El Catoblepas · número 192 · verano 2020 · página 11
Crisis demográfica europea, feminismo y decadencia de Occidente
Martín López Corredoira
Un mundo en que unos crecen y otros decrecen poblacionalmente está abocado a grandes flujos migratorios de hordas bárbaras
Crisis demográfica en Europa
Supongo que no hace falta contar a los lectores de este artículo a qué se refiere uno con la expresión crisis demográfica en nuestro continente. Las cifras estadísticas son bien conocidas por todos: básicamente una tasa promedio de natalidad bastante por debajo de la tasa de reemplazo en las naciones del viejo continente, a excepción de Francia y algún otro país menor. Las consecuencias que a medio-largo plazo puede traer han sido múltiples veces objeto de análisis, mayormente catastrofistas, sobre todo en lo que refiere al tema económico y el mantenimiento del sistema de pensiones y otros beneficios del Estado de bienestar. Si bien algunas voces han sugerido algún tipo de solución para el problema, ya sea en términos de promoción de la natalidad o de llegadas de hordas masivas de inmigrantes o algún otro apaño, la crisis revela en sí un agotamiento vital de Europa, un envejecimiento no sólo en la media de edad de su población sino en su espíritu colectivo; un declive de las fuerzas vitales del pueblo o pueblos que componen el mapa europeo. Un síntoma que bien se puede asociar al agotamiento de una civilización.
No es la baja natalidad una cuestión de descerebrados. Hay una anticorrelación entre lo avanzado y próspero de una sociedad y su crecimiento demográfico. Hay excepciones de la regla, claro, y existen muchos otros factores culturales, pero el promedio estadístico habla claramente de algún tipo de relación no aleatoria. Europa es un claro exponente de la civilización más avanzada y de altos estándares en el nivel de vida, y quizá por eso están muchas de sus naciones entre los primeros puestos en el ranking de países con más baja natalidad. Hemos de ver pues elementos positivos en este fenómeno sociológico: la calidad de vida aumenta en las familias con pocos o ningún hijo, la educación de los vástagos es más esmerada, aumenta la libertad de los individuos para poder dedicarse a otros menesteres que no sean la crianza de hijos. Incluso a muy largo plazo pueden verse algunas ventajas para la sociedad en general: ciudades menos pobladas, naciones con grandes espacios vacíos son privilegios de una población moderada. ¿No sería acaso una ventaja vivir en una Europa con la población de hace unos tres siglos, unos cien millones de personas? Al menos, dispondríamos de más espacio para cada individuo. No obstante, las fuerzas productivas también serían menores y las transiciones intergeneracionales antes de llegar a una estabilización demográfica supondrían una población envejecida durante largo tiempo, con los consiguientes problemas.
Con todo, las mayores amenazas a las que se enfrenta nuestro continente debido a la baja población son otras, y ya se atisba en ciernes cuál va a ser el destino de nuestro continente: ser receptáculo migratorio de grandes hordas de bárbaros de otras regiones del globo que no han sabido contenerse reproductivamente y huyen de la miseria. Un mundo con una contención demográfica generalizada podría vivir en un equilibrio migratorio internacional, pero un mundo en que unos crecen y otros decrecen poblacionalmente está abocado a grandes flujos migratorios, donde en este caso Europa y otras regiones del mundo civilizado occidental se convertirán en pasto de unas masas hambrientas procedentes de países subdesarrollados que se abren paso por nuestro continente.
El debilitamiento de nuestra cultura{1}
La Historia no debe enmarcarse únicamente en el período después de la aparición de la escritura, sino que comienza antes, incluso antes de la aparición del hombre sobre la Tierra. La evolución ha sido una larga cadena de ensayos con sus éxitos y sus fracasos. Especies que parecía que iban a triunfar se extinguieron, y otras que no parecían gran cosa sobrevivieron, como esos pequeños mamíferos en la era de los grandes reptiles. La evolución no es un camino hacia la perfección en cuya cúspide está la especie humana. Más bien es un camino ciego donde mandan los criterios de adaptación, solo que adaptación y perfección no es lo mismo.
Actualmente se dice que prima la evolución cultural en el hombre sobre la evolución natural. Dicho así, resulta un poco confuso; da la impresión de que hay una separación de la especie humana del resto de la naturaleza, y no es así. Con evolución cultural hay que entender los matices particulares que caracterizan la evolución de nuestra especie. Dado que la evolución carece de propósitos, tales matices pueden originar cualquier resultado, incluso la supervivencia de los individuos débiles. Lo normal es que en una especie sobrevivan los más adaptados al entorno, y así sucede también en la evolución humana, pero en nuestro caso el entorno natural no-humano se confunde con el entorno humano artificial. La creación de civilizaciones inmensas come terreno a las selvas, bosques y montañas. Puede que algún día lo humano sea totalmente el entorno de lo humano. Siendo así, la adaptación ha de producirse con referencia a la propia especie: el ser humano se adapta al ser humano, aunque no debemos olvidar que también el ser humano es Naturaleza.
Un individuo humano tendrá mayores posibilidades de supervivencia cuanto más despierte los instintos compasivos de sus compañeros de especie. Esto genera un debilitamiento de la especie a largo plazo. Por paradójico que pueda parecer, la mejor adaptación al medio ambiente –en este caso la sociedad humana es el propio ambiente–puede originar debilitamiento y atrofia de funciones útiles. La estupenda intuición de Nietzsche ya daba cuenta en La voluntad de poderío de este fenómeno de aparente contradicción con el darwinismo:
“Nada me sorprende tanto, al lanzar una mirada sobre los grandes destinos de los hombres, como encontrar delante de mí lo contrario de lo que hoy ven Darwin y su escuela, o de lo que quieren ver: la selección a favor de los más fuertes, de los mejor logrados, el progreso de la especie. Precisamente es lo contrario lo que se toca con la mano: la supresión de los casos felices, la inutilización de los tipos mejor logrados, el inevitable gravitar de los tipos medios y hasta de los tipos inferiores a la medida […], los más fuertes y los más afortunados no son muchos cuando tienen en contra suya los instintos de rebaño, la pusilanimidad de los más débiles y la preponderancia del número”.
Sucede que la adaptación no tiene por qué coincidir con el fortalecimiento y la mejora; en algunos casos es motivo de atrofia de miembros al ser éstos inservibles. El darwinismo social de Herbert Spencer no parece del todo sostenible.
No solo la supervivencia influye, sino que también el ritmo de reproducción puede marcar diferencias notables a largo plazo en la evolución. Concretamente, en la especie humana sucede que hay una anticorrelación promedio entre el número de hijos y el coeficiente de inteligencia. El biólogo y premio Nobel de medicina Jacques Monod (1910-1976), en su obra Azar y necesidad (1970), señala que este hecho puede llevar a la larga a un decaimiento de la especie. La predicción de Monod puede ponerse en entredicho dado que la inteligencia no se transmite sólo por herencia genética, sino más bien por la educación; esto nos salva. Realmente hay interacciones entre genoma y ambiente muy complejas, de modo que no se deriva el ser humano ni del ADN ni del ambiente, sino de una combinación de ambos en interacción. En cualquier caso, tampoco va desencaminada su observación, porque, aun dependiendo la inteligencia de la educación o la educación+genes y no de genes exclusivamente, si cada vez hubiera más gente inculta, y la incultura se transmitiera de padres a hijos,{2} entonces cada vez sería peor el nivel educativo y, por tanto, también el nivel medio de inteligencia decaería, lo que propiciaría que decreciera en promedio la agudeza mental de la especie.
Esto nos lleva al problema del racismo y la xenofobia. Por ejemplo, en algunos países europeos hay actualmente un crecimiento nulo o negativo, si prescindimos de los inmigrantes, mientras que en muchos países subdesarrollados ocurre lo contrario. Ésta es una de las causas que potencia la emigración de los países pobres a los ricos: sobra gente de un lado y falta del otro. De seguir esto así, Europa tendrá cada vez menos individuos autóctonos de varias generaciones y se llenará de inmigrantes o descendientes de los mismos. Las personas que llegan a este país provienen de culturas más atrasadas, son individuos con menor formación y previsiblemente engendrarán y educarán un linaje con menor coeficiente intelectual promedio, con lo que cabe esperar una barbarización y un decaimiento progresivo de Europa.
