El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 20
Artículos

Los beneficios del coronavirus para la salud del Planeta {1}

Martín López Corredoira

Ni Greenpeace, ni Greta Thunberg, han hecho tanto por la lucha ecológica como el COVID-19

planeta

Una nueva enfermedad, COVID-19 conocida como Coronavirus 2019, se ha convertido en uno de los problemas más preocupantes en el planeta en estos días. Ciertamente, está siendo algo bastante grave en muchos aspectos, especialmente para las personas que se infectan y, en consecuencia, para los sistemas de salud de muchos países si este número se extiende a grandes porciones de la población. Sin embargo, también hay aspectos positivos. Como dice el refrán, no hay mal que por bien no venga.

Antes que nada, quisiera aclarar que no le deseo esa enfermedad a nadie. Los problemas de salud son una desgracia. Cualquiera de nosotros, incluido el escritor de este artículo o algunos de nuestros familiares o amigos, podríamos sufrir con ellos, y no se le desea sufrimiento ni la muerte a nadie. Dicho esto, veamos la circunstancia desde un punto de vista sociológico objetivo, sin tener en cuenta a los individuos, y pensemos en los cambios que se están produciendo en el mundo debido al surgimiento de este coronavirus.

Posiblemente sea algo pronto para llegar a conclusiones finales sobre las consecuencias de la nueva enfermedad, pero en la actualidad ya vemos el gran impacto que el tema está teniendo en los medios de comunicación y cómo se transmite a ciertas decisiones drásticas que afectan el funcionamiento de nuestro sociedad. Afectan en particular a la economía y, de rebote, a la ecología. Ha habido en los primeros meses de este año una reducción de la producción en la industria china, lo que ha resultado en una gran caída en la contaminación de China. Lo mismo está ocurriendo en este mes de marzo en Italia, o en España, con caídas impresionantes de la contaminación por el cese de la actividad industrial y el transporte, y lo mismo es previsible que ocurra en el resto del planeta. Ya ha habido quien ha visto en esto “un respiro a la Tierra”.

La desaceleración ha comenzado tímidamente para luego pisar de golpe el freno cuando los gobiernos de nefasta previsión (con Italia y España a la cabeza) vieron que se les iba de las manos el problema si no se hacía algo radical rápidamente. En los comienzos del parón, a finales de febrero y principios de marzo de 2020 en Europa y Estados Unidos, se cancelaron o se hicieron de modo virtual muchas conferencias, ferias, cumbres o eventos internacionales que concentran a miles de personas de diferentes países, debido al temor de extender el coronavirus. Ya hubo quien se llevó las manos a la cabeza viendo las consecuencias económicas de esto. Empezó a afectar a diversos campos del sector tecnológico, los negocios, la investigación científica y otros sectores. Incluso se cerraron Museos y lugares para la industria del ocio. Venecia, la antaño encantadora ciudad de los canales y en nuestros tiempos patético y cansino parque temático con su turismo masivo de 20-30 millones de visitas por año, se quedó casi vacía y en silencio. ¡Qué alivio para los venecianos! ¡Qué buenas noticias para los ecologistas y los que detestan a los turistas! Esto afecta positivamente a la reducción de las emisiones de CO2 y toda la ola de destrucción asociada con el turismo de vacaciones y conferencias profesionales. Posiblemente no sea tan bueno para las compañías aéreas o agencias de viajes. Ciertamente, no es muy bueno para la economía en general, pero es fantástico para el medio ambiente. Y esto sería sólo el comienzo. Unas pocas semanas después, las medidas se quedaron cortas, y hubo que pasar a imponer una cuarentena forzosa de toda la población de Italia, España y otras naciones europeas, como se había hecho anteriormente en parte de China, paralizando toda actividad económica que no sea de artículos de primera necesidad.

