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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 39
Artículos

Covid-19: regreso al futuro

José Andrés Fernández Leost

Se proyecta el análisis sobre los planos económico-tecnológico y cultural

chinorris

Probablemente, todo análisis (social, económico, geopolítico, &c.) sobre la situación generada por la enfermedad del coronavirus (Covid19) envejecerá peor que los de 2019. Ya entonces las tendencias generales apuntaban hacia una desglobalización económica (García-Herrero, 2019), la emergencia de la vigilancia digital (Zuboff, 2019), y la permanencia de un estado de opinión nacionalista/populista, desafecto hacia las instituciones de la democracia liberal. Así, la llegada de la pandemia, a juicio de muchos, no estaría sino acelerando la intensidad de tales corrientes, e impulsando la reconfiguración de un mundo ajeno al orden que se trazó tras 1945, en parte asiatizado, en parte redimensionado a escala regional.

Quizá, insistimos, sea pronto para corroborar este advenimiento precipitado del futuro. De hecho, tal conclusión incurre –como otras muchas– en una suerte de lógica reafirmativa, en la que cada cual ve ratificadas sus creencias previas a la crisis. No resulta complicado averiguar, según el bagaje del especialista de turno (economista, filósofo, internacionalista, “científico”…), que esta implicará más capitalismo o menos; más Estado o menos; más cooperación o más egoísmo, &c. De cualquier forma es llamativo constatar cómo, pese al golpe asestado al soporte “científico-ilustrado” de la modernidad, la matriz lineal que determina su pensamiento ha quedado intacta. Toda reflexión sigue aferrada a un horizonte donde aguarda el apocalipsis o la salvación, tanto da, aunque bajo esta lógica parece imposible deshacerse –a día de hoy– de su diagnóstico clave: la incertidumbre.

Tras dos meses de la eclosión occidental de la crisis, y más de cuatro desde su arranque oriental, perviven prácticamente los mismos interrogantes, tanto en torno a su origen (experimental o zoonótico), como a su contención (confinamiento vs. inmunidad de rebaño) o a su desenlace, determinado por la llegada de una vacuna que podría demorarse más de 12 meses, por no hablar de la falta de protocolos sobre tests, infecciones, mortandad, &c. De ahí la fragilidad de perfilar un mundo post-Covid19, que no obstante, por naturaleza humana, nos resulta inherente tantear.

Para ello conviene acudir a una prospectiva contingencial (diríamos, molinista), más que a los determinismos naturalistas, tecnológicos, incluso religiosos, que tienden a reproducirse. En este sentido, cabe partir de dos presupuestos. En primer lugar, es preciso dejar de lado falsos dilemas, que contraponen tratamientos sanitarios frente a económicos, o parten de consignas mediáticas (“nada volverá a ser con antes”), orientadas a teatralizar el problema. La segunda premisa radica en distinguir dos planos, aun interconectados, en los que proyectar el análisis: uno económico-tecnológico, y otro cultural (ligado a las costumbres y creencias sociales).

De acuerdo con el primero, el súbito congelamiento de la producción va a dar paso –según las estimaciones del FMI (2020)– a la peor recesión experimentada desde 1929, con una caída del PIB mundial del 3%, que en Estados Unidos podría llegar al 6%, y en Europa al 8%, mientras que China apenas crecería un 1%. La duda se cierne sobre la salida en V, U, o L, que se prevé dispar según la dependencia de cada país sobre los sectores más afectados. Por de pronto, a la sobrevenida crisis de oferta (nadie produce), se añadirá la contracción de los beneficios empresariales y una crisis de la demanda determinada por el aumento del ahorro y la reducción de la masa salarial. Capítulo aparte merece el endeudamiento que acarreará afrontar la crisis y su impacto social. Pero al margen de los instrumentos en negociación, pueden vislumbrarse dos efectos inmediatos: la digitalización de toda actividad laboral que no requiera presencia física{1}; y la ruptura de la cadenas globales de valor, en favor una relocalización productiva (precisemos: relativa, y a escala regionalizada) que evite la supeditación en el acceso a productos básicos (caso del suministro de las mascarillas). El intervencionismo estatal, acaso incluso el capitalismo de Estado, está de vuelta.

