El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 187 · primavera 2019 · página 7
Artículos

Naciones históricas europeas

Amparo García López

Recordando a don Gustavo Bueno en el 20 aniversario de la publicación de España frente a Europa

librolibro

Presentación

El objetivo principal de este artículo es rendir homenaje a la persona que dio sentido a mi vida profesional, a partir de la lectura de su libro España frente a Europa (1999) y que conservo como preciado tesoro, con su dedicatoria incluida. Supuso una especie de transverberación de Santa Teresa como en su día le hice saber a su autor, Don Gustavo Bueno, y así dejé constancia en el libro de condolencias, en Santo Domingo de la Calzada. Motivo de ello es mi dedicación a explicar Historia de España en el Bachillerato Nacional Español desde 1970 con manuales que mantenían una perpetua confrontación entre centro y periferia a lo largo de los siglos, como los inspirados en la Historia de España de Ubieto, Reglá y Jover, extremo éste chocante en el último período del pretendido nacionalismo españolista del franquismo. Sin embargo el panorama editorial tampoco experimentó un giro con la llegada de la democracia. Los textos que iluminaban un manual de Historia de España de tercero de BUP del año 1992 (Editorial Akal), recogen las denuncias al Imperio Español con fragmentos del Padre Las Casas y su Brevísima relación de la destrucción de las Indias, sin mencionar las medidas adoptadas por la Corona española; la revolución de los precios de la teoría de Hamilton; la actuación de la Inquisición española del autor Henry Kamen, &c., poniendo de manifiesto la visión negro-legendaria que se impartía en los mismos.

Configuración histórica de los países que firmaron el Tratado de Roma de 1957

El artículo de Luis Carlos Martín “La implantación política de la filosofía alemana” (El Basilisco, número 50, páginas 73 a 102) conduce a observar subsidiariamente el mapa del proyecto europeo (UE), liderado por Alemania, y de los países que lo formaron en sus inicios ¿cuál es la historia de esos países? Y de acuerdo con ella ¿qué podemos esperar del modelo que se perfila en el futuro de la Unión Europea? Partimos del concepto de nación histórica entendida como aquella que tiene lengua, cultura e instituciones comunes tal y como ha puntualizado Tomás García López en las lecciones que, sobre la obra del Padre Mariana, ha impartido en la Escuela de Filosofía de Oviedo (11 y 28 de febrero 2019). ¿Cuáles de ellas cumplen estos requisitos?

La trituración del pretendido imperio alemán, reducido al pequeño imperio prusiano de corta duración (1870-1918) y la desmitificación de la idea de Alemania que realiza el citado artículo, conduce inevitablemente a la persona de Carlomagno, monarca carolingio cuya corte estaba situada en Aquisgrán, ciudad alemana no alejada del Rhin, desde la que dirigía el imperio territorial.

El otro protagonista será el Papa León III quién apoyándose en el falso documento de la donación de Constantino, le inviste con la corona del Imperio Romano que este emperador había cedido al Obispo de Roma, Silvestre, el año 315 de nuestra era, convirtiéndole en su heredero legítimo, acompañado de la entrega de un territorio que se convertirá en los Estados Pontificios. Será el motivo principal que dotará al Papado de argumento para obtener protección armada de los jefes de pueblos germánicos poderosos, ante el peligro de aniquilación de Roma por invasores más peligrosos: desde Atila, rey de los Hunos, pasando por Odoacro, rey de los hérulos, hasta los lombardos que le llevan a solicitar la ayuda de los carolingios. Don Gustavo Bueno a propósito del título reservado al Imperio Romano Germánico que García Gallo realiza en su curso de historia del Derecho español (1950) para demostrar que el imperio leonés de Alfonso III es una invención del nacionalismo romántico le recuerda que “debería haber tenido en cuenta que el verdadero título de Imperio estaba reservado en la Edad Media al Imperio Bizantino (Gustavo Bueno, España frente a Europa, Alba, Barcelona 1999, pág. 256).

En estas circunstancias la Iglesia Romana actúa de catalizador de los nuevos grupos de población instalados en los territorios del antiguo imperio a través de las estructuras administrativas creadas en él, desde los tiempos de Teodosio. Emprende con prontitud y eficacia una labor evangelizadora por la que estará presente en los nuevos reinos que se van creando: De Dublín a Tréveris o Milán, de Tours a Burdeos, Toledo, Sevilla, Zaragoza… Todos los caminos pasaban por Roma. La Iglesia y sus monasterios serían depositarios del saber de la antigüedad y el latín la lengua culta necesaria para adquirirlo; de ahí que se convierta en la agencia interestatal de los incipientes protoestados, como la persona de Carlomagno convertido en modelo de esta dinámica histórica, en el año 800 de nuestra era.

La partición de su imperio en tres territorios que heredarán sus nietos, dará lugar a la prefiguración de Francia al oeste, la actual Alemania en el este y en la franja central o Lotaringia por su heredero Lotario, están recogidos los que en el siglo XVII, después de la Guerra de los Treinta Años, darán lugar a Holanda, Flandes (Bélgica), las regiones francesas de la Lorena y la Alsacia, limítrofes con Alemania, los cantones suizos y el Norte de Italia.

En esa amalgama de territorios, están los ducados del Sur, Austria, Estiria, Carniola y Carintia. La actual Austria no es integrante del club de los seis países que suscriben en 1957 el Tratado de Roma, pero su trayectoria histórica va unida a él, complicando aún más la compresión de la sublime Alemania.

En el siglo XII será la familia Hohenstanfen de Suabia quién se imponga en los continuos enfrentamientos de territorios feudales y sus casas imperantes. Uno de sus miembros, Federico I Barbarroja (1152-1190) eleva a Austria a la categoría de ducado, aprovechando su coronación papal y el prestigio de ser el impulsor de la tercera cruzada, que le costará la vida. El nuevo ducado obtendrá la coronación imperial en la persona de Rodolfo de Habsburgo (1273) frente a los Premístidas de Bohemia, afincados en las cercanías de Praga.

Desde mediados del siglo XV se produce un desplazamiento del epicentro de casas predominantes: La unión de las familias de Luxemburgo (con Bohemia, Silesia, Brandemburgo) y Habsburgo, dará lugar a la aparición de la casa de Austria. Maximiliano, hijo de Federico III (1439-1493) y último emperador coronado por los papas, se casa con María, hija de Carlos el Temerario, duque de Borgoña y Flandes, iniciándose el camino del “imperio” de Carlos V (I de España), monarca que decide separar las coronas heredadas, representadas respectivamente por sus hijos Felipe II y Fernando I. Como adalid de la monarquía católica derrota a los protestantes en Mühlberg, aunque la firma del Interim de Habsburgo acarreará mayor confusión pues supondrá la escisión jurídica de la escisión religiosa, derivando finalmente en la guerra de los treinta años anteriormente mencionada. La idea imperial de cuño erasmista conocida como “Universitas cristiana” estaba condenada al fracaso al partir de los intereses de una Iglesia romana que otorga identidad imperial a un territorio con unidad únicamente espiritual

Fernando I de Austria, incorporó los territorios de Bohemia y Hungría gracias a su enlace con Ana Jagellon heredera de las dos coronas con lo que, sus fronteras estarían sometidas a la presión del Imperio turco otomano. Recordemos que Solimán II el Magnífico (1500-1566) enemigo de Carlos V invadió Hungría aunque fracasó ante Viena. Después de Westfalia y, añadiendo nuevas razones al artículo citado, recogemos datos del “monstruo gótico (igual a feudal) de Samuel Pudendorf (1632-1694)” “de estatus Imperii Germani” (1667). Los órganos de gobierno se hallan repartidos entre el Emperador y el Imperio según un principio dualista: Cancillería de Corte (Viena) y Cancillería Imperial (Maguncia); Tribunal de Corte (Viena) y Tribunal de la Cámara Imperial (desde 1693 en Wetzlar). La Dieta imperial permanente (desde 1663 en Ratisvona) es una asamblea articulada en tres grupos: Los príncipes electores (8), los príncipes no electores (165) y las ciudades imperiales (61); y éstas, a su vez, subdivididas en fracciones confesionales. Órgano sin eficacia alguna, la Dieta abandona el país en manos de los príncipes territoriales y solo para casos de guerra se prevé la constitución de un ejército imperial (improvisado, y por tanto de escaso valor militar). El emperador es, por tanto, un señor territorial más, y su fuerza radica únicamente en la de sus propios estados patrimoniales.”{1} Sin olvidarnos que desde 1640 reina en Prusia Federico Guillermo I (Gran elector 1640-1688) quién, con capital en Berlín configura un ejército permanente de 23.000 hombres.

