El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 179 · primavera 2017 · página 12
Artículos

Juan Negrín López

José María García de Tuñón Aza

Semblanza del fisiólogo, político y presidente de la II República

Negrín

Anduvimos bastante tiempo antes de que el silencio se rompiese.
Fui yo quien le interpeló, seguro de que pasaba algo grave y normal:
—¿Qué? ¿Malas noticias de guerra? —¡Pero –me contestó desabridamente.
De nuevo se hizo el silencio, y esta vez fue él quien lo rompió–:
—Tengo necesidad de hablarle de algo que me angustia, pero necesito su promesa de silencio absoluto sobre lo que le voy a decir.
¡Han fusilado a José Antonio Primo de Rivera!

Son palabras de un diálogo de Mariano Ansó, alcalde de Pamplona en la II República, después ministro de Justicia con Juan Negrín, que mantuvo con este último. También añade que para quien llegó a ser presidente del Gobierno de España, «la ejecución de José Antonio era una gran derrota moral»{1}.

Juan Negrín López, parlamentario socialista, ministro de Hacienda y de Defensa en la Guerra Civil y, finalmente, último jefe de Gobierno de la II República, era hijo de Juan Negrín Cabrera y María de los Dolores López, matrimonio de buena posición. Nació en Las Palmas el 3 de febrero de 1892. Hizo sus primero estudios en una escuela de la Iglesia. El bachiller lo estudió en el Instituto de Tenerife donde obtuvo, en todos los cursos, las máximas calificaciones. Para estudiar medicina, y al mismo tiempo, aprendiera algún idioma, su padre lo envió a la Universidad alemana de Kiel donde tuvo que hacer un gran esfuerzo pues no dominaba el idioma; aunque también llegó a estudiar inglés y francés. Como profesionalmente siempre le interesó la investigación, los catedráticos de Kiel le recomendaron se matriculara en el Instituto Carl Fisch en la Universidad alemana de Leipzig, para especializarse en fisiología, la ciencia que estudia las funciones de los seres vivos

En 1912 acaba los estudios. Dado sus buenas notas, obtiene trabajo ese mismo año como ayudante de laboratorio. A la vez escribe artículos científicos y traduce «al alemán, y para que fuera publicado, L’Anaphylaxie, un estudio de las reacciones alérgicas intensas y a veces fatales realizado por Charles Richet, el francés premio Nobel de Fisiología en 1913»{2}. En el Curso 1914/1915, con sólo 22 años, sustituye a un catedrático ausente, impartiendo clases de fisiología, en alemán. En esa época, conoció a una joven alemana María Fidelman Brodsky. Hija de un judío ucraniano que se había instalado en Alemania por los disturbios antijudíos que entonces eran frecuentes en la Rusia zarista. El 9 de febrero de 1914 celebraron la boda civil y el 21 de julio la católica, aunque ni el doctor ni su esposa eran católicos practicantes. El matrimonio tuvo cinco hijos. Los tres varones hicieron buenas carreras profesionales. Uno de ellos fue médico y los otros dos ingenieros. Sin embargo, las hijas fallecieron a muy corta edad.

No está muy claro el año que regresa a España. Se piensa que fue en 1917 pues un año después «apareció en la Gaceta de Madrid una real orden disponiendo que a don Juan Negrín López se le atendiera en su solicitud de examen a fin de convalidársele el título de licenciado en Medicina»{3} . La revalidación del título obtuvo la calificación de sobresaliente, en septiembre de 1919 y el título lo fue expedido meses más tarde. Después se presentaría para el examen de doctorado donde obtuvo la calificación de sobresaliente. Pero aquí no terminan sus estudios porque, el 4 de marzo de 1922, conseguía la cátedra de Fisiología de la Facultad de Medicina de la Universidad Central. El alumno predilecto de Ramón Cajal, después de conseguir la cátedra «empezó a ocupar el cargo de secretario de la Facultad de Medicina y abrió en la calle Serrano un laboratorio de análisis clínicos, pero no ejerció nunca la profesión de médico. Fundó con sus amigos Julio Álvarez del Vayo y Luis Araquistáin la editorial España, que publicaba, sobre todo, traducciones al español de obras que podrían llamarse de izquierdas»{4}

