El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas

El Catoblepas · número 183 · primavera 2018 · página 8
Cine

A propósito de Woody

Rubén Franco González

Notas, apuntes o aclaraciones (o desengaño de los errores comunes) acerca de las mentiras y visiones ideológicas en el “Tema Woody”, “Polémica Woody”, “Caso Woody” o “Affaire Woody”

Woody

“Desconozco, atenienses, el efecto que habrá producido en vosotros la intervención de mis acusadores. Lo que es yo, he estado a punto de perder la noción de mí mismo, tan elocuente era la forma en que se expresaban. Y eso que, digámoslo así, no han pronunciado ni una sola palabra verdadera (…) es de justicia que en primer lugar me defienda de las viejas y falsas acusaciones y de mis viejos acusadores, y luego de las más recientes y mis más recientes acusadores (…) ha llegado la hora de defenderme y de emplearme en desmontar en muy breve tiempo los infundios que habéis albergado durante tanto tiempo (…) Mi intención es mostraros de dónde surge la calumnia contra mi persona (…) Así, pues, atenienses, disto mucho de estar haciendo una defensa a favor mío, como se podría pensar, sino a favor vuestro, para que no erréis con respecto a los dones del dios al condenarme.” (Apología de Sócrates, Platón).
 
“Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).
 
“Primero vinieron a buscar a los socialistas, y yo no dije nada, porque yo no era socialista. Luego vinieron a por los sindicalistas, y yo no dije nada, porque yo no era sindicalista. Luego vinieron a buscar a los judíos, y yo no dije nada, porque yo no era judío. Luego vinieron a buscarme a mí, y no quedaba ya nadie para defenderme”, Martin Niemöller (1892-1984).

 

Hemos estimado conveniente escribir estas líneas tras haber estado escuchando semanas (y las que nos esperarán) mentiras, tergiversaciones y actos de fe (mejor, autos de fe) contra Woody Allen. Aquí no nos proponemos otra cosa que aplicar la máxima spinoziana de “ni reír ni llorar, tan solo comprender”. Esa (y no otra) debe ser la guía de quien aspire a explicar la realidad del modo más sensato, prudente y certero posible, sin dejarse llevar por ideologías, prejuicios y creencias varias. Pero es lo que se lleva. Lo que se gasta. Y, ya se sabe, que oponerse o plantar cara al pensamiento dominante, hegemónico (Gramsci) o políticamente correcto no es muy cool que digamos. Y supone canjearse la antipatía de muchas personas y colectivos. Pero eso a uno, si quiere ser sincero y honesto (y no estar a la moda, siendo un impostor), le debe dar absolutamente igual. Que a uno le den por todos los lados, le caigan palos a diestra y siniestra es casi síntoma de que va por buen camino. Una verdadera filosofía crítica supone casi (en este punto del debate y de la argumentación estamos) que a uno le llamen o le adjudiquen la etiqueta de “facha” o “machista”. Los ignorantes, dogmáticos y sectarios así actúan. No permiten (digámoslo así) que la realidad les estropee una buena noticia (véase una adhesión a su causa o movimiento –que, como en otros casos bien recientes en España, no son más que pura propaganda y llegada la hora de la verdad, cobardía. O dicho de otro modo: postureo–). Todo lo ajustan (o deforman) a su lecho de Procusto particular. Es lo que tiene el cerrojo ideológico (del signo, cariz o categoría que sea). Pero como canta el bueno de Loquillo (alguien políticamente incorrecto en los tiempos que corren), “no vine aquí para hacer amigos”. Escribimos por tanto estas líneas “para terceros”, ya que de sobra sabemos que en nada van a alterar (si acaso –en caso de que supiesen hacerlo– las leyesen) las opiniones o ideologemas de los ya convencidos. Siempre tenemos muy presente a nuestro maestro, Don Gustavo (que si bien, aunque viviésemos una centuria no nos acercaríamos ni a una milésima parte de su talento ni de su sabiduría, sí aprendimos de él la aspiración al máximo rigor al tratar cualquier tema), y tres (de entre tantísimos) de los titulares a entrevistas que le realizaron en los últimos años, sobremanera: “En España tenemos el cerebro hecho polvo” (ABC, sábado 5 septiembre 2015), “El principal problema de España es la estupidez” (El Mundo, martes 8 diciembre 2015) y “Lo mejor es callar” (La Nueva España, miércoles 24 octubre 2012). Esta última aludía a que en una época de ruido mediático donde todo el mundo habla de todo sin saber de nada, lo más sensato es apartarse un poco del mundanal ruido. Y la pereza también refrendaría esa postura. Pero Don Gustavo nunca lo hizo. Y nosotros tampoco lo haremos ahora. Nobleza obliga.

Hace unos años (octubre 2010) se produjo otra injusticia al hervor de “las redes”. En ese caso dirigidas contra Fernando Sánchez Dragó. Nosotros salimos al paso con un largo artículo de veinte páginas (puede leerse en esta misma revista, El Catoblepas). Y ahora lo hacemos para poner los puntos sobre las íes (y no, no es ninguna prepotencia por nuestra parte, sino colocar en sus justos quicios lo que se ha corrompido totalmente para destruir a una persona en función de unos intereses determinados) sobre el caso Woody Allen (y como tal creemos que se colegirá una objetiva defensa no ya de su obra –que se defiende sola– sino de su persona –y podría leerse este artículo como complemento de aquel trabajo de 2010–). Como lectores de prensa diaria nacional hemos seguido muy cerca toda la repercusión de este caso, con numerosos artículos (también, por supuesto, en tertulias radiofónicas y televisivas), a los que a continuación nos referiremos. El caso Woody Allen está envuelto o es limítrofe a otros asuntos que están poniéndose encima de la mesa en los últimos tiempos pero que, como es habitual, se ofrecen de modo confuso y entremezclado. Y una de las funciones de la filosofía (de todo pensamiento que se precie de serlo) es clasificar, separar o cribar las cosas que engañosamente se nos dan enmarañadas. Sobre la mesa está el tema (clásico) del papel de la desnudez, el erotismo y la sexualidad en la sociedad. El tema de la censura. El tema (clave) de la separación entre el autor y la obra. El tema de la mujer, el papel que tiene en el presente y el que se supone debe ocupar (la célebre cuestión entre el ser y el deber ser). El tema del feminismo, que (contra lo que muchos puedan suponer) no es algo unívoco, evidente o inmediato, entre otras cosas, porque hay diversos feminismos (y para muestra, los artículos, manifiestos y contramanifiestos de las últimas semanas, a los que desde cierta posición feminista se quieren invalidar otras posturas que no sean la suya, al entender que la suya es la genuina, única y auténtica visión posible). Y tantos otros. Pero muchos no quieren pensar, no. Quieren (ya las tienen) recetas y pensamientos pancartiles o tuiteros. Ya se sabe, la funesta manía de pensar… (por cierto, acaba de publicarse un libro con artículos de Eugenio Trías bajo ese título, al cumplirse los cinco años de su fallecimiento).

En nuestro caso, como ovetenses de pro (nuestra querida Oviedo, cuna de España, pese a quien le pese) nos afecta de modo particular o especial, ya que en la capital asturiana se erige una estatua de Woody Allen, que ciertos colectivos querían (y quieren, ¡cómo no!) eliminar en base a la caza de brujas a la que se ha sometido al cineasta neoyorquino. Como quizá alguno no sepa cuáles son las bases de esa propuesta o los motivos de esta persecución a Woody Allen, recordémoslo.

El que mejor ha establecido en su marco adecuado la cuestión es Daniel Gascón en su artículo “La caza de Woody Allen” (El Mundo, lunes 5 febrero 2018), que nos parece brillante. Woody Allen mantuvo una relación de varios años con Mia Farrow. Ésta tenía varios hijos adoptivos junto a su pareja André Previn. Uno de ellos era Soon-Yi. Que como hijastra de Woody Allen y cuando ella era ya mayor de edad, iniciaron una relación sentimental (a espaldas de Farrow). A ella le pareció fatal (lo que es entendible pero que es una decisión que le afecta a ella). La historia de amor entre Woody y Soon-Yi siguió cinco años más como noviazgo desde que Farrow se enteró (en 1992) y en 1997 se casaron. Siguiendo felizmente casados casi veintiún años después. Y han tenido varios hijos juntos. Bien. ¿Qué sucede entonces? Pues que una hijastra de Woody, Dylan Farrow, le acusó en 1992 (cuando ella tenía 7 años) de haberle realizado unos tocamientos sexuales. Dos investigaciones independientes de entonces examinaron a la niña y concluyeron que no había indicio alguno de que se hubiera abusado de ella. Es más: sus informes aducían que o bien la niña se lo había inventado, o bien que había sido manipulada por su madre o bien una mezcla de ambas cosas. Sabido esto (y otros muchos datos, que enseguida añadiremos) nada hace pensar que Woody Allen fuese culpable sino que todo hace pensar y suponer que tuvo bastante que ver el odio, rencor y personalidad desequilibrada de Mia Farrow. Sí. Porque las mujeres (aunque a alguno le sorprenda –¡anatema!–) también mienten (¿hace falta acordarse de la mujer que afirmaba que las fuerzas del orden españolas –cabe suponer que fascistas, claro– le habían roto los dedos de la mano, uno a uno, en un ejercicio de sadismo propio del ser español, cuando ella solo quería ejercer los valores de la libertad y la democracia?), se inventan cosas y padecen desequilibrios emocionales y psicológicos. No es algo exclusivo de los varones (al igual que no solo éstos maltratan –sea física o psicológicamente– a sus parejas). Entonces, ¿qué sucede? Pues que a muchos les disgusta (o les parece una aberración) que Woody se enamorara de la hija de Mia Farrow y lo relacionan (cuando no establecen un fuerte nexo de causalidad entre una cosa y otra). A uno le podrá parecer bien, mal o regular. Eso será cosa suya. Pero no debe mezclar las cosas ni colegir una de otra (como hace, por ejemplo, el investigador de The Washington Post Richard Morgan, que ha accedido a los archivos de Allen en la Universidad de Yale –cincuenta y seis cajas– y ha extraído la conclusión tras ver sus papeles de que le gustan las jovencitas. Muy bien… ¿y? ¿ello le convierte en abusador de jovencitas o, como en este caso, de una niña de siete años? Así de hecho polvo tienen el cerebro algunos; o como hace Eva Irazu –luego hablaremos de ella–, portavoz de la Plataforma Feminista de Asturias, que pretende que la estatua de Woody Allen de Oviedo desaparezca por pederasta (así, en La Sexta, en el programa Más Vale Tarde, del jueves 15 febrero 2018). ¿Pruebas? Ninguna. Pero no hacen falta. Según ella afirma, la presunción de inocencia no es solo para los hombres sino también para las mujeres. Y si Dylan afirma en televisión que abusaron de ella, con lo difícil que es contarlo –¿alguien lo duda?–, ¿cómo no creerla? Los seres humanos nunca mienten ni nunca están sugestionados o manipulados. Eso es cosa solo de novelas distópicas. Pura ciencia-ficción. Nada que ver con la realidad. ¿Qué Dylan puede estar siendo sincera? Claro que puede ser. Como quien afirma haber visto a la Vírgen –o como el fanático de un equipo de fútbol que es incapaz de apreciar falta de un jugador de su equipo a otro rival aunque haga una entrada a lo De Jong, es decir, metiéndole una patada en pleno pecho, o que no ve cómo una pelota que ha entrado íntegramente, incluyendo la barriga, en la meta de su equipo y defiende que no ha entrado del todo, y, por tanto, el gol no debe subir al marcador–. Descartada la impostura, puede que emic la haya visto, pero etic debemos reconstruir y explicar esa visión y no pensar en términos infantiles, ingenuos o aliciescos). Eso es una falta de sindéresis total. Y, claro, obviando lo que les interesa. Es decir, si otro hijastro de Woody, Moses Farrow, afirma (siempre lo ha hecho) que su padre es inocente, no hay ni que mentarlo. No vaya a ser que se entere la servidumbre. ¿Que Alec Baldwin o Diane Keaton no son unos cobardes ni unos hipócritas y dicen que Woody es inocente? Callemos.

Veamos lo que dice el artículo de Gascón, ya que, como decimos, es fabuloso y lo explica de modo casi inmejorable (y, por supuesto, mucho mejor de lo que pudiéramos hacerlo nosotros):

Allen nunca fue absuelto de la acusación de haber abusado sexualmente de Dylan, la hija que había adoptado con Farrow. No fue absuelto porque nunca llegó a haber un juicio: no se presentaron cargos las pruebas no eran sólidas. Hubo un juicio por la custodia de los hijos: uno biológico, Satchel (ahora Ronan, uno de los que destapó el caso Weinstein), y dos adoptivos, Moses y Dylan. Farrow obtuvo la custodia.
Como ha explicado Robert Weide, autor de un documental sobre el director, muchas veces se mezclan dos elementos: por un lado, la relación de Allen con Soon-Yi, que en ese momento tenía 20 años y sigue siendo la esposa del cineasta; por otro lado, la acusación de supuestos abusos a Dylan, que tenía siete.
Farrow llevaba más de 10 años con Allen cuando descubrió, al encontrar unas fotos, que el director tenía una relación con Soon-Yi. Era a principios de 1992. Soon-Yi no era la hija ni la hijastra de Allen: la habían adoptado Farrow y su anterior pareja, el músico André Previn. Allen y Farrow –que por entonces tenía 11 hijos, entre biológicos y adoptivos– no vivían juntos, y Allen no tenía una relación paternal con Soon-Yi.
Las circunstancias de la historia de amor entre Allen y Soon-Yi pueden resultar perturbadoras. La diferencia de edad era llamativa, aunque quizá menos para Farrow que para otros. Allen llevaba a Soon-Yi cinco años más que los 30 que Sinatra le sacaba a Farrow cuando se casó con ella (la actriz tenía 21 años).
Hay testimonios de la inestabilidad de Farrow, que admitió haber atacado físicamente a Soon-Yi cuando se enteró de su relación. En San Valentín regaló a Allen una caja de bombones con un corazón bordado, con una fotografía de ella y sus hijos. Mia había atravesado el corazón de cada uno de ellos con unos pinchos de hierro, y el suyo aparecía rasgado por la punta de un gran cuchillo de carne. El mango estaba envuelto en una copia de una foto de Soon-Yi.
Después de unos meses de tensiones (la actriz llamaba al director de noche para reprocharle y amenazarle, o para decirle que le iba a quitar a su hija, puesto que él le había arrebatado la suya), en agosto de 1992 Farrow acusó a Allen de haber abusado de Dylan. El relato es contradictorio. En una de las versiones, Allen habría subido a la niña a una buhardilla para abusar de ella. Antes de hablar con algún profesional o ir a la policía, Farrow grabó en vídeo una entrevista con Dylan, donde le iba preguntando por lo que había ocurrido. La cinta había sido editada, lo que habría permitido a la actriz dirigir el testimonio de la menor. El relato parte de la premisa de que Allen, que no tiene denuncias anteriores o posteriores de este tipo, habría ido a casa de la mujer de la que se estaba separando, un hogar lleno de niños y cuidadores, y cargado de una comprensible hostilidad contra él, y habría aprovechado ese momento para iniciarse en el abuso de menores.
En el libro Woody and Mia, Kristine Groteke, una de las niñeras, cuenta cómo, un mes antes, en el cumpleaños de Dylan, Farrow había pegado un cartel en la puerta del baño que decía: «Cuidado con el pederasta. Ya se aprovechó de una hermana, ahora va a por la más pequeña». Allen contó que en alguna de esas llamadas nocturnas Farrow le había dicho que preparaba algo desagradable contra él.Otra niñera dijo a los abogados de Allen que Farrow le había presionado para que apoyara su versión y que una de sus colegas le había dicho que lamentaba lo que Farrow estaba haciendo contra Allen. Después de la denuncia, Farrow insistía en acudir a las pruebas de vestuario para Misterioso asesinato en Manhattan (Allen pidió a su abogado que rescindiera el contrato). Los abogados de la actriz ofrecieron retirar la acusación a cambio de siete millones de dólares.
La denuncia de Farrow produjo una investigación de la policía de Connecticut. Un equipo del hospital Yale-New Haven concluyó, tras seis meses de trabajo, que no había habido abusos. El informe ofrecía dos hipótesis: una invención creada por la niña en un momento de tensión; un relato alentado o influido por su madre. No creían que las dos hipótesis fueran excluyentes. Allen se sometió voluntariamente a una prueba del polígrafo, que superó (Farrow no quiso hacerla).
El departamento de servicios sociales de Nueva York declaró, tras una investigación de 14 meses, que no había pruebas creíblesde que Dylan hubiera sufrido abusos o maltrato, y que consideraba las acusaciones infundadas. Aun así, el juez encargado del caso de la custodia falló a favor de Farrow y dijo que nunca se podría saber qué había pasado, dejando una sombra de sospecha.El fiscal del estado de Connecticut, Frank Maco, afirmó que tenía causa probable para enjuiciar a Allen, pero prefería no hacerlo para no perjudicar a la menor. Nunca explicó cuál era la causa probable. Sus declaraciones recibieron una reprimenda formal –Kate Smith, profesora de derecho en Yale y ex fiscal federal, ha dicho que nunca había oído a un colega hablando en términos tan inapropiados sobre un caso–, que años después se retiró.
Es una historia desoladora. Dylan sigue afectada por ella, convencida de que se produjeron los abusos.Mia y Ronan Farrow, el hijo que la actriz tuvo con Allen, insisten en la culpabilidad del director, y presionan a personalidades del sector para que lo reprueben. Otro de los hijos de la pareja, Moses, defiende la inocencia de su padre.
Hay otras confusiones, que contribuyen a diseminar propagandistas con agendas y periodistas perezosos. Se mezcla la relación de Soon-Yi con las acusaciones de abuso de menores, como si la perplejidad o el rechazo por la diferencia de edad y las circunstancias de la relación condujeran automáticamente a la posibilidad de la pederastia. En nuestroclima inquisitorial, de mentalidad literal y puritanismode Starbucks, la ficción –que en las películas de Allen aparezcan relaciones entre hombres maduros y mujeres jóvenes, por ejemplo– es un elemento delator y los chistes sexuales son la prueba definitiva de la perversidad.
Se contaba la anécdota de que, al oír rumores sobre un adulterio, el capitán Alfred Dreyfus, ya rehabilitado, decía: «Donde hay humo, hay fuego». En casos como este la acusación te convierte inmediata e irremediablemente en culpable. Los prudentes prefieren no apostar nada, ya que siempre hay algo que no podemos saber: sabia decisión, pero esperemos por su bien que no todos sean tan prudentes en su defensa si les acusan sin pruebas. Para otros el acusado se convierte en un símbolo de un sistema opresor y en la encarnación del mal: no necesitan evidencias porque con sus convicciones tienen de sobra. La víctima, más que un ser humano, es también otro símbolo: representa la virtud del coro que condena. En el caso de muchos de los actores de Hollywood que están lo bastante convencidos como para acusar sin pruebas de uno de los peores delitos que existen, y de las distribuidoras dispuestas a apuntarse a la censura previa, es curioso ver cómo se repite su comportamiento:fueron cobardes antes, al tolerar los abusos en la industria, y son cobardes ahora, cuando arrojan a un hombre al pie de los caballos, atemorizados por las críticas de las redes sociales y enamorados del reflejo de su propia belleza moral.

Leído (y comprendido) todo esto sin anteojeras, ¿qué cabe deducir? Pues nada nuevo a la postura de 1992. Entonces, ¿por qué ahora? ¿Por qué de nuevo las acusaciones infundadas sobre Woody Allen? Pues al calor del Movimiento #MeToo (y mostrando una hipocresía y una cobardía tremenda tantas actrices –y actores, como Michael Caine, que anunció que no trabajará más con Woody Allen porque detesta la pedofilia, es decir, considerándole culpable y como si quienes sí fuesen a trabajar con Allen no la detestasen igualmente– que trabajaron felizmente con Woody pero que cuando se ha montado esta polémica han renegado completamente de él. El caso especialmente sangrante y vergonzoso es el de la bella y talentosa actriz –¿se puede seguir calificando a una mujer de “bella” sin que a uno le insulten, le censuren o le encarcelen, no?– Rebeca Hall, que estaba rodando un breve papel en la última película de Woody Allen –veremos si se estrena– ¡¡¡el mismo día!!! que se empezaron a incendiar las redes con este tema. ¿Y qué adujo ella? Que no era consciente de lo que estaba haciendo. ¡¡¡El mismo día, señores!!! Tal es la coherencia. Ni Jano). Que se denuncien y salgan a la luz actuaciones deplorables parece algo razonable y justo. Siempre que sean verdad las acusaciones… Y, desde luego, distinguiendo del modo más preciso posible los distintos delitos. Porque hay para quien es lo mismo una mirada “lasciva”, un piropo o una mano en la rodilla sin el debido consentimiento que una violación (en sentido estricto y canónico). A su vez, ésta se podría interpretar de distintos modos (como hace Catherine Millet en su artículo del 6 febrero 2018, “La mujer no es solo un cuerpo”, en El País, desde una ontología dualista, donde separa cuerpo y alma). Pero desde ningún plano (jurídico, ético, &c.) cabe entender que una mirada “lasciva” y una violación (coital) sean lo mismo. Podría a lo sumo (en un uso extremadamente laxo del lenguaje –el vigente en nuestros días–) entenderse que “todo es violación” (esas tres actitudes nombradas) pero habría inmediatamente que distinguir o clasificar tipos, géneros y especies. Lo contrario sería una brocha gorda conceptual penosa y risible (si no fuese por la gravedad del asunto y de que se ha tornado en la visión oficial). Una auténtica aberración, corrupción o violación (sí, violación) filosófica.