¿Debe Europa, entonces, cerrar sus fronteras a los bárbaros y potenciar el crecimiento de los nativos? ¿Está justificada la xenofobia? Mi opinión es que no merece la pena oponerse al destino, ya que éste nos vencerá de uno u otro modo. Podría volver a ocurrir algo similar a lo que ocurrió en la caída del imperio romano de occidente con la llegada de los bárbaros del norte, ¿y qué? Si no rompe la nave por un lado romperá por otro. Por mucha agua que achiquemos con los cubos, seguirá entrando el mar de la nada por las muchas fisuras que se han creado en la vieja embarcación. El viejo continente está ya demasiado viejo.
Con frecuencia los soñadores hablan de la recuperación de la fuerza de una nación, de una cultura, capaz de hacer frente a la invasión bárbara que nos amenaza, pero la Historia no escucha y sigue su paso. Hechos como la inmigración masiva, que nuestro débil espíritu no nos permite detener, nos muestran que no hay fuerza para defender una identidad europea.
Hay no obstante un punto de vista más positivo, y es el pensar que los hombres, cualesquiera que sean sus orígenes étnicos, volverán algún día a resurgir de entre las cenizas. La parte biológica no se está viendo realmente afectada, y el hecho de que haya migraciones no parece que vaya a debilitar el gen de la especie humana. Ciertamente, las razas en cuanto a color de piel no tienen demasiada importancia. Muchos expertos opinan que ni siquiera tiene sentido hablar de razas biológicas, aunque persiste el debate al respecto. Es la cultura la que se debilita, pero podría renacer con más fuerza en una futura primavera de la humanidad.
La Historia se repite de nuevo:
“Examina la historia de todos los pueblos, y sacarás que toda nación se ha establecido por la austeridad de costumbres. En este estado de fuerza se ha aumentado, de este aumento ha venido la abundancia, de esta abundancia se ha producido el lujo, de este lujo se ha seguido la afeminación, de esta afeminación ha nacido la flaqueza, de la flaqueza ha dimanado su ruina” (José de Cadalso, Cartas marruecas [novela]).
Las culturas nacen y decaen: no es una observación exclusivamente de La decadencia de occidente de Oswald Spengler.{3} Giambattista Vico en su obra Principios de Ciencia Nueva del siglo XVII ya había sacado provecho a tal idea. El decadentismo fue también una corriente artística, filosófica y literaria durante las dos últimas décadas del siglo XIX, originada en Francia primero y luego extendida a otras naciones occidentales, que se jactaba de estar al final de una gran época, como le sucediera al imperio romano occidental antes de su caída. Sin embargo, en la primera década del siglo XX ya no se hablaba más de decadencia, a pesar de que los acontecimientos externos seguían siendo tan deplorables como antes.
En contraste con la idea de auroras y crepúsculos en una cultura, está también extendida la idea de que todas las épocas son igualmente importantes, que no hay subidas ni bajadas en una civilización, que nuestra época es tan importante como las anteriores, que la gente que habla sobre épocas mejores en el pasado son unos nostálgicos que no se adaptan a los tiempos presentes. Esta idea aparece ilustrada por ejemplo en la película del director Woody Allen (1935) Midnight in Paris (2011), que concluye que no hay épocas doradas y que ver el pasado mejor que el presente es sólo un mecanismo psicológico que no ofrece una representación objetiva de la realidad. Ésta es una idea relativista con la que no estoy de acuerdo. Ciertamente, hay muchos sesgos en la evaluación de qué época es la mejor dentro de un ámbito dado, pero también es cierto que la decadencia es un hecho en algunas épocas de algunas civilizaciones más allá de impresiones subjetivas. Seguramente, había a mediados del s. V en Roma individuos que pensaban que el imperio romano había sido mejor en épocas precedentes, tanto política como culturalmente, y tenían razón. El declive y caída del imperio romano de occidente y la cultura clásica se dieron de hecho. Tampoco es un capricho denominar Renacimiento al glorioso amanecer de la cultura clásica del siglo XV. En la película de Woody Allen, un escritor contemporáneo pensaba que la mejor época para el arte en París era la década de los 20, mientras que algunas personas viviendo en los años 20 pensaban que la época gloriosa del arte en París era la segunda mitad del siglo XIX, mientras que los que vivían en esta última época pensaban que lo mejor había quedado atrás, y así sucesivamente. Esto significa que siempre habrá nostálgicos mirando al pasado como una época dorada, pero también significa que la gloria del arte ha estado decayendo durante más de un siglo. El imperio romano de occidente estuvo en decadencia durante tres siglos antes de dar el batacazo final, e igualmente puede suceder con otros periodos de declive.
Medidas pronatalistas o antinatalistas
La preocupación por la baja natalidad no sólo es propia de nuestros tiempos, sino que ya se daba en la antigüedad en civilizaciones avanzadas. En la antigua Roma, se dio una rápida caída de la natalidad que no pudo detener la legislación de la época sobre matrimonios y nacimientos lex de maritandis ordinibus, aprobada por Octavio Augusto en el año 18 a. C., que trataba de frenarla. Esta ley sobre ordenación o régimen del matrimonio pretendía ante todo combatir el celibato. Establecía beneficios para los casados y más aún para los que tuvieran descendencia, e implantó la obligatoriedad de dotar a las hijas. Los solteros no tenían derecho a ciertas sucesiones. Otra ley de esa época promulgada por el emperador con similares propósitos fue la lex Iulia de maritandis ordinibus, que limitaba los matrimonios entre diferentes clases sociales y castigaba a los célibes. También estableció que la herencia vacante, en caso de falta o inercia de los acreedores hereditarios, iría a la tesorería.
El emperador Octavio Augusto, sin duda, tenía una visión muy determinada del papel de la mujer en la sociedad, pero anteponía los intereses de Estado. Así lo puso de manifiesto en el año 18 a. C., cuando él mismo se presentó en el Senado y leyó entero un discurso pronunciado más de un siglo antes por el censor Quinto Metelo Macedónico. En él se decía: “Si nosotros, ¡oh Quirites [ciudadanos]!, pudiéramos vivir sin mujeres, ninguno de nosotros, sin duda, aceptaría el fastidio del matrimonio. Pero como la naturaleza ha querido que no se pueda vivir con las mujeres sin tener problemas, y también ha querido que no se pueda vivir sin ellas, es necesario que nos preocupemos por la tranquilidad perpetua, en lugar de hacerlo por el placer de corta duración”. La conclusión de Metelo era que los ciudadanos varones deberían guardarse de la influencia femenina, pero a la vez deberían casarse y tener con sus esposas numerosa descendencia para así reforzar el poder de la ciudad.
Octavio pretendía restaurar la moral romana, corrompida por la lujuria y las guerras civiles. Sin embargo, no logró incrementar o solo muy ligeramente la tasa de matrimonios o la de nacimientos.{4} El imperio tampoco se hundiría con ello en tal momento histórico, pues contaba con esclavos en abundancia con alto nivel de fecundidad que resolvían el problema de la producción, así como los terrenos que iba conquistando y absorbiendo. Si bien, la pirámide social se deformaría con pocos romanos libres en la cúspide y muchos ciudadanos de segunda. Cuando dejó de expandirse como imperio, empezó su decadencia imparable que se extendería durante tres siglos, como remarca Edward Gibbon en su célebre Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano.
Hasta nuestros tiempos llegan los sermones pronatalistas, hoy más bien concentrados en sectores políticamente conservadores y/o ligados a la religión cristiana en occidente, u otras creencias en otras regiones del globo. La mayor extensión de creencias religiosas entre las clases bajas y menos formadas fortalece el vínculo natalidad y pobreza, por lo cual el declive demográfico europeo afecta más a las clases con mayores niveles de formación. Ya Malthus se había dado cuenta de que los pobres se multiplicaban más, presas del instinto de reproducción, aun en condiciones de miseria, entre otras cosas por su irresponsabilidad. No obstante, hay una exhortación al “tened hijos”{5} que va asociada a una visión lúcida y pesimista del presente actual en el que se ve con claridad que todas nuestras ideologías y derechos humanos y demás paparruchas no servirán de mucho en un futuro cercano o ya presente en el que las hordas invasoras se están haciendo con el planeta.