Pasando al plano cultural, cabe preguntarse hasta qué punto el “distanciamiento social” (obligado a falta de vacuna) repercutirá sobre nuestros hábitos y comportamientos. Dicho de otra forma: en qué medida la “nueva normalidad” se impondrá como “rutina victoriosa” (Bueno, 1996), tanto más a medida que la situación se prolongue. La misma lógica de la digitalización laboral se está abriendo paso en nuestra vida social y familiar, agudizando –de paso– dos corrientes iniciadas en el último lustro: la creciente prescripción de los algoritmos sobre nuestra conducta (las empresas tecnológicas van ganando), y una fractura social que segrega a los “perdedores de la globalización” (Milanovic, 2016) de una élite cosmopolita y urbana, ubicada cada vez más por encima de la mêlée.

Este punto es de particular interés puesto que afecta de plano a la clase media europea, en trance de desaparición y a la que esta crisis podría dar el golpe de gracia. O, quizá en sentido contrario, incentivar hasta extremos subversivos. Si, según la tesis de C. Guilluy (2019), el discurso progresista de las élites se ha hecho irrelevante entre las capas en declive, no parece que la retórica institucional de un nuevo “contrato social” vaya a calar. Y tanto menos cuanto mayor sea el desprecio cultural que se reserve a estos “paletos”. En efecto, es lo que ya ha sucedido en el mundo anglosajón, donde la contracultura reaccionaria adscrita a los valores securitarios ha minado la hegemonía mainstream del libertarismo del sesenta y ocho. Está por ver que esta propensión cuaje, si bien es previsible que el temor al futuro (sanitario y económico) refuerce actitudes conservadoras. La familia también estaría de regreso.

En fin, sobre los planos económico y cultural se alza el juego del poder político, condicionado por la rivalidad entre dos potencias hoy “centrípetas”, pero que por su magnitud no pueden dejar de influir sobre el resto. Aunque sus formas de gobierno no traten de imponerse globalmente, su ascendencia alienta bien un tecno-autoritarismo vigilante, bien un individualismo posesivo (Macpherson, 2005) que se disfraza de populismo para ganar elecciones. Resultado anticipado: aceleración de las tendencias, orientadas hacia una especie de “desoccidentalización del mundo” (no solo China, sino Singapur, Corea del Sur o Japón aparecen fortalecidas), sin que pueda desestimarse una escalada de la tensión hasta el “caos global” o, por el contrario, una recomposición perfeccionada del orden multilateral (solo viable, y si acaso, con la derrota en noviembre de Trump). Mucho dependerá de la llegada de una medicación que detenga al virus{2}, cuyo impacto –al correr de los años– quizá caiga en el mismo olvido que la gripe de 1957 (González Férriz, 2020). No lo parece. Pero tampoco que el “cisne negro” sea tan grande.

Ahora bien, tampoco vendría mal alterar nuestro prisma histórico, deprenderse de la “futurología” y recuperar esa concepción cíclica, de auge y caída, a la que sociedades y organismos estamos sujetos. Puede que ello templase los ánimos que quienes se deleitan anhelando un mundo hobbesiano, de perpetúo “estado de excepción”, donde al fin un soberano pone orden. Repárese que, lejos de lo que pensaba C. Schmitt, el “estado de naturaleza” constituye una hipótesis previa al establecimiento de Estado, esto es, una ficción inherentemente apolítica por más que el jurista sostuviese lo contrario. Retornar a Hobbes, por cierto, también implica no desgastar el significado del “contractualismo”, en tanto fundamentación racional del poder como punto de partida político. Insistir en su renovación puede invitar al descrédito de la razón.