¿Qué se ha descubierto que Kevin Spacey acosó o mantuvo actuaciones indecorosas durante años (o décadas)? Pues se puede decidir no darle más trabajo. Se le condena a la muerte social. Muy bien. Pero, ¿qué hacemos (como se interrogaba muy acertadamente Julio Valdeón en “Quemad los libros”, La Razón, 30 noviembre 2017) con los productos que ha realizado Spacey? ¿Prohibimos que se exhiban sus películas en televisión? ¿Retiramos sus deuvedés del mercado? ¿Afecta en algo su vida personal a la obra (de arte) realizada y que ya está objetivada? ¿Que es algo de dominio público y que ya salió del “arco de sus dientes”? ¿Qué hacemos entonces con Caravaggio (véase la tercera de Rodrigo Cortés en ABC el domingo 14 enero 2018 titulada “Gente buena” al respecto, al igual que la del domingo siguiente, 21 enero 2018 sobre Woody Allen, titulada “Woody Allen, usted y yo”, donde propone –frente a las acusaciones fundadas en actos de fe y no en pruebas– un sano escepticismo, donde uno no puede saber si es o no culpable o inocente)? ¿Con Céline? Son todos casos de recientísima actualidad. ¿Y qué hacer con Heidegger? ¿Con Hamsun?

Otro punto que sale a colación con estas temáticas es el auge del (neo)puritanismo (tan esencial en el origen –y en el desarrollo, como estamos viendo– de los Estados Unidos). Casos como los de los pintores Klimt, Balthus, Schiele, Courbet o Waterhouse lo dejan de manifiesto (puede leerse el artículo de Albiac en ABC del 26 febrero 2018 titulado “Egon Schiele: pornografía, escultura y muerte”). Ello lo ha resaltado en el panorama español Javier Marías, al que ¡cómo no! se le acusa desde “las redes” de machista y retrógrado (llegando incluso, en el decálogo feminista –puede verse, por ejemplo, en el Proyecto de Filosofía en Español–, a prohibir su lectura –quizá deban releer su artículo “Entusiasmo por la censura” del 28 febrero 2016–). ¿Por qué? Pues por decir, por ejemplo, que el hecho de que una obra haya sido realizada por una mujer no la convierte ipso facto en una obra sublime. Así, como osó poner en duda que Gloria Fuertes estuviese en el panteón literario español, faltaron minutos para que quienes solo saben rebuznar se le echasen encima. Ahora, acaba de reunir en un libro Marías sus artículos dominicales en El País Semanal (titulado Cuando los tontos mandan), donde se hace eco, por ejemplo, de la estúpida queja de quienes decían que los grandes filósofos son todos hombres blancos. ¿Racismo en la historia de la filosofía…?{1} Javier Marías ha dicho algo que debiera ser evidente: las mujeres también mienten, engañan, ocultan y manipulan. Sí. Al igual que los hombres. ¿Reacción casi unánime? La de (acusarle de) “machista”. Y a poco que uno se descuide, la de “fascista”. Casi se podría decir (en el terreno práctico-funcional, en el de la realpolitik) que si a uno no le llaman eso es que algo está haciendo mal. Que ha pasado a ser simplemente un insulto lo narraba de modo tronchante hace unas semanas Juan Eslava Galán (“Fachas y fascismo”, ABC, sábado 20 enero 2018), cuando al cerrar un poco una puerta de un coche que le impedía pasar por la acera, la señora del automóvil le recriminó al grito de “fascista” (y no, no se desarrollaba la secuencia en Cataluña). Así estamos. ¿Debe uno entonces plegarse a las imbecilidades ambiente?

¿Se debe censurar una obra de arte porque ofende a no sé quién? ¿Tenemos la piel tan fina como la princesa del cuento de Andersen? ¿Somos muy susceptibles? ¿No aceptamos que nadie nos contrarie? ¿Estamos acostumbrados a solo oír lo que queremos, a que nos “regalen” los oídos y cuando no es así montamos en cólera? Decíamos en el artículo sobre la “polémica Dragó” de 2010 que no nos parecía buen camino censurar (cuadros, libros). Si bien hay que tener en cuenta distintas circunstancias (quizá en un determinado momento el hacer público tal o cual obra pueda ser distáxico, esto es, nocivo para un estado concreto), en general no parece buen motivo. Entonces nos planteábamos si se debía reeditar o no Mi lucha de Hitler. Se ha hecho, como sabemos, en Alemania con un aparato crítico apabullante. En estos días se ha montado un gran guirigay con las obras antisemitas de Celine, que inicialmente Gallimard se había retractado y afirmando que cancelaría su publicación para después decir que se publicarán en un momento más acertado (cuando las aguas estén más calmadas).

Son asuntos todos estos amplísimos y que aquí solo podemos apuntar o anotar (ni siquiera llegaría a esbozo). Como las musas nos han llamado en esta ocasión (si se nos permite la utilización –¿cursi?– de esta expresión literaria) para el “asunto Woody”, pasemos ya a ver de modo sumarísimo qué han dicho sobre este Affaire Woody distintos autores y personalidades (a efectos de recopilación y para que nadie se “escape”). Eso sí, terminando con unas líneas de Gustavo Bueno sobre estos temas, con motivo de la famosas viñetas del Jylland-Posten danés en enero 2006 y los atentados islamistas de hace tres años, en enero 2015, en París. Respecto al primer caso (“Sobre el ‘respeto’ a Mahoma y al islamismo, y sobre la ‘condena moral’ de las caricaturas’”, El Catoblepas, número 48, febrero 2006):

A nuestro juicio las reacciones de quienes apelan genéricamente a la libertad de expresión nos parecen, por tanto, injustificadas. Porque la libertad-para, como hemos dicho sólo puede basarse en los contenidos de esa libertad: yo no tengo libertad para insultar gratuitamente a otro, aunque mis insultos se apoyen en alguna verdad. Sin embargo quienes apelan a la libertad para justificar la publicación de las viñetas, tienen mayores razones si se refieren a la libertad-para que a la libertad-de quien se lo quiere impedir por razones que no pueden considerarse objetivamente como insulto alguno, salvo que se esté dispuesto a compartir, en nombre de un extraño afán de convivencia, con personas que no tienen razón, que son irracionales.
Sin duda, la libertad-de quien nos impide algo (aún sin entrar en los contenidos) es en principio muy importante, porque mide la autoridad y poder de quien pretende impedírnosla: no se trata del huevo sino del fuero, y es lo que se dice en muchas ocasiones. Si el tabú de la imagen de Mahoma procede de los musulmanes, ¿por qué tenemos que someternos a ellos para obedecer a semejante tabú? Sería una sumisión absurda, cualquiera que fuera el contenido de esa libertad o el alcance de tal representación. En cualquier caso insistimos en que no nos parece conveniente tratar de hacer ver que los artistas dibujaron las viñetas como un modo de manifestar su «libertad de creación». La «creación de los contenidos», desde el punto de vista del materialismo, es absurda, en cuanto creación ex nihilo. Esta «creación» ha de nutrirse de conceptos e ideas sobre Mahoma, sobre el profeta y sobre el Islam, y en rigor, quienes defienden, sin límite alguno la libertad de expresión, es porque están defendiendo la libertad-de, una libertad puramente formal, y en sí misma insuficiente e indefendible como exclusiva.

En cuanto al segundo, en su artículo “Sobre el caso Charlie-Hebdo” (El Catoblepas, número 155, enero 2015) podemos leer (y aprender) lo siguiente:

Este dualismo de cadenas espirituales y corpóreas sería la razón por la cual adquirió el estatuto de un axioma el enunciado siguiente: “El pensamiento no delinque; el pensamiento es libre”.
La libertad de pensamiento, tal como la defendían los «librepensadores», era una reivindicación que seguía atribuyendo al espíritu la posición más alta. Pero el intelectual es, ante todo, un librepensador (al menos en opinión de quienes llevaban el lapicero encima de la oreja). Por ello, mientras alguien se mantuviese en su línea intelectual (por ejemplo, dibujando caricaturas de Mahoma, por agresivas que ellas fueran) no podría acusársele de agresividad grosera. Las cadenas espirituales (o intelectuales) sólo son la expresión de la libertad del pensamiento.
Por ello habrá que condenar enérgicamente a quien responde con un puñetazo a alguien que, en sus barbas, pronuncia palabras insultantes y gratuitas contra su propia madre. El diario El Mundo, en una página editorial de aquellos días, acusaba al papa Francisco de incongruencia: «A un dibujo se responde con otro dibujo, pero no con un puñetazo o con una ráfaga de fusil.»
Ahora bien, este encapsulamiento de las palabras (Worter) en la cadena sonora y de las cosas (Sachen) en la cadena de los significados, reduciría a los hablantes a la condición de monadas leibnicianas. Porque cuando alguien insulta a mi madre yo no debo tomar a sus palabras en suposición formal. La interacción entre los sujetos humanos sería imposible. Y sin embargo esta regla, inspirada en el dualismo cartesiano («responde a un dibujo con otro dibujo y no con una bala»), parece a los intelectuales la verdadera quintaesencia de la conducta intelectual.
Los dibujos de Charlie Hebdo, que contienen una intención agresiva orientada a ridiculizar a Mahoma (presentando, por ejemplo, a su rostro en figura de perro), pueden herir a los islamistas. La intolerancia ante las palabras no tiene por qué convivir pacíficamente con la intolerancia ante las cosas (sobre todo cuando en el grupo de Charlie Hebdo parece observarse una obsesión por meter el dedo en el ojo de los mahometanos). El Tratado de la tolerancia de Voltaire fue recordado ante las masas que se manifestaban con el lapicero en la oreja, a la manera como La Paz perpetua de Kant se recordó y se reeditó repetidas veces cuando la oposición a la Guerra del Golfo, unas masas que jamás habían leído una página de Kant o de Voltaire, ni las habían de leer después de las manifestaciones.
Ni la tolerancia ni la intolerancia son derechos naturales, son hechos que hacen derecho, y que dependen de la fuerza que posee cada facción enfrentada. Las «actas de tolerancia» que comenzaron a producirse en Francia o en Austria durante los siglos XVII y XVIII no eran efectos de algún metafísico derecho natural, sino del hecho de que los hugonotes habían alcanzado fuerza frente a los antiguos católicos.
En todo caso, las caricaturas de Mahoma no contienen tanto una crítica seria al Islam, una crítica producto de una libertad de pensamiento, cuanto insultos lanzados contra quienes creen en Mahoma. ¿Qué crítica a Mahoma y al islamismo puede haber en la caricatura que ofrecía su nariz en la forma de un pene?

Sobre este último suceso también puede verse en Youtube el vídeo del debate celebrado el 19 enero 2015 en el programa Teatro Crítico titulado “Análisis del ataque islamista en París”, donde a Don Gustavo le acompañan Gustavo D. Perednik y Javier Neira.

Julio Valdeón, en el primero de los artículos dedicados al tema, “Contra Woody Allen” (La Razón, 8 enero 2018), escribe:

Imagino que saben del artículo que el periodista Richard Morgan dedicó el otro día a Woody Allen. Alardea de ser el primero que estudia los archivos del cineasta, reunidos en 57 cajas depositadas en la Universidad de Princeton. Dice que Allen ha construido la totalidad de su carrera sobre el argumento de hombres (viejos) obsesionados con mujeres (jóvenes). Trasuntos de un director encelado con las nínfulas: “Allen, que ha sido nominado a 24 Oscars, nunca ha necesitado ideas más allá del hombre libidinoso y su bella conquista, un concepto sobre el cual ha hecho películas sobre París, Roma, Barcelona, Manhattan, el periodismo, los viajes en el tiempo, la revolución comunista, el asesinato, la escritura de novelas, la cena de Acción de Gracias, Hollywood y muchas otras cosas”. Es decir, a partir del erotismo, la conquista, el desamor y los celos el de Brooklyn ha escrito y dirigido películas sobre casi todo. Más adelante Morgan evacúa que “No hay nada criminal en la fijación de un hombre de 82 años con las de 18 y no es tan malo como ‘sacarse el pene de repente’ (…) Pero es profunda y anacrónicamente indecente”. La basura del caballero, que aspira a regir el curso del arte con los parámetros de un educador social al cargo de una puritana colección de libros infantiles en la que no habría hueco para Perrault, los Grimm o Roald Dahl, le lleva a reconocer que no hay nada criminal en las obcecaciones eróticas de Allen, pero aún así… Y en esos torvos puntos suspensivos cuelga al cineasta, y con él a cuantos ciudadanos comprenden la frontera entre la fantasía y el hecho, el guión cinematográfico y el código penal. Por lo demás Morgan escribe su pieza desde la conclusión, Allen es un cerdo, y dedica el artículo a demostrarla. De paso trata de enmendar la plana a un sistema judicial que en su día consideró probado que Allen no abusó de su hija. Morgan aspira a bucear en la mente del creador a partir de sus obras y, en asombrosa pirueta circense, entregar un retrato forense del hombre y sus hipotéticos deslices. Al mismo tiempo demuestra no entender nada de lo que ocurre en las citadas películas. Me pregunto cuántas horas gastó en Princeton para alcanzar tan refinadas conclusiones. Y lo peor, me temo que en el mundo hay hombres maduros que desean a chicas jóvenes e, incluso chicas jóvenes que desean a hombres maduros, y hasta graduados, pásmense, que fantasean con mujeres maduras. Al cabo, la encrucijada Morgan: o impedimos que alguien cuente esas historias o exigimos que el hombre maduro del cuento sea castigado para que todo acabe bien. O sea, abrochado con una moraleja que empotre el arte en la repisa de las herramientas de reeducación social exigidas por los árbitros de la moral ajena. Quién nos iba a decir que la posmodernidad y los posmodernos acabarían por reivindicar el Código Hays de 1934: “No se producirá ninguna película que disminuya los estándares morales de los espectadores. La audiencia nunca podrá ser conducida a simpatizar con el crimen, el mal o el pecado”.

Valdeón, diez días después, en “Caza de brujas” (La Razón, jueves 18 enero 2018) sigue afirmando:

Hay que verla. La entrevista de Oprah con las estrellas y productoras de Hollywood. Entre otras con Natalie Portman, Reese Whiterspoon y Kathleen Kennedy. Lideran TimesUp. La campaña que pretende acabar con los abusos sexuales dentro y fuera del cine. En un momento dado Winfrey, loca candidata demócrata a la Casa Blanca y, en sus días de gloria, irrepetible propagandista del pensamiento magufo (homeópatas, antivacunas, curanderos y otros notorios sinvergüenzas), pregunta muy seria a las justicieras sobre el “ultramonstruo” (Claire Dereder dixit) Woody Allen. ¿Creen las alegaciones de su hija Mia Farrow? ¿Se ha terminado el tiempo del director de Manhattan, ese atroz canto a la pederastia (bueno, más o menos)? “Yo te creo, Dylan”, responde Portman. Las compañeras asienten. Cabecean. Sonríen. Alea iacta est. Woody, fusilado. Sus películas, a la mierda. La posibilidad de que dirija otra, seriamente arrasada. Sus actores, gimoteando por las esquinas y/o renunciando a sus sueldos; los que no se lo han gastado. Madre mía, cómo iban ellos a creer en las conclusiones del juez y los peritos teniendo como tienen delante la emotividad y el buen rollo, la cosita solidaria y el amor por los seres humanos, la sed de justicia, infinita, y el perspicaz instinto de unas actrices/hermanas erigidas en sapientísimos jueces de un tribunal ante el que no cabe presentar pruebas o hablar con abogados o entrevistar testigos. Un tribunal sumarísimo. Popular. Automático. Basta con que Portman arrugue la naricita y silbe, uh, te creo, creo en Dylan, y hala, ya, listo, hágase en la Tierra la justicia que nos birlaron las togas y, ay, la cobarde Mia Farrow, que a cambio de quedarse con la custodia de sus hijos adoptivos aceptó no recurrir la decisión judicial de exonerar a Allen. En el clima actual, con un Hollywood jibarizado, con una prensa que, salvo hermosas excepciones, agita espantajos y señala disidentes, emociona leer las palabras de Alec Baldwin: “¿Es posible apoyar a los supervivientes de pedofilia y abuso sexual y al mismo tiempo creer que Woody Allen es inocente? Creo que sí. No se trata de descartar o ignorar las quejas. Pero acusar a la gente de esos crímenes debiera de hacerse con cuidado. Entre otras cosas por el bien de las víctimas. Todavía más fabuloso resulta que nadie entre los valientes que aspiran a capar al director preste atención a las alegaciones de Ronan Farrow, también hijo adoptivo de Mia y Woody. Ronan acusa a la primera de maltratadora. Apuesta a que inventó y ensayó el testimonio de la niña contra su padre. Todo mientras discutimos si el actor y director Aziz Ansari abusó sexualmente de una chica que lo acusa de haberse citado con ella, haber cenados juntos en un restaurante de Manhattan, haber ido luego al apartamento del chico y haberse acostado juntos… sin reparar en que ella intentaba decirle mediante “señales no verbales” que no quería. La periodista Bari Weiss opina que Aziz solo es culpable de no leer la mente. Valiente cerda, la Weiss. Igual que Allen. Y que ustedes, a poco que no comulguen con la insaciable apetencia de los verdugos.

El mismo Valdeón, tras las estupendas líneas que acaban de leer, vuelve a entintar su pluma (o a encender su mac) desde Nueva York, dos días después (en uno de los varios escritos sobre el tema: en este caso, “Allen. El polígrafo que salvó al cineasta”, La Razón, sábado 20 enero 2018):

Crece la campaña contra Woody Allen. El veterano director está próximo a la muerte civil, acusado por Dylan, hija adoptiva suya y de Mia Farrow, de haber acusado de ella cuando era una niña de 7 años. Si uno osa escribir sobre entelequias como la presunción de inocencia será automáticamente excomulgado en redes sociales. Incluso si recuerda las viejas palabras del periodista Edward Murrow, que desenmascaró al senador Joseph McCarthy (“debemos recordar siempre que la acusación no es una prueba y que la condena depende de la evidencia y del debido proceso legal”), corre el peligro de ser devorado por el tribunal popular de Twitter. Nadie, excepto Alec Baldwin, parece dispuesto a hablar a favor suyo. Hasta parece normal que se le asocie con tipos como el productor Harvey Weinstein, acusado de abusos sexuales y violación por no menos de ochenta mujeres. O con Bill Cosby, al que acusan cerca de sesenta.
Nadie recuerda, por ejemplo, que Woody Allen nunca fue enjuiciado por abusos sexuales. Sí, lo denunció su hija, Dylan, mientras Allen y Farrow mantenían una feroz batalla legal que alegraba las portadas de los periódicos sensacionalistas. Pero ni la policía ni los jueces encontraron indicios suficientes como para abrir juicio. Nadie o casi nadie comenta que a Dylan Farrow la evaluaron dos equipos forenses (…)
Pero es que además Woody Allen aceptó someterse a la prueba del polígrafo. La superó sin problemas, y el encargado de realizarla fue Paul Minor, jefe de exámenes poligráficos del FBI durante una década y, anteriormente, jefe de la Oficina del Polígrafo del Departamento de Investigación Criminal del Ejército de EEUU. Según cuenta Robert Weide, que firmó un documental sobre Woody Allen y ha escrito profusamente sobre el particular, Minor fue el hombre al cargo del polígrafo en casos tan sonados como el de O.J. Simpson y Enron, y sus conclusiones fueron enviadas “a la policía estatal de Connectitut, y el propio Minor respondió a sus preguntas. La policía estatal aceptó sus conclusiones, y esa es probablemente la razón por la que nunca propuso realizar su propia prueba. Posteriormente los abogados de Woody invitaron a Mia a que pasara el polígrafo. No quiso hacerlo”.
Tampoco hemos escuchado demasiado el testimonio de otro de los hijos adoptivos de Allen y Farrow, Moses, que defiende a su padre y acusa a Mia Farrow de crear un clima de paranoia, e incluso, de instalar en la mente de su hermana el recuerdo del presunto abuso. Algo en lo que, por cierto, coincide con la opinión de los expertos forenses. Entrevistado por Weide, Moses Farrow sostiene que “por supuesto que Woody no abusó de mi hermana. Ella lo amaba y lo esperaba cuando venía de visita. Ella nunca se escondió de él hasta que nuestra madre logró crear una atmósfera de miedo y odio. El día en cuestión estábamos seis o siete de nosotros en la casa. Todos en habitaciones públicas y nadie, ni mi padre ni mi hermana, en espacios privados. Mi madre estaba convenientemente de compras. No sé si mi hermana realmente cree que abusaron de ella o trata de complacer a su madre. Complacerla fue una motivación muy poderosa porque caer del lado equivocado de Mia era horrible (…) Desde muy temprana edad mi madre exigió obediencia y me pegó a menudo cuando yo era un niño (…).