Durante décadas, hemos sido testigos de la lucha entre las fuerzas de expansión de la economía y las fuerzas restauradoras de la ecología. Las conclusiones que pueden derivarse observando esta confrontación son que: 1) una economía capitalista ecológica/verde/sostenible es un oxímoron, es decir, el capitalismo y la sostenibilidad son ideas mutuamente excluyentes; y 2) la economía está ganando sin duda casi todas las batallas. Un ejemplo muy claro de la imposibilidad de llegar a una solución verde dentro del modelo actual de nuestras sociedades de estilo occidental en los países desarrollados se ilustra en las conferencias sobre el cambio climático. Son éstas un ejemplo perfecto de hipocresía en el que los científicos del clima y muchos políticos, administradores y personas que viven de los lobbies verdes se comportan como una jet set, figurando entre los que más contaminan, mientras ejercen su autoridad moral para exigir que las personas en los grupos menos privilegiados de nuestra sociedad, como los mineros del carbón, los equipos que trabajan en oleoductos y la minería u otros asociados a este tipo de industria, sacrifiquen su propio bienestar económico para luchar contra el cambio climático. Uno de los últimos intentos fallidos de encontrar soluciones se dio en la reciente cumbre COP25 en Madrid de 2019; otra más en la larga lista de negociaciones infructuosas para tratar de detener o mitigar los efectos negativos de un cambio climático que ya está entrando por nuestras puertas.

La explicación implícita o explícita de la larga lista de negociaciones fallidas es siempre la misma: "sí, sí, vemos el problema, pero ... ya se sabe, tenemos que pensar en la economía, y muchas personas sufrirán si modificamos significativamente cualquier de sus parámetros, así que sigamos viviendo como siempre, incluso incrementando nuestro consumo, y nos volveremos a encontrar en la próxima cumbre para comer en buenos restaurantes, disfrutar del turismo y tomar una cerveza con los colegas para tratar de encontrar una solución”. Dicho sin rodeos, no hay solución, y estamos condenados a un desastre a menos que ocurra un milagro.

De repente, para sorpresa de los gurús económicos y políticos, la solución está surgiendo espontáneamente frente a nuestros propios ojos: un virus. Como en la novela La guerra de los mundos de H. G. Wells, una forma de vida microscópica de la Tierra finalmente ha dado la vuelta a lo que hasta ahora había sido una guerra perdida por reducir los excesos de un mundo demente y autodestructivo. Ha ocurrido un milagro y, de repente, todas las excusas para evitar una reducción de la contaminación han resultado ser espurias. En menos de tres meses, las organizaciones mundiales nos han demostrado cómo es posible echar al cierre a la mayor parte de la actividad comercial sin que el mundo se venga abajo. Ni Greenpeace, ni Greta Thunberg, ni ninguna otra organización individual o colectiva han logrado tanto en favor de la salud del planeta en tan poco tiempo. Ya se reconoce que el coronavirus ha hecho más por la lucha contra el cambio climático que todos los pactos verdes entre gobiernos. La anterior líder de la sección climática de Naciones Unidas, Christiana Figueres, quien ahora encabeza la organización de acción climática Misión 2020, así lo reconoce también. Nadie se alegra por la llegada del coronavirus, es una desgracia, pero nos abre los ojos a la posibilidad de un mundo diferente al que hemos conocido, y en ese sentido es positivo.

Cuando en un artículo anterior dije que se deberían prohibir las conferencias o reducir enormemente su número para ser coherentes con una posición de sostenibilidad de recursos, sabía que casi nadie tomaría en serio este consejo, pero cuál no es mi sorpresa en ver que ahora se está adoptando lo recomendado. De repente, nos damos cuenta de que todas las excusas para evitar la reducción de la contaminación eran solo excusas, y que podemos vivir perfectamente en un mundo sin conferencias, un lujo costoso que no deberíamos poder permitirnos en estos tiempos de crisis climática.

“Yes, we can” –decía el eslogan del anterior presidente de los Estados Unidos, y también reza algo similar el nombre de uno de los partidos en el gobierno de España actualmente. Ciertamente, podemos, podemos detener el mundo si es necesario y mantener a la gente viva, sana y feliz sin un sistema económico en expansión y destructivo. Si bien las medidas de la presente cuarentena son excesivas, algo intermedio entre ésta y la expansión económica ilimitada es sin duda posible. Pero las palabras no son suficientes para mover el mundo, los argumentos no son suficientes en medio de sistemas irracionales. Con bestias como los seres humanos, que son movidas por el Dinero, un monstruo más terrible e irracional aún, solo el miedo funciona, y una enfermedad como el COVID-19 de mortalidad moderada puede ser más efectiva que los buenos argumentos para empujar a la humanidad en direcciones hacia la sostenibilidad.

