El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 36
La agonía de la Sociedad Universal
Emmanuel Iraem González Medina
La economía mundial y la estructura lógico-material de nuestro tiempo coronavírico
“Sería algún consuelo para nuestra fragilidad y nuestras obras si todas las cosas perecieran con la misma lentitud con que llegaron a existir; pero sucede lo contrario, el desarrollo es lento y rápida la ruina.” Séneca, Epístola XCI a Lucilio
“Nada es difícil para la naturaleza, sobre todo cuando se apresura a destruirse por sí misma. Para crear usa con parsimonia de sus fuerzas, empleándolas con insensible aumento; mas para destruir su obra, desplega repentinamente todo su poder. ¡Cuánto tiempo es necesario para que el niño, una vez concebido, se conserve hasta el nacimiento, y cuánto trabajo para dirigir la tierna edad! ¡cuántos cuidados para alimentarle, para guiar su débil cuerpo hasta la adolescencia! ¡y qué poco basta para destruirlo! Una edad es necesaria para edificar una ciudad: una hora para devastarla. En un momento queda reducido a cenizas un bosque secular.” Séneca, Cuestiones naturales, III, XXVII
“But oh, that magic feeling, nowhere to go.” Paul McCartney, “You Never Give Me Your Money”
Las primeras escenas del pánico suscitado por la llegada de la epidemia del coronavirus, las de compra masiva y súbita de rollos de papel higiénico hasta vaciar los anaqueles, me hicieron recordar la ya vieja explicación de Keynes del comportamiento de los agentes económicos durante las crisis financieras. En situación de plena incertidumbre, cuando los individuos ya no poseen una referencia común que sirva como brújula para orientar sus conductas, la única manera de que “conservemos nuestras caras de hombres racionales, económicos”, es la de imitar a los demás: si ya nadie sabe cuál es la verdad, o posee una noción clara y distinta sobre la situación en que se encuentra, quizá quienes me rodean sí sepan algo, por lo que al imitarlos podría aprovechar este hipotético saber suyo: “Sabiendo que nuestro propio juicio carece de valor, tratamos de apoyarnos en el juicio del resto de la gente, que quizá esté mejor informada. En otras palabras, tratamos de adaptarnos al comportamiento mayoritario o medio”{1}.
Supongamos que usted corre, y al poco tiempo yo le sigo: es posible que usted conozca alguna amenaza que yo no. Si quienes me ven a mí a su vez echan a correr, y así sucesivamente, pronto todos estaremos corriendo en la misma dirección. Lo mismo ocurre en situaciones de pánico: unos cuantos huyen para escapar del pánico, los demás interpretan esa fuga como el comienzo del pánico, y cunde el pánico.
Como se ve, las situaciones de pánico son procesos propios del eje circular del espacio antropológico -es decir, del eje en que tienen lugar las relaciones de los hombres con otros hombres. En cuanto tales, poseen estas características: relajamiento de la cohesión del grupo, desaparición de las distinciones jerárquicas, desmoronamiento de los esquemas de organización y de la división del trabajo. Son estos rasgos los que vuelven tan peligrosas las situaciones de pánico, pues la desorganización social que acarrea produce tantas víctimas, o más, que la catástrofe o desastre propiamente dichos que lo desataron.
Al cabo, todos terminan por imantarse nuevamente en la misma dirección, cuya fuerza de atracción se va acentuando conforme aumenta el número de los agentes que la imitan. Sin embargo, no hay manera de garantizar que la nueva orientación no haya surgido a partir de razones espurias o de los rumores más absurdos. Las cualidades del objeto que vuelve a encauzar a la masa unánime son secundarias, hasta irrelevantes. Puede tratarse del objeto más inesperado o periférico; lo que importa es que cada uno de los agentes en situación de pánico encuentre la prueba del valor de este objeto en la mirada o en la acción de los demás; lo que importa es que el nuevo objeto sea concebido como metamérico, como apuntalado más allá de las partes (los individuos) que se han arremolinado en torno suyo.