Y el propio Valdeón, tres días después (martes 23 enero 2018), siguió completando sus argumentos y sus tesis (“La náusea”, La Razón):

Citamos Salem como antecedente histórico del oleaje puritano desatado en los EEUU pot Weisntein. Ningún ejemplo como el de Woody Allen. Lo pasean por una denuncia que nunca llegó a juicio, desarbolada hasta la última coma por los informes de los especialistas de la Unidad de Abusos Sexuales a Niños del Hospital Yale-New Haven y los servicios de Protección del Menor de Nueva York. Concluían sin sombra de duda que la hija adoptiva de Allen, de 7 años, mintió o fue manipulada. Inútiles. 26 años más tarde asistimos a una lapidación mejorada. Gracias al fervor de unas actrices que algún día debieran de pagar por sus monstruosas difamaciones y que entre tanto, entre película y premio, ejercen como investigadoras forenses. Algunos magnánimos comentaristas conceden a Allen el precario salvavidas de la duda. De la duda que mata. Ni inocente ni culpable. No estábamos allí. Qué sabe nadie. Son comentarios tóxicos. Propios de unos cobardes. Vomitados al tiempo que ignoran la natural querencia gringa por desollar brujas. Aquella histeria de los años ochenta y primeros noventa. Desatada contra los trabajadores de numerosas guarderías, y también contra unos cuantos padres. Inmolados por pederastas, fusilados por satanistas, ahorcados por cerdos. Muchas de las acusaciones venían respaldadas por un vistoso reclamo. La memoria suprimida. Una de tantas exhibiciones poéticas del doctor Freud y sus siempre exuberantes discípulos. Añadan la reacción de quienes soñaban con enterrar la liberación sexual y otras baladas sesenteras. La confusión provocada por la incorporación de la mujer al mercado de trabajo. La necesidad de aparcar a los nenes en manos de extraños. La naturalísima querencia por el aullido de unas televisiones y unos políticos codiciosos, bulímicos de titulares y herejes. El resultado fue una tormenta de enajenación colectiva. Un turbio fresco mediante juicios públicos, vengativo jaleo y picadillo humano. En No crueler tyrannies: Acussation, false witness and other Terror of our times, la Premio Pulitzer Dorothy Rabinowitz recopiló un puñado de casos desoladores. Como explicó Richard Becken en “We believe the children: a moral panic in the 80’s”, casi 200 maestros, niñeras, padres y hasta policías fueron laminados por sus supuestos, muy supuestos crímenes nefandos contra la infancia. No menos de 80 personas recibieron el premio de unas sentencias draconianas. La maestra Margaret Kelly Michaels, acusada de 2.800 cargos de abusos sexuales y condenada a 47 años de cárcel. O el agente Grant Snowden, cuya mujer dirigía una guardería. O el doctor Patrick Griffin. O Gerald Amirault, condenado en 1986, como parte de su familia, y iberado en 2004 gracias a las investigaciones de unos cuantos periodistas dignos, entre ellos Rabinowitz. O las más de 40 personas de un pueblecito a las que hijas del policía al cargo, más un delincuente que negociaba con la fiscalía, habían acusado de levantar una trama de abusos. Todos, inocentes. Uno de los personajes públicos que con más vehemencia denunció las conspiraciones satánicas, las redes de crímenes sexuales y la plaga de canibalismo, tortura y sodomía contra los atónitos infantes de América, y en consecuencia corresponsable de la feroz cruzada, fue Oprah Winfrey. La historia se repite. Como náusea.

Luis Martínez (“Allen, ahora sí”, El Mundo, viernes 19 enero 2018) escribe:

(…) Y es ahora cuando Allen lejos de la mitología popular, incomoda, molesta y hasta duele. No es extraño que Hollywood entero tan deudor de su propia imagen haya estado tan volcado con Woody todo este tiempo. Sabedor que no hacía más que lo que su público, tan fiel a su perfil de Facebook, le demandaba. Ahora ya no, pese a no haber nada nuevo desde que fuera declarado inocente hace 25 años, ya no es lo mismo. Ahora el movimiento #MeToo exige adscripción sin dudas, absoluta y ciega (ridículas las devoluciones de sueldo). Le repudian porque corren el riesgo de entenderlo. Y Allen, claro está, escuece como nunca, que, como sabrán, es de lo que se trata. El cine, como arte, está para desequilibrar, para sembrar dudas. No para facilitar empatías o robustecer morales. Se acabó el efecto “alleniante”. Ahora, Woody Allen.

El propio Martínez (“El día que Woody Allen se encontró con McLuhan”, El Mundo, domingo 21 enero 2018), dos días después:

Piensen, ya que estamos, en Woody Allen. Nada ha cambiado un ápice sobre su vida íntima en los últimos veinticinco años. No hay pruebas ni indicios nuevos sobre el supuesto abuso a su hija. Pero hace un par de días era uno de los directores de Hollywood más respetados y ahora es el más apestado de todos ellos. ¿Qué ha cambiado en realidad? En efecto, el medio, el hashtag, el #MeToo y el color de los vestidos en la alfombra roja (ahora son negros, de Valentino como antes, pero más oscuros). Es decir, el medio y, de su mano, el mensaje. ¿Quién le iba a decir a Allen que el mismo McLuhan que nos presentó a todos en su más temprana obra maestra acabaría con él?

Luis Ventoso (uno de los columnistas españoles más sagaces e interesantes) argumenta (“Presunción de inocencia, adiós”, ABC, viernes 19 enero 2018):

Pero a Woody Allen, de 82 años y con una carrera única, van a marcarlo en su país con el cuño de apestado. Su honra ha quedado arruinada y la profesión ya comienza a hacerle el vacío, con actores y actrices biempensantes que se niegan a volver a trabajar con él. En EEUU le costará financiar más rodajes. Lo notable es que será tachado sin que se haya abierto una causa judicial contra él o se haya probado acusación alguna (…) Puede que Dylan diga la verdad en su testimonio contra su padre. Woody Allen sería entonces un ser humano asqueroso, que merecería el mayor desprecio y castigo. Pero el problema es que no se puede aniquilar la honra de la gente sin pruebas ni sentencias, apelando al coro visceral de las redes sociales y aprovechando los vientos de la galerna #MeToo. Pisotear la presunción de inocencia, una de las conquistas de la humanidad, es una salvajada, aunque la abanderen Ophrah Winfrey, Meryl Streep o toda la crema de Hollywood junta. Iré a ver la próxima de Allen. Si es que la nueva inquisición le permite volver a empuñar la cámara.

Ángel Villarino (La Tribuna de Ciudad Real, sábado 20 enero 2018) aboga, desde las páginas del periódico manchego, al igual que Cortés por la epojé:

Es fácil también llegar a la conclusión de que sus películas encajan a la perfección con los aspectos más sórdidos de su leyenda negra. Pero lo cierto es que no podemos saberlo. Tendremos que decidir si queremos seguir disfrutando con las películas de Woody Allen a pesar de ello, sin llegar a adivinar nunca sobre cuál de las diferentes versiones se inclina la verdad.

Rodrigo Cortés (“Woody Allen, usted y yo”, ABC, domingo 21 enero 2018) apunta:

(…) Los servicios de bienestar infantil de Nueva York y el hospital Yale New Haven de Connecticut investigaron las denuncias y concluyeron, por separado, que no hubo abuso. Pero pudieron errar. A veces suceden cosas que luego no pueden probarse. A veces alguien se libra injustamente de la condena que merece. Tales cosas pasan. Como a veces alguien acaba acusado por motivos espurios (…) Pero si yo mismo, actor, directora, maquillador, músico, periodista estrella, opinadora, estoy dispuesta a acusar a alguien de forma irreparable y pública, a contribuir, con mis palabras, con mi actitud propaladora, a acabar con una carrera –¿una vida?–, a alentar una cacería sin ojos, con miles de ellos, sin forma ni cerebro, sin gobierno, instintiva, justiciera, arrogándome una prerrogativa que la sociedad no me ha dado, fundándome en algo tan difuso y frágil como mi parecer, más me vale estar dispuesto a hacerme responsable, auténticamente responsable, personalmente responsable, de cuantos mis actos provoque. U optar por esa quimera que ya nadie considera, la que nadie contempla: la de no tener opinión. La de no tener por qué tenerla. La de rechazar la obligación de blandir una siempre, como un estilete. La de ser prudente. Desconozco si Woody Allen es un hombre bueno. Lo ignoro. Quizá lo sea. Tal vez sea un monstruo. Entre un millón de cazadores. ¿Lo sabe usted? ¿Puede saberlo? ¿Qué es lo que usted y yo sabemos?

Rocío Ayuso en su artículo “¿Le ha llegado la hora a Woody Allen?” (El País, lunes 29 enero 2018) afirma:

A diferencia de otros caídos en desgracia en estos dos últimos años, solo una mujer ha denunciado a Allen. Como recuerda en su defensa su biógrafo Robert Weide, acostarse con la hija adoptiva de su pareja puede parecer moralmente equivocado, lo mismo que la diferencia de edad entre ambos, “pero eso no le convierte en pederasta”. Y las acusaciones de Dylan, de las que nunca se han encontrado pruebas, han sido consideradas mucho tiempo “un asunto de familia”. Moses Farrow, otro de los hijos de Mia, asegura que las acusaciones fueron “plantadas” por su madre en la mente de una niña muy impresionable.

A. O. Scott, periodista del New York Times ha publicado el artículo “My Woody Allen Problem”, traducido por el propio NYT en español como “¿Cómo hacer las paces con la obra de Woody Allen?” (31 enero 2018). Allí escribe:

La mañana en la que fueron anunciadas las nominaciones al Oscar estaba hablando con una desconocida sobre películas, como suele suceder, y la conversación terminó enfocada en Woody Allen.

El filósofo Gabriel Albiac escribe su artículo “Manhattan” (ABC, jueves 1 febrero 2018) en los que refresca información importante para esta polémica y para otros debates colindantes, a la par que apela a la sensatez, mesura y prudencia:

Linchar a los gigantes es placentero. Para los pigmeos. Eso se intenta hacer ahora con Woody Allen. No es una novedad. Puede que el rencor sea la más universal de las pasiones humanas. Y la envidia. La historia de la literatura y del arte está saturada por ese tipo de venganzas de los pobres diablos. La caza de brujas contra Allen confunde –como sucede siempre en ese tipo de exorcismos colectivos– dos ámbitos: el personal, en el cual se le acusa de un delito casi impensable contra su hija de siete años; el profesional, en el cual se busca ver la huella oculta de la perversión privada. El juego conjugado de ambos es letal, en la medida misma en que lo amalgama todo: realidad y ficción. Deslindemos. Si no queremos ser parte de los linchadores.
En lo penal, no hay más criterio que el de los jueces. En 1993, Allen fue acusado por su exesposa de haber abusado sexualmente de la hija que compartían. Los jueces desecharon la acusación. Y no se puede decir que los tribunales estadunidenses sean precisamente benévolos en esa materia. No hubo “caso Allen”. Es todo.
En lo profesional, el linchamiento se proyecta ahora sobre su cine. Al narrar, en Manhattan, la historia de amor entre un hombre de cuarenta y una chica de diecisiete, Allen –se nos dice– habría estado haciendo elogio de la pedofilia. Sólo que, en Nueva York, la edad de consentimiento legal es 17 años. Y, por cierto, en España 16. Y, norma legal aparte, ¿recuerda algún cinéfilo una despedida más delicadamente conmovedora que la de Isaac y Tracy en la secuencia final de Manhattan?
Casi tanto como esta otra:

Nuestro amor era mucho más fuerte que el amor
de los más viejos que nosotros,
de los mucho más sabios que nosotros,
y ni siquiera los ángeles en lo alto del cielo,
ni los demonios en los abismos del mar
podrán separarse jamás mi alma
de la de la bella Annabel Lee.

Es el adiós de Edgar Allan Poe a la que fue su esposa. Él tenía 27 años cuando se casaron. Ella, 13. Los que tenía Leonor cuando se enamoró de ella Antonio Machado.
Sobre Allen no ha existido jamás condena judicial. Sobre Manhattan reposan algunos de los sueños más serenos de la historia del cine. Midamos nuestras palabras.

Añadir solamente que en España la edad legal para mantener relaciones sexuales es de 16 años, sí. Pero desde hace unos pocos años. Hasta entonces era de 13. La edad que nos dice Albiac que tenía Leonor cuando se enamoró de Machado (Manuel sí tenía un hermano, respondiendo al comentario irónico de Borges en su momento). Pero en realidad eran 12 (se casaron cuando ella tenía 15 y él 34). Los mismos que tenía Lolita en la novela homónima de Nabokov (y que es protagonista en la premiada –y muy interesante para quienes nos apasiona el mundo de los libros y las librerías, y si son de viejo, segundo mano, lance o anticuario, muchísimo mejor– película de Isabel Coixet: La librería), aunque en las adaptaciones al cine (de Kubrick o Lyne) subieran esa edad hasta los 14 (en El País del miércoles 21 febrero 2018 publica Laura Freixas un artículo titulado “¿Qué hacemos con Lolita?”).

Ricardo Dudda (“Contra la hegemonía anglosajona”, El País, viernes 2 febrero 2018) escribe:

(…) En el caso de Woody Allen la ira actual contra el director tiene también que ver con el rechazo que produce que esté casado con una mujer 35 años menor (Soon-Yi Previn, la hija adoptiva de Mia Farrow y André Previn, que comenzó a salir con Allen cuando tenía 20 años).

Rafael Gumucio (“La guerra contra el espejo”, El País, domingo 4 febrero 2018) sostiene que:

Toda revolución moral, y esta es sin duda una revolución moral, empieza por prohibir las imágenes. Todas las revoluciones morales repugnan del libertinaje y el relativismo moral que son esenciales en el arte. Woody Allen y Polanski no son unos santos, no sólo no lo esconden, sino que nos recuerdan en muchas películas que tampoco nosotros lo somos. El ala más radical y visible del nuevo feminismo no cree que baste con cambiar las leyes y los reglamentos que permiten y fomentan el abuso sino extirpar de los hombres el deseo de abusar. El arte, el bueno, sabe que acabar con el monstruo que podemos ser es también destruir el santo que convive con él, en él. El arte, el bueno, proclama y susurra al mismo tiempo que no existen los monstruos, ni tampoco el mal absoluto, ni el bien definitivo, que no existe la inocencia total y la culpa del nacimiento.

En la CroniCartoon de Ricardo Martínez y Julio Rey del domingo 4 febrero 2018 (El Mundo) cometen un gravísimo error al decir que:

Woody Allen ha dejado de ser noticia por su obra, acta notarial implacable de la ética y la moral contemporáneas, para ser triste portada por su bragueta.

Y al dibujar a Allen asomando por la bragueta de un pantalón tejano. Según la versión de Dylan Farrow habrían sido unos tocamientos en sus zona íntima con las manos de Allen. En ningún caso ella habla de bragueta alguna. Por lo que esa cronicartoon solo aporta oscuridad y confusión. Nada ayuda a la verdad sino que añade más engaños, mentiras o tergiversaciones.

El lunes 5 febrero 2018 Ferrán Caballero titulaba su artículo (en El Mundo) “Manhattan y Manhattan” (en juego de palabras con la película Melinda y Melinda de 2004 de Allen), y en él afinaba:

He leído estos días a una indignadita decir que ya no podrá ver Manhattan. Que no podrá reírse con los chistes porque los de #MeToo le han recordado que ¡hace 25 años! que la hija de Woody Allen le acusó de haber abusado de ella. Y aunque la película sea la misma y las acusaciones sean las mismas y las pruebas también sean las mismas y sigan todavía y por lo tanto sin ser concluyentes, ella ya no podrá reírse de los chistes porque sólo es capaz de ver a un pederasta donde todos lo habíamos visto ya todo. Los ofendiditos ya sólo ven la pornografía de la dominación adulta y masculina donde todos habíamos visto el juego completo del poder de la erótica; a la chica joven, guapa, libre y enamorada del hombre mayor culto y enchochado; con sus complejidades y vaivenes y ridiculeces y con todo lo cómica que es la tragedia del amor cuando se la mira desde lejos.
¿Qué hay de nuevo?, preguntaba Tsevan Rabtan. Pues que “la tribu ha iniciado una cruzada y se va a llevar por delante a los hijos de puta, a los grises, y a los inocentes (…) Si no te sumas a la multitud que lincha, a lo mejor te conviertes en su objetivo”. Lo que ha cambiado es que ya no importa lo que diga un juez, porque el pueblo dicta sus propias sentencias y esas sí que son, literalmente, inapelables. Lo que ha cambiado es que el pueblo no quiere verlo todo; sólo el lado bueno, de sí mismo. Recordando, de nuevo, que la indignación puritana es sólo un triste empobrecimiento de nuestra mirada sobre el mundo.
Y si quieren comedia sin tragedia, no sé qué buscan en Woody Allen. No sé de qué se reían antes ni de qué nos dejan reír aún. ¿De lo guapos y listos y progres y normales que somos todos? ¿De ser puros como ángeles, que no tienen estos problemas? Qué cruel, el humor de los santos.
Woody Allen es inocente para la justicia y culpable para los puros y eso es ya todo lo que un gran hombre puede pedirle a la vida. Si se atreve, porque está visto que el coste es enorme.

Rubén Amón (quizá, a estas alturas, ya esté de más decirlo –o recordarlo–, pero se trata del hijo del mítico y malogrado Santiago Amón), titulaba la entrega de su blog Recóndita armonía (en la web de El País) del pasado 12 febrero 2018 “Woody Allen inmortal”. Allí podemos leer:

Se dilata, se extiende, el proceso público de evisceración al que está siendo expuesto Woody Allen, convirtiendo incluso en cómplices de sus “delitos y faltas” a quienes profesamos devoción al cineasta neoyorkino. Devoción a su cine y a su filosofía, pues se intrican la una y la otra en una visión del mundo que oscila del nihilismo al erotismo como si fueran poderes antagonistas. A Woody Allen se le condena a la muerte civil por un delito sexual que ni siquiera fue elevado a los tribunales, y se le somete a un proceso de expiación de su obra. Una enmienda total. Se reniega del hombre y se termina prendiendo fuego a sus películas en una suerte de aquelarre oscurantista.
Se diría incluso que Hollywood, ese templo budista de la moral, está vengando al hijo descarriado. Y que se han puesto en cuarentena todas sus conductas con la ley de la justicia preventiva. Una purga que no proviene del estupor hacia el hipotético pederasta, sino de las cautelas comerciales. Nada es más sencillo que suscribir una moda y que comprometerse con la inercia. Porque no hay compromiso, sino mimetismo. Y porque el linchamiento colectivo amortigua la responsabilidad individual. Son los tiempos del eslogan. Y de las camisetas de usar y tirar, pues un día somos Charlie, otros somos las niñas de Boko Haram y al tercero la emprendemos contra Woody Allen. Tantas cosas somos que no somos ninguna en la comodidad de las criaturas mutantes. (…)
Pude conocerle y entrevistarlo a propósito de Vicky Cristina Barcelona. Lo admito. Esta película no me gustó ni a mí, pero la tengo idealizada porque me permitió charlar con Woody Allen. Identificar su mirada de asombro por encima de la montura de las gafas. Escuchar que estaba “completamente en contra de la muerte”. Reconocer como un arrullo existencial su voz atiplada. Y confirmar la impresión de un personaje entrañable, nervioso, que no parecía exactamente un depredador sexual y que era consciente de que ya no podía aparecer como antigalán de sus películas.

