El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 1
Artículos

Humanismo químico

Luis Carlos Martín Jiménez

La firmeza del Estado y la familia ante la amenaza objetiva del COVID-19

manifestantes

“Yo, como tantos otros ciudadanos que en régimen de aislamiento acatan el estado de alarma, el segundo que declara el partido socialista en España, asisto atónito a la situación a la que se ha llegado, y como tengo un juicio sobre lo que estamos viviendo, deseo aportar mis reflexiones, igual que tantas otras personas han hecho subiendo a la red sus canciones, sus vídeos y sus consejos, para ayudar a cambiar esta pesadilla.”

Este es, por lo común, el género de discurso ingenuo e infantil, saturado de idealismo (yo, reflexión, juicio, deseo, &c.) cuyo finis operis mejor se ajusta a la situación en que nos encontramos. Para mostrar este ajuste tomaré como excusa la comparecencia del día 19 de marzo del Vicepresidente Turrión, que junto al Ministro de Sanidad llevaba por eslogan: “Este virus lo pararemos unidos”. Y es que no hay nada más equivocado en los días del Coronavirus (covid-19) que semejante eslogan. No porque no ponga “unidas”, quizás para no recordar la gran manifestación que promovieron el 8-M en Madrid, la ciudad que con mucha diferencia más muertos tiene de toda España, pues precisamente unidas lo han contraído y lo han propagado. Sino porque el eslogan tendría que decir “Este virus lo pararemos separados”, único modo de que no se propague el virus.

Ahora bien, ¿qué separación es necesaria? ¿Hay que estar totalmente separados? ¿Separados machos y hembras? ¿Separados en individuos? No, la población permanece unida en familias, aquellas unidades “retrogradas” a las que el individualismo postmoderno se enfrenta. Unas unidades a su vez dirigidas desde otras unidades mayores igualmente “retrógradas y fascistas”: los Estados con capacidad de actuación y defensa como para movilizar medios sanitarios y poder cerrar fronteras. Con lo cual, la realidad familiar y estatal, contra la que se lucha y de la que casi nadie se preocupa, aparece tozuda tras años de cotidiana ideología aliciana, sepultada tras los secesionismos, humanismos, feminismos, globalismos, pacifismos, &c.

¿Cuál ha sido el “principio de realidad” que ha situado y limpiado, por lo menos unas semanas, una sociedad enferma de ideología-basura, aquella que inoculamos en los institutos e impregna los mensajes de los medios de comunicación de masas? Tal principio es la realidad química de un virus.

La ciencia química aparece en los tiempos de la revolución francesa junto al intento de aplicar sus principios a la política, lo que se lleva adelante con la idea de igualdad revolucionaria: las sustancias se pueden dividir hasta sus elementos químicos, como los brazos y los estamentos se pueden dividir hasta los individuos humanos. Gustavo Bueno ha llamado “holización” al principio que las diferentes generaciones de izquierda han utilizado como modo más eficiente para reestructurar y controlar a los millones de individuos que pueblan los Estados modernos: la igualdad en derechos y obligaciones.

Ahora bien, este procedimiento aparece como ficción jurídica en la medida en que supone un individuo que juzga y decide libremente, “igual” que el resto de individuos humanos. Una ficción, no sólo porque sabemos por las estadísticas que los individuos juzgan y deciden en grandes masas, pero nunca igual, ni de modo único y completamente distinto, sino porque, tal holización sólo tiene validez dentro de cada Estado, lo que hace que las diferencias entre igualdades sean radicales. Y la razón está en que la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (hoy en su versión de 1948) oculta la incompatibilidad entre el hombre biológico (común a todos los Estados) y el ciudadano político (particular de cada Estado).

Para entender esto tenemos que regresar a la división entre ciencias comunes a todos los pueblos y ciencias particulares de cada pueblo de Ibn Hazm de Córdoba. Desde ella podemos identificar como ciencias de todos los pueblos a la matemática, la lógica, la física, la biología o la química (pues pueden pasar de unos pueblos a otros sin ninguna diferencia en sus contenidos, como pasa el coronavirus, covid-19, de unos países a otros globalizando el planeta); e identificamos como ciencias de cada pueblo a la teología (cada pueblo tiene sus dioses), la cultura (cada pueblo tiene su cultura), la política (cada pueblo tiene su territorio), el derecho (cada pueblo tiene sus leyes) &c. De modo que las ciencias de cada pueblo tienen contenidos distintos y muchas veces incompatibles con los de los demás pueblos.

Sin embargo, las categorías en que se divide la realidad no están separadas, por lo que el problema aparece al confundirlas, lo que ocurre con ideologías que no disponen de una gnoseología o una ontología que les permita entender su funcionamiento y sus diferencias. De ese modo, “enemigos del pueblo” que nos han llevado a esta situación, como el de la química (el virus covid-19), que afecta a todos los pueblos por igual, requieren la defensa que únicamente los Estados puedan llevar a cabo, anticipando el problema y actuando con celeridad ante estos u otros ataques.

Ahora bien, los Estados son dirigidos desde partidos políticos que sostienen y defienden una ideología frente a otros, aquel “mapa del mundo” desde el que identificar y actuar a favor de los amigos y en contra de los enemigos. De manera que la ideología del gobierno de turno nos muestra en sus programas, con toda claridad, cuáles son los peligros para sus votantes y cuáles son las medidas con que protegerlos. Con lo cual, ni identifican, ni ven otras muchas cosas que no tienen en consideración. Por lo que parece, y se puede constatar machaconamente día a día desde la propaganda holizadora, es decir, desde las ideologías de las democracias de individuos que juzgan y deciden libremente, no parecen poder ver muchas cosas. Por ejemplo: no les deja ver que los que matan mujeres no son los hombres (que en su noventa y pico por ciento no han matado a nadie) sino las parejas con quien han juzgado y decidido libremente unirse; no les deja ver que la imposibilidad de llevar a cabo proyectos políticos efectivos de larga duración con leyes educativas, económicas, poblacionales, &c., deriva de los cambios del gobierno al que los ciudadanos juzgan y deciden libremente votar cada cuatro años; no les deja ver que burgueses y proletarios son abstracciones sociológicas, pues las empresas cuando juzgan y deciden libremente producir y vender algo se enfrentan con otras que han decidido libremente lo mismo, como pasa con los trabajadores que compiten por un puesto de trabajo.

