El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 180 · verano 2017 · página 2
Artículos

José Luis Villacañas Berlanga y su fobia al Imperio español

José Luis Pozo Fajarnés

Diagnóstico de la tendencia seguida por un profesor de la Universidad Complutense

 
Debate

Talavera

No podemos ni debemos enjuiciar la filosofía por lo que nos ofrece este autor. Si tal se hiciera, la filosofía no tendría potencia alguna para entender el mundo circundante. Lo entenderíamos de la misma manera que José Luis Villacañas lo entiende, que es un modo de entender muy limitado. La filosofía no es meramente un cúmulo de ideas aprendidas, y repetidas de un modo a veces más atractivo, incluso en un tono más alto, que pueda llevar a pensar que es a la vez clarificador. Pero por muy grandilocuentemente que estas se expresen, si no se atiende a ellas, confrontándolas con un sistema filosófico, la grandilocuencia no nos trae la pertinente claridad. Villacañas pretende expresar una filosofía de la Historia desde un punto de vista, del cual asegura, pues lo lleva a gala, que es genuino, solo suyo, por el hecho de que no depende de ninguna escuela o sistema filosófico. Al menos así lo expresó en una mesa redonda –junto a Carlos Madrid Casado e Iván Vélez Cipriano- que, el día 22 de marzo de este año tuvo lugar en Talavera de la Reina, en el marco del “Congreso Internacional sobre la actualidad del pensamiento del Padre Juan de Mariana”.{1}

Este modo de ver la tarea del filósofo, que denunciamos como propia de José Luis Villacañas, es muy común hoy en día. Pero lejos de situarlo fuera de un sistema de filosofía, lo que sucede es que lo incardina de modo diáfano en el más extendido y actual de los que se han dado hasta la fecha. Es el modo de ver el mundo que se ha afianzado en todo occidente y que amplía su influencia paralelamente a la globalización económica actual. Esta suerte de nematología es la derivada de la filosofía racionalista de raíz cartesiana y kantiana, que hace de la razón individual la cumbre del saber filosófico.

Estas afirmaciones que estamos haciendo derivan de haber hecho la lectura de su libro sobre el Imperio español, y algunas otras afirmaciones que ha hecho por confrontación a quienes no piensan como él. Respecto de lo que Villacañas señala en su libro ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España imperial{2} señalaremos de entrada que choca frontalmente con nuestra perspectiva, que no es otra que la del materialismo filosófico. En ese texto muestra un marcado europeísmo que, como él mismo señala, es reluctante a las tesis defendidas por Gustavo Bueno en su libro España frente a Europa.{3} Villacañas no tiene en consideración la maquinaría filosófica que permite a Bueno extraer sus conclusiones sobre el papel de España en la Historia Universal. Deja de lado todo lo dicho allí por Bueno, afirmando que lo que recoge en su libro son tesis repetidas de Elías de Tejada y Menéndez Pidal. Como ya hemos señalado, Villacañas no da valor alguno a un pensamiento estructurado como es el de Bueno. Y desde su pobre perspectiva filosófica lo clasifica como a uno más de esa legión de doxógrafos que, como él mismo, repiten argumentos de otros. Esta ignorancia sobre la obra del filósofo Gustavo Bueno se dejó ver también en el desarrollo de la mesa redonda ya mencionada. Allí pudimos escuchar que lo que reconocía como interesante de la filosofía de Bueno eran sus textos de los años sesenta, y que el resto de su producción filosófica era prescindible. Esa opinión será la que le ha llevado a desconocerla por completo, pues si la conociera no haría las atroces afirmaciones que podemos leer en ¿Qué imperio? o que pudimos escuchar en el congreso de Talavera de la Reina. Afirmaciones que aquí no vamos a repetir y que dejamos a criterio del lector que no las conozca, si le merece la pena llevar a cabo la tarea de leerlas en el libro de referencia o de escucharlas en la mesa redonda citada, cuyo acceso aparece en la nota anterior.