Virginie Despentes (El País, martes 13 febrero 2018) afirma gratuitamente que:

(…) Woody Allen tiene un problema con las mujeres. Podemos ver sus películas o no, pero no tenemos que limpiarlo para que su cine sea bueno. Tampoco hay que pensar que el abuso no es grave, como intentan hacernos ver…

Laura Gost (guionista del cortometraje ganador –sorprendentemente, al igual que el cortometraje ganador del Oscar 2018, Dear basketball, sobre y de Kobe Bryant, al que acusaron en 2003 de intento de violación– del Goya 2018, titulado Woody & Woody), en la línea de Rodrigo Cortés, ha comentado (El Mundo, viernes 16 febrero 2018):

No voy a decir que me arrepiento o reniego. Yo sabía de esa acusación y la gente que ve sus película, también porque no es nueva. Me parece un genio como cineasta y no puedo saber si es un monstruo. El #MeToo me parece necesario porque parte de unas intenciones muy nobles. Es importante alzar la voz y lograr un cambio de paradigma. Ahora bien, porque me parece tan fundamental que se abra un debate serio, es imprescindible que se base en pilares consistentes. Lo único peligroso es que se suelten titulares y se mezclen informaciones con acusaciones basadas en hechos no probados. El de Woody Allen es uno de estos casos. En la vida se me ocurriría defender a Woody Allen, pero quiero mantener esa prudencia. No diría “te creo, Woody”, igual que no diría “te creo, Dylan”. Respeto la presunción de inocencia. Me considero feminista y existe el riesgo de banalizar esos temas si la gente se inmuniza. La justicia en su momento se pronunció y a veces se equivoca. Es trágico si pasó y Dylan Farrow no tiene pruebas de lo que ocurrió.

Wes Anderson (El Mundo, sábado 17 febrero 2018), tras escuchar a Luis Martínez, el entrevistador (“Desde otro punto de vista, hay un problema con lo que está pasando con, por ejemplo, Woody Allen. En cierto modo tiene que ver con la película, aislar a todo el mundo que ha tenido algún problema en el pasado independientemente de todo. ¿No se está mandando a determinadas personas a una isla para perros?” –la película de Anderson se titula Isle of dogs–), afirma:

En el pasado hemos visto esfuerzos por sacar a la gente de la historia. Al régimen estalinista se le daba muy bien, por ejemplo. Eliminaban a la gente, incluidas las imágenes en las que aparecían. Pero eso es algo que tenemos que resolver. Nuestro arte es parte de nuestra cultura… Hay que encontrar la manera de separar el arte del artista y ver cuál es el mejor equilibrio. Llegará el momento en que deje de ser una situación tan visceral

Greta Gerwig, que trabajó con Allen en A Roma con amor, declara en El Mundo, martes 20 febrero 2018 (Gerwig, nominada al Oscar en la categoría de mejor director por Lady Bird, está casada con Noah Baumbach –¡micromachismo, micromachismo!–, del que se suele decir que es el nuevo Woody Allen):

Woody Allen fue uno de mis directores de cabecera: los diálogos de Annie Hall me siguen pareciendo prodigiosos. Pero si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, no habría actuado en A Roma con amor. No trabajaré con él en un futuro, es todo lo que puedo decir.

Javier Cercas el domingo 25 febrero 2018 (“Woody Allen y el infierno”, en El País Semanal) añadía su punto de vista a esta polémica alleniana:

Una escena de Sin perdón, la película de Clint Eastwood. El she­riff del pueblo acaba de pegarle una paliza a un antiguo pistolero, interpretado por el propio Eastwood, a quien un grupo de prostitutas quiere contratar para vengarse de unos clientes desalmados; escandalizadas, las prostitutas le reprochan al sheriffsu brutalidad, le gritan que su víctima era inocente; entonces el sheriff, interpretado por Gene Hackmann, las mira intrigado y pregunta: “Inocente, ¿de qué?”. George Steiner sostiene que esa anécdota condensa el mundo de Franz Kafka; tiene razón: el de Kafka es un mundo donde, a diferencia de lo que ocurre en un estado de derecho, todos somos culpables hasta que se demuestre lo contrario (y demostrarlo es imposible). Y por eso el mundo de Kafka es, con permiso de Dante, la mejor descripción que la literatura ha hecho del infierno.
Hace unos meses publiqué en esta columna un artículo titulado “Feminismo salvaje”. Se trataba en lo esencial de un salvaje chiste antimachista en el que venía a acusar a todos los hombres sin excepción, empezando por un servidor, de ser machistas por defecto, botarates básicamente ocupados en averiguar quién es más macho, y en el que proponía castigar a los asesinos y maltratadores de mujeres con diversos tipos de tortura, a cuál más cruel. Como es natural, algunos machotes se apresuraron a acusarme de incurrir en el delito de odio. Angelitos. Cuento esto porque ahora mismo no conozco una causa más justa que la de la igualdad entre hombres y mujeres, salvo la que combate la asquerosa violencia universal contra las mujeres. Pero la justicia también es una cuestión de forma, no sólo de fondo, y por eso en ella no es el fin lo que justifica los medios, sino los medios los que justifican el fin. Me explico con el caso candente de Woody Allen. Como saben, en 1993Dylan Farrow, hija adoptiva de Allen y Mia Farrow, acusó al director neoyorquino de abusar sexualmente de ella, que entonces contaba siete años. La denuncia fue investigada por los servicios de bienestar infantil de Nueva York y por un hospital de Connecticut, y ambos concluyeron que no hubo abuso. Pero, al calor de las campañas antimachistas surgidas a raíz del caso Weinstein en la industria cinematográfica norteamericana, Farrow ha insistido en sus acusaciones, lo que ha provocado que un nutrido grupo de estrellas de Hollywood abomine públicamente de Allen y que se haya desatado un torrente de solidaridad con ella; en el momento en que escribo estas líneas, el escándalo es de tal calibre que los productores de la última película de Allen se están planteando dejarla sin estrenar. De nada ha servido que el director haya proclamado una y otra vez su inocencia, que haya sostenido que todo fue orquestado por su exmujer, Mia Farrow, para vengarse de que la abandonara por otra de sus hijas adoptivas, que alegue las dos investigaciones independientes que le absolvieron e incluso el testimonio de otro hijo adoptivo suyo y de Farrow, según el cual fue ésta quien inventó las acusaciones: que yo sepa, casi nadie en Hollywood se ha atrevido a defender abiertamente a Allen, sin duda por temor a ser acusado de machista, de amparar a un verdugo frente a una víctima, así que todo parece indicar que el director ha sido ya condenado. Menudo espanto. Porque nadie parece advertir que aquí lo esencial no es atacar o defender a Allen, quien por supuesto podría ser culpable; lo esencial aquí es que, a menos que decidamos convertir nuestro mundo en el mundo de Kafka, Allen es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Ese es el principio de la civilización; también el final: más allá sólo está el infierno. La lucha por la igualdad y la integridad de las mujeres es una lucha justísima, pero, mal defendida, la lucha más justa puede convertirse en la más injusta.
Cuando estalló el caso Weinstein, Allen declaró a la BBC que aquella era una historia trágica, retorcida y triste, sin ganadores. Añadió: “Sólo espero que no nos lleve a una caza de brujas”. A juzgar por lo que está ocurriendo con el propio Allen, es evidente que sus esperanzas no se han cumplido. Malas noticias para una buena causa.

Gay Talese, el veterano (86 años recién cumplidos) y reputado periodista estadounidense, ha afirmado (en el contexto de la publicación, inédita en español, de su obra El puente, de hace décadas, sobre la construcción del puente de Brooklyn) lo siguiente (en la entrevista realizada por Julio Valdeón y publicada en La Razón del lunes 26 febrero 2018):

No sé en el resto del mundo, pero ahora mismo en América vivimos un momento extraño. La gente tiene miedo de hablar. Si dices algo que no conviene te destruyen. Ni siquiera necesitas hablar. Basta con que alguien te nombre, con que te acusen de algo sexual, para que estés acabado. Da igual que te defiendas. Que digas que no hiciste nada. Que protestes. Te puede acusar alguien que está resentido contigo Que te la guarda por la razón que sea. Cualquiera. Y tu empresa te despedirá. No creas que va a defenderte. Ni siquiera esperará a que la acusación se sustancie. Tienen miedo de la opinión pública, de los patrocinadores, y no quieren perder dinero.

Valdeón le comenta acto seguido: “Mire Woody Allen y Amazon…”, y Talese continúa argumentando:

La hija adoptiva le acusa, pero luego hay otro hijo que le defiende, y a ese nadie le hace caso, nadie le cree, a nadie le importa lo que diga. El clima general, no hablo solo de Allen, me recuerda al “macartismo”. Ahí tiene a Tavis Smiley, periodista de la PBS. Lo despidieron por haber mantenido relaciones con gente que trabajaba en su programa. Relaciones consentidas. Con adultos. Pero lo acusan de conducta inapropiada y lo despiden. Smiley les ha demandado (…) Vivimos tiempos de ortodoxia, incluso de dictadura de los moralistas, y no puedes discutir con ellos… Hace años que David Mamet escribió Oleanna, su obra sobre la relación entre un profesor y una alumna. Si no la conoce, búsquela. No podría estar más vigente. Se adelantó a su tiempo.

Oleanna (de 1992, el año Woody) se está representando en España. Interpretada por Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez, está la obra de gira por toda la geografía nacional (así, por ejemplo, el pasado sábado 3 febrero 2018, se representó en el Teatro Jovellanos de Gijón, y de la que en unas líneas más abajo añadiremos una referencia de ese día).

Santiago Segura, en plena promoción de su sexta película como director (titulada Sin rodeos, tras los cinco Torrentes), ha comentado (en entrevista concedida a El Mundo, miércoles 28 febrero 2018):

Querer quitar la estatua de Woody Allen de Oviedo me parece exagerado. Es un hombre que ha sido juzgado por una cosa, ha sido absuelto y aquello está lejísimos. Yo, por ejemplo, puedo pensar que Allen es un sátiro porque tiene cara de viejo verde y otro señor puede pensar que Mia Farrow es una manipuladora loca. ¿Quién tiene razón? Pues yo qué sé. Yo no me meto a opinar en esa película sobre cosas que no tengo la menor idea. ¿Qué puedo juzgar de Woody Allen? Su obra. O si en un juicio le declaran culpable… Pues eso. Ahora, el chisme en sí ya es un juicio.

Esta entrevista, según ha confesado el propio Segura días después (La Sexta Noche, sábado 10 marzo 2018), molestó al director por el titular, que no era otro que “No es lo mismo ser un sobón que un acosador”, lo cual es evidentemente cierto, aunque sean dos actos execrables (o, dicho en plata por el mismo Segura, que formen parte “de la misma mierda”). Hay que distinguir. Clasificar. Y si eso lo ha contestado, no se puede acusar de “amarillismo” a ese medio de comunicación por poner ese titular. Segura, en la entrevista de La Sexta, afirmó que el 90 % de los internautas sólo lee el titular y ése que le pusieron daba una mala imagen de él (de nuevo, el machista y baboso ‘Torrente’). Pero el problema es precisamente ese: que un 90 % de las personas (quedémonos con el porcentaje, porque lo mismo nos da, a estos efectos, algo más o algo menos) solo lea los titulares (como se ha demostrado recientemente mediante un experimento). Si quienes van a criticar a uno son esas personas que no se detienen ni un minuto en leer la entrevista sino que están ya predispuestas a insultar, a odiar (los manidos haters), pues allá ellos. Lo que sucede es que Segura tiene miedo a que por culpa de esos descerebrados cale en la opinión pública una imagen distorsionada de su persona y sus declaraciones. Por eso mismo, cuando el presentador de ese espacio, Iñaki López, le preguntó por la retirada de la estatua de Woody Allen de Oviedo, Segura daba vueltas y vueltas para tener que justificarse, y que no pareciese lo que no era.

Precisamente el artículo de Javier Marías del domingo 11 marzo 2018 (El País Semanal), titulado “También uno se harta” trataba sobre eso. Dice en él:

(…) Yo no escribo para “provocar”, sino para intentar pensar lo no tan pensado. Pero el pensamiento individual está hoy mal visto, se exigen ortodoxia y unanimidad. Hace unas semanas saqué aquí un artículo serio, razonado y sin exabruptos (eso creo, “Ojo con la barra libre”), más sobre la prescindencia de los juicios y su sustitución por las jaurías que otra cosa. Uno acepta todos los ataques y críticas, son gajes del oficio. Lo que resulta desalentador es la falta de comprensión lectora y la tergiversación deliberada. (También uno se harta, y eso sí puede llevarlo a callarse y darle una alegría a la columnista joven.) Al instante, un diario digital cuelga un titular falaz, sin añadir enlace al artículo. Muchos se quedan con eso y se inflaman. No leen, o no entienden lo que leen, o deciden no entenderlo. Uno se pregunta de qué sirve explicar, argumentar, matizar, reflexionar con el mayor esmero posible.

Javier Bardem (en promoción de la película de León de Aranoa sobre Pablo Escobar, Loving Pablo, que protagoniza) ha afirmado (con rotundidad, justo la que no tiene, por ser políticamente correcta –o no lo suficientemente valiente–, Penélope Cruz, comentando que “es un tema delicado. Lo único que puedo decir es que si alguien cree que no se trata de un tema resuelto, que vuelva a investigar”) en La Razón (7 marzo 2018):

Volvería a trabajar con él si me llegara un papel interesante. Si se demuestra que abusó obviamente no trabajaría con él, pero ahora mismo estamos como estábamos en 2007, nada ha cambiado. Cuando hay cambios sociales que vienen para quedarse a veces tienden a irse a los extremos. Ahora estamos en un momento muy sensible y el linchamiento y el juicio mediático es muy peligroso. Cuando se señala a alguien, ya es culpable. Pero hay que ir a un juez y que él decida; no vale con lanzar una opinión.

Y en otro medio (El Mundo, 8 marzo 2018), seguía diciendo el actor:

Se está maldiciendo y condenando con juicios mediáticos… Lo curioso es que yo trabajé con Allen en 2007 y la misma situación de ahora era la de entonces. Yo no soy quién para desdecir a dos jueces que en dos Estados distintos le declararon no culpable.

El entrevistador le comenta que “hay compañeros que han devuelto el sueldo después de trabajar con él…”, a lo que tras suspirar contesta:

¿Qué pienso de eso? Respeto su voluntad. Ellos se casan con la parte del hijo que está en contra de Woody Allen… No sé si es lo más justo. Si hubiera nuevas pruebas… Pero no ha pasado nada nuevo. Sólo ha cambiado el ambiente. Pero eso no es lo mismo que Harvey Weinstein.

Luis Martínez, en la víspera de la noche de los Oscar (El Mundo, domingo 4 marzo 2018), hace un recorrido al clima en Hollywood en los últimos meses y realiza un repaso a las películas nominadas, y es allí (a propósito de El hilo invisible y Call me by your name) donde escribe lo siguiente (negrita nuestra):

Sólo quedarían fuera de este esquema tan político y especular con su tiempo como tal vez riguroso dos cintas: Call me by your name, de Luca Guadagnino, y El hilo invisible, de Paul Thomas Anderson. Curiosamente, las dos mejores cintas de las nueve en liza. Aunque tal vez, ni eso. La primera posee la fuerza emblemática de las historias de amor tan perfectas y conscientes de la libertad que respiran, que no pueden ser más que leídas como un manifiesto contra la parte más dura y caciquil de la realidad. Sí, contra la impostura de lo supuestamente respetable (son gays y de edades muy diferentes), sólo vale la única pulsión del deseo, de lo libre. Y ahora otra pregunta incómoda: ¿Qué pasaría si el adolescente al que da vida el nominado Timothée Chalamet fuera una mujer en una relación heterosexual? (que, por cierto, aparece en la película de 2018 de Allen, A Rainy Day in New York) No hace tanto la escritora Claire Dederer confesaba que Manhattan, relato de amor entre un hombre maduro y una mujer joven, le provocaba náuseas. ¿Nos estamos contradiciendo o la condena a Woody Allen ha ido demasiado lejos? ¿O las dos cosas?

En el número 69 (120) de Caiman. Cuadernos de cine (marzo 2018), Eulàlia Iglesias publica el artículo “Las mujeres ya no callarán más”. Entresaquemos unas pocas líneas de lo que allí dice:

El pasado mes de diciembre Miriam Bale explicaba, en Hollywood Reporter, por qué había decidido no ver más películas de Woody Allen: “No quiero seguir contribuyendo ni a sus ingresos ni a promocionar sus películas, a incrementar su poder”. El posicionamiento militante de la crítica va un paso más allá en las discusiones sobre la separación entre obra y artista en la era de #MeToo (…) El movimiento está generando casos de más difícil posicionamiento, como el de Woody Allen, en que la necesaria credibilidad otorgada al testimonio de Dylan Farrow choca con la irrenunciable presunción de inocencia respecto al director. Pero, en resumen, ahora toca preocuparse más por las mujeres y menos por si Allen va a quedarse sin estatua (…) Así, la tan cacareada separación entre el autor y la obra ha pasado de delimitar un objeto de estudio a partir de metodologías concretas a convertirse en una suerte de falacia tras la que se escudan algunos para sentirse inmunes ante el necesario cambio de paradigma que está suponiendo la lucha feminista en el mundo del cine. Desde los años setenta no veíamos a tantas mujeres trabajando juntas con tanta energía y entusiasmo para lograr la necesaria igualdad, también en el ámbito de la cultura. El movimiento #MeToo tiene algo de revolucionario, y toda revolución conlleva replantearse fundamentos hasta entonces considerados inamovibles. Bienvenido sea el debate y dejemos de frivolizar con la palabra censura cuando llevamos siglos instalados en un paradigma cultural construido sobre el silencio impuesto a las voces de las mujeres.

Fréderic Beigbeder, en su artículo mensual para Icon (número 49, marzo 2018), titulado “El nuevo ‘macartismo’”, afirma:

Estamos sobre el puente de Brooklyn. La imagen es en blanco y negro. Un escritor depresivo se enamora de Mariel Hemingway y oímos Rhapsody in blue, de George Gershwin, y, oh my God, qué belleza.
Tenía 14 años y esta película cambió mi vida. Estrenada en 1979, Manhattan es la cinta que a Woody Allen menos le gusta de todas las suyas. Todo el mundo puede equivocarse. Yo las he visto todas, hay 53. Y hoy, como muchos otros miembros del Club de Fans de Woody, me siento incómodo. Desde que su hija adoptiva Dylan Farrow ha reiterado sus acusaciones de agresión sexual en la cadena estadounidense CBS, los enamorados de Woody Allen sufren una posesión infernal. Sus actores reniegan de él, donan sus salarios a asociaciones… A los que no le dan la espalda les llaman de todo. Amazon, que ha producido su nueva película, Rainy day in New York, es probable que la estrene directamente online y no en las salas de Estados Unidos. Pero sus productores también podrían decidir no estrenarla, como ha hecho Nefltix con la película de Louis C.K. ¿Y por qué no borrar a Woody Allen de todos los filmes en los que sale? Es lo que ha dicho Ridley Scott con Kevin Spacey sin que le sorprenda a nadie. O unos manifestantes podrían impedir las proyecciones de películas de Woody, como las de Polanski, en la Cinemateca de París. Tal como están las cosas, le va a resultar muy complicado hacer nuevas películas.
Y eso que, desde que Marcel Proust escribió Contra Sainte-Beuve, sabemos que “el hombre que hace versos y el que charla en un salón no son la misma persona. Sí, hay dos Woody, y el hombre privado no es asunto nuestro. En todo caso es asunto de la justicia de su país, que ya le ha exonerado dos veces. Pero podemos, y debemos, separar el arte del artista.
Empleemos una gran palabra: vivimos un periodo de nuevo macartismo. No hay que tener miedo a decirlo. Naturalmente, nos asquean los cerdos que agreden a las chicas. Pero debemos tener cuidado de no resbalar hacia un sistema de delación digital y de envío inmediato al paro sin un juicio justo. Un periodista del Washington Post ha llegado hasta a rebuscar en los archivos personales de Woody Allen, depositados en la biblioteca de Princeton desde hace 38 años, y ha deducido que el director era un peligroso pedófilo porque a menudo apuntó ideas sobre historias de amor entre viejos libidinosos y una joven ingenua. ¡Hasta hay llamadas al boicot de Wonder Wheel porque Justin Timberlake deja a Kate Winslet por su nuera! ¡Si es ficción! ¿A partir de ahora un artista tiene que pedir permiso a la justicia antes de inventarse una historia? ¿La ficción es libre o está determinada por la biografía de su autor y la moral del momento? Y en un sentido más amplio, ¿la creación debe necesariamente hacer el bien? Judd Apatow acaba de preguntar por qué Tarantino quiere rodar una película sobre el asesinato de Sharon Tate. Si borramos a los actores que han cometido una falta y descalificamos a los cineastas que ruedan atrocidades, tengo el honor de anunciar que la literatura se ha acabado y que el cine ha muerto.