Hay también corrientes de pensamiento antinatalista en nuestra sociedad. Algún autor dentro del mundo de la filosofía ha llegado a hacer una apología antinatalista.{6} No es algo exclusivo y nuevo de la época actual recomendar la abstinencia de procrear, pero sí lo son sus posibilidades técnicas, que permiten planificaciones familiares que en otra época no eran posibles, con la vasectomía o ligadura de trompas como paradigma de la salvación, simbolizando la apuesta por una decisión sin vacilaciones.
Dinks (acrónimo del ingles “Double-income, no kids”) es un neologismo referente a las parejas que deciden renunciar a tener hijos para poder dedicarse exclusivamente a sus carreras laborales y vivir más holgados, al disponer de un doble sueldo y ningún hijo que mantener ni al que dedicar su tiempo libre. También hay individuos que quieren tener una vida alejada del bullicio infantil para dedicarse a altas tareas intelectuales, o de la independencia económica y social que implica el no tener personas a cargo.
El ambientalismo y el pánico ante una superpoblación mundial en un mundo con recursos limitados son también razones teóricas para abogar por un descenso de la población. Si en otra época se ha visto el aumento de población como un bien deseado y no había una conciencia generalizada de superpoblación, hoy, con una población mundial de unos 7,5 miles de millones de personas (alrededor de 4,5 veces la población mundial en 1900), la conciencia de haber demasiados individuos en el planeta se ha extendido con mayor amplitud. La barrera la han marcado y la seguirán marcando los límites malthusianos, debidos al límite de recursos alimenticios u otros necesarios para la supervivencia de los individuos, pero también los mayores estándares requeridos en la calidad de vida. No traer hijos al mundo es evitar mayor sufrimiento y desengaño. Somos cada vez más conscientes de que, para que nuestros hijos tengan una calidad de vida aceptable, deben ser pocos los vástagos, pues no llega nuestro planeta para proveer de bienes necesarios a la vida burguesa de todos sus componentes. Esta visión, unida a los medios técnicos que permiten el control de natalidad, ha hecho posible la expansión del pensamiento antinatalista.
El antinatalismo se impone en nuestra sociedad occidental actual. Como en los tiempos de Octavio, se intenta promover la natalidad, pero los incentivos fiscales no llegan para convencer a la población. Las mujeres no acaban de convencerse de las bondades de la maternidad múltiple, educadas como han sido en la idea de que el triunfo laboral es el bien supremo de todo ser humano, y que serían ciudadanos de segunda si se abandonan a sus deseos maternales renunciando a sus trabajos. Por otra parte, los hombres (masculinos) son conscientes de los peligros de la mujer “liberada” actual, y recela de la carga de trabajo adicional en la crianza compartida, además de la instabilidad de los actuales matrimonios o parejas que convierte el tener hijos en potenciales cargas de padres divorciados pagando pensiones para la manutención de la descendencia alejada. Ciertamente, el cambio de modelo de relaciones genera desconfianza por ambas partes. A ello hay que añadir que los hijos, que en otro tiempo eran un bien y un empuje para el bienestar material de las familias por la ayuda que podrían prestar a lo largo de sus vidas, hoy son más bien un lastre, y tener el doble de hijos supone tener el doble de lastre sin que se vean las ventajas materiales a los padres, los cuales tampoco van a depender de los hijos en su senectud porque esperan que el Estado los ampare. No son los individuos los culpables, los cuales se mueven como átomos en un potencial de fuerzas varias entre la búsqueda de su bienestar y sus instintos, sino la estructura social la que falla, y no parece que vayan a tener la políticas pronatalistas éxito si no cambian la organización y los modos de producción y distribución de riquezas.
Descenso de la inteligencia
Un hecho destacable de nuestro tiempo es que la inteligencia promedio está en declive en las naciones occidentales, fenómeno constatable por las medidas del decremento promedio del coeficiente de inteligencia en el último medio siglo,{7} y más constatable aún si cabe por la más que notable creciente estupidez de la humanidad palpable en todos y cada uno de sus expresiones: política, cultura, arte, ciencia, educación o en manifestaciones de nuestra sociedad de cualquier índole. Cualquiera que haya sido maestro de escuela desde hace varias décadas sabe a lo que me refiero. No obstante, no es fácil discernir si la caída de inteligencia se debe más bien a factores externos, ambientales o educativos, o si hay algo biológicamente innato en la caída de la inteligencia. Los programas educativos y los cambios de hábitos culturales han pasado en una o dos generaciones de la lectura de libros y una televisión con amplios contenidos culturales a la juventud que no lee y se pasa el día embobada escribiendo y leyendo textos cortos en el ordenador o con el teléfono móvil y vive inmersa en una continua bazofia de programas en la televisión o la peor aún producción de youtubers e influencers. Probablemente, algo de nuestro creciente alelamiento venga de los factores educativos y culturales en declive. Ciertamente, igual que el efecto Flynn explica por qué la inteligencia creció en países con creciente escolarización y formación académica a mediados del siglo XX, también puede explicar por qué ahora decrece al haberse estancado la proporción de población universitaria y haber caído el nivel de exigencia en los planes de estudios. Se apunta también a otros factores ambientales externos, como la nutrición o a la presencia de substancias nocivas que interactúan con el cuerpo y pueden afectar a las capacidades cerebrales cognitivas. Se han buscado explicaciones en términos de factores genéticos y de selección cultural.
Algunos investigadores{8} poco políticamente correctos se han atrevido a ir más allá, y señalaron como posibles causas del descenso de la inteligencia a los anticonceptivos, el feminismo, la riqueza y la inmigración, junto con una mayor esperanza de vida provocada por el desarrollo de la medicina. La solución, en su opinión, consiste en que los más inteligentes tengan más hijos. Explícitamente o implícitamente, lo que estos investigadores están diciendo es que la selección de población es importante en el desarrollo de la inteligencia además de los factores ambientales, dado que parte de la inteligencia es hereditaria. Dicho de modo más tosco: si dejamos que los menos desarrollados intelectualmente tengan más hijos y viceversa, la consecuencia lógica es una caída del promedio de la inteligencia. Dado que los anticonceptivos son más usados por individuos con formación alta, y dado que los inmigrantes tienen en promedio menos formación que los autóctonos europeas de varias generaciones, ¿qué esperábamos si no?
Realmente, el tema es peliagudo, porque inmediatamente las posiciones políticamente correctas tacharán tal discurso de racista o xenófobo o supremacista, y de ahí se saltará al tema de la eugenesia, y tirando del hilo de la historia acabaremos hablando de los nazis y las cámaras de gas o del exterminio masivo de grupos no predilectos. Hay un nerviosismo paranoico en esa clase pseudointelectual actual que la hace evitar este tipo de temáticas como por acto reflejo, como si tocara el fuego su piel. No obstante, el tema de la inteligencia en los distintos grupos humanos es algo que se puede tratar como cualquier otro desde un punto de vista científico, con todas las imperfecciones que tengan las ciencias o saberes humanistas que lo tratan.
Estudios de máximas autoridades de la materia de hace unos 40-50 años como el Ambiente, herencia e inteligencia de Arthur R. Jensen (1923-2012), o Raza, inteligencia y educación de Hans J. Eysenck (1916-1997) indicaban a las claras que hay diferencias “promedio” en los resultados de los tests de coeficiente de inteligencia en distintos grupos humanos, y se abogaba por una importante componente de herencia genética en esas diferencias. No era arbitraria tal interpretación; se daban diversidad de argumentos para argumentar que la componente cultural, que indudablemente marca diferencias en los resultados de los tests, puede ser tenida en cuenta y descontada, y que queda un fondo puramente hereditario biológicamente con diferencias netas entre grupos humanos de distinto origen étnico. ¿Racismo? No necesariamente debe considerarse tal. De hecho Eysenck dice en el epílogo de su obra algunas palabras que bien pueden calificarse de antirracistas: “La segregación continuada de los negros en Estados Unidos, las restricciones aún prevalente en su empleo y adelanto y el prejuicio ampliamente extendido contra su emancipación política son inexcusables y no obtienen ningún apoyo de los datos vistos en este libro”. ¿Racismo? No, hipótesis sacadas dentro de la investigación libre de la verdad; libertad de investigación que pocas décadas después se vería reprimida, amenazada por un orden mundial hegemónico de valores políticos en boga que pretenden imponerse a los resultados científicos empíricos con amenazas de envío al ostracismo a quien se oponga a tales valores. Así, multitud de estudios de la década de 1990 y posteriores se hartaron de decir que todos esos análisis de la inteligencia estaban necesariamente sesgados y que toda diferencia (diferencias que no se han podido negar, pues los experimentos y tests tozudamente han seguido dando los mismos resultados) era puramente del entorno cultural. Decir lo contrario, es jugarse la vida académica, como le sucedió al premio Nobel de Medicina James D. Watson (1928- ), codescubridor de la estructura del ADN, que por insistir en su tesis genetista ha sido expulsado de múltiples universidades y repudiado por la mayoría de sus colegas, teniendo incluso que subastar la medalla de oro del premio Nobel para compensar la caída de sus ingresos.{9} Ésta es la ciencia antropológica, psicológica y sociológica de nuestro tiempo: el político dice “yo digo lo que es el ser humano de acorde a mi ideario político, y tú científico debes buscar los argumentos que soporten ese ideario; no hay más verdad que la del poder y el dinero”. Ya lo advertía de hecho Eysenck al final de su obra Raza, inteligencia y educación: “Los hábitos de declarar o esconder la verdad se adquieren rápidamente y puede ser difícil cambiarlos; adoctrinemos a nuestros científicos sociales con la noción de que deben permanecer quietos cuando la verdad parezca ser tal que pueda ser falsificada por personas mal intencionadas para servir sus propios fines, y estaremos haciendo el primer paso para convertirlos de científicos en políticos".
