crisis. Un estudio sobre la patogénesis del mundo burgués, 1959), el tiempo histórico (en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, 1979), y la estructura histórica (en Los estratos del tiempo. Estudios sobre la Historia, 2000).

2.1. El lenguaje histórico: de la Crisis al cambio

La modernidad cambió el mundo [1750-1850]. Este concepto, el Sattelzeit contemporáneo representó “la utopía iluminada” de la emergente burguesía que, siguiendo a Carl Schmitt, tras las Guerras de religión en la Europa de la Reforma, pretendió eliminar las bases político-sociales del Estado absoluto, del Leviatán de Hobbes. En su Tesis doctoral (publicada en 1959) narró el inicio del proceso de “despolitización” ilustrada del viejo continente, que convertía “lo moral”, antes asunto privado, en tema de interés público, en la clave de la nueva Sociedad (Gesellschaft). Se dejaba a tras la pretensión del Estado hobbesiano, que impedía, como poder superior y neutral, que la conciencia moral jugara un papel en la toma de decisiones políticas, bajo el monopolio de la violencia legítima (seguridad) y el control del orden (obediencia).

Este “nuevo tiempo histórico” nacía entre 1750 y 1850; un periodo donde se produjo la eclosión de una serie de conceptos políticos y sociales que conformaron la Modernidad como “nuevo horizonte de expectativas”. Este es el eje fundamental de la Geschichtliche Grundbegriffe de Koselleck, el Sattelzeit donde el “antiguo concepto del tiempo fue desarticulado”; el tiempo histórico natural, repetible y estático (de naturaleza aristotélica y ascendiente aristocrático) daba paso a un tiempo artificial, construido política e ideológicamente, donde las viejas palabras democracia, libertad o Estado adquirieron un significado novedoso. El “lenguaje histórico”, determinado por el concepto de “progreso” ilimitado y permanente, mutaba tanto para los protagonistas de dicha generación, como para el historiador encargado de narrar este episodio (Cheirif, (2014).

Y el liberalismo, la encarnación de dicho progreso, la gran creación moderna con la llamada “República de las Letras” (bajo dominación “no-política” de las sociedades secretas burguesas, como los Masones), perpetuó ese lenguaje progresista para el actor y el narrador, haciendo de la vida privada y su valoración moral la clave de la organización comunitaria, al más puro estilo calvinista (Galindo, 2009). El advenimiento de “la sociedad” liberal se oponía, pues, a “la política” tradicional, desde una nueva legitimidad de la “crítica” y la “utopía” que permitía cambiar todo lo heredado, especialmente los valores fundamentales de naciones como la Prusia histórica (núcleo central de su Tesis). La ideología sustituía al realismo, el moralismo a las instituciones, la Sociedad a la Comunidad, la antipolítica a la política, y los utópicos a los estadistas (Koselleck, 2007). Proceso histórico que comenzó, para Koselleck, en la “hipócrita” Ilustración alemana del Siglo XVIII, y que culminó, como lo vivió en primera persona, en el “trágico” conflicto ideológico del siglo XX: de los totalitarismos a la Guerra fría.

2.2. El tiempo histórico: un Futuro siempre pasado

Así nacía la Historia de los conceptos de Koselleck. Cada concepto político-social, situado en el espacio y en tiempo, presentaba una “multiplicidad de significados” interrelacionados que constituía un “estado de cosas”, en un “contexto discursivo”, como “producto” de formulaciones lingüísticas articuladas en el pasado. Su flexibilidad dependía, en este sentido, de la capacidad para prevenir las modificaciones de los significados de las palabras de manera paralela a las transformaciones del estado de cosas (Koselleck, 1997).

La Historia de Koselleck era, por tanto, una “crítica de fuentes”, de lo concebido y dicho por los protagonistas en cada época y en cada discurso; una investigación de lo conceptual presente hechos históricos de impacto actual, como “anacronismos”, que siempre resultaban ser un “futuro pasado”, ya que el presente en el futuro sería el pasado (Koselleck, 1993: 143-144).

