El Catoblepas · número 180 · verano 2017 · página 11

Entre la necedad y el parasitismo: el caso Alberto Reig Tapia
Pedro Carlos González Cuevas
Sobre la obra del historiador y politólogo español
No fabrique más torres sobre arena,
si no es que ya, segunda vez casado,
nos quiere hacer torres los torreznos
(Luis de Góngora)
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Presencia y persistencia de la necedad en el campo historiográfico español

El concepto de campo elaborado por el sociólogo francés Pierre Bourdieu hace referencia a un espacio social, a un microcosmos, con una autonomía relativa y poseedor de su propia lógica. En este campo determinado se produce, entre los agentes y grupos de agentes que actúan en él, enfrentamientos que responden a relaciones de fuerza. Esta fuerza es el capital simbólico acumulado y lo que está en juego es la transición de estas relaciones de fuerza, la imposición juzgada legítima de principios de visión y división del mundo social. El campo historiográfico, como el literario el filosófico, presenta toda una suerte de homologías –es decir, de parecidos en las diferencias estructurales y funcionales en el campo social en su conjunto-. Como él, tiene sus dominantes y sus dominados. En ese sentido, tal como enseña Bourdieu, hay que tomar en cuenta el espacio social en el que están situados aquellas personas que producen las obras culturales y su valor. Es cuestión de poder –el de publicar o rechazar la publicación, citar o no un artículo o un libro, por ejemplo- , y de capital –el de un grupo o un autor consagrado que puede ser parcialmente transferido a un joven historiador por un comentario, o un autor olvidado o marginado-; se observa allí, como en otras partes, relaciones de fuerza, estrategias e intereses. El campo historiográfico es, por tanto, un campo de fuerzas al mismo tiempo que un campo de luchas. Cada uno de los agentes empeña la fuerza –en términos de Bourdieu, su capital-, que ha adquirido incluso en aquellos casos en los que la disputa se plantea de precisión teórica o conceptual. Una de las mayores apuestas de las luchas que se desarrollan en el campo es la definición de los límites del campo, es decir, la participación legítima en las luchas. El campo historiográfico no sólo se compone de historiadores profesionales, sino de centros de investigación y docencia, revistas, editoriales, sociedades, etc{1}. El campo se divide igualmente en redes, es decir, en ejes diacrónicos e intergeneracionales que unen entre sí a maestros y discípulos{2}. En ese sentido, una de las redes más influyentes y agresivas dentro del campo historiográfico español ha sido –y es- la que podríamos denominar nódulo Tuñón de Lara/Ángel Viñas/Paul Preston. Esta red ha experimentado, desde su aparición a partir de los años setenta del pasado siglo, una profunda evolución metodológica, que va desde el teoricismo marxista de Tuñón de Lara –una especie de “althusserismo”, siguiendo los planteamientos críticos de Edward Palmer Thompson{3}- hasta el hiperempirismo propugnado por Ángel Viñas. No obstante, la figura de Manuel Tuñón de Lara, fallecido en 1997, sigue teniendo influencia en esta red, sobre todo por su carácter militante, moralista, machadista-cutre, antifranquista, anticonservador y políticamente izquierdista. Esta red tiene a sus ámbitos de expresión en periódicos como El País, revistas como Hispania Nova y editoriales como Crítica, Debate o Pasado-Presente. Se caracteriza, además, por un habitus{4} de exclusividad, basado en la buena conciencia izquierdista, estructurado y legitimado por el antifranquismo y la lucha ideológica contra las derechas en general. Su objetivo histórico-político es imponer sus tesis como verdad universal en el campo historiográfico español y, consecuentemente, que las tesis de otros grupos, redes o nódulos aparezcan como ilegítimas y a que sus representantes oscilen continuamente entre la conciencia vergonzosa de su indignidad cultural y política y el descrédito de sus métodos y de sus actos. A partir de su discurso histórico-político intenta de cambiar los valores, las representaciones y las identidades. Su táctica consiste en elogiar y defender a los “amigos” y atacar, ignorar o silenciar a los “enemigos”, con los que no tiene reparo en ejercer la “violencia simbólica” {5} más descarnada. En este caso, no se tiene problema en reducir las doctrinas del “enemigo” a su adscripción ideológica o sus intereses de clase, cuando no a supuestas fidelidades franquistas y/o antidemocráticas. Se trata de una red muy estructurada y jerarquizada, en la que Viñas y Preston –desaparecido Tuñón de Lara, siempre presente, por otra parte, como referente, fundador y profeta- ejercen una especie de caudillaje carismático. Como suele pasar en este tipo de redes, existe una clara división del trabajo, en la que ciertos miembros ejercen el rol del “escudero”, es decir, el encargado de defender el honor del grupo en el que se haya inserto{6}.
En el nódulo Tuñón de Lara/Viñas/Preston, este rol ha correspondido al historiador y politólogo Alberto Reig Tapia. Siempre fiel a este papel secundario, la producción historiográfica del señor Reig Tapia es parva y de escasa calidad. Más que un auténtico historiador, parece un mero polemista: una especie de Pío Moa de izquierdas. El contenido de dicha producción es reflejo de ese tipo de mentalidad que el célebre teólogo y mártir del nazismo Dietrich Bonhoeffer denominó “la necedad”, consistente en la negación de “los hechos que contradicen su prejuicio”. “Así, y a diferencia del hombre malo, el necio se siente satisfecho de sí mismo, e incluso puede llegar a ser peligroso cuando, levemente irritado, pase al ataque”. “No intentaremos jamás -decía Bonhoeffer- convencer al necio mediante razonamiento; tal procedimiento es absurdo y peligroso”. En el fondo, el “necio” es como un sujeto que ha perdido el contacto con la realidad y hasta con su propio mundo interior, para someterse a la autoridad externa, la de la red en la que se encuentra cómodamente inserto, “con los tópicos y las consignas que lo dominan”{7}. En sus libros, Reig Tapia incurre en una suerte de “familismo amoral”, ese síndrome social en función del cual los sujetos no son capaces de superar la imagen y los prejuicios del grupo en que actúan, ignorando, por lo tanto, cualquier perspectiva intelectual, moral o política ajena a éste. De esta forma los equipos intelectuales y las redes de influencia se convierten en tribus, sociedades de socorros mutuos o fratrías{8}. Como hubiera dicho Luis de Góngora, el señor Reig Tapia parece, en ese sentido, un “niño mayor de edad”{9}.
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Necedad, parasitismo e historiografía
El contenido de su obra ha respondido siempre a esa defensa de los prejuicios de grupo. Nunca ha sido una obra proyectiva y creadora, sino reactiva y unilateral. Ha girado sobre una serie de temas recurrentes: el carácter de la represión nacionalista durante la guerra civil, la figura del general Franco, los mitos del franquismo y la obra de Pío Moa. En rigor, los libros de Reig Tapia más que obras de investigación histórica, son ensayos polémicos y monotemáticos dedicados a la crítica de la historiografía “franquista” y/o de “derechas”. A ese respecto, destaca su parasitismo, ya que Reig Tapia apenas ha investigado en fuentes primarias y secundarias. Su método es acumular trabajos ajenos cuyas tesis le sirven para blindar y desarrollar sus prejuicios. Así, suele argumentar en sus ensayos: “Como ha demostrado inapelablemente Ángel Viñas”, “de documentación primaria inequívoca”. “Moreno Gómez demuestra terminantemente”{10}.