La ideología del individuo que juzga y decide libremente, ya sea de las izquierdas o las derechas enfrentadas por el poder, es tanto más metafísica cuanto más se acerca a la isología holizadora, pues más lejos está de la realidad económico-política de la que se nutre: la competencia de los Estados por materias primas, nichos de consumo, novedades productivas, influencia internacional, control de los mercados y un largo etcétera que ahonda las diferencias, antes que la igualdad entre esos mismos individuos. No les deja ver que el Estado de bienestar que ansían se ha conseguido únicamente en los Estados coloniales y depredadores del siglo XIX, o si queremos ir más atrás, en los países bálticos que inauguran las instituciones capitalistas de la mano de la iglesia de Roma en el siglo XIII.

La ideología metafísica que dirige el voto del individuo que cree juzgar y decidir libremente no le deja ver la realidad, porque el individuo no ve lo que juzga y decide libremente, sino que ve lo que la ideología le muestra. Pues no ve el ojo, sino la idea a través del ojo (el Logos que decían los estoicos).

La ideología construida sobre una realidad, un mundo centrado en los individuos que juzgan, razonan y deciden libremente, es pura metafísica, porque ese individuo no es parte de una humanidad, como unidad política del género humano, que ni existe, ni puede existir. Las llamadas ciencias humanas o “humanidades” no son ciencias comunes a todos los pueblos, sino que son ciencias particulares de cada pueblo, pues su contenido es distinto e incompatible con el de los otros pueblos, ya que cada pueblo tiene su lengua, su tradición, su historia, sus leyes y, al caso, su propia idea de humanidad (por ejemplo, la idea ilustrada de un individuo que juzga y decide libremente).

La prueba es que la realidad de las instituciones que resisten el ataque del coronavirus son aquellas en las que se generan y se forman tales individuos, y sin las cuales no existirían (siquiera como una idea que aparece en el siglo XVII): primero, el seno de una familia que lo alimenta, lo cuida y lo cría durante muchos años (sea la familia del tipo que sea: nuclear, mono-parental, adoptiva &c.), y segundo, porque forman parte de un Estado, por encima del cual no hay garantía de derechos ni capacidad de acción.

La ideología que concibe la realidad desde el prototipo de los juicios y las decisiones, es decir, determinada por el entendimiento y la voluntad “subjetivos”, no puede ver enemigos y peligros que a su vez no estén configurados desde estos criterios. Por ese motivo no ve ni puede identificar como un peligro una entidad realísima que ni piensa, ni juzga, ni decide libremente, pero que sin embargo es común a todos los pueblos: la estructura química de un virus.

En todo caso, el problema más grave no es este, pues los muertos por problemas relacionados con el covid-19 no alcanzarán el número de aquellos individuos que juzgan y deciden libremente cada año acabar con su vida (hombres en el 80% de los casos), un índice de suicidios que en España llega a los 3.000 al año. El problema grave vendrá en forma de crisis económica, ya sea porque las multinacionales españolas que dependen de las ayudas y de la protección del Estado se debiliten frente a sus competidoras internacionales, ya sea porque se pierdan mercados con el parón productivo, ya sea porque se ingresen menos impuestos indirectos o por un sin fin de factores, lo cierto es que llegar a una situación donde la solución obliga a paralizar el país supone un grado de estupidez tal de sus clases dirigentes, es decir, supone un estado de ignorancia y de incapacidad tan profundo, que les hace reos de decisiones que toman con tanta libertad y ligereza como los millones de individuos que con la misma libertad y inquebrantable decisión les votan.

Nosotros, que no creemos ni en el juicio ni en las decisiones libres de los sujetos, vemos en la propagación de virus como el covid-19 la misma necesidad con la que se propagan las ideologías metafísicas del presente. Un fenómeno de corrupción de la salud social cuya gravedad es mayor del lado de la corrupción conceptual e ideológica que de la química o económica.

Así ocurre con el vocablo “unidos”, pues implica que una cosa esté en “contacto” con otra, pero requiere el parámetro para ser inteligible. Por ejemplo, Carlos Marx y Federico Engels sostenían el eslogan “Proletarios de todos los países, uníos”, poniendo como parámetro el proletariado universal, lo que se ha demostrado imposible. Hoy día, “unidos” se utiliza por la socialdemocracia (pues el “revolucionario” Turrión, según ha declarado, es ahora un “humilde reformista”) dentro de las corrientes ideológicas con las que se propaga el feminismo (“Ista, ista, ista, Zapatero feminista”, “Unidas podemos”). Pero la unión, como concepto sinalógico de una totalidad atributiva, es, desde coordenadas políticas, tan esencial para la existencia del Estado como lo es, desde coordenadas sanitarias, para favorecer la propagación de un virus que no distingue machos y hembras del género humano. Y es que las leyes que rigen los procesos del mundo no derivan de individuos que juzgan y deciden libremente, ya sea como sostiene el “principio antrópico” -que supone machos y hembras-, ya sea como principio gynaipico, ya sea como individuos divinos, ya sea como individuos humanos.

[Texto recibido el sábado 21 de marzo de 2020.]

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