De esta manera, todo concepto del pasado en sus múltiples significados tiene que ser comprendido en función de los conceptos del presente, si las palabras que los acogen sobreviven a día de hoy; distingüendo, para ello, entre los conceptos de que se dieron en las sociedades del pasado como tradición (cuyo sentido persiste parcialmente y cuyo alcance teórico se puede verificar de manera empírica todavía), evolución (cuyo contenido se ha transformado esencialmente, pese a la persistencia del término, y los significados solo pueden ya comprenderse desde “un plan histórico”) o neologismo (de aparición no siempre espontánea) (Koselleck, 1993: 144-145).

Conceptos del pasado estudiados en el presente, pero en dos planos del curso de la acción humana: la “historia en curso” (In Actu) o “historia pasada” (Post-eventum). In Actu nos habla del momento preciso en que las cosas suceden, expresado en el lenguaje diario, en la comunicación lingüística cotidiana, en la representación continua de las experiencias vividas (pese a la permanente tensión con dominios “extra lingüísticos”, entre nuestras palabras y lo que percibimos). Post Eventum nos aporta la “totalización” de lo pretérito, de aquellos hechos lingüísticos que convierten el presente en pasado, la “historia en curso en historia pasada”, la Historia en el relato o narración como labor de un historiador profesional que une las palabras y las cosas, el lenguaje y los hechos en el discurso (Oncina, 2009).

El “futuro pasado”, como paradigma conceptual de la ciencia histórica, aúna ambos planos, distinguiendo entre lo propio del discurso y lo propio del hecho histórico, lo real de lo ficticio, lo realizado de lo simplemente escrito. El concepto, para Koselleck, integra la sincronía y la diacronía, el presente permanente y tiempo congelado. Toda historia puede ser definida, así, como un “presente permanente” en el cual están contenidos, de manera entrelazada, “el pasado y el futuro”. La Historia conceptual admite, por la relación mutua entre el lenguaje y la realidad, tanto la perspectiva sincrónica (los hechos concebidos en su “actualidad” y los conceptos que surgen), como la perspectiva diacrónica (conceptos que nacen de transformaciones lingüísticas y sociales) (Koselleck, 1993: 146-149).

Los conceptos dependen, pues, del “tiempo”. Es la parte esencial de la Historia como ciencia; no sólo desde un punto físico-biológico (cronología), sino como “la experiencia vivida y expresada por los hombres en el cambio de generaciones”. Por ello, y tal como argumentaba Reinhart Koselleck, la teoría de la ciencia de la historia necesita aclarar cuál es ese “tiempo histórico”, concreto y específico, que nos transmite las fuentes del pasado. Toda investigación comprometida con las circunstancias históricas debe determinar este tiempo en dos planos:

a) La exacta datación cronológica, para ordenar y narrar los hechos (presuposición), utilizando la ciencia auxiliar de la cronología del tiempo natural y biológico.

b) La determinación del propio tiempo histórico (contenido), estableciendo los presupuestos naturales de nuestra división del tiempo en relación con la historia (Koselleck, 1993: 12-13).

Así, para el historiador germano este “tiempo histórico” específico aparece como el “destino de la vida pasada”, como “los hechos donde atisbamos los conflictos reunidos en una sucesión de generaciones”; es decir, en el solapamiento de experiencias pasadas y perspectivas de futuro. El concepto histórico de tiempo se encuentra, de esta manera, vinculado a unidades políticas y sociales en acción, a hombres que actúan con determinados modos de realización y ritmos temporales propios (Koselleck, 1993: 14). De esta manera, nos encontramos con un “tiempo variable”, quizás con “muchos tiempos históricos”, dependiendo de las diferentes medidas del mismo según el objeto histórico (Armas, 2008).

La clave de este tiempo se encuentra para Koselleck en “la relación entre pasado y futuro”; más en concreto, en el análisis de la elaboración de experiencias del pasado en una situación concreta, y su concreción como “esperanzas, pronósticos y expectativas” discutidas en el futuro: las dimensiones temporales del pasado y del futuro se remiten unas a otras. Esta es la “hipótesis del tiempo histórico”: la determinación de la diferencias entre el pasado y el futuro, entre la experiencia y la expectativa; un determinado modo de asimilar la experiencia, coordinando la historia y el futuro (Koselleck, 1993: 14-17).