Sus modelos a seguir son Manuel Tuñón de Lara, Herbert R. Southworth, Paul Preston y Ángel Viñas. No resulta extraño que en su producción destaque un contenido militante, maniqueo y, sobre todo, una ausencia total de empatía hacia su objeto de estudio. Su primer libro, Ideología e historia: sobre la represión franquista y la guerra civil, es, ante todo, una crítica de la historiografía franquista representada por Ricardo de la Cierva y Ramón Salas Larrázabal. Esta obra tiene más de testimonio personal que de investigación genuinamente histórica o politológica. El elemento visceral predomina sobre el racional. Por un lado, criticaba el carácter ideológico de la historiografía “neopositivista” de Cierva y Salas como encubridora de los crímenes del franquismo. Por otra, denunciaba las dificultades a la hora de investigar en los archivos oficiales la represión “franquista”. Y, como era de esperar, establecía diferencias cualitativas entre las características de la represión nacional y la republicana. Mientras la primera había sido planificada y ejecutada desde arriba, la segunda fue espontánea, fruto de la quiebra del Estado, y obra de malhechores. Los partidos republicanos y de izquierda nada tuvieron que ver en el desarrollo de las persecuciones y matanzas. Es decir, defendía la tesis oficial del bando republicano a lo largo de la guerra civil. A partir de ahí, denunciaba el “miedo a la historia” que caracterizaba, según él, al conjunto de la derecha española. Objeto preferido de sus diatribas era Ricardo de la Cierva, su bête noire a lo largo de un cuarto de siglo, y al que calificaba de “orate”. No mejor parados salían Ramón Salas, José Manuel Martínez Bande y otros historiadores militares. Al mismo tiempo, Reig Tapia sostenía, por ejemplo, que el asesinato de Calvo Sotelo se debió a la “casualidad”, ya que sus autores habían buscado con anterioridad a Antonio Goicoechea y José María Gil Robles, para vengar la muerte del teniente Castillo. ¡Que falsedad de fondo!. ¿Hubiera cambiado algo si los asesinados hubieran sido Goicoechea o Gil Robles?. Lo terrible era que en la España de la época se recurría al asesinato de los representantes de la oposición política. En cualquier caso, Reig Tapia defiende que la violencia frentepopulista era consecuencia de la secular explotación de las masas obreras por parte de las clases dominantes{11}.
Violencia y terror. Estudios sobre la Guerra Civil fue, en gran medida, una continuación de Ideología e historia. Se trataba de una gavilla de artículos publicados en revistas y libros colectivos, dedicados al estudio de la justificación ideológica al alzamiento, la organización de las milicias derechistas, la defensa y la represión en el Madrid republicano, el tema del bombardeo de Guernica y la figura de Manuel Azaña. En sus páginas, existe ya una reivindicación del concepto de “memoria histórica”, propia, según él, de un “pueblo maduro y democrático”. Reiteraba las diferencias cualitativas, a nivel político, histórico y moral, entre ambas represiones durante la guerra civil. Y es que, a su entender, “no es igual el asesinato de su patrón por un obrero o un campesino políticamente ideologizado, socialmente marginado, económicamente explotado y culturalmente analfabeto (“marxismo de alpargata”) que el asesinato de ese obrero o campesino por su patrón, por un señorito estudiante de Falange de camisa azul, las católicas JAP de camisa parda o carlistas de boina roja, misa y comunión diaria, capaces de invocar a Jesucristo antes de mancharse las manos de sangre”. Y es que, para Reig Tapia, el anticomunismo era “la principal bandera ideológica que esgrimen las clases poseedoras en su pretensión de reconducir la política del Estado en beneficio exclusivo de sus intereses”, “una respuesta irracional, una actitud instintiva de defensa ante el permanente fantasma de la revolución social”. En ese sentido, la Iglesia católica cayó durante la guerra civil en “un torpe maniqueísmo al delimitar el campo de batalla entre <fieles> e <infieles>, <con Dios> o <contra Dios>”, “un maniqueísmo propio del pensamiento mítico precientífico y de toda concepción dogmática del mundo”. A juicio de Reig Tapia no hubo “bolchevización” del PSOE; tan sólo “declaraciones voluntaristas y dogmáticas de algunos líderes”. Lo que no nos dice es que ese proceso de “bolchevización” fue denunciado por los propios socialistas; ahí está para demostrarlo el libro del besterista Gabriel Mario de Coca, Anti-Caballero. Crítica marxista de la bolchevización del PSOE. La represión republicana corrió a cargo de “bandas de desalmados” que aprovecharon la “quiebra del Estado” “para asesinar, matar, consumar venganzas personales o <saldar> deudas por el expeditivo sistema de liquidar al acreedor”. Socialistas, anarquistas, comunistas y republicanos se esforzaron, sin embargo, a “poner coto a los desmanes”. La defensa del Madrid republicano es descrita por Reig Tapia en términos épicos: “Por todo ello, sus defensores, ciudadanos del mundo decididos a no convertirse en súbditos, se apresuraron a defender la ciudad con el entusiasmo y el fervor que trasmiten los versos inmortales que Antonio Machado dejara escritos el 7 de noviembre de 1936”. A su entender, las responsabilidades de la matanza de Paracuellos del Jarama eran “difíciles de establecer”, aunque, naturalmente, se inclina por la autoría de los asesores soviéticos. En cambio, a Franco, arquetipo de la maldad, nunca le interesó “en absoluto limitar el destrozo físico y moral de España y de los españoles, sino asegurarse las bases políticas, económicas y sociales de su dominación”. Por supuesto, Franco es el responsable directo del bombardeo de Guernica. Por cierto, que Reig Tapia estima que el bombardeo de la población vasca fue “el primer bombardeo aéreo masivo de la historia llevado a cabo sobre la población civil”{12}. Lo cual es históricamente falso, porque los primeros bombardeos masivos sobre población civil fueron obra de los británicos contra los afganos en Jalalabad y Kabul; y luego en Irak, en la provincia de Samawah{13}
En 1999, Reig Tapia publicó Memoria de la guerra civil. Los mitos de la tribu, un nuevo ensayoen cuyas páginas se enfrentó de nuevo con una serie de temas que se habían convertido en una especie de obsesión grafómana: la memoria de la guerra, la matanza de Badajoz, el asedio del Alcázar de Toledo y del Madrid republicano, las figuras antitéticas de José María Pemán y Miguel de Unamuno. En el fondo, se trataba de dar una cierta continuidad a las interpretaciones defendidas por su amigo Herbert R. Southworth en su muy discutible obra El mito de la Cruzada de Franco. Siete años después, Reig Tapia renovó el contenido de su obra con el título de La Cruzada de 1936. Mito y memoria. Ni que decir tiene que, a su entender, la narración del sitio del Alcázar de Toledo no es más que un fraude. Que José María Pemán fue siempre un “intelectual orgánico”, un “tradicionalista fascistizado”, servil a las directrices del bando político social en el que militaba, mientras que Miguel de Unamuno se comprtó como “intelectual inorgánico” fiel a sí mismo. Califica de “genocidio” la matanza de Badajoz: 1200 muertos a manos de legionarios, regulares y falangistas. Reig Tapia vuelve, sin embargo, a la épica cuando hace referencia al Madrid de la guerra civil, “la primera victoria contra el fascismo”. Repite que los partidos de izquierda se “esforzaron cuanto pudieron en denunciar e impedir las represalias”. Y se siente nuevamente extasiado por la gesta: “Madrid resistía. Toda su población (sic) se constituyó en pueblo en armas; en armas materiales y espirituales, pues la batalla de Madrid produjo una auténtica explosión de poesía popular (…) Nunca jamás en la historia se había producido semejante fusión entre la ciudad, sus habitantes y su destino”. Las matanzas de Paracuellos del Jarama y Torrejón de Ardoz no fueron, según él, obra de “soldados ni de verdaderos milicianos del pueblo, no por hombres valerosos con miedo a morir pero dispuestos a morir para poder vivir, sino por los llamados <emboscados>”. Reig Tapia señala que “el momento de las matanzas masivas coincide con un momento angustioso para Madrid en el cual el consejero Carrillo estaba literalmente desbordado”. Y no cree que los tribunales populares estuviesen basados en el “terror”. Siempre previsible, Reig Tapia consideraba, en ambos libros, que “la memoria de la guerra civil es la memoria de la lucha de la democracia contra el fascismo”. De ahí que esa memoria “no acaba ni acabará nunca”. “Es un auténtico filón, una veta inagotable, un pozo sin fondo, un auténtico laboratorio de análisis y de observación para especialistas y artistas de todo género y condición, un eterno testimonio de la locura que convulsionó el orden político europeo de entreguerras”{14}. Una “democracia” defendida y avalada por comunistas, anarquistas y socialistas revolucionarios. A veces, me pregunto a qué tipo de “democracia” hace referencia el señor Reig Tapia, para mí es un arcano, aunque, desde luego, tengo mis sospechas. Y es que las trampas y las astucias del señor Reig Tapia son ya demasiado visibles y no engañan a nadie, porque huelen a chantaje moral. Como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk: “No se dice nada exagerado si se designa la huida de la izquierda radical al <antifascismo> como la maniobra más exitosa desde el punto de vista de la política lingüística del siglo XX. Se sobreentiende de estas premisas que fuera y siguiera siendo fuente de bienvenidas confusiones (…) Se inventó una elevada matemática moral según la cual tiene que pasar como inocente quien pueda demostrar que otro ha sido más criminal que él mismo. Gracias a semejantes cálculos, Hitler avanzó hasta convertirse en salvador de la conciencia “. Y concluía: “Todavía el público no ha tomado conocimiento de que el <clasismo> prevalece sobre el <racismo> en lo que se refiere a la liberación de energías genocidas en el siglo XX”{15}.