El pánico es, entonces, una multiplicidad de sucesión, un proceso, en el que podemos distinguir dos fases o momentos: el primero, que tiene lugar después de que un acontecimiento inesperado refuta o derriba los mapas de ruta que hasta ese momento organizaban la acción colectiva, es el momento de la génesis, en que tiene lugar el juego especular o especulativo (en el sentido literal del término), con los agentes ávidamente al acecho de las señales de un juicio mejor que el propio, y que una vez descubiertas terminan precipitando a todos los individuos en la misma dirección. El segundo momento, el de la physis o estructura, los individuos dejan de mirarse entre sí buscando orientación y fijan su atención en el nuevo objeto, que se estabiliza, olvidando rápidamente la arbitrariedad de su génesis.
Recordemos el planteamiento de Gustavo Bueno sobre las relaciones entre génesis y estructura. Si tenemos dos cuerpos, A y B, que mediante fuerzas mecánicas externas F1 y F2 acercamos para formar el compuesto A*B, pueden presentarse dos situaciones distintas: i) entre A y B se han desatado fuerzas “internas”, f1 y f2, químicas, magnéticas o de otro tipo, que mantienen unidos a los términos sin necesidad de que se mantengan F1 y F2; ii) para el mantenimiento del compuesto A*B se requiere que se mantengan las dichas fuerzas externas F1 y F2, es decir, la unión de los términos sólo se sostiene por la presión que sobre ellos se ejerce desde el entorno. En el primer caso, en que la estructura ha segregado la génesis, hablamos de situación α, mientras que el segundo, la estructura requiere que el momento de la génesis se repita constantemente para mantenerse, o, en otras palabras, que la estructura no segrega la génesis, hablamos de situación β{2}.
Esta distinción entre situaciones α y situaciones β, de incalculable fertilidad en multitud de ámbitos, aplicada a la concepción dialéctico-crítica de la verdad, sostenida por el filomat, en que la Idea de Verdad queda definida a partir de la Idea de Identidad, sirve para distinguir dos situaciones o modulaciones de la Idea de Verdad: a saber, las situaciones 1, o α, o modulaciones impersonales de la verdad, en las que el sujeto operatorio productor de las identidades queda segregado, ya sea parcial, ya sea totalmente, de ellas, y las situaciones 2, o β, o modulaciones personales de la verdad, en que el sujeto operatorio se mantiene como componente formal de la identidad producida{3}.
Estas distinciones permiten proponer una interpretación de los procesos de pánico (aunque también aplicaría para lo que en sociología se denomina “representaciones sociales autocumplidas”), ampliamente estudiados por la economía o la psicología, desde el punto de vista de la Idea de Verdad.
El primer momento del pánico sería un modo de las verdades dialógicas, en las modulaciones personales de la verdad, el tipo de verdades en que la identidad se establece o constituye o resulta de la interacción entre sujetos diversos; más en particular, sería un tipo de la que Bueno llamó “verdad-acuerdo”, en que los individuos adquieren isomorfismo o se adecúan entre sí como resultado de sus interacciones mutuas, pero en este caso no por medios argumentativos o paulatinos. El segundo momento del pánico, el de la estabilización del nuevo objeto en torno al que se coagula el consenso, nos pondría ante una situación que caería dentro de las modulaciones impersonales de la verdad, en el que tenemos una segregación parcial del sujeto operatorio, una verdad de producción (verum est factum), en que el objeto producido, en nuestro caso, un nuevo conjunto de normas o figuras que concentran las miradas de los individuos para que estos dejen de espiarse entre sí. Esta “verdad de producción” mantiene su estructura y estabilidad sin necesidad del soporte de los sujetos operatorios que lo hicieron advenir, aunque el momento genético deben tenerse en cuenta a la hora de explicar ciertos aspectos suyos -por ejemplo, en el caso que nos ocupa, el giro paradójico en que, lo que se manifiesta como racional a nivel individual, la salvaguarda de los cuerpos de los consumidores-ciudadanos por encima de todo, resulta irracional el otro, el bloqueo de las condiciones de recurrencia de las actividades económicas.