La Modernidad, como hemos visto (Sattelzeit), supone un ejemplo concreto de esta noción de “tiempo histórico”. Esta idea muestra la experimentación del propio tiempo como “siempre nuevo”, como moderno; hecho que supone que el reto del pasado se ha hecho mayor, que se pregunta por el presente correspondiente, y sobre su futuro ya pasado (Supelano-Gross, 2010). Unir el presente y del pasado, englobados en un “horizonte histórico común” es el fin del trabajo del historiador; con ello identificaremos las experiencias históricas a través de los símbolos y del lenguaje, tanto propios de cada época, como los utilizados por los propios historiadores para reconstruir y comprender el tiempo pretérito, nuestro pasado y nuestro devenir (Koselleck, 1993: 18-19).

El tiempo histórico (“la temporalidad de la historia”) se encuentra condicionado, así, por la vinculación entre el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas. Un hecho histórico, una experiencia concreta abre siempre en el presente un nuevo horizonte de expectativas, que condiciona en el futuro las decisiones. Pero el tiempo nuevo, la citada Modernidad (Neuzeit), como señalaba Koselleck, produjo, con su eclosión en 1750, un mundo que pretendía cumplir las expectativas sin referencia a la experiencia:

«La época moderna va aumentando progresivamente la diferencia entre experiencia y expectativa o, más exactamente, que solo se puede concebir la modernidad como un tiempo nuevo desde que las expectativas se han ido alejando cada vez más de las experiencias vividas» (Koselleck, 1993: 339-342.)

Los conceptos históricos son los que han sido articulados lingüísticamente en el pasado y los hechos del pasado solo existen si han sido formulados en el pasado en términos conceptuales. Y dependen siempre de una doble categoría antropológica, que son la condición de posibilidad de toda historia posible: el espacio de experiencia y el horizonte de expectativas. Permiten la ciencia de la Historia, al combinar la experiencia de la vida y la posibilidad de proyección, pronosticar los cambios y atisbar la estabilidad en el largo plazo (Romero, 2008).

No hay expectativa sin experiencia” y viceversa, enseñaba Koselleck. Experiencia o “lo que aprendimos”; la memoria de lo vivido en el pasado (como “totalización”) en un “pasado hecho presente”, como acumulación de vivencias pasadas, de aprendizajes pretéritos que se modifican entre sí, determinado el comportamiento presente y guiando la expectación futura. Expectativa o “lo que esperamos”; la posibilidad heredada del pasado, los sueños que se pueden o no cumplir en un “futuro hecho pasado”, en un horizonte siempre cambiante que se abre a partir de la lección de la experiencia o de la falta de ella. Una realidad estructural de la Historia, que entrecruza siempre el pasado y el futuro (Koselleck, 1993: 352-354).

El ejemplo ya lo vimos. La Revolución francesa institucionalizó esta nueva “estructura del tiempo”: de una comunidad jerárquica, rural y artesanal, donde el orden del tiempo giraba alrededor de los ciclos de la naturaleza y la vida cotidiana determinaba las expectativas en función las experiencias del pasado (de la sabiduría de los ancestros, de la tradición religiosa, del ciclo de la naturaleza), se pasó a una sociedad capitalista, ilustrada e individualista, gestada entre el Renacimiento y la Reforma protestante, que en el siglo XVIII edificó un nuevo horizonte de expectativas sobre un concepto central: “el progreso”. Progressus como primer concepto histórico que, para Koselleck, sancionaba la “diferencia temporal entre la experiencia y la expectativa”; el horizonte humano ya no se refería a la experiencia acumulada, sino al proceso de perfeccionamiento técnico irresistible; y por ello el pasado era siempre contemporáneo, el “pasado presente” (la construcción del anacronismo). Por ello la Historia (Geschichte) ya no era la “maestra de la vida” (Magistra vitae) sino historia total o “totalidad abierta hacia un futuro progresivo”, ante las modificaciones, la aceleración del impacto del progreso político-social y técnico-científico (Koselleck, 1993: 354-356).

2.3. La estructura histórica. Los estratos del tiempo

Finalmente, toda Historia tiene una estructura. “Los estratos del tiempo” son la metáfora que Koselleck toma, de la temporalizada historia naturalis, para explicar los diferentes niveles temporales del desarrollo de las estructuras político-sociales, donde se desarrollan los acontecimientos humanos o se averiguan los presupuestos de larga duración; donde se acumulan las experiencias de las individuos y generaciones. Ni Historia lineal (como hilo temporal) ni circular (como algo recurrente), sino tiempos históricos con diferentes estratos que se remiten los unos a los otros, ya que como enseñó Herder “todo ser vivo tiene su propio tiempo y lleva en sí mismo la medida del tiempo”. Porque la Historia es un Informe sobre esa “experiencia”, sobre la vida como descubrimiento, y de la reflexión sobre el mismo surge “la Historia como ciencia”.