Iñaki Arteta en “Libertad y expresión” (La Razón, sábado 10 marzo 2018) apunta:

“De las debilidades humanas, la obsesión es la más peligrosa, y la más tonta”. Woody Allen. Pero, ¿aún se puede citar a Woody Allen? Actrices y productores aseguran que no volverán a trabajar con él y algunos de los que lo hicieron se muestran arrepentidos. Que se sepa: Allen nunca fue absuelto de sus acusaciones a la hija que había adoptado Mia Farrow porque nunca hubo juicio. A pesar de larguísimas y reiteradas investigaciones, nunca se presentaron cargos ni pruebas sólidas. La persecución mediática ha conseguido convertirle en culpable.

El martes 13 marzo 2018 el actor Rubén Ochandiano (en la entrevista de Amilibia) en La Razón afirma que “no me gusta el clima de intolerancia que se está creando”, y sobre si trabajaría con Woody Allen, contesta que “Sin dudarlo. La idea me parece tan estimulante como hace años”.

El miércoles 14 marzo 2018 en La Razón aparece una entrevista con el director Fernando Colomo (de promoción de La tribu) y éste es inequívoco (y valiente) en el asunto Woody:

Lo de Allen es difícil y ya fue juzgado hace mucho y no vieron indicios de verdad en la historia. Sin embargo, está muy bien que se conozcan los abusos en casos como el de Harvey Weinstein, se trata de algo positivo, ese sí que es un tipo infumable en todos los aspectos y con todos los seres humanos. En asuntos como el sexo y con el poder que manejaba. Digamos que jodía en el doble sentido de la palabra... Pero en otros casos hay que mirar el tema con precaución, no acusar porque sí. Además, ha sacado a la luz lo que sabíamos que sucede lamentablemente en la sociedad. Repito que el abuso de los poderosos siempre resulta deleznable. Sin embargo, puede que paralelamente exista una nueva caza de brujas. Hay un peligro real hoy que es igual al que existía en nuestra guerra civil, cuando unos y otros eran acusados de nacionales o rojos por rencillas personales, de ahí que diga que todo esto hay que tomarlo en su justa medida. Por otro lado, EE UU es un país más hipócrita por el carácter anglosajón y la educación protestante, muy diferente a otros europeos, y allí no suelen existir matices, de ahí que haya un peligro sobre cómo se extrapola todo y la respuesta de rechazo en Hollywood con las actrices francesas cuando hablaron acerca del tema sin miedo a expresarse.

El jueves 15 marzo 2018 aparece en El Mundo la entrevista a Alicia Vikander realizada por Luis Martínez, y éste le pregunta por Woody (“¿Está completamente de acuerdo con el movimiento #MeToo o cree que en su nombre se hayan podido cometer excesos como, por ejemplo, la demonización de Woody Allen?”). La actriz responde (un decir…):

A veces decisiones drásticas obligan a que las cosas vayan un poco más rápido. En Suecia, por ejemplo, el 50% del dinero público es para mujeres y la otra mitad para hombres. Se reparte por la mitad. La política de cuotas funciona y es una forma de iluminar las cosas y hacer que todo esté en su lugar lo antes posible. Pero todas las mujeres con las que he coincidido alrededor de #MeToo están unidas. No sólo las mujeres, también los hombres, están de acuerdo en que hay mucho por hacer y que es importante abordar cambios. Y eso es lo importante.

El sábado 17 marzo 2018 en el ABC Cultural aparece una entrevista a Fernández Maíllo, de la que leyendo solo el titular podría inducir a error, ya que éste dice: “A Woody Allen y David Lynch les perdono todo”. Por lo que alguno podría interpretar que Maíllo le perdona hasta las atrocidades que pudiera haber hecho Allen. Pero lo que dice el escritor, tras hablar de su pasión por Twin Peaks, aunque le haya decepcionado la tercera temporada, es lo siguiente:

Es como Woody Allen, son como amigos, les perdonas todo. ¿La amistad no consiste en perdonar todo? Ese es el concepto de amistad. Para mí, David Lynch es como un amigo, entonces le perdono hasta las pifias que hace.

El domingo 18 marzo 2018 aparece publicada en El País una entrevista con Pierre Assouline, y en ella afirma el escritor, sobre la cuestión del escritor y su obra:

Sí, y esto se aplica a cualquier escritor o filósofo. El creador y su obra son un todo, un bloque. No hay un Céline bueno de ocho a cinco y uno malo de cinco a once, es un todo. Pero yo no juzgo un libro por lo que pienso del tipo. Un escritor puede estar totalmente desprovisto de cualidades humanas; Céline era un tipo odioso, ingrato, tenía muchos defectos en el plano humano, ¿y qué?, ¿qué cambia eso de Viaje al fin de la noche? La sexualidad de Proust consistía en coger ratas y hacerles sufrir con una aguja, es lo que le excitaba. ¿Quiere eso decir que En busca del tiempo perdido es un libro perverso? No.

El periodista (Joseba Elola) le pregunta por los casos de Woody Allen o Kevin Spacey, y Aussoline continúa diciendo:

Es lo mismo. Me parece alucinante que ya hayan sido condenados por todo el mundo, y por sus productores, sin haber sido juzgados. Que comparezcan ante la justicia, y que ésta siga su curso. Mientras tanto, a Kevin Spacey le han borrado de una película, ¡es un escándalo! Asistimos a un linchamiento público.

En el mismo diario El País, y el mismo día 18, Elvira Lindo dedica su sección dominical “Don de gentes” a Woody Allen bajo el título “A vueltas con la vida íntima”. Dice la escritora:

Me preguntaron qué pensaba de la petición de retirada de la estatua de Woody Allen que adorna las calles de Oviedo. Me irrita esa exigencia de un juicio rápido con respecto a un asunto del que conocemos todo lo que se puede saber hace muchos años. Ha sido tan profusamente narrado en la prensa desde que comenzó en 1992 el divorcio Allen/Farrow hasta cuando un blog de The New York Times publicó la carta abierta de Dylan Farrow, en 2014, que sorprende que muchos de los actores de aquel país anuncien ahora que jamás volverían a trabajar con el director, como si fuera el trámite obligado para adquirir un certificado de pureza.
Siendo tan probable que el director no vuelva a dirigir una película, a qué viene continuar con la piedra en la mano. Todo estuvo desde hace más de dos décadas a la vista de cualquiera, la misma incógnita, que resultará imposible de esclarecer. El divorcio fue turbio, arruinó los bolsillos de ambas partes, llenó páginas y tertulias, y yo que andaba por allí, en USA, pensé entonces que era despreciable hacer fotos desnuda a esa hija de tu mujer a la que has visto crecer y dejar olvidada las pruebas encima de la mesa. Daba igual que la hija fuera adoptada y que la pareja no estuviera oficialmente casada. Aquello era reprobable, pero no delictivo; lo de Dylan, de haberse probado, sí era delito. Los psicólogos afirmaron que podía ser un recuerdo construido en un ambiente disfuncional, de mucho estrés. En cualquier caso, la niña, hoy mujer, contó su verdad.

Pasemos a los diarios asturianos, empezando con El Comercio (ya está disponible, por cierto, la hemeroteca digital del diario, un auténtico lujo). En El Comercio del domingo 4 febrero 2018, Alberto Piquero hace una crítica de la obra teatral de David Mamet Oleanna y en ella escribe:

Entre paréntesis, inevitable pensar ahora mismo en la triste y desgraciada polémica que envuelve a Woody Allen, al que solo ha defendido Diane Keaton frente a las acusaciones de su hijastra Dylan Farrow, mientras la mayoría de sus colegas de Hollywood le han dejado a la intemperie, incluyendo a aquellos que han trabajado en sus películas (….).

Cuatro días después (El Comercio, jueves 8 febrero 2018), el escritor y director Ray Loriga (que visitó Oviedo para participar en el ciclo de las Tertulias del Campoamor), preguntado por el periodista Daniel Lumbreras acerca de la estatua de Allen, contesta:

Le juzgaron una vez, salió inocente. La hija tiene todo el derecho a seguir la causa y si de verdad es así, que no tengo por qué dudarlo, es una situación difícil. Incluso si fuese una persona deleznable, y ese sería un acto a castigar, no sé si eso borra Manhattan, Annie Hall o toda su filmografía. Es un caso parecido al de Polanski. Quitar la estatua es una decisión ciudadana.

El domingo 18 febrero 2018 (también en El Comercio) la entrevistada en la contraportada del diario (en la sección “Qué es de…”) es Ana González (que fue, por ejemplo, jefa –y miembra– de Gabinete de Bibiana Aído). La periodista Azahara Villacorta le pregunta si corrientes como el #MeToo pueden acabar en una caza de brujas. La señora González responde:

Qué curioso. Todo lo que tiene que ver con un paso hacia delante de las mujeres, con que dejen de meterles mano y de violarlas en todos los aspectos de la vida, puede producir una caza de brujas. Pues yo creo que hay que cazar a las brujas, sí. Las brujas son los que meten mano, los que abusan, los que pagan menos a las mujeres por ser mujeres. Claro que hay que cazarlas. A ver si los cazamos a todos y a todas.

Villacorta, entonces, le pregunta por Woody Allen y por la presunción de inocencia, y ella afirma (muchas cosas, entre otras, que desconoce totalmente el caso):

Incluido Woody Allen si es un abusador de niñas y mujeres. Creo que hay que respetar la presunción de inocencia. Lo que digo es que por hacer buen cine, no puede quedar libre si es pederasta. A las mujeres nos hubiera ido mejor si hubiera respetado nuestra presunción de inocencia y no nos hubiesen condenado por brujas y putas no sé cuántas cosas más.

Hace un momento, la señora González hablaba de ir a por brujas y cazarlas. Si son hombres, cabe suponer (aunque emplee “todos y todas”). Porque si son mujeres, no. ¿Por qué? Porque las mujeres son inocentes por definición. Los hombres lo tienen más complicado… Y en cuanto a lo de que no puede quedar libre por hacer buen cine, ¿es que acaso alguien ha sostenido eso? Aquí nadie ha afirmado que Woody Allen no vaya a la cárcel por tener mucho arte (como algunos amigos de Farruquito hicieron en su día). La cuestión es otra. En la que la señora González no puede entrar, como es natural, porque lo ignora, haciéndolo especialmente patente cuando habla de la posibilidad de Allen como “abusador de niñas y mujeres”. Vamos, todo un violador en serie. Gran ejercicio de sindéresis de la señora González. Pero, agárrense los machos (rogamos que nos perdonen el micromachismo que se nos acaba de escapar), porque lo que viene a continuación sí que no tiene desperdicio.

Si acaba de hablar la señora González (nacida en 1963), ahora la entrevistada en la contraportada de El Comercio de dos semanas después (domingo 4 marzo 2018) es Lara Alcázar (nacida en 1992 en El Entrego), la líder de Femen en España. Primero veamos lo que expresa Alcázar respecto al #MeeToo y el Manifiesto de las 100 francesas, para luego entrar ya directamente en harina con Woody. Para ella el #MeToo es:

Un movimiento muy importante y muy necesario. Ha explotado algo entre mujeres que tienen una proyección pública muy fuerte y eso ha hecho que otras mujeres que son fontaneras, panaderas o cajeras hablen de cosas que les han pasado a ellas. Que piensen: «Pues igual esto que me pasó no es para hacerme sentir vergüenza a mí, sino al que me lo hizo». Que la vergüenza cambie de bando es de derecho y es de justicia social.

La vergüenza ha de cambiar de bando (y el miedo, claro, cabe suponer). Sobre el manifiesto firmado por Deneuve y otras, lo califica de “anecdótico”: “Lo que no puede ser es que la voz de cuarenta señoras cuente más que la de millones”. A continuación, la periodista le hace la pregunta leninista de qué hacer con la estatua de Woody, y Alcázar, sin titubeos, responde: “Arrancarla de cuajo”. Y como Villacorta lógicamente y acto seguido le pregunta por la presunción de inocencia, Alcázar saca a relucir todo su arsenal argumentativo (por llamarlo de algún modo, vamos):

No debe haber presunción de inocencia en casos de violación. La sospecha es lícita siempre. Porque, en el caso de Woody Allen, no es solo una mujer la que lo acusa. Y, además, una de ellas es su hija, que ha estado mucho tiempo desgañitándose para que la escuchen. Esperemos que se haga justicia. Tener la figura de un violador en medio de una ciudad es de vergüenza. Puede ser un buen director, pero, por encima de una carrera, hay una persona. Y, cuando una persona atenta contra la vida de otras personas, la estatua debe ir fuera.

“La sospecha es siempre lícita”. Siempre que sea contra un hombre, claro. En el caso de Allen “no es solo una mujer la que lo acusa”. ¿Ah no? Acabamos de enterarnos. A ver si nos ilumina la señora Alcázar y nos dice quién más lo acusa. ¿Se estará confundiendo con Weinstein, por ejemplo? Bahh, qué más da. Menudancias. Todos machos y, por tanto, todos culpables de lo mismo. Y si fuesen varias mujeres las que lo acusasen, ¿eso querría decir que ipso facto se convertiría en culpable? Y, ¿eso vale para unas cosas pero no para otras? Si Deneuve y otras cien mujeres firman un manifiesto y no es solo una, ¿no vale? Debería dar alguna ponencia o escribir algún libro al respecto la señora Alcázar. Ha de aclararnos respecto a qué temas importan el número de abajofirmantes y cuáles no. Somos muchos los que navegamos a la deriva sin unos criterios deontológicos y jurídicos a los que asirnos, así que sus desarrollos teóricos se nos antojan imprescindibles. Necesitamos una brújula alcazariana. Urge. “Tener la figura de un violador en medio de la ciudad es de vergüenza”. Mentes preclaras como la suya hacen falta en esta España nuestra donde solo reina la ignorancia, la estupidez y el sectarismo.

Al siguiente domingo (El Comercio, 11 marzo 2018) le toca el turno a José Antonio Quirós, y Azahara Villlacorta vuelve a preguntar por el tema de la estatua de Woody, y el director de cine contesta (semanas antes había rehusado contestar al tema):

Tengo cierto rechazo hacia las estatuas, pero la de Woody Allen debe continuar ahí, porque hasta la fecha no ha sido condenado.

En El Comercio del viernes 23 marzo 2018 el director Manuel Martín Cuenca dice sobre la polémica de la estatua:

¿En serio hay una polémica con esto? Hay que perseguir el acoso, estar en primera fila defendiendo la igualdad de las mujeres, pero también está la presunción de inocencia. De repente la masa del pueblo, sin haberlo juzgado, lo quiere colgar.

En El Comercio del jueves 29 marzo 2018 entrevistan a Pablo de María, director de SACO (Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo) y ante la indicación de que se “moje” respecto a la estatua de Allen, afirma:

No lo sé. Esto de las estatuas me parece demasiado. Gran película, pero no sé si es necesario y no sé si ponerle una estatua a alguien como se hacía con los conquistadores o con los conquistadores es el mejor homenaje que se le puede hacer. A los turistas les encanta hacerse fotos con La Regenta ante la catedral de Oviedo, pero es todo un poco raro. Hubo una época en la que había que poner estatuas, pero espero que esa época haya pasado.

Con su iconoclastia (los mismos recelos al respecto que Quirós), en realidad, no dice nada respecto al tema en cuestión. Porque aquí no se está hablando, claro está, de poner estatuas, sino de quitar. Y de quitar por una serie de cuestiones, que es las que hay que plantear. Por lo que Pablo de María ha saqueado el intento de pregunta del periodista y se ha salido por la tangente.

En el periódico asturiano La Nueva España se han dedicado bastantes páginas a la polémica Woody, por los motivos ya mencionados. Así, el miércoles 24 enero 2018 dedicaban dos páginas al asunto, donde se pueden leer las declaraciones de varios representantes de distintas asociaciones asturianas respecto a la conveniencia (o necesidad) de retirar la estatua del director de la ciudad de Oviedo. Eva Irazu, portavoz de la Plataforma Feminista de Asturias, afirma que

esas cosas no se inventan y no se puede homenajear a un monstruo. La carrera profesional va ligada a la persona y no podemos dejar que el genio eclipse a ese monstruo. Es un depravado y aún así su estatua sigue en las calles de Oviedo (…) Las mujeres llevamos toda la vida soportando que la palabra de un hombre valiese más que la nuestra, pero eso ahora ha cambiado. Actualmente miramos a los hombres y les decimos: tú abusaste de mí, quedaste impune y ahora te voy a señalar.

Obsérvese con qué rotundidad le aplica los calificativos de “monstruo” y “depravado”. La concejal de Izquierda Unida del ayuntamiento de Oviedo, Cristina Pontón, manifiesta que el tema es una “patata caliente” al mismo tiempo que hay que tener en cuenta la presunción de inocencia. La presidenta del Colectivo Xega (Xente Gai Astur), Yosune Álvarez , afirma que “no se les puede dar cancha ni reconocimiento público a los agresores machistas”. ¿Y a las feministas? Ah, es verdad, que esas no existen. De las cuatro opciones combinatorias posibles de agresión (Hombre-Hombre, Hombre-Mujer, Mujer-Mujer y Mujer-Hombre) solo se da una de ellas: la del hombre dirigida a la mujer. ¡Ah, y es verdad también! ¡Qué despistados andamos! Enfrascados con el Affaire Woody hemos olvidado que existe una opción sexual que no es ni masculina ni femenina: la opción “no binaria” (como ha propuesto Podemos). Acabamos de incurrir, sin pretenderlo, en un micromachismo. Sin duda se ha tratado de un reflejo involuntario, propio de la cultura heteropatriarcal en la que nos hemos formado, y que, a día de hoy, no hace otra cosa que dejar nuestras vergüenzas al descubierto. Íbamos a añadir o a cuestionarnos si esas vergüenzas serían “intelectuales” pero inmediatamente nos hemos percatado (ahora sí) de que el adjetivo “intelectual” aplicado a la cultura heteropatriarcal es un oxímoron (como “Inteligencia Militar”), toda una tomadura de pelo, amén de una violencia ejercida contra las mujeres, que acaso debiera llevar en un futuro fortísimas penas de cárcel. Pero sigamos, una vez pedidas disculpas, con las declaraciones de Yosune Álvarez, donde añade que “haremos todo lo posible para que se quite”. La estatua, cabe añadir. María Jesús Suárez, de la Asociación de Mujeres Progresistas Pura Tomás, sigue la línea “argumentativa” de sus colegas: “Ya estoy en contra del monumento desde el momento en que se puso porque las denuncias sobre Woody Allen no son de ahora, pero fue una estrategia de marketing de Gabino de Lorenzo y ahora vienen los problemas. Hay que quitarla porque no aporta nada bueno a Oviedo”. Laura Díez, exconcejal en el ayuntamiento de Oviedo por el PSOE y en la actualidad presidenta del colectivo Trece Rosas admite que “es verdad que no está condenado, pero los juicios fueron hace tiempo y puede que se haya tenido en cuenta quién era la persona a la hora de decidir. Las palabras de su hijo y de su hija dejan claro que hay razones suficientes para creerles. Igual que se quitaron las calles franquistas también se debería de retirar el monumento”. Jessica Castaño, presidenta de la asociación de Mujeres Separadas y Divorciadas de Asturias confiesa sus deseos y convicciones: “La estatua no está bien ahí y hay que actuar para que no vuelva a pasar, pero yo no gastaría ni un euro en quitarla cuando se puede emplear en programas contra la violencia o en más policías para velar por las órdenes de protección, por ejemplo. Aún así, si no cuesta nada, que la quiten”. Gloria García Nieto, de la Asociación Feminista de Asturias y del Colectivo Escuela No Sexista, sigue en la misma dirección: “Como acto simbólico, estaría bien quitarla, pero el mundo no se va a arreglar por eso. A mí no me preocuparía nada que la retirasen, pero tampoco entraré en guerra por eso. Cuando pase le sacaré la lengua y está”. La nota discordante la pone Sonia Fernández, de Mujeres en Igualdad, al decir que “No es una persona condenada y hay que tener cuidado con eso”. La señora Fernández aún está presa de esa cultura leguleyoheteropatriarcal, al pensar antes en sentencias judiciales y en presunciones de inocencia que en la palabra de cualquier mujer. Debería imponérsele la asistencia a distintos cursos de Igualdad. Y que no nos venga nadie a decirnos que si la Igualdad es una idea sincategoremática, que si hay que establecer los parámetros de la función, &c. No. Hablamos de la Igualdad por antonomasia. La Igualdad es que las voliciones y las palabras de cualquier mujer sean la Verdad (añadir el sentimiento a los “hechos”, aunque sea retorciéndolos o contradiciéndolos: así es como la RAE ha definido la “posverdad”, como “distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”). Toda la historia de la filosofía y del pensamiento por eso ha estado tantos siglos engolfada y errada, dando una y otra vez vueltas a los mismos temas, sin alcanzar verdades firmes. No porque la filosofía trabaje con ideas y, por tanto, al no hablar de conceptos, no puede establecerse ningún cierre categorial (científico). No. La palabra procedente de una mujer es una iluminación. Todo lo que sea hablar de “cuidado” como hace la señora Fernández parece sospechoso (por decirlo eufemísticamente) de machismo. Lo dicho: debería ser reeducada convenientemente en los nuevos valores de Igualdad.