En el siglo XVII, Austria se alía con España para enfrentarse a la ofensiva de Luis XIV en Europa (1687-1689) entre otras razones porque éste apoya el levantamiento de la nobleza húngara, aunque en guerra con los turcos (1699) obtiene Hungría y la Transilvania bajo el mando supremo del príncipe Eugenio de Saboya (sobrino de Mazarino) al frente del ejército imperial. La Santa Alianza antiturca (1684) con Rusia y Venecia patrocinada por el Papa Inocencio XI convierten momentáneamente a Viena en la capital política, económica y cultural. Pero cuando Felipe V (1701) inicia el gobierno en España, se aliará con Inglaterra, Holanda, Prusia y Hannover contra los Borbones a fin de conseguir el trono para su aspirante el archiduque Carlos, el futuro Carlos VI (1711-1740). La sucesión de su hija María Teresa dará lugar a otra guerra europea, la de la Pragmática Sanción y llegará acompañada de la rivalidad con Rusia por la hegemonía de los Balcanes. Pero la fundación de la doble monarquía austrohúngara adolece de coherencia y estructuración, provocando sublevaciones de la nobleza húngara, quién consigue en 1711 que la Dieta imperial reconozca los privilegios de los nobles magiares.

Las paces de Utrecht y Rastad (1714) significan el final del expansionismo francés en Europa pero conceden a Austria el predominio sobre Italia y la administración de los territorios europeos del Imperio Español a cambio del trono de España para Felipe V, nieto del rey Sol. Esta situación intensificará la rivalidad entre ella y Prusia por dirigir la futura unificación de Alemania. Posteriormente, la derrota final napoleónica en Leipzig termina en la Europa de los Congresos que, a partir de 1814, acometen la Restauración del Antiguo Régimen. Los países que han derrotado a la Francia revolucionaria, se reúnen en París y Viena para formar en el Rhin una barrera de Estados que prevenga cualquier veleidad expansionista francesa. El canciller austríaco Metternich con el zar ruso Alejandro I y el ministro de asuntos exteriores francés Talleyrand reorganizan el mapa europeo y, en el reparto, Austria recibe pingües beneficios en el sur, al recuperar el Tirol y la Galitzia polaca y una presencia hegemónica en Italia, al obtener el reino lombardo-véneto y asentar en los tronos ducales de Parma, Módena y Toscana a príncipes austríacos.

A raíz de dicho Congreso, Metternich impulsa la Confederación alemana que consta de treinta y ocho “Estados soberanos” e integra un Imperio (Austria) y cinco reinos (Prusia, Baviera, Wurttemberg, Sajonia y Hannover). La guerra austro-prusiana de 1866 trae la victoria de Prusia en Sadowa y con ella Prusia obtiene la anexión de los ducados de Scheleswig-Holstein, que ambos países habían arrebatado conjuntamente a Dinamarca. Será el final del pretendido sueño de reconstrucción imperial de Metternich.

De igual forma los ejércitos de Prusia y Austria, sofocarán las décadas revolucionarias de 1820, 1830 y 1848 que se dieron en distintos países europeos. La primera triunfó en España con Rafael de Riego y las tropas preparadas en Andalucía para acudir a América. Pero la Santa Alianza sí envió un ejército, los 100.000 hijos de San Luis, para reponer a Fernando VII en su trono absolutista. La de 1830 tuvo sus efectos en Francia y Bélgica y la oleada de 1848, de carácter mas democrático que liberal, afectan a Francia, Italia y en especial a Austria y a Prusia. La primera había intentado encajar los territorios anejos a la corona en la denominada monarquía dual o más pomposamente Imperio Austrohúngaro. Las revueltas de Viena, provocan la caída de Metternich y el ejército sofoca a los rebeldes en Hungría y Bohemia pero Fernando I abdica en su sobrino Francisco José y los movimientos republicanos son disueltos con energía. Las ondas de una gran convulsión habían afectado a toda Europa sin provocar cambios institucionales en los llamados Imperios centrales que mantienen imperturbables sus regímenes autocráticos. Los intentos prusianos para llevar a efecto la unión aduanera en todos los “territorios alemanes” serán rechazados por Metternich como ejemplo de la esquizofrenia política imperante en el marco territorial señalado, hasta que finalmente en 1834 se conseguirá el Zöllvereing dirigido por Prusia.

La Primera Guerra Mundial sobrevino a causa de los continuos enfrentamientos de los países que chocaban en su carrera colonial. Francia e Inglaterra en África por el eje sin solución de continuidad (Oeste/Este el primero, Norte/Sur el segundo); pero también quería su parte del pastel el reciente Imperio Prusiano, incluso la estrenada monarquía belga y ¡como no! el nuevo emperador romano Benito Mussolini.

A la vez seguía en pie el enfermo Imperio Turco en el que habían invertido con abundancia capitales ingleses y franceses y posteriormente inversiones alemanas. Como resultado de la lenta desmembración de este Imperio, se había conformado el conocido como “el avispero balcánico” en el que Austria interviene invadiendo Bosnia para conseguir la salida al mar, mientras Rusia aspiraba a mantener su dominio en el Mar Negro y los estrechos apoyando a Servia que intentaba aglutinar a los eslavos del sur en un solo Estado. La monarquía austrohúngara ya había mostrado muestras claras de debilidad al ser derrotada en Sadowa (1866) frente a Prusia, y en la expulsión de sus ejércitos durante la unificación italiana. Era la hora de un nuevo orden mundial en el que hay que contar con la presencia delos nuevos imperios norteamericano y japonés en marcha además del de los zares quién, con el triunfo de la revolución soviética, procede a su retirada en 1917.

En septiembre de 1919 se firma el Tratado de Paz con Austria en St. Germaine-en-Laye con la cesión a Italia del Tirol hasta Brenner, de Trieste e Istría, así como partes de Dalmacia, Carintia y Carniola. Igualmente se reconoce la independencia de Hungría, Checoslovaquia, Polonia y Yugoslavia: “La Europa de los pueblos” del presidente norteamericano Wilson. Es prohibida explícitamente la denominación “Austria alemana y de la unión al Reich” y en definitiva, se llega a la disolución de la Monarquía dual austrohúngara.

En 1938, Hitler se anexiona Austria (“Anschluss”) con la aquiescencia del jefe del nazismo austriaco Seyss Inquart, nombrado ministro del Interior por el canciller Von Schushnigg, por imperativo alemán, y que acabará siendo el nuevo canciller.

A raíz de la Segunda Guerra Mundial, después de la toma de Viena por las tropas soviéticas en 1945, se instaura un gobierno provisional socialdemócrata bajo el control de las fuerzas de ocupación y se lleva a cabo la división de Viena en cuatro sectores. Hasta 1955 hay un período de reajustes y marcada inestabilidad agravada por la crisis de Berlín (1948) y así sobrevive hasta que la muerte de Stalin deriva en concesiones soviéticas, con la guerra fría en marcha, hace posible la promulgación de un Tratado Nacional para finalizar la ocupación a cambio de garantías políticas, económicas (reparaciones de la URSS) y se proclama su neutralidad. Los partidos Popular, Socialdemócrata y Liberal se alternarán en el gobierno de esta joven democracia europea (64 años).

Italia

El proceso de ruralización que el Imperio romano sufre desde finales del siglo III, también marca al centro neurálgico del mismo: la península italiana y su capital Roma. El comercio va concentrándose en el Mediterráneo oriental, en torno a la nueva capital Constantinopla (330). Italia recibirá continuas irrupciones de diversos pueblos que desde mas allá del limes veían en el dominio de Roma la realización del proyecto ambicionado. Desde mitad del siglo VIII la intervención de los carolingios (Pipino el Breve) serán los garantes del patrimonio papal de Roma hasta la definitiva conquista del reino lombardo por Carlomagno. Estamos ante el conocido como Sacro Imperio Romano que, a partir de Otón I (951), pasará a llamarse Romano-Germánico.