Igualmente, el señor Reig Tapia se ha enfrentado a la figura arquetípica, quizá edípica para él, del general Franco, otras de sus bêtes noires. Nuestro autor ha dedicado dos libros a su figura, Franco “Caudillo”: mito y realidad, publicada para conmemorar los veinte años de su muerte, en 1995; y Franco. El César superlativo, editada diez años después. No se trata de biografías, sino, como de costumbre en Reig Tapia, de ensayos divulgativos de interpretación y desmitificación del personaje. A mi modo de ver, se trata de dos de los libros más mediocres dedicados a la figura de Franco, si exceptuamos, claro está, la biografía pretendidamente psicoanalítica ala esposa de Paul Preston, Gabrielle Asdfhord Hodges, Franco. Retrato psicológico de un dictador. Reig Tapia se siente, en el fondo, un epígono de su amigo británico, ya que consideraba la suya, contra no pocas racionalidades y evidencias, la mejor biografía de Franco, porque, según él, destruye “contundentemente, uno a uno, los mitos más persistentes y contumaces del franquismo, que su propaganda de guerra se encargó de infundir hasta el delirio en las indefensas mentes infantiles”. No deja de ser curioso que, en aquellos momentos, tuviera una buena opinión de Stanley Payne, cuya biografía de Franco “rebosa equilibrio, ponderación y sentido común”. Claro que, al mismo tiempo, tomaba en serio a Carlos Blanco Escolá, y con eso está ya todo dicho. Como era ya costumbre, la emprendió con su viejo enemigo Ricardo de la Cierva, al que califica de “bulldozer oficial de la historiografía franquista”. Su valoración de la figura de Franco es, por supuesto, muy negativa. No fue un líder carismático; su caudillaje fue “por completo hijo de las circunstancias”. Tampoco un buen estratega; lo dice Juan Benet, el novelista. Era frío y cruel; y no especialmente religioso, aunque se valió del catolicismo para legitimar su poder. Reitera sus opiniones sobre la represión nacional en la guerra civil: “planificada”, “preventiva”, “lógica del exterminio”, “indiscriminada y arbitraria”. Por supuesto, Franco pretendió entrar en la Segunda Guerra Mundial, pero a Hitler no le interesó. Y su régimen fue “totalitario”. En Franco. El César superlativo, Reig Tapia carga aún más las tintas, y, sin aportar nada nuevo, recurre ya al insulto personal: “megalómano”, “patas cortas”, “gran matarife”, “genocida”, “mezquino”, “fatuo”, etc, etc{16}. ¿Sirven para algo estos ensayitos?. Creo que sí, pero no para conocer mejor la trayectoria vital de Francisco Franco, sino para interpretar la personalidad de su autor y su mediocridad como historiador.
Con posterioridad, Reig Tapia dedicó nada menos que dos libros al análisis de la producción del polemista Pío Moa. El discípulo de Tuñón de Lara interpretaba al gallego como un heredero de Ricardo de la Cierva, un “neofranquista”, un “revisionista orgánico”. Y acuñó el discutible concepto de “historietografía” para describir la obra de Moa. “Historietografía” era equivalente al arte de escribir “cuentos chinos” o “tártaros” y variopintas historietas “franquistas” sin fundamento empírico{17}. Las obras de Reig Tapia resultaron un rotundo fracaso, porque, en el fondo, dieron una importancia inusitada e inmerecida a un partisano de la historia; y porque incluso contribuyeron a poner aún más en cuestión su solvencia como historiador. Más que nada, se trató de una muestra de prepotencia pseudoacadémica frente a un proletario de la pluma. Seguramente un comunista inteligente y honrado como Manuel Sacristán Luzón hubiera calificado a Reig Tapia de “letrateniente”{18}. Nada serio, vamos. Como todo lo suyo, un mal chiste, sin gracia y completamente intranscendente. Tal es la “aportación” de don Alberto Reig Tapia, catedrático de provincias, al estudio de la historia contemporánea española. No es gran cosa, la verdad; pero él se cree muy importante. Con tan pobre bagaje, pretende otorgar patentes de talento. Si es así, creo que se equivoca totalmente. Y es que, entre otras cosas, como señaló hace ya tiempo Renzo de Felice: “Los historiadores que hacen una afirmación a los veinte años, a los veinticinco años, a los treinta años, y la repiten a los setenta años, son casi siempre mediocres. Raramente, una afirmación que no sea meramente factual puede mantenerse hasta muchos años después, ya sea porque el conocimiento objetivo aumente, se hace cada vez más preciso, ya sea porque se madura poco a poco, ya sea porque todo el contexto de los estudios progresa”{19}.
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Una antología de disparates
Ahora publica Reig Tapia, en la editorial Siglo XXI, La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes. En su nuevo libelo, Reig Tapia las emprende con sus nuevos enemigos. Los busca; los necesita; y, si es necesario, se los inventa. Muerto Ricardo de la Cierva y más bien postergado Pío Moa, ataca a sus nuevas bestias negras: Stanley Payne, yo mismo, Jorge Martínez Reverte, Julius Ruíz, Fernando del Rey Reguillo, Ángela Cenarro y otros. Reig Tapia afirma no haber escrito este nuevo libelo con “odio” e “ira” “si acaso con indignación”. Según él, se trata de “la defensa y reivindicación de la honorabilidad de algunos de nuestros mejores especialistas”. Léase de nuevo Manuel Tuñón de Lara, su padre espiritual, y sus amigos del alma. Paul Preston y Ángel Viñas. Creo ser, aunque no es para mí un honor, la persona más insultada en el texto. Para Reig Tapìa, soy “boquirroto de libro”, “crítico sabelotodo”, “el nuevo superhéroe, el caza rojos de guardia de la derecha eterna, noble y pura, el only the lomely, el solitario, el único, el inmarcesible”. Según Reig, no soy un “conservador ilustrado centrado en el estudio del pensamiento de las derechas como equivocadamente pensábamos, y dedicado en cuerpo y alma a fustigara los historiadores y políticos de izquierda”. “Es mucho más que eso, es simplemente un reaccionario antidemócrata por mucho que intente travestirse el liberal”, un “falso liberal”, que “simplemente aburre”, que ejerce “una crítica impotente”, “el nuevo Pepito Grillo”, “malas tripas”, que “a su provecta edad ansía llegar a catedrático pensando que el hábito hace al monje”, “acumulando méritos”, “mamporrero de lujo de la extrema derecha más asilvestrada”, “orate”, “basura historietográfica”, “enciclopédica ignorancia”, “envidioso”, “resentido”, “propio de locos”, “mal informado e indigno”, “frustrado”, “presunto historiador”, “majadero”, “cabezón”, “badulaque”, “mangurrián”, “gaznápiro”, “retorcido”, “maldad insidiosa”, “mastuerzo”, “descerebrado”, “mastín de pacotilla”, “zafiedad humana”, “tiernísimo chiguagua”, “bocazas”, “un frustrado al que no lee ni su padre”, “cara de estreñido o de lechuguino”, “pigmeo ensorbecido”, “atrabiliario”, “lumbrera”, “inefable” “un avatar, un mutante o un homo sapiens en recesión”, “tóxico”. Hace referencia a mi “vulgar existencia”. “Una existencia gris, banal y ridícula”. Además, tengo “un careto que asusta pero que también inspira”. Cree que padezco “problemas mentales” y que merezco “un buen rejonazo” y “tratamiento psiquiátrico”, porque estoy “mal de la chaveta”. Se burla, además, de la UNED. Censura mis críticas a Tuñón de Lara, Preston y Viñas; mis colaboraciones en la revista Razón Española, y mi defensa de la obra de Stanley G. Payne. Finalmente, me insta amenazadoramente a que “haga mutis por el foro definitivamente”{20}.