Hay que decir que cuando en el pleno del ayuntamiento de Oviedo se debatió esta cuestión se decidió, sabiamente, dejar la estatua donde está, ya que no hay ningún motivo para quitarla (salvo, ya sabemos, los fervientes deseos de unas personas ideologizadas). Así, lo podemos constatar en la noticia de La Nueva España del miércoles 14 febrero 2018 (“Oviedo indulta a Woody Allen”), donde el alcalde socialista de la ciudad habría indicado que “dejarse llevar por rumores es peligroso”{2}.

Al día siguiente, jueves 25 enero 2018, se dedica una nueva página a Woody Allen, con declaraciones (a Félix Vallina) de Sonia Grande, Paula Prendes, Alberto Rodríguez, Enrique Bueres, Edu Galán y Etelvino Vázquez (no así de Tom Fernández, José Antonio Quirós o Gonzalo Suárez, con quienes La Nueva España se puso en contacto pero que declinaron “respetuosamente” hacer declaraciones porque consideran que es un tema “complicado” –semanas después, como acabamos de ver, el 11 marzo 2018, José Antonio Quirós sí se mojó–). Sonia Grande, diseñadora asturiana que ha trabajado con el director, explica al periódico que Allen está siendo víctima de un “linchamiento mediático” y que las personas y colectivos que exigen la retirada de la estatua de Oviedo “están siendo cómplices de cepillarse el derecho fundamental de la presunción de inocencia”. Añade:

Woody forma parte de la historia del cine y hay quienes están tratando de hundirle la carrera. Si me volviese a llamar para trabajar con él lo haría encantada. Su comportamiento en los rodajes siempre fue altamente respetuoso y ejemplar.

La actriz y presentadora Paula Prendes:

No se puede hablar de retirar la escultura a la ligera, con estas cosas hay que tener mucho cuidado y sobre todo respetar la presunción de inocencia. El monumento se puso por la labor artística de Woody Allen y no por su vida personal, que es una cosa aparte y que hay que reprobar si se prueban todas las acusaciones, nunca antes.

El actor Alberto Rodríguez:

La ley está para algo. Si no está condenado siempre hay que respetar la presunción de inocencia y considero que retirar la estatua sería un gran error. Muchos de los genios de cualquier campo, y la mayoría de las personas, tienen cosas reprobables que esconder. Las acusaciones contra Woody Allen son muy graves y de ser demostradas habría que actuar en consecuencia desde la ley, pero aún así yo sigo separando a la persona del genio. ¿Qué haríamos si se quita el monumento y después se demuestra que es inocente? Ponerle otra por haber sospechado?

El periodista Enrique Bueres:

Esto es una caza de brujas. A Woody Allen se le está juzgando públicamente por un caso que fue investigado y archivado en los juzgados. Es inaudito, no se puede juzgar en la calle y en las redes. Por otro lado, hay que separar a la persona del artista. La historia de la literatura está llena de auténticos prendas y por eso no se queman sus libros.

Edu Galán (de la revista Mongolia, –que ha sido ahora multada y condenada– que se supone la más satírica junto a El Jueves) continúa en la misma línea que los anteriores entrevistados:

El caso del que le acusan data del año 1992, pero ahora hay una corriente conservadora y mojigata que pretende estar por encima de la justicia. Dirigí en la Universidad de Oviedo dos cursos sobre Woody Allen en 2008 y 2009. Los hechos en ese momento eran iguales que los que se esgrimen ahora en su contra. ¿Podría hacer hoy un tercero o tendría un piquete en la puerta con las mismas alumnas y alumnos que asistieron encantados?

Finalmente, el dramaturgo Etelvino Vázquez, toda una institución en y del teatro asturiano (primero en Margen y desde 1985 ya con su compañía, Teatro del Norte, y donde ha desarrollado una auténtica rareza y ya todo un clásico, mezcla de humor y drama, que no es otra que Pasajero de las sombras) comenta:

Woody Allen es un gran creador y siempre lo será, aunque se demuestre que es un canalla como persona.

Ese mismo jueves 25 enero 2018, Luis M. Alonso en las páginas del mismo diario ovetense escribía en su columna diaria un artículo titulado “La nueva Inquisición. Woody Allen, la estatua, la depravación y las feministas”:

Las plazas y las calles de España están llenas de monumentos, no faltan los seres depravados. El Consejo de la Igualdad de Asturias, que integran asociaciones feministas, ha decretado por mayoría que Woody Allen se encuentra entre los más peligrosos por su supuesta pederastia y que su estatua debe ser retirada del lugar donde se encuentra, en Oviedo.
La depravación se presta muchas veces a conjeturas, hay quienes sostienen que depravado y abyecto es el sistema, no el individuo. A Allen, las feministas asturianas lo han colocado en el disparadero de la depravación por el testimonio retardado de su hija adoptiva Dylan Farrow que, a sus 32 años, ha insistido en los abusos sexuales que su padre le infligió cuando tenía siete. La denuncia formulada en su día fue desestimada en su día por los tribunales. Pero ahora, en estos momentos, ungidos como estamos por el óleo del puritanismo y de la corrección política, la palabra de Dylan pesa más que la presunción de inocencia y el archivo del caso por parte de un juez.
A Woody Allen supongo que le dará igual este linchamiento local de las feministas, convertidas en guardianas de las buenas costumbres, que quieren derribar su estatua por pederasta sin tener probado si en realidad lo es. Simplemente, si le ha llegado la noticia, pensará que de todos los adjetivos elogiosos que le dedicó a la ciudad cuando le concedieron el Premio Príncipe de Asturias el que mejor le cuadra es el de “exótica”. Entonces se refirió a Oviedo como si no perteneciera a este mundo y fuera un lugar de cuento de hadas. Este episodio encaja, sin embargo, en el peor de los mundos: el de esta nueva inquisición que condena sin pruebas por una denuncia hasta el momento desestimada.

El viernes 26 enero 2018 Santarúa, el autor de la escultura de Woody Allen, afirma en La Nueva España:

La escultura merece un sitio en el patrimonio cultural de Oviedo. Se trata de un premio “Príncipe de Asturias” (…) Por desgracia, se trata de un asunto más político que artístico. Tendría mucho que decir pero prefiero callarme.

Y en el diario (ahora digital) La Voz de Asturias de ese mismo 26 enero seguía diciendo Santarúa:

Estamos hablando de un personaje universal, de un personaje cuyas películas se admiran en todo l mundo, pero también de una escultura que forma ya parte de la ciudad, que tiene su lugar y sus anécdotas. ¿Hay que perseguir también a la Fundación Princesa de Asturias por darle el premio? ¿O hay que quitar el culo, que se ve claramente que es un culo y por tanto es aún más provocador que mi escultura, que hay plantado enfrente del teatro Campoamor porque también es ofensivo?

El domingo 28 enero 2018 aparece una entrevista en La Nueva España a Eva Irazu. Allí, la mujer afirma:

Woody Allen está acusado por su hija y nosotros a eso le damos credibilidad. Sabemos que el nivel de denuncias falsas de mujeres por este tipo de agresiones es bajísimo. En España es el 0,01 por ciento, según el propio Ministerio del Interior. No denunciamos estas cosas a la ligera. Nosotras consideramos que Woody Allen es una persona miserable que no merece estar en la ciudad.

El periodista le comenta que no está condenado por esos supuestos delitos, pero ella sigue con lo suyo:

Hubo acusaciones en su día y fueron desechadas. Demostrar un abuso sexual es muy difícil porque normalmente los agresores actúan en la intimidad. Hasta ahora estas cuestiones se resolvían con la palabra de uno contra la de la otra, pero está claro que el testimonio de Woody Allen pesó mucho más por ser quién es. Esa niña siempre dijo que se había abusado de ella y veinte años después lo sigue repitiendo, con el dolor que eso supone al exponerlo públicamente. La presunción de inocencia puede estar ahí, pero el derecho de las víctimas también. Hasta ahora la palabra de las mujeres no valía nada, pero movimientos como el #MeToo están sirviendo para que eso cambie. (…) A nosotras siempre nos ha revuelto las tripas pasar por delante de la estatua, pero todo tiene su momento y el momento es ahora. Cuando se habla de Woody Allen toda la sociedad sabe las grandes sospechas que pesan sobre este individuo, pero llevamos toda la vida mirando para otro lado porque hay que creer en la presunción de inocencia. Este señor tuvo una acusación y después se casó con una hija adoptiva. Hay muchos indicios para sospechar de su persona.

De nuevo, el paciente Félix Vallina le muestra a la entrevistada la ignorancia que profesa respecto al tema que está pontificando, al aclararle que “la mujer de Allen es hija adoptiva de Mia Farrow y del pianista André Previn, no suya”. Pero a la señora Irazu le da absolutamente igual eso. Para ella da igual ocho que ochenta. O dicho de otro modo: “el cadáver miente”. Así, contesta:

Será lo que sea, pero no es una actitud normal, y a mí me levanta aún más sospechas.

Podríamos seguir con la entrevista pero… ¿para qué gastar más tiempo y energías con las declaraciones de esta señora? Quien esté muy ocioso y quiera encontrar afirmaciones gratuitas, desinformadas y prejuiciosas, que acuda a la página del diario. Así, podrá leer cómo la acusación en su día contra Dolores Vázquez (de la que fue absuelta, al entenderse que el único responsable del asesinato de Rocío Waninkoff fue Tony Alexander King) fue debido a que era lesbiana (“por no ser la típica ‘Barbie’ se la juzgó antes de tiempo y se la crucificó”).

El viernes 2 febrero 2018 (La Nueva España), Camilo José Cela Conde publica “De Woody Allen a Gandhi”:

Ahora que el abuso contra las mujeres sale del cajón de los olvidos (por fin), ahora que se plantea en serio el problema de la discriminación laboral (ya era hora), desde el salario menor a los pocos cargos directivos en manos del sexo femenino, no todo son motivos para la alegría. Como los conspiradores, los trepas y los aprovechados superan la frontera de los sexos, se corre el peligro de que quienes carecen de escrúpulos intenten sacar partido por medio de acusaciones falsas con pruebas amañadas o inexistentes.
El problema es tremendo porque cada vez que uno de esos sinvergüenzas, ya sea hombre o mujer, usa la mentira en su provecho está tirando en realidad contra la línea de flotación del barco de la dignidad femenina. Un barco en el que deberíamos enrolarnos todos.
El uso partidista del engaño cuenta, en este terreno, con el añadido de que han sido tantos y tan importantes los abusos contra las mujeres que ahora la denuncia basta por sí sola para lanzar un veredicto de culpabilidad provisional mientras no se demuestre lo contrario. Ni siquiera hace falta aportar prueba alguna.
La presunción de inocencia, uno de los pilares de todo Estado de derecho, se vuelve presunción de culpa y es el acusado quien debe justificar que no hizo lo que se dice que hizo.
Hace poco Ramón Luque ha publicado un artículo en el diario madrileño El País en el que plantea las dudas existentes en la denuncia por abusos sexuales de Dylan Farrow contra su padre, Woody Allen. Los argumentos que da Luque en su columna no se refieren a la inocencia del director de cine sino a la posible falsedad de las acusaciones de su hija. Si a algo tiene derecho Woody Allen es a que la presencia de la mentira –al margen de quien la haya podido montar y por qué, si es que así se ha hecho– se considere como hipótesis.
La celebración de los setenta años transcurridos desde la muerte de Mahatma Gandhi abunda en la necesidad de no dar por sentada la verdad de cualquier denuncia. Como se sabe, Gandhi fue asesinado por un radical hindú, es decir, por alguien de su propio bando pero convertido a la religión más peligrosa que hay que es la del fanatismo.
Gandhi parece ser un ejemplo para toda la humanidad que queda fuera de toda duda. Pero buceando en su vida aparecen episodios como el de su viaje a Bengala (hoy Bangladesh) con motivo del asesinato en Noakhali de miles de hindúes.
El propio Gandhi nos contó que, estando en esa ciudad, durmió desnudo con niñas menores de edad que le seguían como discípulas. ¿Sería un monstruo execrable Gandhi, al cabo?
Un libro publicado por la historiadora Jad Adams sostiene eso y, además, que Gandhi era un intrigante lleno de ambición. No da ni una sola prueba de que fuese así porque la acusación mayor, la de pederastia, se convierte en un cheque en blanco para acusarle. Cabe plantearse si semejante actitud beneficia o perjudica la causa legítima de las mujeres.

Ese mismo día 2, en las páginas del diario, entrevistan a Mara Torres e interrogada sobre Woody, responde:

He seguido el asunto muy de cerca. Hace 20 años hubo dos investigaciones que se supone que fueron independientes y que no lo vieron fácil para probar los abusos sexuales o el acoso de Woody Allen. Tengo bastantes dudas, no lo sé, creo que sería precipitado retirar la estatua, por ahora no hay ninguna denuncia. Hace 20 años nadie creyó a la hija de Woody Allen.

El martes 13 febrero 2018 Tino Pertierra, desde las páginas de La Nueva España (“La polémica por los abusos sexistas alcanza al arte del XIX”) escribe:

La iniciativa del museo de Manchester no es original (hacer invisible una obra de arte para subrayar determinados mensajes) pero llega en un momento altamente inflamable en el que las acusaciones concretas a poderosos personajes del mundo del espectáculo (Weinstein, Spacey…) se mezclan con iniciativas donde la presunción de inocencia salta por los aires (retirar una estatua de Woody Allen por hechos que ni siquiera llegaron a ser juzgados) o intentos embrionarios de estigmatizar obras maestras de la literatura por su contenido (Lolita, de Nabokov).

El viernes 25 febrero 2018 (La Nueva España), Roberto Granda (perteneciente a El club de los viernes) titula su artículo “Declárese culpable”:

Debieron haber saltado algunas alarmas cuando apareció una inquietante figura autodefinida como “musicóloga de género” cuyo contenido es analizar y señalar qué canciones son consideradas machistas o sexistas, con el consiguiente, por supuesto, oprobio (sin castigo o mácula pública no hay rehabilitación). De eso a la elaboración de listas negras (o moradas) con libros, películas y discos a repudiar, sólo hay un paso, y no bajo criterios de interés cultural, sino al servicio de la ideología de género.
El asunto se vuelve más peliagudo cuando esta ideología empieza a inmiscuirse en cuestiones de legalidad, estando en juego algo más que un tema musical defenestrado de las verbenas del verano.. Porque en el fondo de la condición humana, por mucho que creamos que hemos avanzado en materias como justicia o Estado de derecho, sigue latiendo esa parte irracional y salvaje que, si tiene la oportunidad, se salta todos los trámites legales y democráticos y acomete movida por sus propios instintos, la que siente la llamada de la turba, la que se adscribe fácilmente a la masa enfurecida dispuesta a escarmentar a quien se haya salido del camino. Nuevos tiempos, idénticas actuaciones.
Lo hemos visto con las demandas que exigían la retirada de la estatua de Woody Allen en Oviedo, debido a las acusaciones, orquestadas por su exmujer, de una hija adoptiva, sobre unos supuestos abusos sexuales.
Ese caso no fue tramitado por ningún tribunal y, tras ser analizado por varios expertos ya en el año 93 (no se andan con tonterías en esos asuntos los Estados Unidos), no tuvo mayor recorrido. Es decir, no es que exista ya una ausencia de condena, es que el director neyorkino no fue ni siquiera procesado, ni está imputado por delito alguno.
Estas menudencias, como después comprobamos, importan poco para los amantes de lo irracional. El asunto siguió haciendo ruido, y la prensa contemplaba la noticia en sus páginas, dándole seriedad a la petición y recogiendo las declaraciones de diversas asociaciones que, sin ningún tipo de rubor, calificaban a Allen de “monstruo” y “pederasta”. Una portavoz(a) de la Plataforma Feministas de Asturias, mujer madura de pelo rosa, afirmó en unas esperpénticas declaraciones en este periódico no solo desconocer el sistema legal estadounidense y la relación que le une con su actual esposa, sino además no haber visto una sola película de Woody Allen. No era esperable otra cosa.
Resulta llamativo (o no tanto, teniendo en cuenta que suelen llevar la hipocresía por bandera) que los mismos colectivos que reclaman un derecho fundamental como la igualdad niegan sistemáticamente a su vez otro como es la presunción de inocencia. Finalmente, después de llevar el asunto al Consejo de Igualdad municipal, la retirada de la estatua fue descartada, de momento.
Tremendos tiempos estos donde para ser culpable no es necesario que lo diga un tribunal, basta con que así lo crea una parte de la opinión pública; aunque, como en este caso, sea la más desquiciada, mezquina y subvencionada.
Hubo cierto revuelo por una columna del a menudo interesante y certero Javier Marías, que parece tener una habilidad especial para despertar a los colectivos de desaforados indignados, en la que pedía algo tan descabellado como evitar los ajustes de cuentas, las venganzas

Juan Carlos Laviana en “El efecto Streisand y las cortinas de humo” (La Nueva España, 7 marzo 2018) indica:

(…) El efecto Streisand también tiene su parte positiva. Gracias a la persecución de obras maestras de la literatura, como Lolita, o de directores de cine, como Woody Allen, se despierta un interés inusitado por la cultura. Esperemos que se llenen las librerías en busca de la novela de Nabokov, o los cines para ver las películas del director de Manhattan. Que los consumidores se lancen con la misma ansia con que se lanzaron en busca del Internet negro en cuanto alguien dijo que allí se esconde el mismísimo infierno.

Los Antonio Rico (heterónimo compuesto por José Manuel Errasti, Juan José Alonso y Basilio Tomás Aramburu) en su columna del 21 marzo 2018 en La Nueva España, titulada “Polifemo en Manhattan” escriben:

Si todavía no ha visto Manhattan (TCM), la maravillosa película dirigida, coescrita y protagonizada por Woody Allen, debería hacerlo antes de querer comerse a Allen, arrancar sus estatuas, quemar sus películas o borrar su nombre de la lista de los grandes artistas. Las acusaciones de abusos sexuales cometidos por Allan Stewart Königsberg (más conocido como Woody Allen) han levantado la veda no sólo contra Allan Stewart Königsberg, sino también contra Woody Allen, de forma que los que ayer le idolatraban, hoy le desprecian; los que ayer suplicaban trabajar con él, hoy huyen de su lado; y los que ayer se hacían fotos con su estatua en Oviedo, hoy quieren que esa estatua sea derribada como la de Sadam Husein en Bagdad. No sé si seremos capaces de distinguir entre Allan Stewart Königsberg y Woody Allen, ni si será posible ver Manhattan sin ver a Dylan Farrow en la cara de Tracy, pero al menos podríamos ser como Polifemo, Sheldon o John Matrix y decidir comernos el último a Woody Allen. No es por tener un poco de fe en las personas, como Tracy le dice a Isaac al final de Manhattan, sino por Manhattan.