Entretanto, España aguarda una caída del 8% del PIB, y una tasa de paro superior al 20% (FMI, 2020), ante un panorama en el que el turismo va a quedar seriamente herido. Mientras, la composición de su gobierno no parece que puede generar un grado de credibilidad óptimo para solicitar préstamos. Cuando se acude a los mercados, el problema no radica tanto en el monto, cuanto en despertar la suficiente confianza para que se dé por descontada la devolución de la deuda. De ahí la agilidad con la que el Banco de Inglaterra ha podido comprar deuda pública por valor de 700.000 millones de euros. Ofrecer una imagen sólida de país fiable resulta imprescindible. Por su parte, el respaldo europeo, inicialmente confuso, parece que finalmente llegará no por medio de los “eurobonos” (mutualizando la deuda), sino con el aval del Banco Central Europeo y la ampliación presupuestaria del Marco Financiero Plurianual, que solo entrará en vigor en 2021. No resulta verosímil, de cualquier manera, que no se exijan contrapartidas (vg.: un mercado laboral en línea con el de los países del norte), toda vez que en los últimos años se ha desatendido la corrección de déficit.{3}

Por lo demás, la crisis ha desvelado una severa disfuncionalidad de la distribución territorial del poder, a lo que se agregan los problemas arrastrados del pasado: suicidio demográfico, nulo consenso educativo, extrema dependencia energética del exterior, etc. Como ocurre desde hace años, más que influir internacionalmente, España se ve influida por un entorno que no controla (Lamo, 2012). No obstante, a lo mejor la gravedad del momento pueda contribuir a erradicar de la agenda política la proliferación de frivolidades que la habían nutrido (referentes a la “guerra cultural”). Con todo, quizá por falta de perspectiva (en este caso espacial, más que temporal), nos resulte más complicado perfilar el derrotero que seguirá España, que definir las tendencias globales de un porvenir revenido.

30 de abril de 2020

Bibliografía

Bueno, G. (1996): El sentido de la vida, Pentalfa, Oviedo.

de Molina, L. (2007): Concordia del libre arbitrio con los dones de la gracia y con la presciencia, providencia, predestinación y reprobación divinas, Oviedo, Biblioteca Filosofía en Español, Fundación Gustavo Bueno.

FMI (2020): “World Economic Outlook: The Great Lockdown”, Washington D.C. (abril).

García-Herrero, A. (2019): “From globalization to deglobalization: zooming into trade”, Revista Economistas nº 165.

González Férriz, R. (2020): “La extraña venta de oportunidad”, Política exterior (13/04/2020).

Gray, J (2020): “Why this crisis is a turning point in history”, New Statesman (1 de abril).

Guilluy, C. (2019): No society, Madrid, Taurus.

Lamo de Espinosa, E. (2012): España y el nuevo “Nuevo Mundo”, Madrid, Colegio Libre de Eméritos.

Macpherson, C.B. (2005): La teoría política del individualismo posesivo, Madrid, Trotta.

Milanovic, B. (2016): Global inequality, Cambridge, Harvard University Press.

Ortega, A. (2020): “Coronavirus: tendencias y paisajes para el día después”, ARI 41, Real Instituto Elcano.

Zuboff, S. (2019): The Age of Surveillance Capitalism, Public Affairs.

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{1} Posiblemente, en los que se supone en lo que representa un ejemplo de “histéresis”, el teletrabajo haya llegado para quedarse (Ortega, 2020).

{2} Un enemigo, más que “circular”, “radial” o “angular”, según se considere animal o no, tal y como sugiere “@librosdeholanda”: https://twitter.com/librosdeholanda/status/1240385250380984322.

{3} Sí que es verosímil, en cambio, que ello avive el anti-europeísmo, y que a la estructura política de la Unión le espere el destino que le augura J. Gray: “Si la Unión Europea sobrevive, puede que se parezca al Sacro Imperio Romano en sus años finales, un fantasma que subsiste durante generaciones mientras el poder se ejerce en otro lugar” (2020).

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