¿Tienen razón Jensen, Eysenck o Watson en este tema de las diferencias de inteligencia en distintos grupos humanos? No lo sé, no soy un especialista en el tema, y por tanto me abstengo de defender las ideas de unos o de los contrarios. Si bien, sí me parece que es defendible la libertad de opinión en este tema, y criticar las barbaridades que nuestra época se están haciendo contra tal. El debate sobre las interpretaciones de los tests de inteligencia todavía no ha llegado a su punto final y puede que tengan que pasar algunas generaciones más antes de poder concluir algo en firme sobre el tema de raza e inteligencia sin que haya una espada de Damocles amenazando con cortar cabezas en caso de no dar la respuesta deseada. Así pues, no podemos a día de hoy saber si las evidentes diferencias observadas tienen una componente genética o cultural dominantes, nuestros científicos expertos en el tema no pueden hablar sobre el tema libremente. No obstante, tampoco importa tanto saber cuál es la causa cuando el efecto es claro y lo que importa de cara a nuestro tema a discutir es si las migraciones humanas pueden cambiar las capacidades mentales promedio de los individuos.
Incluso si suponemos que es el entorno el mayor responsable del desarrollo de la inteligencia, incluso si apartamos de nuestras hipótesis de trabajo cualquier atisbo de causación en términos hereditarios biológicos, siempre hemos de tener en cuenta que la familia en la que crecen los individuos marca en buena medida el desarrollo de tales. Hay una relación entre pobreza y desarrollo de la inteligencia. Los niños de familias pobres tienen en promedio peores resultados en la escuela.{10} Claramente, el entorno familiar influye en el desarrollo intelectual. Es claro también que puede haber personas nacidas en una familia de analfabetos que alcancen un gran desarrollo intelectual, o viceversa, descerebrados hijos de grandes talentos. No obstante, estadísticamente hay una correlación entre pobreza y natalidad.{11} Siendo así, la inmigración, en gran medida compuesta por individuos de clase media-baja o baja, puede lastrar los resultados promedios en los desarrollos intelectuales de la población. El sueño del progresista sin embargo es pensar que esos individuos, una vez llegan a su nueva nación, se adaptarán al medio circundante, se integrarán, y con ello estos y en especial sus vástagos, al crecer en un entorno más estimulante intelectualmente, desarrollarán en promedio un inteligencia similar a la de los habitantes autóctonos. El sueño es bello, sí, la de un cosmopolitismo sin fronteras donde la igualdad se contagia como si de una enfermedad infecciosa se tratara. La realidad, sin embargo, la podemos comprobar en los países donde ha habido varias generaciones de descendientes de inmigrantes, como en Francia, y donde vemos que la integración no ha sido tal. Quizá, por el hecho de que Francia ha visto la invasión migratoria antes que otros países europeos, se da precisamente mayor natalidad en este país. En promedio, lo que se observa es que los hijos de pobres inmigrantes siguen siendo pobres, y desfasados a la hora de ocupar puestos de trabajo importantes. La pobreza engendra pobreza, engendra guetos apartados de los centros neurálgicos de una nación, y llenar una nación de pobres hambrientos procedentes de otras naciones contribuye a reducir en la nación el nivel intelectual de sus individuos. A ello hay que sumar que, en promedio, los inmigrantes de clase baja tienen mayor descendencia que la clase media o media-alta autóctona de una nación, con lo cual el factor es mayor aún. No se trata por tanto de apelar únicamente a la relación entre razas e inteligencia, sino de apelar más bien a la relación entre clase social e inteligencia. No iban por tanto tan desencaminados esos investigadores que señalaron la inmigración dentro de la lista de factores que contribuyen al decrecimiento promedio de la inteligencia en una nación, así como en señalar el declive en las naciones ricas por el mero hecho de que sus clases acomodadas tienen menor descendencia y dejan paso con ello a la pujanza del bárbaro invasor. No obstante, como la historia ha demostrado tantas veces, esta debacle, al ser circunstancial, puede revertirse, y pueden potencialmente esos bárbaros de hoy convertirse en la cuna del resurgir humano en el mañana lejano.
Feminismo y decadencia
El feminismo fue también mencionado como un factor que favorece el declive de la especie en nuestras naciones europeas, y es que feminismo, feminización, calzonacería y la consiguiente debilitación van usualmente asociados. Además, las causas del movimiento en la actualidad pueden ser atribuidas a una simple búsqueda de privilegios extraordinarios por parte de un sector de la sociedad y no tanto a una reivindicación de lo justo,{12} debilitando así la fortaleza de los argumentos libertarios y equitativos en los que se ha constituido Europa, un continente que pierde energía en empresas nimias y deja de prestar atención a problemas muchos más acuciantes.
Nuevamente, la sola mención de la asociación del declive con las nuevas formas de vida laboral de las mujeres europeas trae polémica, como en el caso de las declaraciones del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke, al que se le echaron encima sus colegas políticos por decir algo del todo evidente: que hay menos hijos porque las mujeres se han incorporado masivamente al mercado laboral.{13} Ciertamente, el nerviosismo de los sectores políticos progresistas no les permite pensar con claridad, y no distinguen entre una valoración de cómo son las cosas y un imperativo de cómo debieran ser. Aquí no se está echando la culpa a nadie ni diciendo lo que tienen que hacer las mujeres, sino que simplemente se señala que la baja natalidad es una consecuencia lógica de la nueva ordenación del mercado laboral.
El auge del feminismo coincide con el declive de la civilización, y hay razones para pensar que se trata de algo más que una coincidencia. No obstante, no es que el feminismo sea la causa del declive, sino más bien un efecto, tal cual síntoma en la enfermedad del cuerpo social. Es el feminismo actual una pulsión psicológica irracional de rabia amplificada a escala social más que una ideología bien fundamentada en razones; es una queja de la mujer hacia el hombre derivada de múltiples factores y resentimientos, probablemente debidos a algún malestar derivado de frustraciones por no poder ser madres o no en el grado que calmaría su nerviosismo.{14} Ciertamente, las apariencias muestran un colectivo que reclama sus derechos laborales y señala con repudio a la maternidad prolongada como causa de todos los males de las mujeres. No sobra sin embargo decir que los seres humanos están movidos por muchas causas irracionales diferentes de las que promulgan sus palabras, y que tal desfase entre deseo y verbalización es mayor usualmente entre mujeres que entre hombres. Una sociedad que no es capaz de ver y entender que las palabras de las mujeres no se corresponden muchas veces con sus deseos y que se empeña en erigir como lemas absolutos un “no es no”, considerando a los individuos femeninos y su lenguaje como si fueran totalmente lógicos, es una sociedad de ignorantes y bien merece hundirse en el fango de su estupidez. De poco le ha servido a occidente tanta ciencia y tanta ingeniería si no ha entendido o se ha olvidado de preceptos básicos que cualquier otra sociedad desarrollada entiende mejor que nosotros.