No ha sido el único. En su apología de Paul Preston, Ismael Saz me llamó “revisionista” y “negacionista”{21}. Borja de Riquer i Permayer –peón de Josep Fontana en el ámbito de la historiografía catalana- utilizó la seudología para compararme con Pío Moa. Ya sabe, amigo lector: González Cuevas critica a Paul Preston; Pío Moa critica a Paul Preston; luego González Cuevas es igual a Pío Moa{22}. Sin novedad en el frente. Igualmente escandalizado por el contenido de mi crítica a Preston, Francisco Espinosa me calificó de “uno de esos tesoros ocultos de la universidad española, auténtico diamante en bruto ahora pulido y abrillantado desde la Fundación Ortega-Marañón”{23}. Una delicia, viniendo de quien viene.
Como ya he dicho, no estoy sólo, sino en buena compañía. Así, Reig Tapia acusa a Stanley G. Payne de “daltonismo ideológico” y de “estrabismo político”. Su última biografía de Franco es “fundamentalmente inútil”, “una obra fútil más”. Considera “escandaloso” presentar a Franco como “el último regeneracionista”. “¡Qué insulto para los regeneracionistas españoles de verdad!”. Se pregunta, además, si a Franco “le acogotaban las mujeres de cuerpo entero”, porque era “chiquitito, muy poquita cosa”. A Jorge Martínez Reverte le advierte igualmente, por sus críticas a Preston y a Viñas, de “que se ande con cuidado”; y le recomienda “visitar con urgencia a un oftalmólogo”. Ataca su “frivolidad lamentable”, su “calenturienta imaginación”, su “soberbia intelectual y desagradable petulancia”, su “miseria moral”, su “prepotencia”, de ser “más papista que el papa”, de hablar a “tontas y a locas”; es un “frustrado”. Incluso llega a preguntarle si se “avergüenza acaso de su padre”. Y vuelve a la carga: “amateur”, “una metodología atolondrada”, “obcecado”, etc, etc. A Fernando del Rey Reguillo le critica por su “farragosa prosa envuelta en la típica retórica académica capaz de decir una cosa y la contraria”; es un “moralista”, “liberal equidistante”, “rancio”, “erudito a la violeta” que dice “majaderías”, “cursi” e “ignorante”. La emprende igualmente con Ángela Cenarro por una crítica a su libro Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu, cuyo contenido negativo atribuye a que “me leyó apresuradamente” y a “cierta inmadurez etiológica propia de su envidiable juventud”. La obra del hispanista escocés Julius Ruíz sobre la matanza de Paracuellos del Jarama es, según Reig Tapia, equivocada y “falta de sutileza analítica”. Y, como era de esperar, señala: “Ruíz blanquea la represión franquista e ignora información documental básica de la misma Causa General que dice manejar. Por lo visto, se limitó a mirar sólo lo que le interesa, y para este viaje no eran necesarias tales alforjas”{24}.
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Una respuesta
Pasaré por alto, aunque no es fácil, la plétora de insultos que me dedica el señor Reig Tapia en las páginas de su libelo. Creo que con ellos su autor se derrota enteramente solo. Me parece absolutamente patético que un pretendido historiador/politólogo, catedrático de provincias, recurra a semejante jerga a la hora de defender sus posiciones. Ni que decir tiene que me parece un signo de debilidad moral e intelectual. Cada cual es hijo de sus obras y de sus palabras. No obstante, me llama la atención del supuesto conocimiento que el señor Reig Tapia tiene de mi vida privada. ¿Cómo sabe que mi existencia es “vulgar”, “gris”, “banal” y “ridícula”?. ¿Tiene espías y delatores que me vigilan?. ¿Acaso practica el voyeurismo?. Lo ignoro; ni lo sé ni me importa. Pero ya es significativo que este señor tenga que recurrir a tales procedimientos insidiosos a la hora de descalificarme como historiador e incluso como persona. Menos aún entraré en sus disquisiciones sobre mi físico. No sabía que fuese experto en belleza masculina. Como si él fuese al Apolo de Delfos. Más bien se comporta como Polifemo en el célebre poema de Luis de Góngora. Menciona mi edad “provecta” cuando él tiene diez años más que yo. Lo que me resulta imperdonable es su valoración negativa de la UNED, cuando en esta Universidad han ejercido la docencia Santos Juliá, Andrés de Blas, Carlos Moya, José Félix Tezanos, Javier Tusell, José Almaraz, etc. Reig Tapia tuvo que marcharse de la cosmopolita Universidad Complutense de Madrid a la provinciana Rovira i Virgili de Tarragona, para conseguir su cátedra; era territorio amigo, donde ejercen su hegemonía Josep Fontana y Borja de Riquer. Por cierto que en la Complutense no dejó un buen recuerdo. La mayoría de sus compañeros lo consideraban un “stalinista”.
Como buen tuñoniano, Reig Tapia practica la delación y la vigilancia intelectual, como recomendaba su maestro{25}; y me acusa de “reaccionario” por mis colaboraciones en la revista Razón Española, mi interpretación positiva de la figura de Gonzalo Fernández de la Mora, mis opiniones sobre el Valle de los Caídos o sobre la obra historiográfica de Stanley G. Payne. Como de costumbre Reig Tapia, lo tergiversa todo y miente. Mi interpretación de las ideas de Fernández de la Mora no iba en contra de la democracia liberal o el liberalismo, sino todo lo contrario. En su artículo sobre “Las contradicciones de la partitocracia”, publicado en 1990, Fernández de la Mora propugnaba, no, como el pobre Reig Tapia insinúa, un retorno a la “democracia orgánica” franquista, que juzgaba imposible, sino una serie de reformas en el sistema político español actual: listas abiertas, democratización interna de los partido, transparencia financiera de los partidos, prohibición de la disciplina de partido, recurso al referéndum, voto secreto en las asambleas, fiscalización escrita anual del patrimonio de la clase política, etc, etc. Lo que yo lamentaba era que hubiese surgido ningún nuevo partido que reivindicara dicho proyecto regenerador. Nada de un retorno al franquismo. Sacar de la tumba del Valle de los Caídos el cadáver de Franco me parece una monstruosidad inútil. No es una opinión de derechas o de izquierdas, ya que lo mismo opinan Joaquín Leguina o Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Y, que quiere que le diga, Stanley Payne me parece mucho mejor historiador que Paul Preston; es algo que me parece evidente, sin discusión.
