El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 23
Artículos

España y el coronavirus: tanto monta la Guerra como la Pandemia

Atilana Guerrero Sánchez

El Pensamiento Alicia ante el nudo gordiano que supone el COVID-19

triada

De todos es conocida la anécdota de que a Al Capone, el famoso gángster estadounidense de los años 20, no se le pudo incriminar por su condición de mafioso, es decir, por dedicarse al crimen organizado, sino por evasión de impuestos. Paradojas de la justicia, el caso es que el Gobierno Federal de los Estados Unidos le envió al sitio correspondiente, la prisión de Alcatraz. Y esta es la sabiduría que entraña la anécdota: que “tanto monta cortar como desatar”, según dicen que dijo Alejandro Magno al deshacerse del nudo gordiano, cortándolo de un tajo.

Pues bien, traemos aquí este motivo del buen uso de la “ficción jurídica” porque creemos que tiene cierto rendimiento a propósito del coronavirus, esa entidad que, sin duda, en una jerarquía ontológica vulgar o fenoménica (a la medida de la visión humana “natural”, sin microscopio) pudiéramos calificar como una nonada, un ser ínfimo, ni tan siquiera ser vivo.

Pero es verdad que tanto da cortar como desatar, porque esa “nadería de ser” ha barrido, como un huracán (no sé si los programadores de Telemadrid emitieron el día 22 de marzo la película “Lo que el viento se llevó” por casualidad), entre otras cosas, uno de los pocos mitos que aún quedaban en pie de la “Guerra Fría”: esa distinción, tan omnipresente hasta ahora en la ideología del fundamentalismo democrático, entre “países libres” y “dictaduras totalitarias”, reforzada respectivamente con la distinción maniquea entre el Occidente democrático y el Oriente antidemocrático.

En efecto, en los primeros compases de la extensión del virus, aún aparentemente localizado en Wuhan, nos parecía que sólo en un país como China se podía mantener a una población de millones de individuos encerrados en sus casas. Ya se sabe, las técnicas del totalitarismo con las que el Estado chino podía tener “amaestrada” a la población, eran imposibles de ejecutar en las “sociedades libres”. Pero han bastado apenas un par de meses para que las medidas “totalitarias” se hayan seguido a pies juntillas en las “democracias occidentales”. Dubitativas respecto a su propia posibilidad de cumplimiento, o mejor aún, acostumbradas a tratar a la población con amabilidad cínica, aún hubo unos días en los que las autoridades hablaban de “recomendaciones”, cuando a día de hoy, 25 de marzo de 2020, ya no hay, al menos en España, recomendación que valga, sino imposición mediante el Ejército, la Policía y la Guardia Civil, amén de multas de extraordinaria cuantía.

Ahora, la libertad democrática, esa de la que aún podíamos estar orgullosos hace apenas unos días mientras mirábamos a China con desdén; ahora, con un sistema sanitario colapsado, en el que los médicos se han convertido en portavoces, a su pesar, del poder ascendente del “pueblo”, denunciando la falta de previsión de los políticos; ahora, en fin, que echamos de menos un Estado fuerte, que sea capaz de movilizar sus servicios básicos sin las carencias que dramáticamente observamos por el telediario en nuestra maltrecha nación; ahora, decíamos, la libertad democrática, no sabemos para qué nos sirve. Y lo peor: vemos en nuestras vergüenzas del presente, destapadas con este virus, cómo la hemos desperdiciado, si es que alguna vez la tuvimos.

La lección está siendo muy dura; es posible que, si conseguimos aprenderla, los españoles salgamos fortalecidos, y es cierto que parece haber indicios de ello. Pero el Pensamiento Alicia inoculado a lo largo de estos años nos ha dejado, en oportuna metáfora médica, con las defensas demasiado bajas. Que el actual Jefe del Estado Mayor se dirija a la nación mediante conceptos como la “moral de victoria”, ensalzando las “virtudes militares” y dando a los medios un titular poco menos que sensacionalista, “Todos somos soldados”, insistimos, cuando hace apenas unos días seguíamos pensando que las guerras eran cosa del pasado, impropias de las democracias avanzadas… quizás sea exigir demasiado al pueblo español.