Hay además que distinguir entre el movimiento que reclama unos derechos a las mujeres del que exhorta a las mujeres a adoptar formas de conducta propias de hombres, abandonando sus roles estructurales tradicionales, el mal-llamado orden patriarcal. Ambos movimientos, el igualitarista legal y el igualitarista biológico-conductual se confunden a día de hoy como uno solo, pero son bien diferentes sus contenidos y solamente cabe hablar aquí del segundo en referencia al descenso de la natalidad y la desestructuración de los núcleos familiares.
El papel de la mujer en el desarrollo de las civilizaciones ha sido esencial, tanto o más importante que el de los hombres. Puede decirse incluso que la feminidad es el resorte del cuerpo social, el esqueleto que da forma a sus estructuras, y cualquier alteración del mismo resulta fatal, tal cual osteoporosis que corroe los huesos y hace que un ser humano no se pueda sostener en pie. No se trata solo de su función reproductora, sino también de su función estabilizadora, cuidadora, educadora, moralizante. Solo un pensamiento decadente como el actual es capaz de ver históricamente el rol femenino como secundario. Es propio del absurdo de nuestros tiempos ver como un sometimiento esclavista al privilegio de poder engendrar vida y poder dedicarse a ello por voluntad propia. Es como si considerásemos a las abejas reinas en una colmena esclavizadas por las abejas zánganos y obreras.
Desde un punto de vista antropológico y sociológico, importa la eficiencia en la organización global de una sociedad, y no tanto los sentimientos personales de “sentirse realizados” y otras frases de señorito o señorita de la vida moderna bajo el marco de una perspectiva individualista. El individualismo es positivo para el desarrollo de unos pocos individuos librepensadores, que gracias a su desapego al pensamiento de masas pueden impulsar a la sociedad a grandes desarrollos. Sin embargo, es un elemento disgregador de fuerza si se aplica a las turbas. Del mismo modo que no puede concebirse un ejército en el cual cada cual decida pelear con el enemigo según sus inclinaciones artísticas del día, tampoco cabe imaginar una sociedad que funcione eficientemente sin una coherencia y una dirección coordinada.
Los más optimistas defensores del liberalismo piensan que una sociedad de individuos libres en materia moral y económica termina por autorregularse por medio de la competencia, y el producto final es aún mejor y más eficiente que el obtenido por una planificación estatal. No entraremos a discutir aquí el liberalismo económico. Lo que sí parece evidente es que el producto final obtenido fruto de esa liberación individualista no está siendo todo lo eficiente en términos de evolutivos de nuestras sociedades. Y, en términos competitivos, otras sociedades se están mostrando más eficientes para el reemplazo generacional.
El igualitarismo biológico-conductual que defiende el modelo de mujer moderna que o bien no tiene hijos, o bien a los pocos meses de nacer sus hijos los deja en una guardería para poder irse a trabajar y no apearse del mercado laboral, es más un experimento de ingeniería social que un fruto del desarrollo instintivo en nuestra sociedad, con sus consecuentes desequilibrios y tensiones. La solución feminista de obligar al hombre a hacerse cargo total o parcialmente de la crianza de los vástagos tampoco parece que esté teniendo éxito. Fallan y fallarán estrepitosamente quienes piensan que el hombre masculino medio puede desarrollar instintos maternales como los de una mujer media. Además, parece incoherente promulgar la libertad de los individuos en materia de procreación y que luego el Estado trate de interferir obligando a unos a adoptar medidas que no salen de sus propios deseos.
Otras sociedades menos desnaturalizadas tienen más claro que basta dejar desarrollar los instintos para que la cosa funcione. El mundo futuro es de estas sociedades. El feminismo del igualitarismo biológico-conductual terminará sus días en un futuro no muy lejano, extinguiéndose tal cual especie con una mutación poco favorable, mientras las hordas bárbaras ganarán espacio, y con tal su perspectiva no-feminista vencerá. La “mujer de raza”, tal y como la denominaba Spengler, es decir, la mujer que vive por y para la procreación como fin último, vencerá en su silencio a la verborrea de la “mujer liberada”. Vendrán oleadas de mujeres inmigrantes, tendrán muchos hijos, una parte significativa con hombres autóctonos europeos, y estos se impondrán, por superioridad numérica y porque los pocos hijos autóctonos de occidente que quedarán en Europa, aun siendo superiores en promedio en estatus social y en formación intelectual, serán débiles para imponer su moral de señores, imbuidos en el reblandecimiento propio del buenismo de nuestros tiempos y de sus sueños de alianzas de civilizaciones. Son niños criados en la sobreprotección típica de las familias de un hijo único o casi único, que no han tenido nunca que esforzarse por nada y han vivido una larga época de pacifismo en una Europa sin guerras en la inocencia del que desconoce los peligros del invasor extranjero. Medio dormidos y medio idealistas de postín al estilo izquierdoso, esos pocos individuos de las futuras generaciones europeas serán muy probablemente absorbidos y dominados por las nuevas hordas invasoras. Cuando despierten será demasiado tarde, y tendrán que aceptar las reglas de una nueva sociedad donde otras visiones menos bobaliconas y más de raza serán impuestas por los nuevos amos.
“El paradigma del igualitarismo materialista dominante—una sociedad de consumo “democrático” para diez mil millones de hombres en el siglo XXI sin saqueo generalizado del medio ambiente—es una pura utopía” (Guillaume Faye, El arqueofuturismo).
Es de prever que el feminismo actual será recordado en un futuro como una debilidad de las sociedades en tiempos de decadencia. En una sociedad fuerte, habrá guerreros y habrá hembras que querrán cautivar la atención de esos guerreros para sobrevivir en un mundo peligroso y poder perpetuarse por medio de la descendencia. Nietzsche dice a través de su Zaratustra: “El hombre ha de ser educado para la guerra y la mujer para el descanso del guerrero, todo lo demás es tontería”. Es ésta una sentencia que ha sido clasificada como “misógina” o “machista” o similar, esas descalificaciones tan usuales entre quienes no quieren discutir un argumento relacionado con la feminidad o el feminismo y, en vez de argumentar en contra, se insulta con la intención de que quien pronuncia tales sentencias se calle de una vez y no moleste a los ofendiditos. Hay sin embargo cierta lucidez en algunas observaciones de Nietzsche y merece la pena meditarlas un poco antes de quitárselas de encima como quien sacude el polvo de la ropa. La frase mencionada no es tanto una observación sobre cómo son los hombres o las mujeres ni una comparación sobre sus capacidades, sino sobre qué le conviene a una sociedad para no hacerse débil.
Las leyes de la vida se impondrán nuevamente, como siempre se han impuesto en un planeta regido por la evolución de las especies y la selección natural. No se trata de que vaya a volver a revivir el darwinismo social como ideal de conducta humana, sino de que la vida está por encima de cualquier ideología y continuamente a lo largo de la historia vuelve a circular libre tal cual rio entre las montañas que se niega a moverse entre canales artificiales de ingenieros sociales. Las mujeres de raza volverán a establecer el dominio de su imperio, el que siempre ha estado en sus manos, el que gobierna la vida humana y el destino de una cultura. Lo otro, lo de la niña guerrera o lo del hombre afeminado, no tendrá más recorrido que rellenar huecos en el inventario de naturalezas humanas degeneradas, junto con eunucos u otras rarezas históricas.
La mujer de raza que ensalza Spengler en su La decadencia de occidente es la antítesis del modelo de mujer que el feminismo ensalza. Más allá de los números demográficos, es un trasunto de una estética fiel a los instintos prístinos de la vida. Las muchachas en la flor de la pubertad o temprana juventud ya se inclinan a seducir y se entregan a los varones que revolotean como mariposas de estambre en estambre. Del jardín de las pasiones germinan niños y la sociedad los acoge con orgullo. Mientras, el occidente actual se escandaliza de que muchachas de la edad de la Julieta shakesperiana tengan un corazón de mujer y fustiga a los hombres que las miran haciéndolos pasar por pedófilos abominables. Incluso pasados los veinte años, las muchachas jóvenes de nuestra Europa decadente se toman el juego sexual como un mero entretenimiento de discotecas de fines de semana, reprimiendo sus instintos maternales. A los 20 o 30 años, las mujeres y hombres de las sociedades fuertes ya son maduros y responsables padres de familias numerosas, mientras que en el decadente occidente actual a esas edades todavía están muchos de esos individuos viviendo con sus padres (en España; no tanto en otros países), o entreteniéndose con juegos, o estudiando no saben muy bien para qué o desorientados sin saber qué hacer con sus vidas, adoptando una actitud infantil tardía. La racionalidad castrante en una sociedad que piensa demasiado en su bienestar individual resulta un perjuicio para la especie. Una sociedad muy razonable, sí, pero muy muerta, como una máquina de cálculo que carece de los instintos de la vida.