Por el laboratorio de fisiología, «desfilaron personalidades que, en su tiempo, adquirieron merecido relieve y hasta celebridad. Entre otros el malogrado poeta granadino Federico García Lorca, Daniel Vázquez Díaz, Eugenio Montes, Salvador Dalí, Rafael Alberto y Juan Ramón Jiménez»{5}. Todos los que trabajaban en ese laboratorio, Negrín a la cabeza, siempre estuvieron atentos a todas las investigaciones y publicaciones que afectaban a su ámbito, así como el conocimiento directo de las experiencias más importantes de todo lo que se producía en su entorno.

Su discípulo más importante fue el asturiano premio Nobel de Medicina 1959, Severo Ochoa que en el año 1935, cuando era doctor, y había hecho algunas contribuciones como investigador, fue invitado por Negrín a presentarse a la cátedra de Fisiología de la Universidad de Santiago de Compostela. Era aquél, en ese momento, presidente del tribunal. Al futuro premio Nobel, era reacio a esa oposición. Años más tarde en unas declaraciones que hizo al escritor Marino Gómez-Santos, recogidas después por varios medios, manifestó: «Negrín no diré que me forzó, pero su insistencia fue tal que decidí presentarme»{6}. Al final, el presidente del tribunal, debió tener una gran parte de responsabilidad en su defenestración, porque Ochoa, añade: « Negrín me obligó a hacer aquellas oposiciones que a mí no me interesaban sólo por darme en la cabeza porque me iba con Jiménez Díaz»{7}.

Sin embargo, a quien cree que Negrín dedicaba sus mejores energías al desarrollo de los alumnos con más talento. «Explicaciones prácticas acerca de fenómenos complejos, lo que a veces les ahorraba horas inestimables de lectura; insistencia en la importancia de las técnicas de laboratorio y el conocimiento de otras lenguas, para poder estar al corriente de los mejores trabajos que se hacían en Europa, Asia y América»{8}. Pero ello no quitaba para que algún fisiólogo acusara a Negrín de no ocuparse jamás de sus alumnos.

De su mujer se separó hacia el año 1926, aunque siguieron viviendo bajo el mismo techo para que ninguno perdiera el contacto con sus hijos. Cuando llegó la ley de la República en 1932, el matrimonio presentó una solicitud de separación de personas y bienes. En ese momento, Negrín ya llevaba algunos años con Feliciana López, socialista y mujer muy inteligente. Quedó huérfana muy joven teniendo que comenzar a trabajar como costurera, camarera y ama de llaves. Nunca llegarían a casarse ni a tener hijos, aunque vivieron y viajaron juntos, como marido y mujer de hecho.

Juan Negrín, según algunos historiadores, se afilió al PSOE en 1929. Sin embargo, otros dicen que no se definió políticamente hasta la llegada de la II República. También. han dicho de él que era un francmasón, pero nadie ha podido confirmarlo. El académico de la Real Academia de la Historia, José Antonio Vaca de Osma, ha dejado escrito que «los hombres más importantes de la zona republicana no eran masones, como Negrín…»{9}. Aunque el socialista Juan-Simeón Vidarte dice que «Nagrín, como buen masón, era profundamente tolerante». Y añade, refiriéndose al Diccionario Enciclopédico de la Masonería de Lorenzo Frau Abrines: «Según este diccionario ingresó en la Masonería en su madurez, en la época en que todas sus actividades y energías estaban al servicio de la República»{10}.