La economía mundial ya se encontraba en una condición bastante deteriorada antes del comienzo de la pandemia. El problema principal es la creciente disparidad en la distribución de los ingresos y los salarios. Las personas con bajos ingresos no pueden adquirir carros, celulares, casas con aire acondicionado o calefacción, o viajar en vacaciones. Incluso la adquisición de los alimentos indispensables se vuelve problemática. El consumo de los ricos no alcanza a compensar este déficit en el consumo de los trabajadores, pues tienden a gastar su riqueza de manera distinta, en servicios tales como la planeación fiscal o en colegios privados de élite para sus hijos, que requieren proporcionalmente un menor uso de productos básicos que los servicios adquiridos por los trabajadores.
Si hay una menor venta de automóviles, por ejemplo, la demanda de petróleo para fabricarlos y manejarlos tiende a caer, lo que a su vez presiona a la baja los precios del petróleo. Si los precios no son lo suficientemente altos para que las compañías extractoras obtengan beneficios después de los impuestos (y no lo han sido desde 2014), entonces comienzan problemas de escasez, que a su vez provocan cortocircuitos en las cadenas de producción y distribución. Los precios del petróleo ya eran demasiado bajos para los productores en 2019, antes de los cierres gubernamentales en respuesta al coronavirus. Con estos precios, los productores pronto saldrán del mercado, y de manera definitiva{4}. El precio de otras materias primas tales como el gas natural licuado, el cobre y el litio, ya es también demasiado bajo para los productores.
Otro grave problema de la economía mundial es el crecimiento excesivo de la deuda, que se había empleado los últimos lustros para aumentar artificialmente el crecimiento económico, al ofrecer a los compradores de bienes y servicios una deuda que, en última instancia, resulta impagable.
Es en este contexto de gran fragilidad económica y crecientes tensiones políticas al interior de, y entre, numerosas sociedades políticas, que comienza el pánico por el coronavirus. Desde marzo de 2018, inicio de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, Xi Jingping comenzó a enfrentar una creciente oposición doméstica. Ambos problemas debían ser enfrentados antes de alcanzar dimensiones críticas, y, al parecer, detonar la histeria por el coronavirus fue la solución para ambos: reforzamiento del control sobre la población mientras se debilitaba las bases de la oposición, al tiempo que sirve de recordatorio al resto del mundo de los peligros de desacoplarse de China.
En todo caso, sea esta hipótesis correcta o no, el papel de prototipo, canon o norma ejemplar a que (inopinadamente, tal es mi hipótesis) dio lugar el gobierno chino (no entro en el debate acerca de su culpabilidad en sentido político o estratégico{5}) en su reacción a la epidemia tuvo un papel fundamental para lo que vino después. La respuesta del gobierno chino al coronavirus no fue más que el primer eslabón de una larga cadena de imitación.
Pronto, la velocidad de difusión del miedo y la histeria ante el virus, gracias a la instantaneidad de los flujos informativos, sobrepasó con mucho la capacidad de propagación de infección del propio virus. Incluso aquellos líderes políticos que en el comienzo de la crisis quisieron resistirse al paro de actividades, como Trump, Johnson o Bolsonaro, al poco tiempo se vieron obligados a recular, pues el grado de histeria civil y en los medios de comunicación era tal que se vieron obligados a parecer que “hacían algo”. Es imposible tener razón en contra de la masa.
Los comportamientos de pánico de la masa fueron los usuales. Por un lado, compras de pánico de suministros, en particular de productos de cualquier eficacia para parar al virus, tales como papel higiénico en un principio, y después máscaras y cubrebocas. Por otro lado, ventas de pánico de monedas nacionales y acciones de la bolsa hundieron los mercados bursátiles.
Lo distintivo, quizá novedoso, de esta situación, es que los aparatos gubernamentales han terminado por absorber el pánico civil, y entrado en pánico ellos mismos.
La propaganda gubernamental de la aplastante mayoría de los países ha hecho énfasis en el “aplanamiento de la curva” de infectados, como medida para que los sistemas de salud no colapsen por sobrecarga. La solución implementada han sido el parón de la actividad productiva y el “distanciamiento social”, que incluye la reducción de los viajes por avión y la prohibición temporal de reuniones multitudinarias.