Otra mentira del señor Reig Tapia es que yo no haya publicado artículos en revistas académicas, sujetas a control de calidad. Lo cierto es que, a lo largo de treinta años, he publicado artículos en las siguientes revistas: Historia 16, Cuadernos de Historia Contemporánea, Sistema, Revista de Estudios Políticos, Alcores, Revista de Libros, Studia Historica, Historia y Política, Proserpina, Claves de Razón Práctica, Espacio, Tiempo y Forma, Veintiuno, L´Avenç, Historia Contemporánea, Bulletin d´Histoire Contemporaine de l´Espagne, Hispania, Boletín de la Real Academia de la Historia, Aportes, Spagna Contemporanea, XX Siglos, Revista de Occidente, Revista de Estudios Orteguianos, La Razón Histórica, Memoria y Civilización, Ayer, Bulletin for Spanish and Portuguese Historical Studies, etc, etc. Antes de difundir mentiras, que tienen las patas muy cortas, debería informarse, por ejemplo, en Dialnet.
Nuevamente, se equivoca Reig Tapia cuando dice que yo busco una réplica personal de Preston o Viñas. Conozco el paño; ya soy perro viejo. Tanto Viñas como Preston se consideran ya, contra no pocas racionalidades y evidencias, por encima del bien y del mal, en una especie de Olimpo historiográfico. Y no suelen contestar a sus contradictores. Para eso están los “escuderos” como Reig Tapia. Preston, que, por otra parte, consideró “densas” mis críticas a su obra{26}, tiene como “escudero” a Saz Campos; Viñas a Reig Tapia; y Fontana a Borja de Riquer{27}. No resulta extraño que el hispanista italiano Gabrielle Ranzato se queje de las prácticas de este sector de la historiografía española: “Para confrontarse conmigo sería mejor que abandonaran la práctica del silencio, de la denigración y de las deformaciones de mis escritos, y aceptaran dialogar en el terreno de una debate historiográfico serio”{28}.
Mis críticas y artículos se dirigen a los jóvenes historiadores, con el fin de que no caigan en los errores de mi generación. Y señalemos otra tontería más de Reig Tapia. En su exaltación de Paul Preston, se vanagloria de que, a pesar de mis críticas y las de otros autores, el historiador británico haya conseguido doctorados honoris causa en toda España: Tarragona, Valencia, Extremadura, Barcelona y luego, añado yo, Cantabria. Ciertamente, les falló Zaragoza, aunque en esa Universidad sea preponderante la izquierda historiográfica. Pero, a fin de cuentas, ¿qué significan tales “éxitos”?. En rigor, nada. Lo que demuestran, una vez más, es la superficialidad y espíritu militante del señor Reig Tapia, que confunde deliberadamente la calidad con el éxito. José de Echegaray consiguió el Premio Nobel de Literatura; y a Jorge Luis Borges le fue negado por motivos ante todo políticos. A Echegaray ya nadie le lee, y fue conocido por los noventayochistas como el “viejo idiota”. En cambio, la proyección literaria de Borges es hoy universal. Tampoco debemos olvidar que Mario Conde consiguió el doctorado honoris causa en la Universidad Complutense; y no resultó un personaje especialmente recomendable desde el punto de vista ético y moral moral. ¿Acaso Antonio Domínguez Ortíz, nuestro gran historiador de la España moderna, no fue toda su vida catedrático de instituto?. Que el señor Preston consiga doctorados honoris causa por toda nuestra piel de toro no le convierte en un gran historiador; tan sólo demuestra que sus redes de influencia continúan funcionando eficazmente; y nada más. Sostener lo contrario equivale a confundir –perdonen la vulgaridad- el culo con las témporas. Además, como ya señalé en otra ocasión, es el reflejo de un cierto masoquismo nacional, ya que Preston se ha declarado en más de una ocasión partidario del proceso de secesión en Cataluña. En noviembre de 2014, fue uno de los firmantes, junto a Desmond Tutu, Ken Loach, Harold Bloon y otros, de un manifiesto a favor de un referéndum en el que sólo participasen los catalanes{29}. Lo que supone reconocer la soberanía nacional catalana frente a la española; y defender un nacionalismo de privilegiados.
Y es que todo el libelo está escrito con nerviosismo y precipitación; y su contenido no brilla precisamente por su exactitud ni por su modestia. En el fondo, refleja una especie de catarsis. Pasemos por alto los aspectos más turbios de su alegato; y vayamos derechamente a sus contenidos menos viscerales e insultantes, que, la verdad sea dicha, no son muchos.
En su denuncia a mis críticas a Tuñón de Lara, Viñas y Preston, el señor Reig Tapia se basa en una banal hermenéutica de la sospecha{30}. No es, desde luego, Freud, ni Nietzsche ni Marx; tampoco Paul Ricoeur. Su hermenéutica es de andar por casa, elemental, casi de mesa camilla, absolutamente vulgar y carente de fundamento. Según él, mis críticas tendrían por base la envidia y el resentimiento. ¿Envidia de quién?. ¿De Preston y Viñas?. Dos historiadores a los que considero equivocados y cuya forma de hacer historia me es completamente ajena, ¡vamos ya!. ¿De Reig Tapia, historiador obsesionado por el fantasma del general Franco?. Ni se entera. No; mis críticas a este sector de la historiografía provienen, ante todo, de mi experiencia universitaria. En aquellos momentos, dominaban las aulas y los claustros los discípulos y acólitos de Tuñón de Lara. Serlo era entonces todo un toque de distinción, sobre todo político; pero su influencia fue, en mi opinión, letal para el porvenir de nuestra historiografía. No pocos de aquellos profesores se ocupaban de hacer política en las aulas. Todavía recuerdo la campaña de una profesora de historia de la historiografía a favor de la candidatura de Francisco Bustelo para rector de la Complutense de Madrid. Otros consideraban “científica” la doctrina de Lenin sobre el imperialismo. Los autores más citados por ellos eran Marta Harcnecker, Nicos Poulantzas, Louis Althusser, Ernest Mandel, Tuñón de Lara, Pierre Vilar, André Gunder Frank, Samir Amin, etc; y marxistas españoles de tercera fila como José María Vidal Villa o Enrique Ruíz García, hoy completamente olvidados. Ninguna mención a marxistas inteligentes como Edward Palmer Thompson o Perry Anderson, o a politólogos como Raymond Aron, Carl Schmitt, Hermann Heller, Max Weber, o Hanna Arendt; historiadores como Renzo de Felice, George L. Mosse, Françoist Furet o René Rémond. En el caso español, nadie hacía referencia a Luis Díez del Corral, Joaquín Romero Maura, o José Varela Ortega. Además, muchos de estos profesores y catedráticos se jactaban, como si fuera lo más natural del mundo, de haber influido en la concesión de plazas y de cátedras a los que eran de “su cuerda”. Los conceptos más empleados eran “lucha de clases”, “formación social”, “revolución burguesa”, “bloque de poder”, “movimiento obrero”, “estructura”, “superestructura”, etc, etc. Frente a esa caterva, los sectores conservadores del profesorado destacaban por su absoluta mediocridad. Nadie asistía a las clases, por ejemplo, de Vicente Palacio Atard. La mayoría de los alumnos se compraban su manual de Historia de España en el siglo XIX –conocido como El Libro Gordo de Petete- y “pasaban” de sus clases, que, la verdad sea dicha, eran soporíferas. Y, no se equivoque, nadie leía a Ricardo de la Cierva, de cuya obra mi opinión es, hoy como ayer, muy negativa{31}. Tan sólo profesores como Antonio Morales Moya eran capaces de enseñarnos la metodología de Max Weber o los planteamientos de Edward Palmer Thompson. Una vez salidos de la Universidad, tuvimos que reconstruir nuestra cultura historiográfica a partir de nuevas lecturas: los discípulos españoles de Raymond Carr –Juan Pablo Fusi, José Varela Ortega y Joaquín Romero Maura-, historiadores extranjeros como George L. Mosse, Françoist Furet, Ernest Nolte, Renzo de Felice o René Rémond, filósofos como Leszek Kolakowski o historiadores independientes como José Álvarez Junco. Fueron esos historiadores españoles los que acabaron por minar y destruir la hegemonía de Tuñón de Lara y sus acólitos en la Universidad española. Joaquín Romero Maura renovó los estudios sobre el caciquismo, dejando obsoleta la interpretación tuñonesca, heredera del costismo{32} . Varela Ortega no dudaba en acusar a Tuñón de “deformar el pasado como herramienta de futuro”{33}. Su obra Los amigos políticos la destrucción de las tesis de Tuñón de Lara sobre el bloque de poder, es decir, el control del Estado por parte de las elites económicas{34}. Juan Pablo Fusi criticó acerbamente la interpretación que del movimiento obrero hizo Tuñón de Lara, “dominada por un cierto sentimentalismo más propio de Dickens que de Marx”{35}. José Álvarez Junco y Manuel Pérez Ledesma sometieron igualmente a una crítica implacable los planteamientos del historiador madrileño, abogando por una historia que no estuviera al servicio de causas de carácter político{36}. El propio Álvarez Junco rechazó el concepto de “revolución burguesa”, considerándolo escasamente fértil, puramente nominalista. En su opinión, no podía hablarse de “revolución burguesa” en ninguna sociedad contemporánea, sino de un largo proceso de transición y de modernización desde el Antiguo Régimen a la sociedad liberal-capitalista{37}. En sus estudios sobre el empresariado español, Mercedes Cabrera y su discípulo Fernando del Rey Reguillo criticaron el concepto de bloque de poder, llegando a la conclusión de que no había existido una subordinación de la élite política a los dictados de la clase empresarial, sino una interacción recíproca{38}.