Negrín, antes de que se proclamara la República, sólo era una persona muy conocida en el ámbito universitario aunque es de sobra sabido su relación con los socialistas Luis Araquistáin y Julio Álvarez del Vayo. Tampoco parece muy posible que, de no haber habido ese estrecho lazo, el Partido Socialista lo metiera en su lista, como candidato de las islas Canarias, en las elecciones generales de España que se celebraron el 28 de junio de 1931, donde salió elegido dentro de una coalición formada por federalistas, radicales y socialistas. Fuera como fuese su entrada en política, según repitió varias veces, se afilió «al Partido Socialista porque su programa y actividades eras aquellos que, en su opinión, mejor podía ayudar a la modernización de España en la que había nacido»{11}. También fue miembro de las Cortes republicanas de los años 1933 y 1936. En medio de estos años estuvo al lado de los revolucionarios de octubre de 1934. Revolución a la que el filósofo Gustavo Bueno califico de «guerra preventiva», aunque a los que tienen esta opinión, o parecida, Madariaga, por ejemplo, opina parecido, los califican de «revisionistas».

El pronunciamiento del 18 de julio de 1936, llevó a Negrín a colaborar con el Frente Popular desde el primer día. Él se encontraba en Madrid y dicen que con su automóvil se acercaba a la Sierra de Guadarrama, llevando medicinas y otros suministros. Al mismo tiempo, otros reconocían que en la capital de España se producían oleadas de «paseos»: el asesinato de políticos, Melquiades Álvarez, por ejemplo, religiosos, falangistas, etc. era normal en el Madrid rojo. Pero quien así lo reconoce nunca dan la afiliación de los asesinos. Suelen decir que los asesinos eran unos «incontrolados». No suele ocurrir lo mismo cuando el asesinado era del otro lado. Todavía hace muy poco he leído que a Lorca lo mataron los falangistas y así sucesivamente. Ello llevó a Mercedes Formica a escribir: «cuando se lee una y otra vez. Vinieron los falangistas y fusilaron a mi marido, los falangistas se llevaron a mi hijo, ellos mataron a mi padre, entraban en los pueblos y se cargaban a los campesinos. ¿De dónde salieron tantas camisas azules», pregunta Mercedes Formica{12}.

En septiembre de 1936, Negrín es nombrado ministro de Hacienda en el Gobierno de Largo Caballero. Hay historiadores, las fuentes varían de unos a otros, que dicen que no compartía la decisión de crear un «Gobierno de socialistas y comunistas»{13} . Sin embargo, a pesar de ello, aceptó el ministerio que le ofrecieron. Y una vez nombrado el nuevo Gobierno es en ese momento cuando los soviéticos deciden aportar su propia ayuda. Al mes siguiente, un barco ruso atraca en Cartagena, con armamento y víveres. Es también el momento en que el Partido Comunista de España se le nota que va creciendo hasta tal punto de que los defensores del Frente Popular estaban muy agradecidos a los rusos y a la influencia que el nuevo curso de la guerra habían traído los comunistas españoles. Por su parte, Negrín, como ministro de Hacienda, sabía que esa ayuda había que pagarla. «Su idea era exportar a Rusia la mayor parte de las reservas de oro, que a continuación podrían ser hipotecadas o vendidas a los soviéticos; aunque lamentable, no es sorprendente que los soviéticos insistieran en la venta, a fin de proporcionar a la República los fondos que necesitaba para comprar armas a cualquier proveedor que estuviera dispuesto a vendérselas, en cualquier moneda»{14}. Cuando el oro llegó a Rusia, el recuento, por parte de los rusos, se hizo despacio, y, hasta finales del mes de enero siguiente, no se supo la composición exacta del cargamento. Después se ordenó la venta «de oro en Moscú por un total de 426 toneladas, recibiendo a cambio 245 millones de dólares, 41,5 millones de libras y 375 millones de francos franceses. Todo este contravalor se transfirió a París, excepto 131,6 millones de dólares que percibieron en el año 1937 los soviéticos como pago de suministros previos»{15}. O sea, así nos lo recuerda Indalecio Prieto, el suministro a los rusos no era de balde, sino que se pagó «a buen precio, sin regatear y a cuenta del oro que, anticipadamente le envió Negrín»{16}. A continuación, el histórico socialista añade que:

…el 25 de octubre de 1936 se embarcaron en Cartagena con destino a Rusia SIETE MIL OCHOCIENTAS CAJAS llenas de oro, amonedado y en barras, oro que constituía la mayor parte de las reservas del Banco de España.