El periodista asturiano Javier Neira en la entrega de su videoblog del día 26 noviembre 2017 (“Hay que retirarle el premio Princesa de Asturias a Woody Allen”, puede verse en Youtube) afirma que (transcripción nuestra):

Grupos de feministas en el Día contra la Violencia de Género acudieron a la escultura de Woody Allen en Oviedo, en el centro de Oviedo, en la calle Milicias, y le pusieron un cartel de “Depravado”, &c. Me alegro. Me alegro infinitamente porque estas cosas las denuncié yo como hace cuatro, cinco o seis años, siete años… y con la incomprensión absoluta, especialmente de los progres, ya que Woody Allen es un icono, como dicen ellos, del mundo progre, es un semidios. No hay nada más que ver cómo acuden en masa los turistas, todos ahí a hacerle reverencias. Pues es un depravado, como dicen ahora las feministas, “Ahora”, como algunos dijimos en su día, porque era evidente. Solo hay que romper con los esquemas dominantes, con las valoraciones y las escalas que mandan en el mundo para darse cuenta que este es un sujeto peligroso. Muy peligroso y muy, muy, muy poco recomendable. Muy poco ejemplar. Pues a ver si ahora quitan esa estatua. Me alegraría mucho, y a ver si le quitan el premio Princesa de Asturias, que tiene, que es el colmo, ¿no? Que a gente así se le premie. Y se le premie mientras todo el mundo babea: “Oh, qué bien, qué icono, qué intelectual, qué majo, qué inteligente, qué sutil, qué irónico”. Qué depravado, qué depravado, y cuánta ignorancia hay por el mundo, hasta que por fin la gente cae del burro, tarde, mal y nunca

En la tertulia de Onda Cero del día 7 febrero 2018 de La Cultureta intervinieron Carlos Alsina, Rosa Belmonte, Rubén Amón, JF León, Guillermo Altares y Sergio del Molino. Allí comentaron (transcripción nuestra):

— Rosa Belmonte (RB): Yo no me voy a plantear borrar a Woody Allen, por mucho que me digan estas nuevas monjas. Ahora procesarían a Woody Allen en Suiza por meter las langostas vivas en el agua. (…)
— Rubén Amón (RA): Es absurdo pensar que la adhesión a Woody Allen nos convierte en cómplices de sus delitos. Es un linchamiento vengativo de una industria indecorosa. Es el mayor ejercicio de hipocresía en el que incurre Hollywood. Porque ni siquiera el coro de lapidadores proviene de un honesto compromiso con la justicia. Proviene de la protección de sus carreras profesionales. Por eso Amazon, que no quiere arriesgar su marca, estudia o no qué hacer con la película. No es un compromiso ético. Es un compromiso comercial. Ese compromiso degrada por completo la iniciativa. La transforma en aberrante.

En el programa de radio Los Catedráticos 3.0 (en EsRadio, sección ya mítica de los debates filosóficos en medios de comunicación, ya sea en su etapa televisiva o en marconiana), el miércoles 10 enero 2018 (el audio de su web bajo el título de “Los cambios ‘progres’ en la Historia y el Arte”) hablaron Agapito Maestre, Gabriel Albiac, José Luis Garci y Dieter Brandau sobre Woody Allen (transcripción –y negrita– nuestra):

— Agapito Maestre (AM): Siempre que ha habido este tipo de movimientos, surgen unos contramovimientos, que son aún más críticos. Yo confío en eso.
— Dieter Brandau (DB): Yo estoy contigo, ¿eh? Yo soy muy optimista. En este 2018 estoy muy optimista con la contrarrevolución, porque te tocan tanto las narices, que obligan a la gente a decir: “Oye, ¿pero a dónde hemos llegado?”.
— AM: Sí. Yo, por ejemplo, no soy ningún… Bueno, en fin, a mí las películas de Woody Allen distan mucho de parecerme ejemplares. Vamos… creo que el único que hizo una crítica dura a la última película, el año pasado, esta de Los Ángeles y Nueva York comparado… Pero bueno, de ahí a cargarse el cine de Woody Allen, o todo el arte, me parece una cosa terrible… (…)
— José Luis Garci (JLG): Lo de Woody Allen, que yo creo es una de las figuras más reconocibles del siglo XX… Yo estoy de acuerdo (con Gabriel Albiac) en que la película Manhattan… Yo se lo pude decir a él, en el Pabellón Príncipe Felipe ante tres mil personas en Oviedo (una de ellas, nosotros)… Al final de la película, él se sienta y como si fuera un filósofo presocrático se pregunta: “¿por qué merece la pena vivir?” Pues él se dice a sí mismo grabándose: “Por Frank Sinatra, por Groucho Marx, por el Segundo Movimiento de la Sinfonía Júpiter…”, va citando una serie de cosas, y yo le dije: “Pues yo creo que también merece la pena vivir por haber visto Manhattan”, que era el reflejo más real de lo que era la cultura en el mundo en esa época, una gente que trataba de sobrevivir… Se entendía igual en Manhattan, en Madrid o en Tokio…
(…)
— Gabriel Albiac (GA): Ante una belleza así (el final de Manhattan), este tipo de barbarie lo que interpreta es que eso es una incitación al genocidio.
— AM: Bueno, yo os voy ahora a pinchar un poco. Allen es un gran cineasta y un… bueno, no lo voy a calificar ideológicamente… todo el cine de Allen ha sido cargarse algo del ser humano que se llama “la autenticidad”. O sea, en los personajes de Allen nunca hay alguien auténtico. Todo el mundo tiene cuarenta personalidades distintas. Además, se autoengañan ellos mismos. El cine de Allen…
— GA: Como la vida misma.
— AM: Quizá el crítico más severo que ha habido de la filosofía que late en el cine de Allen ha sido uno de los grandes filósofos norteamericanos, que es Alan Bloom, que ha destrozado el cine de Allen. En Gigantes y enanos ha dicho: “Este es el tío que se ha cargado el concepto de yo, de autenticidad, de sinceridad”. Es decir, todo vale. Así que, ¡cuidado! Este movimiento que estamos ahora asistiendo, que lo llamáis ecuménico, de esta señora que quiere matar al señor que le tocó el trasero hace cuarenta años, viene del cine de Allen. ¡Ojo! No lo olvidemos (…).
— JLG: No es eso. Yo creo que lo que no le perdonan es otra frase que aparece en la película (y que no se le va a perdonar nunca) y es cuando dice: “Cuando me separé de mi mujer, llegamos a un acuerdo. Ella se quedó con todo”.

En el programa radiofónico Cowboys de medianoche (que también se emite en EsRadio y que ya es un auténtico clásico de las ondas radiofónicas –y de los podcast–, y del que no nos hemos perdido ni un programa desde septiembre 2005) del viernes 2 febrero 2018 se desarrollan los siguientes comentarios (a cargo de Luis Herrero, José Luis Garci, Eduardo Torres Dulce y Luis Alberto de Cuenca –de nuevo, la transcripción nuestra–):

— José Luis Garci (JLG): No querría (a ver cómo lo explico) ni acobardarme ante lo que hay ni tampoco pensar que voy a romper una lanza pero me parece muy injusto que una obra y una carrera como la de Woody Allen, la estén tirando por el barro, que quieran incluso gente quitarle la estatua de Oviedo… Me parece que estamos perdiendo la medida…
— Eduardo Torres Dulce (ETD): Me uno.
— Luis Alberto de Cuenca (LAC): Yo también.
— JLG: Estamos hablando en el cine de Balzac. Es que las películas de Woody Allen es como la Pensión Vauquer de Balzac, donde caben todo tipo de personajes, de situaciones y de argumentos. Que me da lo mismo que sea Manhattan, que Annie Hall, que la película aquella donde los chicos de Radio Days roban lo del superhéroe éste, que cualquier película… Y, sobre todo, en este caso, es por una declaración sin ninguna prueba, desde hace veintitantos años.
— ETD: Hay algo más: con dos informes oficiales que no han encontrado ningún rastro. Con lo cual digo (como en un artículo que le leí, no sé si a Luis Martínez o a no sé quién): Si lo ha hecho, mi maldición para él. Aún así, tengo que decir, que si ello significa que nadie pueda ver las película de Woody Allen, entonces qué pasa con Caravaggio y con tantos otros artistas… ¿Qué diríamos de Louis-Ferdinand Céline? Autor de esos panfletos (hablaba de ello Savater el otro día en El País también)… Con lo cual, condenar eso, condenar la pederastia, condenar los abusos de los niños, absolutamente. Condenar al artista, al personaje que haga eso absolutamente. Condenar la obra (como dice ahora Amazon, que no va a sacar la película que ha rodado)… A eso se le llama censura.
— LAC: A mí me parece una caza de brujas intolerable.
— JLG: ¿Y qué diríamos del gran poeta François Villon?
— LAC: Estuvo a punto de ser ahorcado.
— JLG: Y Quevedo no es de las personas más agradables que debía haber en su momento…
— JLG: Como dice Eduardo, que quede proscrita, como va camino, la obra de Woody Allen, me parece un disparate… Una obra llena de lo que ha sido la segunda mitad del siglo XX para una clase social donde estamos nosotros: la gente de la radio, de la televisión, escritores, psiquiatras, músicos, gente del periodismo… Lo ha explicado eso mejor que nadie. Aunque era Manhattan y la Tercera Avenida, era un reflejo de todo el mundo occidental. El mundo del sexo, el mundo de la histeria, el mundo neurótico… eso lo ha explicado como nadie. Entonces, ¿qué pasa? ¿Que ya no se va a poder ver Manhattan, ni Annie Hall ni esas películas maravillosas? Por una acusación de la hija de la que lo está odiando ahora, que le ha dicho: “Niña, tú di esto”, y ni una prueba ha habido.
— ETD: Yo vuelvo a insistir: la condena más absoluta de la situación si se hubiera producido. La verdad es que yo soy jurista y tengo que decir que en este momento el señor Woody Allen está limpio de polvo y paja judicialmente, y con dos importantes, objetivos e imparciales estudios científicos (de peritaje judicial), en el que dice: “No se derivan las acusaciones correspondientes”. Así que si damos a todo el mundo la presunción de inocencia, comprendo que salga su hija y diga lo que diga. Quien crea a la hija, tiene todo el derecho a sumarse (como han hecho actores y actrices) a todo eso… De ahí a decir que en este momento la obra de Woody Allen debe ser proscrita y que su última película no debe ser estrenada… Yo que he vivido en una dictadura donde se imponía una censura brutal, digo públicamente que estoy en contra de las cazas de brujas, sea cual sea esta caza de brujas. En aquellos momentos eran rojos, comunistas que iban en contra de la estabilidad de EEUU… Es muy peligroso abrir el cajón, la caja de Pandora de la caza de brujas. Pero aún admitiendo que fuera verdad lo que dice esta chica, proscribir la obra de un artista me parece una forma de censura intolerable. Consideremos si queremos al artista pero a partir de ahí yo creo que no puede ser, porque habría que revisar buena parte de la historia del arte, de la literatura…
— LAC: Fíjate, por ejemplo, en Edgar Allan Poe, que decía que lo más hermoso era una mujer muerta joven.
— Luis Herrero (LH): Sin ir más lejos, en el cine Polanski no hubiera podido filmar una sola película.
— JLG: Polanski no puede entrar en EEUU.
— ETD: Pero Polanski está sujeto a un proceso judicial; el señor Allen no está sujeto a ninguno… Lo digo públicamente: ¿para qué sirve la presunción de inocencia? Por muy horrible que sea un crímen, ¿hay que eliminar la presunción de inocencia? Hay unas declaraciones que hay que respetar, de una chica que piensa (y estoy seguro que sinceramente) que ha sido objeto de esto… Y mi condena absoluta si se ha producido el hecho. Ahora, el señor Allen tiene como cualquier delincuente (y me vale ‘El Chicle’, y me vale Puigdemont y me vale cualquiera de ellos) la presunción de inocencia, con todas las garantías procesales. Y nadie es culpable hasta que una sentencia judicial lo declara culpable. Otra cosa es la culpabilidad moral, el hecho de que yo apoye o no apoye o deje de apoyar esto, o me crea la declaración de Dylan…
— JLG: ‘El Chicle’ tendría que reencarnarse diez veces en la vida para ser Woody Allen… No es lo mismo…
— ETD: Ya, ya… Pero lo digo porque todos los delincuentes… hay un voto particular de un gran jurista norteamericano, Felix Franfurter (íntimo amigo de Katherine Hepburn –lo cita en sus memorias–) que dijo en el caso de una sentencia de Rabinowitz contra los EEUU que las mayores salvaguardias de los derechos fundamentales se han obtenido en procesos que afectaban a gente socialmente muy desagradable.
— JLG: Es que está a punto de escribirse el libro número tres de Hollywood Babilonia. ¿Te acuerdas cómo era, todos los escándalos, todo lo sexual…? Y ahora empieza a abrirse…
— LAC: Es una nueva caza de brujas.
— JLG: Lo de Dustin Hoffman…
— ETD: Pero que conste, que quede claro… ¿cómo no vamos a estar en contra que curas pederastas con todos los errores que ha cometido la Iglesia Católica –y yo soy creyente–, vergonzosos, pagando incluso indemnizaciones, &c., los abusos sexuales de niñas, los acosos sexuales a actrices y actores…?

Dejémoslo ya aquí. Con lo dicho, el lector puede hacerse una cabal idea de las tesis que defendemos y a las que frontalmente nos oponemos (por desinformadas, falsas o tendenciosas). Vale.

Adjuntamos, finalmente, a título de compilación, glosario o dossier, varios de los artículos de las últimas semanas no solo sobre el tema Woody (aunque fundamentalmente sí) sino también sobre el sexismo, el machismo, la situación de la mujer, la desnudez, la censura o las cazas de brujas:

• “Quemad los libros”, Julio Valdeón, La Razón, 30 noviembre 2017.
• “Contra Woody Allen”, Julio Valdeón, La Razón, 8 enero 2018.
• “Las 300”, Alfonso Ussía, La Razón, jueves 11 enero 2018.
• “Cerdos de Epicuro”, Gabriel Albiac, ABC, jueves 11 enero 2018.
• “La bella y las bestias”, Pedro Narváez, La Razón, viernes 12 enero 2018.
• “Gente buena”, Rodrigo Cortés, ABC, domingo 14 enero 2018, p.3.
• “El linchamiento”, Javier Moscoso, ABC, martes 16 enero 2018, p.3.
• “Ellas”, Ángela Vallvey, La Razón, miércoles 17 enero 2018.
• “Caza de brujas”, Julio Valdeón, La Razón, jueves 18 enero 2018.
• “Woody Allen. The End”, Julio Valdeón, La Razón, jueves 18 enero 2018, p.42-43.
• “Woody Allen. La caída de un mito”, Pablo Scarpellini, El Mundo, viernes 19 enero 2018.
• “Allen, ahora sí”, Luis Martínez, El Mundo, viernes 19 enero 2018.
• “Dylan Farrow renueva las acusaciones contra Allen en plena marea ‘Yo también’”, Javier Ansorena, ABC, viernes 19 enero 2018, p.70 .
• “Presunción de inocencia, adiós”, Luis Ventoso, ABC, viernes 19 enero 2018, p.15.
• “A rebufo de Weinstein”, Juan Manuel de Prada, ABC, sábado 20 enero 2018, p.13.
• “Allen. El polígrafo que salvó al cineasta”, Julio Valdeón, La Razón, sábado 20 enero 2018, p.54-55.
• “Una mujer de 34 años para un amante de las adolescentes”, Lluís Fernández, La Razón, sábado 20 enero 2018, p.55.
• “Lo de Woody Allen”, Ángel Villarino, La Tribuna de Ciudad Real, sábado 20 enero 2018, p.4.
• “El día que Woody Allen se encontró con McLuhan”, Luis Martínez, El Mundo, domingo 21 enero 2018.
• “Woody Allen, usted y yo”, Rodrigo Cortés, ABC, domingo 21 enero 2018.
• “¿Libertad de importunar?”, Álvaro Vargas Llosa, ABC, domingo 21 enero 2018.
• “La náusea”, Julio Valdeón, La Razón, martes 23 enero 2018.
• “Mayoría en el Consejo de la Igualdad a favor de retirar la estatua de Woody Allen”, La Nueva España, miércoles 24 enero 2018, p.3.
• “Turistas y vecinos condicionan la retirada de la estatua de Allen a que haya una condena”, La Nueva España, miércoles 24 enero 2018, p.4.
• “Victorianos y ofendidos”, Julio Valdeón, La Razón, jueves 25 enero 2018.
• “La nueva inquisición. Woody Allen, la estatua, la depravación y las feministas”, Luis M. Alonso, La Nueva España, jueves 25 enero 2018.
• “La asturiana que diseña el vestuario para Woody Allen: ‘Siempre fue muy respetuoso y ejemplar’”, Entrevista a Sonia Grande (y a Paula Prendes, Enrique Bueres, Edu Galán, Alberto Rodríguez y Etelvino Vázquez), La Nueva España, jueves 25 enero 2018.
• “‘La escultura de Allen merece un sitio en el patrimonio de Oviedo’, afirma su autor”, Félix Vallina, La Nueva España, viernes 26 enero 2018.
• “El impulso salvaje”, Teresa Giménez Barbat, El Mundo, viernes 26 enero 2018, p.18.
• “De contratos, donaciones e igualdad”, Juan Gómez Jurado, ABC Cultural, sábado 27 enero 2018, p.26.
• “Woody Allen es una persona miserable que no se merece estar en esta ciudad”, Entrevista a Eva Irazu, La Nueva España, domingo 28 enero 2018.
• “Invadidos o usurpado”, Javier Marías, El País Semanal, domingo 28 enero 2018, p.82.
• “¿Le ha llegado la hora a Woody Allen?”, El País, lunes 29 enero 2018, p.25.
• “Breve decálogo de ideas para una escuela feminista”, Yera Moreno y Melani Penna, Revista Trabajadores/as de la Enseñanza, Comisiones Obreras, número 364, Madrid, febrero 2018.
• “El contrato sexual”, Frédéric Beigbeder, Icon, número 48, febrero 2018.
• “Manhattan”, Gabriel Albiac, ABC, jueves 1 febrero 2018, p.12.
• “Victimismo e hipocresía social”, Juan A. Herrero Brasas, El Mundo, viernes 2 febrero 2018, p.17.
• “Cada caso es único y merece un tiempo y una investigación”, Entrevista a Penélope Cruz, El País, viernes 2 febrero 2018, p.32.
• “De Woody Allen a Gandhi”, Camilo José Cela Conde, La Nueva España, viernes 2 febrero 2018, p.2.
• “Sería precipitado retirar la estatua de Woody Allen”, Entrevista a Mara Torres, La Nueva España, viernes 2 febrero 2018, p.11.
• “Contra la hegemonía anglosajona”, Ricardo Dudda, El País, viernes 2 febrero 2018, p.22.
• “En pijama”, Isabel Coixet, El País, viernes 2 febrero 2018, p.13.
• “Un Goya para Woody Allen”, Pedro Narváez, La Razón, viernes 2 febrero 2018, p.4.
• “La mirada patriarcal del arte”, Juan Manuel de Prada, ABC, sábado 3 febrero 2018, p.13.
• “El pasado imperfecto del perfecto artista”, Luis M. Alonso, La Nueva España, sábado 3 febrero 2018.
• “La masculinidad suprimida”, Pedro Mieres Barredo, La Nueva España, sábado 3 febrero 2018.
• “El sátiro y los matices”, Luis M. Alonso, La Nueva España, domingo 4 febrero 2018, p.2.
• “Texto y contexto de una creación”, Alberto Piquero, El Comercio, domingo 4 febrero 2018, p.49.
• “Piratas y chancletas”, Alfonso Ussía, La Razón, domingo 4 febrero 2018.
• “Las ninfas y la campanera”, Álvaro Martínez, ABC, domingo 4 febrero 2018.
• “La guerra contra el espejo”, Rafael Gumucio, El País, domingo 4 febrero 2018, Suplemento Ideas, p.5.
• “Woody Allen. Delitos y faltas”, El Mundo, Ricardo Martínez y Julio Rey, domingo 4 febrero 2018, Suplemento Crónica, p.9.
• “El monopolio del insulto”, Javier Marías, El País Semanal, domingo 4 febrero 2018.
• “Manhattan y Manhattan”, Ferrán Caballero, El Mundo, lunes 5 febrero 2018, p.2.
• “La caza de Woody Allen”, Daniel Gascón, El Mundo, lunes 5 febrero 2018, p.15.
• “Los excesos del puritanismo”, José María Sadia, La Nueva España, martes 6 febrero 2018, p.2.
• Entrevista a Ray Loriga, El Comercio, jueves 8 febrero 2018, p.7.
• “Apología del equidistante”, Javier Cercas, El País Semanal, domingo 11 febrero 2018, p.8.
• “Ojo con la barra libre”, Javier Marías, El País Semanal, domingo 11 febrero 2018, p.82.
• “Woody Allen inmortal”, Rubén Amón, Recóndita armonía, lunes 12 febrero 2018, www.elpais.com/cultura//2018/02/11/recondita_armonia/1518340953_064507.html.
• “La polémica por los abusos sexistas alcanza al arte del XIX”, Tino Pertierra, La Nueva España, martes 13 febrero 2018.
• “El Consejo de Igualdad indulta, sin votación, la estatua de Woody Allen en la calle Milicias”, David Orihuela, La Nueva España, jueves 15 febrero 2018.
• Entrevista a Wes Anderson, El Mundo, sábado 17 febrero 2018.
• “Piernas cerradas”, David Gistau, XL Semanal, domingo 18 febrero 2018.
• “Contra el arte”, Javier Marías, El País Semanal, domingo 18 febrero 2018.
• Entrevista a Ana González, El Comercio, domingo 18 febrero 2018.
• “Hubo algo que no fue como dijeron en un libro de J.J.Millás”, Juanjo Martínez Jambrina, La Nueva España, domingo 18 febrero 2018, p.32.
• Entrevista a Greta Gerwig, El Mundo, martes 20 febrero 2018.
• “¿Qué hacemos con Lolita?”, Laura Freixas, El País, miércoles 21 febrero 2018, p.13.
• “La cenicienta y el jamón”, Alfonso Ussía, La Razón, jueves 22 febrero 2018.
• “Declárese culpable”, Roberto Granda, La Nueva España, viernes 25 febrero 2018, p. 30.
• “Woody Allen y el infierno”, Javier Cercas, El País Semanal, domingo 25 febrero 2018, p.8.
• Entrevista a Gay Talese, La Razón, lunes 26 febrero 2018.
• “Egon Schiele: pornografía, escultura y muerte”, Gabriel Albiac, ABC, 26 febrero 2018.
• Entrevista a Santiago Segura, El Mundo, 28 febrero 2018.
• “El nuevo macartismo”, Frédéric Beigbeder, Icon, número 49, marzo 2018.
• “Moni, Moni”, Alfonso Ussía, La Razón, jueves 1 marzo 2018.
• “Neoinquisición”, Juan Gaitán, La Nueva España, viernes 2 marzo 2018, p.2.
• Entrevista a Lara Alcázar, El Comercio, domingo 4 marzo 2018.
• “El efecto Streisand y las cortinas de humo”, Juan Carlos Laviana, La Nueva España, miércoles 7 marzo 2018.
• “Libertad y expresión”, Iñaki Arteta Orbea, La Razón, sábado 10 marzo 2018, p.19.
• Entrevista a José Antonio Quirós, El Comercio, domingo 11 marzo 2018.
• “También uno se harta”, Javier Marías, El País Semanal, domingo 11 marzo, p.114.
• “Manual de instrucciones para leer Lolita”, Tereixa Constenla, El País, domingo 11 marzo 2018.
• “Advertencia: leer mata”, Rafael Gumucio, El País, martes 13 marzo 2018.
• Entrevista a Rubén Ochandiano, La Razón, martes 13 marzo 2018.
• “Lecturas peligrosas”, Juan Carlos Laviana, La Nueva España, miércoles 14 marzo 2018, p.33.
• Entrevista a Fernando Colomo, La Razón, miércoles 14 marzo 2018, p.36–37.
• “Autorizado prohibir”, Luis M. Alonso, La Nueva España, jueves 15 marzo 2018.
• “Ardan todos”, Gabriel Albiac, ABC, jueves 15 marzo 2018.
• “Neruda Fahrenheit”, Ignacio Camacho, ABC, jueves 15 marzo 2018.
• Entrevista a Alicia Vikander, El Mundo, jueves 15 marzo 2018.
• “Nihil obstat”, David Gistau, ABC, viernes 16 marzo 2018.
• “Nuevos malos tiempos para Lolita”, Luis M. Alonso, La Nueva España, sábado 17 marzo 2018.
• Entrevista a Agustín Fernández Maíllo, ABC Cultural, sábado 17 marzo 2018.
• “Hijos de Torquemada”, Emilio Lara, ABC, sábado 17 marzo 2018, p.3.
• “Nuevas inquisiciones”, Vargas Llosa, El País, domingo 18 marzo 2018.
• “A vueltas con la vida íntima”, Elvira Lindo, El País, domingo 18 marzo 2018.
• Entrevista a Pierre Assouline, El País, domingo 18 marzo 2018.
• “Neruda a la papelera”, Isabel Vicente, La Nueva España, lunes 19 marzo 2018, p.2.
• Entrevista a Manuel Martín Cuenca, El Comercio, viernes 23 marzo 2018, p.47.
• “El desafío totalitario”, Roberto Granda, La Nueva España, viernes 23 marzo 2018.
• “¿Inquisiciones?”, Anna Caballé, El País, sábado 24 marzo 2018, p.14.
• “Neopuritanismo”, Manuel Herrero Montoto, La Nueva España, lunes 26 marzo 2018.
• “Hermanas, el Patriarcado también está dentro”, Laura Alonso, La Nueva España, martes 27 marzo 2018, p.29.
• Entrevista a Pablo de María, El Comercio, jueves 29 marzo 2018.
• “La actriz y la becaria”, Julio Valdeón, La Razón, viernes 30 marzo 2018, p.2.

