El CatoblepasSeparata de la revista El Catoblepas • ISSN 1579-3974
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El Catoblepas · número 191 · primavera 2020 · página 40
Artículos

Los besugos y la negligencia del Gobierno en la gestión del Coronavirus

Antonio Sánchez Martínez

La atención como armadura causal en los contextos determinantes ligados a la conducta proléptica

besugos

Cuando se dice “tienes la memoria de un pez”, en realidad se quiere decir “pones la misma atención que un pez”. Seguramente por eso los peces (posibles presas de depredadores) tengan los ojos tan grandes (en relación a su cerebro), porque en un medio acuoso la vista es un sentido muy eficaz para percibir a los cazadores.

La atención es fundamental en la desconexión de unas prolepsis o cadenas causales (contextos determinantes o “armaduras”) respecto a otras. Con una atención continua en una tarea determinada las posibles presas estarían a merced de sus depredadores, por ejemplo cuando comen. Deben cambiar (desconectar) de contexto para poder sobrevivir (dejar de comer y empezar a vigilar, por ejemplo). Todo lo contrario que el conductor de un vehículo que tenga que estar pendiente de ejecutar su plan sin que se le “vaya el santo al cielo” con cualquier distracción, imprevista o no, “interna” o “externa”.

Véase al respecto “causalidad finita/causalidad infinita” en el Diccionario Filosófico de Pelayo García Sierra:

Es preciso, por tanto, si no se quiere disolver la propia causalidad finita, no ya iniciar el regressus ad infinitum para detenerlo en un punto ad hoc (la causa primera de los tomistas, con las dificultades consiguientes del concurso previo a las causas segundas) que comprometa su misma posibilidad causal sino evitar su iniciación, para lo cual habrá que incluir a X dentro de un contexto A tal (llamado “armadura de X”) que determine, no solamente la conexión de X con H sino también la desconexión de H con otros procesos del mundo que, sin embargo, sea principios suyos.

Los procesos de automatización de la conducción tienen que ver, justamente, con aquellos aspectos en los que se puede sustituir la percepción apotética humana, en un contexto determinado, por mecanismos paratéticos o mecánicos, por ejemplo para captar el borde de la carretera, vehículos cercanos, objetos “imprevistos”, y que permiten una cierta relajación de la atención del conductor (como la que precisa el pez para seguir comiendo y no ser devorado).

La frase de cabecera mencionada es tan simple como la, también muy repetida por todo tipo de personajes supuestamente expertos en la materia, que pretende que “sólo usamos el 10% de nuestro cerebro”, de las neuronas del mismo. Seguramente dicha afirmación tenga que ver con este mismo proceso de “atención” del que estamos hablando, por lo que en una actividad concreta (armadura) no es preciso que intervengan todas las “zonas” cerebrales. Pero si sólo usásemos el 10% de nuestro potencial, no se entiende que “la cabeza eche chispas (incluso literalmente)” en muchas ocasiones de trabajo (“intelectual”) intenso.

Suponiendo que la conducta del Gobierno en el inicio de la crisis del Coronavirus fuese negligente (imprudente), seguramente lo fue porque desvió su atención del contexto determinante que precisaba la pandemia (conductas centradas en la adecuada información sobre lo que ocurría en otros países, compra de material, precauciones sobre distanciamiento social, o posible declaración del estado de alarma –lo antes posible– para evitar la propagación exponencial de la epidemia y el colapso de los hospitales, con el consiguiente aumento del número de víctimas por insuficiente “atención” médica).

Dicho desvío lo causaría (responsabilidad) su distracción con otros asuntos (celebración del día de la mujer –en el que les iba la vida–) o su concatenación (que también desviaría su atención) con otras prioridades determinantes (las seguras consecuencias económicas de la declaración del estado de alarma, y la “creencia” –fundada en apariencias engañosas- de que su retraso no perjudicaría en exceso a dicha economía y/o no colapsaría los hospitales). Pero la experiencia de otras regiones ya indicaba que cuanto antes se tomasen medidas, mejor se podría controlar la epidemia. La declaración del estado de alarma se hizo inevitable (no sabemos si el Gobierno lo planificó tal cual, pues habría que probarlo con documentos, testigos, etc., aunque ya hay alguna prueba “verosímil” al respecto: la destitución del responsable policial de prevención de riesgos laborales, José Antonio Nieto) cuando la epidemia se hizo incontrolable con otros medios (distanciamiento social y uso de mascarillas fundamentalmente). Aunque hay muchos aspectos desconocidos de esta pandemia, parece evidente, en comparación con otros países que lo están haciendo mucho mejor, que en España estaríamos pagando (como un castigo bíblico de un Dios, si no vengativo, al menos prepotente) las consecuencias de la falta de visión de un Gobierno que se nos antoja no menos arrogante, efebocrático.

Y es que los gestores de la crisis ni siquiera aconsejaban el uso de las mascarillas (aunque fueran caseras) cuando la epidemia estaba en su apogeo, más bien desincentivaban su uso. ¿Cómo calificar esta conducta? Sin entrar en otros detalles de su gestión en esta crisis, ni en la posible tipificación penal de la misma, ¿no sería su comportamiento más irracional y estúpido que el de los besugos?

Domingo, 3 de mayo de 2020.

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