Estas estrategias son pseudo-soluciones: a) la naturaleza misma del coronavirus hace que sea imposible de contener. Es extremadamente contagioso; el virus permanece activo sobre superficies inanimadas como papel, plástico o metal por varios días; parece ser infeccioso incluso aunque la enfermedad haya terminado; sin una absurda cantidad de pruebas, que consumen una creciente proporción de los menguantes PIB, es imposible determinar si un piloto de cualquier aerolínea está infectado, o si un obrero puede regresar a la fábrica sin riesgo de contagio; al parecer, las personas que hayan superado la enfermedad no pueden contar con inmunidad de por vida, pues ya se han reportado casos de gente que ha vuelto a enfermarse; b) estas estrategias están radicalmente equivocadas{6}: el encierro conduce a más muertes por coronavirus{7}, y a más muertes por otras causas (cáncer, paros cardiacos, derrames cerebrales, suicidios, diabetes, desórdenes autoinmunes, otras infecciones, violencia intrafamiliar, &c.).
Sin embargo, el mayor daño que provocan estas medidas estatales anti-coronavirus se da el ámbito productivo. Las economías no pueden dejar de funcionar un mes, o dos, o tres, y luego reanudar operaciones en su nivel anterior. Para entonces, demasiadas personas habrán perdido sus trabajos, demasiadas empresas habrán cerrado. Mantener el circuito económico funcionando es mucho más importante que prevenir muertes por coronavirus. Sin comida, sin agua y sin empleos que generen salarios, que permiten a las personas adquirir los bienes y servicios necesarios, las muertes causadas por el hambre serán mucho mayores que las muertes directamente causadas por el coronavirus. Las sociedades políticas están siendo sacrificada a las demandas de variables cuantitativas relacionadas con el virus.
En este punto, debemos subrayar lo que podríamos llamar “la estructura lógico-material de nuestro tiempo”. Vivimos en una sociedad universal, planetaria, que asume una peculiar forma de totalidad. En su momento isológico-distributivo (que dice relaciones de semejanza, analogía, isomorfismo), la sociedad universal consiste en 194 sociedades políticas que han adoptado la forma estatal, forma que cada sociedad adquirió siguiendo su propio camino, hasta el punto de recubrir al planeta, de modo que todo Estado colinda con otros Estados, sin espacios vacíos o sociedades bárbaras intercaladas. En su momento sinalógico-atributivo (que dice relaciones de interacción, contacto, contigüidad), estas sociedades estatales se ven atravesadas por constantes flujos económicos, financieros, al haberse implantado en todas ellas, en distinto grado, el modo de producción capitalista, que requiere para su subsistencia de la aplicación de las ciencias a la producción, y una homogeneización del nivel técnico-productivo en todos los países que permita la exportación de manufacturas. Dicha sociedad universal, aunque sus bases comienzan a sentarse en el siglo XVI, cristaliza plenamente tras la Segunda Guerra Mundial{8}.
Esta sociedad universal, sistema extremadamente complejo, enorme e interdependiente, representa una novedad histórica sin precedente. Antes de ella, las sociedades humanas se concatenaban en sistemas más pequeños, simples y desconectados entre sí, sustancialmente independientes. Ejemplos obvios son las bandas cazadoras-recolectoras del Paleolítico, el sistema medieval europeo o las sociedades prehispánicas en América.
La principal ventaja de un sistema segmentario reside en su gran capacidad de resistir incluso al daño más severo, pues las unidades pueden sobrevivir durante largos periodos a la pérdida de conexión entre ellas; en las unidades más grandes, incluso, puede pasar desapercibida la destrucción de las unidades más pequeñas. Las unidades en un sistema segmentario pueden degradarse paulatinamente, al tiempo que conservan cierta funcionalidad, así sea cada vez más reducida. Dado el caso, el sistema puede reconstruirse casi a partir de cualquier unidad, por pequeña que sea.
Pero los sistemas segmentarios son ineficientes, pues su condición relativamente autárquica conduce a las unidades a desarrollar una notable proporción de redundancia{9} de funciones, objetos y materiales, y a ser generalistas.
Por lo menos desde mediados del siglo XVIII, cuando que la revolución industrial y la revolución en la producción alimentaria tuvieron lugar en Inglaterra, se ha dado un proceso de creciente interdependencia, hasta alcanzar, en los últimos 30 años, su nivel más alto -o, por lo menos, que ha ido mucho, mucho más lejos que cualquier otro proceso análogo del pasado.