La teoría de los estratos del tiempo permite estudiar los diferentes tiempos de cambio sin caer en la ficticia distinción entre lo lineal y lo circular. En este sentido, los “hallazgos de la experiencia” se pueden descifrar, para Koselleck (2001: 12-15), en tres estratos: irreversibilidad (eclosión de hechos de naturaleza única); repetibilidad (continuidad de estructuras formales y recurrentes); y la simultaneidad de lo anacrónico (clasificación diferenciada de procesos ordenados cronológicamente).

• En primer lugar la “unicidad” irreversible del tiempo en los procesos históricos. Cada uno vivimos los acontecimientos como únicos e irreversibles, cada sociedad considera su historia como una sucesión de acciones especiales (victorias y derrotas, descubrimientos y fracasos), y cada historiador tematiza los ámbitos en función de fechas relevantes: 1492, 1789, 1989, 2000.

• Pero esta sucesión de cambios, en la que se basa la noción de progreso, convive siempre con la sucesión de “continuidades” repetibles (amigo-enemigo, padres-hijos). Estructuras de repetición, acciones cotidianas de la labor humana, procesos recurrentes y planificados (desde los horarios a los usos y costumbres) que permiten que ocurran los acontecimientos únicos y transformadores o se modifican a sí mismos (en diferentes velocidades). Y esta relación se manifiesta en el lenguaje (como en la justicia o la misma teología): “para que un acto único del habla sea comprensible, todo el patrimonio lingüístico ha de permanecer a disposición como algo dado. Los actos únicos del habla se apoyan por tanto en la recurrencia del lenguaje, que es actualizado una y otra vez en el acto de hablar y que se modifica a si mismo lentamente, también cuando irrumpe en el lenguaje algo completamente nuevo”

• Hechos únicos y continuos, a la vez, de la mano de la clasificación cronológica y natural. El pasado es siempre “anacrónico” a ojos del presente, y el tiempo es para el progreso la superación de viejos ideales desfasados; pero el estrato de “la simultaneidad de lo anacrónico”, de lo trascendente, demuestra la misma génesis temporal de propuestas diferentes, el encuentro de generaciones distintas en ciertos temas y la coincidencia de tiempos supuestamente contrarios en el presente (Koselleck, 2001: 11-14).

Estratos que permiten, pues, estudiar un acontecimiento donde se conecta el cambio y la continuidad, el pasado (anacrónico) y el futuro (moderno). Una comunidad puede aceptar una novedad políticamente pero rechazarla económica o culturalmente; una novedad conlleva siempre tanto una experiencia como una expectativa, entre lo que pensábamos que iba a pasar y lo que realmente ha pasado, entre ser previsible o la capacidad de sorpresa, entre “esto lo podía saber antes” o “se veía venir”. Y ante ello ni mera resistencia a las sorpresas ni exclusiva repetición de experiencia: una “unicidad” que debe remitir a la experiencia posible de cada convivencia generacional, o disposiciones político-sociales más o menos comunes a través de su comunicación recíproca (Koselleck, 2001: 13-14).

Y junto al siempre atractivo estrato de las “experiencias únicas”, existe el estrato de las “experiencias trascendentes”. Posibilidades culturales de repetición, que superan la experiencia de una generación biológica: “verdades religiosas o metafísicas que se apoyan en expresiones básicas, que son modificadas una y otra vez a lo largo de los siglos, y a las que los hombres pueden apelar (aunque no todos las compartan)”. Una serie de concepciones culturales o científicas del mundo que se repiten lentamente en el transcurso de las generaciones, que “rebasan los límites de las generaciones presentes”. El estrato crucial para Koselleck “ya que todas las unidades de experiencia necesitan de un mínimo de necesidad de trascendencia; sin ella no habría ninguna explicación última y sin ella no podría convertirse ninguna experiencia en ciencia” (Koselleck, 2001: 15-18).

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