El Catoblepas · número 181 · otoño 2017 · página 11
Apología antinatalista
Martín López Corredoira
Reseña de No me pidas nacer. Cartas al ángel custodio de Miguel Ángel Castro Merino (Piediciones, León 2017)
Hay hoy dos tipos fundamentales de individuos a los que se les aplica el término filósofo o pensador. El más abundante es aquel que se refugia en un título universitario para arrogarse de la potestad que le confiere un ejercicio académico y se dedica a dar unas lecciones pagadas o a hacer filosofía de Estado, circunscribiendo sus ideas dentro de lo política, social y académicamente correcto, trabajando regularmente sus ocho horas diarias en horario de oficina para, una vez terminadas sus labores de gestor cultural, irse a su casa y sacar a sus niños a pasear al parque o entretenerse con alguna de las labores del entrañable hogar familiar que centran su vida. Es el típico que tiene una foto de sus nenes en su despacho o en el fondo de pantalla de su ordenador y babea cuando se le habla de ellos. Por el contrario, existe otro tipo de filósofos, menos visibles y menos abundantes, pero más importantes en mi opinión, que no ponen un límite entre sus vidas intelectuales y sus vidas privadas: escriben con sangre, les va la vida en sus ideas, y su vida y obra se confunden una con la otra; individuos que no están al servicio de nadie sino de sí mismos y de sus ideales, y que ejercen su labor filosófica por pura pasión racional o irracional antes que por hacerse un hueco en la academia engrosando su currículum para llevarse un sueldo a casa y alimentar a su prole. Pienso que Castro Merino es de este segundo tipo de pensadores. La obra que nos entrega es un ensayo escrito en estilo epistolar que refleja las verdaderas preocupaciones existenciales de un rebelde contra la moral pública de la calzonacería y el sometimiento a una vida de pareja monógama con nenes.
Al igual que Aristóteles elaboró su “Ética a Nicómaco”, o el filósofo español contemporáneo Fernado Savater escribió su “Ética para Amador”, Castro Merino crea su propio discurso ético dedicado, mas con diferencias notables respecto a los anteriores: no se dirige éste a persona o personita alguna, sino al hijo que nunca tendrá, al espectro de potencialidades que habita en el no-ser. Su leitmotiv es también de otro tipo. Se da aquí una apología antinatalista, un declamar mesiánico en lo que cree que debe ser un nuevo mensaje a transmitir a la humanidad.
No es algo exclusivo y nuevo de la época actual recomendar la abstinencia de procrear, pero sí lo son sus posibilidades técnicas, que permiten planificaciones familiares que en otra época no eran posibles, con la vasectomía como paradigma de la salvación en el caso masculino, simbolizando la apuesta por una decisión sin vacilaciones. La perspectiva femenina no la menciona, por hablar en primera persona, pero se entiende que el mismo discurso podría valer para una mujer que decida realizarse una ligadura de trompas sin nunca haber tenido un hijo.
Entre los múltiples enfoques que se le podría dar al tema, cabría hablar de los Dinks (acrónimo del ingles “Double-income, no kids”), referente a las parejas que deciden renunciar a tener hijos para poder dedicarse exclusivamente a sus carreras laborales y vivir más holgados, al disponer de un doble sueldo y ningún hijo que mantener ni al que dedicar su tiempo libre. O se podría hablar de los individuos que quieren tener una vida alejada del bullicio infantil para dedicarse a altas tareas intelectuales, o de la independencia económica y social que implica el no tener personas a cargo. De nada de esto nos habla el autor. Podría también relacionarse con el ambientalismo y la superpoblación mundial, lo cual sí menciona Castro Merino: para él el ecologismo no consiste en proteger la vida y las especies existentes, sino en promover la no-procreación, y aun más alto fin que el ecológico se encontraría en desear la desaparición de todo ser vivo sobre la faz de la Tierra. Con todo, su discurso principal va por otras vías: hace especial hincapié en el pesimismo sobre el ser, sobre el mundo. Comparte con el budismo la idea de que la vida es dolor. Comparte el pesimismo de Schopenhauer o de Cioran, quizá aun de modo más acuciante. El mundo es malo, y el autor califica de paleto iluso a aquel que quiere hacer una revolución para mejorarlo. Quienes defienden los derechos humanos y se acuerdan de las víctimas históricas de la humanidad son unos hipócritas que tratan de acallar la conciencia de un mundo malo per se.
Hay pasajes literarios en la obra, pero que nadie espere encontrar aquí una novela con todo su desarrollo y conclusión. Más bien describe de modo obsesivo y algo repetitivo el choque subjetivo emocional del autor ante el drama de la existencia. Es el relato del héroe solitario que resiste los golpes del abandono de su compañera por su empeño en no tener hijos, capaz de enfrentarse a psicólogos críticos con su idea del mundo, insomne ocasional, sumergido en sus cavilaciones por afrontar que la vida es ilusión o dolor. Este pesimismo no parece determinado por circunstancias personales del autor, aunque tales puedan haber intervenido en una pequeña medida. Castro Merino tiene un carácter lozano, jovial, alegre, según afirma él mismo, pero eso no le quita de tener los ojos bien abiertos para comprender el negro panorama de lo que nos circunda.
Hay quien piensa que no tener hijos pudiendo tenerlos es de personas egoístas. Castro Merino invierte esa moral y nos explica por qué los desalmados son los que traen más gente a este mundo. Su modo de santidad es contrario al ying-yang taoísta, no acepta que deba haber algunos individuos sufriendo para que otros vivan maravillosamente. No traer hijos al mundo es evitar mayor sufrimiento y desengaño. Las proclamas sobre la felicidad de vivir son un timo, según él. También invierte la moralidad dominante cuando arremete contra el valor de la fidelidad en las parejas, al que tacha de fundamentalismo, comparable a una religión en la que el dios único es la pareja que exige serlo todo so pena de castigos civiles.
Alaba el no-ser, donde se manifiesta el campo de las posibilidades, al contrario que el ser apresado en su destino –en palabras de Cioran. ¿Para qué la vida si, cuando la vivo, ella es igual en los miles de millones de vidas? –se pregunta el autor. Exonera de la carga, del miserable don de vivir, a su hijo inexistente. Por amor, renuncia a traerlo a un mundo hostil. El autor nos habla de su amor de padre que no quiere materializar tal paternidad.
Para los vivos que ya estamos en este mundo por culpa de nuestros padres, nos queda el olvido de nuestra propia existencia que producen libros y películas, o los productos del arte en general, que nos hacen sobrellevar mejor el dolor de la existencia. El verdadero vivir es el recuerdo de lo vivido. La vida humana es bellísima como idea, pero la vida real ni es bella ni fea, ni triste ni alegre.