Precisamente, el señor Negrín, como ministro de Hacienda, obtuvo el acuerdo del Gobierno y la firma del presidente de la República para un decreto autorizándole las medidas de seguridad que estimara indispensables en cuanto al oro del Banco de España. Como miembro de aquel Gobierno acepto la responsabilidad que me corresponde por el acuerdo, aunque ni los demás ministros ni yo conocimos el propósito perseguido. Ignoro si llegó a conocerlo el entonces jefe del Gobierno, Francisco Largo Caballero.

El embarque se verificó con gran misterio. Si yo me enteré fue por pura casualidad, a causa de haber llegado a Cartagena para asuntos –era yo ministro de Marina y Aire– cuando el embarque se efectuaba bajo la dirección de los señores Negrín y Méndez Aspe.

Cuatro empleados del Banco embarcaron en el buque que conducía el precioso cargamento. No se les dijo a dónde iban. Creyeron que desembarcaría en Port Vendres, Sete o Maersella y aparecieron… en Odesa. El 6 de noviembre llegaron con nuestro oro a Moscú. Y allí ocurrió algo que también merece ser narrado. Los funcionarios del Grosbank miraban y remiraban minutos enteros cada pieza y la pesaban y repesaban. Los empleados del Banco de España, acostumbrados a gran celeridad en operaciones semejantes, no se explicaban tamaña lentitud, por la cual se invirtieron varios meses en el recuento. Pero esta lentitud obedecía al deseo de justificar la permanencia en Rusia de quienes habían ido custodiando la mercancía. A toda costa se quería impedir su regreso a España para que no se divulgara el enorme envío de otro. Las familias de los viajeros se inquietaban por desconocer el paradero de éstos, y para calmar su intranquilidad se las embarcó también, sin decirles a dónde iban, y se las llevó a Rusia.

La entrega del oro, tan meticulosamente pesado y medido, había de concluir algún día, y concluyó. Los bancarios creyeron entonces que, terminada ya su misión, tornaría a España. Mas sus reclamaciones en ese sentido y ante nuestro embajador, don Marcelino Pascua, eran inútiles. No se les consentía salir; estaban confinados con sus familias en Rusia. Al cabo de dos años, cuando la guerra se extinguía, el encargado de Negocios, don Manuel Martínez Pedroso, logró romper el confinamiento. Pero a los cuatro bancarios no se les repatrió. En España podían hablar más de la cuenta. Y con objeto de evitarlo se les desparramó por el mundo: uno fue a dar con sus huesos a Buenos Aires, Otro a Estocolmo, otro a Washington, y, otro, aquí, a México. Al mismo tiempo desaparecían de la escena los altos funcionarios soviéticos que intervinieron en el asunto: el ministro de Hacienda, Grinko; el director del Grosbank, Marguliz; el subdirector, Cagan; el representante del Ministerio de Hacienda, en dicho establecimiento de crédito, Ivanoski; el nuevo director del Grosbank, Martinson… Todos cesaron en sus puestos, varios pasaron a prisión y Gronko fue fusilado.

Entretanto, una revista gráfica, La U.R.S.S. en Construcción, dedicaba un número especial al aumento de las existencias de oro en Rusia, atribuyéndolo al desarrollo de la explotación de los yacimientos aurífero de Rusia. Era el oro de España.{17}