El obispo de Roma, convertido en jefe de la cristiandad, creía haber encontrado la fórmula final de estabilidad. No obstante, Otón I de Sajonia (936-973) recibe la soberanía sobre el Patrimonium Petri (962Estados pontificios) y el título de Protector de la Iglesia, aunque, si bien reconoce la legitimidad de la potestad del Papa, se reserva el derecho a nombrarlo, así como a los obispos, introduciendo en Italia el episcopado feudatario (obispos-condes); procuró apoyar su poder en los obispos y abades, nombrando para estos cargos a parientes, amigos y protegidos, ya que tenían la ventaja sobre los señores laicos de que, a la muerte de aquellos, el sucesor lo volvía a nombrar el monarca. Este hecho fijó uno de los caracteres esenciales del feudalismo alemán. Defendió al papado del ataque de los húngaros y se coronó rey de Italia en Pavía para recibir, a continuación, la corona imperial (962). Se iniciará así la querella de las investiduras (1075-1122) hasta que el concordato de Worms pone fin a la misma. Antes se han sucedido hechos como la excomunión de Enrique IV de Baviera por el papa Gregorio VII (Hildebrando) que suponía la liberación a los súbditos del juramento de fidelidad. Gregorio VII levanta la excomunión y para reintegrar a Enrique la dignidad imperial solicita el asentimiento de los príncipes alemanes, quiénes se oponen con las armas al arzobispo excomulgado de Rávena (Clemente III), Enrique marcha sobre Italia y conquista Roma, asediando a Gregorio VII en el castillo de Sant Ángelo. En su ayuda acudirán los normandos establecidos en el sur de la península italiana. El papa huye y muere en Salerno

Los acontecimientos ponen de relieve un hecho incuestionable. Los territorios de la península italiana son deseados por ducados del llamado Sacro Imperio enfrentados entre si por su dominio, sin sentirse concernidos por un proyecto imperial común. No es casual que durante los años siguientes las disputas entre güelfos (partidarios del Papa) y los gibelinos que defienden la autoridad del emperador, representen a dos ducados situados encima de los Alpes: Baviera (los Welfen) y Suabia (Hohenstaufen) y las ciudades italianas que les apoyan respectivamente están situadas en el territorio Norte peninsular hasta Roma. Italia no presenta un proyecto de unidad.

La misma trayectoria se observa desde mediados del S. XIII en adelante, pero con nuevos actores, que aspiran al dominio del Mediterráneo occidental, desde que el papa francés Urbano IV, llamó en su auxilio a Carlos de Anjou hermano de Luis IX de Francia (1235-75), al que invistió con el reino de Sicilia y consiguió el de Cerdeña para su hijo Felipe. Sin embargo hay otro nuevo competidor en el ámbito mediterráneo como es la Corona de Aragón desde el reinado de Jaime I. Su hijo Pedro III, casado con Constanza de Suabia, aspira a Sicilia y la escuadra aragonesa al mando de Roger de Lauria derrota a los angevinos (después del episodio de las vísperas sicilianas (1282). En esa fecha se produjo un levantamiento del pueblo de Palermo que masacró a la guarnición francesa (angevina) presente en la ciudad.

La ruptura de colaboración entre Pontificado y el mal llamado Sacro Imperio lanzó a los Anjou y a la casa de Aragón a la conquista del Mediterráneo occidental y derivó en la expansión del reino de Aragón que conseguirá Sicilia, Cerdeña y, con la intervención de tropas mercenarias (almogávares), los ducados de Atenas y Neopatria.

Todavía en el siglo XIV, la excesiva injerencia en asuntos temporales del papado trajo como resultado el enfrentamiento de Bonifacio VIII con Felipe IV el Hermoso de Francia. El Papa sufre un atentado en Anagni y muere a los pocos días. Su sucesor, arzobispo de Burdeos, trasladó su residencia a esta ciudad, después de Poitiers y finalmente a Avignon, hecho que desembocará en el Cisma que mantendría dividida a la cristiandad durante 39 años. En este caso, el Papa de Roma no utiliza su pretendida corona imperial pero se coloca bajo la advocación de una monarquía que desequilibra el estatus de un territorio, el italiano, situado en medio del Mare Nostrum, único mar europeo que permitía su navegación. Por último, hay que señalar que el Cisma trajo consigo el desarrollo de herejías de las que destacan las de Juan Wycleff y Juan Huss con epicentros en Oxford y Praga, preludiando posteriores y similares acontecimientos.

Con el traslado del papado a Avignon se esfumaron las esperanzas de los papas de controlar Italia, escapándoseles incluso el dominio efectivo de sus estados. También fracasó la idea de las distintas casas germánicas que ostentaban la corona imperial de someter a la península bajo su poder. La señoría personal sustituye a la democracia municipal y las ciudades se enfrentan por la hegemonía territorial y económica teniendo en cuenta que desde 1453 Constantinopla ha caído en manos de turcos otomanos. A mediados del siglo XV se perfila en Italia el sistema de las cinco ciudades cuyo equilibrio garantizaba cierta estabilidad a la vez que facilitaba la intervención extranjera: Nápoles cuyo reino heredó de Alfonso V de Aragón su hijo natural Fernando que poseía ya Cerdeña y Sicilia, en competencia con los Anjou, pretensión que se encargará de frustrar Fernando el Católico. En los Estados pontificios, se impone el papado a partir de Sixto IV como verdadero soberano (familia Borgia). La Florencia de los Médicis, Milán de Ludovico el Moro y Venecia que negoció con los turcos y reforzó su situación en Oriente con la adquisición de Chipre (familia Sforza).

Entre 1494 y 1525, Italia se convertirá en campo de batalla entre las dos potencias de España y Francia, renovando el antagonismo del S. XIII. El reino de Nápoles se queda en poder de España después de las victorias de Ceriñola y Garellano que obtuvieron los tercios españoles al mando de Gonzalo Fernández de Córdoba en 1504 y Milán en la batalla de Pavía con Carlos I de España (1525) frente a Francisco I de Francia. La hegemonía española en Italia estuvo asegurada durante dos siglos hasta la paz de Utrecht (1713) en Nápoles, Sicilia, Cerdeña, Milanesado. Todavía durante el siglo XVIII, el rey Borbón Carlos III (1759-1788) regentó la corona de Nápoles antes de venir a reinar en España, para suceder a su hermano Fernando VI. El llamado Reino de las dos Sicilias fue entregado (1738) a la segunda rama de los Borbones españoles, fruto del segundo matrimonio de Felipe V con Isabel de Farnesio, debido a la intervención de España en la guerra de Sucesión polaca que es aprovechada por Carlos III para recuperarlo.

A raíz de la guerra de Sucesión a la corona española y en la misma paz citada anteriormente, el ducado de Saboya había conseguido el título de realeza para su familia (con el de Prusia) y el dominio sobre Cerdeña que incluía también el Piamonte. Saboya se había hecho autónoma de los territorios del Sacro Imperio durante los siglos XIV y XV, junto con los cantones suizos, el ducado de Milán, Génova (con Córcega) y Toscana. El Congreso de Viena la convierte en el estado tapón al sur de la frontera con Francia, ampliando su territorio con la República de Génova. De Saboya procede la primera esposa de Felipe V, María Luisa, y el rey Amadeo, defendido por Prim para regentar el primer período del convulso sexenio democrático español (1868-1874), como recuerda el artículo de José Luis Pozo Fajarnés a propósito de presentar la geopolítica del momento y la inserción española en la misma.{2} Por eso el sentimiento nacionalista romántico impulsó la unificación de la península italiana en un movimiento centrípeto en torno a este reino, para expulsar al ejército austriaco presente en el reino Lombardo-Veneto tal y como había obtenido en el Congreso de Viena, además de los ducados de Parma, Módena y Toscana en manos de príncipes austríacos. Cavour será su artífice y Napoleón III el apoyo militar a cambio de la ayuda que Saboya le había prestado en la Guerra de Crimea (1853-1856). Por otra parte, el emperador repone al Papa Pio IX en la sede de Roma de la que huye cuando en la revolución 1848, Mazzini proclama la República Romana. Un último símbolo de título imperial a cambio de protección militar.