Ciertamente, no es para tomarse a la ligera el peligro de este virus, no tanto por el número de fallecidos como por la rapidez con que brotan, colapsando los sistemas sanitarios con el aluvión de enfermos que pueden llegar en poco tiempo si no se detiene; o bien dejando que la gente muera por las calles sin atención médica. Algunos estudios ya sugieren que una pandemia a la que no se ponga límite traería como consecuencia entre 15 y 68 millones de muertes en todo el planeta; a España le corresponderían unos pocos cientos de miles en arreglo a la proporción de población. No obstante, la mortalidad es mucho menor que la del virus del Ébola, por ejemplo, que podría matar decenas de veces más si se llegara a propagar, aunque ello es menos probable porque el coronavirus es bastante más infeccioso que aquel.

El problema inasumible por nuestras sociedades desarrolladas es el enfrentarse a la muerte de modo tan visceral. Podemos asumir la muerte cuando es dosificada, y cuando no salen en el telediario todos los días las cifras espeluznantes que las contabilizan, pero no cuando llegan de golpe. En España, por ejemplo, la primeras causas de mortalidad son el cáncer y los infartos, con alrededor de cien mil muertes anuales en cada una (unas 600 muertes diarias si sumamos cáncer e infartos). Sin embargo, la población lo ha asumido como algo normal, a lo que no se da demasiada publicidad, y están distribuidas esas muertes a lo largo de todo el año, con lo que no se crea el drama de ver pacientes sin atención o fallecidos sin poder dar sepultura o incineración en un eventual colapso de los sistemas sanitarios. También es un problema económico: en esta sociedad capitalizada se calcula todo, e importa menos el contabilizar vidas humanas salvadas que el mantener un orden económico y una estructura de seguridad sanitaria que no cueste a los Estados lo que no tienen. Es éste el gran temor que atemoriza a nuestros gobiernos. Es éste el miedo que ha conseguido detener el mundo.

Por el contrario, no parece que adopten medidas de igual calado ante los futuros escenarios apocalípticos que deparan a un planeta arrasado por la contaminación, el cambio climático, la consiguiente falta de acceso al agua potable y el aire irrespirable, que está matando ya hoy en día a uno de cuatro fallecidos de muerte prematura, muchos millones al año, y la cosa va in crescendo. Aquí, los gobiernos se encogen de hombros y dicen “no podemos hacer nada para evitarlo”. Sí, se puede, como estamos viendo en la actualidad con el coronavirus, pero no se le ve la premura porque afecta más a largo plazo y más a las poblaciones de países en vías de desarrollo.

Posiblemente, todo volverá a la normalidad después de unos pocos meses, y se restablecerán nuestros hábitos de consumo habituales. Los posibles escenarios futuros se encuentran entre dos casos extremos: 1) un mundo en el que la enfermedad sea casi erradicada, como vemos en la tendencia en China; 2) una pandemia mundial imparable, con una tasa de mortalidad del 1-5%, y en la que posiblemente las vacunas estarán disponibles en unos meses o un año a lo sumo para reducir aún más la tasa de mortalidad. Este escenario pesimista tendría una tasa de mortalidad mucho mayor entre las personas de avanzada edad en los países ricos y para la población en general en los países subdesarrollados con peores sistemas de salud.

Pase lo que pase en los próximos meses, se puede aprender una lección para el futuro: sí, podemos hacerlo, cuando existe el temor de una amenaza inmediata como un virus infeccioso que se propaga rápidamente; pero parece que no podemos enfrentarnos a problemas a largo plazo como el cambio climático u otras amenazas más importantes para el medio ambiente. Supongo que la humanidad pronto olvidará esta lección y continuará sus andanzas como siempre. Business as usual—dicen los norteamericanos.

Miércoles, 25 de marzo de 2020.

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{1} Versión española expandida y actualizada del artículo publicado en inglés en Science 2.0, 4 de marzo de 2020.

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