La principal ventaja del “sistema-mundo” capitalista, un tipo muy particular de “sistema complejo”, consiste en el elevado grado de eficiencia económica que alcanza. Podría describirse a la eficiencia económica como la identificación y utilización de los proveedores de menor costo, la radical optimización de las cadenas de suministro, la reducción de costos de las redundancias en el sistema y en el mantenimiento de inventarios. Además, la eficiencia económica tiende a conducir a más especialización, en donde una cadena de especialistas-cosmopolitas se reparte las actividades de un solo proceso global. Es lo que Adam Smith, en su La riqueza de las naciones, denominó “división del trabajo”, la eficacia de la cual era ilustrada con el ejemplo de la fábrica de alfileres.
Este sistema complejo y vasto es también más resistente a las tensiones de pequeña escala, debido a que poseen multitud de mecanismos compensatorios a nivel del sistema y a nivel regional.
Sin embargo, cuando los sistemas vastos y complejos son sometidos a turbulencias que no pueden ser neutralizadas por los mecanismos compensatorios, tienden a fallar rápida y catastróficamente: la interdependencia significa que el descalabro que comienza en uno de sus puntos se extiende pronto al resto, a través de procesos de realimentación positiva, es decir aquellos por los cuales la estructura detecta un cambio y activa mecanismos que aceleran ese cambio.
El derrumbe en uno de los subsistemas conduce al derrumbe de todos los subsistemas que dependen de él; el estropicio local rebasa pronto las fronteras en que se ha originado, propagándose a cada vez mayor velocidad y con mayor ímpetu conforme asciende de nivel organizacional. O por decirlo más brevemente: los sistemas complejos apenas tienen noticia de las turbulencias en pequeña escala, hasta que estas turbulencias adquieren tal dimensión que rebasa toda capacidad para neutralizarlas, momento a partir del cual el sistema complejo colapsa súbitamente.
Las sociedades segmentarias fallan cuantitativamente, de manera reversible: pueden degradarse, pero no colapsar, o sólo muy raramente. El sistema global, interdependiente y complejo, fallará cualitativa e irreversiblemente: colapsará.
La Sociedad Universal no tiene ningún antecedente cualitativo en cuanto al grado de unidad, interconexión e interdependencia de su organización: sólo hasta ahora ha habido un Presente Universal, de modo que los ejemplos pretéritos son engañosos, casi al punto de carecer de utilidad.
Si la Sociedad Universal colapsa, colapsará de manera cabal e ineludible. Una vez que la turbulencia que afecta al sistema desencadena el fallo, será imposible deshacer o detener el proceso de retroalimentación positiva. Entre otras razones, porque no puede haber intervención externa significativa que salve al sistema -porque no hay nada externo al sistema.
Mientras más se prolongue el cierre por emergencia, cuanto más completo sea, mientras más se alarguen las proyecciones de su duración, se vuelve inevitable un colapso global masivo e irreparable de muchos tipos de circuitos productivos{10}. Una vez que comience a ocurrir, se acelerará por mecanismos de retroalimentación positiva a medida que se agoten los suministros y no puedan ser reemplazados; y la pérdida de suministros de una cosa causa pérdidas en otras de manera multiplicativa, como una falla simultánea en varios sistemas del cuerpo humano.
Los gobiernos pueden otorgar créditos a los ciudadanos para que adquieran suministros en las tiendas de comestibles. Dicho programa puede mantener el precio de los alimentos lo suficientemente beneficioso para los productores. Sin embargo, las rupturas en las líneas de suministro pueden provocar escasez de productos. La ley del mínimo de Liebig, que establece que el crecimiento de un sistema no está determinado por el monto total de los recursos disponibles, sino por el recurso más escaso, ha visto multiplicado sus ámbitos de acción en el Presente Universal. Por ejemplo, si hay huevos pero no cartones para huevo, no podrán venderse{11}.