Anteriormente la revolución francesa había dejado su impronta, y la huella napoleónica se advierte en la presencia de la dinastía familiar con José Bonaparte en Nápoles seguido de Murat, cuando el primero es enviado a España, llevando aparejado la abolición del feudalismo, supresión del diezmo, venta de bienes eclesiásticos y elaboración de códigos civiles. Igualmente Piamonte y Liguria gozaron de estatuto especial con el Gobernador General Borghese.

Ya se ha dicho que para la definitiva unificación italiana en torno a Saboya, era necesario el enfrentamiento militar con Austria y la victoria de 1859 vino seguida de la proclamación del reino de Italia en la Asamblea de Turín que reconoce a Víctor Manuel II como Rey. La expedición de Garibaldi expulsó a las tropas austriacas que habían restablecido el absolutismo en Nápoles (1820) por mandato de la Santa Alianza. Venecia se anexiona al vencer Italia a Austria con el apoyo de Prusia (1866) y la guerra franco-prusiana de 1870 permite entrar en Roma a las tropas de Víctor Manuel, al perder el papa Pio IX el apoyo de Napoleón y tenerse que refugiar en el Vaticano.

En esa fecha aparece Italia como nación política pero, con ser el territorio central de un Imperio generador como el Romano, en ningún momento puede denominarse nación histórica, excepto los territorios que mantuvo durante casi tres siglos el Imperio español. En la época contemporánea suscribirá el segundo sistema bismarkquiano al lado de Viena y Berlín, a raíz de la ocupación colonial francesa de Túnez a la que aspiraba. A pesar de ello, participará en la Primera Guerra Mundial con las potencias aliadas (Francia, Rusia e Inglaterra). En el tratado de Versalles de 1918 obtiene Istría y el Trentino pero el movimiento irredentista lleva al poeta D’Anuncio a realizar una expedición conquistadora a Fiume. El creciente nacionalismo y ambiente revolucionario unido a las dificultades económicas para encarar la postguerra derivan en la marcha sobre Roma de los camisas negras de Benito Mussolini al que el rey Víctor Manuel III le encarga formar gobierno. Es entonces cuando el fascismo gobernante evoca el pasado glorioso imperial e intentan afianzarlo con la conquista colonial de Abisinia y Tripolitania. La trayectoria colonialista es común a la general europea en la que el período de entreguerras se vivía como un interregno hasta la siguiente conflagración mundial.

Finalizada esta Segunda guerra, Italia se convierte en República a causa de la actuación de la monarquía respecto a Mussolini, y el rey Humberto II se exilia a Portugal. Con la ayuda del Plan Marshall, principal dique de contención de la influencia de la URSS, potencia ganadora de la Segunda Guerra Mundial, y su área de expansión en la Europa del Este, adopta el sistema democrático con la formación de gabinetes de coalición: la Democracia cristiana de Alcide De Gasperi, comunistas (Togliatti) y socialistas (Giuseppe Saragat). Crisis continuadas de gobierno agravadas por la aparición del MSI (neofascistas) acompañadas de disturbios y huelgas, además de la victoria electoral comunista que en 1963 obtiene el 25% del electorado, llevan al democratacristiano Aldo Moro a formar un gobierno de centro-izquierda con los socialistas.

La táctica de acoso llevada a cabo por el partido socialista de Bettino Craxi hacia el Partido Comunista conduce a la desaparición del socialismo en el mapa italiano y en su lugar se perfila la alianza de la democracia cristiana de Aldo Moro y el nuevo modelo comunista de Enrico Berlinguer “cristianos por el socialismo” como “tercera vía” de acceso al poder, con el riesgo añadido de posible espionaje soviético. El proyecto desemboca en la muerte repentina del líder comunista, mientras pronunciaba un mitin de partido a los simpatizantes y el secuestro y asesinato de Aldo Moro quién, por otra parte, había hecho encarcelar antes de su muerte, a los integrantes de las llamadas Brigadas Rojas, causantes de atentados desestabilizadores del país. Este será el desenlace de la historia política italiana, democracia organizada al final de la 2ª Guerra Mundial, con la caída de Mussolini y la derrota del ejército nazi de ocupación. El acta de defunción de los partidos existentes estaría redactada con el procesamiento por corrupción del último presidente del partido de la Democracia Cristiana, Giulio Andreotti, que vendrá acompañado del afán secular de separar las regiones ricas del Norte e industrializadas de las zonas rurales del Sur del país.

Bélgica – Holanda

Asentadas en la Lotaringia (imperio carolingio),como territorio de Luis el Germánico, después del reparto de esa franja intermedia entre Luis y Carlos, a la muerte de Lotario. El rey de Francia, Juan el Bueno, cedió el ducado a Borgoña a su segundo hijo Felipe el Atrevido, quién mediante matrimonio con la heredera de Flandes, incorpora a sus posesiones: Flandes, Artois y el Franco-Condado. Sus sucesores intervinieron en la guerra de 100 años, apoyando a los ingleses, y ampliaron sus posesiones con los Países Bajos; por último Carlos el Temerario casó a su hija María con Maximiliano de la casa de los Habsburgo de Austria. El hijo de ambos, Felipe el Hermoso, se unió con Juana, hija de los Reyes Católicos (1497) y los territorios se convierten en herencia de su hijo Carlos I de España (1500-1558) que estará compuesto del ducado de Borgoña, el de Luxemburgo y de los Países Bajos (Artois, Flandes, Bravante, Holanda y Zelanda).

Los Países Bajos, territorios de carácter patrimonial del joven rey Carlos I, flamenco de nacimiento (Gante) eran un erial de tierras incultas, en manos de una empobrecida aristocracia terrateniente, con algunas ciudades florecientes como Rotterdam y Amberes alrededor de las cuales florece una burguesía comercial que pretende defender su autonomía; estructuras políticas en las que el nuevo dueño emprende la total organización con carácter diferencial y tratamiento especial, y así configura las llamadas siete Provincias Unidas llevando a cabo el impulso económico y la organización administrativa e institucional.

Cuando sucede a su padre, Felipe II (1527-1598) sigue la política emprendida por su antecesor, coloca a su tía Margarita de Parma como delegada suya, mientras el cardenal Granvela sería el presidente del Consejo de Estado. Pero, en el marco internacional, el protestantismo había encontrado un país dispuesto a socavar militarmente al Imperio Español, superando las diferencias de las múltiples iglesias aparecidas en él, de acuerdo con la tendencia individual de interpretaciones bíblicas que su religión defiende. La Iglesia Nacional anglicana presidida por Isabel I de Inglaterra (1558-1603) inicia su ofensiva apoyando la rebelión de Guillermo de Orange, calvinista, lo que provoca la intervención de los tercios dirigidos por el duque de Alba. Sucesivas actuaciones de nuevos responsables enviados desde España (Luis de Requenses, Juan de Austria) terminan en la actuación de Alejandro Farnesio quién reconquista Flandes y Brabante y, como nuevo gobernador, confirma las libertades de las Provincias del Sur (Unión de Arras) frente a las siete Provincias del Norte (Unión de Utrecht) que llegan (1565) a rechazar a Isabel Clara Eugenia, hija de Felipe II a la que el monarca había entregado su administración. Cuando sean reconocidas internacionalmente en 1648 (paz de Westfalia) habrán pasado ochenta años de conflicto armado. Hasta entonces, intervendría igualmente Francia (Luis XIV) en apoyo de los rebeldes, obteniendo en la paz de los Pirineos (1659) algunas plazas en Flandes.

En la Paz de Utrecht a cambio del reconocimiento de Felipe V como primer rey Borbón en España, Francia admitirá que los territorios europeos de la monarquía española sean administrados por Austria: Luxemburgo, Flandes, Milán, Nápoles, Sicilia, Cerdeña.