Pola de Siero, sábado 31 marzo 2018

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{1} Como quien hace apenas unas semanas (al hilo de una nueva reedición de obras de filósofos clásicos en Gredos) bramó en Twitter (luego recogido en el diario Público, no fuese a ser que tal afrenta heteropatriarcal quedase desapercibida en el mar de internet) porque la colección en 38 tomos no había encontrado solo uno para dedicarlo a una mujer (incluye a los siguientes treinta y uno: Platón, Aristóteles, Cicerón, Séneca, Plotino, San Agustín, Santo Tomás, Erasmo, Maquiavelo, Giordano Bruno, Pascal, Descartes, Spinoza, Leibniz, Hobbes, Locke, Berkeley, Hume, Voltaire, Rousseau, Kant, Herder, Fichte, Hegel, Schelling, Schopenhauer, Kierkegaard, Marx, Nietzsche, Ortega y Wittgenstein). Y citaba (¿cuáles si no?) a Hannah Arendt, María Zambrano y Simone de Beauvoir. Vamos, que esa colección es profundamente machista. Pero esa mujer debería ver cómo faltan tantísimos nombres de la tradición filosófica, que podemos entrar a discutir, sin duda, pero ¿machismo? Esa señora está pensando, claro está, en la famosa “cuota”. Por el hecho de ser mujer hay que incluir a una mujer (a cuantas más mejor, claro). Lo suyo sería la paridad: en este caso, 19 tomos dedicados a hombres y 19 a mujeres. Que proponga nombres hasta llegar a las 19… ¿y cuota? ¿No es eso precisamente un claro ejemplo de injusticia y desigualdad? ¿No debe primar el talento (se sea hombre o mujer, que lo mismo da)? Supongamos (no entraremos aquí en ello, como es obvio) que esos tres nombres de filósofos del siglo XX (Arendt, Beauvoir y Zambrano) son excelsos. ¿No lo son Marx o Nietzsche? Respondamos afirmativamente. Entonces, ¿qué sucede? Pues que como es una selección (no es una colección ad infinitum, in illo tempore) hay que separar, cribar, clasificar. Que se hace de acuerdo a unos criterios dados (que podrán discutirse y parecernos mejores o peores). Y debería saber que son 38 volúmenes pero donde un mismo autor está repartido o presente en varios de ellos (véase Platón o Aristóteles). Si afirmáramos (siguiendo a Whitehead) que toda la historia de la filosofía no son más que notas a pie de página de Platón y Aristóteles, parecería que estos dos autores serían imprescindibles. ¿O deberíamos quitar a Platón para introducir a cualquiera de las tres citadas? Si siguiésemos el criterio de Gadamer (por muchos considerado como una boutade), no incluiríamos a ningún autor de los últimos veinte siglos. ¿Y si no está incluido un filósofo como Heidegger, ¿podríamos decir que la colección es antiexistencialista? Y al quedar excluidos Bergson o Husserl, ¿qué debiéramos pensar? ¿Que no comparten el fervor fenomenológico? ¿Y Russell? ¿Y Sartre? ¿Y…? Y aunque seguro esa señora no haya caído en ello, al incluir a un solo español (Ortega) entre esos 38 volúmenes, ¿podríamos sospechar que la colección es hispanófoba? ¿Por no haber incluido al colosal Menéndez Pelayo diríamos que es anticántabra? ¡Ay, como se entere Revilla…! ¿Se dan ustedes cuenta de lo jocoso y endeble de tales “argumentaciones”? No quiere esa señora que prime el talento (al margen de la nacionalidad o el sexo) sino las mujeres. Digámoslo de otro modo (por si alguna tierna mente no le quedase suficientemente claro): no quiere decir que los que se han quedado excluidos sean malos filósofos o no tengan importancia alguna. Tan solo significa que hay que seleccionar y unos se han quedado fuera.

Nos recuerda al caso de un amigo nuestro donde una película (de un puñado que conoce de la historia del cine) que a él le fascina le parece increíble que nosotros no la incluyamos en una lista de nuestras cincuenta películas favoritas. Y le tratamos de explicar a este amigo que el hecho de que no la incluyamos no quiere decir que no nos parezca magistral (supongamos) sino que hay otras cincuenta por delante de ella, y que al igual que este film podemos tener otras decenas o centenares de películas en similar posición. ¿Qué ocurre entonces? ¿Por qué esa sorpresa y esa incomprensión? Pues porque nuestro buen amigo conoce unas pocas películas más y le parece evidente que haya de estar dentro de la mentada lista. Pero acaece que hay miles y miles de películas que ignora y que es incapaz de entender que existe más mundo que el limitado que él conoce. Y mutatis mutandis lo mismo sucede con la chica del Twitter, y con casi todo hijo de vecino, ya que uno de los efectos perversos de esta época nuestra es que mucha gente tiene miedo a decir lo que piensa, no vaya a ser que una turbamulta se le eche encima. El consejo doméstico de “No te signifiques” parece que está de nuevo de vuelta. Y cuando, por ejemplo, desde los centros de enseñanzas medias, desde los institutos, lo que se les está inoculando en vena a los adolescentes es ideología vulgar, pues tenemos que es muy difícil revertir la situación. Siempre insistimos que depende del ánimo beligerante de cada cual pero esto que estamos nosotros escribiendo lo hacemos precisamente por eso, porque tiene un formato objetivo y al que quizá (con suerte) puede acercarse alguna persona desprejuiciada y ayudarle de algún modo a romper y triturar distintos mitos del presente. Si fuese una discusión particular con alguna de estas personas perseverantes en su ceguera, no perderíamos el tiempo (bajo el rótulo de “La nueva Inquisición. Sobre y contra la corrección política, el neopuritanismo y la censura” se celebrarán los XXII Encuentros Eleusinos en Salamanca entre los días 20 y 22 abril 2018, con Fernando Sánchez Dragó, como siempre, al frente de esos cursos de pensamiento, que contará por primera vez con la presencia de Gustavo Bueno Sánchez –y, por cierto, como políticamente incorrecto es el título original de La doma, el cortometraje porno rodado por Dragó para el festival Bonobo, donde las protagonistas son dos mujeres y para el que también está barajando el título de Perras andaluzas, jugando con el título de la ópera prima de Buñuel–).

{2} Acerca de la cuestión de que no hay una única acepción de qué sea el feminismo (ni puede haberla) y de las numerosas ocultaciones y mentiras sobre realidades del varón y de la mujer, vamos a citar o hacernos eco de un reciente (breve pero muy interesante) texto del filósofo Javier Pérez Jara (además, como el mismo figura en los comentarios del vídeo en Youtube de una mesa redonda –“Ciencia, filosofía e ideología. Enfoques materialistas”, desarrollada en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Barcelona el 15 febrero 2018– donde participó el autor, junto a Lino Camprubí, Laura Nuño de la Rosa y Gustavo E. Romero, puede pasar relativamente desapercibido):

Dice Laura Nuño que los privilegios y derechos de las mujeres de las clases altas sólo provienen de su pertenencia a una clase social determinada, por total abstracción de su condición de mujer. Parece según Laura que cuando a una mujer le va muy bien, en la ecuación nunca figura su condición de mujer, mientras que cuando a un hombre le va muy bien, es clave su condición de Varón. Esto, en lógica, se llama doble estándar, y es una falacia lógica. Para desmentir esta falacia histórica y antropológica, baste leer textos clásicos sobre las virtudes de las mujeres de clase alta en Egipto, Esparta, el Imperio Romano, Japón, el Antiguo Régimen, &c., para ver claramente cómo sus virtudes femeninas eran consideradas superiores a las virtudes masculinas de los hombres de las clases más bajas, no digamos ya de los enemigos del régimen por condición de religión, raza u otro parámetro. Baste recordar simplemente a Gorgo hablando del poder de las espartanas, los discursos e ideas de Octavio Augusto sobre las patricias romanas, o muchísimos otros ejemplos conocidos. No, no había abstracción de su condición de mujer, ni en sus derechos y deberes, ni en sus lujosas ropas, joyas, o exquisitas aficiones femeninas cuyas características, obviamente, nadaban en privilegios respectos de sus contrapartidas masculinas de clases sociales más bajas. ¿Cómo va a abstraerse por completo la condición de mujer del poder que tenían y tienen las mujeres de clase alta, empezando porque su estética de lujos y exquisiteces, junto con sus diversiones de ocio, está tremendamente diferenciada de la de los hombres de su mismo estrato social? Tampoco había, ni hay, abstracción de su condición masculina a los hombres de clases bajas humillados o enviados a trabajos denigrantes, precisamente contando con los estereotipos masculinos de que son más activos y agresivos, o con el obvio hecho biológico de que los hombres tienen de media más fuerza física que las mujeres, debido a un esqueleto más grande y mayor masa muscular.

Uno de mis argumentos en el debate fue que el victimismo maniqueo de tantos grupos feministas según el cual los hombres en general tienen más derechos y privilegios que las mujeres en general de esa sociedad (o peor aún, de otras), no tiene correlato histórico. Las asimetrías se han dado dentro del mismo estrato social (el aristócrata teniendo más derechos que su mujer, &c., y esto sin contar los Macbeths o Pagafantas Arquetípicos de Clase Alta que a lo largo de la historia han sido). Pero cuando introducimos otros parámetros, la narrativa zoroástrica de Hombres Explotadores \ Mujeres Explotadas se desvanece.

La idea de Laura de que ser hombre concede una serie de derechos inusitados al margen de la clase social de pertenencia carece sencillamente de sentido. ¿Qué derechos o privilegios tiene un vagabundo varón o un inmigrante ilegal varón pobre sobre Laura? Déjenme que se lo diga: ninguno.

Cuando Laura afirma en el debate del vídeo que mi crítica a la mitología maniquea Hombres Explotadores \ Mujeres Explotadas (mientras yo defendía el reconocimiento de que, de modo estructural y no meramente puntual, hay multitud de situaciones donde mujeres tienen mucho más privilegios y derechos, tanto en la teoría como en la práctica, que muchos hombres), es, algo así, como el ABC de los feminismos modernos tengo la sensación de que Laura vive en una realidad alternativa.

Cualquiera que se moleste en leer los manifiestos, principales artículos, conferencias, &c., de muchas organizaciones feministas occidentales verá como, por la utilidad sociológica de la lógica binaría para fortalecer el pegamento grupal del que hablé en el debate, sí que caen constantemente en ese maniqueísmo simplista del que hablo. Sobre los movimientos feministas radicales que explícitamente caen en posiciones misándricas (los peores vicios están protagonizados por los hombres, las mejores virtudes por las mujeres) cabe decir que tristemente están lejos de ser una minoría insignificante. Nuevamente, creo que cualquiera que haga algo de investigación sobre este asunto podrá ver que es así. Para colmo, Laura afirma: “Negar que los hombres tienen más derechos y privilegios que las mujeres (negar, por tanto, la universalidad de la gratuidad del trabajo reproductivo y sus múltiples implicaciones, la división sexual del trabajo, la brecha salarial o el sesgo de género del abuso sexual) se alía, en este sentido, con la ideología de género (patriarcal, se entiende).” ¿Pero con esto no cae de lleno en el maniqueísmo que yo criticaba y que según Laura los feminismos modernos no aceptaban?

Dice Laura que las mujeres de una sociedad patriarcal están imbuidas de ideología patriarcal, lo que, por algún motivo ajeno a mi entendimiento, invalidaría mi argumento. ¿Pero acaso no reconocerá Laura que esa ideología ha sido creada por los Varones Explotadores, lavándoles el cerebro a las Mujeres Explotadas a través de vías culturales y sociales controladas por ellos?

Después del debate de este vídeo, Laura ha hecho un curioso cherry picking de injusticias sociales insoportables que sólo las mujeres tendrían que padecer. Laura parece dar a entender de modo bastante claro que en los países del primer mundo es totalmente normal y cotidiano que ante una violación real (y no astral), un juez diga que la minifalda de la mujer era un signo de consentimiento, o que una de cada cinco mujeres ha sufrido abusos sexuales (y según muchas otras feministas, violaciones puras y duras) en un campus universitario americano, o que la brecha salarial se produce ante las mismas profesiones, en las mismas empresas con idénticas cualificaciones, antigüedad, número de horas trabajadas, y mismo convenio colectivo, en vez, en la enorme mayoría de casos, de por otros factores (las mujeres por lo general prefieren no estudiar las carreras mejor remuneradas económicamente, como las ingenierías, optan más frecuentemente por trabajos a tiempo parcial, hacen menos horas extra que los hombres, &c.).

Si Laura hablase de asimetrías reales (como la sobrerrepresentación de hombres en puestos de liderazgo de la sociedad científicos, políticos, empresariales o religiosos, algo arcaico que sin duda hay que analizar rigurosamente, dado que las razones clásicas de la misoginia de que las mujeres son intelectual y moralmente inferiores a los hombres son una pura mitología), también tendría ella y sus camaradas de Izquierda Anticapitalista que indignarse ante otras asimetrías sociales y culturales que claramente perjudican a los hombres. ¿Critica Laura la sobrerrepresentación de hombres en los puestos de trabajo más peligrosos (y pesadillescos en multitud de ocasiones) del capitalismo, la extracción, construcción, limpieza de cloacas, uso de maquinaria peligrosa, &c.? Los hombres, a día de hoy, siguen prácticamente monopolizando las muertes asociadas al trabajo.

También muchos grupos feministas podrían lamentar que los hombres tengan por motivos socioculturales, y no biológicos, una media de vida unos 10 años menor que la de las mujeres, sufran mucha más violencia callejera física (incluido en los países del primer mundo), se suiciden mucho más que las mujeres (disparándose esta asimetría en el caso de ancianos varones), trabajen muchas más horas y tengan menos tiempo libre, compren muchos menos productos de lujo que las mujeres (nada más hay que ver a qué género suelen estar dedicados los metros cuadrados más amplios y caros de avenidas y centros comerciales, &c., &c.).

En estos puntos, la mayoría de grupos feministas sólo reconocen, si se les rasca mucho, que los hombres también están perjudicados por el Patriarcado, pero para (sin embargo) decir acto seguido que en el Patriarcado las mujeres, en general, viven mucho peor que los hombres.

También parece que, antes de que la economía pasase al sector servicios (lo que implicó la incorporación masiva de mujeres al mercado laboral), muchísimos hombres eran enviados a las minas, construcción peligrosísima de obras públicas o privadas, o a guerras brutales y despiadadas, mientras las mujeres, por lo general, se quedaban embarazadas o cuidaban de los niños pequeños, debido al parecer a falacias biológicas inventadas por el Patriarcado, y no a motivos claramente explicables por el materialismo cultural. Vivienda, comida, ropa, y más adelante joyas, regalos y vacaciones, quizá no le parezca a Laura ningún tipo de “remuneración” por sus “trabajos gratuitos”. O que la vida de un soldado raso, un minero o un albañil de rascacielos sin arnés es muchísimo más privilegiada que la de un ama de casa por algún motivo que estoy deseando que Laura me explique (yo, personalmente, y si tuviese que elegir, preferiría ser amo de casa que un constructor sin protección a 20 grados bajo cero, o muchos otros puestos de trabajo de cuyos frutos se nutren también obviamente las mujeres, sin que se vean grupos feministas conocidos que reclamen una cuota femenina del 50℅ en ellos).

Con esto, evidentemente, no trato de justificar unas asimetrías o injusticias por otras, sino de criticar los tristes dobles estándares, cherry picking y otras falacias lógicas de muchos colectivos feministas.

No sé si Laura es consciente de la cantidad de hombres y mujeres que, aunque les repugne la misoginia (como a mí), se alejan cada vez más de tantos grupos feministas actuales debido a este tipo de radicalismo y falacias lógicas que estoy comentando.

El Catoblepas
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