En esos meses, la República tenía varios problemas y Negrín los sabía. Había que movilizar todos los recursos posibles y así, centralizar su control. Había que crear un ejército disciplinado y poner fin a tantos asesinatos para que los países democráticos, Gran Bretaña y Francia, por ejemplo, vieran que les interesaba ayudar a la República. Algo que nunca consiguió porque los asesinatos de gente inocente siguieron, como tenemos el ejemplo de las 283 religiosas, sin contar el número del clero secular y religiosos. Ello dio motivo, principalmente, a la publicación, firmada por casi todos los obispos españoles, de la Carta colectiva, concebida no como una tesis sino simplemente como una exposición de los acontecimientos que se desarrollaban dentro de nuestra Patria y de la que la Iglesia no era culpable, pero que tampoco podía permanecer indiferente en la lucha porque se lo impedía su doctrina y su espíritu. El contenido de la misma era bastante extenso y aunque gran parte de lo que en ella se exponía no era nuevo sino que ya venía exteriorizándose a través de la gran mayoría de los obispos españoles, no por ello dejó de tener una enorme difusión a la vez que aceptación por parte de los obispos de todo el mundo.

En mayo de 1937 Barcelona pasa graves problemas, muchos de ellos acompañados de gran violencia. Miembros de la CNT y la FAI ocuparon edificios claves. Por otro lado, los afiliados a POUM, partido marxista de intelectuales y sindicalistas, presionaban para colectivizar toda la economía. En el poder estaba el gabinete Companys-Tarradellas, apoyados por ERC, PSUC y Acción Catalana. En la oposición la CNT, FAI y el POUM. Pero estos, dirigidos por Andreu Nin, que se alineó con Trostski, fueron eliminados, desde el punto de vista político, por los comunistas, y, algunos, como su líder, asesinados, por los partidarios de Stalin. El cuerpo de Andreu Nin, jamás apareció. Lo habrían arrojado en cualquier cuneta. En alguna de las que ahora tanto habla la izquierda española sin que nunca hagan referencia a la posibilidad de que en una de ellas puedan estar los restos de Andreu Nin que había nacido en 1892 en El Vendrell, en la costa catalana, en el seno de una familia muy modesta.

Largo Caballero, que se había suicidado políticamente por su propia voluntad, no resistió las presiones a que fue sometido y tuvo que dimitir. Manuel Azaña, entonces presidente de la República, recibió varias representaciones de los partidos del Frente Popular. Los sucesos de Barcelona, habían colmado la indignación y la alarma de estos partidos. No estaban conformes con que Largo Caballero continuase con la Presidencia y con la cartera de Guerra. «No podían soportar por más tiempo que Largo hiciera y deshiciera a su antojo sin dar cuenta al Gobierno»{18}. Los mismos que habían levantado a Largo y admitido a la FAI, no podían soportaos, nos dice también Azaña. ·Éste, después de haber escuchado a todos, incluso al propio Largo Caballero, decidió encargar nuevo Gobierno a Juan Negrín. Éste, horas más tarde, entregó a Azaña los nombres de los que lo iban a componer. Era el 17 de mayo de 1937. En la lista de nombres no faltaron los ministros con Largo Caballero, de los comunistas Jesús Hernández y Vicente Uribe, que seguían conservando sus carteras de Institución Pública y Agricultura, respectivamente.

Las centrales obreras fueron eliminadas del nuevo Gobierno de Negrín. Tampoco estaba representado la corriente largocaballerista. Por esta razón, los miembros de este grupo se consideraron ofendidos y renunciaron a sus puestos, como Luis Araquistain, que dejó la Embajada en París para convertirse en enemigo irreconciliable del nuevo Gobierno. Un día, indignado, aquél escribió a Negrín «para quejarse a la vez de los ataques que sufría Largo Caballero y de la imposibilidad que tenía de expresarse siquiera fuera para defenderse»{19}. La intención de Negrín era que su gabinete estuviera representado por todo el abanico del Frente Popular, donde además de los comunistas, ya citados, destacaban los socialistas Julián Zugazagoitia e Indalecio Prieto, y el peneuvista Manuel de Irujo, como ministro de Justicia. Pocos días después, Negrín pidió a Irujo que la subsecretaría de Justicia recayese en la persona de Mariano Ansó. Y así fue aceptado por aquél. Pero apenas hacía dos meses que ejercía sus funciones cuando recibió un oficio de Izquierda Republicana, partido al que pertenecía, comunicándole su expulsión del mismo por haber aceptado el cargo sin antes no haber solicitado la correspondiente autorización.