En la cuasi-vejez renqueante de la fertilidad, comienzan algunas mujeres del decadente occidente actual a pensar en tener su primer hijo, después de haber dedicado su vida a medrar en la escala laboral y obtener un cierto grado de acomodamiento burgués, y tienen algunas, después de mucho esfuerzo y con ayudas de métodos artificiales de fecundación en clínicas en bastantes casos, su único hijo al que adoran, agasajan y consienten como a un dios menor, pero al que dejan medio-abandonado en una guardería a los pocos meses de nacer para seguir adorando al Dios principal del trabajo y el dinero. Con el tiempo se convertirá ese nuevo individuo nacido en parte de una generación más decadente aún que la de sus padres. ¡Patético espectáculo en el occidente de nuestros días! ¡Adiós hombre blanco europeo! ¡Adelante civilizaciones fuertes!
En otros casos, se tienen perritos o gatitos a los que poner lacitos y llevar a la peluquería o al veterinario cada vez que estornudan y prodigar cuidados como si fuesen bebés. Es un hecho que, a día de hoy en España, hay el doble de número de perros y gatos que de humanos menores de 14 años.{15} Otra patética muestra del infantilismo de nuestra inmadura sociedad.
No se quiere con ello decir que en una sociedad fuerte todo el mundo deba seguir la conducta estereotipada del hombre trabajador con compañera sexual en casa pariendo un montón de hijos para la patria. No, éste es el modelo de la plebe de las sociedades fuertes, es decir, para la mayoría de su población. Pero eso no quita de que en cualquier época exista una minoría de individuos que se abstraigan de las masas. En cualquier organización social, han existido figuras de hombres que se abstuvieron de tener hijos para dedicarse a labores más elevadas, religiosas o intelectuales; no importa que un 10 o 20% de los hombres se mantengan célibes y sin compromiso en empresas de crianza mientras el restante 80 o 90% cumpla con su cuota. Igualmente, es totalmente normal en una sociedad que haya un pequeño porcentaje de mujeres que se dediquen a desarrollar sus carreras profesionales, quizá un 10 o 20% de las mismas también, y no es ningún problema a escala social mientras el restante 80-90% de las mujeres se dediquen a tener hijos y a su crianza, labor bastante ardua de por sí si se quiere hacer bien para que puedan dedicarse a otros menesteres profesionales a tiempo completo. Siempre ha habido mujeres valiosas para actividades de la alta cultura, pero pocas y buenas es mejor que muchas y poco competitivas en sus puestos.{16} El problema surge en esta sociedad actual cuando todo individuo se cree el elegido entre los especiales, el problema es el narcisismo individualista llevado al extremo en el cual todo hombre se cree un sumo sacerdote emulando los movimientos del espíritu en una academia infecunda e infantil, o en el que toda mujer se crea estar entre las pocas mujeres especiales cuya dedicación profesional sea en esencia más importante que todo lo demás en su vida.
El declive de Europa
Hablar de declive de la hegemonía europea puede sonar rancio y asumido desde hace largo tiempo. Ciertamente, tras la Primera Guerra Mundial esa hegemonía ha entrado claramente en declive, y tras el final de la Segunda Guerra Mundial ha quedado claro que los nuevos amos del mundo ya no están en el viejo continente, sino en Estados Unidos o la antigua Unión Soviética o las nuevas China o Rusia. Sin embargo, los valores europeos han prevalecido como referentes, el espíritu de Europa sigue presente tanto aquí como en otros continentes. Lo que se está fraguando ahora o se avecina para un tiempo próximo es algo de mayor calado. Tal cual batacazo final del imperio romano de occidente, los bárbaros absorberán las lenguas y parte de la cultura europea, pero, salvo en unos pocos centros aislados, tal cual monasterios medievales, las estructuras culturales que articularon el pensamiento moderno europeo se verán diluidas en una amalgama de colores étnicos de muy diversos orígenes. Para entender a qué me refiero, basta observar entre los músicos callejeros cómo cada vez son más frecuentes las músicas de primitivo rítmico “tan-tan” africano, incluso interpretada por hombres blancos, en detrimento de un rico folklore melódico y polifónico occidental.
Los Estados Unidos de América, hijo predilecto de Europa, ya empiezan a verle las orejas al lobo. El optimismo de una potencia hegemónica por tiempo indefinido que se veía en la última década del siglo XX, tras el fin de la guerra fría y la caída de su archienemiga Unión Soviética, fue reflejado por ejemplo en ese bestseller norteamericano de pocas luces, El fin de la historia y el último hombre (1992) por Francis Fukuyama (1952-), profecía de un futuro feliz para la cultura occidental actual que marcó una corta época de intelectualoides de la geopolítica, donde la historia humana concebida como lucha entre ideologías había concluido, quedando como única opción un mundo basado en la política y economía de libre mercado del liberalismo democrático. Bastaron un par de pequeños disgustos en ese país en la primera década del siglo XXI, el atentado de las Torres Gemelas en Nueva York en 2001 y la crisis económica de 2008, para borrar esa sonrisa inocente de las caras de quienes se creyeron tal cuento. El mismo Francis Fukuyama, al ver propagarse el tsunami de la crisis, escribiría un artículo en Le Monde titulado “La caída de América, Inc.”{17} en 2008 donde rectificaba su opinión pasada, diagnosticando el fin del modelo americano, antes considerado para la eternidad.
Ese optimismo sobre el funcionamiento de nuestra civilización prediciendo un futuro más o menos feliz al ensimismado occidente sigue emergiendo periódicamente, promocionado muchas veces por los intereses del capital. Un ejemplo reciente que ha caído en mis manos lo he encontrado en la obra del historiador israelí Yuval Noah Harari (1976-) Homo Deus. Breve historia del mañana (2015), la cual plantea que el mundo ha superado o dejado como problemas menores las guerras, las hambrunas y las enfermedades infecciosas, abriéndose una nueva época en que la muerte prematura es algo anormal. También da por muerto el humanismo. Se plantea un futuro de ciencia ficción de sociedades hipertecnológicas en el que los big data son la nueva religión dominante. El libro me parece flojo, con algunos datos de interés pero pocas reflexiones que nos abran los ojos más allá de lo que ya sabemos. El autor es demasiado optimista para algunas cosas al pensar que ya no habrá guerras, enfermedades, hambre,… No ve venir los grandes cataclismos que matarán a millones de personas relacionados con los desastres ecológicos, las crisis económicas e incluso conflictos bélicos a nivel planetario. El hecho de que el libro haya sido publicado originalmente en hebreo en Israel, y que se haya convertido rápidamente en un bestseller mundial que uno puede encontrar hasta en los quioscos de los aeropuertos, me hace pensar que tiene el apoyo de ciertos lobbies judeo-neoliberales que simpatizan con las ideas de este autor porque hablan de un mundo feliz haciendo buena propaganda del sistema político actual en los países desarrollados.{18}
Supongo también que le habrá cogido a Harid por sorpresa el COVID-19, lo cual, al igual que hiciera Fukuyama ante la emergencia de crisis imprevistas, le ha empujado a replantearse algunos puntos de vista.{19} Algunos analistas piensan que el COVID-19 nos lleva a un mundo menos globalizado,{20} que es uno de los pilares en los que se asienta la riqueza de nuestras naciones, aunque más impermeable a las migraciones por los temores a los contagios de enfermedades infecciosas, lo que puede retrasar por unos años las invasiones bárbaras. La época del buenismo y de la solidaridad de los pueblos va dando lugar a un “sálvese quien pueda”, dentro incluso de la Unión Europea, lo que podría empujar a la larga a la disolución de tal unión.{21} En cualquier caso, sus efectos recesivos están limitados a 1-2 años, aunque no será ésta la última pandemia, sino probablemente la primera de entre muchas otras que llegarán en el futuro a lo largo de este siglo,{22} y sus consiguientes crisis económicas.