En la república de las siete Provincias Unidas, Holanda, la independencia la habían obtenido los jefes de la casa de los Orange, calvinistas intolerantes, que gobernaron hasta la mitad de siglo XVII. A partir de 1650, la gran burguesía navegante y comercial colocó en el poder a Juan de Witt que llevó a Holanda a su mayor esplendor. Para esa fecha ya tenía el dominio de un importante imperio colonial estableciendo factorías comerciales, de acuerdo con un modelo depredador como el de su rival Inglaterra con la que mantuvo dos guerras navales. La expansión en el Océano Indico fue dirigida por la Compañía de las Islas Orientales (1600) arrebatando a los portugueses las islas de las especias (Indonesia) y para unirlas a la metrópoli, estableció una serie de bases en el Cabo, Isla Mauricio y Ceilán. En Oceanía se apoderaron de Tasmania, Nueva Zelanda, Islas Fidji y Salomón. En América no consiguieron afincarse en la costa de Brasil pero si arrebataron islas de las Antillas y la flota holandesa derrotó a la española en el Mar del Norte (1639), como antes había desbaratado a la flota de Indias en Matanzas (Cuba 1637). Cuando Luis XIV atacó por sorpresa el país, los orangistas se sublevaron, asesinaron a Juan Witt y el poder recayó en Guillermo III de Orange a quién, los sucesos acaecidos en Inglaterra en 1688 (sublevación de los whigs y caída de Jacob II Estuardo), le llevaron al trono de la Gran Bretaña. En la expansión napoleónica por Europa, Holanda, se convierte en reino hereditario confiado a Luis Bonaparte (1806).

En el Congreso de Viena de 1815, a raíz de la derrota napoleónica, Austria renuncia a Flandes y con Holanda se reúnen en el Reino de los Países Bajos, bajo Guillermo I (Estado tapón de Francia). A pesar de la Restauración, que defiende la legitimidad absolutista monárquica en Europa, frente a la Revolución francesa y el Imperio napoleónico, en 1830 hay una nueva oleada revolucionaria que provocó alzamientos en distintos países y en Bélgica, antes Flandes, los belgas se levantaron y con el apoyo de Francia e Inglaterra, obtuvieron su independencia respecto a Holanda, creándose a finales de 1830 el reino de Bélgica, cuya corona se confió a Leopoldo I de Sajonia-Coburgo y se aprobó la Constitución 1831. Su sucesor, Leopoldo II, mantuvo a título personal la mayor colonia africana, el Congo Belga y, debido a los intereses encontrados de las grandes compañías mineras, se provocó la escisión de Katanga que desató una ola de brutalidades dando lugar a la intervención internacional armada, aprobada en la ONU .A pesar de la reunificación de Katanga, la crisis continuará bajo la presidencia del dictador Patricio Lumumba.

En Bélgica, una huelga general a raíz del regreso del monarca Leopoldo III en 1951, ausente desde el inicio de la guerra mundial, le lleva a la abdicación en favor de su hijo Balduino I. Mantiene como lenguas el francés (dialecto valón), el flamenco (dialecto holandés) y el alemán.

En Holanda sigue manteniéndose la monarquía después de la guerra ysu modelo constitucional se basa en un Parlamento legislativo mientras la figura real detenta el poder ejecutivo ejercido a través del gobierno controlado por aquél. Liberales, conservadores cristianos y socialistas se disputan el poder.

Su idioma oficial es el holandés (variedad del neerlandés) y una minoría de lengua frisona.

Luxemburgo

Durante los siglos XIV y XV dos casas se disputaron la corona imperial: la de Luxemburgo y la de Habsburgo. El predominio de los príncipes fue legitimado por Carlos IV de Luxemburgo (1347-1378), él mismo uno de sus mayores nobles quién otorgó la llamada Bula de Oro en 1356 por la que aseguraba el poder de los príncipes electores. Consolidó los dominios de los Luxemburgo que comprendían Luxemburgo, Bohemia, Silesia y Brandeburgo. Entre sus sucesores cabe citar a Segismundo, que intervino en el Cisma del Papado, logrando la reunión del Concilio de Constanza para ponerle fin, e hizo frente a la sublevación de los checos con motivo de la herejía husita. A la muerte de Segismundo, un matrimonio unió las casas de Luxemburgo y de Habsburgo, siendo Alberto II de Austria (1437-1439) el que reunió los derechos de ambas familias. Murió luchando contra los turcos y le sucedió Federico III (1439-1493) quién al casar a su hijo Maximiliano con María la hija del poderoso duque de Borgoña y Flandes, Carlos el Temerario (1477) heredará parte de sus posesiones y se consolidará la que se llamará, a partir de ahora, casa de Austria como ya sabemos bajo el reinado de Carlos I de España. Cuando la liga de Habsburgo (Imperio, España, Austria, Suecia y el Papado) derrotan a Luis XIV, el monarca francés devuelve a España las plazas de Flandes, Luxemburgo y Cataluña (no el Rosellón y la Cerdaña). El Congreso de Viena deja a Luxemburgo bajo la administración de los Países Bajos y la Corona (Guillermo III) tuvo conflictos con el Partido Liberal por la venta de Luxemburgo a Napoleón III (1866-68). Finalmente consigue su independencia en 1890.

En 1488, una serie de territorios de Borgoña se segregan del citado “Imperio”, independizándose totalmente en 1499 con el nombre de Confederación Suiza. Pronto será el banco que convertirá monedas circulantes en cheques bancarios para poder realizar con más facilidad transacciones comerciales entre el Norte y Sur de Europa, entre otros cometidos.

El Congreso de Viena de 1815 la convirtió en estado tapón de Francia y de 1939 a 1945 observa estricta neutralidad aunque fue la sede del Consejo de Europa creado en 1949 para “la defensa de la civilización europea y el progreso social”. Lo integraron siete países con Secretariado en Estrasburgo, Asamblea consultiva y Consejo de Ministros de Exterior. Fracasa por la idea federalista que proyectaba a pesar de que en 1953 todavía celebran una convención sobre los derechos del hombre. La aparición del Mercado Común Europeo dejó en segundo plano este primer intento de Unión política europea. Las lenguas utilizadas en Suiza son el alemán, francés, italiano y no oficial el romanche de carácter minoritario.

En 1944, los tres gobiernos en el exilio de Bélgica, Holanda (Nederland) y Luxemburgo proyectan la Unión Aduanera de los Estados (Benelux) que comienza a funcionar en 1948.

Francia

La idea imperial carolingia, encarnada por la Iglesia romana y la Corte, chocó con los intereses y ambiciones de príncipes y nobles que constituían el Imperio de Carlomagno. Con la partición de sus territorios y posterior derrocamiento y muerte de Carlos el Simple (880), puede hablarse de verdadera extinción del que fue imperio carolingio. Durante la Alta Edad Media se desarrolló con fuerza el feudalismo derivando en un cantonalismo que presenta un mapa dividido entre numerosos señores feudales. En esta situación política el poder recae en la monarquía de los Capetos (987). Sus dominios comprendían la región de París y Orleans pero en el siglo XI, Luis VII, al casarse con Leonor de Aquitania, consiguió incorporar esta región del SE de Francia así como el Languedoc mediante el matrimonio de su hermana Constanza con el Conde de Tolosa. Pero, divorciada Leonor del rey francés, se casó poco después con Guillermo el Conquistador, duque de Normandía, quién, después de la batalla de Hastings se proclamó rey de Inglaterra. Cuando el trono inglés es heredado por Enrique II (1154-1189), recibirá por herencia materna y paterna, extensos territorios en Francia: Normandía, Anjou, Turena y Maine que se incorporan a las que ya poseían los Plantagenet en este país en carácter feudatario: Poitou, Marche, Angulema, Auvernia, Guyena y Gascuña, desde el río Loira hasta los Pirineos. Se inicia así la dinastía de Anjou-Plantagenet en Inglaterra que poseía en Francia más de la mitad de este país como dominio personal, es decir de un señor feudal, vasallo del rey de Francia. La pugna feudal durará todo lo que resta de Edad Media y se liquidará definitivamente en la Guerra de los Cien Años (1337-1453). El conflicto, de origen dinástico feudal pronto se convirtió en otro de carácter nacional en cuya gestación intervinieron factores económicos importantes. Flandes, condado vasallo de Francia con aspiración de independencia, era ayudado frecuentemente por reyes ingleses, que tenían en él su principal mercado importador de lanas. En este sentido hay que recordar que Castilla tuvo la intervención de ambos países en la guerra que mantuvieron el rey Pedro I (el Cruel o Justiciero) y su hermano bastardo Enrique Trastámara (II, el de las Mercedes). A favor del primero participará el Príncipe Negro, hijo del rey Eduardo III, mientras Enrique será auxiliado por Bertrand Duglesclin al frente de compañías mercenarias (Blancas) que asesinó al rey Pedro en su tienda de campaña en Montiel. Castilla exportaba lana merina a Flandes (vía: Medina del Campo, Burgos, Santander) y además poseía importante escuadra naval de la que carecía Francia, para hacer frente a Inglaterra en el mar; por eso se conoce a esta guerra como la de la lana. En Europa se han ido recuperando rutas comerciales desde las expediciones de las Cruzadas y de forma gradual constituyéndose a la vez significativos núcleos y familias de comerciantes asentados en burgos. Una burguesía comercial y financiera en la que irían apoyándose los monarcas para imponer el poder real a la nobleza feudal. Este siglo también contempla revueltas importantes como la de París, dirigida por Esteban Marcel, al frente de los mercaderes, que se hizo cargo del poder y arrancó del rey Juan II el Bueno la Grande Ordenanza (imitación de la Carta Magna inglesa), mientras en el campo, los aldeanos exasperados por el hambre, la peste negra y la conducta de soldados mercenarios, protagonizan una sangrienta revuelta, la Jacquerie (Jacques Bonhomme). La nobleza aplastó la sublevación campesina, asesina a Esteban Marcel y lleva al Delfín, o príncipe heredero Carlos, a París. La guerra termina sin ningún tratado de paz y los ingleses quedaron reducidos poco a poco a la plaza de Calais. Carlos VII (1422-1461) de Valois inicia la tarea de configurar una Monarquía nacional y en las Ordenanzas de Orleans reglamentó la Hacienda, la Justicia y estableció el ejército permanente, mientras el financiero y comerciante Jacques Coeur fue el principal tesorero de la realeza. Los monarcas amplían sus prerrogativas con la difusión del Derecho romano que desde la ciudad de Bolonia llegaba a las distintas universidades establecidas en territorios europeos.