Incluso Julio Aróstegui, uno de los representantes más cualificados del nódulo Tuñón de Lara/Viñas/Preston, reconocía, en un balance de la producción del historiador madrileño, sus insuficiencias: ausencia de atención hacia los nacionalismos periféricos y el nacionalismo español y hacia la cultura de las derechas españolas. Tampoco fue capaz de escribir una historia del régimen de Franco; y no dejó “una gran obra”. Y es que, en realidad, hizo “historia de su propia experiencia personal”. A su entender, de su obra quedaría el “esprit”{39}. Esa decir, la lucha por la hegemonía el campo historiográfico y la influencia en el poder político.
Y, en fin, como han señalado José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente: “Más que por la profundidad de sus análisis o por la originalidad de sus posiciones metodológicas, o incluso la carga subversiva directa que pudieran contener sus obras, Tuñón de Lara destacó por ofrecer la versión del pasado que era el paradigma alternativo perfecto a lo que el régimen había fomentado en su época creativa. Era, por lo tanto, lo que pedían quienes se oponían al franquismo en sus años finales. Fue el hombre adecuado en el momento adecuado, y de ahí que su influjo superara con mucho el campo de la historia contemporánea”{40}.
Gracias a esos maestros, nos libramos de la costra; pero ahora, al socaire de la denominada “memoria histórica”, los “brujos” pretenden retornar. Creo que, por el porvenir de nuestra historiografía, es preciso impedirlo. Ahí se encuentra el leif motiv de mis críticas, y no en supuestos residuos y derivaciones paretianos.
Y, por favor, no meta en su mismo saco a historiadores serios e independientes como Nigel Towson, Xavier Moreno Juliá o Enrique Moradiellos, cuyas posiciones se encuentran muy lejos de las suyas.
Y, en fin, ¿cómo se atreve a comparar sus ensayitos polémicos con la sólida obra de Stanley Payne, Jorge Martínez Reverte, Julius Ruíz y Fernando del Rey Reguillo?. Su narcisismo, presente igualmente en su diatriba contra Ángela Cenarro, resulta no ya arquetípico, sino preocupante.
Con respecto a ciertos aspectos de la vida de su mentor Manuel Tuñón de Lara el señor Reig Tapia no parece muy bien informado. Fue Jorge Semprún quien por primera vez señaló las relaciones del historiador madrileño con los soviéticos, en su significativa Autobiografía de Federico Sánchez, cuando hizo referencia al proceso contra el antiguo comunista Laszlo Rajk como confidente de la Gestapo: “Pues bien, en aquella época un camarada de tu célula, Manuel Tuñón de Lara –que ahora se nos presenta como un historiador objetivo y liberal-, te dijo, en el curso de una conversación personal, en la que expresabas algunas dudas sobre el asunto de Rajk, que todas las acusaciones eran ciertas. Te dijo, para convencerte de la culpabilidad de Rajk, que él mismo había visto, con sus ojos, las fotocopias de la ficha de la liberación. Le preguntaste, como es lógico, quien le había enseñado esta ficha. Puso Tuñón de Lara cara de misterio y te dijo en voz baja que eran los camaradas soviéticos. Moviste la cabeza, impresionado. Luego, naturalmente y aunque no lo comentara con nadie, tuviste que preguntarte a ti mismo qué tipo de relaciones tendría Tuñón de Lara con sus <camaradas soviéticos>. Luego, una serie de indicios, entre los cuales el hecho mismo de que Tuñón se alejara sin conflictos del PCE para hacer el papel de historiador objetivo y liberal, te hicieron comprender que dichas relaciones eran especiales. Mejor dicho, que debían de ser relaciones con los Servicios Especiales”{41}. Que yo sepa, Semprún nunca se desdijo de ese testimonio. En las últimas ediciones de su Autobiografía de Federico Sánchez, publicadas en francés, mantuvo al cien por cien sus apreciaciones sobre Tuñón de Lara{42}.
Por otra parte, no deja de ser un poco cómico que el señor Reig Tapia me recomiende la lectura de los libros que él y otros acólitos dedicaron al historiador madrileño, y que no pasan de ser gruesas hagiografías del personaje. Modelo de acríticas apologías. En estos libros, que yo leí hace ya mucho tiempo, sus autores, y en particular el señor Rig Tapia, pretenden dar una imagen de Tuñón de Lara, tal y como criticaba Lenin a Kautsky con respecto a Marx, como una especie de liberal adocenado, un “antifascista” que atemperó su “fervor revolucionario”. Alguien que nunca pretendió “manejar un fusil ametrallador”, que no se enteró de las matanzas de Paracuellos del Jarama, y que no defendía la dictadura del proletariado, sino un “frente antifascista”{43} . En mi opinión, afirmar cosas semejantes, en el contexto político e intelectual dominado por el comunismo staliniano, es cuando menos cuestionable y sospechoso. Como dijo Miguel Artola, Tuñón de Lara era un historiador con biografía, pero ésta se encuentra aún por escribir. En lugar de garabatear libelos polémicos, el señor Reig Tapia podía haberla realizado, pues suponemos que tendrá acceso a los archivos personales del historiador madrileño, pero significativamente no lo han hecho. ¿Por qué ?. Todavía no sabemos qué es lo que opinaba el joven Tuñón de Lara de la realidad imperante en la URSS o de la figura de Stalin. Me temo que seguiremos sin saberlo durante mucho tiempo.
La mención a Eduardo González Calleja tiene otro significado. Durante bastantes años, fue mi amigo. Y conoce perfectamente mi obra sobre Acción Española, a la que dedicó una reseña muy elogiosa en la revista Historia Contemporánea. Además, a petición de Paul Aubert, elaboramos conjuntamente una bibliografía sobre las derechas españolas en Bulletin d´Histoire Contemporaraine, de la Universidad de Pau{44}. Igualmente, cita mis obras en su libro Contrarrevolucionarios. Pero no, significativamente, en los libros en que el señor Viñas ha tenido un papel importante como En el combate por la Historia o en Los mitos del 18 de julio, donde González Calleja escribe sobre las derechas. En modo alguno desdeño sus trabajos{45}, tan sólo expreso mi extrañeza de que, por las circunstancias que sean, no cite unos libros que conoce perfectamente. Sospecho que hubo censura o autocensura. Y es que no deja de ser significativo, a mi humilde entender, que en uno de los libros dirigidos por el señor Viñas, Francisco Espinosa y José Luis Ledesma hagan referencia, sin nombrarle, a “un profesor de la UNED famoso por sus desabridas críticas al último libro de Paul Preston”{46}. ¿Por qué no mencionan mi nombre?. ¿Por qué ese intento de silenciar a los que no piensan como ellos?.