Al enterarse Negrín montó en cólera y decidió la dimisión de todo el Gobierno. Aquello era para él una agresión y un caso de deslealtad porque además Izquierda Republicana era el partido al que pertenecía el presidente de la República, Manuel Azaña quien no había movido un dedo para evitar aquella absurda situación. Por ello, Negrín fue a ver al presidente para presentarle su dimisión. Dimisión que no fue aceptada y que Azaña así lo dejó escrito: «Anoche a las nueve vino el Presidente del Consejo. Habló, entre otras cosas, del profundo desagrado que le ha producido el acuerdo del Consejo Ejecutivo de Izquierda Republicana, expulsando del partido a Ansó, subsecretario de Justicia. A su juicio, ese acuerdo es agresivo para el Gobierno, que nombró a Ansó en uso de su derecho indiscutible; es un caso de deslealtad; etcétera. Quería nada menos que plantear la crisis en el Consejo de hoy. Me ha costado algún trabajo convencerle de que eso sería un disparate. La expulsión de Ansó, injusta y mezquina, no tiene por qué repercutir en la política general y en el Gobierno»{20}. Efectivamente, Azaña convenció a Negrín, no hubo crisis de Gobierno y el ex alcalde de Pamplona siguió de subsecretario de Justicia.

La guerra civil continuaba. La caída de Teruel, en manos de los nacionales, llevaron a Prieto, con el que Negrín había tenido siempre buenas relaciones, a pensar que todo estaba perdido. Sin embargo, el presidente, pensaba que el ejército rojo había sido derrotado, pero no estaba desmoralizado y podría reorganizarse. Que la República disponía de medios financieros para continuar la guerra. Fue entonces cuando después de una larga conversación que mantuvieron Negrín y Prieto, llegaron a la conclusión que cada vez estaban más distanciados en cuestiones en política militar. Todo se estaba complicando. Los acuerdos entre los miembros del Gobierno eran imposible. El presidente de la República, el 16 de marzo, convocó una reunión del Gobierno que él mismo presidiría. Nada se arregló. Negrín llamó a Zugazagoitia para que sondeara a Prieto para ver si estaba dispuesto a ser sustituido en la cartera de Defensa y ocupara cualquier otro departamento ministerial. Fue entonces cuando «Prieto escribió un carta a Negrín poniendo el cargo a su disposición»{21} . Efectivamente, la extensa carta, que tiene fecha 30 de marzo de 1938, la publicó Prieto. Entre otras cosas, le dice que ya le pidió la dimisión cuando cayó Bilbao y que reiteró esa súplica cuando, al rendirse Gijón, se consumó la pérdida del norte. Se queja de la campaña que contra él hizo Partido Comunista reflejo de los artículos de su compañero del consejo de ministros Jesús Hernández. Por eso le escribe a Negrín: «He dicho a usted varias veces, de palabra y por escrito, que sería una buena obra política alejarme de la gestión ministerial que me fue confiada en mayo de 1937, al constituirse el actual Gobierno»{22}.

La crisis se produjo el día 4 de abril, siendo designando presidente del consejo, Juan Negrín, quien también asumió la cartera de Defensa. Para el resto de ellas, fueron nombrados tres socialistas, un comunista, dos de Izquierda Republicana, uno de la CNT, uno de Unión Republicana, uno de Esquerra y uno del PNV. Este Gobierno duró, prácticamente hasta el final de la guerra, a excepción de dos dimisiones: Irujo y Aiguadé, que representaban a los nacionalistas vascos y a la Esquerra de Cataluña; aunque pronto fueron sustituidos.

Finalizada la guerra, Negrín huyó a Francia, pero se dio cuenta de que también había que huir de ese país antes de que los alemanes consolidaran la ocupación. En un carguero griego llego a Gran Bretaña el 25 de junio de 1939. Una vez instalado en Londres, Negrín seguía considerándose legítimo jefe de un gobierno en el exilio. Hasta donde se lo permitieron, él procedió de esa manera. El gobierno de Churchil, por ejemplo, nunca reconoció el gabinete de Negrín.