Por otra parte, la España que define en su texto es la España en la que estamos hoy día viviendo y que tristemente tiene una deriva que la quiere llevar a la fragmentación. Muchos se están esforzando cada día en ello. Villacañas también. Algo que queda demostrado cuando expresa la realidad histórica española, no como una fragmentación que esté ocurriendo tras la pérdida de los territorios nacionales expresados en la Constitución de 1812, sino como una constante a toda la historia del Imperio español. Pese a Villacañas, España no ha sido siempre una nación fragmentaria. España ha sido una nación histórica, aunque él no la reconozca como tal, y a partir de su concepción histórica de nación derivará España como nación política. Su modo de argumentar podría llevarnos a afirmar –si lo aplicamos a otros Imperios anteriores- absurdos tan grandes como que el Imperio romano no tuvo unidad, así lo afirmaría quien tratara de analizarlo desde la perspectiva de las ciudades-estado italianas, o desde la de los reinos sucesores. O que el imperio de Alejandro Magno no tuvo unidad porque las polis griegas seguían existiendo. Los disparates expresados sobre los sucesos históricos son producto del interés torticero de muchos políticos, aconsejados por sus “expertos” asesores, a los que se les procura en muchos casos cátedras vitalicias. Eso pasa en todo el mundo globalizado actual, es parte de la dialéctica en la que estamos todos inmersos.

No podemos negar que Villacañas asume en su libro una importante cuestión: que en el comienzo de la Época moderna los más importantes Imperios en confrontación –sin perjuicio del Islam- eran ambos católicos: Roma (nos referimos al papado) y España. Aunque el hecho de reconocer ese marco de confrontación imperial no trae la claridad necesaria para derivar un entendimiento de ese momento histórico (que no podemos circunscribir a las fechas del reinado de Carlos I pues los siglos posteriores fueron igual de relevantes, pese a que el título de emperador del rey español hubiera perdido su fútil pedigrí). Rodeados de los demás reinos europeos, aparecían las dos potencias del momento, por un lado el Imperio católico español, y por otro el Imperio que era la Iglesia de los siglos XVI y del XVII, el cual tuvo una importante revitalización tras una larga época muy difícil, en la que no se sustrajo a la guerra, como es propio de cualquier Imperio que se precie. Los logros alcanzados por ella en el Concilio de Trento fueron un factor muy relevantes para su consolidación. El papado vuelve a alcanzar cotas de poder tan importantes como había tenido en periodos anteriores, y su más importante valedor va a ser una Institución muy nueva, la Compañía de Jesús. Como Estado, el Papado tenía unas características que lo hacían diferente de los demás:

- Participaba -aunque de modo indirecto casi siempre con bastante peso- de muchas de las decisiones de los gobiernos de otros Estados, y no solo por cuestiones doctrinales y de interés puramente religioso, sino por intereses políticos.

- Tenía conexión directa con los cargos eclesiásticos de los diferentes reinos católicos, cargos que en muchos casos tenían responsabilidades políticas de primer orden. Incluso regían esos países en las abundantes minorías de edad de sus monarcas.

- Por las peculiaridades que mostraba cada papa, con intereses muy diversos. La relevancia de cada particularidad derivaba del hecho de ser elegidos al modo en que sucedía tanto en la Asamblea ateniense como en la República romana. Un modo de selección que no tenía igual en ninguno de los reinos católicos (resulta chocante que a un defensor de ese “republicanismo”, como es Villacañas, se le haya escapado esta importante cuestión ya señalada por Ranke en su Historia de los papas en la época moderna{4}). La no heredabilidad, que Maquiavelo pondría como fundamental para el mantenimiento del Imperio conseguido por el príncipe, era un mecanismo que solo sucedía en Roma. Quizá le sirvió de modelo, aunque no lo mencionase nunca. Esa fue la causa de que al papado llegarán personalidades que venían de ámbitos sociales muy humildes. Un caso paradigmático fue el de Pío V, el papa que apoyó, con sus buques de guerra, a Felipe II en la batalla de Lepanto. Que cualquier individuo participe de los beneficios de una sociedad organizada, para con ello alcanzar las más altas cotas del poder por méritos propios, enorgullece hoy día a los habitantes de los Estados Unidos. Pero esto tampoco ha llamado la atención de Villacañas. Atendamos a lo que nos dice Ranke: “La prelatura y la curia tenían algo de republicanas. En efecto, cada cual podía pretenderlo todo y se podía llegar a las dignidades más altas desde los comienzos más humildes” (Ranke, Historia de los papas … págs. 233-4).