El señor Reig Tapia se escandaliza de que denomine a Viñas “chien de garde” y “paleohistoriador”. Sin embargo, a mi modo de ver, nada hay de extraño ni de extravagante en dichos calificativos. Cualquiera que lea los libros de Viñas puede llegar fácilmente a esa conclusión. Si algo caracteriza a la producción historiográfica de este señor es la ausencia total y absoluta de fair play. Y es que, para nuestro autor, la historia es, como en el caso de Tuñón de Lara, un arma política. De ahí su permanente recurso a la intimidación, al juego sucio y al insulto. Viñas abomina del ethos de pluralización; aspira a que en la Universidad y en el campo historiográfico sólo exista una interpretación de la II República, de la guerra civil y del régimen de Franco; por supuesto, la suya{47}. Y es que, a su entender, “los españoles empezaremos a dar muestras de normalidad (¡) cuando rechacemos mayoritariamente las construcciones ideológicas del neointegrismo franquista y dejemos de sorprendernos porque la historiografía seria (¡) se mueva abrumadoramente en la dirección contraria”{48}. En el fondo, se muestra como un profeta y precursor, como Reig Tapia, de una especie de panóptico historiográfico. Sus bestias negras son Stanley Payne, Anthony Beevor, Juan José Linz, Ricardo de la Cierva, Bartolomé Benassar, Burnett Bolloten, Luis Suárez, Luis E. Togores, Pablo Martín Aceña, Alfonso Bullón de Mendoza, Julius Ruíz, los colaboradores de Palabras como puños, etc, a los que califica de “revisionistas”, “franquistas”, “infantiles”, “integristas”, afectados por el síndrome de ansiedad, etc{49}. Es decir, que todo aquel que discrepe de sus interpretaciones o es un farsante, o es un corrupto, o es un fascista/franquista, o es un loco. Su animadversión se extiende hacia la Iglesia católica y al Partido Popular, a los que acusa de haber constituido un “bloque de poder” -¡otra vez la palabreja de Tuñón de Lara!- en contra de la “memoria histórica” de los vencidos en la guerra civil y de la II República{50}. Incluso llega a acusar al Partido Popular de querer retornar al régimen de Franco{51}. Todo lo cual demuestra que Viñas se ha convertido más en un polemista que en un auténtico historiador. Buena prueba de ello, si es que hacían falta, es el contenido del número extraordinario de la revista Hispania Nova, que ha coordinado el propio Viñas con el único objetivo de desacreditar de forma inquisitorial el conjunto de la obra del hispanista norteamericano Stanley G. Payne, en particular su biografía de Franco. Viñas ha calificado la obra de Payne de “patochada” y de “pornografía histórica”{52}.
Que es un “paleohistoriador” tampoco me parece discutible. Su anacronismo metodológico fue denunciado hace tiempo por el hispanista norteamericano Michael Seidmann{53}. Más exhaustivo y duro ha sido en esta denuncia el historiador Pablo Sánchez de León, para quien Viñas representa la antítesis de un Lucien Febvre, el gran maestro de Annales y campeón del antipositivismo. Y es que en los libros de Viñas está ausente “la reflexividad acerca de las categorías con las que construye su relato histórico ni apenas apoyatura en historiografía previa”. “En sus monografías efectúa recurrentes aseveraciones acerca de su manera de entender el oficio de historiador; en ellas da por prefijado un método que parece no haber experimentado evolución histórica alguna desde el siglo XIX”. “La miseria del planteamiento de Ángel Viñas reside en su creencia en que basta la capacidad del historiador de disponer en orden adecuado los datos procedentes de la documentación de archivo para producir el relato verdadero, que se reduce a la exposición de información veraz a partir de una expurgación selectiva de textos”. “Esta visión tan primitiva de la tarea del historiador no sólo le impide hacerse cargo de las exigencias propias de la reflexión histórica sino que, sino que además deja al desnudo el profundo sesgo subjetivo de su marco interpretativo”. “Viñas no reconoce algo tan sencillo como que el conocimiento procedente de testimonios de época nace en el mejor de los casos doblemente situado –en su contexto histórico y, dentro de este, en su contexto social e institucional de enunciación- y que la información que aquéllos aportan esté de antemano posicionada en las polémicas de la época. Menos aún asume que en cualquiera de los casos quien da significado a esas palabras que proceden del pasado es el historiador por medio de alguna hermenéutica”{54}.
Coda
Con la publicación de este nuevo libro de Alberto Reig Tapia, se confirma, una vez más, el diagnóstico que desarrolló el filósofo Julián Marías, en los años cincuenta sobre la situación de la cultura española. Y es que, a juicio del filósofo vallisoletano, la ofensiva clerical en contra de su maestro José Ortega y Gasset era producto de una circunstancia anómala. En la sociedad española de la época se vivía en “una situación en que no se cuenta con ninguna instancia superior, en que no se espera que nadie subraye el perfil de esos libros y sus caracteres, y que ponga de manifiesto su verdadera condición”. “Se supone, pues, una sociedad en que no hay crítica (…), en que tampoco hay un sistema de presiones automáticas que ejerzan sobre cada uno de sus miembros y regulen su conducta; una sociedad, por tanto, disociada, en esencial desajuste”. A ese respecto, Marías denunciaba la pérdida de sentido de la función del intelectual, algo que se manifestaba en el acceso a los puestos directivos o de prestigio de “hombres absolutamente incapaces que llegan a ellos por razones extraintelectuales y desde ellos ejercen una ficción de vida intelectual”. La ausencia de ideas y de planteamientos, se encubría mediante la utilización de “ideas de apariencia atractiva”, “a las que casi nadie se opone, porque gozan de un prestigio más o menos convencional”, tales como “democracia”, “pacifismo”, “espiritualismo”, y con “recetas” como “lucha de clases”, “derechos del hombre”, “filosofía perenne”, “libre determinación de los pueblos”, cuya utilización trataba de evitar precisamente que se pusieran en cuestión los problemas que lo eran verdaderamente, es decir, impedir el ejercicio real y efectivo de la vida intelectual “en su auténtica función y pleno vigor”{55}.
Escrito hace sesenta y siete años, el diagnóstico de Marías es hoy tan actual como ayer; y parece como si tuviera por objeto la valoración de un libro como el de Reig Tapia, arquetipo de la sordidez y de la mediocridad. Sin embargo, lo más grave es que no parece que hayamos progresado mucho en tan largo lapso de tiempo. Y es que en ocasiones parece como si la sociedad española fuese incapaz de progresar; da la sensación de estar condenada a ciclos periódicos de ascenso y decadencia. Sin duda, en España, la historia se repite, como tragedia, pero sobre todo como farsa{56}. Por desgracia, en eso estamos.
Notas
{1} Pierre Bourdieu, Meditaciones pascalianas. Barcelona, 1997, pp. 23 ss.
{2} Véase Francisco Vázquez García, La filosofía española: herederos y pretendientes. Una lectura sociológica (1963-1990). Madrid, 2009, p. 29.
{3} Edward P. Thompson, Miseria de la teoría. Barcelona, 1981, pp. 23 ss
{4} Pierre Bourdieu, La distinción. Madrid, 1983.
{5} Pierre Bourdieu, Razones prácticas. Barcelona, 1997, pp. 190 ss. Pierre Bourdieu/Roger Chartier, El sociólogo y el historiador. Madrid, 2011, pp. 46 ss.
{6} Santos Juliá, “El intocable”, en El País, 25-IX-2015.
{7} Dietrich Bonhoeffer, Resistencia y sumisión. Salamanca, 2008, pp. 19-20.
{8} Véase Francisco Murillo Ferrol, Estudios de sociología política. Madrid, 1971, pp. 48 ss. Véase igualmente el clásico de Edward C. Banfield, The moral basis of a backward society. Glencoe, 1958.
