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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 7
Artículos

El virus del fundamentalismo científico

Carlos M. Madrid Casado

Políticos, periodistas y científicos filosofan ante la expansión del COVID-19

virus

En su comparecencia televisada del sábado 21 de marzo de 2020, el Presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, volvió a expresar su confianza en que “la ciencia encuentre tratamientos eficaces y desarrolle vacunas que eliminen el virus”. Es una constante en estos aciagos días que políticos y tertulianos expresen su fe en el progreso científico, como antaño expresarían su fe en la intercesión de San Roque, santo célebre por sanar apestados.

Quien esto escribe espera, ciertamente, que más antes que después algún laboratorio produzca un antiviral o una vacuna efectivos. Pero el propósito de estas líneas es llamar la atención sobre otro aspecto filosófico que ha puesto de manifiesto la aparición en escena de esa amenaza objetiva que es el COVID-19. Si, por un lado, la expansión del coronavirus ha echado por tierra –acaso por un periodo de tiempo indefinido- la ideología del fundamentalismo democrático (como ha señalado Luis Carlos Martín Jiménez en su artículo “Humanismo químico”), por otro lado, ha puesto en parte en entredicho la ideología aneja del fundamentalismo científico.

Para ello, no resulta estrictamente necesario que se confirme la tesis sostenida por algunos de que el SARS-CoV-2 no sería un virus zoonótico (transmitido por ciertos animales como murciélagos o pangolines, que actuarían de reservorios), sino un virus originado en un laboratorio biotecnológico de Wuhan, de donde habría salido en un fallo de seguridad. No, no es sólo que estos días algunos atisben la cara oculta de la ciencia, cuando las nubes hongo de Hiroshima y Nagasaki hace tiempo que se disiparon del recuerdo de la mayoría, o la cara oculta de la tecnología, capaz de aerotransportar portadores del virus de un confín a otro del planeta en un tiempo razonable. Es que todos vislumbramos de golpe los límites del conocimiento científico.

¿Dónde estaba el “consenso científico” a la hora de controlar la epidemia? ¿Acaso la posibilidad de infección no era muy baja en España, como dijera el epidemiólogo Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias? ¿Acaso no morían más pacientes por gripe cada año y no nos alarmábamos tanto?

Es más, ¿a que ningún economista predijo la crisis que se nos viene encima? ¿A que ningún experto del IPCC (Panel Intergubernamental del Cambio Climático) introdujo esta circunstancia en los escenarios que emplean para elaborar proyecciones climáticas? Y todo esto justo cuando faltaban apenas unos años para que los científicos transhumanistas nos alargaran la vida sine die.

La realidad es la que es y se recorta a través de múltiples categorías (técnicas, científicas, antropológicas, políticas…). De hecho, ni siquiera hay una única categoría científica, como quieren los fundamentalistas científicos. La Ciencia (así, con mayúscula y en singular), esa ciencia unificada a la que tantos apelan hoy, no existe más que en la cabeza de algunos epistemólogos y de algunos científicos, cuando empiezan a filosofar espontáneamente (cf. la lección “¿Qué es la filosofía de la Física?” en la EFO a partir de 2:17:51). No hay una única ciencia sino muchas, entrando en ocasiones en colisión.

Un indicio de ello lo tenemos estos días, cuando tenemos a médicos, biólogos, virólogos y epidemiólogos luchando contra la pandemia, pero también a matemáticos, físicos, estadísticos y científicos de datos. Un mismo problema, soluciones diferentes. Así, el sobrevalorado filósofo surcoreano Byung-Chul Han escribía recientemente en un artículo publicado en el diario El País: “en Asia las epidemias no las combaten sólo los virólogos y epidemiólogos, sino sobre todo también los informáticos y los especialistas en macrodatos. Un cambio de paradigma del que Europa todavía no se ha enterado”.

Dicho quede, a pesar de que dentro de nuestras fronteras hay quienes han señalado lo mismo, como en una entrevista concedida a la cadena SER por el físico Álex Arenas de la Universidad Rovira i Virgili, para el que tanto las autoridades como la opinión pública han pensado que se trata de un problema médico, cuando “la estrategia la deberían haber fijado los físicos y matemáticos”. Sin embargo, el modelo matemático que ha construido este físico en colaboración con otros colegas de su universidad y de la Universidad de Zaragoza (https://deim.urv.cat/~alephsys/COVID-19) no predice el pico de la curva de infección para las mismas fechas que lo hacen otros modelos matemáticos, como los diseñados por el grupo de investigación MUNQU de la Universidad Politécnica de Valencia (https://covid19.webs.upv.es) o por el grupo de Biología Computacional y Sistemas Complejos de la Universidad Politécnica de Cataluña (https://biocomsc.upc.edu/en/covid-19). Mientras unos lo retrasan al verano, otros lo estiman a finales de mayo o a principios de junio, una discrepancia significativa que apunta a la gran incertidumbre que de momento rodea al desarrollo de la pandemia en España y al efecto que las medidas tomadas por el Gobierno puedan tener.

En suma, el coronavirus ha puesto en cuestión uno de los mitos de nuestro tiempo: la unidad armónica y el progreso indefinido de las ciencias. Pero, ahora bien, el virus también ha vuelto a poner de relieve el papel protagonista que desempeñan las ciencias en la confección del mundo antrópico, un mundo poblado desde diciembre de 2019 por un nuevo habitante: el SARS-CoV-2.

La medicina y la biología nos han puesto ante una nueva hiperrealidad, ante un ejemplo estrella de esa ampliación de la realidad que construyen las ciencias y donde encontramos los genes, las especies, los electrones o los agujeros negros. Pero también los números reales o la noción estadística de población, que apenas tuvo sentido hasta que no hubo instituciones encargadas de definir lo que significa y de establecer con precisión cómo determinar el número de habitantes, votantes o, en el caso que nos ocupa, infectados de un Estado.

A finales del siglo XIX, los biólogos podían ser antirrealistas con respecto a las bacterias o los virus; pero, hoy día, cuando son diariamente manipulados en laboratorios de medio mundo y nos vemos afectados por su acción causal, resulta difícil no ser realista para con ellos, tan difícil como ser un antivacunas con la que está cayendo. Esperemos que a nadie le ocurra lo que a aquel gobernador del partido positivista brasileño, que murió de viruela por no querer vacunarse a tiempo, ya que no creía en la realidad de los gérmenes...

Madrid (España), domingo 22 de marzo de 2020.

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