La dialéctica de Imperios se hizo notar en el Concilio de Trento. Villacañas emborrona los sucesos históricos al dar relevancia al Sacro Imperio Romano Germánico del que fue titular Carlos I, y devaluar la España imperial posterior, la de los Austrias. Negando incluso el carácter imperial. En Trento, ya en tiempos del hijo de Carlos, Felipe II, se hizo palpable esta confrontación imperial entre Roma y España. Allí la autoridad de los Estados Pontificios doblegó la del español. De todas maneras, no solo se defendieron intereses de estos dos, sino que el concilio era la reunión de los religiosos representantes de todos los países católicos. Algo que es comparable a lo que hoy conocemos que sucede en foros como la Organización de las Naciones Unidas, por poner un ejemplo aclarador.

Igual que hoy día las naciones más poderosas imponen sus políticas en foros como la ONU, en Trento se impuso el Papado. Las tesis perdedoras fueron por un lado las de España, y por otro las de los débiles. Los puntos de vista de los reformados fueron desechados. Los luteranos no habían acudido a las sesiones, pero fueron representados por terceros: católicos alemanes y franceses. Las conclusiones vencedoras habían sido expuestas por los más fervientes valedores del papa, los jesuitas. Para oponerse a Pablo IV y sus intereses imperialistas apareció en escena el dominico Melchor Cano, que quería anular tales pretensiones que debilitaban los intereses de Felipe II. Cano defendía algunas tesis muy similares a las de los príncipes protestantes: la elección de obispos por parte del monarca y no del papa, o que el cobro de los impuestos que llevaban a cabo las distintas diócesis no fueran a parar a Roma, sino que se quedaran en España.

La relevancia de la Compañía de Jesús como defensora del papado y alejada de los intereses de España se inclinó todavía más del lado del primero en los últimos años del reinado de Felipe II, cuando Gregorio XIII consiguió que el generalato de la Compañía no estuviera en mano de españoles. El primer no español fue el valón Everardo Mercuriano, pero el más relevante para lo que nos ocupa fue el que sería de mucho mayor agrado pontificio: Claudio Aquaviva. Con estos nombramientos, la conexión de los intereses del Imperio español con la jerarquía de la Compañía de Jesús se vio totalmente mermada. Algo en lo que Villacañas no incidió -como es lógico por otra parte, dadas las tesis antiespañolas que defiende siempre- cuando, en la conferencia previa a la mesa redonda que ya hemos citado, nos leyó lo que había escrito respecto de Juan de Mariana y su crítica a Aquaviva. Esa conferencia de Villacañas no tuvo en consideración lo más importante: la política imperial tanto del papado como de los españoles, devaluando la relevancia del pensamiento de Mariana, y al hacer de él un mero epígono de intereses religiosos y teológicos.

Paralelamente a la dialéctica de Imperios nosotros hemos defendido que se da una lucha de religiones.{5} Una confrontación dialéctica que, a partir de esas fechas, va a ser protagonista también de la historia universal. Los protagonistas de esa lucha son las dos facciones cristianas que estamos aquí mencionando y que Villacañas también considera en su texto. Pero nosotros aquí afirmamos algo inasumible por él: que hoy día esa lucha sigue teniendo gran relevancia. A la vez, también debemos señalar que la victoria, desde hace ya más de un siglo, se está decantando del lado de los reformados. Pero para tratar esta nueva cuestión, y para con ello cerrar ya esta diatriba dirigida a él, queremos hacer mención antes de otras opiniones y tesis vertidas por el catedrático Villacañas, que en el diario digital valenciano Levante, con fecha 25 de julio de este año, publicó una crítica al libro Imperiofobia y leyenda negra{6} de la profesora María Elvira Roca Barea, allí Villacañas nos pone ante la vista perlas como estas:

1. “Roca publica lo que no puede ser si no un montón de prejuicios personales. Siento inquietud ante esta expansión de prejuicios cargada de resentimiento, xenofobia, incomprensión y demagogia, aliñada con carencia de criterio histórico, confusión y oscurantismo”. Villacañas argumenta contra Roca señalando que esta profesora no ha publicado nada antes sobre Lutero (le parece poco todo el conocimiento que nos brinda solo en este libro), que el libro está editado por una empresa vinculada al ducado de Alba (quizá tendría que haberle consultado dónde podía publicar su trabajo, aunque lo que parece obvio es que le hubiera puesto alguna que otra traba), y por último, que Menéndez Pelayo lo habría suscrito. Al parecer para Villacañas este importante autor de finales del XIX y principios del XX no tiene ningún valor. Claro, era católico, y eso es motivo suficiente para que se le borre de la historia intelectual.

2. No reconoce la ruptura cismática del cristianismo y, con ello, que hoy día esa lucha de religiones sea parte esencial del motor de la historia. Solo atendiendo a lo que ha sucedido en Hispanoamérica con ambos credos -el católico y el protestante- en los últimos cuarenta años nos damos cuenta de la relevancia de esa ruptura y de la confrontación que se da entre ambas religiones. Desde que la Administración Reagan se tomara en serio la confrontación con el catolicismo que se daba en el continente americano – los católicos en los días de ese presidente se eran todavía una mayoría amplísima- se han equiparado en número. El coste económico de ese logro de las distintas Administraciones norteamericanas -la política de Reagan continuó con los siguientes presidentes- ha sido grande, pero a los intereses imperialistas norteamericanos les resulta muy fructífero, dado que consolida su poder frente a posibles aliados presentes y futuros. Por otra parte, al atender solo a lo que implica una “reforma”, Villacañas parece interesado en eliminar ese choque, tan relevante, entre ambas religiones. Por eso está tan interesado en circunscribir los intereses de Lutero sobre todo a lo religioso. Para ello, hemos atendido a como se apoya en el irenismo imperante hoy en día, ejemplo del cual es lo que recoge el mismo en su artículo cuando cita las palabras de un monje agustino que coincidió con él en el Escorial: “Lutero es nuestro hermano”.

3. Roca es para Villacañas una “nacionalista” española. Aunque no dice nada al respecto, está implícita ahí su postura opuesta, la de defender los nacionalismos que están fragmentando la España actual. El nacionalista es Villacañas, no la autora de Imperofobia y leyenda negra. Villacañas es, como la recua de nacionalistas vascos y catalanes, animados por el nuevo partido Podemos, un negrolegendario convencido, que niega la realidad histórica del Imperio español.

4. Villacañas, de un modo torticero, no quiere reconocer que la tradición católica no es lo mismo que la fe católica, que una cosa es la religión como práctica dependiente de la creencia, y otra, la religión como factor social. Esta segunda de un espectro mucho más amplio, pero que no por ello deja de tener influencia en la visión del mundo dependiente de ella. Cómo sería posible si no, entre los musulmanes, algo que hoy día es cotidiano, que muchos jóvenes que no habían pisado una mezquita desde la infancia, en unos pocos meses sean capaces de autoinmolarse, llevándose por delante a todos los enemigos del Islam que puedan.