En agosto de 1945 tuvo lugar en Méjico una reunión de latos dirigentes republicanos donde participó Negrín que explicó que había permanecido, durante la guerra mundial, en Gran Bretaña con el propósito de mantener la presencia de la República española. Defendió la legitimidad de su gobierno en el exilio, aludiendo a las circunstancias, que no permitían celebrar elecciones. Todos los presentes escucharon atentamente las palabras, pero después eligieron a Diego Martínez Barrio presidente interino. Éste, a continuación nombró a José Giral para formar gobierno. Un gobierno en el exilio en el que, Juan Negrín, ya no formaría parte de él, aunque el nuevo presidente en el exilio le ofreció la cartera de Estado, pero se negó a admitirla. Todavía pasó unos días en Méjico y en diciembre regresó a Inglaterra y luego, definitivamente a París donde le sorprendió la muerte algunos años después, el 12 de noviembre de 1956. Había muerto un hombre que, según el coronel Segismundo Casado, tenía «perturbadas sus facultades mentales»{23}.

Fue un ser «superficial y alegre play boy en toda su trayectoria»{24}, quien, junto con una treintena de socialistas, fue expulsados de PSOE el 23 de abril de 1946, aunque 63 años después, el 24 de octubre de 2009, aplicando una resolución del 37º Congreso Federal del Partido Socialista, julio de 2008, convocado por el infausto Rodríguez Zapatero, fueron todos readmitidos.

Notas

{1} Ansó, Mariano: Yo fui ministro de Negrín. Planeta. Barcelona, 1978, pág. 167-168.

{2} Jackson, Gabriel: Juan Negrín. Crítica. Barcelona, 2008, pág. 6.. :

{3} Llarch, Joan: Negrín. ¡Resistir es vencer! Planeta. Barcelona, 1985, pág. 34.

{4} Marichal, Juan: El intelectual y la política. CSIC. Madrid, 1990. Pág. 87.

{5} Álvarez, Santiago: Negrín, personalidad histórica. ·Ediciones de la Torre. Madrid, 1994, pág. 23.

{6} Diario La Nueva España,, 27-IX-2005, pág. 41.

{7} Ibid., Ibid.

{8} Llarch, Joan: op. cit., pág. 6.

{9} Vaca de Osma, José Antonio: La Masonería y el Poder. Planeta, 2ª edición. Barcelona, 1992, pág.264.

{10} Vidarte, Juan-Simeón: Todos fuimos culpables. Grijalbo, tomo 2. Madrid, 1977, pág. 862.

{11} Jackson, Gabriel: Op. cit.., 19.

{12} Formica, Mercedes: Visto y vivido. Planeta. Barcelona, 1982, pág. 236.

{13} Álvarez, Santiago: Op. cit., pág. 41.

{14} Jackson, Gabriel: Op. cit., pág. 34.

{15} Viñas, Ángel: Guerra, dinero, dictadura. Crítica. Barcelona, 1984, pág. 173.

{16} Prieto, Indalecio: Convulsiones de España. Ediciones Oasis, tomo II. México, 1968, pág. 17.

{17} Ibid. Ibid., págs.. 17-18

{18} Azaña, Manuel: Memorias políticas y de guerra. Afrodisio Aguado. Madrid, 1981, tomo IV, pág. 34.

{19} Tusell, Javier: Luis Araquistain. Sobre la guerra y la emigración. Espasa Calpe. Madrid, 1983, pág. 47.

{20} Azaña, Manuel: Memorias de guerra 1936-1939. Grijalbo. Barcelona 1978, tomo II, pág. 174.

{21} Vidarte, Juan-Simeón: Todos fuimos culpables. Grijalbo. Barcelona, 1978, vol. 2, pág. 829.

{22} Prieto, Indalecio: Op. cit., pág. 44.

{23} De Santillán, Abad: De Alfonso XII a Franco. Tea. Buenos Aires, 1974, pág. 515.

{24} Ibid. Ibid., pág. 393.

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