Europa ya ha despertado hace tiempo de la ilusión de ser una superpotencia económica, y no vive en el sueño norteamericano. Además, su industria y tecnología ya hace tiempo que no pueden competir con la asiática. No vive frustrada por ello, pero sí vive sumida en sus propias crisis de identidad y de valores europeizantes. Los ideales de una Europa unida la mueven un paso adelante y dos pasos hacia atrás. Algunos socios comunitarios miran con desdén a ese continente débil de niños-bien con sus infantiles monsergas progresistas, esa Europa “podrida de vegetarianos y ciclistas”.{23} Una sociedad en la que apenas hay jóvenes dispuestos a trabajar en el campo. La sociedad decadente ampara a unos desempleados que prefieren cobrar los subsidios estatales en vez de trabajar en faenas duras, y peligra la producción de bienes básicos sin la ayuda de mano de obra barata extranjera, como hemos visto recientemente en España en la etapa del confinamiento por el COVID-19.{24} Las máximas de mantener un Estado de bienestar con un mínimo de coberturas para todos sus ciudadanos también tienen los años contados. El buenismo a la europea que abre las puertas a un sinfín de inmigrantes ya le está pasando factura. El barco hace aguas, y cada vez las fisuras son mayores y las esperanzas de poder achicar toda el agua inundante menores.
“La palanca de esta manipulación, de la cual es víctima la ingenua burguesía intelectual y artística, es una hipertrofia monstruosa e irresponsable del ‘ama a tu prójimo como a ti mismo’, una apología de la debilidad, una desvirilización y una autoculpabilización patológicas. Es una subcultura de la emoción fácil, un culto del declive destinado a descerebrar las mentes europeas” (Guillaume Faye, El arqueofuturismo).
Quedan no obstante amplias fracciones de población en Europa ilusionadas con el resurgir del Fénix de sus cenizas. Partidos democráticos de inclinación conservadora y antiprogresista utilizan como argumento en sus campañas los desastres presentes y previsibles para el futuro a fin de alentar entre los ciudadanos a recuperar la gloria perdida, o como dice el lema del presidente Donald Trump de los Estados Unidos “hacer América grande de nuevo”. No se lo cree ni él, pero los seguidores del payaso, que son muchos, sí están dispuestos a creer con el corazón lo que no ven con los ojos. Igualmente, en Europa, surgen por doquier los ilusionados de la esperanza, los identitarios ciegos al sino globalizado de estos tiempos que sueñan despiertos en sus ideales quijotescos tal cual demente lector de libros de caballería de otros tiempos. Así, por ejemplo, termina Dominique Venner (1935-2013) su obra Europa y su destino. De ayer a mañana… (2010):
“…cómo podrá constituirse en Europa la aristocracia espiritual que Ortega deseaba de todo corazón. Una minoría de élite presente en todas las clases, imponiéndose unos deberes superiores, arrancando al pueblo de su pasividad y dándole una personalidad histórica que se apoye en el despertar activo de su memoria y de su identidad.”
Hermoso sueño, sí señor. El problema es cómo alcanzarlo. Ideales ensoñadores sobran a izquierda y derecha en este continente. Falta la fuerza vital que acompañe ese resurgimiento más allá de unas declamaciones poético-fascistas; y no menciono estos adjetivos en tono descalificatorio, no tengo yo nada contra lo poético y, aunque no comparto algunos principios, creo que hay en el fascismo elementos interesantes a tener en cuenta. Sin embargo, no suena muy creíble que esa aristocracia espiritual vaya a recuperar el timón de la embarcación europea, actualmente a la deriva.
Suenan también discursos conservadores próximos a una caduca tradición cristiana, como el que proclama el presidente de la Oswald Spengler Society for the Study of Humanity and World History David Engels en su obra ¿Qué hacer? Vivir con la decadencia de Europa (2019): “llamamiento a mis lectores a seguir siendo fieles a su creencia en el honor, la familia, lo divino– y en el amor por Europa, nuestra Europa…”, aconsejando a los ciudadanos abandonar las grandes ciudades, vivir en ciudades de provincias o en el campo, consumir productos locales o al menos europeos (proteccionismo), fundar una familia y dedicarse a la crianza de los hijos con valores cristianos tradicionales o respetuosos con los mismos. Tengo la impresión de que Spengler, nada cercano a una vida familiar y quien daba por muertos los valores cristianos ya hace un siglo, no estaría muy a gusto en esta sociedad que lleva su nombre.
Más razonable que las diversas propuestas identitarias es asumir el hundimiento y pensar en la reconstrucción de una Europa post-hundimiento.
Post-hundimiento
Viendo venir el final de nuestra forma de civilización con crisis financieras, contaminación incontrolada, hundimiento de sistemas educativos, estupidez general creciente, invasiones migratorias, etc., Gillaume Faye (1949-2019) en su obra El arqueofuturismo (1998) exhorta a prepararse para el mundo “postapocalíptico”, la nueva era de hierro y fuego: el arqueofuturismo, síntesis dialéctica de valores arcaicos (familia, espiritualidad, separación sexual de los roles, jerarquía,…) y la tecnología futurista, de principios apolíneos y dionisíacos. Aboga por una sociedad futura en que se divida la sociedad en dos grupos: uno mayoritario dedicado a una economía rural y artesanal pretécnica de subsistencia, ligado a religión primitiva y supersticiones; y una élite minoritaria que conserva el poder económico tecnocientífico, dentro de un agnosticismo pagano. Su método es el pensamiento radical: “Solamente es fecundo el pensamiento radical. Porque, solo puede él crear conceptos audaces que rompan el orden ideológico hegemónico y permitan salir del círculo vicioso de un sistema de civilización que está fracasando”. Su propuesta futurista tiene parte de utopía y parte de predicción fatalista, no es el futuro que todos desearíamos, sino uno de los posibles. La especulación sobre una futura civilización blanca eurorrusa a dos velocidades económicas e impermeable a las inmigraciones de otros pueblos es un proyecto político enmarcado en intereses y luchas de poder, fuera de discusiones filosóficas en el mundo de las ideas sobre la mejor sociedad posible.
Me parece una propuesta de gran lucidez y valentía. Por fin, en medio de tanta basura que se publica entre las hordas de pensadores políticos actuales con temor a llamar al pan pan y al vino vino, encontramos a alguien que se atreve a decir las cosas a las claras. Si bien el término “postapocalismo” me parece exagerado, pues no estamos ante un fin de los tiempos para la humanidad, sino ante un cambio de ciclo y de cultura dominante, siendo los siguientes imperios que dominen el mundo futuro ni mejores ni peores que el presente, sí concuerdo con la idea de dar por sentado el fin del dominio del hombre blanco, el hundimiento de nuestra civilización y un futuro que vendrá después de tal en el que seguirá habiendo seres humanos y seguirá habiendo civilización, pero de un modo radicalmente distinto a como la hemos conocido en los últimos siglos en nuestro continente. Faye, procedente de la política conservadora de la nueva derecha francesa pero que luego se desencantaría con tal e iría por libre con sus propuestas, rescata el espíritu revolucionario de los grandes reformadores sociales y abandona ese plácido acomodamiento burgués de la política democrática actual, tanto da que sea muy de derechas o muy de izquierdas o del centro. Faye va más allá de Venner al pronosticar el imparable declive sin solución y se prepara para un mundo a lo Mad Max. Veo en Faye los mismos elementos que ya supieron ver Nietzsche o Spengler o los pensadores que no caminan con una venda en los ojos. Pero… (siempre tiene que haber un “pero”, no hay propuesta ni profecía perfecta), da por sentado Faye que la Historia dará la razón al hombre blanco europeo heredero de la cristiandad, y que éste ha de seguir preservando su hegemonía como ha hecho en los últimos siglos, lo que me parece de una miopía parcial. También se nota en toda la obra de Faye una cierta inquina contra el mundo musulmán, y una falta de objetividad a la hora de evaluar el valor de las distintas civilizaciones, algo común con otros pensadores citados, como David Engels. Sí, el Islam se puede convertir en la religión mayoritaria de Europa, ¿cuál es el problema?
Otra posibilidad alternativa a la pacífica invasión migratoria es que otros imperios emergentes más fuertes, con ganas de medrar y en superioridad numérica, sepan ver una oportunidad bélica colonial en una Europa cada vez más secundaria económicamente, saltando de crisis en crisis, con fuerzas centrífugas que previenen su unión, sin poder militar, y con una población deprimida formada por jóvenes que no han sabido nunca lo que es luchar por la supervivencia.