{9} Luis de Góngora, “Romance amoroso”, en Poesía. Barcelona, 2015, p. 183.
{10} Alberto Reig Tapia, La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes. Madrid, 2017, pp. 112, 120 y 213.l
{11} Alberto Reig Tapia, Ideología e historia: sobre la represión franquista y la guerra civil. Madrid, 1984, pp. 74 ss.
{12} Alberto Reig Tapia, Violencia y terror. Estudios sobre la guerra civil. Madrid, 1990, pp. 16 ss, 36, 39, 42, 49, 77-79, 88, 116, 123, 150 ss.
{13} Véase Roberto Muñoz Bolaños, Guernica. Una nueva historia. Las claves que nunca se han contado. Madrid, 2017, pp. 100-101.
{14} Alberto Reig Tapia, Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu. Madrid, 1999, pp. 266 ss. La Cruzada de 1936. Mito y memoria. Madrid, 2006, pp. 390-391.
{15} Peter Sloterdijk, Ira y tiempo. Madrid, 2010, pp. 2000-202 y 199.
{16} Alberto Reig Tapia, Franco. “Caudillo”: mito y realidad. Madrid, 1995, pp. 28, 36, 41, 46-47, 85, 87, 127, 161, 204, 281 ss. Franco. El César Superlativo. Madrid, 2005, pp. 88 ss.
{17} Alberto Reig Tapia, AntiMoa. Barcelona, 2006, pp. 41, 119 ss. Revisionismo y política. Pío Moa revisitado. Madrid, 2008.
{18} Manuel Sacristán Luzón, “Nota con la ocasión de una antología de Ulrike Marie Meinhof (1934-1976)”, en Sobre Marx y el marxismo. Barcelona, 1983, p. 312.
{19} Renzo de Felice, Entrevista sobre el fascismo con Michael Leeden. Buenos Aires, 1979, p. 29.
{20} Alberto Reig Tapia, La crítica de la crítica. Inconsecuentes, insustanciales, impotentes, prepotentes y equidistantes. Madrid, 2017, pp. 67, 198, 259, 261, 262, 264, 265, 266, 277, 279, 280, 286, 288, 289, 291, 293, 294, 295, 300, 301, 302, 305, 313, 317, 321, 314, 325, 326, 327. 328, 329, 330, 333, 334, 337, 388, 454.
{21} “Va de revisionismo”, en Historia del Presente nº 17, 2011/1, pp. 161-164.
{22} “L´ombra del franquisme”, en Ara, 13-VIII-2011. Borja de Riquer i Permayer, Anar de debó. Els catalans i Espanya. Barcelona, 2016, pp. 346-348.
{23} “La guerra en torno a la historia que ha de quedar”, en Hispania Nova, 1-I-2012. Francisco Espinosa Maestre, La lucha de historias, lucha de memorias. España, 2002-2015. Sevilla, 2015, pp. 373-374.
{24} Reig Tapia, La crítica de la crítica…, pp. 195, 201, 205, 251, 341, 344, 351, 378, 389, 403, 407, 410. 413, 415, 433, 358, 437, 420 ss, 423, 427, 375, 389 ss.
{25} Manuel Tuñón de Lara, “Vigilancia intelectual”, El País, 6-VI-1984.
{26} Paul Preston, Franco. “Caudillo” de España. Barcelona, 2015, p. 821.
{27} Santos Juliá, “El intocable”, en El País, 20-IX-2015.
{28} “¿Es posible un auténtico debate historiográfico sobre la historia de la Segunda República y de la guerra civil?”, en Historia del Presente nº 22, 2013, pp. 151-162.
{29} La Vanguardia, 1-XI-2014.
{30} Paul Ricoeur, Conflict de interpretations. París, 1969, pp. 149 ss.
{31} Véase Pedro Carlos González Cuevas, “Los Guardianes de la Historia, presencia, persistencia y retorno”, en Guillermo Gortázar (ed.), Bajo el dios Augusto. El oficio de historiador ante los guardianes parciales de la Historia. Madrid, 2017, pp. 163-168 ss.
{32} “El caciquismo: tentativa del conceptualización”, en Revista de Occidente nº 127, octubre de 1972, pp. 155 ss. Joaquín Romero Maura, La Rosa de Fuego. El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909. Barcelona, 1975.
{33} José Varela Ortega, “Del hombre”, en Vicente Cacho Viu, Los intelectuales y la política. Perfil público de Ortega y Gasset. Madrid, 2000, p. 31.
{34} José Varela Ortega, Los amigos políticos. Partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900). Madrid, 1977.
{35} Juan Pablo Fusi, Política cobrera en el País Vasco, 1880-1923. Madrid, 1975, pp. 8-9.
{36} “Historia del movimiento obrero, ¿una segunda ruptura?”, en Revista de Occidente nº 12, 1982, pp. 10-41.
{37} “A vueltas con la revolución burguesa”, en Zona Abierta nº 137, julio-agosto de 1986.
{38} Fernando del Rey Reguillo, Propietarios y patronos. Madrid, 1992. Mercedes Cabrera-Fernando del Rey, El poder de los empresarios. Madrid, 2004.
{39} Julio Aróstegui, “La obra de Tuñón de Lara en la historiografía española (1960-1997)”, en Tuñón de Lara y la historiografía española. Madrid, 1999, pp. 12-19.
{40} José Álvarez Junco y Gregorio de la Fuente, “La evolución del relato histórico”, en Las historias de España. Visiones del pasado y construcción de identidad. Madrid/Barcelona, 2013, 406 ss.
{41} Jorge Semprún, Autobiografía de Federico Sánchez. Barcelona, 1977, pp. 125-126.
{42} Jorge Semprún, Autobiographie de Federico Sánchez. París, 2013, pp. 160-161.
{43} José Luis de la Granja y Alberto Reig Tapia, “Manuel Tuñón de Lara, una trayectoria intelectual”, en Manuel Tuñón de Lara. El compromiso con la Historia. Su vida y su obra. Bilbao, 1993, pp. 42-43. Manuel Tuñón de Lara, maestro de historiadores. Bilbao, 1995.
{44} Véase Historia Contemporánea nº 18, 1999, pp. 470-478; y Bulletin d´Histoire Contemporaine de l´Espagne nº 44, 2009, pp. 293-320.
{45} Véase Historia y Política nº 29, 2013, pp. 373-379.
{46} Francisco Espinosa y José Luis Ledesma, “La violencia y sus mitos”, en Ángel Viñas (ed.), En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil y el Franquismo. Barcelona, 2012, p. 488.
{47} Ángel Viñas, En el combate por la historia. Barcelona, 2012, p. 23.
{48} Ángel Viñas, La conspiración del general Franco y otras revelaciones de una guerra civil desfigurada. Barcelona, 2011, p. 307.
{49} Viñas, La conspiración…, p. 307 ss. Las armas y el oro. Palancas de la guerra, mitos del franquismo. Barcelona, 2012, p. 460. La otra cara del Caudillo. Barcelona, 2015, pp. 79 ss.
{50} Viñas, Las armas y el oro…, p. 411.
{51} Ibidem, pp. 415.
{52} Ángel Viñas, “Sin respeto por la historia. Una biografía de Franco manipuladora”, en Hispania Nova nº 1. Extraordinario. Año 2015, pp. 13.
{53} “Polémicas pasadas”, en Revista de Libros, 25-III-2014.
{54} Pablo Sánchez León, “La violencia contra ciudadanos y el desbordamiento del marco narrativo heredado”, en Pablo Sánchez León y Jesús Izquierdo Martín, La guerra que nos han contado y la que no. Memoria e historia de 1936 para el siglo XXI. Madrid, 2017, pp. 176 ss.
{55} Julián Marías, “Ortega y tres antípodas” (1950), en Obras Completas. Tomo IX. Madrid, 1982, pp. 104-110.
{56} Karl Marx, El 18 de brumario de Luis Bonaparte. Madrid, 2015, p. 15.