5. Leemos al final del artículo de Villacañas una pregunta que se hace Roca: “¿Por qué nosotros no nos sentimos bien y avanzamos hacia un nacionalismo católico, para el que la fe es irrelevante?, y la contestación del propio Villacañas a renglón seguido: “Ese llamamiento final a italianos y españoles para que superen el complejo de inferioridad frente a la hegemonía alemana, como si ambos hubieran mantenido la misma lucha histórica contra Lutero, es revelador de la ingente ignorancia maquiavélica de Roca”. Como hemos señalado ya, Villacañas atina al reconocer la dialéctica de Estados, al ver la confrontación entre Roma y España, pero su interés ideológico ve en la sociedad europea, no una dialéctica sino una evolución progresiva hacia la libertad incoada por Lutero y su Reforma. Villacañas se autoproclama veladamente un ilustrado, o al menos un seguidor de la Ilustración. Su modo de ver el mundo es heredero del individualismo luterano. Un individualismo que supo, o que se vio forzado, a adaptarse a las nuevas ideas racionalistas. A las que por cierto no les resulta muy molesta su compañía. Ejemplo de ello es que en Alemania hayan tenido hasta hace unos pocos meses como presidente de la República a un pastor protestante, o que sea irrelevante en todo el mundo reformado el movimiento laicista.

6. Y para terminar su artículo, una nueva muestra diáfana de negrolegendarismo: citar la Inquisición española como muestra de la irracionalidad de quien defiende lo que él niega: desde que España es una nación hasta que España fue uno de los más importantes Imperios de la historia. Pero la Inquisición española no fue una referencia de irracionalidad, sino que fue un arma política, racional por tanto en sentido estricto. Sin embargo, en la Alemania de Lutero, como en los diferentes territorios dónde se consolidó la Reforma, se ajusticiaba a brujas, además de a demonios de carne y hueso. Eso sí era autentica irracionalidad. Por ello fue necesaria en toda la Europa reformada una “ilustración” que llevara cierta cuota de racionalismo a los que todavía no lo habían catado. El racionalismo originario -el que se había desarrollado antes y del que los autores fundamentales para Villacañas son herederos- se había ido fortaleciendo, y con muy buen músculo dentro de las fronteras del Imperio español.

Conclusión

Para Villacañas, según pudimos escuchar en la mesa redonda a la que nos hemos referido ya, los únicos autores que se salvan de la quema de la Ilustración en España son Fray Luis de León y Diego de Saavedra Fajardo. Pena y estupor –parafraseando sus palabras contra Roca en el artículo mencionado también- nos provocó escuchar tamaño disparate; pena y estupor nos produce leer su negación del Imperio español, con miras a apuntalar los intereses de los nacionalistas españoles; pena y estupor nos produce su defensa del racionalismo luterano, para con ello conseguir lo mismo, devaluar la relevancia de una España que dominó el mundo durante tres siglos; pena y estupor nos provoca leer y escuchar cómo les hace el caldo gordo a los detractores de la nación española, a los que acuñaron y expandieron la denominada “leyenda negra”, de la que Villacañas se nos muestra como uno de sus más fervientes defensores. Alguna prerrogativa habrá buscado ganar en el pasado con ello, y en algo se estará beneficiando hoy día al seguir haciéndolo, de este modo tan descarado que aquí hemos denunciado

En Talavera de la Reina, a 3 de septiembre de 2017

Notas

{1} https://www.youtube.com/watch?v=Cjtdwdi52Qc&t=554s

{2} José Luis Villacañas Berlanga, ¿Qué imperio? Un ensayo polémico sobre Carlos V y la España imperial, Editorial Almuzara, Cordoba 2008.

{3} Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba Editorial, Barcelona 1999.

{4} Leopoldo von Ranke, Historia de los papas en la época moderna, Fondo de Cultura Económica, México 1963.

{5} Remitimos a la ponencia defendida por este autor en los actos precongresuales que fueron una pieza aislada pero fundamental del “Congreso internacional sobre la actualidad del pensamiento del Padre Juan de Mariana”: https://www.youtube.com/watch?v=gyN8vMr1fRs&t=17s

{6} María Elvira Roca Barea, Imperiofobia y Leyenda negra, Siruela, Madrid 2016.

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