Hemos de creer en los altos valores aristocráticos de una Europa como cuna de la más avanzada civilización, la historia que precede el viejo continente es para sentirse orgulloso de ser europeos. Mas, como conocedores de la Historia Universal, y Europa está llena de grandes talentos en el estudio de la misma, sabemos que las civilizaciones no son eternas, por muy gloriosas que hayan sido sus hazañas. También el cosmopolitismo más noble tiene raíces europeas, y noble es saber morir para dejar paso a otras culturas, otras gentes, otros bárbaros. Si no puedes con el enemigo, únete a él –dice el refrán–; si no podemos evitar el declive de occidente y que vengan hordas de chinos y musulmanes u otros a colonizarnos pacífica o militarmente, empecemos a mentalizarnos de que ellos van a ganar la partida, y aprendamos a valorar a sus gentes y sus respectivas lenguas y filosofías y religiones, hagamos amigos entre nuestros hermanos. El que tuvo retuvo, Europa ya ha vencido dejando su impronta imborrable en la Historia Universal. El futuro es de otros pueblos. No merece la pena luchar por mantener a esa Europa alelada de vegetarianos y ciclistas, de feministas chillonas, de calzonazos y de afeminados, de buenistas y de hermanitas de la caridad. No merece vivir una cultura que ha perdido la fuerza para la lucha vital. El post-hundimiento puede resultar en una guerra identitaria, pero puede ser también un gran período de paz en el cual renacerán otras culturas, las cuales en la distancia verán a Europa entre sus ruinas con admiración y fascinación tal cual hoy vemos los restos de la época faraónica egipcia o del imperio romano.
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{1} Reproducción de un fragmento de la Secc. 16.3 (o sección tercera del capítulo 6 del segundo volumen) de Voluntad. La fuerza heroica que arrastra la vida de Martín López Corredoira.
{2} En un estudio realizado en el Reino Unido, se pudo ver que el 70% de los estudiantes cuyos padres pertenecían a la clase profesional más alta conseguían notas satisfactorias en más de cinco asignaturas en los exámenes nacionales. Sin embargo, sólo el 14% de los procedentes de hogares de la clase obrera lo conseguían [Giddens, Anthony, 2006, Sociology (5ª. ed.), Polity Press, Cambridge-Reino Unido]. Claramente, el entorno familiar influye en el desarrollo intelectual. Es claro también que puede haber personas nacidas en una familia de analfabetos que alcancen un gran desarrollo intelectual, o viceversa, descerebrados hijos de grandes talentos. No obstante, estadísticamente la correlación está clara.
{3} Un caso de filósofo de la historia dentro de los grandes es el alemán Oswald Spengler, que en la segunda-tercera década del siglo XX alumbraría una obra colosal en muchos sentidos: La decadencia de Occidente. La fuerza de esta obra y su propósito de entender los motores de la historia sin caer en trascendentalismos metafísicos hacen de este trabajo algo excepcional dentro de la tradición filosófica, aunque podamos no estar de acuerdo con algunos de sus contenidos. En el artículo “Leer a Oswald Spengler en los tiempos de decadencia de occidente" [El Manifiesto contra la muerte del espíritu y la tierra, 9, pp. 63-80 (2008)] o en la secc. 16.2 (o sección segunda del capítulo 6 del segundo volumen) de Voluntad. La fuerza heroica que arrastra la vida, invito a su lectura y echo un vistazo por encima a algunas de sus más llamativas ideas.
{4} Maldonado de Lizalde, Eugenia, “Lex Iulia de maritandis ordinibus. Leyes de familia del emperador César Augusto”.
{5} Pascual, José Vicente, “Tened hijos”, Posmodernia, 24-5-2019.
{6} Castro Merino, Miguel Ángel, No me pidas nacer. Cartas al ángel custodio, Piediciones, León (2017).
{7} Ver, por ejemplo: Griffiths Sarah, “Are we becoming more stupid? IQ scores are decreasing – and some experts argue it’s because humans have reached their intelectual peak”, Mail Online,, 21-8-2014; Palmero, María, “Por qué el coeficiente de inteligencia es cada más bajo desde 1970”, El Confidencial, 14-6-2018; Ferrer, Sergio, “ ‘Efecto Flynn negativo’: el polémico estudio que sostiene que nos estamos volviendo más tontos”, El Español, 31-7-2018.
{8} Dutton, Edward, van der Linden, Dimitri, Lynn, Richard, “The negative Flynn Effect: A systematic literature review”, Intelligence, 59, 163-169 (2016).
{9} Ansede, Manuel, “El premio Nobel que afirma que los negros son menos inteligentes vuelve a la carga”, El País, 4-1-2019.
{10} Redacción BBC Mundo, “4 científicos explican cómo la pobreza puede afectar nuestro cerebro”, BBC News, 31-5-2017.
{11} Aunque la relación no es lineal en los países europeos actualmente, sino más bien con forma de J invertida en la dirección horizontal [Myrskylä, M., Kohler, H.-P., Billari, F. C. "Advances in development reverse fertility declines", 2009, Nature. 460 (7256): 741–3]: es decir, los más pobres son los que tienen más hijos, luego la clase media baja tiene menos hijos que aquellos, la clase media central es la que tiene el mínimo absoluto de fecundidad, y la natalidad repunta ligeramente en la clase media alta o en las clases más poderosas económicamente, que constituyen un pequeño porcentaje de la población. En cualquier caso, globalmente se da la anticorrelación riqueza-fecundidad.
{12} López Corredoira, Martín, “Una visión alternativa sobre la historia de la mujer occidental y el feminismo”, El Catoblepas, 182, 3 (2018).
{13} Abellán, Lucía, “Un eurodiputado polaco culpa a las mujeres de la baja natalidad por ‘no quedarse en casa’ ”, El País, 14-11-2017.
{14} Estadísticas realizadas en España y publicadas en 2018 por el Instituto Nacional de Estadística indican que alrededor de un 75% de las mujeres en España desearían tener dos o más hijos, pero la mayoría no llegan a la cifra deseada.
{15} “Hemos cambiado los niños por mascotas”, elreydesnudo.es, 25-8-2019.
{16} En la década de 1950 por ejemplo, había en la ciencia un pequeño porcentaje de mujeres, muy inferior al masculino, pero la productividad y el impacto de esas mujeres estaban al mismo nivel que sus compañeros masculinos. Hoy sin embargo con un porcentaje mucho mayor de mujeres en ciencia, la brecha es de un 30-40% en productividad e impacto promedio en comparación con sus equivalentes masculinos (Huang, Junming, Gates, Alexander, J., Sinatra, Roberta, Barabasi, Albert-Laszlo, 2019, “Historical comparison of gender inequality in scientific careers across countries and disciplines”, arXiv:1907.04103). Gran parte de esa diferencia se debe al más temprano abandono de las carreras científicas de la mujer en promedio. Como quiera que sea, lo que esta estadística muestra es que las auténticas mujeres de ciencia que había en su mayoría en los años 50 se tomaban más en serio su profesión sin abandonar sus investigaciones, anteponiéndolas a otras labores mundanas, mientras que en la actualidad tenemos un alto porcentaje de mujeres mundanas que no hacen bien ni lo uno ni lo otro, ni son buenas madres ni son buenas y dedicadas profesionales científicas.
{17} Fukuyama, Francis “La chute d’America, Inc.”, Le Monde, 9-10-2008.
{18} Gutwein, Danny, “How Yuval Noah Harari Became the Pet Ideologist of the Liberal Elites”, Haaretz, 20-11-2018.
{19} Harari, Yuval Noah, ”The world after coronavirus”, Financial Times, 20-3-2020.
{20} López, Daniel, “Coronavirus y globalismo”, El Catoblepas, 191, 22 (2020).
{21} Perdomo Fermín, Alejandro, “A propósito del Coronavirus y el IV Reich”, El Catoblepas, 191, 18 (2020).
{22} Parkin, Simon, “Así serán nuestra próxima pandemia global”, El País, 27-11-2018.
{23} Domínguez, Iñigo, “Cruzada en Polonia contra los medios ‘traidores de la patria’ “, El País, 21-1-2016.
{24} López Alcolea, Nuria, “El coronavirus deja sin mano de obra el campo”, rtve.es, 11-4-2020.