Los siguientes monarcas de la casa de Valois mantuvieron la reivindicación de los Anjou sobre Nápoles y Milán alegando derechos familiares de los Visconti milaneses, y sobre todo porque Milán era importante base estratégica en el N. de Italia. Pero ya conocemos que la hegemonía en Italia quedó marcada en Pavía (1525) por Carlos I de España que vence a Francisco I, último Valois que pretende la expansión por el Mediterráneo, más allá de las fronteras de Francia.

La guerra civil de los tres Enriques por el trono francés, se resuelve con la ascensión al trono de Enrique IV (1589-1610), el primer Borbón, dinastía implantada hasta la revolución de 1830. En el amplio espacio de estos siglos conviene recordar que en el enfrentamiento entre católicos y calvinistas franceses (hugonotes) durante la segunda mitad del siglo XVI, fue crucial la obstinada lucha de Felipe II en los Países Bajos y Francia, como defensor del Imperio Católico Universal. No se pudo evitar la pérdida de Holanda quién, en la tregua de los 12 años (1609), reinando ya Felipe III, de hecho era reconocida independiente (de derecho 1648, paz de Westfalia). Pero mantuvo la fidelidad de Flandes al catolicismo y evitó el total deslizamiento de Francia hacia el calvinismo (Enrique IV “París bien vale una misa”).

La llegada de Luis XIV (1643-1715) vino acompañada de una ofensiva militar en Europa, en aras de sustituir la hegemonía de los Austrias por la de los Borbones; por eso participa en la guerra de los 30 años, prolongando el enfrentamiento con España hasta la paz de los Pirineos (1659). En medio del conflicto, la sublevación de Cataluña, apoyada por Francia, trajo una guerra que duró 12 años (1640-1652) y cuyo final llevará consigo la cesión del Rosellón y la Cerdaña por parte de España, además de plazas flamencas y zonas del Franco Condado. La permitieron asociar ciudades del Rhin, en particular Estrasburgo con la Alsacia, es decir un avance territorial que marcaba el río como aspiración máxima de esa progresión territorial francesa. Cuando, al otro lado de este, se configure el pequeño Imperio Prusiano, queda delimitada la “expansión imperial” de ambos estados: Uno en el otro y este en el primero. La aspiración al trono vacante en España, mantiene las expectativas que acabarán con la llegada de Felipe V, su nieto y primer monarca Borbón.

Tenemos que llegar al imperio napoleónico para reconocer un modelo universal en torno a la Francia revolucionaria que incluía transformaciones propias de una nación política allá donde llegaban sus tropas: en primer lugar en la Confederación del Rhin, cordón sanitario frente a las potencias absolutistas, con organización política y administrativa de un Estado moderno. La derrota de Napoleón y el Congreso de Viena devolvieron aparentemente el orden absolutista en Europa cuyos guardianes serán los tres imperios de Austria, Prusia y Rusia (alianza de los tres emperadores), mientras en la península de Anatolia y en los Balcanes seguía instalado el Imperio turco otomano en donde el capital francés y el inglés se estaban infiltrando para mantenerlo en pie hasta que llegase el momento de disolverlo. Paralelamente, la carrera colonial que mantenía en cabeza a Gran Bretaña era motivo de continuos choques entre las potencias que se disputaban los continentes asiático y africano. Los suyos serán imperios depredadores sin vocación imperial.

En Francia el Congreso de Viena restauró los Borbones en la persona de Luis XVIII y su sucesor Carlos X, derrocado por la revolución de 1830 que instaura a la familia Orleans en la figura de Luis Felipe de Orleans estando en el trono hasta la siguiente oleada revolucionaria de 1848 con los sucesos de la Comuna de París a los que puso fin el golpe de Napoleón III y la proclamación del II Imperio. La encerrona de Bismarck al emperador con su telegrama de Ems derivó en la guerra franco-prusiana de 1870 ya aludida por la que Francia devuelve a la recién proclamada Alemania los territorios de Alsacia y Lorena: de nuevo el territorio límite del Rhin. La proclamación de la tercera República francesa recorre una senda política que se inicia con el control de monárquicos y aristócratas, pasa por un período en que la alta burguesía dirige los asuntos públicos en medio de crisis y escándalos (boulangismo, affaire Dreyfuss que lleva a la publicación del “Yo acuso” de Émile Zola) y termina en manos de republicanos radicales con una etapa de ministerios cortos, ante la inexistencia de un partido fuerte para gobernar sólo y graves dificultades exteriores que preludian la confrontación de la Gran Guerra. A pesar de la conferencia de Berlín de 1885 para el reparto de África, diez años más tarde se produce el choque de Fachoda con el ejército inglés. Las inversiones de capital francés en la Rusia de los zares, ayuda a la aproximación de Francia a este Imperio, favorecida por el ostracismo de Bismarck desde 1890 y que derivará finalmente en la firma de la Triple Entente (1907) junto con Inglaterra, frente a la Triple Alianza suscrita que, en torno a Berlín, comprendía al Imperio austro-húngaro y a Italia, aunque esta última, mirando con aprensión la expansión de Austria en el mar Adriático, acaba integrándose en el bloque de los aliados.

Rasgo básico del periodo de entreguerras fue la fuerte inestabilidad, con oscilaciones pendulares de derecha a izquierda (Frente Popular 1936-37) y recursos a gobiernos de concentración nacional que hicieron frente a las pérdidas de la guerra, humanas y materiales, el nacionalismo creciente y las repercusiones de la crisis bursátil del 29 entre otros motivos. Los veinte años que mediaron entre las dos guerras mundiales contemplaron la exasperación de las heridas abiertas en la Paz de Versalles. En la humillada Alemania prende con fuerza el revanchismo catalizado por el nuevo partido nacional socialista y, a pesar de los intentos de concordia, como el del Tratado de Locarno de 1925 o la entrevista Briand-Streseman, políticos francés y alemán que impulsan la cruzada pacifista con la intervención de Estados Unidos derivando en el pacto Briand-Kellog de 1928 que condena la guerra como medio de resolución de conflictos, todas las potencias están rearmándose para una nueva confrontación bélica. Entre ellas la propia Estados Unidos pero también el Japón quién desde la Era Meiji de Mutsu Hito (1869-1912), había irrumpido con fuerza en el mercado internacional. Como curiosidad recordamos que el citado ministro de exteriores francés, Arístides Briand fue autor de un proyecto sobre unos Estados Unidos de Europa.