Ha sido la creciente sinergia de los diversos procesos que convergen para formar el Presente Universal (la aplicación de la ciencia a la industria, la extensión de la forma estatal en todas las sociedades políticas, la homogeneización paulatina del nivel económico-técnico que cruza estos Estados, la interdependencia generada por los flujos comerciales y financieros) lo que ha permitido el que quizá sea el resultado más llamativo de la Sociedad Universal, a saber, el ingente incremento de la población humana.
En 1804, la población mundial rondaba los mil millones de individuos. En 1927, ciento veintitrés años, se duplica a dos mil millones. En 1975, cuarenta y ocho años después, vuelve a duplicarse, alcanza los cuatro mil millones. Finalmente, se estima que para 2024, cincuenta años después, rebasará por poco los ocho mil millones.
Antes de la Revolución Industrial, la población mundial no podía elevarse por encima de los mil millones. Ha sido el aumento de la productividad que comenzó en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, con su vasta y compleja infraestructura de especialización y comercio sostenida por una vasta infraestructura de trabajo y mano de obra, lo que ha permitido la existencia de esos siete mil millones de individuos “extra” en el presente. Estas vastas infraestructuras dependen para su recurrencia del crecimiento económico alimentado por la productividad, que es tan esencial como los alimentos, el agua o los medicamentos. Pero la productividad ha sido detenida de manera súbita, a escala global. Al detenerse los flujos sinalógicos comerciales, turísticos, económicos, y al ser imposible retornar al estado en que se encontraban antes de la epidemia, es de esperarse que muera una buena parte de la población mundial{12}.
Conclusión
La Sociedad Universal constituye una totalidad con dos aspectos: uno isológico, en que todas las sociedades políticas han adquirido la forma estatal, hasta el punto de recubrir la Tierra, y uno sinalógico, en el que los Estados se alimentan de multitud de flujos económicos, migratorios, comerciales, turísticos, &c., que los atraviesan y los colocan en una posición de profunda interdependencia con los demás.
En el momento sinalógico domina, como criterio principal de organización, el de la eficiencia económica. Durante los últimos diez años del siglo XX, guiados por este criterio, los planificadores ubicaron una enorme proporción de la producción industrial mundial en China, poniendo todos los huevos en una canasta. Mientras las cosas marchan bien, las cadenas de suministros tipo “justo a tiempo” cumplen sobradamente el criterio de la eficiencia. El problema con una cadena tan centralizada es que, al fallar un eslabón de la cadena, los flujos se interrumpen en todas direcciones. La dependencia respecto de China para obtener zapatos, muebles, electrónicos, medicinas, automóviles, resulta un defecto fatal.
La economía mundial venía deteriorándose con rapidez desde 2013 por la acentuación de varios problemas crónicos (creciente disparidad de ingresos, aumento de la deuda global, descenso de los precios de las materias primas y los próximos picos de producción de éstas, el tamaño de la población mundial es demasiado grande respecto de los recursos disponibles, &c.). En este contexto, la aparición del coronavirus no sólo provoca la interrupción de las cadenas de suministro, asunto ya muy grave por sí mismo, sino que dispara una situación de pánico global en el que los Estados responden con medidas erróneas y monomaníacas a la amenaza de la epidemia, llevando al paroxismo el desajuste entre los ritmos del eje circular y los del eje radial y volviendo inevitable e inminente el colapso global.
La crisis en curso nos ofrece una imagen del colapso totalmente distinta de la ofrecida por los novelistas y en las películas. Escenas de destrucción material y de escasez de mercancías saltan a primer plano. Y seguramente asistiremos a tal escenario, pero lo que ocurre por el momento es muy distinto: los supermercados no se están quedando vacíos, prácticamente todos los bienes usuales están disponibles, si se tiene el suficiente dinero para comprarlos. El verdadero problema es que la gente se está quedando sin dinero. La crisis económica se profundiza velozmente. Los gobiernos no parecen tener ninguna idea sobre cómo manejarla, salvo imprimir dinero –lo que es absurdo, porque esto no hará renacer la demanda.
