El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 8
Aplausos soteriológicos
Marcelino Javier Suárez Ardura
Sobre el significado oculto de una ceremonia institucionalizada cada día a las 8 de la tarde
Desde hace ya una semana, los españoles estamos asistiendo a través de la telepantalla, y no solo a través de las ventanas que dan a la calle de nuestro propio barrio, a un fenómeno que los periodistas han convenido en llamar “campaña de agradecimiento a sanitarios y profesionales de servicios básicos”. Un fenómeno que se está conformando sin duda alguna según la morfología propia de una institución ceremonial circular. Confinados en sus domicilios por decreto, los españoles aplauden a los profesionales de enfermería, a los médicos, a la policía, a los militares, &c. como si quisieran conjurar con la ceremonia del aplauso los nexos paratéticos involucrados en la transmisión del coronavirus. Sin embargo, la realidad es tozuda. Los contagios aumentan por minutos, lo que viene a mostrarnos que la escala de las ceremonias encuentra su explicación en otros lugares.
Recién inaugurada, esta ceremonia parece que se ha constituido, en su fase preambular, a partir de las redes sociales bajo el lema #AplausosSanitarios. A las ocho de la tarde –preparación y desencadenamiento– muchos ciudadanos españoles se asoman a sus ventanas, balcones o terrazas por todo el país, bien de forma individual o acompañados de sus familiares o allegados, con los que conviven en la unidad doméstica, y comienzan a aplaudir –momento de apertura–, prolongando tal aplauso durante varios minutos –episodios centrales y clausura de la ceremonia–. No falta en estos momentos el acompañamiento de canciones y piezas musicales que, según interpretan los cronistas de turno, confiere a esta ceremonia un significado de esperanza.
Pero no deja de ser curioso y hasta chocante a la vez, el hecho según el cual la ceremonia misma, que se nos presenta totalizada por la suma de las distintas imágenes de los diferentes barrios de España que nos va ofreciendo la televisión material, tiende a ser interpretada, también desde el original momento de su aparición, según los parámetros más deleznables de la mitología identitaria. En efecto, a mínimo que se repare en tales imágenes, se verá cómo en cada lugar –así lo describen los cronistas y comentaristas– aparecerán las variantes de los “éxitos regionales” y hasta incluso las alusiones al “patrimonio de la humanidad”: los rapsodas no cejan en el empeño. España misma está lejos de parecer la que aplaude, porque cuando el aplauso no se entiende como un aplauso solidario de la humanidad se colorea con los pendones del folclore regional.
Por otro lado, y en paralelo, el gobierno ha desplegado una narrativa de guerra total según la cual predica la unidad solidaria en el combate contra el coronavirus (COVID-19). El mando único lo ejercerá el Ministerio de Sanidad y a este lo asistirán los de Interior, Defensa y Transporte. Las fronteras se cierran; la población se confina en sus hogares; la telepantalla se llena de uniformes como queriendo borrar lo que hasta hace unas semanas antes se estaba negando; las calles se muestran desiertas; falanges de soldados ataviados con equipos profilácticos se despliegan por el mapa provincial: el operativo funciona desde la “unidad”. El mensaje está servido (según los modos de la retórica cinematográfica). Pero esta retórica choca contundentemente con una actitud que, ni siquiera un mes antes, evitaba hablar de la unidad nacional. Mientras, primero en China y más tarde en Irán e Italia, iban aumentando los casos de contagio por el COVID-19 aquí dejábamos pasar el tiempo atendiendo al chantaje de los nacionalismos fraccionarios y jugábamos a estar en la vanguardia de las ideologías de género y del ecologismo. Tanta pérdida de tiempo y diversión ha permitido que otras naciones se aprovisionasen, con mayor visión geopolítica, de respiradores y de todo tipo de material sanitario hasta vaciar los mercados internacionales. La razón de estado se nos ha impuesto a golpes pese a los plañideros lamentos de los comentaristas de primera línea.
No queremos interpretar, sin embargo, la unidad amañada por la retórica cinematográfica gubernamental, vinculada a la ceremonia del aplauso colectivo, como si se tratase de una unidad armónica, una suerte de un “todos a una”. En todo caso, si hubiera que dar cuenta de tal unidad habría que hablar de una unidad polémica. De manera que, en estas circunstancias de crisis nacional, cómo entender el significado de los aplausos soteriológicos, supuesto –como suponemos– que no están conectados armónicamente a la acción –hasta ahora inacción– del gobierno. ¿Cómo es posible que los ciudadanos se asomen a sus ventanas para aplaudir a unos profesionales que, se sabe, están realizando su trabajo? Nadie dadas las condiciones normales aplaudiría el trabajo de cualquier profesional, y menos de los profesionales sanitarios –sin que esto signifique que no se reconozca su relevancia médica y social–. ¿Acaso de una forma tan espontánea como natural se han visto compelidos a tal agradecimiento?
A nuestro juicio, la aparición y cristalización de esta ceremonia no hay que entenderla desde la perspectiva de los finis operantis sino desde el plano de los finis operis. De manera que nada tendría que ver con el agradecimiento personal –aunque sea colectivo y ello incluso por encima de la voluntad e intenciones de las personas que aplauden–. La ceremonia de aplauso tendría más que ver con el contexto de precariedad en el que se halla el personal sanitario, que carece del instrumental básico en los hospitales y centros médicos para realizar sus labores (guantes, mascarillas, trajes de protección, &c.). Los ciudadanos saben que la falta del material sanitario revela a un gobierno que no ha actuado con la premura necesaria y que tal inacción nos ha conducido a esta situación. Porque estas condiciones de precariedad son las condiciones que cada uno de los ciudadanos españoles –cada uno de nosotros– puede anticipar (prolepsis) para los suyos y para sí mismo en caso de que se viese contagiado por el COVID-19; una situación que depende de planes y programas ante los que sus propios fines nada parece que puedan hacer en su situación de confinamiento. El ciudadano, anulado en el contexto de este polígono de fuerzas, no puede hacer otra cosa que aplaudir; sus operaciones no son más que el aproximar y separa las propias manos golpeando las palmas. La ceremonia del aplauso no se puede interpretar en exclusividad como un acto desinteresado de solidaridad con el personal sanitario. Muy al contrario, solo cobra todo su sentido cuando se entiende como un acto de rebeldía, como una rebelión de quienes ven con claridad proléptica la inanidad de sus operaciones. Consiguientemente, en estas circunstancias de confinamiento, los aplausos no son un agradecimiento sino un clamor. Un clamor que es a la vez un esforzado grito, un grito de aflicción y casi un toque de campanas. No se trata, pues, de un aplauso de esperanza sino de desesperación.
Pola de Laviana (España), lunes 23 de marzo de 2020.