El final de la Segunda Guerra Mundial con la derrota del nazismo que ocupaba Francia excepto el territorio del Sur con el gobierno colaboracionista de Vichy (Pétain) dio paso a la IV República durante la cual Francia mantiene guerras de independencia colonial (Indochina (1954 Dien-Bien-Fu) y sobre todo la de Argel que desencadenó un movimiento subversivo y acabaría llevando al poder al General De Gaulle creador de la V República, de carácter presidencialista (1958) y de la Communauté Francaise. Guinea y otros estados africanos rehúsan entrar en ella y en 1960 la federación de Malí se deshace.

También Francia participó en la acción militar franco-británica para defender el Canal de Suez que en 1956 fue nacionalizado por Gamal Abdel Nasser, presidente de Egipto después del golpe militar que en 1952 había hecho abdicar y exiliarse al rey Faruk.

En 1957 Francia había suscrito el tratado de Roma para la creación del Mercado Común Europeo (MCE o CEE) pero De Gaulle se opone a los planes de confederación europea y a la entrada de Gran Bretaña en el Club.

Durante la década de los sesenta De Gaulle desarrolla una política exterior orientada a fortalecer el poder de Francia y a sacudirse la tutela americana, llevando a cabo la creación de una fuerza atómica, mientras los acuerdos de Evian de 1962 reconocerán la independencia de Argel.

En 1963 firma un tratado de cooperación francoalemán a la vez que se manifiesta contrario a los planes angloamericanos para la OTAN cuando los miembros europeos ponen a su disposición 30 divisiones “para la defensa de Europa”, Francia se niega a poner su flota del Mediterráneo a sus órdenes y no participa en las maniobras realizadas en 1965. El año anterior había establecido relaciones diplomáticas con la República popular China.

Cuando en 1969 De Gaulle pierde un referéndum relativo a medidas de descentralización del gobierno y cambios en el Senado, se retira de la actividad política y muere al año siguiente. Los partidos que alternarán en el gobierno serán los republicanos de ascendencia gaullista, y el Partido Socialista con François Mitterrand principal impulsor de la UE en compañía del canciller alemán Helmut Kohl (CDU).

Y del proyecto europeo ¿qué decir?

La segunda incógnita que planteábamos al inicio de la exposición es la del futuro del proyecto europeo que arranca del Tratado de Roma de 1957, suscrito por las naciones analizadas en su trayectoria histórica.

Podemos concluir que las actuales naciones políticas constituidas en núcleo originario del Mercado Común Europeo, hoy día UE, tienen como territorio común el del primitivo Imperio de Carlomagno, y su derivado “Sacro Imperio Romano”. Sus instituciones solo tienen cabida cuando hay Estados nacionales en torno a los cuales se desenvuelven: es el caso de las Provincias Unidas del Sur (Bélgica) y las del Norte (Holanda) o los territorios italianos con la administración de la monarquía española. En su devenir histórico no se constituyen Estados nacionales, es decir, no han realizado la systasis necesaria para delimitar el territorio ni dotarlo de instituciones propias de las monarquías modernas iniciadas en el S. XV de la que es ejemplo primero la representada por Fernando e Isabel, los Reyes Católicos, en España, o el reino de Francia, que al final de la guerra de los Cien Años, consiguió expulsar al monarca inglés como señor feudal de gran parte del territorio francés. La corona, en estos dos países, se fue dotando de autoridad para liquidar el modelo medieval que convertiría a los siervos en súbditos de la realeza e impondría la obligatoriedad de la ley única y el acatamiento a las instituciones propias del nuevo Estado Moderno. El resto de los países presentados en esta sucinta trayectoria ¿pueden ser consideradas naciones históricas de acuerdo con los presupuestos que se formulaban al inicio del artículo? Rotundamente no.

En cuanto a proyectos imperiales cabe citar a Napoleón que avanzó hacia el Oeste incluyendo en su invasión la implantación de estructuras propias del Estado creado en la Revolución Francesa: la nación política, basada en la soberanía nacional que borraba los vestigios del feudalismo, allá donde llegaba con sus ejércitos. Así ocurrió en la Confederación del Rhin, la Helvética, el reino de Holanda o el de Italia y Polonia con el ducado de Varsovia. La duración efímera demuestra, no obstante, el primer y único intento de dominación europea y su impronta calará a pesar del triunfo de la Europa de los Congresos, escenificando dos oleadas revolucionarias en 1830 y 1848 que, con la ideología liberal acompañada del nuevo contexto democrático y del emergente nacionalismo romántico, sacudiría gran parte de los territorios europeos. Hasta ese momento, el único objetivo de expansión francesa, continuada después por Napoleón III, en correspondencia con la de su antagónico vecino el Imperio Prusiano, tendría el Rhin como frontera de su sueño imperial.

De ahí que el proyecto europeo, nacido a raíz de las dos conflagraciones mundiales que enfrentaron a ambos países entre otros beligerantes, apoyó en el eje franco-alemán la vertebración de la Europa sublime, incardinada en el Imperio carolingio para conseguir un continente en paz y armonía entre las naciones políticas que hoy la componen. Pero “Europa, según su historia efectiva, se ajusta más a la estructura de una biocenosis antropológica que a la de una sociedad de personas regida por la justicia, la caridad o la fraternidad… La solidaridad solo puede afectar a un grupo determinado de hombres, en tanto se enfrentan a terceros grupos humanos…Tipo de acuerdo con el que se refería, por ejemplo, Francisco I hablando de Carlos V “Mi primo y yo estamos de acuerdo, los dos queremos Milán”.“{3} A tal efecto conviene recordar que el General De Gaulle, fundador la quinta República francesa y retirado de la política en 1969, era firmemente contrario a la integración política de los miembros de la Comunidad Económica Europea, y de la incorporación de Inglaterra a ella. El Brexit le ha dado la razón. Reino Unido solicita su entrada en 1971, un año después de la muerte del presidente francés. Por otra parte, el estado anglosajón había impulsado, en 1959-1960, la EFTA, suscrita por Dinamarca, Finlandia, Noruega, Suecia, Austria, Suiza y Portugal, este último involucrado en la economía inglesa desde el siglo XVIII. El Reino Unido, Irlanda y Dinamarca entran en CEE en 1973 y los demás en fechas posteriores; España y Portugal lo harán en 1986. Ese mismo año de 1973, Europa fue sacudida por la crisis del petróleo, a raíz de la guerra árabe-israelí de Yom Kipur, y derivó hacia un ascenso vertiginoso del precio del crudo, a la vez que se abandonaba el patrón oro adoptado en la Conferencia de Bretton Woods, en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial. El modelo fue sustituido por el de la serpiente monetaria, fórmula fluctuante de adaptación continuada de las distintas monedas europeas al dólar.

Cuando en 1989 cae el muro de Berlín, seguido del derrumbe de la URSS en 1990, paralelamente se lleva a cabo la reunificación de Alemania, y al año siguiente (1991) se reúnen en Maastricht los países de la CEE; deciden, entre otros asuntos, pasar a denominarse Unión Europa y fijan el déficit público en el máximo del 3%, obligación que incumple el eje franco-alemán, entre otras razones, porque Alemania se hallaba inmersa en la unificación. El 31 de diciembre de 1998 dejó de cotizar la peseta en España y el 1º de enero de 2002 estaba el euro en el bolsillo de los ciudadanos. Se había consumado el área común de mercado europeo y su moneda única en competición con el dólar. La siguiente reunión de los países miembros de la UE dio lugar al tratado de Niza con el compromiso de mantener la soberanía nacional de sus miembros (año 2000). Sin embargo, tras el Tratado de Lisboa de 2007, se acumulan en la misma persona las funciones de alto representante del Consejo y Vicepresidente de la Comisión Europea para las Relaciones exteriores y Cooperación, lo que le da un peso institucional y un presupuesto mayores para la política exterior y de seguridad de la UE, tal como fue aprobado por el Consejo Europeo a finales de junio de 2016.