No obstante, a pesar de la ubicuidad del mensaje cotidiano que nos hacía creer vivir en el mejor de los mundos políticos posibles, ha bastado un virus, lo suficientemente potente y contagioso, para que miremos a China con ciertos ojos de esperanza. En definitiva, hoy, la mejor “máquina de propaganda” para una sociedad política es poder vencer, gracias a su eficacia tecnológica, la “curva del coronavirus” (escribimos esto el día en el que España se convierte en el país que más muertes ha registrado por día en el mundo, desbancando a China como segundo con peor balance).

Se hace necesario, entonces, fijarnos en cómo lo han hecho ellos, al margen ya de las anteojeras de la ideología. Y como afortunadamente la medicina es por definición válida para todo hombre (la disciplina ética por excelencia), ese “gigante asiático” sin cabeza, que hasta ahora sólo cumplía con la función de ser “fábrica del mundo", resulta que ahora también tiene cabeza, lo cual, dicho de una sociedad política, significa que tiene planes y programas que nos incumben, a los que ya no podemos simplemente despreciar desde nuestras categorías desfasadas. Y entre dichos planes y programas se encuentra la investigación científica, de cuyo ejemplo, como un maná –aunque no nos lo regalen- nos están llegando los primeros suministros médicos imprescindibles (mascarillas, batas, las pruebas de detección del virus) además de la esperanza en la posible vacuna contra la enfermedad.

Ahora digamos cuál es la “ficción jurídica” detrás de la cual se encuentra la analogía con la que hemos comenzado este artículo: la guerra, efectivamente.

España no está librando ninguna guerra, por mucho que nuestro presidente del gobierno, Pedro Sánchez, la invoque de forma impostada.

Lo que sí está sucediendo es que, dadas las medidas tan drásticas que supone para una “democracia occidental” el estado de alarma, sólo invocando la guerra, el mayor de los males para el pacifismo del Pensamiento Alicia, se puede justificar semejante decisión política.

Pero entonces, ¿dónde está la moraleja del “tanto monta”, es decir, qué tiene de positivo para España confundir las cosas, llamar “guerra” a una emergencia sanitaria producida por una pandemia?

Por lo menos, el estar viendo que en España se han articulado, a pesar de todos los obstáculos evidentes, las instituciones fundamentales que vertebran al Estado, cobrando especial importancia aquellas que habían sido eclipsadas por la hipertrofia de las Autonomías: Las Fuerzas de Defensa y de Seguridad a todos los niveles; la Sanidad nacional, que se ha convertido en la plataforma privilegiada desde la cual medir la traición de las Comunidades Autónomas rebeldes; y, por último, la pars pudenda de la economía española, los sectores más castigados por la política cortoplacista: la industria y el campo, por primera vez en mucho tiempo protagonistas, dada su importancia estratégica en la “economía de guerra”.

Para no ser en exceso triunfalistas, digamos que Alicia puede invocar la “guerra contra el coronavirus” pero jamás la guerra contra un Estado. Y, en efecto, si la Política es la continuación de la Guerra por otros medios, el papel ejemplar de China respecto al resto de Estados en esta crisis mundial, poco va a tener que ver con el pacifismo. Tan sólo terminemos reconociendo que no es verdad que la Guerra sea el peor de los males para un Estado, porque una guerra se puede ganar o perder, pero no por ello se deja de existir como tal Estado. En España estábamos librando una batalla aún peor, la de la muerte por suicidio, que era como nos encontrábamos a la llegada del virus.

Sea como fuere, con todo lo que aún esté por ver, tanto monta la guerra como la pandemia: España aún se mantiene.

Viernes, 27 de marzo de 2020

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