Previsiblemente, la Sociedad Universal terminará. En cuanto al momento isológico: muchos aparatos gubernamentales pueden desaparecer, tras el desplome demográfico. Los aparatos gubernamentales, que son de “segundo grado”, necesitan energía. Si esta es escasa, se vuelven prescindibles. Tan sólo algunos países dotados de grandes recursos naturales (Estados Unidos, Canadá, China, Rusia, Irán) podrán mantener, por lo menos, algunas funciones centrales, de dichos aparatos. En cuanto al momento sinalógico: el sistema global, único, se romperá en múltiples unidades, con menor población y menor complejidad económica. Cada sociedad política superviviente desarrollará su propia moneda, pero disponible únicamente para adquirir el limitado rango de bienes producidos localmente. La especulación con los precios de los activos financieros dejará de ser fuente de riqueza.
Pero, antes de que estas consecuencias se desplieguen, habremos de enfrentar un largo período de severo desorden y destrucción. Todos estamos parados en el camino de un flujo piroclástico del que no se puede escapar. Nuestra principal tarea, mínima, aquí y ahora, es aprender a no tener miedo.
México, sábado 25 de abril de 2020.
——
{1} John Maynard Keynes, “The General Theory of Employment”, en The Quarterly of Journal Economics, 1937, vol. 51. Se trata de réplica a críticas a su libro más famoso, publicado el año anterior. Se puede leer una traducción al español en: http://revistas.unal.edu.com/index.php/ede/article/view/25013/25550
{2} Gustavo Bueno, Primer ensayo sobre las categorías de las ciencias políticas, Biblioteca Riojana, núm. 1. Cultural Rioja, Logroño, 1991, pp. 177-178.
{3} Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Barcelona, Gedisa, 2000, pp. 280-289.
{4} Antonio Turiel, “La tormenta negra”, en http://crashoil.blogspot.com/2020/04/la-tormenta-negra.html
{5} A mi juicio, el principal argumento contra la hipótesis de una oscura conspiración de China contra el mundo empleando como ariete al coronavirus se derrumba ante la más superficial consideración de las consecuencias desastrosas e inevitables que el contagio tiene para sus supuestos iniciadores. A pesar del mantra de tantos publicistas pro-chinos, la actividad económica de ese país no se ha recuperado, ni se va a recuperar (https://www.scmp.com/economy/china-economy/article/3078251/coronavirus-chinas-unemployment-crisis-mounts-nobody-knows); la influencia de China en África está muriendo rápidamente; el viejo estilo soviético de gestión, opaco y con una relación bastante distorsionada con la verdad, ejercitado por los chinos les ha hecho perder la confianza de las grandes cadenas de suministros, que comienzan a “desacoplarse”; la élite de Guangdong ya conspira contra Xi-Jingping, y es sólo cuestión de tiempo para que el supuesto “emperador vitalicio” sea derrocado.
{6} Lo explica con gran claridad, precisión y coherencia Knut Wittkowski, una de esas personas competentes y honestas de las que hay gran escasez, en este video: https://www.youtube.com/watch?v=lGC5sGdz4kg
{7} La luz solar (https://news.yahoo.com/sunlight-destroys-coronavirus-very-quickly-new-government-tests-find-but-experts-say-pandemic-could-still-last-through-summer-200745675.html) y el cambio de aires (https://elemental.medium.com/the-germ-cleaning-power-of-an-open-window-a0ea832934ce) destruyen al virus.
{8} Gustavo Bueno, “Principios de una teoría filosófico política materialista” (15 de febrero de 1996), en el Diskette transatlántico.
{9} “Redundancia”, en ingeniería, se refiere a la duplicación de componentes o funciones críticas de un sistema con la intención de aumentar su confiabilidad, generalmente haciendo un respaldo, instalando un mecanismo “a prueba de fallos” o tratando de elevar el desempeño total del sistema.
{10} “The Crash of the $8.5 Billion Global Flower Trade”, Bloomberg, 16/04/2020, https://www.bloomberg.com/features/2020-flower-industry-crash/
{11} Tim Watkins, “Liebig’s Law Writ Large”, en https://consciousnessofsheep.co.uk/2020/03/26/liebigs-law-writ-large/
{12} “‘Instead of Coronavirus, the Hunger Will Kill Us.’ A Global Food Crisis Looms”, The New York Times, 22/04/2020, https://www.nytimes.com/2020/04/22/world/africa/coronavirus-hunger-crisis.html