En la actualidad, continuados análisis de geopolítica y estrategia mundial coinciden en resaltar la amenaza del yihadismo, la relevancia de la China(Den Xiaping), la reconstrucción de la Rusia de Putin, el repliegue exterior de la América de Trump y la crisis de la UE patente ante el Brexit inglés pero también por la creciente desafección de los países anglosajones y de los agregados del Este Europeo que rechazan los contenidos comunes que no sean estrictamente mercantiles. Estos componentes llevan a Josep Piqué{4} a situar el centro del mundo en el estrecho de Malaca y a Indonesia como gran potencia emergente. Frente al Extremo Oriente que llamaban los europeos a esa zona, dice el autor, se tendría que acuñar el de Extremo Occidente y por eso defiende la necesidad imperiosa de apoyar de nuevo el eje franco-alemán configurando la Unión Política Europea. Esta es la tesis del libro reciente de Josep Piqué defendida entre otras plataformas en conferencias ante representantes de sociedades civiles, a una de las cuales pertenece, la sociedad civil catalana. Hemos de recordar que el término, de corte agustiniana (la Ciudad de Dios), estuvo acuñado por John Locke en 1690 al escribir Ensayo sobre gobierno civil, cuando Guillermo III de Orange, holandés y protestante, encarnaría todas las esperanzas del calvinismo europeo contra Luis XIV y el catolicismo, afianzado éste en el pensador Bossuet y su Política sacada de la Santa Escritura (1709) obra concluida por su sobrino. En 1688, Guillermo III, yerno del católico Jacobo II Estuardo por el matrimonio con su hija María II desembarca en las costas de Inglaterra, reclamado por el partido whig, después de destronar al monarca; al año siguiente, abandona Holanda su esposa María y con ella regresa John Locke. Había huido de Inglaterra por prudencia, pues su padre, notario y puritano ferviente, combatió como capitán de caballería en el ejército de Cromwell (1648-1658) quién ejecuta al rey Carlos I y aunque regresan de nuevo los Estuardo con Carlos II, antiguo alumno de Hobbes, autor de El Leviatán (1651), el sucesor Jacobo II será el último monarca reinante de la dinastía. La teoría del Estado de Locke busca los fundamentos de la asociación política partiendo del estado de naturaleza y del contrato originario (Del Contrato Social, Juan Jacobo Rousseau. 1762). “Nunca hubo, quizá, un espíritu más sabio… que Monsieur Locke” Voltaire.{5}

Posteriormente el sociólogo Francis Fukuyama publica en 1998 La confianza (Trust), Ediciones Grupo Zeta, seis años después de lanzar El fin de la Historia y el último hombre (Editorial Planeta 1992), ambos publicados en Barcelona. Si en el primero pretendía confirmar el fin de la Historia, a raíz del desmoronamiento de la URSS, presentando un universo feliz y democrático dirigido por la potencia triunfante en la guerra fría, EE.UU., en este segundo defiende el modelo a seguir para conseguirlo: “Una sociedad próspera depende de los hábitos, las costumbres y la ética de un pueblo, atributos que han de nutrir una creciente conciencia y un mayor respeto por la cultura, y que sólo puede infundir indirectamente una acción política consciente”… “Así los conflictos no surgirán entre fascismo, socialismo y democracia, sino entre los principales grupos culturales del mundo” (pág. 19).

Y termina el autor abogando por “sustituir las energías destructoras de una cultura guerrera por una sociedad comercial en la que el motor del proceso histórico sea “lo que Hegel llamó “lucha por el reconocimiento”, es decir, el deseo de todos los seres humanos de que otros reconozcan su esencia en tanto que seres libres y morales” (págs. 432, 434) (en suma, decimos nosotros, el motor de las grandes compañías comerciales y conglomerados industriales y financieros). La fecha de publicación de este libro coincide con la celebración de una cumbre Iberoamericana a la que asistió don Gustavo Bueno Sánchez y dio cuenta de ella en la Fundación Denaes bajo el rótulo de “Sociedad Civil y Nación”. En la cumbre de 1998 (la primera había tenido lugar en Guadalajara, Méjico, en 1991) se insiste una vez más en la configuración de una Sociedad Civil compuesta por tres sectores: el primero estará constituido por el Estado y sus instituciones; un segundo en el que entrarían empresas, industrias, comercio… y el tercero conformado por todo lo demás como Iglesias, Sindicatos, Fundaciones, Partidos Políticos…

Todo ello realizado en nombre de la sociedad civil en vez de mencionar la adecuada acepción canónica de sociedad política, compuesta del esqueleto vertebrador del Estado sin el cual, la primera se reduciría a la amalgama muscular amorfa y sin consistencia política.

Josep Piqué{6}, concluye su libro afirmando que “en la Unión Política Europea ha de primar la concepción federal en su funcionamiento, en detrimento de las concepciones mas intergubernamentales que han predominado en los últimos años” …(el modelo) Estaría basado en tres pilares: el económico (unión bancaria y financiera) el espacio judicial común y el de la política exterior y seguridad y defensa”. Olvida la necesidad del poder ejecutivo del Estado que es el que aplica las medidas aprobadas por el poder judicial y por ello la justicia tiene que impartirse en el marco de ese Estado.

En cuanto a las relaciones con América Latina, el citado autor mantiene dos afirmaciones principales. En primer lugar, la necesidad de que ese continente realice una integración interestatal para que como región, se proyecte hacia el exterior de forma cada vez mas unitaria. Y por último que la Unión Europea, en especial España, integrante de la aludida concepción federal, realice en América Latina una “síntesis neo-occidental del nuevo orden mundial”.{7}

¿Las naciones políticas realmente existentes, de ambos bloques interaccionados y sus respectivas soberanías tendrán que instalarse en una nube galáctica? Si los países del núcleo duro de la Unión no llegaron en su momento a constituir sus propios estados nacionales, excepto Francia, ¿Qué garantías pueden tener los ciudadanos europeos para ampararse bajo el paraguas de un gran Estado supranacional que les garantice derechos y deberes iguales y comunes a todos ellos?

“Que la UE haya nacido bajo la protección de EE. UU. frente a la URSS no quiere decir que Europa no pueda comenzar a representar también el papel, no solo de un aliado, sino de un poder competidor suyo (sobre todo una vez producida la caída de la URSS)…” Ahora bien “Para que la Unión Europea alcance un grado de cohesión política aceptable y sostenible sería preciso que los Estados socios no solo cedieran parte de su soberanía, sino sobre todo que terminasen por renunciar definitivamente a la igualdad efectiva respecto de los socios que resultasen ser hegemónicos”.{8}

Por otra parte, la historia de las naciones políticas señaladas remite a la pervivencia secular de Estados monstruosos dotados de la identidad que Fichte defiende, la cultural, acompañada de la fuerza de voluntad y, coincide, por otra parte, con el de los nacionalismos fraccionarios que en España presuponen que tener un idioma propio les da derecho a reclamar un Estado independiente.

Proyecto que lleva el objetivo de conseguir una mayor facilidad para “administrar” pequeños estados fraccionarios en la Europa política que algunos intereses espúreos hoy día preconizan, siguiendo el modelo germanófilo orteguiano.

“Porque la unidad política de Europa es tan metafísica, como la filosofía donde se configura.”{9}

Notas

{1} Atlas Histórico Mundial. De los orígenes a la revolución francesa, Libro de bolsillo Istmo, colección Fundamentos, pág. 279

{2} José Luis Pozo Fajarnés, “Destrucción del libro de Santiago Armesilla, El marxismo y la cuestión nacional española” (crítica del libro publicado por El Viejo Topo, Barcelona 2017), en El Catoblepas, número 186, invierno 2019.

{3} Gustavo Bueno, España frente a Europa,, págs. 407, 408, 409.

{4} Josep Piqué, El Mundo que nos viene, Ediciones Deusto, Grupo Planeta 2018.

{5} Jean-Jacques Chevallier, Los grandes textos políticos. Desde Maquiavelo a nuestros días, Aguilar, 1969, pág. 87.

{6} J. Piqué, op. cit., págs. 228, 229

{7} J. Piqué, op. cit., pág. 182

{8} Gustavo Bueno, España frente a Europa,, op. cit., pág. 413.

{9} Luis Carlos Martín Jiménez, op. cit., pág. 83.

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